Читать книгу Las mujeres y las sombras del amor - Georgina Sánchez Ramírez - Страница 9

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INTRODUCCIÓN

En nuestro mundo contemporáneo, en el que la información es sumamente accesible mediante la conexión con el ciberespacio, plantear tópicos que atrapen la atención es un gran reto. El esfuerzo no responde a una necesidad de protagonismo, sino porque es importante impulsar la reflexión respecto a cuestiones que confrontan, lastiman e impiden la realización de las personas en general y de las mujeres en particular. En tal sentido se desarrolla el contenido de este libro: el amor en pareja vivido desde las mujeres.

Los términos cautiverio y trampa serán muy importantes en nuestros planteamientos, y la relación entre ambos está dada desde su etimología. Una trampa es algo en lo que una persona puede caer de manera no consciente o no reflexiva y quizá le conduzca a un lugar sin salida; en consecuencia, permanecer cautiva suele ser el resultado de entramparse, de vivir una ilusión de que no se está tan mal, o quizá de que todo mejorará sin más esfuerzo que el de fantasear para evadir la condición de cautiva; para muchas mujeres, además supone sacrificar planes personales para conseguir una pareja y permanecer en esa posición, a costa de otras aspiraciones. La trampa radica en la creencia de que así debe ser, o de que un día, repentinamente no existirán más trampas para salir del cautiverio. La situación femenina de estar entrampada y cautiva se preserva con la construcción social de enamoramiento (que no del amor), que suele caracterizarse porque se establece en desigualdad.

Un antecedente inevitable es la obra magistral que en 1990 nos obsequió la gran feminista Marcela Lagarde, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, en donde quedó de manifiesto que como una manera de adaptación a la realidad que creemos inmutable, las mujeres nos adecuamos a nuestras prisiones, a veces incluso con alegría o conformidad. Entonces, la categoría de cautiverio no solo califica los ámbitos que se reconocen como espacios privativos —la casa, el convento, la cárcel, el manicomio— sino también las prisiones subjetivas. Estas últimas son aquellas establecidas culturalmente ya en la infancia y contribuyen a moldear las características con las que nos pensamos y conocemos; desde ahí socializamos la desigualdad, la naturalizamos y la normalizamos.

En el aprisionamiento que nos habita radica la actitud con que nos amamos a nosotras mismas y a las demás personas, y para el caso de nuestro libro, se abre el umbral para con ese paradigma, hablar de la construcción del encuentro sexoafectivo con el otro en el marco del Amor romántico. La constante en él es la preexistencia de relaciones de asimetría de poder entrelazadas con la culpa, el miedo y la fascinación que provoca el saberse cautivas, y se entrampa la manera de vivirse en relación. Así que de la mano de la osadía, nos atrevemos a incrementar un tipo más de cautiverio a los descritos por Lagarde y que no es excluyente de los otros confinamientos; la palabra que lo define es enamoradas.

¿Qué es lo que propicia que se mantengan vigentes ciertas relaciones desiguales que lastiman y obstaculizan una expresión que debería ser de las mejores de la humanidad? La respuesta se liga a un sistema que no solo avala este tipo de vínculo, sino que lo perpetúa a través de adaptaciones y readaptaciones a lo largo de la historia, atravesando geografías en todo el planeta. Nos referimos al patriarcado; es necesario reconocerlo, pues de otro modo será difícil transformarnos al interior de nosotras mismas.

Parafraseando a Nicolás Schongut (2012: 28-29), en los estudios feministas se han podido exponer las condiciones socioculturales que el patriarcado asienta en varones y mujeres, de tal manera que la masculinidad se erige en un modelo hegemónico que instituye una división social entre unos y otras e inscribe la producción y reproducción de las desigualdades entre ambos sexos, como si se tratara de un tatuaje permanente sobre la sociedad.

Si seguimos la teoría de Jamake Highwater (citada por Christiane Northrup, 1999), la era patriarcal lleva al menos cinco mil años de vigencia. Así, en una cultura regida por “el padre”, lo femenino está devaluado tanto por los varones como por las propias mujeres, pero mientras que tal escenario se siga normalizando y considerando inalterable sin una visión crítica, no encontraremos otra forma de organización social a futuro. Lo preocupante, sobre todo para las mujeres, es que se trata de un sistema que descansa en la infravaloración y violencia hacia lo femenino, haciéndonos asumir culpabilidad por no ser la otredad, lo que sí vale, lo masculino; Lagarde (2001) agregaría que, además, la existencia de las mujeres se justifica a partir de los varones. Por consiguiente, nuestros cuerpos, sentimientos, emociones, creatividades, imaginaciones, intuiciones y logros, son calificados con el parámetro inquisidor de quienes supuestamente valen más: los varones.

