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A modo de prólogo
ОглавлениеEn el umbral de los setenta, esa edad en que uno peina canas, no deseo remover los recuerdos, prefiero, en cambio, que reposen, serenos; pero estos se empeñan en salir a la luz, y emergen con brío inusitado. Urgidos por cobrar vida, aunque más no sea efímera, acicatean con fuerza mi imaginación. Al escapar abren en mi horizonte un resquicio que me permite descubrir numerosas galerías de una niñez atormentada. Su osadía hace que, al revivirlos en esta introspección memorativa, examine mi pasado y, al hacerlo, comprenda por qué en determinadas circunstancias actué de tal o cual manera o debido a qué razón ciertos acontecimientos de mi infancia dejaron en mí huellas tan imborrables como profundas: comprender es también una forma de vida, quizá la más valiosa. Advierto de este modo cómo estos vestigios, entreverados caprichosamente, fueron modelando mi temperamento a lo largo de años, puesto que mis evocaciones se imponen contra esa desmemoria que intenta cancelar toda existencia. Algunos recuerdos emergen sombríos, como si se tratara de una fotografía desvaída por los años, pero que parece revivir ante una nueva mirada. ¿Cómo expresarlos en palabras? Lo escrito desatiende el aliento, los gestos, la entonación, las miradas, la respiración del que habla. Con todo, vuelco en tono menor algunas de estas remembranzas en prosa algo desmañada: esbozos de una partitura etérea construida con palabras que no son sino subterfugios gráficos de la voz. Voces que susurran un tiempo remoto cuya evocación restituye un hálito de vida, aunque pálido. De ellos advierto que hay uno que, desde antaño, viene dando entidad a mi persona: para entender el presente, es preciso inquirir al pasado. A este, tan tenaz como sustantivo, y que fulgura mordaz en una permanencia, me referiré en las páginas que están en tus manos.