Читать книгу Seguir a Jesús - Henri J. M. Nouwen - Страница 3
INTRODUCCIÓN
Оглавление¿Sigues a Jesús? Quiero que te mires a ti mismo y te hagas esta pregunta.
¿Eres un seguidor? ¿Lo soy yo?
A menudo somos más errabundos que seguidores. Hablo refiriéndome a mí mismo tanto como a ti. Corremos mucho, hacemos muchas cosas, conocemos a mucha gente, vamos a muchos eventos, leemos muchos libros. Experimentamos la vida con muchas, muchas cosas. Vamos aquí y allí, hacemos esto y aquello, hablamos con él, con ella, tenemos esto y aquello que hacer. A veces nos preguntamos cómo podemos hacerlo todo. Si nos paramos a recapacitar sobre ello, nos damos cuenta de que solemos ir corriendo de una emergencia a otra. Estamos tan ocupados y tan liados… Pero, si nos preguntan en qué estamos tan ocupados, realmente no lo sabemos.
Las personas que vagan de una cosa a otra, sintiendo que, más que vivir, están siendo vividas, se sienten muy cansadas. Profundamente cansadas. Es un problema para mucha gente. No es tanto que hagamos muchas cosas, sino más bien que hacemos muchas cosas mientras nos preguntamos si está pasando algo. A veces parece como si tuviéramos muchas pelotas en el aire y nos preguntáramos cómo podríamos mantenerlas todas en movimiento. Es muy cansado. Realmente agotador.
Hay personas que acaban por detenerse y dejarlo todo. Dicen: «Pasaron cinco años y lo cierto es que no había pasado nada». Se sientan ahí y no hacen nada. Nada les entusiasma ya. No tienen un verdadero interés en la vida. Solo ven la tele, leen cómics y duermen todo el rato. No hay ni ritmo, ni movimiento, ni tensión. A veces encuentran una vía de escape en el alcohol, las drogas o el sexo, pero nada les fascina. Nada les da energía.
«¿Qué quieres hacer?». «Me da igual».
«¿Quieres ir a ver una película?». «Me da igual».
Han pasado de deambular a estar ahí sentadas. Estas personas están también muy cansadas. Hay en ellas una verdadera fatiga. Estos dos tipos de personas, las que corren de un lado a otro y las que están ahí sentadas, no se dirigen a ningún sitio.
En todos nosotros hay algo del errabundo y algo del sedentario. Si observas este mundo, puede que pienses: «Estoy muy cansado. Hay tanta fatiga, tanta sensación de pesadez en este mundo, que a veces me siento como un errabundo y otras veces como alguien que tan solo está sentado». Es a este cansado mundo al que Dios envía a Jesús para que hable con la voz del amor. Jesús dice: «Seguidme. Dejad de ir corriendo de un lado a otro. Seguidme. No os quedéis sentados aquí. Seguidme».
La voz del amor es la voz que puede tomar nuestra vida de errabundos o sedentarios y transformarla por completo en una vida con un objetivo y con un lugar al que dirigirse.
«Sígueme».
Puede que algunos de nosotros hayamos escuchado ya esta voz. Otros no.
Cuando oímos la voz que nos llama para que la sigamos, las piezas suelen encajar. En lugar de vagar de un lado a otro, de pronto tenemos un objetivo. Sabemos dónde vamos. Tenemos una sola preocupación. De pronto, ese profundo hastío que sentíamos se desvanece, porque hemos escuchado la voz del amor.
Si carecemos de un objetivo, si no tenemos a nadie a quien seguir, somos personas vacías. ¡Lo somos! Pero cuando descubrimos que hay una voz de amor que nos llama y nos dice: «Sígueme», todo es diferente. La vida, que parecía tan apagada, tan aburrida, tan agotadora, de pronto es una vida con un sentido.
Puede que nos digamos: «¡Ahora ya sé por qué vivo!».
El objetivo de escribir este libro es ayudarte a ti y a mí mismo a escuchar la voz del amor, a escuchar esa voz que nos susurra al oído: «¡Sígueme!».
Espero poder guiarte y guiarme desde un inquieto vagabundeo a un alegre seguimiento; desde ser personas hastiadas, sentadas sin hacer nada, a sentir entusiasmo por haber escuchado esa voz.
No es una voz que se imponga. Es una voz de amor, y el amor no empuja ni tira. El amor es muy sensible.
Hay un precioso relato en el Antiguo Testamento en el que el profeta espera a la entrada de una cueva por donde iba a pasar el Señor. Llegó el trueno, pero el Señor no estaba en el trueno. Hubo un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Hubo fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y entonces se oyó un murmullo, una vocecita, y el Señor estaba en esa voz (cf. 1 Re 19,11-13).
La voz es muy sensible. Puede ser muy queda. A veces es difícil percibirla. Pero la voz del amor ya está dentro de ti. Quizá ya la hayas oído.
Escucha. Te dice: «Te quiero», y te llama por tu nombre. Dice: «Ven, ven. Sígueme».
Querido Señor:
Quédate hoy conmigo. Escucha mi confusión y ayúdame a saber cómo vivirla. No conozco las palabras. No conozco el camino. Muéstrame el camino. Eres un Dios tranquilo. Ayúdame a escuchar tu voz en un mundo ruidoso. Quiero estar contigo. Sé que tú eres la paz. Sé que eres la alegría. Ayúdame a ser una persona pacífica y alegre. Estos son los frutos de vivir cerca de ti. Llévame cerca de ti, querido Señor.
Amén.