Читать книгу Por el placer de contar - Gladis Barchilon - Страница 8
ОглавлениеAlteración temporal
Alex acostumbraba a trabajar en su computadora hasta altas horas de la noche. Estaba a punto de terminar su labor, cuando oyó golpes que parecían provenir de un antiguo aparador. Lo revisó sin encontrar nada fuera de lo habitual. Prefirió olvidar el asunto.
Cuando estaba apagando el equipo los golpes se repitieron, esta vez acompañados de una voz apagada que exclamaba: “¡Vicenta, por favor, ven aquí! ¡Vicenta, te necesito!”
El llamado procedía de la parte trasera del aparador. Allí había sólo una pared. Le pareció extraño.
¿Lo imaginaba o estaba sucediendo?
Los golpes y gritos se repitieron, una y otra vez. Alex, inquieto, decidió mover el mueble para tratar de dilucidar el misterio, pero allí solo encontró un muro común y corriente. Era impensable que desde ese lugar proviniese voz alguna. Golpeó sobre él con los nudillos, ¡sonaba a hueco! No lo había notado antes porque estaba cubierto por el aparador.
El silencio había vuelto, pero intrigado por lo ocurrido revisó la pared detenidamente y halló algo insospechado en la parte inferior, un pequeño picaporte metálico.
Alex se agachó, probó jalarlo, tironeó con fuerza, una…dos… tres veces. En el cuarto intento, sorpresivamente, su cuerpo se deslizó hacia adentro. Era un tabique móvil. Quedó inmerso en un espacio oscuro.
Tropezó con algo metálico. No podía ver qué era, pero al tacto parecía la cabecera de una cama.
Retrocedió, preso del pánico. Especuló con cerrar el tabique y olvidar el asunto, pero al instante cambió de parecer. Era preciso saber si su casa escondía un secreto. Fue a la cocina, revolvió los cajones y encontró una vela con la que regresó a la zona del hallazgo.
El hueco hedía a encierro. Era un minúsculo habitáculo. No supo lo que había en su interior hasta que sus pupilas se acostumbraron a la penumbra.
Lo que vio lo dejó sin palabras. Sobre una pequeña cama de bronce se encontraba una muchacha dormida, acurrucada entre mantas y edredones.
Dudó si era realidad o alucinación. Acercó la llama a la cara de la aparecida y la examinó con detenimiento. Respiraba. ¿Era ella la que había gritado? ¿Cuánto tiempo llevaba esa joven en aquel lugar? ¿Qué posibilidad cabía de que una persona sobreviviera encerrada en ese pequeño espacio? ¿Cómo se explicaba que él nunca hubiera advertido la existencia de una habitación oculta en su propia casa? Esas y otras preguntas se agolpaban en su cabeza.
Recordó la historia de la Bella durmiente del bosque. Pero esto era real, no un cuento de hadas.
Comenzó a rebobinar. Aquella casona de San Telmo había pertenecido a su abuela. Él la habitaba desde que regresó de España, cinco años atrás. Nada había llamado su atención hasta ese momento. Era difícil entender que algo tan extraño estuviera sucediendo sin que él hubiera tenido el menor indicio.
Alex miró el cuarto. Además del lecho donde dormía la muchacha, había una mesita cubierta por un mármol sobre el que reposaba una jarra de cerámica con su palangana estampada con flores verdes. En otro rincón, encontró un escritorio con un viejo tintero, una pluma y un puñado de papeles amarillentos desparramados sobre su superficie. Introdujo los papeles en su bolsillo, pensando que tal vez podrían serles útiles para aclarar la situación.
Más allá, un perchero del que pendían algunas prendas de mujer, sedosas unas, aterciopeladas otras. Sobre las paredes, dos óleos: un paisaje campestre, y un retrato de mujer con sombrero.
De repente notó movimiento en la cama. ¿Qué estaba sucediendo?
Aproximó la vela al rostro de la joven y descubrió un par de ojos que lo miraban espantados.
¡Había despertado!
Luego de unos instantes de mutua observación, ella rompió el silencio.
-¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi habitación?... ¿Dónde está mi aya? -Sin esperar respuesta, prorrumpió en un angustioso llamado- ¡Vicenta por favor, ven aquí negrita mía!
-Tranquila, señorita, no se altere. Aquí no hay ninguna Vicenta.
