Читать книгу Número 7 - Iana Verónica Paroli Krasteff - Страница 3

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¿Qué es el amor?

“Si tu indiferencia va a continuar, dame un preaviso. No es que vaya a renunciar. Fui feliz con vos, si se considera la felicidad el amor, si el amor es jugar, sentir olores y ver cosas, aunque me quedé con ganas de golpearte. No tengo miedo a pedir perdón, ahí va. Y si este mensaje es una botella en el mar…1) quitarle la tapa 2) dejar ir 3) no mirar mientras se hunde”

Lo escribe y lo guarda en el bolsillo izquierdo del jogging rosa; en el izquierdo para no perderlo porque no lo usa para nada, en el derecho pone las llaves, la plata y todo lo que toma al pasar. Va a pegar la carta en los anotadores de imán. ¿Cuándo tendría la heladera de ella a mano? No la invita hace tiempo. Una caótica cordialidad es la moneda con que le paga los juegos que empezaron con un té. La invitó al primero en el arenero del circo. Un circo ambulante que contrataba boleteros, armadores y desarmadores de las carpas, deportistas de lucha libre y tarotistas. Sisí llegaba por segundo año consecutivo al ensayo en esta carpa, Leonela por primera vez. Todo hacía suponer la espectacularidad del show: el ring amarillo, violeta y anaranjado con cuerdas doradas, la araña gigante de cristal que descendía sobre el cuadrilátero, los reflectores buscando las siluetas, la música emancipando al público de la rutina.

Leonela, al ver a Sisí entrar a la carpa, se sujetó cabello en una vincha con su nombre en azul pálido y florcitas. Sisí se lo soltó ante la chica, guerreros indefensos se armaban en su mente. Ella que iba a los entrenamientos todos los días, tres veces con el equipo, tres veces sola, no sabía dónde poner los pies. Se puso en guardia, las luces empezaron a girar, los técnicos probaban. La araña sobre ellas ascendía y descendía mostrándolas agigantadas en una pantalla panorámica al frente de los palcos. La música les hizo cosquillas y empezaron a jugar, a provocarse. Sisí entendió de esa forma las guardias de la nueva, no esperaba la embestida. La lucha fue desigual. Sisí no respondía, confundida por la determinación de Leonela. Revolcón de zancadilla, pelo metido en la boca y los ojos. Agitada, sudando sobre su derrota intenta pararse y cae de espaldas. Leonela le alcanza una mano caliente y suave- ¡Increíble chica! - le dice mientras la tironea para levantarla. Cortan la música. Les piden por alta voz pasar a los vestuarios por los talles de los trajes. Sisí se pone de pie. Leonela la mira fijo y le dice – ¿Vamos a tomar un té? Los tés terminaron por no alcanzar.

Sisí entrenaba en el dojo de la escuela Goleta las artes marciales llamadas shwae chew tian, una rama de antiquísimas herencias orientales de defensa. A la secundaria Goleta también iba Leonela después de que sus padres, tras el divorcio, decidieran que ella, Leonela Martínez Paz, debía quedar con su abuela paterna. No tuvieron el valor de preguntar la opinión de la nieta consentida. Leonela marchó con gusto a la casona medieval de la “viejita trucha” como le decía entre zalamerías y abrazos. Se decidió por el arte de la guerra que practicaba Sisí cuando la entrenadora la interpuso entre eso o el tae kwon do. Leonela se acostumbró a la presencia sumisa de Sisí, a que la secunde. Se permitía entrar diez minutos después al dojo, Sisí practicaba monerías para distraer a la instructora, se caía, le atacaba una tos sorpresiva. Era una de las formas de someterse a los impulsos de Leonela, de acomodarse a cada registro de su carácter díscolo. Pero eso tampoco sería suficiente.

Una tarde en que ya habían comenzado a entrenar, escuchó el chistido insistente. Sabía que era Leonela, sabía que tendría que ejecutar la danza de distracción. No lo hizo, en un intento por ganar la guerra muda de las dos. Leonela cumplía sus veredictos, le había advertido que no tenía reparos en la crueldad, que no se le movía un pelo para vengarse de la deslealtad. Entró mordiéndose la punta de la coleta. La tardanza le costó cuarenta sentadillas, cincuenta espinales, sesenta lagartijas. En el primer combate redujo con una llave a la traidora. Sisí vio la curva de un puente al abismo en la cara de Leonela que no pestañeaba.

-¡Eh! ¡Te metiste por la espalda! -grita Sisí, el orgullo disuelto en alquitrán.

-¡Te advertí!- grita Leonela. Sisí la toma del pelo.

-¡Soltame!-le tiene la cabeza metida entre las piernas, le presiona el cuello, Leonela puede sentir su olor- ¡Es contra el reglamento! –grita. Sisí la suelta. El dojo de Goleta se disuelve. Leonela se trenza el pelo sin bajar la mirada, una pierna firme delante, el labio inferior mordido. La instructora advierte la infracción. Sisí ve un árbol, contempla la cúpula doblegada de flores encarnadas ¡Tanta belleza! Leonela le hace señas. Sisí se dispone. El primer golpe la deja de rodillas. Leonela se posiciona detrás y la sujeta por la cintura, cruza uno de sus brazos debajo de la pierna izquierda. El tatami es un campo de lavanda y horchata de esa piel, esa piel que no deja de seguirla. Leonela la levanta y la lanza de espaldas. Sisí grita. El campo penetra su nariz, da vueltas en su cerebro, colisiona en sus ojos, estalla en el corazón, el estómago y los pulmones. La profesora y los compañeros las tienen tomadas por los hombros y las arrastran a los puntos opuestos del gimnasio. Las dos sienten como se corta la cuerda, como se va estirando el espacio que las unía hasta desparecer. Leonela se acerca a Sisí impostando humildad, la profesora la ha obligado a pedir disculpas.

Número 7

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