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ОглавлениеCAPÍTULO 1
Republicanas y cosmopolitas
Constancia de la Mora: refinada y comunista
“¡VIVA LA REPÚBLICA!” Así termina Constancia de la Mora Maura (1906-1950) In Place of Splendor: the Autobiography of a Spanish Woman (Doble esplendor, en castellano) su autobiografía personal, familiar y política hasta 1939. Un libro publicado en Estados Unidos en el verano de 1939 considerado pionero dentro de la literatura “de la memoria” sobre el exilio escrita por mujeres. Silvia Mistral (Éxodo. Diario de una refugiada española, Minerva, México, 1940) y Clara Campoamor (La révolution espagnole vue par una republicaine, Librairie Pion, París, 1937), este último escrito antes de terminar la Guerra Civil, fueron también de las primeras en legar sus vivencias. Isabel Oyarzábal, otra exiliada a la que se dedica parte de este capítulo, plasmó también sus memorias años después. Al igual que Carlota O´Neill y María Lejárraga. Y ya en sus años de madurez, María Teresa León con Memoria de la melancolía, su obra de culto. El final elegido por De la Mora es un grito no sólo de desgarro sino de afirmación. La Segunda República agonizaba y ella no se resignaba a que el proyecto que había transformado su vida se extinguiera.
La derrota republicana inauguraba, además, un elemento de incertidumbre en el propio futuro de Constancia de la Mora que la autora quería soslayar. La República había sido para ella el motor de su propio cambio en 1931, y volvía a serlo en el 39, aunque de un modo diferente. Si en el 31 su metamorfosis coincidió con la que estaba experimentando España y aparecía cargada de promesas, el 39 significó el inicio de algo nuevo, inesperado y desconocido. Un exilio del que ignoraba su duración y sus consecuencias. Al marcharse a Nueva Yorkprimero, donde escribiría y publicaría Doble esplendor, y luego a México, Constancia de la Mora clausuraba la etapa más bella y honda de su vida, aunque hubiera que incluir en ella la hecatombe de la Guerra Civil, una fractura personaly colectiva que el exilio, lejos de curar, agravó.
La nieta comunista de Antonio Maura que se enfrentó al exilio era una mujer muy distinta de la que en 1931 decidió abrazar la República. Aquella joven burguesa de 25 años que en 1931 descubrió las libertades que encarnaba la República y que en pocos meses se convirtió en demócrataconvencida, poco tenía que ver con la joven señora de 33 que, con la mirada preocupada, avistaba la ciudad de Nueva York desde el barco que la acercaba a Estados Unidos. Si en el 31 Constancia de la Mora se adhirió a lasfilas republicanas desde una visión moderada, durante la Guerra Civil adquirió un compromiso ideológicoque iba a marcar su exilio: su adscripción al Partido Comunista. Hija de la oligarquía burguesa y terrateniente (su padre, Germán de la Mora, era presidente de la compañía Electra y propietario de diversas fincas rurales, entre ellas la de la Mata del Pirón, en Sotosalbos, en la provinciade Segovia), Constancia de la Mora saltó desde su privilegiada clase social a los círculos reformistas e ilustrados, hacia algo todavía indefinido que podría identificarse con una tercera España que no era ni conservadora ni obrera, pero sí impulsora de reformas y atenta a las carencias de las clases populares. Sin embargo, la brecha de la guerra civil, la profunda herida que dividió al país en dos, la empujó ya en el otoño de 1936 a buscar en el Partido Comunista la fortaleza y la trinchera desde la que combatir al bando armado que se había levantado contra el Gobierno republicano.