-¿Pero… quién es usted? ¿Cómo entró a mi dormitorio? ¡Y… qué forma irreverente de vestir tiene!
Alex miró su conjunto de remera y bermuda, sin atinar a responder.
-Por si no se da cuenta, soy una dama. ¿Qué hizo con mi criada?
-No sé de quién me está hablando -refutó él.
-Sepa usted que mi fallecido padre era amigo personal del presidente Sarmiento -amenazó ella-, él me estima mucho a mí. Tendrá que darle explicaciones a Su Excelencia en persona, señor…
Alex enmudeció.
“¿Qué dijo ella de Sarmiento? No, no podía ser. Esta joven seguramente deliraba, o… tal vez…. ¡No!, no quería dejarse llevar por ninguna conjetura descabellada.”
-¡Agua! -pidió ella- ¡Por favor, quiero agua!
-Sí, ahora mismo se la traigo -respondió Alex.
Rápidamente, se encaminó hacia la heladera en búsqueda de una jarra con agua fría.
-Sírvase -dijo, mientras le acercaba un vaso.
Ella bebió con avidez, pidió otro vaso y luego un tercero.
-¡Qué fresca está! Gracias por la atención.
-Soy Alex García, ¿cuál es su nombre?
-Victoria Quintana Campos, la dueña de casa.
-¿La dueña de casa dice…?
-¡Sí la dueña de esta casa! Y por favor retírese, quiero levantarme -ordenó de forma imperativa.
Alex obedeció el pedido con cierto alivio. Necesitaba distenderse para asimilar lo que estaba sucediendo.
Acomodado en un sofá, buscó en sus bolsillos los papeles que había guardado momentos antes. Comenzó a hojearlos con la esperanza de encontrar en ellos alguna respuesta.
Eran recetas de cocina. Instrucciones para elaborar distintas comidas: locro, tamales, dulce de leche y ambrosía. Encontró, también, un recibo por la compra de una pieza de tela e hilos de bordar. Todo escrito en papeles que se habían tornado amarillentos por el paso del tiempo. De repente, se topó con un sobre lacrado. Dudó si hacerlo, pero al final lo abrió con cautela. Había una carta. Ansioso, bajó la vista hacia la firma. La letra era clara: Vicenta Ahumada.
“¡Vicenta! Ése era el nombre por el que había clamado la joven.”
Intrigado, comenzó a leer.
“Buenos Aires, 18 de junio de 1900
A quien encuentre esta carta:
Yo, Vicenta Ahumada, criada al servicio de la familia Quintana Campos, dejo constancia en plena posesión de mis facultades, que he velado, secretamente, el sueño de la srta. Victoria Quintana Campos, durante 30 años. Envejecí cumpliendo con mi deber.
Pero la niña Victoria no despierta. Siento que las fuerzas me abandonan. No me queda demasiado tiempo.
Por ello, a partir de hoy, clausuraré esta habitación para resguardarla de cualquier intromisión que pudiera perturbar su sueño.
(Abajo una firma y su aclaración)
Vicenta Ahumada”
Alex se quedó perplejo con lo que acababa de leer. Nunca hubiera imaginado algo así. Y le ocurría precisamente a él, que descreía de todo lo que no fuera puramente científico.
Sin embargo, corroboró que lo que estaba viviendo era real, porque en ese mismo instante escuchó gritos desesperados.
-¡Vicenta! ¿Qué estás haciendo?… ¿Por qué no vienes?
Se levantó sobresaltado tratando de decidir sus próximos pasos ¿Sería oportuno hablar con la muchacha para aclarar la situación?
Tras algunas vacilaciones, decidió que eso era lo más razonable. Se acercó al cuarto, sin entrar, y exclamó en voz alta:
-Victoria, hay algo que quiero explicarle. Vicenta no está aquí; yo soy un amigo y deseo ayudarla, tengo algo muy importante que decirle. ¿Me permite pasar a su habitación?
-Eso es una situación muy inconveniente para una dama, pero ya que no aparece Vicenta, pase usted.
Alex entró en el cuarto penumbroso, donde todavía ardía la vela que había colocado.
Encontró a la mujer de pie, apoyada insegura sobre la cabecera de la cama. Se la veía pálida y ojerosa, estaba cubierta con una bata larga; el cabello negro, suelto y enmarañado.
-Necesito a mi criada, me siento débil, no sé qué me ocurre. Quisiera que ella acicale mi cabello; aunque dada las circunstancias tendré que presentarme en este estado indecoroso.
