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Lana caprina.

La Naturaleza de las mujeres

En 1772, el escritor y aventurero veneciano Giacomo Casanova29 daba a la imprenta un opúsculo titulado Lana caprina. En él se burlaba, con gran eficacia, de las absurdas teorías de dos profesores de Anatomía de la universidad de Bolonia. Uno de ellos, Petronio Zechini, afirmaba en un libro que las mujeres dependían para todo del útero, órgano que las dominaba por completo. Y ese dominio incluía el pensamiento. El título de la obra no dejaba duda acerca de la influencia del útero: De la naturaleza dialéctica de las mujeres reducida a su verdadero principio. Es decir, el útero era la auténtica esencia de las mujeres, erigiéndose en «víscera pensante».

El otro profesor, Germano Azzoguidi, creía, por el contrario que no se había comprobado de ninguna manera que hubiera conexión ninguna entre dicho órgano y el cerebro de las mujeres, a pesar de que reconocía que el útero era una especie de animalillo con vida propia dentro del cuerpo de las mujeres. A la primera de las teorías, Casanova la llamó burlonamente «el útero pensante»; a la segunda, «fuerza vital».

Aunque el episodio posee el carácter pintoresco que cabría esperar en Casanova, no es en modo alguno una simple anécdota. Nos habla de un fenómeno que se está produciendo en el siglo xviii en el ámbito del conocimiento y que está redefiniendo a la mujer desde el punto de vista médico y antropológico. La filosofía y la teología habían definido desde la Antigüedad a la mujer como «ser imperfecto» o «animal imperfecto», en terminología aristotélica.30 Y esa concepción perdura aún a finales del siglo xviii. Así, en la comedia de Juan Pablo Forner La escuela de la amistad o El filósofo enamorado (1796), un personaje masculino exclama: «Nunca creí que una hembra/fuese un animal tan grato».31 Mas un personaje femenino es consciente de la injusticia de esos apelativos, diciendo:

Por su voluntad nos tratan

de animales imperfectos

y ellos que todo lo mandan

tienen arruinado el mundo.32

No obstante, será, en esta centuria, la ciencia la que establezca una redefinición del sexo femenino basada en la fisiología. Cinta Canterla nos muestra cómo se busca ahora «en la configuración del cuerpo las explicaciones de las capacidades de todo ser humano, especialmente las intelectuales, y que actualizó y dio nuevos bríos a teorías sobre la diferencia sexual que habían mantenido su vigencia desde el mundo griego».33 La Medicina y la Antropología describirán a la mujer como un ser distinto por naturaleza al varón, vinculando al cuerpo de la mujer y sus capacidades reproductoras, unas capacidades morales e intelectuales supuestamente inferiores. La naturaleza femenina, nos dice Mónica Bolufer, quedará definida por los filósofos-médicos, y no de un modo desinteresado, sino sirviendo a la perfección al nuevo modelo de mujer que requiere la sociedad burguesa. La ciencia se convertirá en legitimadora de una identidad femenina caracterizada por sus funciones reproductoras. El destino natural (ser madre) coincidirá con el orden social (prescripción de la domesticidad, repliegue hacia lo íntimo de la mujer en detrimento de su acción pública, lo cual incluye la participación política y las actividades profesionales):

La investigación anatómica y fisiológica vino a discernir en todas las características del cuerpo femenino, en las peculiaridades (amplificadas) del esqueleto, en la delicadez de los tejidos, en la sensibilidad del sistema nervioso, y, sobre todo, en la disposición de los órganos sexuales, los signos de la aptitud para la maternidad convertida no solo en posibilidad sino en destino, y las huellas de una especificidad moral.34

Las emergentes ciencias biológicas van a dar a ofrecer un sólido apoyo al nuevo modelo de mujer doméstica que se va perfilando. Como señala Amparo Gómez:

El cuerpo pasó a ser la realidad esencial, mientras que sus significados sociales y culturales, epifenómenos. El cuerpo sexuado se convirtió en campo de batalla de la redefinición de la antigua relación social básica entre hombres y mujeres, pilar de todo el orden social que se asentaba en ella.35

