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ОглавлениеAgradecimientos
Este libro es resultado del proyecto de investigación “Hacia una historia del presente mexicano: régimen político y movimientos sociales, 1960-2010” (PAPIIT IN401817), financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Queremos agradecer al Instituto de Investigaciones Sociales (IIS-UNAM), sobre todo a su personal académico y administrativo, por habernos apoyado con la logística y el préstamo de las instalaciones para la realización del taller “El Presente, tiempo histórico”, en particular a Miriam Aguilar, coordinadora del Departamento de Difusión. Extendemos el agradecimiento a Virginia Careaga, coordinadora del Departamento de Publicaciones, y a Adriana Olvera, asistente del Comité Editorial, así como a Mauro Chávez Rodríguez por la edición y a Óscar Quintana Ángeles por la formación del libro: gracias por su compromiso con el trabajo.
Sin duda, estamos en deuda con Laura Andrea Ferro Higuera, Manuel Antonio García Durán y Tamy Imai Cenamo por su valiosa colaboración en una primera edición de los textos aquí reunidos. No puede faltar nuestro agradecimiento a las y los colegas que participaron en este libro, quienes siempre estuvieron al pendiente del largo proceso de la publicación. Finalmente, queremos agradecer a las y los dictaminadores anónimos de la Universidad Nacional Autónoma de México por los comentarios y sugerencias que realizaron a la versión preliminar de la obra.
Introducción. Arañar el tiempo estando sobre la cresta de la ola
Camilo Vicente Ovalle César Iván Vilchis Ortega Eugenia Allier Montaño
¿Cómo estudiar el presente cuando aún lo estamos viviendo, cuando somos sus actores y partícipes? Ésta es una de las dudas que en las últimas cuatro décadas ha marcado la historia del tiempo presente, desde sus primeros esfuerzos de institucionalización en Alemania y Francia en la década de 1970 hasta los últimos años en que el campo se ha ido conformando en México y otros países de América Latina, principalmente en Argentina, Uruguay, Chile, Brasil y Colombia.
El estudio del presente no es nuevo para la historia. Entre los griegos, Heródoto y Tucídides fueron no sólo precursores de la historia a secas, sino de este gusto por historiar lo que ocurría mientras se vivía. De acuerdo con Marc Bloch, es precisamente esta actitud frente a lo vivo, frente al presente, “la principal cualidad del historiador […], porque el estremecimiento de la vida humana, que requiere de un gran esfuerzo para ser restituido a los textos antiguos, es aquí directamente perceptible a nuestros sentidos” (Bloch, 2001: 71).
Después de ellos, y hasta la década de 1970, hubo otras tentativas por estudiar y comprender el presente.1 Sin embargo, en casi todos los casos se trató de emprendimientos aislados que no llegaron a conformar un campo de conocimiento historiográfico propiamente dicho. No fue sino hasta los años setenta del siglo XX cuando la definición del presente como parte del tiempo histórico, y consecuentemente susceptible de ser transformado en conocimiento historiográfico, surgió con un postulado central para la comprensión de las sociedades y su devenir.
Este libro busca continuar con los debates teórico-metodológicos de esta historiografía. En específico, discutir en torno a algunos temas y preguntas. En primer lugar, el concepto que debe utilizarse para referirse a este tipo de historiografía: ¿historia del tiempo presente, historia reciente, historia muy contemporánea?, y en este sentido ¿cómo debe ser comprendido el presente como historia? En segundo lugar, nos interesa discutir la cuestión de quién es el historiador en la historia del tiempo presente, así como sus implicaciones ético-políticas. En tercer lugar, es fundamental la discusión sobre las fuentes para una historia de este tipo, su especificidad y la novedad de algunas, así como los métodos para su tratamiento e interpretación.
I
En sus comienzos, la historia del tiempo presente estuvo asociada al análisis de procesos como los regímenes totalitarios, en particular el surgimiento y la consolidación del nazismo en Alemania y el fascismo en otros países de Europa, y con especial énfasis se asoció al estudio del holocausto y sus derivaciones. Sin embargo, tiene una genealogía compleja, que a finales de la década de los setenta la revela no sólo como un análisis de la catástrofe más reciente, sino como una crítica a los principios ordenadores del presente y un régimen de historicidad, el presentismo, ante el cual tanto el pasado como el futuro colapsan: el pasado se resquebraja ante la incapacidad de ser transformado críticamente en espacio de experiencia, siendo únicamente posible su consumo como una experiencia degradada en lo vintage, y el futuro pierde su cualidad de expectativa utópica, siendo anunciado exclusivamente como un riesgo continuo de catástrofe inminente (Hartog, 2007: 19-41 y 127-158; Traverso, 2016: 7-8). En el presentismo, la historia y la política son hechas fracasar, dejando sólo la técnica y la tecnología como únicos mediadores para hacer inteligible y gobernable lo social. La historia del tiempo presente emerge como crítica a ese régimen de historicidad, y quizá por esto en su praxis sea la historia política la que aparezca como preponderante, pero sin dejar de lado la historia de lo cultural y lo social.
