Читать книгу Abriendo camino - Gema Moreno Fernández - Страница 5
Prólogo
Оглавление«Ahora es necesario hacerlo» son las palabras que José Carlos nos lanza nada más comenzar estos caminos que nos invita a recorrer.
«Ahora» es la clave. Vivimos momentos complicados donde nos hemos topado de forma individual y como sociedad contra una realidad compleja, misteriosa e implacable.
Una tormenta llamada COVID-19 nos sacude. Tocó los cimientos de nuestras vidas y de nuestra sociedad. El hogar se nos volvió templo, el corazón sagrario y un montón de preguntas explotaban alrededor cuando veíamos el sufrimiento, el miedo y el peligro cercano. La experiencia de caer enfermos, víctimas de un virus desconocido, ha sacudido la vida de muchos. La crisis desencadenada ya no es algo de lo que se habla o se delibera, es una realidad compartida por todos, que puede ser convertida en un mal trago a olvidar para intentar volver a lo que teníamos, o en una oportunidad para convertirnos y recuperar la autenticidad como seres humanos.
El 27 de marzo de 2020, en la desierta Plaza de San Pedro, el Papa avanzó frágil, bajo un cielo lluvioso, solo, sostenido por las miradas y la oración de los creyentes de toda la tierra; allí nos dijo: «La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades».
Esta tempestad (cf Mc 4,35-41) nos abre caminos diversos. Dejando a un lado la tentación de huir, intentando volver a tiempos pasados, se nos abre la posibilidad de afrontar lo que pasa sin velos, atravesando las sendas de la vulnerabilidad y la limitación, tan olvidadas a menudo y que tanto hemos tocado en esta etapa de la vida. El progreso, el mercado y los profetas del transhumanismo lanzan sus cantos de sirena para hacernos creer que lo dominamos todo, pero la lluvia ha caído y nos ha limpiado el alma para dejarnos abierta la oportunidad de ver más sencillamente el misterio de la vida y de la muerte sin maquillajes.
«Ahora» se abre el camino para afrontar y recorrer. Una cosa, sin embargo, atribuida a Einstein, es cierta: «La visión de mundo que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis». Tenemos forzosamente que cambiar y dejar de lado la tentación de imaginar que todo será como antes. Nada será igual, porque juntos hemos caminado por un paraje que no tiene vuelta atrás en muchos sentidos.
«Ahora», por tanto, es tiempo de abrir nuevos caminos, de aprender a sentir quiénes somos, de hacer una lectura desde el Evangelio de lo que ha acontecido, con nuestras debilidades y nuestras búsquedas. A esto, Cristo ofrece una «luz inesperada» por medio de quienes se atreven a transparentarlo. Es el «ahora», el momento de mirar al futuro con las luces que proyecta la búsqueda de la fe. Por eso José Carlos se atreve «ahora», desde la experiencia de un buscador creyente, a ayudarnos para hacer transparentes los rincones oscuros de la pandemia.
Él reconoce con hondura cómo ha sido tocado también por la experiencia de la enfermedad en tiempos del COVID. La fragilidad ha sido su fortaleza. Ha sido, según comparte con nosotros, un momento donde ha podido escuchar «como una campanilla que suena» y que ha encontrado eco en su alma macerada por el esfuerzo de cuidar y humanizar la vida de otros.
Podría haber pasado de largo, hacer y planificar esa completa agenda repleta; sin embargo, ha preferido detenerse y, en el marco del diálogo, de las preguntas y las respuestas, nos deja una perla preciosa: hacer una lectura de creyente de lo que nos está pasando desde la huella que la enfermedad y la experiencia de limitación ha dejado en su vida. Y así abrirnos a la Vida en toda su amplitud.