La mujer, entonces, no solo posee una constitución física determinada por las funciones maternales, sino que su salud psíquica está en estrecha dependencia de ellas. Si se aparta de su destino natural (y por tanto de una vida sedentaria y ordenada), sucumbiendo a los excesos de la civilización o la depravación de las costumbres, todo su organismo se desequilibra. Y surgen patologías como los «vapores», la «histeria» o los «flatos», descritos ampliamente en la literatura médica de la época, como en el libro de Josef Alsinet titulado Nuevo método para curar flatos, hipocondrías, vapores y ataques histéricos de las mugeres de todos estados y en todo estado. Dolencias ridiculizadas por María Rosa de Gálvez en su obra El matrimonio a la moda,36 donde Madama de Pimpleas pide el «succino», un preparado antiespasmódico. No le da tiempo siquiera a Madama a explicar su petición: «Porque el histérico...», dice antes de desmayarse. Cuando vemos que en realidad no es sin una rabieta al verse contrariada o insultada según afirma ella.

En La aya, Rita Barrenechea (de delicada salud ella misma), hace una mención irónica a esos males. La supuesta aya francesa dice: «La señorita padecer vapores y tener la cabeza un poco al revés algunos ratos».37

El referido Alsinet, en la introducción de su libro, explica las causas de estas afecciones:

Las causas ocasionales de esta enfermedad son: vida sedentaria, asidua aplicación a estudios, pasiones de espíritu; abuso de té, café, tabaco y chocolate; abstinencia forzada; supresiones y evacuaciones desmedidas; uso de alimentos piperinos; abuso de licores espirituosos y remedios activos; haber nacido de padres enfermos que transmiten sus males por herencia. La erotomanía, la nostalgia...etc.38

En fin, cualquier cosa puede provocar «el histérico». No obstante, más grave aún que la atribución de determinadas dolencias a las mujeres por mor de su débil constitución, es la fijación de dicha constitución, mezcla de características anatómicas y morales. Un filósofo como Rousseau acude a la anatomía comparada e incluso a la mera inspección ocular para resaltar las diferencias de los sexos. De las que deducirá también las diferencias de carácter y de comportamientos entre hombres y mujeres (el pudor en las mujeres, la agresividad en los hombres...etcétera). Y escribirá sin empacho:

En cuanto a lo que es consecuencia del sexo, no hay paridad alguna entre ambos sexos. El macho solo es macho en ciertos instantes; la hembra es hembra toda su vida o al menos toda su juventud; todo la remite sin cesar a su sexo, y para cumplir bien sus funciones necesita una constitución referida a él. Necesita miramientos durante su embarazo, necesita reposo en los partos, necesita una vida blanda y sedentaria para amamantar a sus hijos...39

El pensamiento de Rousseau queda bien claro: la mujer es una hembra, destinada a la reproducción. Y nada más. No es casualidad, por tanto, que fuese Rousseau precisamente el adalid de la lactancia natural, es decir, la de las madres, no de la de una nodriza, y su influencia amplísima en Francia y en España también. Un médico como Bonells escribe todo un tratado sobre este tema con un significativo título: Perjuicios que acarrean al género humano y al Estado las madres que rehúsan criar a sus hijos y medios para contener el abuso de ponerlos en Ama. Como se ve, es un tema intrínsecamente político porque el perjudicado es el propio Estado, además de la Humanidad en su conjunto, claro. «La fecundidad de las madres nutrices es la que verdaderamente sirve al Estado», asevera Bonells.40 Ya que: «Son los niños la esperanza y el nervio de la Patria y la infancia es el plantel de los que algún día han de llegar a ser hombres y mantener el Estado».41 La opinión de las propias mujeres brilla por su ausencia. (Podía haber incluido la opinión de la duquesa de Alba, de la que fue médico, si bien esta no tuvo hijos).

Los tratados de puericultura se multiplican en el siglo xviii con la clara intención de enseñar a las madres el inexcusable deber de la lactancia. En dichos tratados la nodriza será el personaje antagónico, el reverso de unas madres que cumplen con la función que les ha asignado la naturaleza: no solo la de parir sino la de amamantar a sus criaturas. Ahora bien, ninguna mujer de la época se piensa a sí misma ni en cuanto género como lo hace el filósofo ginebrino o la ciencia de su tiempo: como pura naturaleza. Como un ser dominado por completo por su capacidad para la reproducción.