Esta infravaloración, al menos en México, no es confrontada a pesar de lo grave que resulta para el 50 % de la ciudadanía, es decir, la población femenina. Incluso se rechaza la idea de que el país sigue teniendo características inadmisibles de violencia hacia las mujeres, como secuela de una cultura de masculinidad hegemónica, naturalizada bajo el manto del modelo patriarcal. A continuación presentamos unas cifras para documentar dichas peculiaridades, mismas que se minimizan o disimulan como quien no quiere mostrar a “la loca de la casa”.

La última Encuesta Nacional sobre las Dinámicas de Relación en los Hogares (ENDIREH, 2016), que se realizó a lo largo de todo el territorio nacional con datos de 14,363 hogares, presenta una medición de la violencia de género hacia las mujeres en edades de 15 años y más, considerando cuatro clasificaciones: emocional, física, sexual y económica-patrimonial. De las mujeres consideradas en la encuesta, el 66.1 % han sufrido al menos un incidente de algún tipo de violencia de las antes mencionadas, ejercida por cualquier agresor.

Por cada diferente tipo de violencia investigado, los resultados generales según las respuestas de las encuestadas son: violencia emocional, 49 %; sexual, 41 %; física, 34 %; económica-patrimonial, 29 %. Las mujeres fueron entrevistadas en sus hogares: los lugares donde reproducen y viven su cotidianidad y que al menos de manera idealizada, se presumen como el sitio para la expresión de los afectos fundados en una relación que en algún momento pudo haber planteado la posibilidad del amor. Ese amor que se aprecia por su atractivo, el de pareja, pero envuelto en la trampa del sistema patriarcal y su violenta expresión de los varones hacia las mujeres, junto con una escala de violencia que se reproduce hacia hijas e hijos, tal como ocurre en México y en otras culturas occidentalizadas.

Con todo, el amor de pareja es fascinante y ha sido destinatario del mayor interés, reflejado en múltiples tratados, expresiones literarias y musicales, sin dejar de lado el teatro, la pintura y la escultura, entre otras posibles demostraciones documentadas en el devenir histórico, las cuales muestran a veces con realismo e idílicamente en gran parte de las ocasiones, lo que al afecto y la pasión entre parejas se refiere. No obstante, en tanto que varones y mujeres no somos educados de igual forma en las diferentes culturas y periodos, la constitución de lo que hacemos, sentimos y pensamos como amor de pareja también es diferencial y desigual, de allí su importancia como reflexión al ser un factor que suele definir a las mujeres; esto ocasiona que en varios contextos se asuma que somos amorosas por naturaleza.

Puede decirse que el amor es un sentimiento inherente a la humanidad, que es capaz de constituir una de sus mejores manifestaciones al asociarse con la empatía, solidaridad, compasión y valentía. Sin embargo, no es nuestro interés desarrollar un tratado filosófico al respecto; lo que pretendemos es analizar el amor de pareja en la época contemporánea, en particular el que se da entre un varón y una mujer, a partir de la experiencia de mujeres de alta escolaridad que accedieron a compartirnos sus historias. Estas narrativas se enmarcan en lo que denominamos Amor romántico, el cual se modeló en la incipiente sociedad industrial y ha devenido en un mecanismo a la medida del patriarcado para conformar las relaciones amorosas de las mujeres, convirtiéndose en parte sustantiva de su identidad (quién y qué soy) y de su subjetividad (cómo construyo y asumo el mundo que me rodea); paradójicamente se ha vuelto una trampa para la realización personal de las propias mujeres.

Quienes lean esto podrían cuestionar el por qué se pretende osadamente que el análisis de algunas historias de personas con estudios de posgrado y habitantes de una ciudad cosmopolita del sur del país,1 se generalice para numerosas mujeres que han estado, están o quieren estar enamoradas. La respuesta no es simple; dado que el amor derivado de relaciones sexoafectivas se ha naturalizado, vamos de la mano de filósofas y científicas feministas que han contribuido a develar el Amor romántico (Amorós, Fisher, Illouz, Lagarde, Pateman, Sainz, Valcárcel, Herrera, Amuchástegui y Esteban, entre otras). Este libro abre la posibilidad de apreciar mediante las experiencias relatadas, las similitudes con la realidad de quien lo lee (capítulos “Espejito, espejito”), permitiendo reconocer el problema como un asunto sistémico y no solo como un compendio de historias conmovedoras que les ocurren a “las otras” cuando se enamoran.

