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«SE RECIBE UN MENSAJE DE MARTE»

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Extraordinaria noticia de Woking

Además, el telegrama enviado por Ogilvy a la Sociedad Astronómica había despertado la atención de todos los observatorios del reino.

Había más de media docena de coches de la estación de Woking parados en el camino cerca de los arenales, un sulky procedente de Chobham y un carruaje de aspecto majestuoso. Además, vi un gran número de bicicletas. Y a pesar del calor reinante, gran cantidad de personas debía haberse trasladado a pie desde Woking y Chettsey, de modo que encontré allí una multitud considerable.

Hacía mucho calor, no se veía una sola nube en el cielo, no soplaba la más leve brisa y la única sombra proyectada en el suelo era la de los escasos pinos. Habíase extinguido el fuego en los brezos, pero el terreno llano que se extendía hacia Ottershaw estaba ennegrecido en todo lo que alcanzaba a divisar la vista, y del mismo elevábase todavía el humo en pequeñas volutas.

Un comerciante emprendedor había enviado a su hijo con una carretilla llena de manzanas y botellas de gaseosas.

Acercándome al borde del pozo, lo vi ocupado por un grupo constituido por media docena de hombres. Estaban allí Henderson, Ogilvy y un individuo alto y rubio que -según supe después- era Stent, astrónomo del Observatorio Real, con varios obreros que blandían palas y picos. Stent daba órdenes con voz clara y aguda. Se hallaba de pie sobre el cilindro, el cual parecía estar ya mucho más frío; su rostro mostrábase enrojecido y lleno de transpiración, y algo parecía irritarle.

Una gran parte del cilindro estaba ya al descubierto, aunque su extremo inferior se encontraba todavía sepultado. Tan pronto como me vio Ogilvy entre los curiosos, me invitó a bajar y me preguntó si tendría inconveniente en ir a ver a lord Hilton, el señor del castillo.

Agregó que la multitud, y en especial los muchachos, dificultaban los trabajos de excavación. Deseaban colocar una barandilla para que la gente se mantuviera a distancia. Me dijo que de cuando en cuando se oía un ruido procedente del interior del casco, pero que los obreros no habían podido destornillar la tapa, ya que ésta no presentaba protuberancia ni asidero alguno. Las paredes del cilindro parecían ser extraordinariamente gruesas y era posible que los leves sonidos que oían fueran en realidad gritos y golpes muy fuertes procedentes del interior.

Me alegré de hacerle el favor que me pedía, ganando así el derecho de ser uno de los espectadores privilegiados que serían admitidos dentro del recinto proyectado. No hallé a lord Hilton en su casa; pero me informaron que lo esperaban en el tren que llegaría de Londres a las seis. Como aún eran las cinco y cuarto me fui a casa a tomar el té y eché luego a andar hacia la estación para recibirlo.

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