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Introducción

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¿Qué es la inteligencia artificial? Esta es la pregunta que, a lo largo del último siglo, matemáticos, ingenieros y filósofos han intentado contestar no sin un amplio debate. Desde ciertos sectores a menudo la cuestión se ha planteado de forma sesgada. Por ejemplo, Hollywood ha presentado reiteradamente conceptos muy alejados de la realidad presente, pasada y futura. Solo hace falta visionar la película 2001: Una odisea del espacio, dirigida por Stanley Kubrick y basada en la novela de Arthur C. Clarke de 1968, para comprobar que, más de una década después de ese 2001, la inteligencia artificial aún está lejos del imaginario popular que el filme contribuyó a crear.

La complejidad epistemológica de la pregunta se asemeja a la presentada por otras cuestiones similares como ¿qué es la inteligencia? o, incluso, ¿qué es la vida? De hecho, filósofos y biólogos aún no han consensuado una respuesta, que además de difícil está sometida al inevitable sesgo antropocéntrico. Cuando un humano tiene que definir qué son la vida o la inteligencia, es inevitable que su contestación se haga desde una óptica humana, la cual obvia otros tipos de vidas posibles u otros tipos de inteligencia.

A título de ejemplo, en psicología existen corrientes de pensamiento que defienden que la inteligencia humana está compuesta por una serie de inteligencias múltiples que se superponen, entre ellas la inteligencia lingüística, la lógico-matemática, la espacial, la musical, la corporal, la intrapersonal, etc. El balance de todas es lo que le confiere inteligencia al ser humano. Sin embargo, no está claro cuál es el balance óptimo entre ellas y ni siquiera cómo medirlas. ¿Podemos decir que la estrella del baloncesto Michael Jordan es más inteligente que el más célebre de los físicos, Albert Einstein? No hay duda de que uno posee una inteligencia corporal que supera con creces la del otro y viceversa en cuanto a inteligencia lógico-matemática, pero ¿quién es el más inteligente?

Si el debate de la inteligencia humana aún no está resuelto, podemos suponer que el de la inteligencia artificial todavía lo está menos. Pero para complicarlo todo un poco más, ¿qué pasa con las inteligencias colectivas de determinados tipos de colonias animales? Existen muchas cuestiones aún por solventar sobre las inteligencias colectivas que presentan las comunidades de hormigas o las bandadas de aves que migran cada año de forma perfectamente coordinada y con un gran sentido de la orientación.

Una de las muchas características cognitivas que distingue un computador de una mente humana es la gran capacidad de cálculo del primero en comparación con la segunda. Por ejemplo, un simple móvil actual tiene una potencia de cálculo de unos 25 GFLOPS, lo que vienen a ser unos 25.000 millones de operaciones (sumas, restas, multiplicaciones, etc.) en coma flotante, es decir, con decimales, por segundo. ¿Cuántas operaciones de este tipo puede hacer un humano por segundo? ¿Podemos decir que un móvil es por ello más inteligente que un humano? Obviamente no, pero tampoco podemos dejar que la perspectiva antropocéntrica nos determine la definición de la inteligencia. Y lo mismo pasa si hablamos de memoria. ¿Cuántos miles de billones de datos puede almacenar un computador doméstico actual? ¿Puede la mente humana almacenar una milésima parte de esos datos?

Otra característica clave en la definición de inteligencia es la autoconsciencia, aquella que nos permite ser sabedores de nuestra propia existencia. ¿Es la autoconsciencia el hecho que define a un ser inteligente? ¿Tienen las hormigas, poseedoras de una inteligencia colectiva, autoconsciencia? ¿Cómo podemos saber si un organismo o artefacto es autoconsciente? De hecho, un sistema con inteligencia artificial podría estar programado para responder «sí» ante la pregunta ¿eres tú autoconsciente?, con lo cual es imposible determinar si realmente un sistema es autoconsciente o está simplemente mintiendo. La autoconsciencia es, además, la capacidad de reconocerse a uno mismo y, por ende, de reconocer cada uno de los miembros del grupo como una individualidad. Con la autoconsciencia surgen sentimientos como la trascendencia, la compasión o el altruismo. Con la autoconsciencia las relaciones sociales se estrechan y se hacen más complejas. Mediante la adquisición de la consciencia del yo, el Homo sapiens, por primera vez, adquiere la habilidad de reconocer que es un individuo independiente y diferente de los otros. Aparece la capacidad de representarse mentalmente a uno mismo y todo esto permite que se asignen diferentes papeles a los miembros del grupo, haciendo posible el mantenimiento de los individuos más débiles. Finalmente, como consecuencia de todo ello, aparecen las creencias del más allá para soportar y explicar el concepto de la muerte y, por tanto, el desarrollo de las ideas religiosas y mágicas. En definitiva, la autoconsciencia es lo que nos hace humanos, pero ¿es un requisito sine qua non para ser inteligente? Desde un punto de vista antropocéntrico la respuesta debería ser afirmativa, pero ¿estaríamos en lo cierto?

