Читать книгу El ladrón de sueños - Heidi Zoraida Iuorno - Страница 9
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Cuando Lyor era un niño, le gustaba imaginar que era un pirata, un explorador o un superhéroe. Sus padres, contrarios a la fantasía, le gritaban continuamente apartándolo de esos sueños y forzándolo a mantener los pies en la tierra. Él terminaba por encerrarse en su habitación para mirar con tristeza los afiches colorados de superhéroes que tenía colgados en las paredes.
Un día, cuando Lyor regresaba de clases, vio que su mamá lo esperaba impaciente en la puerta de la casa. Caminó hacia ella sin atreverse a mirarla a los ojos. Habría preferido correr y desaparecer lejos de allí.
—Tenemos que hablar. Entra de inmediato a la casa —ordenó ella con voz amenazante.
Entrando notó que su padre, el señor Krin, también estaba enojado, pero su mirada mostraba más desilusión que rabia.
—Hoy llegó esta carta de la escuela —dijo la mamá entregándosela al hijo—. Léela —ordenó.
Lyor colocó su morral en el piso y con la mano temblorosa tomó la carta. No quiso leerla en voz alta porque temía que su voz quedara atrapada entre sus cuerdas vocales.
Queridos señores Krin: les escribo para comunicarles que desde hace algún tiempo Lyor no cumple con las actividades de clase. Siempre ha sido un niño alegre, pero desde hace algún tiempo se ha vuelto triste y retraído. Espero que consideren mis palabras y le ayuden a ser el niño que era antes. Con afecto, la maestra.
Él nunca habría imaginado que su maestra hubiese podido descubrir lo que realmente sentía en su interior: “¿Cómo habrá hecho la maestra para adivinar lo que yo siento?” se preguntó. De todas formas, pensó que después de esa carta, sus padres le permitirían volver a jugar libremente imaginando cosas asombrosas. Pero lamentablemente no fue así. El grito estremecedor del padre hizo que volviese a la realidad:
—¡Eres un niño malo! Nosotros hacemos tantos sacrificios para mandarte a la escuela... estoy seguro de que no haces las tareas en clase por estar... estar soñando todas esas basuras que sueñas —dijo el padre con la voz entrecortada.
—Trataré de no hacerlo más —dijo Lyor con temor.
—Pero claro que no lo harás más, a partir de esta noche y hasta que no te hayas olvidado de esas tonterías, irás a dormir sin cenar —gritó la mamá mientras entraba en la habitación del hijo y de forma brusca rasgaba en varios pedazos los afiches. Ambos padres habían malinterpretado las palabras de la maestra y en ese momento no comprendieron las graves consecuencias de sus actos.
Lyor lloró toda esa noche y se prometió a sí mismo que no jugaría más a ser un explorador o un superhéroe. Forzado por sus padres, se vio obligado a no soñar nunca más.
Los años pasaron, y cuando la madre de Lyor murió, ella se llevó a la tumba el dolor de ver como su hijo crecía y se volvía una persona solitaria y esquiva. Por mucho tiempo, su madre lamentó haber sido tan dura con él y de no haberle permitido tener una infancia feliz.
Aquel niño se había convertido en un hombre con un corazón cubierto de espinas, como un cactus. Creció lleno de rencor hacia todos los niños que, a diferencia de él, si podían soñar, y esos sentimientos de odio hicieron que llevase a cabo un plan que ningún hombre en el mundo había hecho jamás. Día tras día su plan se hacía posible: robar los sueños de los niños de la ciudad.
El señor Krin, después de la muerte de su esposa, había quedado completamente solo, ya que Lyor salía por horas y a veces, incluso, permanecía días fuera de la casa. El padre en todo ese tiempo ignoró lo que hacía su hijo, aunque presentía que algo malvado se escondía en su corazón.