Muy al contrario, las mujeres, aunque las admitan, no hacen hincapié en las diferencias anatómicas y sí inciden en la igualdad de la razón en ambos sexos. La reivindicación de las capacidades de las mujeres, la defensa de la igualdad de las facultades intelectuales entre hombres y mujeres, se hará apelando una idéntica racionalidad, en la estela del cartesianismo, o, siguiendo una amplia tradición religiosa, a un alma que carece de sexo. Las mujeres no se piensan a sí mismas solo como cuerpos. Incluso el cuerpo aparece, en ocasiones, como el obstáculo a vencer o, al menos, como la circunstancia que hay que obviar si se quiere obtener dignidad, derechos o presencia en igualdad con los hombres.

El propio Casanova no niega que las mujeres puedan pensar de forma diferente. Pero ello es debido, sobre todo, a la educación. Literalmente dice:

La educación y la condición de la mujer son los dos motivos que la hacen diferente de nosotros en su organismo; y nuestra educación y condición son los dos motivos que nos hacen diferentes en nuestra lógica. El hombre tiene todo en su poder y la mujer solo posee lo que le ha donado el hombre...42

Y más abajo escribe: «El hombre se da a la literatura; la mujer, a la aguja, al huso y al bordado».43 Las típicas labores femeninas.44 La lucidez de Casanova resulta estremecedora. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, siendo consciente del poder que tienen los hombres sobre las mujeres, dedicó buen parte de sus energías a abusar de ellas.45

La educación, ya lo advierte Mary Wollstonecraft desde el comienzo de su libro, es la que convierte en realidad a las mujeres en criaturas tan distintas, débiles tanto desde el punto de vista físico como moral e intelectual. Ella posee, y así nos lo dice, «la profunda convicción de que la educación descuidada de mis semejantes es la gran fuente de la calamidad que deploro y de que, a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables por una variedad de causas concurrentes».46 Una educación deficiente es la que debilita tanto cuerpos como almas.

Que el hombre posee la primacía física, nos advierte Joyes, no quiere decir que haya de tener un poder tiránico sobre las mujeres. Partiendo de un relato religioso (la creación de Adán y Eva según el libro del Génesis) la autora habla de la imperfección a la que quedó reducida la naturaleza humana. Pero que el hombre tenga mayor robustez no le autoriza a dominar a las mujeres. Si existe esa relación de poder, es consecuencia de ese desorden que surge tras la Caída. La consecuencia es clara:

Así, al hombre, como más robusto y que debía ganar el pan, se le encargó la protección y defensa del otro sexo, y a esta protección era consiguiente un género de gobierno. Pero de esto no se arguye desigualdad.47

Y no la hay porque si «al hombre le dio la fuerza, a la mujer la perspicacia». Y un poco más abajo argumenta:

Que el mayor talento esté anexo a la mayor robustez es idea de que se reirá toda persona juiciosa [...] Pero compárese un gañán forzudo e ignorante con un hombre de buena educación y estudioso, aunque de complexión delicada, y se verá que si se pone a luchar vence el gañán, pero si a discurrir el estudioso. 48

Las escritoras ilustradas no se piensan a sí mismas como cuerpos puramente sexuados. Hay una excepción y es la referida a la maternidad y a la crianza de los hijos. Al ocuparse de estos temas en tratados sobre la educación, sí hay referencias explícitas al cuerpo femenino y con menos mojigatería, por ejemplo, de la que será usual en el siglo xix, cuando un extremo puritanismo imponga unas convenciones sobre el cuerpo que llegarán, en muchos casos, a la negación de este.