El análisis del amor como expresión de afecto y emociones ha sido tema de la psicología en décadas anteriores; posteriormente pasó a la competencia de la sociología y la antropología al vislumbrarse como un constructo social, es decir, al sacarlo de su nicho de sentimiento natural para dimensionarlo como concepción cultural, asegurado por la familia, la escuela y el Estado, entre otras instituciones, y sobre el que las personas integrantes de una sociedad actúan siguiendo reglas y normas que se consideran apropiadas.

En tal sentido, el Amor romántico ha sido construido socialmente y se siguen ciertas pautas para cumplir con sus requerimientos, las cuales provocan que se suela caer en la idealización. Ha sido gracias a las pensadoras feministas contemporáneas que se ha desmontado el mito de este tipo de afecto, ya que como hemos mencionado, no se asume con carácter igualitario para varones y mujeres. Varias autoras han revelado que desde la violencia más sutil hasta la más feroz en las relaciones de pareja (el feminicidio a manos de la pareja “sentimental”), las conductas nocivas se disimulan bajo un velo amoroso que obnubila los cimientos de relaciones abusivas.

Si bien el Amor romántico como constructo no es idéntico en todas las situaciones, ya que varía de acuerdo a la clase social, la edad, la escolaridad o la pertenencia étnica, entre otros factores, su vivencia es común a la mayoría de las mujeres, ya que compartimos posiciones de opresión en el patriarcado. Mujeres de diferentes matices aprendemos a forjar nuestra identidad y nuestra subjetividad asumiendo un estado dependiente y constitutivo en el amor hacia el otro. ¿Cómo desenmascarar a este bufón que goza de la simpatía de la cultura patriarcal y se burla de la idealización femenina de parejas perfectas con el sello de “vivieron felices para siempre”?

Lo primero que compete hacer es arrojar luz sobre las sombras, sobre ese modelo de Amor que como ya mencionamos, ha mantenido una función para normar y regular cierto tipo de comportamiento en las relaciones sexoafectivas entre varones y mujeres,2 con una clara intención de moldear las conductas emocionales y físicas de las personas en cuanto a expectativas para unirse en parejas, aun cuando aparezca diferencialmente según las edades de quienes estén en el juego.

En su tesis doctoral, Olivia Velázquez (2016) recorre diversos estudios actuales tocantes al amor de pareja en países iberoamericanos; la mayoría derivan del interés de la psicología y abarcan desde la concepción del amor como una adicción (perderse por la necesidad del otro) hasta los serios cuestionamientos de la vivencia del amor de pareja y su alcance en la salud mental. La mayoría de los estudios apuntan hacia que las mujeres —sobre todo las jóvenes— consideramos indisoluble el vínculo del sexo con el amor, en su modalidad de romántico, mientras que los varones pueden dimensionarlo y vivirlo como dos elementos independientes entre sí, usando el romanticismo para la consecución del acto sexual, pero no necesariamente como parte del deber ser de la relación.

Otras investigaciones señalan que esto puede afincarse en cómo se construye la masculinidad (deber ser de los varones) y la feminidad (deber ser de las mujeres), lo cual también se ha documentado entre personas jóvenes (incluso con alta escolaridad), y así se contribuye a crear vínculos desiguales, pues se espera que desde el noviazgo las mujeres “obedezcan” a sus compañeros varones. Dicha perspectiva se refleja en la población adolescente con fantasías como “la prueba de amor” para el inicio de relaciones sexuales sin compromiso ni cuidado sobre la integridad corporal de cada quien, lo que suele derivar en enfermedades de transmisión sexual y embarazos precoces que implican crianzas precarias, pues no son deseados ni planeados, sino efecto de una instrumentalización de la que la mayoría de las mujeres no son conscientes.

Además, en algunos de los trabajos analizados por Velázquez (2016), prevalece la idealización de la fidelidad y la eternidad (sobre todo por parte de las mujeres), misma que no ha variado como ilusión característica del modelo de Amor romántico a través del tiempo y en diferentes medios. No obstante, hay matices, ya que en estudios más recientes y desde el enfoque de género se vislumbran cambios al menos en el cuestionamiento por parte de las mujeres, de que las formas de experimentar una relación no son naturales ni inmutables, y si bien aún persisten anhelos del cómo ellas sueñan una relación amorosa, pueden contrastar con su realidad vivida como parejas.

