Читать книгу Durará este encierro - Группа авторов - Страница 6

Оглавление

Prólogo a seis manos

(tell me the truth)

dime

¿durará este asombro?

¿esta letra carnal

loco círculo de dolor atado al labio

esta diaria catástrofe

esta maloliente dorada callejuela sin comienzo ni fin

este mercado donde la muerte enjoya las esquinas

con plata corrompida y estériles estrellas?

Blanca Varela,
«Nadie sabe mis cosas», Valses y otras falsas confesiones

Las poetas son a menudo profetas. «¿Durará este asombro […], esta diaria catástrofe?», palabras escritas en un poema que hoy son el vocabulario de nuestras vidas. Un vocabulario como una pandemia que se actualiza en todos los idiomas, que se lee/oye en todas las noticias. No hay día, desde diciembre de 2019, en que las noticias expresen algo distinto a una catástrofe: número de personas contagiadas, enfermas, muertas. Las ciudades más pobladas del mundo cayeron/caen/caerán, se enfermaron/enferman/enfermarán. Los tiempos verbales ya no nos sirven. Las secuelas de la paralización y de la muerte se ensañan ante todo con las desposeídas: las niñas, las mujeres, las ancianas, las migrantes y racializadas. Ellas, que son quienes mejor conocen este vocabulario desde que nacen, no sabían —no podían saber— cómo enfrentar «este loco círculo de dolor». La palabra convertida en virus, como otra de tantas violencias, las diezmaba/diezma/diezmará.

«Durará este encierro, como aquel asombro», nos dijimos en marzo de 2020, sabiendo que las huellas de quince días no se borrarían concluido el plazo quincenal de la cuarentena, intuyendo que ese momento tendría un eco largo; sospechando que algo, que mucho, cambiaría, y que ese cambio habría de ser definitivo. «Durará este encierro», presumimos; pandemia no era una palabra cualquiera, y menos por las características de la amenaza: un virus con alto nivel de contagio, capaz de extenderse por todo el mundo en apenas dos meses. Por eso era importante ponernos a escribir la urgencia, documentar la incertidumbre de lo que nos estaba sucediendo, captar esos primeros días de encierro, de catástrofe. Anotar y aprender ese nuevo vocabulario que asfixiaba al mundo. Asediar una verdad que fuera nuestra, y alcanzarla, para poder enfrentar lo que vendría. La escritura nos daba la oportunidad de mostrar una sensibilidad, el pulso de autoras peruanas desde diversos puntos del país y del planeta. Esa condición de migrantes perpetuas les daba también tal ventaja: la de ver el todo desde distintos frentes.

Ha pasado casi un año.

El encierro no ha sido un tiempo quieto para nosotras: hospitales, insuficientes y carentes, colapsados; la constatación final de unos años tan supuestamente prósperos como evidentemente inútiles; ser el país que más crecía en la región, pero el que menos invertía en salud y en educación. Como si esto fuera poco, sobrevinieron una vacancia presidencial, un gobierno ilegítimo y un estallido social que solo nos sumaron más dolor con los asesinatos de Inti Sotelo y Bryan Pintado, jóvenes que salieron a defender la democracia y a mostrar su rechazo frente a la irresponsabilidad de los políticos en medio de la peor crisis sanitaria de nuestra historia. Al lado del dolor, sin embargo, también sentimos esperanza. La esperanza de ver cómo miles, millones de muchachas y muchachos salían a las calles para ayudar a sus compañeras y compañeros a desactivar las bombas lacrimógenas que les lanzaban a mansalva. Si hasta entonces algunos la señalaban como una generación ensimismada, indiferente, toda duda quedó despejada; en las redes mostraron su indignación y se organizaron; en las calles lucharon y dieron pelea. Poco después respondieron los trabajadores agrarios en Ica y La Libertad, protestando contra un régimen laboral de explotación. Fueron asesinados allí jóvenes que reclamaban al menos la promesa de un futuro. Ante esta represión injustificable y frente a estas muertes, hasta el momento solo tenemos un silencio que lacera, una acumulación de días sin condena a los culpables. Porque pedir perdón no es hacer justicia.

