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los crisoles de mi maternidad

mayra patricia ayón suárez

Me embaracé cuando estaba estudiando la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara, cursaba el cuarto año y faltaba uno más para concluir. En ese entonces ya vivía en unión libre con mi pareja, ambos trabajábamos y estudiábamos pues era una necesidad mantener nuestros gastos en común a la par de nuestros estudios.

La primera experiencia bochornosa que viví por estar embarazada fue con mi entonces jefa. Como estudiante había obtenido una beca por mantener buen promedio y a cambio prestaba un servicio en la Biblioteca del CUCSH de 15 horas semanales. Recuerdo que estuve dándole vueltas al asunto durante varios meses porque no sabía cómo iba a reaccionar ella cuando se lo dijera, porque siempre me decía que había que prepararnos, estar listos para cursar un posgrado, no quedarse sólo con la licenciatura. Me invitaba a creer en mis capacidades y a confiar en que podía viajar a donde yo me lo propusiera, aprovechar las becas que ofrecía la Universidad para hacer intercambios académicos; en fin, me pintaba un panorama que para mí era complicado imaginar porque no contaba con los medios económicos para verlo como una realidad tangible, porque sabía que había una clara diferencia entre el nivel económico que ella tenía y el mío como miembro de una familia de clase media. Cuando por fin me atreví a decirle de mi embarazo empezaba a notárseme, por lo que era necesario hablarlo para acordar que ya no podría hacer ciertas actividades para cuidarme (sacar copias, cargar libros), de modo que me armé de valor y le dije: “Licenciada, quiero comentar con usted un asunto personal: estoy embarazada”. Nunca olvidaré su reacción. Dejó lo que estaba haciendo, me miró fijamente y me dijo: “Mayra, ¿qué no sabías que hay métodos para evitarlo, para cuidarse? ¿Cómo es posible que te embarazaras en este momento, a punto de concluir tu carrera?” Sentí vergüenza por decírselo y por estarlo, porque de alguna manera las expectativas que ella había hecho de mí se derrumbaron en ese momento, pero al mismo tiempo pensaba en la gran diferencia que había sido cuando se los dije a mis papás, quienes habían reaccionado mucho mejor que ella, porque ellos se habían puesto felices por la noticia, porque venía en camino su primera nieta.

Conforme transcurrió mi embarazo fui padeciendo el ser becaria y estudiante a la vez, pues el sueño que me daba era más fuerte que yo. Por la mañana trabajaba y por la tarde estudiaba. Llegaba a casa extenuada a hacer tareas, a leer y a hacer la comida para el siguiente día. Muchos de mis profesores, cuando se dieron cuenta de mi embarazo, me felicitaron, pero otros ni siquiera me permitían acercarme a entregar tareas, tenía que sentarme en un lugar en donde no fuera visible a simple vista, detrás de mis compañeros porque parecía que mi barriga les incomodaba. En cambio, mis compañeros me apoyaron desde ese entonces: estaban al pendiente de mí, de si comía o no, si necesitaba algo para estar más cómoda en clases. Estar embarazada nunca implicó en mi trabajo concesión alguna, cumplía con mis horas de servicio para recibir a cambio mi beca, daba lo que se me pedía para recibir lo que necesitaba.

Afortunadamente y sin haberlo planeado, mi hija nació durante el receso laboral de verano por lo que no tuve que pedir permiso para faltar al trabajo. A esas alturas, mi jefa ya se había hecho a la idea de que necesitaría descansar unos días después de mi parto, por lo que me dio el tiempo necesario para ello. Cuando reiniciamos clases regresé con mi bebé en brazos a la escuela. Las secretarias de la licenciatura me apoyaron muchísimo, me dieron permiso de guardar en sus oficinas un portabebé para que no tuviera que cargarlo todos los días y pudiera tener a mi niña en clases conmigo. Estábamos en el penúltimo semestre de la carrera, cuando supe qué maestros nos darían clases hablé con cada uno de ellos para pedirles permiso de asistir a clases con mi bebé, la mayoría dijo que sí, que no había problema, a excepción de un profesor que tenía fama de misógino. En su clase definitivamente mi hija no tenía cabida. Cuando lo comenté con mis compañeras y mi familia, ambos me propusieron soluciones para evitar verme afectada en esa materia; cada día de clase con ese maestro una de mis compañeras se quedaba afuera del salón a cuidar a Aby, nos turnábamos de manera que no nos afectaran las inasistencias y, en ocasiones, mi mamá o mis hermanas iban a ayudarme. Yo no quería separarme de mi hija pues era muy importante para mí poder amamantarla, no dejarla encargada con alguien, sentirla cerca y que ella fuera parte de mi mundo cotidiano pues bastante era para mí saber que pronto tendría que dejarla por la mañana para cumplir en el trabajo.

