Читать книгу Más allá del bien y del mal - Friedrich Nietzsche - Страница 39

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Cualquiera que sea la posición filosófica que adoptemos hoy: mirando desde cualquier lugar, la erroneidad del mundo en que creemos vivir es lo más seguro y firme de todo aquello de que nuestros ojos pueden to- davía adueñarse: - a favor de esto encontramos razones y más razones que querrían inducirnos a conjeturar que existe un principio engañador en la «esencia de las cosas». Mas quien hace responsable a nuestro pen- sar mismo, es decir, a «el espíritu», de la falsedad del mundo - honorable escapatoria a que recurre todo consciente o inconsciente advocatus dei [abogado de Dios] -: quien considera que este mundo, así como el espacio, el tiempo, la figura, el movimiento, son inferencias falsas: ése tendría al menos un buen motivo para aprender por fin a desconfiar de todo pensar: ¿no nos habría venido jugando el pensar hasta ahora la peor pasada de todas?, ¿y qué garantía habría de que no continuará haciendo lo que siempre ha hecho? Con toda seriedad: la inocencia de los pensadores tiene algo que resulta conmovedor y que inspira respeto, y esa inocencia les permite continuar encarándose aún hoy a la consciencia con el ruego de que les dé respuestas honestas: por ejemplo, si ella, la consciencia, es «real», y por qué en realidad está tan decidida a no saber nada del mundo exterior, y otras preguntas del mismo género. La creencia en «certezas inmediatas» es una ingenuidad moral que nos honra a nosotros los filósofos: pero - ¡nosotros no debemos ser hombres «sólo morales»! ¡Prescindiendo de la moral, esa creencia es una estupidez que nos honra poco! Aunque en la vida burguesa se considere que la desconfianza siempre a punto es signo de «mal carácter» y, en consecuencia, una falta de inteligencia: aquí entre nosotros, más allá del mundo burgués, y de su sí y su no, - qué nos im- pediría ser poco inteligentes y decir: el filósofo tiene derecho al «mal carácter», pues es el ser que hasta ahora ha sido más burlado siempre en la tierra, - el filósofo tiene hoy el deber de desconfiar, de mirar mali- ciosamente de reojo desde todos los abismos de la sospecha. - Perdóneseme la broma de esta caricatura y este giro sombríos: pues precisamente yo mismo he aprendido hace ya mucho tiempo a pensar de otro mo- do, a juzgar dé otro modo sobre el engañar y el ser engañado, y tengo preparados al menos un par de empe- llones para la ciega rabia con que los filósofos se resisten a ser engañados. ¿Por qué no? Que la verdad sea más valiosa que la apariencia, eso no es más que un prejuicio moral; es incluso la hipótesis peor de- mostrada que hay en el mundo. Confesémonos al menos una cosa: no existiría vida alguna a no ser sobre la base de apreciaciones y de apariencias perspectivistas; y si alguien, movido por la virtuosa exaltación y majadería de más de un filósofo, quisiera eliminar del todo el «mundo aparente», entonces, suponiendo que vosotros pudierais hacerlo, - ¡tampoco quedaría ya nada de vuestra «verdad»! Sí, ¿qué es lo que nos fuerza a suponer que existe una antítesis esencial entre «verdadero» y «falso»? ¿No basta con suponer grados de apariencia y, por así decirlo, sombras y tonos generales, más claros y más oscuros, de la apariencia, - va- leurs [valores] diferentes, para decirlo en el lenguaje de los pintores? ¿Por qué el mundo que nos concierne en algo - no iba a ser una ficción? Y a quien aquí pregunte: «¿es que de la ficción no forma parte un au- tor?», - ¿no sería lícito responderle francamente: por qué? ¿Acaso ese «forma parte» no forma parte de la ficción? ¿Es que no está permitido ser ya un poco irónico con el sujeto, así corno con el predicado y el complemento? ¿No le sería lícito al filósofo elevarse por encima de la credulidad en la gramática? Todo nuestro respeto por las gobernantas: ¿mas no sería hora de que la filosofía apostatase de la fe en las gober- nantas? -

Más allá del bien y del mal

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