Las características que se repetían en los estudios avalan el sentido utilitario del Amor romántico, mismo que ha sido registrado por distintas pensadoras. Antes hemos hablado de los cautiverios de las mujeres y los lugares físicos que existen para ellos, aunque también hay espacios simbólicos que habitamos mentalmente y se refieren a lo que pensamos, hacemos y en cómo nos sentimos hacia afuera, asumiendo limitaciones cuyos orígenes no siempre dimensionamos.

En este punto, conviene mencionar lo que en las teorías feministas se ha planteado como la división entre el espacio público y el privado. Retomando a Linda MacDowell (2000) y su amplio análisis sobre el espacio, este es construido en el terreno de las relaciones de poder, las cuales establecen las normas que regirán los espacios y sus márgenes, que no son solo de lugar, sino también sociales ya que establecen quiénes pertenecen a un ambiente y quiénes son excluidas o excluidos.

Desde esta mirada y coincidiendo con Carol Pateman (1996), la dicotomía espacio público y espacio privado fue construida por el capitalismo, puesto que el sistema económico recién nacido requería apuntalar la idea de ámbitos diferenciados para garantizar su funcionamiento y desarrollo. La esfera privada se designó como propia de las mujeres mientras que la pública se les concedió a los varones, en una mutua exclusión con límites rígidos y muy bien definidos.

De acuerdo con Michelle Perrot (1993), en el proceso de la Revolución francesa, los propios insurgentes advirtieron el peligro que entrañaba para los varones el inestimable principio de igualdad; se percataron de las potencialidades que se abrían para las mujeres y del riesgo de cambiar lo que se consideraba “el orden natural”, que las asociaba a ellas al terreno privado y a los varones al público. Insistieron en mantener esta separación y más adelante, en la etapa posrevolucionaria, la frontera entre ambos se hizo cada vez más inflexible.

Es importante anotar que dentro del “orden natural” en las relaciones familiares, la monogamia era una característica fundamental. Helen Fisher (2007: 227) lo observa de este modo: “Engels consideró que la monogamia —que definió como la estricta fidelidad femenina de por vida a un único cónyuge— fue decisiva en la pérdida del poder de las mujeres. Afirmó que la monogamia evolucionó para garantizar la paternidad… y abrió las puertas de la esclavitud femenina”. Esta característica fue incorporada al modelo de relación sexoafectiva del sistema capitalista.

En ese mismo sentido, Carol Pateman (1996: 48) explica que con el desarrollo del capitalismo y la circunscripción de las mujeres a lo doméstico, con su consecuente exclusión de la vida laboral, fueron relegadas a su lugar “natural” y dependiente en el espacio familiar y privado, con lo cual “el antiguo argumento patriarcal derivado de la naturaleza en general y de la naturaleza de las mujeres en particular se transformó, se fue modernizando y se incorporó al capitalismo liberal”. A partir de ese momento se comenzó a convencer a las mujeres de ser solamente observadoras de la vida pública, ocuparse de la satisfacción y bienestar de la vida doméstica y procurar a como diera lugar —como si fuera una cuestión de capacidad personal o de azares del destino—, conseguir a una pareja ideal con quien casarse y asegurar su felicidad.

El Estado moderno, liberal en su constitución, impuso ideologías capaces de sostener las nuevas realidades y necesidades familiares ubicadas en el ámbito privado. Una de ellas remitiría a las relaciones íntimas y amorosas. Para tal propósito se requería un modelo de amor incondicional que tolerara las adversidades, cansancio y hartazgos surgidos de las actividades de cuidado familiar; quehaceres que en responsabilidad y ejecución de una sola persona exigen dedicación absoluta y sin horarios, por lo cual también se les quitó la categoría de trabajo para que no se pretendiera pago alguno o prestaciones laborales.