En el caso español tenemos a la ensayista Josefa Amar, encendida defensora de las capacidades de las mujeres. Tanto, que escribe en 1787 su Discurso en defensa del talento de las mugeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres.49 Y, unos años más tarde, un tratado sobre la educación física y moral de las mujeres. Ya en la primera parte de la obra señala que «entre los bienes de la naturaleza ninguno hay comparable con el de la salud y robustez del cuerpo. Este solo puede recompensar la falta de los demás, y sin él todos son inútiles».50 Y se pregunta: «¿Qué satisfacción se encuentra en el estudio o las diversiones cuando no hay salud? Más abajo, incide en la importancia de la salud, tanto para los hombres como para las mujeres. Pues si aquellos tienen ocupaciones que requieren «fuerza y agilidad» «hay bastantes mujeres que están precisadas a trabajar corporalmente para ganar su vida, y cuando esta razón no hubiera, bastaría la que tienen todas las señoras y no señoras, como es la de parir y criar hijos robustos».51

Cuando habla del embarazo, del parto y de la lactancia, acude a tratadistas de la época, citándolos literalmente (por ejemplo, Alphonse le Roy). De modo que es a este autor al que leemos cuando recomienda, durante el embarazo, vestimentas sueltas que no opriman el cuerpo. No hay que olvidar que Josefa Amar era hija y nieta de médico, de modo que su conocimiento de la bibliografía especializada pudo estar bien guiada desde su entorno familiar. Aunque esto nos hurta una voz más personal, ligada a su experiencia como madre, por ejemplo.

Las escritoras ilustradas, pues, no tratan más que de forma indirecta el tema del cuerpo, de su propio cuerpo. Sí está presente en temas relacionados con el cuidado infantil (la lactancia, por ejemplo), pero las escritoras ilustradas no se tratan a sí mismas como cuerpos sexuados y por tanto no se escriben como criaturas sexuales, menos aún como objetos sexuales, cosa que sí se hace desde la poesía erótica o la novela pornográfica escrita por hombres.

Hay una referencia en Inés de Joyes a un tema que difícilmente podía ser tratado por la literatura hecha por mujeres, pero que debía ser tema ordinario en las conversaciones de la época: las enfermedades venéreas. La referencia, aun siendo marginal y cuando se está tratando otro asunto, no deja de sorprender por su audacia, siendo algo verdaderamente insólito en la pluma de una mujer:

Rara vez escriben las mujeres, y ya es asunto de moda entre los modernos eruditos escribir sobre la crianza física de los niños, sacando siempre la grave falta de las mujeres que no dan de mamar a sus hijos; pero ninguno he visto que toque la inhumanidad de los hombres que, habiendo vivido una vida desenfrenadamente viciosa, pasan sin escrúpulo a contraer matrimonio con una sencilla paloma, cuyo semblante a muy pocas semanas manifiesta la impiedad del que la ha contaminado y de resultas a todos sus descendientes.52

Mónica Bolufer nos dice al respecto que «hay que remontarse al Siglo de Oro para encontrar por escrito, en la obra de la noble María de Guevara, una denuncia similar contra la irresponsabilidad de muchos maridos que echan a perder a sus mujeres con enfermedades sucias».53

Las mujeres no escriben, ya lo hemos dicho, de sus cuerpos más que de una forma marginal o elusiva. Aquí actúan las leyes de un pudor que se tiene por la virtud femenina por excelencia. Y no tanto porque no existan, en textos contemporáneos, referencias a los cuerpos de las mujeres extraordinariamente explícitas. Textos, lo hemos adelantado más arriba, de diversos géneros que escriben el cuerpo femenino. Escriben el cuerpo, nombrando las partes más relevantes desde el punto de vista erótico, fragmentando ese cuerpo, troceándolo para ofrecer el fragmento más jugoso al lector. O bien aludiendo a cualidades genéricas de belleza o lozanía, que actúan potenciadoras del deseo masculino.

Este es el caso de la novela erótica, cuyo paroxismo (y un punto de no retorno también) lo representa, en el ámbito francés, la obra del marqués de Sade. O en textos como Teresa filósofa 54 o las novelas de Restif de la Bretonne, menos explícitas, como por ejemplo Sara. Formas de alusión veladas aparecen también en el propio Casanova. Así describe el cuerpo de una de sus amantes:

Se quitó entonces la cofia, dejó caer sus cabellos, se liberó del corsé y al sacar los brazos de la camisa se mostró a mis enamorados ojos igual que vemos a las sirenas en el cuadro más hermoso del Correggio.55

En el caso español no existe una narrativa de esta entidad, pero sí una poesía erótica bastante llamativa. Es cierto que muchas de esas obras solo se difunden de forma restringida y solo más tarde se imprimirán.56 Pero son algo más que un pasatiempo: funcionan como espacios de disenso crítico y revelan, a la vez, parcelas de lo íntimo que de otra forma (en su vocabulario, en los modos que adopta) nos serían desconocidas.

