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EL ÍMPETU QUE ES TODA ELLA

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Hojeaba libros con frustración. Buscaba material para la tesis. Había cambiado ya dos veces de tema. Los textos de las mujeres que me interesaban no aparecían por ningún lado, estaban escondidos, incompletos y dañados. ¿Por qué a nadie le preocupó guardar estos documentos? ¿Por qué otros sí fueron conservados y estos no? ¿Qué no tienen estos que sí tienen aquellos?

Me sentía inconforme porque no bastaba con saber que esas mujeres existieron. Debería interesarnos qué hicieron, qué escribieron, cómo, por qué, cuáles fueron las dificultades que enfrentaron, cómo fueron recibidas sus obras. A veces, esto es una labor imposible. Escuché algunas opiniones fáciles, como que los textos no habían sobrevivido porque no eran buenos o porque las mujeres que los escribieron no tuvieron formación. Parece redundante decir que los textos de las mujeres han sido desechados, ignorados y despreciados, pero hay que preguntarse cuáles fueron las circunstancias que no permitieron a los textos ser conocidos, difundidos y valorados.

Tenemos que aprender a ignorar a la voz burlona que insiste en que si los textos no pasaron a la Historia con mayúscula, es porque no eran lo suficientemente buenos. Estas formas de pensamiento simulan estar ancladas a la realidad, a la lógica. Pero la lógica y la realidad no siempre están relacionadas ni siempre son lo que parecen. La realidad es que las circunstancias son distintas para cada persona y para cada texto. Las razones que hacen que una obra sea leída, apreciada y conservada responden a una multiplicidad de factores. La colección Vindictas es sumamente valiosa porque nos abre los ojos a textos completamente olvidados y les otorga una nueva oportunidad de ser leídos y apreciados.

Luego de mucho hurgar entre libros y archivos, me encontré con el tomo de crítica literaria de las obras completas de José Juan Tablada, quien, además de poemas, escribió numerosos artículos periodísticos. Como muchas, tengo la obsesión de contar cuántas mujeres y cuántos hombres aparecen en las listas, en cualquier lista. Este ejercicio a menudo suele ser agotador y deprimente. En el libro de Tablada solo había un par de textos que hablaban de libros escritos por mujeres. Ahí estaba “Libro de doña Lupe Marín”,1 donde Tablada reseñó la novela La única.

Lo primero que se suele saber de Guadalupe Marín es que estuvo casada con dos conocidas figuras de la cultura mexicana posrevolucionara: Diego Rivera y Jorge Cuesta. La biografía de Marín parece girar en torno a ellos; pero, incluso en ese sentido, está borroneada de la historia, porque se divorció de ambos y ella no es una figura principal en sus biografías. Sin embargo, también fue un personaje importante, no solo porque posó para muchos de los artistas reconocidos y se convirtió en un referente de la vida cultural entre los intelectuales de la época. Marín publicó dos novelas absolutamente novedosas para la literatura mexicana: La única en 1938 y Un día patrio en 1941. Su obra fue condenada al silencio, en gran parte por el resentimiento de los familiares y amigos de Jorge Cuesta, a quien deja muy mal parado como personaje de ficción, puesto que expone la relación violenta y decepcionante que vivieron.

El artículo de Tablada comienza explicando que, para desventura de los lectores, se acababa de encontrar a la autora en la Central de Publicaciones, a quien conocía porque había sido esposa de Rivera; dice que ella misma le dio el libro y le pidió, casi le exigió, que escribiera sobre él pues nadie más se había atrevido. Tablada asegura que es un libro “repugnante, indiscreto y deletéreo”, reflejado completamente en su autora, de quien insinúa que es “virago o marimacho”, además de subrayar que era una chismosa “de inagotable verborrea” que “pudo darse un barniz de cultura, pero tan leve”. Sobre la novela dice muy poco; habla de Marín, la compara con las artesanías que coleccionaba Diego Rivera, como “la infidelidad, la indiscreción de los botellones de Guadalajara”. De ahí viene su crítica literaria: describe la trama de la novela como “un chiquihuite de ropa sucia por su contenido y por su forma burda y mal tramada”. ¿Quién no se engancha con una descripción así?