Así pues, la ideología romántica sirvió para apuntalar los intereses del incipiente capitalismo y se gestó el modelo de Amor romántico como creación del nuevo orden económico y social; su objetivo era instaurar sistemas de valores que fundamentaran la separación entre los espacios público y privado, también recién creados, y se justificara el claustro “voluntario” de las mujeres en lo doméstico. Tal tipo de relación se convirtió en el cimiento de la esfera privada y se construyó una jerarquía binaria, con mujeres inferiores a los hombres y una menor valoración a los atributos de la feminidad. Esta idea se halla hondamente enraizada en las estructuras del pensamiento occidental, en las instituciones sociales y en la división de las disciplinas sociales (MacDowell, 2000: 26).

En periodos anteriores a la era industrial, el Amor romántico podía encontrar su realización fuera del matrimonio, pero más tarde, el nuevo paradigma amoroso fue configurado como prerrequisito matrimonial y constitutivo de la feminidad; los trabajos de crianza y mantenimiento emocional de la familia, indispensables para el funcionamiento del nuevo rumbo industrial, fueron asumidos como propios de las mujeres, encubiertos con el manto del Amor romántico y sin exigir remuneración. La subordinación tendría que disfrazarse con una apariencia atractiva y deseable, de modo que al amor se le adjudicó el poder de proveer la felicidad eterna.

En las últimas décadas del siglo XX, con el giro neoliberal como régimen imperante, el modelo amoroso demandó un soporte ideológico congruente con la bandera de la libertad, elemento sustantivo del régimen (Harvey, 2007). El Amor romántico fue reconstituido y refuncionalizado, consagrándose la libertad de elección de la pareja por “amor”.

La dolorosa paradoja de ese ajuste es que en el voraz crecimiento del capitalismo, cada vez con mayor frecuencia las mujeres realizan trabajos remunerados además de sostener el espacio privado (hogar y familia como sinónimo de realización de mujer triunfadora; no basta con que sea exitosa laboral o profesionalmente). Se presentan serios problemas de negociación con las parejas para equilibrar las cargas de conducir “casa y trabajo”, atravesando las circunstancias concretas de las personas involucradas. Esto puede provocar que las relaciones violentas se sostengan en el tiempo no por necesidades económicas o de corresponsabilidad, sino por el ideal de perpetuar la unión en nombre del Amor (romántico por supuesto).

Asimismo, este ideal fue convertido en un producto más y poco a poco se fue creando una industria cultural a su alrededor: rituales de compromiso, bodas espectaculares, viajes de luna de miel y la celebración de una fecha especial al año conocida como el “Día de San Valentín”. Se han establecido prácticas que comúnmente entrañan consumos excesivos y gastos extraordinarios (con un mayor impacto en la población joven), y se enmarcan como “tradicionales” e indispensables si de la realización del Amor romántico se trata, aun en estratos de bajos recursos económicos. El amor se convierte en un producto comercial de gran demanda que sigue la lógica de los mercados.

En la actualidad es frecuente encontrar información sobre “expo-bodas”, gente dedicada a la planeación de los eventos —wedding planners— y paquetes que incluyen todo un montaje con procedimientos de crédito sin intereses para ampliar el espectro de personas consumidoras. Se explota el epíteto de “el día más esperado de tu vida” o “el día más feliz de tu vida”, como si fuera el fin único independientemente del nivel de conciencia, compromiso y afecto de las parejas, y se abarca un amplio arcoiris de edades, escolaridades, preferencias sexuales y contextos culturales, en el que ambos aportan recursos económicos para el esperado acontecimiento. Si algo sale mal, siempre se puede volver al montaje de la escena, en la espera del ahora sí, tal vez sin que hayan mediado reflexiones o terapias que concienticen acerca de por qué perseguir la ilusión del Amor romántico con el costo económico, físico y emocional que encierra, todo en una balanza en continuo desequilibrio entre varones y mujeres.

En este punto nos desprenderemos un poco de que el constructo del Amor romántico no se cuestiona a profundidad en la época contemporánea, para dar paso a algunas reflexiones relacionadas con el matrimonio o unión establecida entre un hombre y una mujer. La intención es ampliar el angular de análisis de los casos que compartiremos, lo que mujeres de alta escolaridad expusieron en torno a sus relaciones de pareja.