El mundo, entretanto, también se rebelaba en los largos días de 2020: las protestas de los afroamericanos en los Estados Unidos por el asesinato de George Floyd a manos de la policía fueron numerosas e impactantes. Más cercanas, las protestas en Chile han tenido como consecuencia un referéndum para una nueva Constitución y la legalización del aborto en Argentina se ha conseguido después de años de luchas y manifestaciones.

Empezamos a escribir este Prólogo el día en que el presidente Francisco Sagasti informó sobre una nueva cuarentena. De pronto nos sentimos como en marzo del año pasado, aunque las medidas fueran similares a las de junio. Esta vez, en cambio, no sentimos avanzar sino retroceder. Sensación de encierro en un bucle infinito; sensación de haber quedado atrapadas en la pantalla de una película distópica. Distópica pero verosímil. Porque los efectos de la pandemia son caros especialmente para las mujeres: empleos perdidos, salarios recortados, una vuelta a la vida doméstica donde el trabajo en casa y la vida laboral se mezclan. Eso sin contar las altas y lamentables cifras de la llamada «otra pandemia», aquella de la violencia feminicida, a puertas cerradas. Durante 2020, según ha informado la Defensoría del Pueblo, se denunció la desaparición de 5500 mujeres y niñas, y 138 feminicidios; y en 2021, apenas en enero, ocurrieron 14 feminicidios, según afirmó la ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Las cifras continúan subiendo, las proyecciones empeoran.

El 9 de febrero de 2021 empezó la vacunación al personal médico de primera línea, que luego continuará con las poblaciones vulnerables. Apenas un día después estalló el escándalo de las vacunas VIP, con dosis entregadas a espaldas de la población a un expresidente, algunos ministros, directivos del sector salud y miembros del cuerpo diplomático, sus amigos y parientes. La palabra ética vuelve a nosotros casi como el último bastión posible de esperanza, mientras ciudadanas y ciudadanos hacen colas durante días en busca de oxígeno para sus familiares enfermos. Y, otra vez, el poema de Blanca Varela estalla con toda su verdad: «este mercado donde la muerte enjoya las esquinas / con plata corrompida y estériles estrellas».

La mayor parte de textos que conforman este libro fueron publicados en la web entre fines de marzo e inicios de abril de 2020. Otros se han añadido ahora. Porque, hecha la convocatoria en medio de la urgencia y el desconcierto, especialmente para las mujeres, no fue/es/será fácil escribir. Las autoras revelan, en todos estos textos, intuiciones primeras, reflexiones sobre un pasado perdido, y sobre un presente y un futuro inciertos. Y no son pocas las profecías. Dispuestos para esta edición de acuerdo con el calendario, los textos conforman una suerte de diario de la pandemia que es, a la vez, personal e íntimo, colectivo y universal. Allí van surgiendo —cada 24, cada 48 horas— inquietudes, amenazas, preocupaciones, formas nuevas de un dolor quizás ya conocido y que urge reinterpretar. Enmarcamos esos textos con noticias, decretos, comunicados que muestran el discurso público, ya no privado, de estos tiempos. Además de este Prólogo a seis manos, el libro incluye un Epílogo de Mariemma Mannarelli, que nos ilumina y nos invita/obliga a releer estos textos y este encierro, para entender por qué las heroínas y los héroes del Bicentenario no serán televisados ni se propalarán en las noticias, pero la vida y la palabra prevalecerán para honrar a nuestras muertas y nuestros muertos.

Anahí Barrionuevo / Ana María Vidal / Victoria Guerrero

Lima, miércoles 24 de febrero de 2021

Durará este encierro

Подняться наверх