Esos comentarios provocaron que me obsesionara con encontrarla, pero parecía imposible. Había pocos ejemplares a la venta, incomprables, y algunos en bibliotecas lejanas. Finalmente, di con la copia conservada en la Biblioteca Nacional. La portada era intrigante: la cabeza de Jorge Cuesta sobre una bandeja sostenida por una mujer bicéfala, imposible no pensar en Judith, imposible no pensar en la novela desde la autorreferencialidad. El dibujo fue trazado por Diego Rivera. ¿Qué relación habría tenido con sus dos maridos? Apenas uno de los chismes: se supone que una de las cabezas es el retrato de la misma Marín, la otra, el retrato de su hermana. Una de las muchas cosas que niegan los defensores de Cuesta, es que él tuvo un romance con ella mientras Marín estaba internada en un psiquiátrico porque ningún doctor lograba descubrir de qué estaba enferma y creyeron que estaba loca.

La novela me pareció divertidísima, ágil, coloquial y ocurrente; además, es un libro con el que puedo sentirme identificada. Y no es que apele a un sistema de valores literarios donde lo simple es mejor que lo complicado o lo fácil que lo difícil. No es ni de una forma ni de otra, porque cada obra se lee distinto y nadie puede establecer un sistema de valores literarios absoluto. En este caso, la novela tiene su encanto en lo cotidiano, en las pláticas y razonamientos sobre lo que observa y siente la protagonista, Marcela, quien defiende constantemente su libertad. Resulta bastante complejo establecer la relación entre características y valores literarios. Es necesario hacer hincapié en esto, porque la obra que se presenta en esta edición ha sido continuamente descalificada por mala, sin derecho de réplica. Se ha dicho de ella muy poco, y todo, o casi todo, consiste en que el texto no es bueno, que Guadalupe Marín no era escritora, que su libro lo pagó ella misma y que eso no vale como literatura. Punto.

Es obvio que existen criterios que cambian conforme pasa el tiempo y la misma obra puede ser valorada por razones totalmente distintas. Por ejemplo, uno de los criterios que se discutía en los tiempos en que Guadalupe Marín convivía con Jorge Cuesta, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, era si la literatura que merecía lugar y reconocimiento debía ser viril, y lo que hacía a una literatura viril tenía que ver con lo patriótico. De esta forma, los Contemporáneos —que son algunos de los autores de esa época que más leemos ahora— quedaban fuera de la llamada “buena literatura”, no todos estaban de acuerdo, claro, y eso influyó en que los criterios cambiaran. Ahora esa discusión no podría, ni siquiera, tener lugar.

Uno de los criterios con que se descalificaba la escritura de Marín, era la falta de formación que se reflejaba, por ejemplo, cuando escribía de manera incorrecta palabras en otros idiomas, como inglés y francés, un criterio, por principio de cuentas, superficial. En cambio, desde la actualidad resulta muy interesante cómo la protagonista manifiesta su personalidad a través del lenguaje. Marín no había estudiado arte ni literatura, lo que sabía porque lo había aprendido de oídas y porque se interesó en aprenderlo, no era una elegida ni tenía reservado un destino sublime. Marín se volvió una infiltrada en la élite posrevolucionaria y se codeó con algunos de los artistas más respetados, sin embargo demostró en sus novelas que no los idealizaba ni buscaba su aprobación, sino que buscó construirse su propia manera de expresarse y gestionar su vida. Marín, como el personaje de Marcela, sobrevivió a una terrible enfermedad y a dos matrimonios, decidió viajar, equivocarse, intentar de nuevo y hacer lo que le daba la gana. Su obra es valiosa para la literatura mexicana porque nos presenta una perspectiva inédita.