Esta configuración crítica podemos rastrearla también en sus comienzos en Alemania. En el contexto de las negociaciones para la devolución del archivo del Ministerio Alemán de Relaciones Exteriores, capturado por las tropas aliadas en 1945 y enviado a Estados Unidos, fue creado en 1947 el Instituto Alemán para la Historia del Periodo Nacionalsocialista, renombrado en 1952 como Instituto de Historia Contemporánea. Uno de sus primeros directores apuntó el objetivo central de este instituto: “Not the writing of history but its documentation is our prime concern” (Eckert, 2012: 336). Sin embargo, la disputa no estaba sólo en la devolución de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores, como una fuente para construir la historia del régimen totalitario nazi; también implicó el reconocimiento de un nuevo campo de la disciplina y profesión históricas: el estudio de los procesos actuales y de los vivos. Con la recuperación de los archivos y su disposición para la investigación, tanto el instituto alemán como historiadores en Estados Unidos, involucrados en los trabajos de microfilmación de los documentos, consideraron que se refutaba la crítica que decía que “historians had neither the sources nor the distance necessary to treat the present as history” (Eckert, 2012: 349). Sin embargo, no es sino hasta finales de los años setenta que la crítica comenzó a institucionalizarse en Francia, con la creación de Institut d’Histoire du Temps Présent. Su fundador, François Bédarida, señaló que con la creación del instituto:
Se trataba, a la vez, de incitar a la investigación histórica francesa a enfrentarse a lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era hacer realmente historia y no periodismo (Bédarida, 1998: 20.)
Es claro que la historia del tiempo presente no sólo emergió como una crítica política, ni como la mera necesidad por explicar la catástrofe más reciente; se configuró como campo disciplinario en un contexto de crisis epistémica, así como política y social, durante la década de los años setenta.
Caracterizada como un periodo de convulsión global (Ferguson, Manela, Sargent y Maier, 2011), no sólo por la internacionalización e interdependencia de las crisis, sino también por su alcance en diversos ámbitos de la vida social, en la década de los setenta del siglo XX se decantaron descontentos acumulados de variada índole, y no siempre con las mismas fuentes, que afectaron la concepción de la historia y las formas de su escritura. Mientras en Europa se vivía la emergencia de procesos sociales que rompían con el dogmatismo marxista, los movimientos de liberación nacional o las protestas estudiantiles, dirigidas principalmente contra la comodidad y el conformismo político de la democracia liberal de posguerra, del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el descontento fue generado por las largas décadas de silenciamiento y represión contra los sectores de izquierda, social o intelectual; la cacería de brujas de los años cincuenta, la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam, el desacuerdo juvenil con el american way of life y otras tantas manifestaciones de rechazo al estado de cosas. En América Latina convergieron la emergencia de los movimientos de liberación nacional, con la Revolución cubana como punta de lanza, y el descontento social, expresado muchas veces por los nuevos sujetos, junto con el surgimiento de nuevos autoritarismos, procesos que abarcaron las décadas de 1960 hasta 1980. Cabe señalar que, en América Latina, en uno de los primeros esfuerzos colectivos por afrontar el estudio histórico del presente, se dibujaron con mucha claridad las características político-epistémicas de la historia del tiempo presente. Pablo González Casanova, coordinador de la obra colectiva América Latina: historia de medio siglo, así lo apuntó:
La obra que hoy publicamos parte de la necesidad de conocer la historia de cada país para actuar en cada país. Y une a todos los países en un esfuerzo conjunto con la certeza de que en medio de las diferencias más significativas nuestros pueblos encontrarán los rasgos comunes que les permitan actuar en forma cada vez más unitaria. Como trabajo pionero sobre la historia actual, la obra contribuirá a alentar nuevos estudios históricos contemporáneos, nuevas monografías y síntesis acerca de las luchas de liberación. […] Los colaboradores de la obra tienen formaciones y posiciones ideológicas distintas. Algunos de ellos son historiadores, otros son politólogos y sociólogos. Todos han logrado escribir la primera historia de la América Latina actual que realiza un grupo de estudiosos. Por lo común los historiadores no se ocupan de la historia inmediata. Los sociólogos y politólogos tampoco. Unos se quedan en el pasado más lejano. Otros consideran que su tarea no es la del historiador. El vacío ha quedado en parte cubierto. Y será cubierto cada vez más en los próximos años (González Casanova, 1977: vii).
En ese contexto convulso, la historiografía cobró otros impulsos, descubrió nuevos caminos y elaboró propuestas metodológicas: se consolidó la historia desde abajo, como cuestionamiento a la vieja historia política centrada en las élites, abriendo espacio al estudio de los márgenes, lo subalterno y lo común. Por su parte, los giros lingüísticos abrieron la compresión histórica del mundo desde los conceptos. De manera relevante, estos movimientos historiográficos abrieron también nuevas temporalidades y espacialidades, el estudio de lo breve o lo micro, y cambiaron la práctica de la historia. En Francia se levantaron críticas hacia la escuela inaugurada por Bloch y Fevbre, heredada y acrecentada por Braudel. Estas críticas se sintetizaron en la obra coordinada por Jacques Le Goff y Pierre Nora, Faire de l’histoire (1974), de tres volúmenes, en donde se dedicó espacio a reflexionar sobre las nuevas formas de hacer la historia: nuevos problemas, nuevas aproximaciones y nuevos objetos. En el primer volumen destaca el ensayo de Pierre Nora, “El retorno del acontecimiento” (publicado dos años antes con el sugerente título “L’événement monstre”), en donde se distancia de ese cierto repudio de los fundadores de Annales por lo evénémentiel. El acontecimiento no será más lo opuesto a la estructura y la larga duración, se concebirá como su desvelamiento. Esta rehabilitación y deconstrucción del acontecimiento será la punta de lanza de la historia del tiempo presente. En esos mismos años, otra obra importante fue la compilación de ensayos filosóficos, teóricos y metodológicos del alemán Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, publicado en 1979, en donde propuso una historia de los conceptos, de su semántica y de sus transformaciones en el tiempo. Propuso, sobre todo, una nueva categorización del tiempo histórico, que no se reduce a la secuencia pasado-presente-futuro, sino que busca las densidades y complejidades de la relación entre esos tres modos de tiempo, de manera especial en la tensión producida entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa. La historia del tiempo presente también será deudora de esta nueva perspectiva teórica.
