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INTRODUCCIÓN ¿POR QUÉ ELEGIMOS SER DOCENTES?

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“Y yo me hice en tangos”

“Por qué canto así”, Celedonio FLORES

Al principio fue la voz. Voz cantada antes que hablada. Canto de mi madre mientras me da de mamar: “porque cuando pibe me acunaba en tangos la canción materna que llamaba al sueño”. Luego, pero sin solución de continuidad, la voz y el canto de mi padre. Que sería, con el paso de los años, mi propia voz y mi propio canto.

Curiosamente, en el final de sus días y ya perdida en gran parte su memoria, mi madre me pedía que le cantara. Por supuesto, que le cantara tangos. Ella no sabía (porque no recordaba) que al cantarle esos tangos yo le devolvía (le reconocía, le agradecía) lo que me había dado. Y ella, sin recordar mi antigua voz, valoraba y apreciaba mi voz en forma de canto. Y sin recordar casi nada, recordaba esos tangos.

La voz. Siempre la voz. Al inicio y al final. Lo primordial viene a través de la voz… y se recibe en la infancia.

Al principio, la voz que se siente, no la que se piensa. El canto que conmueve aunque no se comprenda su contenido. El sentir antes que el pensar. Como el sentir del niño Jean Jacques Rousseau al oír las canciones que entonaba “con voz dulcísima” su tía, quien fue como una madre para ese pequeño. Voz que transmite el sentir y que constituye a un ser, a un sujeto. Seguramente, el amor de Rousseau por la música vocal se origina en aquella voz dulcísima escuchada en su infancia. Y conjeturo que esa misma voz es también el fundamento último (profundo, recóndito) de la filosofía de Rousseau sobre el origen de las lenguas.

A la construcción rousseoniana del estado de naturaleza en que el ser humano es puro e inocente, le sucede una segunda construcción imaginaria, un segundo mito propuesto por Rousseau, según el cual la forma estética de la primera sociedad familiar estuvo compuesta por la música y el baile, por el canto y la danza1. En ese tiempo mítico, las artes no estaban separadas. Música y poesía no eran distintas ni distinguibles. La poesía y la música, unidas al canto, eran la lengua misma. “Los primeros discursos fueron las primeras canciones”, y la música cantada constituía la unidad y la transparencia de esa sociedad primera y feliz. Las primeras historias, las primeras arengas, las primeras leyes, fueron en verso. Así, la poesía surgió antes que la prosa “porque las pasiones hablaron antes que la razón” y “arrancaron las primeras voces”. En su origen la lengua fue metafórica, expresiva y poética. Pero no solo fue poética: también fue musical. Al principio, decir y cantar eran la misma cosa. Y el regreso a esa sociabilidad feliz es solo posible (aunque de modo siempre imperfecto) si se vuelve al canto, a la música vocal, es decir, a la lengua originaria.

¿No expresa esta concepción sobre el origen de las lenguas el profundo deseo de Rousseau de volver a oír la dulce voz que lo acunaba, de regresar a su paraíso perdido?

Primero he sentido, luego he razonado. Primero he cantado, luego he pensado en el sentido de mi canto. Aprendí los tangos absorbiendo el canto de mi viejo y escuchando una y otra vez los discos que él escuchaba. Y canté esos tangos antes de hacer uso de mi razón. Conmovido y emocionado mientras cantaba no por comprender el sentido de las letras sino por percibir el ánimo de esas canciones.

Primero el sentir, después el pensar. Del tango a la filosofía. Y así como quise cantar aquellas canciones escuchadas, también quise transmitir la filosofía aprendida y pensada. De la filosofía a la docencia.

En definitiva, la docencia también está cruzada por la voz, ya que el buen docente es el buen dicente, el que tiene algo para decir y sabe cómo decirlo. El docente es el que bien dice (¿el que bendice?). Y bien dice porque dice con claridad y porque su compromiso es con la transmisión. Un decir claro, aunque exprese algo difícil.

En mi biografía hay, entonces, un orden: primero el tango, después la filosofía, más tarde la docencia. No creo que haya una lógica ni una prioridad. En lo que escribo aquí la filosofía atraviesa todo, pero tal vez sea solo porque me da letra para componer este texto.

Concibo este pequeño libro como una muestra de reconocimiento y gratitud. La gratitud entendida como el placer, la satisfacción de haber recibido, el reconocimiento de una deuda, y la devolución. Gratitud a lo que fue, en tanto lo que fue permanece.

Esa gratitud deriva de mi convencimiento de que no soy causa de mí mismo. Los otros son mi causa. “Soy lo que se me ha hecho antes de hacer lo que soy”, dice Comte Sponville (Sobre el cuerpo). Soy el efecto de una historia y me sé deudor. Y es la gratitud la que me permite el reencuentro y la reconciliación con esa historia.

Mi deseo, en clave rousseoniana, es que quienes accedan a esta obrita escuchen la voz no impostada de un docente que dice y canta su filosofía.

1. Rousseau es consciente de la construcción imaginaria que supone la descripción de ese estado de naturaleza. Se trata, como dice en el Prefacio al Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de “un estado que ya no existe, que ha podido no existir, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, es necesario tener nociones justas para juzgar bien de nuestro estado presente”.

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