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XXXV

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Mientras Creso disponía las bodas, llegó a Sardes un frigio de sangre real, que había tenido la desgracia de ensangrentar sus manos con un homicidio involuntario. Puesto en la presencia del rey, le pidió se dignase purificarle de aquella mancha, lo que ejecutó Creso según los ritos del país, que en esta clase de expansiones son muy parecidos a los de la Grecia. Concluida la ceremonia, y deseoso de saber quién era y de donde venía, le habló así: —«¿Quién eres, desgraciado? ¿de qué parte de Frigia vienes? ¿y a qué hombre o mujer has quitado la vida? —Soy, respondió el extranjero, hijo de Midas, y nieto de Gordió: me llamo Adrasto; maté sin querer a un hermano mío, y arrojado de la casi paterna, falto de todo auxilio, vengo a refugiarme a la vuestra. —Bien venido seas, le dijo Creso, pues eres de una familia amiga, y aquí nada te faltará. Sufre la calamidad con buen ánimo, y te será más llevadera.» Adrasto se quedó hospedado en el palacio de Creso.

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