Las uniones o matrimonios, a pesar de una creencia un tanto común, no son un “hecho natural” como sí lo es el apareamiento instintivo de los animales. En todas las culturas han existido leyes, normas y severos castigos a las transgresiones de los modelos matrimoniales, con lo que, en palabras de Wolfgang Gödeke (2000: 9), “el matrimonio era como un vestido confeccionado, el cual una solo necesitaba ponerse; el modelo era diferente según la cultura y se trataba, entonces, solamente de cumplir con las costumbres, indicaciones y prohibiciones para asegurarse una vida social exitosa”. Sin embargo, este referente parece obsoleto en la actualidad, cuando al menos en intención prima la voluntad individual y no la del grupo, familia o clan; en los casos en los que aún destaca el valor comunitario, se empiezan a vislumbrar serias detracciones, como en los matrimonios arreglados o las uniones concertadas en poblaciones indígenas de Chiapas (Pérez-Luna, 2019).

Gödeke (2009: 10) menciona que a pesar de las aspiraciones modernas de decidir cómo y con quién unirnos, “no hemos aprendido nada”. Compara la unión o matrimonio con un viaje que se inicia en un barco destartalado, sin mapas ni timón y con un total desconocimiento de la ruta a seguir. “Algunos todavía se asombran del fracaso”, afirma, siendo que la unión entre dos personas solo tiene posibilidades de éxito si se decide con completa libertad e igualdad de ambas partes, y asumiéndose la total ignorancia sobre lo que se vivirá; lo cual está lejos de cubrir expectativas pueriles o ajenas, desde el mandato de roles hegemónicos de género y dentro del modelo del Amor romántico.

El autor menciona que para prosperar, los dos deben estar de acuerdo, como si fueran a seguir juntos una receta de cocina; han de coincidir en lo que se va a preparar, con qué ingredientes y en qué orden, de lo contrario el resultado será un desastre garantizado. El tiempo de convivencia en gozo dura solo mientras se planea cocinar juntos. Dicho en datos, los matrimonios o uniones establecidas cada vez duran menos en el mundo entero y México no es la excepción; a continuación, presentamos información del número de divorcios registrados por cada 100 nacimientos a lo largo de 47 años:

Tabla 1. Divorcios por cada 100 matrimonios registrados en México, en diferentes años
Número de divorcios 4.4 7.2 7.4 15.1 22.3 28.7
Año de referencia 1980 1990 2000 2010 2015* 2017**
Fuentes: INEGI, Nupcialidad (2017); *INEGI, A propósito del 14 de febrero (2017); **INEGI, A propósito del 14 de febrero (2019). No se incluyen matrimonios de personas del mismo sexo.

Esta tendencia del número de divorcios, la cual se ha quintuplicado en los últimos 35 años, nos da una imagen elocuente de la cada vez más frágil duración de las uniones, y ni siquiera se contabilizan las silenciosas separaciones de quienes se acoplaron y rompieron sin firmar papeles (según datos del mismo INEGI, 2019, las uniones libres también se han incrementado en la última década). ¿Por qué entonces se sigue asumiendo que los matrimonios o uniones serán duraderos y maravillosos por sí mismos? ¿Qué peso tiene en ello el modelo de Amor romántico y qué posibilidades hay de liberarse de un corsé que no deja que vivamos y expresemos en libertad e igualdad el amor hacia las demás personas?

Esperamos que este libro sea un viaje de muchas preguntas puesto que no hay recetas; solo contamos con la posibilidad de repensarnos en una dimensión que nos conduzca de la fantasía a la realidad, a fin de vivir el amor con una gran autoestima, como adultas, como dueñas de nuestra independencia para determinar cómo amar sin quedar cautivas a consecuencia de las trampas propias y ajenas.

Sobre la metodología

Para el estudio y análisis de la afectividad es necesario recurrir a la metodología cualitativa, con la finalidad de comprender dimensiones de la realidad, entre ellas, las subjetividades. Los estudios de corte cualitativo precisan la ubicación rigurosa del contexto sociocultural y la posición de quien investiga, por lo que se recalca que el trabajo presentado se realizó desde una perspectiva género y con una metodología de investigación feminista con mujeres de alta escolaridad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

Con base en lo anterior, la investigación estuvo guiada por los ejes de análisis: amor, sexualidad y maternidad. El objetivo general se centró en analizar la construcción del Amor romántico de estas mujeres y realizar una propuesta de intervención psicosocial para la exploración y reflexión de sus relaciones amorosas. Como en muchos estudios de corte cualitativo, el objetivo fue paulatinamente vinculándose a la población con la que se realizó, con el propósito de que los resultados generaran conocimientos con una ubicación rigurosa dentro de una posición claramente determinada.

Los objetivos específicos que dieron estructura al estudio fueron los siguientes:

. 1) Identificar y analizar las concepciones actuales sobre el Amor romántico en las mujeres que participan en la investigación, mediante un grupo de reflexión, un taller y entrevistas para la formulación de relatos de vida.