Alex sintió compasión; le resultaba difícil explicarle lo que estaba sucediendo, por lo que abandonó, aunque solo por el momento, su propósito de enfrentarla con la realidad.
-No se preocupe, Victoria. Tome mi brazo y vayamos por una taza de té.
Ella aceptó el ofrecimiento y comenzaron a caminar lentamente.
“Aunque su apariencia es muy desaliñada, este joven actúa como un caballero. ¿Quién es? Dejando de lado su rara manera de vestir y su extravagante peinado, tiene un aire aristocrático. Su rostro me resulta familiar”, se decía la muchacha a sí misma.
El impacto de la luminosidad produjo en Victoria el rápido reflejo de cerrar los párpados con fuerza.
-¡Ay! ¡Qué brillo tan fuerte! Me duelen los ojos.
Alex se apresuró a apagar las luces dicroicas y solo dejó un pequeño aplique encendido.
-Así estoy mejor -expresó la muchacha, mientras él la guiaba con delicadeza hasta hacerla sentar frente a una reluciente mesa blanca.
Desde ese lugar la joven podía observar la cocina completa. Estaba desconcertada con lo que veía, pero optó por no comentar nada.
Alex preparó dos tazas de té y tomó un sorbo para animarla a seguir su ejemplo. La muchacha hizo lo mismo, y después de un rato comenzó a sentirse reconfortada.
-Hábleme de usted -pidió la joven -¿Cómo dijo que se llama?
-Alejo, pero me dicen Alex.
-¿Y cuál es su apellido?
-García -dijo él-, como los de la guía.
Enseguida se dio cuenta de que esa broma que hacía de forma maquinal era totalmente inoportuna. Desvió la
conversación.
-Le convidaré galletitas -dijo mientras sacaba algunas de un frasco y las colocaba sobre la mesa.
-Ga-lle-ti-tas -exclamó ella remarcando cada sílaba, a la vez que probaba una.
Por primera vez sonrió con agrado mientras la deglutía con cierta dificultad.
-Quiero un poco más de té, por favor.
-Con gusto -respondió Alex y le sirvió otra taza.
Victoria comenzaba a sentir un calorcito interno a la par que los colores iban apareciendo en sus mejillas.
Ya se encontraba más cómoda en presencia de ese extraño, aunque todavía no entendía qué hacía él en su casa.
“Tal vez era alguien que contrató Vicenta como ayudante”, pensó. “Pero… ¿Por qué se comportaba como si él fuera el anfitrión?”
Miró a su alrededor, no sabía qué estaba sucediendo, se sentía perturbada. Notaba muchos cambios.
Aunque los ventanales que daban al patio y las puertas de roble le eran familiares, había otras cosas que no reconocía ni podía comprender.
Una de ellas era un aparato con dos puertas que tenía iluminación propia. De allí Alex había extraído una caja blanca con dibujos verdes para ofrecerle leche. Ella, por supuesto, no había aceptado, porque le resultaba poco confiable. Su familia acostumbraba a consumirla exclusivamente recién ordeñada al pie de la vaca.
Desde la cocina, observó la sala. Vio un rectángulo negro con colores brillosos que titilaba permanentemente.
- ¿Qué es eso? -le preguntó a Alex.
-Se llama computadora.
-¿Para qué sirve?
-En ella cabe casi todo el saber del mundo.
-¿En algo tan pequeño?
-Sí, en algo tan pequeño -respondió él.
Victoria estaba cada vez más confundida.
-Por favor, explíqueme qué hace usted aquí y por qué hay tantos cambios.
-Bueno, Victoria... creo que tiene derecho a saberlo. Yo también vivo aquí.
-¿En calidad de qué?
-De propietario.
-¿Qué dice? ¡Insensato!; la dueña soy yo.
Alex se arrepintió de sus inoportunas palabras. No quería contrariarla ya que al fin parecía relajada, enseguida agregó:
-Fue una broma. Por supuesto, Victoria, usted es la dueña de esta casa.
En realidad, eso era verdad. Ella era la titular más de un siglo antes que él.
La joven esbozó una sonrisa de satisfacción y abandonó su pregunta inicial.
-Quisiera bañarme.
-Le advierto que hay ciertas reformas en el cuarto de baño -respondió Alex.