En ese mismo proceso de crisis, crítica y renovación historiográfica, la propuesta de una historia del tiempo presente tiene su lugar. Esta historia integra el presente al tiempo histórico, no pospone su análisis y valoración para generaciones futuras, ni desplaza su responsabilidad a otras áreas de las ciencias sociales. Asumirá como suyo el acontecimiento, pero no se ocupa del acontecimiento actual, como epifenómeno, sino del despliegue de realidad en donde tuvo las condiciones para aparecer. No sólo es una narrativa del acontecimiento, sino una analítica y arqueología de su estructura, del presente.
Una característica central de la genealogía de la historia del tiempo presente es la demanda social a la que está sometida, que se presenta en forma de cuestionamientos sobre ciertos acontecimientos que han afectado las formas de convivencia y el tejido social, estructuras o instituciones sociales como el Estado, o han puesto en riesgo la existencia misma de grupos sociales amplios dentro de una sociedad concreta en un momento dado. Es indudable que en Alemania la emergencia de la historia del tiempo presente estuvo vinculada a la exigencia de saber y explicar el fenómeno del nacionalsocialismo y el genocidio llevado contra grupos étnicos o políticos. En Francia jugó un papel similar el interés por dilucidar las vicisitudes del gobierno colaboracionista de Vichy. En España fue el caso tanto de la guerra civil y la resistencia como del largo periodo del franquismo y la transición política. En América Latina, los gobiernos autoritarios y dictatoriales, así como las graves violaciones a los derechos humanos, fueron los detonantes de los estudios de la historia reciente. Estas temáticas han sido abordadas por investigadores e investigadoras no sólo por una decisión exclusivamente personal, sino porque han sido impelidos a hacerlo: por la gravedad de lo sucedido y sus consecuencias o porque son procesos y eventos que siguen aconteciendo, ya sea por la demanda de grupos específicos, como las víctimas o familiares de víctimas, o por la demanda del Estado, que busca aclarar, explicar a la sociedad, y llevar a cabo algún tipo de justicia.
La rehabilitación del acontecimiento, la introducción del presente como parte del tiempo histórico y el quiebre de la secuencia lógica de la temporalidad entre pasado y futuro, no sólo por cierta crítica posmoderna que cuestionaba la historia como advenimiento de sentido, sino por la presencia de pasados que irrumpían en el presente, haciéndose presentes, ya sea por la demanda social de justicia o las prácticas memoriales, provocaron que aquello que se había considerado como historia contemporánea, definida en gran medida por la sincronía de la experiencia de lo temporal, dentro de la secuencia lógica pasado-presente-futuro, resultara inadecuado, pues en la historia contemporánea el presente aún se consideraba fuera del alcance del análisis histórico. Por esto, la historia del tiempo presente no es otro nombre para la historia contemporánea.
Surgida como práctica en un contexto de crisis, la historia del tiempo presente no pretende superarla por la vía del desplazamiento, sino integrarla como método. De ahí que una de las características centrales de este campo historiográfico sea el cuestionamiento permanente a las condiciones de posibilidad en la producción de su conocimiento historiográfico. La historia del presente emerge, entonces, con una marca, con una disposición a la crítica: porque implícitamente hay un cuestionamiento y un esfuerzo de rectificación de los principios ordenadores del presente (vinculada a la demanda social que la cruza). Hay una ruptura historiográfica al introducir una temporalidad. Y trata de hacer inteligibles sus propias condiciones de posibilidad. Por esta razón, la articulación de este libro trata de presentar los aspectos centrales de la crítica, atender las preguntas sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento sobre el tiempo presente, sus categorías, métodos y fuentes, y el propio proceso histórico de su configuración como campo historiográfico en distintas geografías.
II
Éste no es el primer libro dedicado a la historia del presente. Conviene hacer un rápido recuento de los principales ya existentes. En 1993 se publicó en Francia Écrire l’histoire du temps présent, un trabajo colectivo en el que los autores reflexionan y discuten, desde diversas disciplinas, sobre la práctica de este campo de estudio. Vale subrayar que, siguiendo la tradición del Institute d’Histoire du Temps Présent, de París, en esta obra el “tiempo presente” se entiende como una especie de periodo histórico que abarca de la segunda guerra mundial a la actualidad.
Ese mismo año, pero en España, Josefina Cuesta Bustillo publicó Historia del tiempo presente. En este caso, el “tiempo presente” no hace referencia a un periodo específico, sino a una categoría dinámica y móvil. En palabras de la autora, se trata de “la posibilidad de análisis histórico de la realidad social vigente, que comporta una relación de coetaneidad entre la historia vivida y la escritura de esa misma historia, entre los actores y testigos de la historia y los propios historiadores” (Cuesta Bustillo, 1993: 11). En un texto muy didáctico, aborda las distintas formas de denominar a esta parcela historiográfica, la variedad de fuentes con las que trabaja y las relaciones que establece con otras disciplinas, como la sociología, la antropología o el periodismo.
Por su parte, Timothy Garton Ash publicó History of the Present en 1999, en donde convergen historia, periodismo y literatura para dar cuenta de los acontecimientos ocurridos en Europa en los años noventa. El autor critica algunas de las objeciones comunes para hacer historia del presente, particularmente la carencia de fuentes y la incapacidad para conocer las consecuencias de los hechos actuales. Y, por el contrario, señala que el historiador dispone de una gran cantidad y variedad de fuentes y que el desconocimiento de las consecuencias de los hechos estudiados podría convertirse en una ventaja, ya que cuando alguien escribe “al calor” de los acontecimientos deja constancia de muchas cosas que seguramente se habrían perdido de no haberse escrito. Así, la historia del presente resulta ser una práctica radicalmente diferente de la historia de periodos más antiguos.