En esta poesía se alude al cuerpo de las mujeres, no solo a los órganos sexuales, sino también a sus proporciones y sus cualidades estéticas. Así en El Jardín de Venus, de Félix de Samaniego,57 se pinta el cuerpo femenino, deteniéndose sobre todo en los senos: «redondas tetas de brillante blancura» (poema El conjuro), y el pubis y la vulva, «crespo vello en hebras mil rizado/ a cuyo centro daba colorido/ un breve ojal, de rosas guarnecido», o «el bosque y el arroyo femenino» (El cuervo). Meléndez Valdés, autor asimismo de poesía erótica, alaba también esta parte de la anatomía femenina:

Culo fresco, suavísimo, lozano

culo, en fin, que nació ¡fuego de Cristo!

para el mismo Pontífice romano58

En Arte de las putas59, Nicolás Fernández de Moratín hace un elogio del amor carnal, con una reiterada apelación a la naturaleza. Se hace referencia a una «ley natural» anterior a la propia ley escrita, a la propia moral de su tiempo, una edad que entronca con el mito de la Edad de Oro. Y más abajo se lee: «Es licito lo que es naturaleza» (verso 568). Pero para atisbar la verdadera naturaleza de ese impulso irrefrenable hay que fijarse en la expresión formal. Pues al hablarse de las relaciones sexuales se dice que la mujer ha de ser «ejercitada», es decir «usada» (¡qué ha de ser la mujer, como la espada, /solo por precisión ejercitada!, versos 579-580). Aquí aparece, sin ambages, la mujer como objeto sexual: la mujer utilizada para el placer masculino, no importando que sea la venalidad la forma de acceso al mismo. Paradójicamente, ese placer está sometido a un pacto contractual (un pago pecuniario), es decir, un pacto cultural, para satisfacer una necesidad natural. La falacia queda bien patente: no hay parcela de lo humano que no esté tamizada por la cultura. No obstante, el siglo xviii usa la idea de naturaleza como un fetiche; es la idea clave del siglo, escribirá Paul Hazard. Se utiliza como un talismán que le permite lo mismo derribar barreras («todos los hombres nacen libres e iguales»), que legitimar prácticas sociales.60 Y también sirve para elaborar un ideal normativo con un componente ético determinante. Así Mary Wollstonecraft escribirá: «La Naturaleza siempre debe ser el patrón del gusto, la norma del apetito, pero los voluptuosos la insultan groseramente».61

Apelando a la naturaleza, como hemos visto, el discurso erótico dieciochesco (escrito siempre por hombres) se erige en instrumento de poder. Como señaló Iris M. Zavala, lo erótico y lo pornográfico, son discursos monológicos y autoritarios «que ponen el acento en el dominio [...] sobre los cuerpos y los destinos».62

Tal vez exprese la identificación perfecta entre mujer-naturaleza-sexo una estrofa popular en la que se identifica «naturaleza» (aquí «natura» para que rime con «sepultura») con los órganos genitales femeninos:

Una vieja se sentó

encima de una sepultura

y el muerto sacó la mano

y le agarró la natura.63

Al mismo tiempo, se puede dar una visión absolutamente negativa de la condición femenina, basándose en una supuesta inferioridad, como sucede en Sade. El cual, lejos de ser el adalid de la libertad que algunos exégetas contemporáneos quisieron ver, es quien humilla y escarnece a las mujeres con más intensidad en todo el siglo ilustrado. Pues considera a la mujer la más molesta de las criaturas. Y la peor. Esto escribe:

Una criatura endeble, siempre inferior al varón, infinitamente menos hermosa, ingeniosa y sensata, de constitución repulsiva, diametralmente opuesta a todo lo que puede agradar y deleitar…un ser enfermizo las tres cuartas partes de su vida, incapaz de satisfacer a su esposo en todo el tiempo que la naturaleza lo somete al parto…64