Figura poliédrica
No se puede hablar, por tanto, de una Constancia de la Mora monolítica, roja y estalinista. De la Mora fue un personaje poliédrico, a pesar de la energía y la capacidad de mando y decisión que destilaron algunas de sus actuaciones. Aproximarse a esta figura fascinante que debería ser asumida como un símbolo de pluralidad y de libertad, aun con los debidos matices, exige diferenciar sucesivas etapas en su evolución: un periodo inicial de entusiasmo y fervor republicano hasta 1932; la latente radicalización gestada durante el periodo derechista marcado por la CEDA y los primeros meses del Frente Popular y, una tercera etapa, la de la Guerra Civil, en la que el dramatismo y la gravedad de los acontecimientos la condujeron a ingresar enel Partido Comunista. No es justo contemplar su figura como una foto fija: como la estalinista que llegó a ser al frente de la censura en la Oficina de Prensa Extranjera republicana. O desde el otro extremo, no parece tampoco serio considerarla una out-sider dentro de la izquierda, una comunista a la que algunos militantes reprocharon ciertos tics burgueses a pesar de sí misma. En Constancia de la Mora confluyó todo eso al mismo tiempo: era una burguesa con convicciones comunistas. O lo que es lo mismo: eligió libremente ser de izquierdas y defender la República al lado de los comunistas, pero no podía borrar ni negar su origen. Su patrimonio político y moral es un compendio de estas identidades: nunca dejó de ser del todo una De la Mora Maura, aun en el exilio; nunca perdió su amor por la libertad, encarnado en la Segunda República y, en la medida en que pudo o supo, siempre fue leal al Partido Comunista de España. Aunar estas señas de identidad no siempre fue fácil, pero el poso de todas ellas permaneció hasta su muerte, en el exilio, en 1950.
El fracaso de su primer matrimonio (se casó en 1927 con Manuel Bolín, hermano de Luis, el héroe franquistadel Dragon Rapide) fue el revulsivo que precipitó su interés por la política. Unos años antes, su estancia en un internado católico de Cambridge, el Saint Mary’s Convent, en los años posteriores a la I Guerra Mundial, había dejado en Constancia de la Mora una huella latente de deseos de autonomía que iba a cristalizar con toda virulencia en los años republicanos. En Cambridge, De la Mora había descubierto cierto sentido de la independencia. Cuando una de sus amigas inglesas le acompañó a España en unas vacaciones y se alojaron en La Mata, se sintió avergonzada al comprobar la ignorancia en la que vivían los empleados de su padre: como la inglesa no hablaba ni entendía castellano, se dirigían a ella a gritos o recalcando las palabras para que “les comprendiera”. Aquella gente vivía enuna tosca burbuja en la que la simplicidad y el analfabetismose alimentaban mutuamente. La visita de su amiga le abrió los ojos y concluyó que su padre y su clase social no eran ajenos a aquella situación. En medio de las brumas de Cambridge encontraba más libertad que en los salones madrileños.
Intentó prolongar su estancia en Reino Unido pidiendo permiso a sus padres para trabajar en una tienda de modas que regentaba una dama conocida en su ambiente familiar, pero su madre fue a rescatarla de tales veleidadesy juntas volvieron a España para ser presentada en sociedad.De la Mora, a la que empezaron a llamar Connie en Cambridge, nombre que mantuvo a su vuelta, se plegó a los deseos de sus padres y aceptó el plan establecido: casarse, tener hijos y continuar la vida diseñada de antemano para las mujeres de su clase.
De cualquier modo, el 14 de abril de 1931, Connie no sabía aún que la llegada de la República iba a ser tan decisiva para ella. Había vuelto a Madrid poco antes, en marzo de 1931, “para empezar una nueva vida” después de residir un tiempo en Málaga, y sólo se dio cuenta de que “España enterase disponía a hacer algo muy parecido”. Al instalarse de nuevo en la capital con su hija Lourdes (Luli), de poco másde 3 años, y separarse de su marido, Constancia se convertía en pionera: en vez de residir en casa de sus padres,Germán de la Mora y Constancia Maura, como era habitual en las clases altas, prefirió vivir en un piso con su hija y trabajar en la tienda de arte español que Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, y su socia, Inés Muñoz, tenían en Madrid. Esto la colocó en el centro dela vida madrileña: por origen familiar frecuentaba a la clase alta, por sus propias convicciones los cenáculos de la cultura progresista. En esos momentos, la República representaba ante todo un soplo de libertad, la posibilidad de dejar atrás su desastroso y precipitado matrimonio con Manuel Bolín.
