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CAPÍTULO I
1853: la época de la constitución de la confederación argentina

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Índice

1. La sociedad argentina de 1853; su formación étnica é histórica; la inmigración.—2. La Capital; la religión; educación; prensa; artes y ciencias; las ciudades.—3. Las industrias; agricultura; ganadería.—4. Vías de comunicación.—5. La situación económica.—6. Propósitos enunciados en la Constitución. Conclusión.

1. El 1o de mayo de 1853, el congreso general constituyente reunido en la ciudad de Santa Fe, con asistencia de los representantes de todas las provincias á excepción de la de Buenos Aires, sancionó la constitución de la Confederación Argentina, que siete años después, terminadas las divergencias entre la confederación y el estado de Buenos Aires, sería la constitución de la nación argentina, cuyas disposiciones, salvo detalles, rigen en la actualidad.

Este código amplio y generoso fué el primero del mundo que equiparó en los derechos civiles el extranjero al natural, algunos años antes que lo hiciera el código civil italiano que le siguió en antigüedad.

Sus antecedentes fueron muchos: los principios de la norteamericana; las constituciones, estatutos, pactos anteriores; enfín las ideas de la época y los deseos comunes cuyas aspiraciones habían traducido Echeverría y Alberdi.

Independientemente de su faz práctica, fué una constitución buena en su teoría. La libertad, fraternidad, igualdad, que usaron como blasón los revolucionarios franceses, se encontraban también allí. Código de paz, llamaba al seno de la patria á todos los extranjeros que con buenas intenciones quisieran habitarlo; las libertades estaban en su apogeo; las ideas, el culto, el honor, la imprenta, la propiedad, los derechos ciudadanos, quedaban tutelados con principios reconocidos como los mejores.

¿Cuál era la sociedad á la que iba destinada tan sabia reglamentación?

Es inútil discutir si la constitución revelaba el estado contemporáneo de la civilización nacional ó si aquellos principios se adelantaban á su época. Discusiones semejantes son posibles cuando existe la duda, cosa que no ocurre en el caso presente. Los mismos constituyentes comprendían bien que aquella carta de libertades y garantías, juntamente con principios de aplicación inmediata, traducía en otros, aspiraciones para un porvenir, que podía ó no ser cercano. En el oficio que con fecha 9 de mayo de aquel año, el congreso comunicaba al excelentísimo señor director, la constitución y las leyes orgánicas que había sancionado, se decía: «El congreso prevé que la sabiduría del mal consejo y la prudencia que disfraza á la debilidad, han de reprochar á la constitución los defectos de su mérito. Poniendo en contraste la ignorancia, la escasez de población, y de riqueza, y hasta la corrupción de los pueblos y provincias que componen la Confederación con las exigencias de la constitución, deducirán de aquí su inoportunidad y su impertinencia, y muy listos la condenarán como inadecuada. El tirano ponderó y exageró estos mismos pretextos; ¿y por ventura, él con su omnipotente mano de hierro, ha devuelto á los pueblos mejorados, después de veinte años de horribles martirios? ¡Decepción y escándalo! Aun cuando esta desgraciada y mísera situación fuera natural á estos pueblos, aun cuando tuviéramos á la vista la especie social que se supone desgraciada é ineducable, el legislador no podía ni debía emplear su ciencia para disimular y confirmar este monstruo social; antes debería consagrar el arte contra la misma naturaleza para corregirlo. ¡Decepción y escándalo, señor! Dios creó al hombre bueno y sociable bajo todas las latitudes. El argentino lo es y por serlo, su sangre generosa ha corrido á torrentes. El sentimiento de los justos ha hecho reclamar, tal vez con exageración, la justicia; el sentimiento de su dignidad, los derechos de libertad, seguridad y propiedad. Sus instintos de progreso lo hacen reclamar con impaciencia, todas las mejoras y todas las relaciones morales, intelectuales y comerciales. La constitución llena estos conatos»...[8] Este interesante documento, prueba, no obstante la justificación y defensa que hace, que las ideas eran buenas pero que la práctica de la época no acordaba con ellas: no se desmiente la ignorancia ó la escasez de la población; si se reclamaba justicia y libertades era á causa de que no se tenían, pues no se reclama lo que se tiene, y otro tanto pasa con la impaciencia en el deseo de mejoras y relaciones morales, intelectuales y comerciales. Verdad es que no otra cosa podía suceder un año después de terminada la larga tiranía, en que Rozas no tuvo la inteligencia necesaria para comprender que aun acordando algunas libertades y ventajas, se puede mantener un pueblo largo tiempo en obediencia.

Examinaré pues, como estaba formada la sociedad argentina en el comienzo de la organización nacional y qué manifestaciones de progreso tenía.