Por otra parte, hay quien opina que la inteligencia se define mediante la creatividad. Un humano es un ser creativo pero no parece que un ordenador pueda serlo. Sin embargo, esta realidad está cambiando, y en la última década hemos visto programas de ordenador que componen piezas musicales o incluso pintan cuadros imitando el estilo de Van Gogh. ¿Son estos algoritmos inteligentes?

Quizá los tiros no vayan por la vía de la autoconsciencia, ni tampoco tengan que ver con la creatividad, la potencia de cálculo o la capacidad de almacenar datos, sino con la aptitud de percibir sensaciones, es decir, por el desarrollo de los sentidos y la capacidad de interrelacionar datos externos con una base de conocimiento y poder expresar unas conclusiones, de forma colectiva o individual. La psicología moderna defiende que el ser humano dispone de nueve sentidos, en contraposición a los cinco sentidos clásicos; estos son la vista, el olfato, el tacto, el gusto, el oído, la percepción térmica, el sentido del dolor fisiológico o nocicepción, el equilibrio y la propiocepción o sentido kinestésico.

La propiocepción es un sentido interesante, pues se relaciona con la autoconsciencia. Es la percepción del conocimiento del cuerpo y de la situación de sus diferentes partes, desde la punta del dedo del pie hasta la uña de cualquier dedo de las manos. Es más, si cogemos un destornillador para atornillar un mueble, nuestra propiocepción se extenderá hasta la punta de la herramienta. Lo mismo pasa al conducir un coche e intentar aparcarlo: la propiocepción se amplía a todos los límites del coche, de tal forma que podemos aparcarlo sin rozar con otros elementos externos. Un computador ¿puede tener propiocepción?, ¿puede tener autoconsciencia de todas sus teclas? La intuición nos dice que no, pero la experiencia nos demuestra que hoy en día existen muchos coches comerciales que se aparcan solos. ¿Acaso los ordenadores de a bordo están dotados de propiocepción?

Como la propia semántica indica, los sentidos están ahí porque tenemos sensores. Por ejemplo, el sentido del equilibrio se percibe desde un sensor orgánico llamado cóclea o caracol. Este, a través de un complejo sistema de canales, puede percibir la posición relativa del individuo con relación al centro de gravedad de la Tierra. Sin embargo, ¿cuántos sensores tiene un teléfono móvil convencional? Docenas, entre los cuales se hallan los sensores giroscópicos, que dotan de equilibrio al teléfono móvil y permiten rotar la orientación de la pantalla en función de la posición del aparato, sea apaisada o vertical.

Llegados a este punto queda claro que no existe aún una respuesta sencilla ante la pregunta ¿qué es la inteligencia? Y si dicha pregunta ya es de respuesta polémica y esquiva, en el presente libro daremos una nueva vuelta de tuerca e intentaremos responder a la pregunta ¿qué es la inteligencia artificial? Como veremos a lo largo de estas páginas, el célebre matemático y filósofo Alan Turing será una figura clave en el intento de dar una respuesta a la cuestión. Sin embargo, tenemos que reconocer que, a pesar de los grandes avances conceptuales introducidos por Turing, su visión era completamente antropocéntrica y, por tanto, en sus definiciones de inteligencia no entrarían las complejas colonias de insectos que usan su inteligencia colectiva para la planificación del futuro u otro tipo de inteligencias artificiales que la ciencia ficción no se cansa de relatarnos.

Hoy en día la inteligencia artificial nos rodea y está presente en todas las actividades diarias que realizamos. Uno de los mayores hitos tecnológicos resueltos por los ingenieros en inteligencia artificial ha sido conseguir que esta sea completamente transparente al usuario y que haya penetrado en nuestras vidas sin darnos cuenta.

En este libro veremos los fascinantes cambios que han ido modelando esta disciplina científica, evolucionando en tan solo unos años desde los inventos más rudimentarios hasta los sistemas capaces de controlar nuestras vidas. Explicaremos los inicios de dicha disciplina, sus figuras clave, sus hitos más notables y la manera en que se ha ido introduciendo en nuestra cotidianeidad hasta el punto de resultar inherente al modo de vida del hombre occidental actual. Quizá entonces, asimilado todo este conocimiento, tal vez podamos vislumbrar una respuesta a nuestras anteriores preguntas y conocernos un poco más, tanto a nosotros mismos como a nuestras compañeras inseparables: las máquinas.

Inteligencia artificial

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