En 2004 se publicó uno de los libros que se volverían referencia obligada sobre el tema: La historia vivida, de Julio Aróstegui. Su importancia radica en que ofrece probablemente una de las definiciones más certeras y completas de este campo. La Historia del Tiempo Presente, como prefiere denominarla el autor, es una historia de lo inacabado, de lo que carece de perspectiva temporal, una historia que se liga con la coetaneidad del propio historiador. En este sentido, cuando el historiador estudia un periodo del que existe al menos una de las tres generaciones que vivieron el acontecimiento está haciendo una historia de la coetaneidad, de un tiempo que aún es vigente; es decir, el historiador está investigando un presente histórico.
Hasta aquí algunos de los libros que abordan el campo en tanto historia del presente. Sin embargo, la historización de acontecimientos cercanos ha sido denominada de diversas maneras: presente, inmediata, reciente, vivida, actual, coetánea. De éstas, historia reciente y la historia inmediata son las que han contado con más aceptación. Por esto, vale la pena mencionarlas.
En algunos países de América del sur, historia reciente es el concepto que se ha utilizado con mayor frecuencia para designar el estudio del pasado próximo, en muchas ocasiones con un acento particular en el periodo de violencia política y autoritarismo estatal de la segunda mitad del siglo XX. En torno a este término se ha conformado un importante campo de estudio en la región, y el libro de Marina Franco y Florencia Levín, Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción (2007) ha sido considerado un clásico para quienes se interesan en el tema en Argentina, Uruguay y Chile. En una tónica similar también se encuentra Historizar el pasado vivo en América Latina, editado por Anne Pérotin-Dumon, que reúne 34 trabajos de carácter multidisciplinario con el objetivo de “alentar en el continente el estudio histórico de las rupturas catastróficas del pasado nacional cuya memoria sigue viva” (Pérotin-Dumon, 2007).
El otro término con el que se ha designado a esta parcela historiográfica es historia inmediata, como en el libro de Jean-François Soulet, L’histoire immédiate. Historiographie, sources et méthodes (2009). Para este autor, la historia inmediata se caracteriza por “la existencia de testigos de los acontecimientos descritos, las condiciones de acceso a ciertas fuentes, la particularidad de algunas de ellas, la necesaria colaboración con las otras ciencias sociales […]. Muchos elementos que contribuyen a orientar a la historia inmediata hacia determinados objetos, ciertas problemáticas y ciertas metodologías” (Soulet, 2009: 39).2 Sin duda, menciona muchos de los aspectos que hemos estado abarcando como historia del presente. Sin embargo, esta idea de inmediato no añade nada a la cuestión de historizar el presente, pues al hacer referencia al pasado más cercano no da cuenta del proyecto de “historiar la vida coetánea”, de abordar las generaciones vivas del presente, como lo sugería Aróstegui. Respecto a esta cuestión, Frédérique Langue subraya:
la historia del tiempo presente no se centra de forma exclusiva en unos acontecimientos en particular, aunque puedan éstos desempeñar un papel de catalizadores tanto en el ámbito académico como en la sociedad civil. Abarca más bien procesos considerados en el tiempo largo, así como sus respectivos ecos en el presente, a diferencia de otras opciones historiográficas centradas en lo ‘inmediato’, la historia inmediata (Langue, 2015: 14).
Desde la tradición anglosajona poco se ha debatido sobre la pertinencia de historizar el presente y la validez que una historia de ese tipo; esto no significa que este campo historiográfico no sea amplio, al contrario, se ha trabajado mucho y desde hace décadas, pero no se debate. En 2012 fue publicado el libro Doing Recent History: On Privacy, Copyright, Video Games, Institutional Review Boards, Activist Scholarship, and History that Talks Back, editado por Claire Bond Potter y Renee C. Romano, que justamente señala que a pesar de que se trata de un campo cada vez más nutrido, no cuenta con libros de reflexión. Para estas dos historiadoras, el pasado reciente sería aquel que tiene, como máximo, cuarenta años. De hecho, la serie que dirigen se llama “Since 1970. Histories of Contemporary America”. Llama la atención que en ningún momento explican por qué tendrían que ser específicamente cuarenta años.
En la última década se han publicado dos libros muy interesantes. En primer lugar, el texto de Hugo Fazio, quien desde Colombia realizó un valioso aporte a la discusión con La historia del tiempo presente: historiografía, problemas y método (2010). Para el autor, esta subdisciplina no puede estar exclusivamente identificada con las generaciones vivas, sino que debe ser entendida desde los tres conceptos que la delimitan:
Se debe considerar como historia en cuanto es un enfoque que pone énfasis en el desarrollo de los acontecimientos, situaciones y procesos sobre los que trabaja. Es tiempo en la medida en que se interesa por comprender la cadencia y la extensión diacrónica y sincrónica de esos fenómenos analizados. Es presente, entendido como duración, como un registro de tiempo abierto en los extremos, es decir, que retrotrae a la inmediatez ciertos elementos del pasado (el espacio de experiencia) e incluye el devenir en cuanto expectativas o futuros presentes (el horizonte de expectativa) (Fazio, 2010: 140).
Considera, asimismo, que debe ser una historia que tome en cuenta las transformaciones que ha vivido la sociedad contemporánea. Afirma que la perspectiva diacrónica que la caracteriza es la que la diferencia de otras miradas provenientes de las ciencias sociales. En este sentido, también destaca su carácter global transdisciplinario. Es decir, recobra la vieja propuesta de Marc Bloch acerca de realizar trabajos que incluyan a historiadores de distintas latitudes y con perspectivas disciplinarias variadas. En síntesis, Fazio considera que “la historia del tiempo presente representa la ruta cartográfica de la historia global” (Fazio, 2010: 148).