-Bueno, eso no viene al caso, pues el baño lo tomaré, como de costumbre, en mi dormitorio. Pero... a propósito, ¿en qué momento se hicieron esas reformas?
-¿Sabe una cosa, Victoria?, usted durmió largo tiempo.
-¿Largo tiempo? ¿Cuánto…?
-No sé decirle.
-Tal vez tenga razón, porque me desperté muy embotada.
-¿Recuerda algún detalle? -inquirió Alex.
-Ahora que lo pienso, deben haber sido aquellas semillas que el sobrino de Vicenta trajo del Perú -dijo ella en tono dubitativo.
-¿Y qué semillas eran?
-Aquí tengo algunas -exclamó, al mismo tiempo que señalaba una pequeña bolsita de tela marrón que pendía de su cuello-. El joven que me las entregó me aseguró que el poder de esas semillas era un secreto muy bien guardado por los indios del Amazonas, las llamó “las semillas del devenir”.
-¿Y usted las probó?
-Sí, lo hice, no entendía bien qué significaba la palabra “devenir” y se me despertó la curiosidad por poder experimentar el efecto que me causarían. Después de unos minutos, sentí un gran cansancio; Vicenta me acompañó a la cama. Me dormí de inmediato. Lo demás, ya lo sabe. Cuando desperté, estaba usted.
»Perdone la insistencia, pero quiero bañarme. Aunque, si no está Vicenta no sé quién va a prepararme la tina con agua caliente…
-Yo la ayudaré. Por favor, acompáñeme, pero esta vez será en el cuarto de baño.
Y tomándola del brazo la condujo hacia la parte trasera de la casa.
Victoria quedó impresionada al entrar. No esperaba semejante transformación. El joven oprimió un botón y ella se encandiló con la iluminación. Le resultó notoriamente diferente que la habitual a gas.
En ese sitio había una serie de artefactos que ella no reconocía. Alex fue explicándole su uso. Frente a la bañera corrió una mampara y abrió la canilla.
-Ya no usamos tinas ni fuentones. El agua sale de aquí arriba, como si fuera una lluvia caliente. Usted podrá bañarse sola sin el auxilio de nadie. Esto se llama ducha. La dejaré funcionando.
Alex abrió el grifo y le explicó cómo cerrarlo al finalizar. Antes de retirarse, le preguntó si precisaba algo más. Ella movió la cabeza negativamente.
Victoria quedó largo rato mirando caer el agua a través del vapor. Experimentaba un fuerte temor, siempre se había bañado en su habitación, inmersa en una tina de hojalata que su criada iba llenando con agua caliente. Lo que tenía frente a sí era muy distinto. A pesar de que se sentía insegura, decidió ingresar en el cubículo, necesitaba sentir el contacto del agua sobre su cuerpo. Se desvistió parcialmente, sin despojarse de la enagua de algodón. Con cierta torpeza, se ubicó bajo la ducha.
¡Qué reconfortante sensación experimentó mientras enjabonaba su cuerpo! ¡Cuánto disfrutaba al lavar sus cabellos con los productos que Alex le había suministrado! ¡Qué efecto masajeador el del agua caliente deslizándose por su espalda! ¡Qué abundante y perfumada la espuma! No entendía nada de lo que le estaba sucediendo, pero en ese momento se sentía muy cómoda bajo la ‘ducha’, un término nuevo, que a partir de ese momento comenzaba a incorporar a su lenguaje.
Largo rato estuvo disfrutando del tibio golpeteo que producía el agua tibia al deslizarse sobre la piel y que nunca antes había experimentado. Cuando se sintió completamente renovada, decidió salir. Se secó con el toallón que Alex le había preparado, se colocó nuevamente la bata y se encaminó hacia el dormitorio. En el trayecto descubrió que él dormía plácidamente sobre el sofá.
Complacida, observó que en la pared todavía colgaba su última adquisición, un reloj de carrillón importado de Francia. Marcaba las tres y veinte.
Se introdujo en la cama, y después de cubrirse con una manta, se quedó dormida.
Cuando despertó, pensó que tal vez su vida había vuelto a la normalidad. Pero al salir de la habitación comprobó que lo sucedido el día anterior había sido real. Los cambios que se habían producido en su casa permanecían inalterables.
Alex ya no estaba durmiendo en el sofá.
