Читать книгу El Metro Del Amor Tóxico - Guido Pagliarino - Страница 6
Оглавление—¡Querido amigo! ¿Cómo van tus investigaciones sobre poesía? —me saludó efusivamente el doctor D'Aiazzo con su fuerte acento napolitano, después de que consiguiera tenerlo al teléfono a través de la centralita de la comisaría.
—Ha llegado un premio, el poeta pide —respondí con un endecasílabo improvisado y bromista y precisé—: He ganado un premio importante en Nueva York.
En un tono copartícipe se felicitó y luego, intercalando algunas palabras en su dialecto, como hacía a veces, e interpelándome con el diminutivo que había inventado él mismo en su momento, me preguntó:
— Va bbuo',5 Ran, felicidades por mi parte, ¿qué me pide o' poeta6 ?
—La fecha de la entrega de premios está cerca y tengo el pasaporte caducado.
—No hay problema. Mándamelo con el timbre y las fotos y hago que te lo preparen como un rayo,7 no es por nada que en italiano rima con mi apellido D'Aiázzo, aparte del acento. Mejor no, vamos a hacer otra cosa: a la hora de la cena me lo llevas todo a casa, a los ocho en punto y así hacemos unos espaguetis y dos filetes.
—Estupendo, gracias.
Esa misma tarde sufrí la primera agresión. Primero pensé que era el ataque de un chalado, y solo después de un segundo intento de matarme, no mucho días antes del vuelo a Nueva York, entendí que alguien me quería muerto: Al salir de casa para la cena con mi amigo, antes de poder cerrar la puerta con llave me encontré delante de un hombre, a unos cuatro metros de mí sobre el rellano, con el rostro oculto con un pasamontañas y guantes en las manos, que se abalanzó de inmediato contra mí empuñando una navaja abierta e intentó apuñalarme en el cuello. No me llegó a alcanzar, porque, con un movimiento de artes marciales que había aprendido en la Seguridad Pública, bloqueé a la mitad el ataque y desarmé el brazo del delincuente haciendo caer al suelo la navaja. Inmediatamente después, golpeé con fuerza al agresor en la cabeza, la cara y el tronco y le hice huir por la escalera: yo era joven en aquel entonces, ágil y atlético y, algo que no se puede perder, muy alto, un metro noventa, mientras que ese individuo era de mediana estatura, por lo que, al buscar el cuello, había hecho el intento de abajo arriba sin toda su fuerza. No consideré prudente perseguirlo. Recogí y me metí en el bolsillo la navaja para llevársela a Vittorio, cerré con llave la puerta de casa y bajé evitando el ascensor y usando las escaleras cautelosamente. Pero, como me esperaba, no había ni rastro del individuo.
Le conté por encima a mi amigo mi percance y luego le entregué el arma del agresor. Este comentó:
—Cada vez son más comunes los llamados atracos iniciados desde el exterior, tal vez quería llamar a la puerta y luego entrar amenazándote con esa navaja para robarte, pero le sorprendió tu imprevista salida al rellano y, temiendo que armaras jaleo se enfrentó a ti, tratando de cortarte el cuello. Porque tú no tienes enemigos mortales, ¿no?
—No creo.
—Luego debió ser un intento de robo. Has dicho que llevaba guantes, así que no tendrá más huellas dactilares que las tuyas. Enmascarado, así que no hay ningún detalle del rostro, aparte de los ojos a la vista: ¿has observado su forma y color? Y dime: ¿era alto bajo, delgado, gordo? ¿La navaja la llevaba en la mano derecha o en la izquierda? ¿Te dijo algo?
—No, ni una palabra, navaja en la mano derecha, los ojos no los pude ver con la agitación de la defensa y medía en torno al metro setenta y cinco, delgado pero ancho de espaldas y seguramente musculoso y fuerte porque huyó a toda prisa por las escaleras, aunque le había cubierto de golpes.
—Ya es algo, pero difícilmente lo encontraremos, pues imagino que no será tan tonto como para acudir a un hospital, aunque tras tu denuncia podremos investigar en las casas de socorro. Pero no debe ser muy inteligente, porque, si no, no te habría lanzado una cuchillada con el riesgo de acabar en la cárcel por un delito de sangre: se habría limitado a amenazarte a una cierta distancia pidiéndote que volvieras a entrar en silencio o, sencillamente, habría huido sin hacerte nada.
—Hm… sí.
—Ran, mañana por la mañana te pasas por la comisaría para hacer la denuncia, pero entenderás que será un poco difícil que encontremos a chillo cattamàro8
Como no me había robado nada, decidí dejarlo pasar.