Por su parte, Henry Rousso, uno de los primeros historiadores en hacer historia del tiempo presente, publicó La dernière catastrophe. L’histoire, le présent, le contemporain en 2013, en donde hace un importante esfuerzo por definir y trabajar teóricamente el concepto. Rousso afirma que la particularidad de esta parcela historiográfica es que se interesa en un presente que es el suyo mismo, en un contexto donde el pasado no está ni acabado, y donde el sujeto de la narración es un “todavía-ahí”, mientras que su final, por definición, es móvil. Entre las principales características de la historia del presente señala: a) la centralidad del testigo (y por consecuencia de la memoria); b) la existencia de relaciones conflictivas con el poder, religioso o político, y c) el lugar central del acontecimiento, la existencia de una demanda social, donde el historiador se ha convertido en un experto, porque la historia del presente se ha transformado en un campo de “experticia”. Además, y ésta es su principal hipótesis de trabajo, el interés por el pasado cercano parece ligado a un momento de violencia paroxístico, y sobre todo a su “después”, al tiempo que sigue al acontecimiento “deflagrador”, necesario para la comprensión, la toma de conciencia, la toma de distancia, pero también marcado por el traumatismo, y por fuertes tensiones entre la necesidad del recuerdo y el señuelo del olvido. Menciona, entonces, que un rasgo característico de esta historia es afrontar las fases de amnesia, al mismo tiempo que busca sus propias bases epistemológicas. Desde esta perspectiva, señala que el historiador del presente ha tenido por tarea hacerse cargo de un doble movimiento: hacer pasado el presente y hacer presente el pasado.
Para nosotros, hay que insistir en la conveniencia de utilizar historia del presente como definición que permite especificar que el estudio de la subdisciplina es el presente (en cuanto coetaneidad) y no un periodo de la historia de cada país, vinculado con una catástrofe, el dolor, el trauma o la violencia. Historia reciente apunta a este último aspecto, que no es aplicable a todos los países y no permite que en el campo se incluyan aspectos culturales y sociales que no sean estrictamente políticos. Respecto al concepto historia inmediata, sería difícil utilizarlo porque define lo mismo que historia del presente, pero sin haber logrado hegemonía, y porque, consideramos, estuvo ligado en sus orígenes con la inmediatez (el instante) y no con un espacio de tiempo referido a la coetaneidad.
III
Los diversos ensayos que componen este libro abarcan las complejidades tanto prácticas como epistemológicas de la historia del tiempo presente; el conjunto pone de relieve lo que quizá sea una de las características de este campo historiográfico: el debate y la explicitación de sus condiciones de posibilidad, epistémicas y políticas. Los textos están organizados en tres grandes secciones, que dan cuenta de las principales temáticas del debate en torno a la historia del tiempo presente: epistemología, heurística y construcción de un campo interdisciplinario.
En la primera sección, “Debates y definiciones”, los trabajos hacen un recuento sobre los principales debates en torno a la definición del campo historiográfico, que acá nombramos historia del tiempo presente, y avanzan en la identificación de los conflictos epistémicos, así como en nuevos usos, categorías y entronques interdisciplinarios que fortalecerán su reflexión y práctica.
Ilán Semo vuelve a la reflexión sobre la experiencia de tiempo, y teje el debate sobre el concepto de historia del tiempo presente, no sólo de las condiciones teórico-políticas que hicieron posible la emergencia de un concepto que reintegra el presente en el tiempo histórico, sino de las condiciones epistemológicas que permiten la aprehensión de una experiencia del tiempo particular, marcada tanto por la representación de esa experiencia como por lo que el autor denomina “experiencia desnuda”. En el análisis de sus condiciones epistemológicas, Semo va estableciendo los lindes de la historia del tiempo presente frente a otros conceptos con los que podría sugerirse una cierta duplicidad, como el concepto de lo contemporáneo y aquella región de la historiografía que se encargó de su explicación, la “historia contemporánea”. Semo expone las diferencias y la fractura de lo contemporáneo como experiencia fundamentalmente de la subjetividad moderna, que no puede superar el quiebre de los relatos universales, y por eso la necesidad de un concepto y práctica como la historia del tiempo presente que asume que “el estudio de los horizontes de expectativas encuentra el límite de lo que podemos saber o no; es decir, dónde se origina un fenómeno, pero no cómo ni cuándo acabará por tomar su cuerpo distintivo”.
Eugenia Allier Montaño hace un análisis de la emergencia del concepto de historia del presente dentro de las ciencias sociales en Europa y su implantación en el campo historiográfico. No sólo recupera los itinerarios de este concepto, sino que presenta la discusión epistemológica de sus principales componentes: la idea de generación como elemento de identificación del presente histórico, la coetaneidad como experiencia de lo pasado-presente, la interdisciplina como abordaje que genera reflexiones más orgánicas respecto al objeto de estudio y las demandas sociales y políticas, que no sólo se presentan ante una historiografía de este tipo, sino que la moldean como campo. Asimismo, pone en diálogo el concepto de historia del tiempo presente con otras definiciones cercanas que también tratan sobre la historización de acontecimientos cercanos: historia reciente, historia inmediata, historia vivida, entre otros. A través del análisis de los componentes, de su diferenciación conceptual y contextual, así como de los debates sobre la posible historización del presente, logra establecer los marcos epistemológicos para sostener la legitimidad de un campo historiográfico particular.
Guadalupe Valencia en su contribución para este libro sostiene que el tiempo no es un objeto más para la investigación; más bien, es una de las dimensiones de la vida. Partiendo de esa premisa, se interroga sobre las condiciones de posibilidad para la compresión del tiempo y los fenómenos que suceden temporalmente, sin reducir la mirada a un enfoque disciplinario. Lo relevante, sostiene, es discernir sobre las peculiaridades, escalas y preguntas pertinentes “a las diversas temporalidades de los mundos que hemos vuelto inteligibles”. A través del análisis de los principios epistémicos y las metáforas producidas en distintos campos disciplinarios, avanza en la construcción de una propuesta integral y compleja para el análisis de lo temporal.
