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[Agosto, 1864]

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Primero lo intenté con las notas: mira, esto no marcha; el corazón sigue impetuoso, pero la nota permanece muerta. Después lo intenté con los versos; no, con la rima no acierto, ni tampoco doy con el ritmo tranquilo y mesurado. ¡Fuera el papel! ¡Uno nuevo, pronto! Y ahora, ¡afila enseguida la pluma! ¡Rápido, tinta!

Suave tarde de verano; crepuscular, con pálidas franjas de luz. Voces infantiles en las callejuelas; a lo lejos, barullo y música. Es la feria: las gentes bailan, hay, encendidos, faroles de colores, rugen las fieras salvajes; aquí se escucha un estampido; allí, un soniquete de tambores, monótonos, penetrantes.

La habitación está casi a oscuras; enciendo una luz. Pero ya parpadea, curioso, el ojo del día por la ventana entreabierta. Oh, que su mirada penetre más a fondo, hasta el centro de este corazón, más brillante que la luz, más oscuro que el crepúsculo, más vivaz que las voces lejanas, este corazón que tiembla y se tambalea como una gran campana tañida por el vendaval.

Y yo invoco una tormenta. ¿Es que acaso no atrae a los rayos el tañido de la campana? Así pues, ¡sé bienvenida, tormenta cercana! Caed, olorosas gotas de lluvia, sobre mi naturaleza moribunda, sonoras y purificadoras. ¡Sed bienvenidas! ¡Sed, por fin, bienvenidas!

¡Mirad! Has caído, rayo primero, en medio del corazón; de allí se eleva ahora un pálido jirón de niebla.

¿Acaso tú lo conoces, al pérfido y maligno? Ya es más clara mi mirada, mientras tiendo mi mano hacia él para maldecirlo, pero retumba el trueno y una voz anuncia: «¡Purifícate!».

Sorda quietud; mi corazón se dilata; nada se mueve. De pronto, un hálito suave, en el suelo, la hierba susurra. ¡Sé bienvenida, oh lluvia que me calmas y me salvas! Aquí está todo desierto, vacío, muerto, ¡oh, planta tú, de nuevo!

¡Mirad! ¡Un segundo golpe! Estridente y agudo en pleno corazón. Y una voz resuena: «¡Ten esperanza!».

Un suave perfume emana de la tierra, el viento sopla de acá para allá y a él le sigue la tormenta que aúlla tras de su presa. El viento esparce a sus pies flores decapitadas. La lluvia se precipita graciosa tras la tempestad.

En pleno corazón. ¡Tormenta y lluvia! ¡Rayos y truenos! ¡Justo en medio del corazón! Y una voz que clama: «¡Renuévate!»


Colección integral de Friedrich Nietzsche

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