El sol atravesaba los vidrios de los ventanales. Fue hacia la cocina. En la mesa encontró una esquela:
“Victoria:
Fui a trabajar, volveré a las dos de la tarde. Cerré con llave la puerta principal. En la calle hay muchos peligros. A mi regreso le explicaré. Le dejo pan, queso, frutas y verduras para que se sirva a gusto. Aguárdeme tranquila.
Su amigo
Alex”
Se sintió agradecida. Comió con apetito. Cuando terminó de almorzar, decidió que debía inspeccionar la casa. Quería saber qué estaba sucediendo, de qué se trataban todas esas transformaciones que habían alterado su vida. Necesitaba entender por qué se habían producido, y encontrar algún indicio sobre el paradero de Vicenta.
Afortunadamente, el cristalero de roble, que perteneciera a su madre, permanecía intacto.
La cocina le pareció muy extraña. No existían rastros de leña ni de carbón. Lucía impecable. De ella colgaba un mueble con tres puertas. Comenzó a inspeccionar el interior y encontró varias bolsas, cajas y frascos confeccionados en materiales desconocidos. Se detuvo en las etiquetas. En una, decía fideos; en otras, salsa de tomate, arroz, galletitas, no galletas, como las llamaban habitualmente. Algunas eran latas de anchoas, frascos de mermeladas y muchos otros productos desconocidos para ella.
Se acercó al artefacto blanco con luz del que el día anterior sacara la leche. (o había sacado). El compartimiento inferior estaba repleto de alimentos fríos. Los que tenían etiquetas rojas eran botellas con bebidas oscuras, las movió y formaron burbujas. Descubrió que había manteca, idéntica a la que solían elaborar habitualmente, pero envuelta en un papel plateado. En distintos sectores encontró carne, frutas, huevos y verduras. Curiosamente, halló un frasco con un producto amarillo en el que se leía la palabra mayonesa. La abrió y la probó con el dedo. Era sabrosa, aunque no tanto como la que solía elaborar Victoria batiendo vigorosamente los huevos con el aceite.
Cuando abrió la puerta superior, le golpeó la cara un inesperado golpe de frío. Había hielo adentro, similar a la escarcha que se forma en la vereda durante el invierno. Encontró apiladas muchas bolsas de alimentos con sus respectivas ilustraciones: arvejas, espinacas, y hasta una caja que contenía empanadas. De repente, vio un pollo sin sus plumas; estaba envuelto en una especie de papel cristal. Para mirarlo con más detenimiento, lo tomó entre sus manos. Era duro como una piedra y tan frío que lo devolvió a su lugar de inmediato.
Victoria no entendía lo que estaba sucediendo. ¡Su vida había dado un vuelco tan grande! En cuanto llegara Alex, le exigiría explicaciones.
Se sentía muy sola en medio de su propia casa, a la que poco reconocía. Recordó la tragedia vivida por sus padres en aquel viaje a Europa del cual no regresaron, y su congoja cuando un representante del gobierno francés le comunicó la noticia del fallecimiento de ambos en un terrible accidente.
Agradecía la fidelidad de Vicenta, quien la cuidó con desvelo, porque sin su presencia ignoraba cuál hubiese sido su destino.
Y ahora tampoco estaba ella. Su hogar ya no era su hogar. Su vida ya no era su vida. De la noche a la mañana todo había cambiado.
En un reconocimiento que hizo por las habitaciones, Victoria encontró un periódico y se instaló sobre un sofá que no existía antes, decidida a leerlo. Era muy extraño, nunca había escuchado ese nombre. En la portada decía: “CLARÍN”.
Muy sorprendida, vio que la página principal estaba ilustrada en colores, cosa inédita en un periódico. Leyó una noticia: “Misión Mundial. A puro corazón Argentina pasó a cuartos de final al vencer 1 a 0 a Suiza”. No entendía nada. En un recuadro grande se veía a un joven con el cabello muy corto, dibujos en uno de los brazos, la boca bien abierta (como si estuviera gritando) y las manos unidas formando con los dedos un corazón. Su nombre Di María. Seguía sin comprender una palabra acerca de lo que informaba esa noticia, hasta que reparó en el encabezamiento de la página.
“Buenos Aires miércoles 2 de julio de 2014.”
¿Qué significaba eso?
Mil ideas pasaron por su mente. Pensó que estaba soñando. Pensó que era una broma de mal gusto para perturbarla. Pensó en un error de imprenta. Pensó en todo eso y mucho más, pero también pensó en que la sucesión de hechos que venían desencadenándose en las últimas veinticuatro horas apuntaban a una alteración temporal.