En una escritora de este tiempo resulta impensable una poesía erótica. A pesar de la leyenda (repetida hasta la saciedad) de los sonetos «libertinos» escritos por María Rosa de Gálvez, no se ha encontrado ni rastro de estos. Incluso la escritora y política Margarita Nelken recoge la leyenda del soneto «liviano» en su libro sobre las escritoras españolas:

[...] sería preciso un Debucourt o un Fragonard, para representar convenientemente la escena que es la base principal de la fama de nuestra escritora: Godoy saboreando a un tiempo su jícara de chocolate y el soneto libertino que le leía su culta y nada gazmoña amiga. Según los contemporáneos, la escena repetíase a diario, en cada desayuno del Príncipe de la Paz, con lo cual los sonetos llegaron a ser muchos. 65

Alcalá Galiano escribirá que María Rosa de Gálvez «degradó su genio y se rebajó a sí misma escribiendo versos de una obscenidad indescriptible».66 Sería estupendo que algún investigador encontrara, al fin, esos famosos poemas que han lastrado la fama de la escritora malagueña. Lo cierto es que la poesía de María Rosa de Gálvez es de una circunspección extrema, no hallándose entre sus temas predilectos el amor siquiera. Antes bien, entre sus temas están la censura de un hedonismo de trazo grueso (La vanidad de los placeres), el elogio de la compasión y la filantropía (La beneficencia), la admiración ante la Naturaleza (Viaje al Teyde) o la alabanza de la tranquila amistad (En los días de un amigo de la autora).67

En la segunda mitad del xviii, con respecto a la mujer, va ganando terreno el discurso de domesticidad, una apelación a los goces honestos del hogar y la familia. Un modelo que no contraviene las necesidades de la naturaleza ni los imperativos sociales. A la vez, indirectamente, se está criticando los modelos de sociabilidad de las mujeres de las clases altas. Mujeres, tachadas de frívolas y lascivas, que tienen cortejos, dedican poco tiempo a sus hijos (no los amamantan) y, en vez de recluirse en la paz de sus hogares, pasan su tiempo en tertulias, paseos, teatros y bailes.

Un autor criticaba así la desnaturalización de ese tipo de mujer, es decir, su modo de vida que es contrario a la naturaleza, contrario, en última instancia, a su deber de madre:

El monstruo más horrendo es una mujer con un perrillo en los brazos criándolo a sus pechos, y su hijo en una Aldea, atenido a que una muger estraña le de su pecho.68

El propio Choderlos de Laclos defiende que las madres amamanten a sus hijos, como ya había propugnado con ardor Rousseau. Y así afirma: «La leche es el lugar natural que une a madre e hijo; si a uno le es necesario recibirla cuando menos es peligroso para la otra negársela».69 La admonición advierte también de las consecuencias indeseables para la madre.

En sentido inverso, la propia Naturaleza se puede desnaturalizar con la influencia de una mujer corrompida. Así lo ve Juan Pablo Forner en un poema, titulado Epitafio, en el que un perrúnculo (Jazmín) sufre una aculturación, completamente antinatural, por influencia de su ama y se vuelve igual de caprichoso y estúpido que su ama, siendo idénticos sus vicios. Así dice Forner, cáustico: «[…] educóle el capricho de delicia soez con estupendo/ horror de la razón; naturaleza/ no le enseñó tan bárbara impureza».70 Las mujeres son naturaleza, pero corrompida e irracional.

29 Con frecuencia se olvida este hecho: Giacomo Casanova fue escritor. Si no lo hubiese sido, desconoceríamos sus peripecias vitales y amorosas, el recuento de las cuales le ha otorgado esa dimensión mítica. Hay edición completa de sus memorias en español. Cf. CA, Giacomo. Historia de mi vida. Girona, Atalanta, 2009. 2 vols. Traducción y notas de Mauro Armiño. Casanova escribió también obras teatrales como Zoroastro y La Molucheide, y otras obras en prosa como El espía chino —en colaboración con Ange Goudar—, la Confutazione della storia del governo véneto de Amelot de Houssaie, la Historia de las turbulencias de Polonia, el Escrutinio del libro Elogios de M. de Voltaire por diferentes autores, o el Soliloque d´un penseur —donde, curiosamente, critica a aventureros de la época como Cagliostro o el conde de Saint-Germain—. Aparte del opúsculo Lana caprina al que nos referimos en este capítulo. «Lana caprina» es una expresión que se utiliza para aludir a cosas de poco valor; la fisiología de las mujeres, en esta época, sin duda lo era.