Rogelio Ruiz se pregunta de qué manera puede abordarse desde la historia aquello que se inscribe en “un no-tiempo u otro-tiempo, y otras formaciones particulares que operan con sus propias temporalidades, sin quedar supeditado al rasero eurocéntrico que trazó en términos lineales y evolutivos el tiempo histórico”. En su contribución despliega los distintos análisis que sobre el tiempo histórico han acompañado a la propia formación de la historia como disciplina, y a las ciencias en general, por los desafíos epistémicos y metodológicos que representa esta dimensión constituyente de la experiencia humana. Plantea esta discusión a partir de la manera en que los historiadores se han posicionado o se han excusado de brindar explicaciones sobre el tiempo como concepto y experiencia. En primer lugar, sobre el tiempo histórico, en contraposición al tiempo natural, cuya existencia como el tiempo propio de la historia obliga a definiciones conceptuales y a los criterios que lo definen. En segundo lugar, presenta las particularidades de distintas posibles temporalidades, expresadas en las tensiones entre historia y memoria, que pueden encontrar un arreglo fructífero en la historia del tiempo presente, donde esta relación tiene la oportunidad de disipar teórica y metodológicamente las confusiones entre ambas.
Cecilia Macón, por su parte, también vuelve sobre la distancia temporal como problema epistémico de la historia del tiempo presente y propone su análisis desde el “giro afectivo”. Para Macón, “esa superposición de distancia y cercanía con el pasado en términos afectivos constituye un punto de vista privilegiado a la hora de dar cuenta de la historia del presente exhibiendo las tensiones, pero también la apertura a una respuesta”. Destaca el papel central de emociones y afectos no sólo en la forma en que entendemos el pasado, sino también en la forma que se constituyen las temporalidades, de ahí su importancia para el análisis histórico del presente, pues es un elemento que fustiga la concepción lineal del tiempo y, con esto, el precepto de “distancia histórica” en las operaciones historiográficas.
Frédérique Langue sostiene, en “Memoria y emociones de un tiempo presente latinoamericano”, que los usos políticos del pasado se han convertido a lo largo de esta última década en un tema clave para el historiador del tiempo presente. Insertándose en debates historiográficos recientes, incluyendo el de la historia pública, este breve ensayo busca historiar y resaltar la labor del historiador de oficio, contraponiéndola a determinadas formas de instrumentalización de los pasados nacionales. Se trata aquí de tomar en cuenta las historias oficiales, así como el régimen emocional que en adelante conlleva el “régimen de historicidad” característico de algunos países del cono sur.
Gabriela Rodríguez Rial propone en su contribución revisar los itinerarios de la historia conceptual y la historia del tiempo presente, destacando sus intersecciones, particularmente las temporalidades, en tanto que concepto y campo de análisis. En estas imbricaciones, destaca algunos elementos que podrían fortalecerla, desde la historia conceptual: la definición de las condiciones de posibilidad del tiempo presente, en que uno de los problemas fundamentales es “encontrar un concepto-problema para narrar nuestra experiencia histórica coetánea que nos permita comparar los procesos políticos que el mundo en general y América Latina en particular vienen experimentado desde los años setenta”. Otro elemento es el uso de herramientas conceptuales para el trabajo heurístico como “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”. El instrumental de la historia conceptual, plantea, puede contribuir a la historia del tiempo presente “para comprender mejor los pasados y los futuros pasados que persisten en los procesos políticos y sociales que nos son coetáneos”.
Eugenia Allier Montaño, en “Ética y política en el historiador del tiempo presente”, señala que el historiador del tiempo presente, al abordar pasados recientes, “calientes” y vivos, enfrenta el problema de la “demanda social” de “peritaje” sobre el pasado, por lo que se ve en la necesidad de asumir posicionamientos éticos y políticos no conocidos antes, que se expresan en dos ámbitos diferentes: “el de la justicia (al ser llamado a declarar como ‘testigo experto’) y el de su intervención en comunidad sin una demanda social expresa (enfrentándose a memorias sociales y vivas)”. De esta manera, afirma que el historiador en todo momento debe reflexionar sobre la labor que está realizando, lo que significará su intervención en una comunidad determinada y las posibles implicaciones éticas y políticas de los resultados de sus investigaciones.
La segunda sección del libro, “Fuentes y metodologías”, agrupa a un conjunto de ensayos cuyo eje central es la heurística, es decir, las estrategias metodológicas para lograr la comprensión y explicación de nuestra historia presente. La heurística de la historia del tiempo presente está situada en contextos políticos en disputa por los sentidos y significaciones del pasado reciente y por los despliegues del presente, por lo que la reflexión metodológica, en el caso de este campo interdisciplinario, esta permeada por las reflexiones sobre las diversas implicaciones políticas y sociales de los métodos y procesos de análisis, así como por las implicaciones epistemológicas derivadas de las tensiones políticas. La situación y posición del propio historiador o historiadora, el papel del testimonio, el uso de los archivos o las nuevas tecnologías, no son pasados como meras herramientas.
Dentro de la discusión teórica e historiográfica de la historia del tiempo presente se ha asumido que uno de los elementos constituyentes de este campo interdisciplinario es la coetaneidad del sujeto y el objeto de análisis; sin embargo, metodológicamente esto tiene implicaciones en el mismo proceso historiográfico. Benedetta Calandra explora desde su propia condición de outsider la relevancia que la dimensión espacial tiene en la generación de conocimiento sobre el presente; es decir, la posición del investigador, entendida como el “espacio en donde se produce la historia”. Para esto, Calandra echa mano de las categorías de location y positionality que denominan al conjunto de “factores que rodean al individuo, caracterizados por el tipo de academia, de sociedad, de cultura y de instituciones, junto a los lugares en donde se produce y se escribe historia”. Tomando en cuenta que, si bien la coetaneidad es relevante en la historia del tiempo presente, no todos somos coetáneos de la misma manera, o como lo plantea Candra, se trata de reflexionar sobre el proceso de escribir “sobre un pasado cercano de una tierra lejana”.