El encuentro con Ignacio Hidalgo de Cisneros
La relación con Zenobia Camprubí fue crucial en esta etapa. Además de darle trabajo en su tienda de artesanía, la puso en contacto con otra clase de burguesía: la que amaba la cultura y apostaba por el progreso. En ese sentido, Zenobia Camprubí, miembro de la junta directiva del Lyceum Club, selecto círculo de conferencias promovido por la élite cultural femenina de la época,l e proporcionó a Constancia de la Mora el ambiente social y las amistades que su espíritu inquieto demandaba. La nieta de Maura comprendió que el país cambiaba, que los privilegios de su clase eran obsoletos, que la población española estaba atrasada, y que había que acometer cambios. En su familia, liberal y conservadora, estaban acostumbrados a que hubiera disidentes (el hermano de su madre, Miguel Maura, republicano moderado, fue ministro del primer gabinete formado tras la caída de la Monarquía). Pero lo llamativo y hasta escandaloso para algunos fue que una mujer se erigiera en ferviente republicana. Un deslizamiento hacia el progresismo que De la Mora vivió como una liberacióny como un desafío. Hay que tener en cuenta que, aunque Constancia de la Mora era consciente de los privilegios que conllevaba pertenecer a su clase social, sufría las trabas que condicionaban la vida de las mujeres a principios del siglo XX.
Los deseos de independencia adormecidos resucitaron con su separación y su nuevo planteamiento de vida. El cambio ideológico fue rápido, pero la transición de ambientes no fue brusca. Una de las amigas de su clase social a la que frecuentaba aún en la primavera de 1931, María Ruspoli Caro, condesa de Buelna, refleja una imagen todavía convencional de Connie en unas cartas dirigidas a su marido, Mariano del Prado O’Neill, candidato de Acción Nacional a las primeras elecciones constituyentes de juniode 1931. En esta correspondencia, escrita entre el 18 y el22 de junio de 1931, Ruspoli relata a su marido, de campaña electoral, su acontecer en Madrid y le habla a menudo de Connie: se visitaban, al menos en aquellos días, jugaban al bridge y compartían actos sociales exentosde significación política. A través de estas cartas, depositadas recientemente en la Fundación Antonio Maura, Connie aparece como una amiga apreciada, aunque de carácter serio. Ruspoli cuenta a su marido una de sus partidas de bridge con otros amigos y, además de asegurarle que lo pasaron muy bien, aclara que jugaban en dos mesas: la de Connie, advierte, era la seria, la otra, la divertida. Lamentablemente, no alude a las incipientes convicciones republicanasde Constancia: o no eran del todo conocidas en su entorno, o se asumían sin demasiada trascendencia. De cualquier modo, Connie seguía frecuentando a una amiga casada con un candidato de Acción Nacional en junio de 1931. Cabe pensar, de todos modos, que estas partidas de bridge que Ruspoli fomentaba para no sentirse sola o aburrida en ausencia de su esposo, debieron de ser unos de los últimos acontecimientos dentro de su clase social enlos que Connie participó.
El gran cambio de su vida se produjo al conocer a Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, militar de linaje aristocrático y lealtades republicanas (lo que le llevaría a ser jefe de la Aviación de la República durante la contienda civil). Decidieron casarse en cuanto se aprobara la Ley del Divorcio de 1932 e iban juntos a las tribunas de invitados del Congreso a ver cómo iba a quedar la ley que les permitiría contraer matrimonio. En consecuencia, Connie no aceptó anular su primer matrimonio, como hacía la clase alta, y fue de las primeras españolas que se divorció y se casó por lo civil (con Hidalgo de Cisneros). Sin duda, esta boda, a la que asistieron varios ministros, abrió el camino a otras españolas declase media y alta. En aquellos momentos, el matrimonio Hidalgo de Cisneros encarnaba un progresismo exquisito: además de relacionarse con Zenobia y Juan Ramón, estaban en contacto con la clase política a través de su amistad con Indalecio Prieto y Azaña. De algún modo, se sentían próximos a la tercera España, la que apostaba por las reformas y la modernidad desde una óptica comprometida, pero no partidista.