Quien camina y escucha estas «campanillas» que José Carlos se atreve a hacer sonar, aprende a tomar entre las manos la fragilidad y se hace permeable a nuevas preguntas, hasta llegar a la fundamental, que es la pregunta por la Vida y, en ella, la muerte. Esa muerte que escondemos y maquillamos entre las cortinas de humo que nuestra cultura y nuestros miedos colocan. El prometeismo de la cultura moderna, el narcisismo individualista posterior y el espejismo del Homo Deus han sido insuficientes para dar respuestas a esta crisis sanitaria y existencial. La tentación inmediata de muchos será querer ocultar la realidad finita del ser humano, que, en definitiva, suena a querer ser como Dios, olvidarlo y ocupar su puesto. Lo peor es que cuando se desplaza a Dios, se hace a costa de los demás.
Esto es demasiado real. Este tiempo nos ha puesto delante las muertes de los nuestros y, si somos valientes, de la mano de estas líneas, podremos ponernos con humildad ante la pregunta de la muerte en el camino de la vida de cada uno. Es un desafío doloroso para nuestra cultura, pero liberador.
Dicen los latinos que pallida mors aequo pulsat pede, la pálida muerte pone su pie igual sobre todos. Y, el día que llegue, nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin títulos, sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión. Así enfrentaremos el misterio no solo como algo biológico, sino como un acontecimiento personal para vivir, caminar y afrontar.
Martin Heidegger afirmó que el ser humano no es alguien que muera, sino que en sí mismo es un ser-para-la-muerte. Quiso decirnos que la muerte, antes que una situación que encontraremos al final de nuestra vida, es una línea de meta a la que estamos abocados.
La experiencia de José Carlos es distinta. Nos ayuda a entender que la muerte hay que caminarla, pues no es un acontecimiento que pertenece a la medicina, sino a cada persona. Para eso, lo más humano es guiarse mediante las huellas de quien ya ha abierto paso pisando antes en medio de la fragilidad. «Hablar de la muerte es también hablar del amor», nos dice. En definitiva, la dirección que se nos presenta es hacia el amor más pleno, que es el poder encontrarnos con el Amor de quien nos regala un camino abierto, donde la Vida es más grande que la estación de la muerte.
En estas conversaciones atino a ver la Esperanza del Evangelio porque, en definitiva, deja entrever, en cada recodo, a Jesús como un peregrino que cuenta a las mujeres y a los hombres esta buena noticia de la Vida eterna. Nos da la oportunidad de considerar a Jesús como compañero de camino. Pero para anunciarlo nos enseña que hay que encontrarse con ellos, mirarlos a la cara, escucharlos, reconocerse en sus pobrezas y en sus limitaciones. No se consigue desde un despacho o desde un tratado filosófico. Hay que ir a proclamarlo en primera persona y hacerlo camino, paso a paso hasta proclamarlo (cf Rom 10,8-10) desde las fragilidades traspasadas por su presencia. Se trata de aprender a dirigir la mirada a Cristo muerto y resucitado que ha transitado antes que nosotros estos caminos, y ahora nos conforta desde el ministerio del alivio y del cuidado samaritano.
La Vida así vivida se convierte en un testimonio de esperanza para todos. Sencillamente la propuesta no es resolverlo todo. Es una invitación humanizante a caminar desde la experiencia de cada uno y a apoyarnos en quienes ya han abierto sendas sobre la vida entregada y la muerte.
«La vida es el lento madurar de la muerte», decía Libanio; por eso este libro será como un mapa de señales para emprender el camino de la Vida a través de la experiencia, preguntas, de la búsqueda, fe, amor, humanización y cuidado como señales que encontramos. Ahora solo queda acoger y caminar porque este camino se abre para todos, pues el futuro no es lo que simplemente va a pasar, sino lo que juntos vamos a caminar.
Francisco decía el 27 de marzo dialogando con Dios: «Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es». Es esta ruta que se nos abre para buscar y dejarnos abrazar por el misterio de la Resurrección que nos pone en camino hacia la vida eterna. Ahí está nuestra esperanza anunciada por peregrinos que nos regalan un trozo de su alma.
JOSÉ COBO CANO,
obispo titular de Beatia y auxiliar de Madrid