El proceso en el que surge la historia del tiempo presente ha sido acompañado por otros fenómenos políticos y sociales que han tenido un efecto central en el desarrollo epistemológico de las ciencias sociales, entre los que destaca la figura de la “víctima”. Transformada de alguien que ha padecido un daño al depositario incuestionable de una verdad, la “víctima” ejerce no sólo influencia en el ámbito de las políticas de justicia y memoria, sino en la misma comprensión y explicación de los procesos históricos, en tanto que se coloca como fons unicus et supremus de los pasados recientes. En este sentido, Fernando González realiza una serie de cuestionamientos sobre el uso del testimonio y describe los procesos específicos en los cuales se testimonia, así como las experiencias de lo que se relata. A partir de analizar el uso del testimonio de situaciones “en las cuales lo violento se manifiesta de forma mortífera de diferentes maneras”, el autor propone una crítica a lo que denomina “el imperio del traumatismo” y la era de las víctimas. Al trabajar con testimonios de víctimas de violencia sexual, Fernando González explora y nos expone sus complejidades, las formas en que el testimonio se construye (no sólo por el historiador o analista, sino por quien testimonia) y los retos metodológicos y éticos que esto plantea.
Por su parte, Juan Sebastián Granada-Cardona repasa el giro subjetivo desde el análisis del binomio víctima-victimario, mostrando las principales discusiones en el ámbito teórico y decantándolas en el análisis del proceso de justicia transicional del caso colombiano, urgiendo su análisis en tanto que víctimas y victimarios han devenido en “los testigos expertos, en las voces habilitadas para escarbar e interpretar el pasado, en los intérpretes clave para revelar los secretos de los sucesos estudiados”.
El aporte de Alicia de los Ríos, “Entrevistar perpetradores de violencia en el siglo XXI. Problemas e intersecciones entre historia oral e historia del presente”, se sitúa en la reflexión de la relación víctima-victimario para cuestionar el peso dado a la víctima en la historiografía de los movimientos sociales y la insurgencia en los años sesenta y setenta. Así, analiza algunos de los problemas metodológicos y éticos al trabajar con el testimonio de perpetradores y señala, en primer lugar, que metodológicamente es posible generar testimonios de perpetradores no desde la empatía, sino del establecimiento de confianzas. Siendo ella misma hija de militantes guerrilleros, su padre fue asesinado y su madre detenida-desaparecida en los años setenta, narra su experiencia entrevistando a un exagente de la Dirección Federal de Seguridad, una de las dependencias que operó la contrainsurgencia en México. A partir de esto, y la reflexión metodológica, concluye que las entrevistas con perpetradores, sin convertirlas en escenario de juicio, desmitifican “el elemento de empatía invocado la mayoría de las veces, atendiendo urgencias del presente con el pragmatismo requerido por la situación de emergencia, registrando voces de quienes no pertenecen a comunidades habituales de entrevistados, que incluso son considerados antagónicos políticos e ideológicos”.
El desarrollo reciente del campo historiográfico de la historia del tiempo presente en América Latina ha estado vinculado con las disputas por los archivos de la represión de los distintos regímenes autoritarios. Como es una constante, las cuestiones de método tienen un fuerte componente político, en este caso no sólo porque los archivos toman relevancia en los juicios a perpetradores o en los procesos de justicia transicional, sino porque el archivo se convierte en una barrea política que justifica un desplazamiento epistemológico. En su ensayo, Camilo Vicente aborda esta compleja relación, particularmente desde la experiencia mexicana, así como los desafíos metodológicos y políticos que el archivo plantea para la historia del tiempo presente, “porque en tanto concepto y dispositivo no sólo articula un sistema documental, sino las relaciones de poder que establecen el campo de lo posible para el conocimiento histórico”.
En el desarrollo de un campo historiográfico, un papel central es la inclusión de nuevas fuentes para el análisis histórico y muchas veces la emergencia de una subdisciplina histórica ha estado vinculada al trabajo con fuentes novedosas; la historia de las mentalidades o la historia oral pueden mencionarse entre ellas. César Vilchis presenta el uso de la televisión y el internet como fuentes para la historia del tiempo presente. En su contribución no sólo destaca las posibilidades y sus diversas formas de uso, sino que desplaza uno de los cuestionamientos recurrentes: la supuesta falta de fuentes. Vilchis muestra justo lo contrario. Así, concluye, la televisión y el internet “indudablemente han transformado los hábitos informativos y de entretenimiento de la sociedad contemporánea. De esta manera, se presentan como ventanas que permiten observar múltiples aspectos de la realidad política, económica, social y cultural del pasado reciente”.
El ensayo de Sergio Arturo Sánchez, que cierra esta sección, muestra los usos de la prensa para el estudio de las violencias, en particular la formación de un público lector de la violencia desplegada por grupos guerrilleros a través de la interpretación del Estado. Con este análisis, expone el proceso de formación de espacios de lo público, es decir, la esfera pública y sus actores, y cómo su estudio alimenta la formación del campo de la historia del tiempo presente en México.
La tercera sección del libro, “Construcción de los campos”, presenta la historia de la formación, las condiciones y el desarrollo del campo interdisciplinario en el cono sur y México. Traer a cuenta estas experiencias resulta relevante para contextos nacionales en los que una perspectiva como la historia del tiempo presente aún está en ciernes. Por esto, las contribuciones de Rodolfo Gamiño, Marina Franco, Silvina Jensen, Soledad Lastra y Rodrigo Patto Sá Motta constituyen un cierre adecuado para las distintas discusiones y análisis presentados en el libro, pues muestran cómo a la par de debatir teóricamente hubo que impulsar procesos de institucionalización que brindarán espacios y condiciones para el desarrollo de la investigación historiográfica del presente.