El suelo, propicio al trabajo, había permitido desde remotos tiempos la distribución de los individuos venidos con los conquistadores; los indios amansados, fueron en un tiempo substituídos por los negros, para ciertos trabajos sin dejar de prestarlos ellos también. Los españoles se cruzaron con unos y con otros y aquellos entre sí también cruzaron las razas. La inmigración de españoles continuó; sus descendientes criollos les discutieron derechos, se formaron partidos, se luchó y los tiempos pacíficos alternaron con los tiempos de discordia, formas que en la historia se presentan con frecuencia unidas.

Pero aquellas mismas tres razas históricas estaban formadas de las más diversas. Los españoles tenían en su sangre la de celtas, iberos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, árabes. Los indios, aunque comprendidos en esa denominación general, pertenecían á tantas razas y subrazas cuantas poblaban estas regiones, desde los guaraníes y tobas del norte á los yaganes del sur y desde los querandíes y charrúas del este á los araucanos del oeste; indios distintos en sus caracteres físicos, en sus idiomas, en sus costumbres. Y los negros traídos como esclavos, pertenecían también á distintas regiones. De modo que el pueblo que ocupó esta región sur de América estaba formado por descendientes de muchos otros diversos en caracteres físicos, morales é intelectuales. Aparte de los españoles, en la época colonial pocos europeos llegaron á nuestra región: portugueses, por la proximidad de sus dominios, y algunos ingleses; mas sabido es que su entrada estaba prohibida.

Por otra parte, no predominó de una manera exclusiva una raza en toda esta parte del continente; la distribución de individuos no fué semejante en todo el país, pues mientras en el norte de Santa Fe y en el Chaco, por ejemplo, siguió dominando el indio, en algunas provincias del centro predominaron los mestizos y en la cabeza ciudad como asimismo en las ciudades importantes, la raza española.

Tal sociedad pasó de la colonia á la nación nueva y con pocos cambios llegó hasta la fecha de que trata este capítulo, en que aun no había comenzado la gran corriente de la inmigración transformadora.

Mas, la necesidad de sangre nueva y la conveniencia de la inmigración no fueron novedades que descubrieran los constituyentes del 53. Desde mucho antes se hablaba de esa necesidad y conveniencia como asimismo se tenía la visión precisa de los adelantos que el factor población puede traer á un pueblo, cuando se elige bien.

En 1812, el triunvirato, juntamente con la afirmación de que la población es el principio de la industria y el fundamento de la felicidad de los estados, dictó medidas tendientes á atraer inmigrantes[9]. El gobierno de Pueyrredón y el de Rodríguez con su ministro Rivadavia, trataron de convertir aquel principio en acción, y los más distinguidos vecinos de Buenos Aires formaron parte de la comisión de inmigración que debía ocuparse de atraer gente europea. Estas medidas habían comenzado, aunque en términos muy reducidos, á producir efectos; independientemente de ellas, algunos extranjeros, ingleses en su mayoría, llegaban, atraídos por las relaciones comerciales. La tiranía de Rozas, paralizó aquella inmigración aun cuando ella no cesó en absoluto; en la época de su gobierno, llegó alguna cantidad de gallegos y canarios, ingleses y franceses; estos últimos en número considerable ya, formaron colonia y fundaron en 1845, su hospital.

Estas inmigraciones no tienen mayor importancia en relación al número de los llegados, pues no modificaron mayormente la constitución étnica de la población argentina.

La necesidad de poblar, que hizo axioma la frase de Alberdi, unida á la necesidad, comprendida por muchos de poblar con buenos elementos, continuó latente y la constitución de 1853 con las disposiciones pertinentes, no hizo más que enunciar una aspiración general de la gente sensata.

Los datos numéricos de la población en aquella época aparecen defectuosos: en primer lugar rara vez se refieren á toda la república; por otra parte, se usa mucho del procedimiento del cálculo por aproximación, y generalmente la población india ó no se tiene en cuenta, ó se establece en un más ó menos, que muchas veces es arbitrario.

El mismo censo del 69 que es posterior en diez y ocho años á la fecha que estoy estudiando, al hablar de la población argentina dice: «dadas nuestras investigaciones, la república no tomándose en cuenta la población indígena», etc., y el censo de 1895, hace en cuanto á ella un cálculo simplemente de aproximación.

Nada quiere decir esto en contra de sus autores, desde que si imposible era proceder de otro modo, buscaron un medio para considerar esa población ó establecieron francamente que no la consideraban. Lo único que hace esta advertencia, es poner de relieve las dificultades que se presentan en cuanto á la población india, cuando se desea hacer un estudio estadístico de la población argentina. No obstante, los cálculos y descripciones de la época, se acuerdan al afirmar que «la mayor parte de la población argentina es de origen español y pertenece á la raza caucásica; sin embargo, en los campos se encuentran muchos mestizos y algunos indios de pura sangre. Los negros no han sido jamás numerosos en esta parte de América, pero la mezcla de las diferentes razas, ha producido todos los matices imaginables en el color de la piel»[10].

En cuanto al número y distribución por provincias, Belmar, cuya obra es de 1856, nos da estas cantidades aproximadas:

Las transformaciones de la sociedad argentina y sus consecuencias institucionales (1853 à 1910)

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