. 2) A partir de las experiencias narradas, identificar el proceso de construcción de las significaciones del Amor romántico en las mujeres, y cómo estas se relacionan con su identidad de género en los ámbitos del sentido del amor, las experiencias erótico-sexuales, el proceso amoroso y la maternidad, a través del grupo de reflexión y relatos de vida.

. 3) Elaborar una propuesta de intervención psicosocial con perspectiva de género dirigida a mujeres con alta escolaridad, que coadyuve al reconocimiento de las construcciones sobre el Amor romántico y facilite las relaciones fundamentadas en la igualdad y en la no violencia.

Los primeros dos objetivos dieron lugar a los resultados y conclusiones presentadas, mientras que el tercer objetivo propuesto fue metodológico y pretendió retomar el compromiso, vinculado a estudios feministas, de trabajar con mujeres para el desmontaje de los constructos del sistema patriarcal y la preparación de nuevos contenidos y explicaciones de las realidades; en ese sentido, el proceso metodológico tuvo un triple propósito: recolectar información, analizar y reflexionar en lo individual y colectivo sobre la vida amorosa de las participantes, así como probar los instrumentos para integrar un programa de intervención, que fue una de las metas del proyecto.

Para lograr los propósitos planteados en una investigación feminista y los de esta en particular, hacía falta un procedimiento que no se limitara a la recolección de información, sino que además facilitara que las participantes contaran con entornos de análisis de sus experiencias. Por consiguiente, el enfoque metodológico fue participativo-vivencial e incluyó herramientas socioafectivas, reflexivas y de análisis, con el diseño de un esquema de tres momentos: construcción del conocimiento en un grupo pequeño, construcción social en un taller y entrevistas individuales para la realización de relatos de vida.

Aun cuando los hallazgos de esta investigación no pretenden ser representativos de la población femenina sancristobalense, se reconoce que ayudan a explicar comportamientos de mujeres con ciertas características y podrían contrastarse con otras poblaciones. Así, a partir de los supuestos de la investigación cualitativa que Ivonne Szasz y Susana Lerner (1996) señalan, la población central del presente trabajo se concreta a un grupo de siete mujeres con quienes se privilegia “la profundidad sobre la extensión numérica de los fenómenos, la comprensión en lugar de la descripción. La ubicación dentro de un contexto en vez de la representatividad estadística. Es la riqueza y densidad de los estudios lo que construye su capacidad de representar realidades culturales y subjetividades diversas” (Szasz, Ivonne y Amuchástegui, 1996: 22).

La categoría analítica generada en el proceso de la investigación y que corresponde a los objetivos planteados fue el Amor romántico. Con la perspectiva de que el amor es un sentimiento cuyos contenidos y significaciones son elaboraciones sociales en circunstancias históricamente situadas y representaciones culturales particulares, el modelo romántico expresa las representaciones y dinámicas del proceso amoroso de las mujeres. Entonces, al ser este paradigma un producto histórico y social, implica que sus contenidos pueden ser transformados y que se fundamentan en las experiencias personales.

Así, en el amor como eje de la investigación se toma como base la noción de “sentido” propuesta por Lev Vygotsky (1995) en su teoría sociocultural, en la que cognición y afectividad se encuentran imbricadas; es primordial la significación de las vivencias integradas mediante la palabra y su internalización de acuerdo a cada persona. Esto último se refiere a la incorporación de lo sociocultural a lo personal. El sentido mismo es una formulación sociocultural y personal, y el eje del amor alude a su acepción en contextos determinados; las personas lo reconocen en sus experiencias (vivencias), que al ser expresadas en palabras se construyen en específico.

Por otra parte, de acuerdo con Fina Sanz (2012), la sexualidad en sociedades patriarcales con culturas judeocristianas se encuentra reprimida y su ejercicio es sancionado con gravedad, por lo que es un eje transversal que expone la conciencia o la ignorancia de las mujeres al respecto por medio de su cuerpo en la interacción con la pareja. Por último, la maternidad en el vínculo sexoafectivo, como eje, explora la materialización del nexo amoroso de pareja a través de las hijas e hijos, con los significados de esta materialización, así como también los deseos y expectativas de las mujeres acerca de la duración del vínculo y su relación con la reproducción compartida.

Las mujeres y las sombras del amor

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