La única no es una autobiografía, pero sí está basada en la experiencia de la autora, lo que le permite hacer un retrato de la vida cultural de los años veinte desde la mirada femenina. Marcela, la protagonista, descubre las flaquezas de las ambiciones artísticas y lo ruin de las envidias e intrigas que se tramaban entre la élite cultural. Así, nos introduce en la visión de una mujer que se adentra en los grupos de intelectuales y artistas de las primeras décadas del siglo xx. Su perspectiva es parte de la construcción narrativa, nunca logra pertenecer pero los observa muy de cerca. Marcela es un personaje imperfecto que se abre paso en el mundo equivocándose y ofendiendo, es objeto de burlas por despreciar la autoridad de los médicos, pronunciar “subrealistas” en vez de surrealistas, hacer una pregunta cuando tiene curiosidad o porque escribe discursos. No concede ante los modales de élite, ni se apega a las buenas costumbres de la época, al contrario, todo le genera curiosidad y nunca da por sentado que las cosas son como son. Está convencida de que se puede cambiar de opinión en cualquier momento, porque nadie tiene la verdad absoluta.

A pesar de ser una novela de estructura caótica, el hilo conductor es la búsqueda de Marcela. Ella no está segura de qué es lo que quiere, pero sabe que no es feliz y que solo tiene una vida. Por fortuna, es lo suficientemente curiosa y crítica como para explorar, preguntar y experimentar, le interesa conocer gente nueva, lugares nuevos, libros nuevos. A lo largo de la trama, Marcela aprende a conocerse a sí misma y a descubrir qué es lo quiere hacer, aunque, para esto tiene que dejar a dos esposos y encargar a su hijo, quedar en ridículo o perder amigos. Su escritura es el resultado de este proceso. Justamente una pregunta que circula en la novela es si la protagonista es escritora.

En el libro titulado Dos veces única, dedicado a la biografía de Marín, Elena Poniatowska dice que la novela La única fue escrita en un arranque de ira hacia Jorge Cuesta. Y no puedo dejar de preguntarme quién logra hacer algo así: escribir un libro completo solamente con esa motivación. También me cuestiono si esto le negaría la calidad de escritora. Es verdad que el primer impulso puede estar generado por la ira, pero la realidad es que, aunque Jorge Cuesta aparece en el libro, no es el centro, tampoco Diego Rivera; el centro es ella, su enfermedad, su viaje, sus conversaciones, deseos y frustraciones.

Ella decidió formarse, leer y escribir porque así lo deseaba, porque la inquietud que la llevó a acercarse en primera instancia a los círculos intelectuales de escritores y artistas, era en realidad un interés propio. Su obra es el fruto de un proceso personal de creación y conocimiento. Si Guadalupe Marín se sentó a escribir dos novelas completas, cada una con un universo propio que se expresa a través de un trabajo del lenguaje; entonces, podemos decir, sin ningún reparo, que era una escritora. Si buscó publicar estos libros y que fueran leídos, quiere decir que pensaba en sus obras dentro del diálogo de la cultura y la literatura mexicana, dejarla fuera sería una torpeza. ¿Quién más podría narrar desde su perspectiva?

Tablada criticó con desprecio a Marín, pero escribió sobre ella y eso me permitió encontrarla, lo cual nos hace pensar en la importancia que tiene nombrar, en cómo se escribe la historia y cómo seleccionamos las obras que importan y deben ser leídas. Aunque se burló y describió como defectos lo que ahora podríamos ver como cualidades, la nombró y ahora podemos recuperarla. “El ímpetu que es toda ella” (así fue como la introdujo) le causaba incomodidad, esta sensación es el mayor acierto de la novela. Marcela es incómoda porque para complacer a todo el mundo tendría que negarse a sí misma, renunciar a todo lo que disfrutaba y aprender a ser otra persona. Ella se rehúsa a hacerlo, en cambio, decide experimentar, disfrutar y construirse su propia personalidad en la vida real y por medio de la escritura.

ANACLARA MURO

1 José Juan Tablada. “111. Libro de Doña Lupe Marín” en Obras Completas V. Crítica Literaria. México: Instituto de Investigaciones Filológicas Universidad Autónoma de México, 1994, pp. 525-527.

La única

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