Cosmopolita, inquieta y visceral, Constancia y su marido residieron en Roma y Berlín de 1933 a 1935, al ser nombrado Hidalgo de Cisneros agregado de aviación en ambas embajadas españolas. Alarmado ante las noticias involucionistas que le llegaban del ejército español, Hidalgo de Cisneros pidió el traslado a España para sumarse a los sectores progresistas y apoyar en las urnas la vuelta de la izquierda. Meses después, a raíz del golpe militar de julio del 36, Constancia y el agregado militar se mantuvieron a lado del Gobierno legítimo y radicalizaron sus posiciones, hasta el punto de ingresar en el Partido Comunista para combatir mejor a los sublevados. En un principio, Constancia se ocupó de cuidar y evacuar a los niños de un orfanato madrileño a la zona de Valencia, pero más tarde se ocupó de la Oficina de Prensa Extranjera, encargada de facilitar y censurar la información que mandaban los corresponsales extranjeros a sus respectivos países. Hablaba varios idiomas y desde este cargo desplegó una gran influencia en todos los grandes corresponsales: Jay Allen, Hemingway o Dorothy Parker, entre otros. Estableció asimismo una buena amistad con Burnett Bolloten, que, con el tiempo, acabaría adoptando posiciones conservadoras y muy críticas respecto a la influencia soviética en el lado republicano.
La fascinación comunista
Fue en este periodo, entre los años 37 y 39, cuando se forjó el perfil comunista de Constancia de la Mora. Al no estar curtida en la militancia, una mezcla de fascinación e ingenuidad le hizo sublimar el papel del Partido Comunista en la contienda. Recién llegada a las filas del PCE, decidió enviar a su hija Luli a la URSS para apartarla de los bombardeos y de los peligros de la Guerra Civil, pero subestimó lo que ese gesto implicaría en un futuro. De la Mora tenía suficientes recursos y amistades en Europa, en Francia principalmente, y podía haber enviado a Luli a casa de amigos o a algún internado. Al elegir laURSS descartó, sin duda, una solución individual a favor de una ilusión colectiva: mandarla a la patria soviética. Este hecho debe ser entendido en el contexto histórico en el que fue tomado: en los años treinta del siglo XX, la URSS representaba la tierra promisoria para la izquierda ansiosa de igualdad y de justicia.
Constancia de la Mora e Hidalgo de Cisneros no fueron los únicos burgueses seducidos por este ideario. Aunque el PCE no tenía gran arraigo en la sociedad española en los años previos a la Guerra Civil, sus ideales igualitarios calaron en parte de la juventud burguesa ilustrada. A pesar de que en el Instituto-Escuela y en sus instituciones hermanas estaba prohibido que sus alumnos tomaran partido mientras estudiaran en sus aulas, muchos de ellos se vieron abocados entre 1935 y 1936 a militar o a simpatizar con las formaciones políticas que preconizaban la igualdad y la universalidad. Constancia de la Mora seunió a esta corriente en unos años en los que el estalinismo cobraría un auge insoportable, pero en el momento de ingresar en el PCE desconocía la oscuridad que encerraba este vasallaje. Aunque los anarquistas le han atribuido una relación estrecha con los servicios secretos soviéticos y un ardor comunista excesivo, no fue más estalinista que cualquier otro militante de la época.