Como era lógico, mi bebé que llegó a clases recién nacida, fue creciendo, empezó a ser parte del grupo, a escucharse, pero los maestros, más que decir algo en contra, sonreían y me apoyaban para que pudiera concluir la carrera sin problemas.

Posteriormente, obtuve mi plaza como administrativo en la Universidad, de modo que pude aspirar a que mi hija entrara a una guardería del IMSS. Creo que ésa fue la etapa más difícil de mi maternidad. Yo no estaba lista para dejarla cuando tuve que volver al trabajo. Me preguntaba por qué no podía llevarla conmigo si era tan pequeñita y tranquila. Sólo lloraba cuando tenía hambre o había que cambiarle el pañal, no era nada "latosa". El primer día de regreso al trabajo, lloré todo el camino después de dejarla en la guardería y durante toda la mañana pude sentir cómo mi hija me llamaba a través de lo que sentía en mi cuerpo. Mis pechos se llenaban de leche al grado de dolerme, de derramarse la leche, de sentir una enorme necesidad de salirme de la biblioteca e ir por ella para darle de comer. Lo peor fue saber, cuando fui por ella, que no había aceptado el biberón que intentaron darle, ella quería mi pecho. Aby nunca quiso el bibi, las maestras y la nutrióloga tuvieron que buscar estrategias, hasta encontrar que el vasito entrenador era lo único que aceptaba. En el fondo yo pensaba que mi niña quería ser fiel a su mamá, que ella sabía que el calor de mi pecho no era para nada equiparable con una fría e impersonal mamila. Por convicción propia, no dejé de amamantarla hasta el año 6 meses, tiempo suficiente que propició que ambas desarrolláramos un lazo entrañable que mantenemos hasta la fecha.

Durante mucho tiempo escuché a mis compañeras que ya eran mamás quejarse porque en el CUCSH no había guardería para las madres trabajadoras o para las estudiantes mamás, decían que en el CUCEA sí tenían una y que era una gran ventaja porque las mamás podían ir a cubrir su tiempo de lactancia cuando sus hijos estaban pequeños, además de que estaban cerca en caso de que pasara algo y fuera necesario que ellas recogieran a sus hijos. Sin dudarlo, es un aspecto que sigue siendo lamentable, quince años después el CUCSH no cuenta con una guardería al interior de las instalaciones para dar servicio al personal del campus.

Ser mamá trabajadora no ha sido sencillo, la mayoría de las veces porque ha implicado tener que negociar con los jefes directos la posibilidad de llevar a mi hija conmigo, pues cuando ella tenía dos años me divorcié y prácticamente desde entonces yo sola me he hecho cargo de Aby en todos los sentidos. Las guarderías fueron un apoyo pues eran gratuitas y, por fortuna, me ayudaron a enseñarle cosas básicas que por falta de tiempo y de paciencia quizá no hubiera podido hacer. Poco a poco fuimos acoplándonos a la rutina, no había más opciones, yo tenía que trabajar.

Mientras tuve un solo empleo las cosas fueron relativamente sencillas. Trabajaba medio día y el resto de la tarde Aby y yo estábamos juntas, podíamos convivir, fortalecer nuestro lazo como mamá e hija. Más tarde se me ocurrió que tenía que seguir estudiando, prepararme para tener una entrada económica que nos permitiera vivir mejor, no ajustadas como en ese momento. Ingresé a estudiar la Maestría cuando Aby tenía 7 años, por fortuna pude pedir un permiso laboral que me permitía percibir mi sueldo y aparte el posgrado tenía una beca del Conacyt, eso nos ayudó muchísimo y por dos años avanzamos en el plano material, vivimos holgadamente, pudimos pasear en vacaciones; aunque implicaba que yo me desvelara por las noches para no restarle a ella tiempo como mamá por las tardes, cuando estábamos juntas. Otro gran beneficio en ese momento fue que me permitieron llevarla a clases conmigo cuando se necesitaba, como ella había crecido acompañándome a mis empleos, se había acostumbrado a llevar su mochila con juguetes y libros para colorear; eso le permitía entretenerse con algunas actividades mientras me esperaba, se acoplaba al grupo, permanecía en silencio y entraba a clases conmigo.