30 Una terminología tan aceptada que, en pleno Siglo de Oro, Cervantes hace decir a uno de los personajes de El curioso impertinente: «Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto...», capítulo XXXIII, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

31 Forner, 1796, Acto II, escena II.

32 Ibid., Acto III, escena IV.

33 Canterla, 2009, 44.

34 Bolufer, 1997, 25.

35 Gómez Rodríguez, 2004, 56.

36 Acto II, escena VI. También doña Irene, personaje de El sí las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, sufre achaques indeterminados a los que pone remedio con «parches de alcanfor» y «píldoras de coloquíntida y asafétida».

37 Escena 9.

38 Alsinet, sin paginación.

39 Rousseau, 1990, 488-489.

40 Bonells, 1784, 324.

41 Ibid., 318.

42 Casanova, 2014, 54.

43 Ibid., 55.

44 Las labores de aguja (costura y bordado), así como el hilado (cuyos símbolos son el huso y la rueca) y la confección de encajes (realizada sobre una almohadilla) son las tareas femeninas por excelencia, y como tales se utilizan en los siglos xvii y xviii para representar las ocupaciones de las mujeres frente a las propias de los hombres. Estas en realidad cubren todas las de su época, pero suelen simbolizarse en la pluma, para las tareas literarias, y la espada, que no solo indica actividad militar, sino que también representa la capacidad del varón para defenderse por sí mismo, cosa vedada a la mujer. Así la novelista María de Zayas escribe: «¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas? ¿El alma no es la misma que la de los hombres? Pues si ella es la que da valor al cuerpo ¿quién obliga a los nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor y fortaleza, no os burlarais como os burláis. Y así, por tenernos sujetas desde que nacemos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros almohadillas». (Zayas, 2000, 364).

45 La pretendida «frivolidad» de las aventuras casanovianas no puede encubrir situaciones que ahora describiríamos como estupro, pederastia, proxenetismo, o abusos y engaños varios. La pretendida libertad de muchas de las mujeres que coincidieron con el veneciano nace sencillamente de la necesidad económica de prostituirse (o de la necesidad de las madres que obligan a sus hijas a prostituirse). En los aledaños de las cortes, reales o principescas, la prostitución era incluso la única forma de ascenso social para las mujeres.

46 Wollstonecraft, 1999,99.

47 Bolufer, 2008a, 276.

48 Ibid., 277.

49 Reproducido íntegramente en María Victoria López-Cordón (2005).

50 Amar y Borbón, 1994, 79.

51 Ibid., 80.

52 Bolufer Peruga, 2008a, 294.

53 Ibid., 239.

54 Cf. Darnton, 2008, 373-412.

55 Casanova, 2009, 1665.

56 Así ocurre con El jardín de Venus de Samaniego que, compuesto en la década de 1780, no conocerá la versión impresa hasta la centuria siguiente (Palacios Fernández, Emilio, 2002b).

57 Cf., Félix de Samaniego, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-jardin-de-venus

58 Huertas Cabrera, s. d.

59 Cf. Nicolás Fernández de Moratín, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/arte-de-las-putas

60 Un personaje de Thérèse filósofa dice ya (algo hastiado del tema, suponemos): «¿La Madre Naturaleza? [...] es un ser imaginario, una palabra vacía de sentido...». Cf. Darnton, 2008, 404).

61 Wollstonecraft, 1994, 307.

62 Zavala, 1992, 161.

63 Santos López, 2016, 191.

64 Canterla, 2009, 69.

65 Nelken, 1930, 182.

66 Luque y Cabrera, 2005, 78.

67 Cf. Gálvez, 2007.

68 Bolufer Peruga, 1993, 183.

69 Choderlos de Laclos, 2010, 43.

70 Luque, H, 2007, 333.

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