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INTRODUCCIÓN

“Hablar con otro es, ante todo, escuchar”

(P. Michel Quoist).

Una de las dificultades que surge con mayor frecuencia para que haya auténtica armonía y buenas relaciones entre los diferentes miembros de las familias, de las comunidades cristianas, y en la mayoría de las relaciones interpersonales en general, se debe en gran medida a la incapacidad dominante en los seres humanos para relacionarnos y comunicarnos de manera sana y adecuada.

Las relaciones humanas, si bien nos enriquecen pues son expresión de nuestro instinto de socialización, también suelen tener sus complejidades, lo cual puede producir dificultades y desencuentros en la comunicación. Nuestros cuerpos tienen ansias de contacto y nuestros corazones anhelan una comunicación auténtica y profunda. Sin embargo, no todas las personas logran generar, desarrollar y mantener estos vínculos. Y, ¡cuántos sufrimientos nos evitaríamos si nos propusiéramos ―de manera real, concreta y perseverante―aprender a comunicarnos, comulgando con nuestra historia y entrenándonos en una verdadera comunión con nuestros semejantes!

El objetivo de estas páginas es lograr ―bajo la luz del Espíritu Santo― examinarnos y evaluarnos a nosotros mismos, para poder detectar cuáles son nuestros puntos fuertes y también nuestros puntos débiles en el modo de comunicarnos con las personas que nos rodean.

¿Te has fijado alguna vez en esas personas mayores que transmiten serenidad, paz, buen humor, sabiduría, y que da ganas de conversar con ellas porque siempre aprendemos algo o porque nos ayudan a madurar, a crecer y a encontrar respuestas? La clave de estas personas radica en la actitud de un continuo aprendizaje de la vida en general y del arte de la comunicación en particular, sin estar esclavizadas por prejuicios hacia quienes los rodean.

Son personas que toman las experiencias, los conflictos, incluso las discusiones, como un aprendizaje de vida, como un modo de entenderse más a sí mismos, a los demás, y al mundo.

Esa es la actitud con la cual debemos abordar la lectura de este libro: comenzar con el deseo de ser sanados de la sordera que nos impide escuchar en profundidad y con respecto a quienes nos rodean, y así, reflexionar sobre la manera de seguir transformando el modo de transmitir nuestras ideas a los demás, y alimentar la actitud para seguir mejorando la comunicación en las relaciones interpersonales.

Esto exigirá reconocer las propias debilidades en la comunicación con alguna(s) persona(s), aprender de los fracasos del pasado, ser libre de juicios sobre el hermano, y abrirnos a la gracia de la comprensión del otro y de los pasos que debemos dar para mejorar la comunicación.

Así como en los evangelios leemos que Jesús sanó al sordomudo, y que a través de la palabra effatá, y con gestos de amor y con el poder del Espíritu Santo, abrió sus oídos y sus labios (Mc 7, 31-37), estoy convencido que a lo largo de la lectura y meditación de las páginas de este libro, el Señor también tocará tus oídos, tus labios, y tu corazón para sanar las heridas relacionales de tu historia y, de este modo, te irá concediendo la capacidad de comunicarte sanamente con las personas que él ha puesto y que pondrá en el camino de tu vida.

Es en este sentido que el padre Raniero Cantalamessa afirma:

Si la sordera y la mudez consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete! (1)

Efectivamente, lo que Jesús obró un día, sanando en el plano físico al sordomudo, quiere hacerlo ahora por ti, en el plano espiritual, ya que nuestro Señor se identifica con los sufrimientos de tu vida, de tu familia y de quienes te rodean, pues: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8, 17).

Por lo tanto, ánimo, levántate en victoria, porque si el Señor en su providencia ha permitido que este libro llegara de un modo u otro a tus manos, es porque en sus proyectos está darte las gracias que tanto tú como otras personas de tu entorno necesitan para descubrir la belleza de la comunicación, de la fraternidad y de la amistad que debe existir en el matrimonio, en las relaciones de familia, con los hermanos de comunidad y compañeros de trabajo, así como en todas las relaciones interpersonales.

P. Gustavo E. Jamut, omv

“El diálogo es muy importante para la propia madurez, porque en la confrontación con otra persona, en la confrontación con las demás culturas, incluso en la confrontación con las demás religiones, uno crece: crece, madura.” Papa Francisco

1- Zenit, Italia, 8 de septiembre de 2012, Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - predicador de la Casa Pontificia - a la liturgia del próximo domingo, XXIII del tiempo ordinario.

Effatá

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