Al concluir la maestría, me invitaron a trabajar a una preparatoria en donde empecé a dar clases y al poco tiempo me incorporé como responsable de la biblioteca de la escuela. Inscribí a mi hija en la primaria que estaba a la vuelta de la prepa y tenía permiso de mis jefes para llevarla en la mañana y recogerla a medio día a la hora de su salida, así como permiso para asistir a las juntas para padres de familia sin ningún problema. Muchos compañeros maestros tenían hijos de la edad de la mía y también los llevaban a la escuela con ellos, nuestros jefes siempre fueron muy permisivos en ese sentido. Nunca hubo problema en que mi hija permaneciera conmigo en la biblioteca, al contrario, poco a poco fue de mucha ayuda para mí y los estudiantes sabían que ella podía ayudarles a resolver sus dudas respecto a dónde buscar un libro o cómo solicitar una computadora en préstamo. Tanto era el apoyo que recibía en la prepa que en una ocasión en que no pude salirme para ir por Aby a la escuela ella se regresó sola. Cuando entró a la prepa la vio el Secretario y le preguntó por mí, ella le dijo que yo no había podido ir por ella y que se había regresado sola. El Secretario acompañó a Aby a la biblioteca y me llamó la atención por eso, me dijo que no importaba que tuviera alumnos, que a la hora de salida de mi hija les pidiera que esperaran afuera mientras yo iba por ella, pero que no volviera a permitir que se regresara sola. Desde entonces, así lo hice, mi prioridad era la seguridad de mi hija y los estudiantes se adaptaron al horario modificado sin problema.

Años después empecé a vivir complicaciones económicas, vivíamos al día, era mucha presión para mí solventar los gastos de casa con un solo empleo por lo que me vi en la necesidad de buscar otro trabajo. En ese entonces participé en el segundo concurso de oposición que ofreció la SEP, hice el exámen para obtener horas clase como docente de español en secundaria. Obtuve 15 horas, pero fueron en una escuela foránea. Me vi en la necesidad de aceptar por nuestra situación, hablé con el Director de la preparatoria y le expliqué mi caso, de nueva cuenta obtuve todo su apoyo para salir una hora antes y trasladarme hasta Cocula, Jalisco de lunes a viernes. De nueva cuenta pedí permiso a mi nuevo jefe para poder llevar conmigo a mi hija de modo que la recogía de la escuela y nos íbamos a Cocula. Así trabajé un año, iba y venía el mismo día, comíamos en el coche mientras íbamos en camino, Aby se dormía mientras llegábamos y en la escuela hacía sus tareas, otra vez era mi compañera de trabajo de manera obligada.

Al cumplirse el año pude solicitar mi cambio de adscripción y afortunadamente fui beneficiada, me dieron lugar en una secundaria en la ciudad.

Desde hace quince años (la edad que tiene mi hija actualmente), mi vida ha cambiado drásticamente. Ser madre no sólo implicó que tuviera que organizar mi vida en torno a mi hija, sino dejar de hacer cosas que antes hacía, como salir por las noches, gastar en cosas para mí, hacer lo que quisiera. Toda mi vida se fue modificando de acuerdo a lo que podía hacer tomando en cuenta el ser madre y la edad de Aby. Asistí a reuniones con compañeros de trabajo en donde ella tenía cabida (cuando eran en sus casas), era sencillo entretenerla poniéndole una película mientras yo convivía con ellos, pero si se organizaban para seguir la fiesta después en un bar yo no podía ir, agradecía la velada, los despedía en la puerta y me iba a casa con mi niña.