Recordó las palabras de Alex acerca de que ella había dormido por un largo período. ¿Pero… cuán prolongado fue ese lapso? Cuando se lo dijo, creyó que había sido de uno o dos días. Pero, ante este cúmulo de pruebas, y según la fecha del periódico, le resultó fácil llegar a la conclusión de que había dormido durante ciento cuarenta y cuatro años.
Su buen juicio le decía que era imposible aceptar algo tan fuera de toda lógica. Sin embargo, los indicios resultaban más que claros. Había muchas cosas que no correspondían a su época. ¡Absolutamente incomprensibles!
En ese momento giró el picaporte e hizo su aparición Alex.
Victoria no esperó un segundo.
-Lo sé todo -le dijo a punto de llorar.
-¿Qué es lo que sabe, Victoria?
-Que estamos en el año dos mil catorce.
A Alex le resultaba difícil admitir ante ella que algo tan fuera de lo común le estuviese sucediendo. Ella era una especie de viajera en el tiempo.
-Bueno, tranquilícese, ya lo vamos a analizar. Lo que usted dice es verdad. No se lo voy a negar. Yo tampoco puedo comprender lo sucedido. Las razones sobre cómo y por qué se produjo esta situación no podemos encararlas ahora. Las dejaremos para más adelante. Pero lo que sí debemos acordar es la actitud con que usted y yo hemos de asumir esta nueva realidad.
-¿Y cómo lo haremos? -dijo ella casi sollozando.
-Hay una carta de Vicenta que yo no le quise mostrar hasta que estuviera preparada para conocer tan extraña situación. Ya es momento de hacerlo; puede aclararle muchas dudas.
Y diciendo esto, le acercó el papel. Ella se lo arrebató con ansiedad.
Cuando terminó de leer el contenido, dijo:
-¡Muerta, ella también está muerta como todos los demás! -Y agachó la cabeza, desolada.
Alex cedió al impulso de abrazarla con afecto.
-Yo la protegeré, Victoria, confíe en mí. En adelante seré como un hermano para usted.
A partir de ese instante se precipitaron en su vida una vorágine de nuevas experiencias.
Todo era distinto: la comida, la ropa, el transporte, las comunicaciones, la medicina, el lenguaje, la música y mucho más.
Desde el primer momento, Alex la hizo incursionar en el mundo de la televisión. Al encenderla por primera vez, apareció la imagen de una bailarina contorsionándose al ritmo de salsa. Victoria se aproximó al aparato para examinarlo, sin llegar a entender cómo la mujer chiquita podía introducirse en su interior.
Alex no quería cohibirla e hizo un esfuerzo por no reír ante sus ingenuos comentarios. Con mucha paciencia le fue dando las explicaciones del caso.
Con el paso de los días, ella entendió de qué se trataba el fenómeno y se hizo aficionada. Todo le interesaba: noticias, entretenimiento, moda, deportes y cine. Veía una película tras otra, aunque algunas cosas no lograba procesarlas. Los códigos de la vida actual le resultaban muy diferentes a los de su época. Pero, progresivamente, fue advirtiendo que, pese a que los cambios eran enormes, la gente siempre se conducía de forma similar, con debilidades y grandezas. Ella solo debía comenzar a adaptarse a las distintas situaciones, modos y modas vigentes en el mundo contemporáneo.
Antes de llevarla por primera vez fuera del ámbito de la casa, donde vivía como en una burbuja, Alex le trajo un conjunto de ropa moderna. Fueron muchos los esquemas mentales que debió vencer Victoria para despojarse de enaguas y corsés, y adaptarse a la sugestiva ropa de moda.
Cuando se colocó un conjunto deportivo azul y zapatillas blancas acordonadas, se miró en el espejo sin reconocerse. Era insólito que una dama usara pantalones y aquellos extraños zapatones de tela. Ahora sí se asemejaba a una de las mujeres que había visto en los programas de televisión. Se paseó por la casa, mirándose en el espejo, por delante y por detrás. Alex le dispensó una sonrisa de aprobación y fue sintiéndose segura de sí misma. Poco a poco comenzó a disfrutar de su nueva vestimenta.
-¡Me encanta tu nuevo look! -le disparó Alex.
-¿Mi nuevo qué?
