Читать книгу Póngale usted el título que quiera - Gustavo Hernández - Страница 4
ОглавлениеPrólogo a la segunda edición
Este es un libro sin nombre, sin prólogo y sin autor. Este es un libro que jamás existió; lo que ahora se lee es, como se asienta en la parte final, un producto de la imaginación, que el lector bien intencionado ha depositado en un montón de hojas huérfanas.
Asumo que nadie quemó una sola hoja de la primera edición del inexistente libro, puesto que en 20 años ningún editor hizo el milagro de hacerlo surgir de las cenizas. Pero mientras duró fue bueno, buenísimo para algunos. Por ejemplo: fue bueno, porque sirvió para que algunos cronopios (esos que nacen informes, los que en el fútbol son un eterno offside, los que son felices cagándola ingenuamente) se aprovecharan de la casi inexistente autoría que la tapa de 1994 ofrecía; resultó que una tarde, mientras Marcela cerraba el laboratorio de cómputo de la Facultad de Psicología de la U. de G. se apareció por ahí un tal Mateo. Marcela hacía su servicio social en el laboratorio, y el tal Mateo, enviado desde el cielo de los ingenieros para darle soporte (psicológico) a las computadoras, era un calvo encorvado que se pasmaba como todos los Windows de antes y después de 1994, de solo ver los ojos de esa morena que intercalaba el psicoanálisis con la teoría de sistemas (computacionales). Pasó que un día, incapaz de llamar la atención de Marcela con sus encantos ingenieriles, a Mateo se le ocurrió que podía ser poeta. Y nada mejor para serlo que publicando un libro. Con la ventaja de que el libro ya estaba publicado. El libro se llamaba (o no se llamaba) “Póngale Usted el título que quiera” (y agregaba unas discontinuas rayitas hechas con el Word 6.0 de 1993), así que Mateo no sólo le puso el nombre que quiso, sino que también decidió que podía cambiarse el propio y asumir, como una corona que ya lo esperaba, que un día en su lejana infancia a alguien se le había ocurrido la genial idea de apodarlo “Pato”. A Marcela nunca se le ocurrió cómo era que a los Patricios se les apodaba “Pato” por mera asociación fonética, y el psicoanálisis tampoco le dio pistas para siquiera dudar de que los Mateos fueran igualmente víctimas de esa extraña casualidad que los convierte en “Patos” o en repentinos poetas. La ingeniería le hubiera explicado que los hombres hacemos las cosas más estúpidas si se trata de llamar la atención de una morena de ojos como de hierbabuena, y habría entendido la facilidad con la que, durante al menos un año, el tal Mateo se adueñó de la obra del tal “Pato” para leérsela al oído sin un solo “cuac” de culpa. Al fulano llamado Gustavo y apodado “Pato” le hizo gracia cuando, en uno de esos festivales culturales donde entendemos que la epistemología nos ayuda a aprender unos pasos de baile, le conté de su otro Yo que ni él sabía que existía. “Pinche raza”, dijo entretenido, y no volvió a tocar el tema.
No todos corrimos con la suerte de Mateo, la mayoría nos quedamos con el disfrute de la lectura, pero ni lejanamente imaginamos de las posibilidades que ofrecía el no libro del fantasmal no poeta, que negaba los prólogos con un poema sobre una libertad que él mismo llenaba de cadenas.
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Póngale Usted el título que quiera, es una obra con al menos dos libros. En las páginas impares, el reto de empezar cada poema con el mismo verso nos descubre frente a un espejo donde somos la posibilidad que no fuimos: empezar por desconocernos, por querer ser otro, por ser ese otro y hablar con las plantas, por escribir los poemas que nos pasan, por ver el humo de las naves quemadas… en cada poema, un itinerario situacional y afectivo nos anticipa lo que las páginas pares nos iluminan con la misma frecuencia con la que nos oscurecen: en las pares, el poeta dialoga con un sí mismo que podría ser cualquiera de nosotros. Con el cronopio de sí mismo, con el alter ego, o con el desventurado Mateo haciendo una declaratoria de amor – odio para insistir en sus abismos.
En las impares navegamos de a muertito mientras lustramos el collar con el que nos encadenan, o nos atamos a la nave que ya zarpa en vez de quemarla, como el antónimo del héroe que somos en esta ciudad que no es nuestra, andando por calles que no nos llevan a ningún lado. En las pares nos preguntamos a dónde habremos de llegar entre ruinas, rosales y espinas, o nos percatamos de que, como en la vida, las cuentas nomás no salen. Y en ese diálogo, separado apenas por el puente de una hoja, reconocemos al poeta, a la pedacera de inicios que se ha vuelto de insistir en contrariar al pequeño Golem que lleva dentro. Reconocemos al cronopio-poeta, capaz de reiniciarse a cada nueva cagada de las que acumula varias al día.
Póngale Usted… es un poemario que es dos o tres poemarios, y es también el relato de las tragedias cotidianas del hombre que –no está de más recordarlo- sonríe sus desgracias vallejianas con el hocico roto, blindado apenas por la palabra “paracaídas” y la bendición de Huidobro. Están aquí los milagros atemporales del mexicano universal que sobrevive a sus políticos con un “humorismo doloroso”, y están aquí las recetas de autoayuda más inútiles (si es que hay libros de autoayuda que no sean inútiles) y más absurdamente bellas que podamos leer durante la mañana, cuando más necesitamos de resetear nuestra suerte. Para la ciencia, el cronopio que flota en los poemas de este libro es un reflejo anti humano, un paradigma de hombre cognitivamente no estratégico. Para los poetas –que están más cerca de la locura, y por lo tanto, de la verdad- este cronopio que carece de toda pericia vital es simplemente el hombre en su circunstancia de no ser cenzontle.
Póngale Usted el título que quiera no es una Rayuela en su complejidad estructural, pero podría ser un changai, ese juego al que le bastaban dos palos, un hoyo en la tierra y tres formas de lanzar, tan lejos como fuera viable, la suerte del contrario; tan lejos que le fuera imposible acercarse a nuestros abismos. Póngale… no es un libro que nos explique cómo hacer poemas; es un libro que nos explica cómo hacer poesía.
Jorge Díaz
Guadalajara, enero de 2014