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BREVE PRÓLOGO DEL AUTOR
ОглавлениеAl despedirme del lector en mi libro Cristianesimo e Gnosticismo: 2000 anni di sfida,1 yo escribía: «El cristiano encuentra la paz en el corazón al seguir la figura evangélica de Cristo en la fe de que es Dios. Jesús dijo en torno al año 29: “Quien quiera ser el más grande que se haga el más pequeño y sirva a los demás”. Lo hizo él mismo a lo largo de su vida y hay un símbolo muy poderoso en el evangelio de San Juan, en el lavatorio de pies que Cristo lleva a cabo poco antes de la Pasión». Entreabría así una puerta sobre el argumento del Dios-Amor «el Dios es Amor: ho Theòs Agápe estín»2 al servicio de los hombres, un Dios con un mandil no solo neotestamentario, sino que ya asoma en la Antigua Escritura, como he explicado en el ensayo inmediatamente anterior a este, El viento del amor.3 Considerando estudios derivados del Concilio Vaticano II, hablaré también de este Dios-Amor según el Nuevo Testamento, según el cual la Revelación divina se cumple con Cristo: un Dios que en Jesús da ejemplo e invita a los cristianos de todos los tiempos a actuar como él: según los cristianos, siempre con pleno respeto a los creyentes hebreos, el Antiguo (o Primer) Testamento está incompleto, reclama una integración y ese cumplimiento, expuesto en los mismos libros neotestamentarios, se realiza en Cristo Salvador, que da claridad al sentido de los textos veterotestamentarios y, además, en cualquier caso, justifica su propia inclusión en la Biblia, como normalmente pasa con el Eclesiastés, un libro que, aunque no carezca de serenidad, parece pesimista y no se relaciona con la luz de Cristo, por lo que el cristiano reflexiona: «Sí, sin Jesús la vida sería precisamente la tragedia nihilista que cuenta el Eclesiastés»; a ese respecto, Giacomo Leopardi fue un gran lector del Eclesiastés y este libro, no teniendo el poeta fe cristiana, contribuyó a determinar, con otras fuentes, su pesimismo cósmico. La Palabra divina se revela progresivamente por medio de hechos históricos que han inducido a la reflexión teológica. El gobierno de la Historia por parte de Dios constituye la nota común entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: considérese que, para la Iglesia, como expresó el Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum, el Testamento sí está «inspirado y quienes lo generaron se inspiraron en la medida en que contribuyeron a su constitución» y no solo el Nuevo Testamento, sino también el Antiguo «es palabra de Dios y conserva un valor perenne», pero hay que tener en cuenta que los escritos del Antiguo Testamento «contienen también cosas imperfectas y temporales» y que «asumidas integralmente en la predicación evangélica, adquieren y manifiestan su significado completo en el Nuevo Testamento y, a su vez, lo iluminan y lo explican».4 Siguiendo con la Dei Verbum,5 añado que «para extraer con exactitud el contenido de los textos sagrados, se debe atender al contenido y a la unidad de toda la Escritura». Así que presentaré la figura jesuánica del Dios que sirve a los hombres, destacando el contraste entre esta y aquella temible imagen divina castigadora que se dibujaba en las enseñanzas eclesiásticas antes del Vaticano II, concilio que ha dirigido de nuevo la mirada de la Iglesia hacia el cristianismo del siglo I, sobre todo con el estudio de los testamentos en sus idiomas originales y ya no con la imprecisa traducción al latín de San Jerónimo. Lamentablemente, no todos siguen la línea conciliar y la idea de un Dios terrible todavía sigue viva en ciertos entornos en la propia Iglesia y no solo entre los seguidores del reaccionario obispo Lefèbvre. Hay quien continúa enseñando sustancialmente que hay que temer y servir a Dios con actos de culto, como a Yahvé en tantos versículos del Antiguo Testamento, siguiendo esa Ley que, por el contrario, San Pablo, en su epístola a los Gálatas,6 afirma que existía solamente como el siervo-pedagogo que tenía el cometido de conducir a la escuela de Cristo. Ese siervo que lleva al niño a la escuela ya es inútil después de las enseñanzas piadosas del Maestro Jesús, y además es evidente que quien ama no difama, no roba ni hace otras cosas similares sin sentir un peso que le hace respetar la moral. Pero, según los evangelios, a Cristo no le basta con que no se haga mal al prójimo: desea que se lo ayude. Acabo donde empecé, con el Dios revelado por Jesús, completamente enamorado de los seres humanos hasta el punto de quererlos para siempre con Él en su eternidad y que, por tanto, se pone a su servicio para este fin concreto. Para comodidad de quien no frecuente la Biblia más que ocasionalmente, he añadido un apéndice con las abreviaturas de los nombres de los libros bíblicos.
Guido Pagliarino
1
Cristianesimo e Gnosticismo: 2000 anni di sfida, Prospettiva Editrice, 2003-2007. Descatalogado y cuyos derechos volvieron al autor el 1 de enero de 2008.
2
1 Jn 4:8 y 4:16.
3
El viento del amor: Una aproximación histórica a la revelación progresiva del Dios-Amor en el Primer Testamento, 2019, Tektime Editore © Guido Pagliarino.
4
Constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina Revelación, nn. 14, 15, 16.
5
Ibíd. n. 12.
6
Gal 3:19 y 3:25.