-Look. En inglés significa tu nueva apariencia. Después nos ocuparemos de tu cabello, por ahora, puedes seguir usando el rodete, no te preocupes.
Después de un tiempo, Alex consideró que estaba lista para salir a la calle.
Introducida en el flujo del Microcentro porteño, se asombró de la enorme cantidad de gente que transitaba en todas direcciones, eran tantas que por poco se chocaban entre sí.
Los ‘automóviles’ -enseguida acuñó el término- no estaban tirados por caballos. Se movían con la fuerza de un mecanismo llamado ‘motor’, que solo hacía ruido cuando los vehículos se desplazaban a gran velocidad. Se le antojaba imposible que hubiera cientos de ‘colectivos’ en las calles y transportaran a treinta o más personas en simultáneo.
El subterráneo y sus puertas que se abrían y cerraban solas constituía también para ella una curiosidad. Las escaleras mecánicas y los ascensores la entusiasmaban, y más que nada los aviones, esos pájaros gigantes que surcaban el cielo continuamente. Supo maravillada que, en tan solo doce horas, podían cruzar el océano Atlántico y llegar a Europa transportando a cientos de personas. Era abismal la diferencia con los barcos de vapor a los que le insumía casi un largo mes realizar la misma travesía.
Alex tenía mucha paciencia para explicarle en detalle cómo se vivía en el complicadísimo mundo actual. Tomó vacaciones en su trabajo, y durante ese tiempo, no se despegó de Victoria ni por un instante. Se sentía responsable de su persona.
Para Victoria, Alex representaba el único eslabón con este nuevo mundo. Ella era casi un apéndice suyo. Sentía que había venido de otro planeta a un lugar en cual le era difícil moverse. Él era su nexo.
En la calle no pasaba desapercibida. La piropeaban abiertamente con extrañas frases de dudoso buen gusto, cuyo significado no alcanzaba a entender del todo. ¡No podía creer que el mundo se hubiera transformado tanto!
Las costumbres eran completamente distintas. Las relaciones entre hombres y mujeres se manejaban abiertamente.
Ellas se paseaban en pantalones y faldas cortas, mostraban los pechos, los brazos, las piernas y los pies, sin pudor. Los hombres también vestían sin recato alguno, inclusive con pantalones cortos y sandalias.
Le resultaba extraño que se exhibieran con el pelo suelto, en muchos casos de diversos colores: rubios claros sobre castaños y raíces oscuras, u otras combinaciones más exóticas aún, todo en una misma cabeza. Se enteró de que esto se lograba con productos especiales que se denominaban ‘tinturas’. También lucían gran variedad de peinados largos y cortos. El cuidado del cabello en general ya no se realizaba exclusivamente en las casas, sino también en negocios llamados peluquerías. ¡Algunas de ellas atendidas por peinadores varones!
Vio a muchas personas caminando y hablando a través de unos artefactos llamados teléfonos celulares, cuya finalidad era la comunicación inmediata entre la gente, sin importar dónde ni a qué distancia estuvieran. A veces aparentaban hablar solos, aunque en realidad estaban conectados a unos pequeños adminículos llamados “auriculares”, por los que el sonido entraba directamente al oído, y de una manera inexplicable, respondían en voz alta a través de un fino cable. Otros escribían mensajes sobre las pantallas y hasta se enviaban fotos, o imágenes móviles. Así incorporó la palabra ‘video’.
La computadora y el internet la maravillaron. Le llevó un tiempo aprender a usarla, pero, finalmente, consiguió navegar por la web. De ese modo podía despejar cualquier duda que se le presentara y satisfacer su curiosidad en variados temas.
Si bien en su tiempo existían algunos establecimientos como el Café del Rey o el Tortoni, en el presente abundaban. Con el correr de los días acuñaba nuevos términos: ‘cervecería’, ‘parrilla’, ‘pizzería’, lugares que, por cierto, estaban siempre atestados de clientes. Alex y ella se hicieron asiduos concurrentes a un restaurante con ‘aire acondicionado’, cosa que a Victoria le encantaba.
Durante una cena en aquel lugar, hablaron de temas relacionados con la anterior vida de ella.
-¿Cuáles son las cosas que más extrañas? -le preguntó Alex.
-Son muchas. Sería largo enumerarlas.
-¿Cuáles, por ejemplo?
