La caída
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Guillermo Levy. La caída
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A Eva y Manu, que cambiaron mi historia.
El Gobierno de Cambiemos imaginó quedarse en el poder más de un período. Periodistas, dirigentes políticos, investigadores e intelectuales creyeron lo mismo. Existió un optimismo que atravesó distintas miradas ideológicas y posiciones institucionales. A la fatiga agonal que dejaba el kirchnerismo se le presentaba, o por lo menos parecía, una novedad fundada en la reducción de la politización y de la división política, tan potente en el gobierno anterior. Un optimismo del “punto medio” y de la moderación que inclusive recibió muchos más apoyos de los que obtuvo el propio Mauricio Macri.
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De la Rúa asumió con el 48% de los votos, diez puntos más que el ex vicepresidente del primer período de Menem y en ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde. El discurso frente a la Asamblea Legislativa del 10 de diciembre de 1999 de Fernando de la Rúa fue un discurso cuya centralidad estuvo en la impugnación de la corrupción vinculada a la década menemista. La pobreza, que había bajado sustancialmente en la comparativa de 1989 y los primeros años del menemismo, volvía a trepar al 26,5% pero, la gran novedad estaba en la desocupación, que nunca había llegado a dos dígitos, ni durante la dictadura militar, ni en el medio de la hiperinflación de 1989, cuando estaba en el 6%. En 1995, Menem ganó la reelección con la tasa de desempleo más alta de la historia argentina: 17,5%, sin contar todas las formas de empleo precario (subempleo o sobreempleo) que se acrecentaron durante la década de los noventa. En 1999 la desocupación había bajado del pico de 1995, pero estaba en el 13%.
De la Rúa, en un discurso encorsetado en el formato y el diagnóstico neoliberal, atribuía la pobreza y el desempleo al problema de moralidad que representaba la corrupción y, por otro lado, al déficit fiscal. El cerco que se autoimponía la Alianza implicaría lo que ya se veía claramente en el discurso. No se tocaría la convertibilidad, no se tocaría el modelo de acumulación, no se cuestionaría el endeudamiento externo que crecía a paso continuo y firme desde 1993 por la imposibilidad de sostener la convertibilidad con recursos propios, siendo entonces la única salida el ajuste y la supuesta restauración moral. El latiguillo, que años después seguirá vigente, era que la plata faltaba en las escuelas y los hospitales porque se iba en corrupción.
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