Rodolfo Gamiño presenta las condiciones de posibilidad, y los debates con las historiografías más tradicionales, de una historia del tiempo presente en México. El punto de quiebre fue el proceso de alternancia del año 2000 que abrió al debate público el pasado reciente de México: “el presente nos estalló en la cara como un acontecimiento novedoso que involucraba el pasado, particularmente la violencia social y política del Estado mexicano contra la oposición y la disidencia”. El discurso de la alternancia alimentó, como elemento de legitimidad, la idea de ruptura con el pasado inmediato, cargado de violencia estatal. Con la apertura de los archivos de la represión se abrió la posibilidad de historiar ese pasado reciente, en el que se volcó un grupo de historiadores e historiadoras. Sin embargo, el camino por andar aún es largo.
Marina Franco inicia su contribución con dos reconocimientos importantes en el desarrollo de la historia reciente en Argentina: la presencia de la dimensión política en la configuración el campo historiográfico y el carácter interdisciplinario, que lleva a un cambio en la idea del historiador o historiadora como aquellos formados en la disciplina, para considerar como historiador a cualquier investigador del pasado reciente. El crecimiento del campo de la historia reciente, especialmente en la primera mitad de la década del 2000, fue detonado por acontecimientos políticos como la crisis del 2001, el nuevo ciclo político marcado por los gobiernos kirchneristas y la reapertura de procesos judiciales contra los perpetradores. En este nuevo impulso, se asistió a una diversificación de los objetos de estudios, temática y temporalmente: la complejización del estudio de la víctima, el abordaje de otras formas de violencia y la atención a otros actores fuera del eje víctima-perpetrador.
En este contexto, Silvina Jensen y Soledad Lastra presentan un análisis acerca del campo de estudios sobre el exilio: sus inicios y los cambios en la agenda de estos estudios, así como el complejo diálogo con las diversas memorias que lo configuran. La figura del exilio, como la del sobreviviente, aunque sea reconocido como víctima, se puede interpelar y en no pocas ocasiones cubrir con un manto de duda o desconfianza. La posición del exiliado se vuelve también un campo en disputa que lo marca, o, como las autoras concluyen, este campo está marcado por “los ritmos y sentidos de las disputas de las memorias en el espacio público argentino”.
Finalmente, Rodrigo Patto Sá Motta realiza un balance general de la historia reciente en Brasil, que en los últimos años ha estado marcada por la politización del debate en torno a las herencias de la dictadura; el aumento de la producción académica tuvo su impulso en la demanda pública de saber lo que había sucedido en el pasado reciente.
IV
Este libro es resultado de un trabajo colectivo que comenzó en 2012 con la creación del Seminario Institucional de Historia del Tiempo Presente, que tiene como sede al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. En este espacio, conformado por personas de distintas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales, mensualmente hemos discutido y reflexionado en torno a distintos aspectos teóricos y metodológicos de la historia del tiempo presente, como su definición, sus fuentes, metodologías y balances historiográficos. En un intento por dar continuidad y consolidar los esfuerzos institucionales realizados alrededor del seminario, emprendimos el proyecto “Hacia una historia del presente mexicano: régimen político y movimientos sociales, 1960-2010” (PAPIIT IN401817), cuyos objetivos principales fueron el análisis teórico y metodológico sobre la historia del tiempo presente, y la reflexión en torno a la historia del presente en México desde una perspectiva política y social entre 1960 y 2010. En el marco de este proyecto de investigación, en agosto del 2017 organizamos el taller internacional El Presente, Tiempo Histórico, que congregó a especialistas (nacionales y extranjeros) en historia del presente, donde se presentaron los primeros avances de los trabajos de corte teórico y metodológico que conforman esta obra. A lo largo de un año, los participantes nutrieron sus escritos con los comentarios, las observaciones y las discusiones suscitadas en ese evento, mientras que los coordinadores realizamos un acompañamiento y un seguimiento analítico con la finalidad de presentar un libro con trabajos rigurosos, sustentados metodológicamente y con análisis novedosos y sistemáticos.
En México, la historia del tiempo presente es un campo en construcción. Por lo regular, es una parcela historiográfica que aún no es del todo aceptada y practicada (y quizá entendida) entre los historiadores. Si bien es cierto que es posible encontrar investigadores que trabajan sobre la historia reciente de México, son pocas las universidades y los institutos que cuentan con departamentos y líneas de investigación dedicados a este campo. Sin embargo, cada vez son más quienes realizan tesis de posgrado sobre nuestro pasado reciente. También de algunos años a la fecha son cada vez más los seminarios y coloquios que se llevan a cabo en el país, lo que demuestra el creciente interés por este tema en distintos círculos académicos.
Además, con los esfuerzos y trabajos realizados desde 2012 por el Seminario Institucional de Historia del Tiempo Presente, epicentro de una red nacional de investigación del tiempo presente que articula a investigadoras e investigadores de Baja California, Chihuahua, Ciudad de México, Michoacán y Sinaloa, han ido formándose recientemente otros espacios, como el Seminario Permanente de Historia Contemporánea y del Tiempo Presente, en el Instituto Mora; el Seminario Institucional Historia del Presente Mexicano, en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, y el Seminario de Movimientos Sociales, Memoria e Historia del Tiempo Presente, en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Este libro se inserta en este contexto, al brindar propuestas para la reflexión y discusión teórico-metodológica en torno a la práctica de la historia del tiempo presente y, sin duda, contribuirá al fortalecimiento de este campo historiográfico tanto en México como en América.
Notas de la Introducción
1. Véanse Lacouture (1988), García (2003), Bédarida (2001) y Rousso (2013).
2. Traducción de los autores.