-Principalmente, echo de menos a todas las personas que conocí. Daría todo lo que tengo por ver a mis amigos, a los criados, al resto de la querida gente que me rodeaba, y… ¿Por qué no decirlo?, había comenzado a nacer una simpatía entre un joven y yo. Lo recuerdo con cariño, y a veces, con pena.
-¿Cómo se llamaba? -preguntó Alex con curiosidad.
-Su nombre era Leandro Nicéforo. Un luchador por la democracia.
-Lo lamento -dijo Alex-, debes sentirlo como una gran pérdida.
-Lo es, como todo lo demás. Pero no sirve de nada lamentarlo. También añoro mi casa tal cual era; aunque esta que ocupamos se levante en el mismo sitio, es distinta, ya no la siento mi hogar. Tampoco me acostumbro al exterior; pese a vivir en la calle de siempre, ha sufrido una gran mutación. Ruidos, gente, automóviles, colectivos, negocios, turistas y las llamadas tiendas de antigüedades que exhiben los objetos de mi época, ofrecidos como reliquias. Todo esto me produce desconcierto y dolor.
-Bueno, pero no puedes negar que ahora existe más confort -argumentó Alex.
-Es cierto que no es todo negativo; en la actualidad hay muchas cosas extraordinarias, aunque me cueste bastante entenderlas y manejarlas. Como sabes, a pesar de mis logros, me falta mucho para llegar a ser una mujer de este tiempo. No sé si podré conseguirlo algún día.
»Me gustaba la lentitud con que vivíamos. Los días largos y plácidos. El trato amable con la gente, siempre se respetaban las jerarquías sociales. Cada cual sabía el lugar que ocupaba y lo acataba sin cuestionamientos.
A Alex le interesaba mucho conocer esos detalles directamente de una de sus protagonistas.
-Los carruajes de aquel entonces tenían su parte humana, el trato con los cocheros, la calidez de los asientos tapizados en seda. El uso de los caballos, seres vivos, amigos del hombre, que también en estos tiempos ha desaparecido de las ciudades.
En una de sus largas charlas decidieron, de común acuerdo, comenzar a investigar el árbol genealógico del él, y la descendencia de Victoria. Mediante algunas cartas y fotos lograron remontarse con fidelidad hasta llegar a tres generaciones precedentes a Alex.
Apelando a otros recursos: documentos, consultas en el registro civil, actas de bautismo, diarios antiguos e internet, se remontaron por las ramas ascendentes hasta la mismísima Victoria. Averiguaron que en su tiempo se la dio por desaparecida. Fue un hecho trascendente que la prensa reflejó. No había dejado ningún rastro. Llegaron hasta a inventar una muerte siniestra, un rapto amoroso y otras barbaridades.
Supieron que Victoria era sobrina de la tatarabuela de Alex. Llevaban la misma sangre. Entonces ella entendió por qué veía en él rasgos familiares. El cariño que los unía se vio reforzado por lazos más profundos.
A medida que transcurrían los meses, Victoria se fue integrando a este mundo y a esta época. Había muchas cosas que le interesaban: la historia, el arte, la ciencia, la tecnología. Leía con fruición adquiriendo nuevos conocimientos cada día.
Decidió dedicarse al revisionismo histórico. Siempre le había interesado esa disciplina, y en su tiempo se había contactado con algunas personas que conocían a fondo los temas relacionados con la historia argentina. Existían hechos contemporáneos a su tiempo de los que ella había sido testigo, y que en los manuales de historia se contaban tergiversados. Escribió un libro al respecto y pronto se la conoció como una autoridad en esos temas. Dentro de las investigaciones históricas que realizaba logró interiorizarse de la vida de Leandro Nicéforo, aquel muchacho con el que había iniciado una relación. Se enteró que llegó a ser un importante estadista, diputado y fundador de un partido fundamental en la vida política argentina. Su final fue un trágico suicidio.
Conmovida se acercó al cementerio de la Recoleta para visitar su sepulcro y ofrendarle un ramo de flores.
¡Habían sucedido tantas cosas mientras ella dormía!
Así continuó la vida de esta joven de quien nadie sospechaba, que nacida en el siglo diecinueve estaba transitando el veintiuno. Cuando terminó la primera etapa de su historia, su reloj biológico indicaba que tenía veintidós años, todo el vigor de la juventud y muchos proyectos. En esa nueva etapa no sabía cuántos años tenía.