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Prólogo

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El principio de placer siempre fue para Freud un quebradero de cabeza, pese a ser la ley primaria a partir de la cual se explicaba el funcionamiento psíquico. Denominado en los inicios «principio de constancia» (tendencia a reducir a cero el nivel de carga), el principio de placer supone la necesidad del aparato psíquico de mantener su tensión en un nivel bajo. El aumento de la tensión se experimenta como displacer, mientras que su descenso (por ejemplo mediante una descarga) es vivida como placentera. De inmediato surgen las dificultades. Por una parte, Freud mismo se interroga sobre cómo establecer el criterio de un nivel «bajo». Al ser la libido una energía metafórica, que no admite la cuantificación ni la medida (por lo tanto una energía que es casi una licencia poética), resulta imposible determinar ese nivel. Por otra parte, el principio de placer debe asegurar que un mínimo de tensión se conserve, puesto que su desaparición supondría la muerte del aparato psíquico, algo así como un coma libidinal. A eso cabe añadir que en los Tres ensayos de teoría sexual, Freud advirtió que la asimilación del placer a la reducción de la tensión no es una ley que siempre se cumpla. El ejemplo que él mismo aporta en una nota es la erección fálica, una reacción somática cuya traducción subjetiva desmiente la equivalencia entre placer y bajo nivel de tensión. A partir de 1920, y con la introducción de un nuevo principio que contradice la soberanía del principio de placer, este último concepto se vuelve aún más incómodo.

A partir de una clasificación que ordena las distintas modalidades de interpretación (la que aporta sentido, la que lo desactiva, y la que conmueve el goce implicado en el síntoma), este seminario de Gerardo Arenas nos ofrece una introducción crítica a la dimensión económica (correspondiente a los avatares de las pulsiones y la libido) que junto a la dinámica y tópica constituyeron el modelo freudiano sobre el que se edificó la doctrina y el método psicoanalíticos. Arenas es un autor experimentado, que posee una cualidad no muy frecuente en nuestro medio, y que me atrevo a nombrar como valentía intelectual. Pensar por fuera de la doxa, sin forzar los límites del respeto a la comunidad que comparte esa doxa, requiere inteligencia en los dichos y elegancia en el decir. Sin duda, se trata de una posición que entraña sus riesgos, porque no todos los lectores admiten con serenidad que el discurso pueda incluir un movimiento sincopado. Pero aquellos que estén dispuestos a aventurarse por algunos senderos sugerentes, ni siquiera están obligados a compartir todos los puntos de vista del autor para beneficiarse de su manera de hablar del psicoanálisis.

Al avanzar gradualmente en su recorrido, el paisaje cambia. Si creíamos que se trataba de un libro introductorio, veremos que va adentrándose en un terreno complejo mediante una lectura propia, una lectura que interpreta alguno de los puntos más oscuros de la teoría lacaniana de los goces. Gerardo Arenas la aborda a partir de la perspectiva económica, que sin duda tiene más de poesía que de física. Su propuesta de «una economía de los goces» procura dar cuenta de las diversas modalidades de goce, así como la manera en que se combinan, se trasvasan y se distribuyen en el ser hablante. La investigación no es meramente teórica, sino que está al servicio de deducir los instrumentos interpretativos que se requieren para abordar la especificidad de cada goce. De eso, en última instancia, depende que la experiencia analítica se salde para el analizante con la conquista de una mejoría. Aunque pueda parecer asombroso, muchos psicoanalistas consideran que el beneficio terapéutico es algo superfluo. Nuestro autor, en cambio, no tiene ningún empacho en suscribir la idea de Lacan de que el psicoanálisis sirve para sentirse mejor. ¿De qué manera? Sustrayéndole el goce al síntoma, y poniéndolo al servicio de otra satisfacción, que Arenas interpreta como goce de la vida.

Siguiendo minuciosamente la forma tortuosa y perseverante con la que Lacan construye su concepto de goce, el autor nos demuestra las semejanzas y diferencias con respecto al concepto freudiano de libido. Del mismo modo que la libido freudiana está presente en todos los registros de la vida humana, el goce lacaniano también. O tal vez deberíamos decir —conforme a lo que este libro nos indica— los goces recubren, se intersectan, se oponen y se suplementan como resultado del choque traumático entre cuerpo y lengua. En este sentido, recordemos que el propio Freud aventuró en su ensayo El yo y el ello la hipótesis de que la libido podría ser originariamente una energía neutra, capaz de adoptar diversas modalidades entre las cuales lo sexual sería una de ellas. Mediante el trazado de un arco preciso, hacia el final de su seminario Arenas vuelve a la interpretación, y propone una distinción clave para el manejo de la cura analítica: la interpretación que apunta a la significación gozosa del fantasma, y la interpretación que busca conmover el goce del síntoma. Prueba del delicado esfuerzo por articular la teoría freudiana y la enseñanza de Lacan, es el hecho de que la reflexión final del libro desemboque en la expresión «metapsicología de los goces», que sustituye la inicial «economía de los goces» y que reúne dos significantes amo, uno de Freud, el otro de Lacan. Convengamos, entonces, que este libro podría también haberse titulado así: «Metapsicología de los goces». Tras un preámbulo que puede parecer introductorio, estas breves pero condensadas páginas ordenan una multiplicidad de problemas que atañen a la doctrina y la práctica analíticas. Ese ordenamiento no pretende resolver las dificultades teóricas y clínicas, sino que se nos ofrece como un modo de estimular un trabajo que el lector puede proseguir, si lo desea.

Gustavo Dessal

Madrid, septiembre 2020

Una vía práctica para sentirse mejor

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