Como madre divorciada ha sido difícil salir adelante sola, cuando Aby se ha enfermado he tenido que ver la manera de que no me afecte en mis empleos, pedir tiempo y reponer después. Tomar decisiones pensando en lo que nos beneficia a ambas, optimizar el tiempo para estar juntas, negociar permisos en el trabajo para que ella pudiera estar conmigo, hablar con ella muchas veces para explicarle por qué era necesario que yo trabajara, qué beneficios obtendríamos a cambio, mantener nuestra independencia como madre e hija y, por supuesto, también pensar dos veces con quién salir en plan de pareja o dejar pasar las propuestas para mantener una relación con alguien más. Como mujer sola tenía que pensar en que mi hija crecería, se convertiría en adolescente, se desarrollaría como mujer lo cual debía ponerme alerta para elegir con quién salir o con quién no. Muchas veces he pensado que de no haber tenido la necesidad de conseguir otro empleo hubiera podido disfrutar más a mi hija, hubiera podido llevarla a actividades extraescolares que ella deseaba, sin embargo nuestra realidad fue otra.

Para mí, ser madre trabajadora no ha sido tan complicado como quizá lo es para otras mujeres porque yo he tenido la fortuna de contar con el apoyo de mis jefes, porque mi profesión me ha permitido llevar a mi hija conmigo, porque mis empleos no implican riesgos que afecten la vida de mi hija por estar conmigo. He tenido mucha suerte en hablar con la verdad cuando he llegado a un nuevo centro de trabajo, exponer lo importante que es para mí el poder llevar a Aby conmigo, el que mis jefes me hayan dado todas las facilidades para combinar, sin ningún problema, mi actividad laboral con mi maternidad.

Lo único que me pesa de trabajar todo el día, aún ahora que Aby ya tiene quince años, es que estoy poco tiempo en casa, que nuestra comunicación durante el día es a través del celular o de Internet, que muchas veces he tenido que faltar a eventos escolares de ella por presentar un examen para subir de plaza, cumplir con actividades del trabajo o incluso, dejarla con mis papás o hermanas para hacer actividades académicas de mis estudios.

Quince años de haber sido madre y trabajadora a la vez, he cumplido mis metas profesionales. Recientemente obtuve el grado de Doctora en Educación, Aby no ha sido nunca un estorbo o un problema en mi vida que haya truncado mis planes de mejora, al contrario, ha sido quien me ha impulsado y apoyado para emprender nuevos retos, entendido mi afán por seguirme preparando, practicar yoga que tanto me ayuda. De alguna manera, Aby y yo hemos formado una mancuerna inseparable. Ambas sabemos que somos independientes la una de la otra, yo he tenido que aprender a soltarla, a darle su espacio, su momento de ser adolescente y ella me ha permitido reiniciar mi vida, tomar decisiones pensando en ambas. Así que al final de cuentas, ser madre joven y trabajar para salir adelante nunca ha sido un obstáculo. Hubo momentos difíciles, carencias económicas, pero en definitiva la vida me ha enseñado a ahorrar, a ser precavida, a seguir el impulso que me guía a mejorar y tomar nuevos retos que implican estar fuera de casa. El sabor de mi vida ha sido aprender a ser madre de día y de noche, esté o no con ella y aprovechar al máximo el tiempo con mi hija cuando tenemos la oportunidad.

Si yo pudiera modificar situaciones que beneficien a las madres trabajadoras, propondría en primer lugar que durante los primeros 6 meses hubiera un permiso en el trabajo para llevar a los hijos consigo para poder amamantarlos a libre demanda; que existieran sanciones para los papás que no apoyan a las mujeres con sus hijos luego de un divorcio, no sólo en el plano económico, sino en la educación y la formación de los menores; que existiera una guardería en cada Centro Universitario de la UdeG que ofreciera servicios a las madres trabajadoras y universitarias. Ser madre y tener uno o más empleos no debería ser frustrante, debería reconocerse a quienes así lo hacen, premiar económicamente en las empresas a las mamás que sacrifican el tiempo con su familia por cumplir en el trabajo, porque además de todo lo que emocionalmente se sufre, las madres trabajadoras nos entregamos enteramente a nuestras actividades para regresar a casa y a pesar del cansancio jugar con nuestros hijos, hacer las tareas, alistar la comida para el siguiente día, conversar con ellos acerca de su día, explicarles lo que hacemos y por qué lo hacemos, además de decirles y demostrarles cuánto los amamos.

Ser madre ha significado para mí dejar ir oportunidades que quizá hubieran hecho mi vida diferente, que quizá me hubieran llevado a otros rumbos. Sin embargo, ser madre me ha permitido también reconocerme como mujer, identificar que mis capacidades son más de las que yo pensaba tener, descubrir lo fuerte que soy física y emocionalmente, porque el motor de mi vida ha sido Abigail desde hace quince años.

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