Cuando las tropas franquistas tomaron Barcelona, Constancia cruzaba la frontera hacia Francia, donde posteriormente se reunió con su marido. Hidalgo de Cisneros, sin embargo, regresó a los pocos días a la zona central de nuevo, en un último intento de resistir y de salvar Madrid y el escaso territorio que permanecía en manos de la República. De la Mora, mientras tanto, viajaba desde Francia a Nueva York. Sus amigos periodistas norteamericanos la invitaron a Estados Unidos con vistas a pedir una desesperada ayuda para inyectar nueva vida a la República. No hubo tiempo para solicitar aviones ni apoyos al presidente Roosevelt ni a la opinión pública norteamericana. Laguerra terminó mientras De la Mora, alojada en casa de Jay Allen, el futuro jefe de prensa de las tropas norteamericanasen la II Guerra Mundial, escribía con letras de fuego sus memorias, In Place of Splendor (Doble esplendor). A finales del 39 se retiró definitivamente a México, primero en la capital y poco después en Cuernavaca, donde se afincaban los refugiadoseuropeos que huían del fascismo y del nazismo, y trabajó en los primeros años cuarenta por la dignidad de los exiliados. En 1944, año en que sus memorias fueron editadas por primera vez en castellano en México (en la editorial Atlante, en la que participaba Juan Grijalbo como administrador antes de constituir su propia editorial), De la Mora publicó con la escritora judeo-alemana Anna Seghers The Story ofthe Joint Antisfascist Refugee Comittee, opúsculo en el que hacían balance de la ayuda destinada a los refugiados. En ese tiempo De la Mora confiaba en que Franco abandonara el poder con la victoria aliada. En algunas de sus visitas a Europa en los años cuarenta se reunió con su padre en Portugal. Jorge Semprún (primo de Constancia) contaba con hilaridad que Germán de la Mora tuvo la ocurrencia de proponerle a su hija la instalación de una especie de koljós (colectivización agraria soviética)en su finca segoviana para animarla a volver a España. Naturalmente, era un atrevimiento difícil de llevar a cabo en pleno franquismo, aunque se tratara de experimentarlo en una porción de su propia finca. Y no era eso lo que quería Constancia. Había apoyado la reforma agraria durante la República y había sido muy crítica con su padre por este motivo, pero no se trataba de que ella se entretuviera en su finca, sino de repartir la riqueza de forma racional y justa para todos.
La continuidad del dictador frustró su regreso a España. Para entonces, se había divorciado de Hidalgo de Cisneros, que regresó a Europa del Este reclamado por el PCE, y había tratado de encauzarsu vida hacia la escritura, sin conseguirlo del todo. Dejó un segundo manuscrito sobre la cultura indígena mexicanay trató de integrarse en el mundo artístico del país. Figura de relieve dentro del PCE en México, pero no dirigente, se fue apartando al final de suvida de las reuniones políticas. Mantuvo sus convicciones hasta el final, pero queda la incógnita de si desde el puntode vista ideológico se produjo alguna evolución. Los retrasosy dificultades que encontró para reunirse de nuevo con su hija, que llegó a México desde la URSS en 1946, y los sinsabores de la derrota y la soledad debieron influir en su ánimo, pero el hecho de que en ese tiempo colaboraracon la embajada soviética en México como traductora, hace pensar que su ortodoxia era granítica.
Su muerte, en un accidente de tráfico en Guatemala, en vísperas de cumplir 44 años, completó de modo trágico una vida de leyenda. No estaba en Guatemala de viaje turístico, aunque en parte pudiera parecerlo. Para mantener su amplia casa en Cuernavaca, Constancia aceptaba de vez en cuando acompañar a turistas norteamericanas a visitar los paisajes más genuinos de México y Guatemala, y de paso compraba ropa y artesanía que luego vendía a sus amistades. Acompañaba a la millonaria Mary O’Brieny a otros amigos por Guatemala cuando le sobrevino el accidente de tráfico en el que sólo ella perdió la vida. Este hecho, unido a su juventud, despertó todo tipo de especulaciones entre los refugiados, e incluso en el entorno de Indalecio Prieto se discutió si podría haber sido un accidente intencionado. No había sido el primero ni el último caso en el que la larga mano de Stalin se cebaba en los refugiados mexicanos. Frente a tales hipótesis, lo más probable es que la muerte de Connie fuera fortuita, un simple accidente.
Su vida es la de una heroína romántica. Pertenece a esegrupo de mujeres que hallaron su cenit en la República y los cambios y libertades que trajo. Durante años su figura fue olvidada, silenciada, robada en cierto modo, a pesarde pertenecer a una familia de relieve. Su biografía recorre parte del siglo XX. Es ya historia y también literatura.
Anexo: La polémica sobre la autoría de In Place of Splendor
Una trayectoria tan singular y novelesca como la de Constancia de la Mora no está exenta aún de interrogantes. Su propia autobiografía ha concitado controversias en los últimos años. A pesar de que De la Mora debe su proyección internacional a esa autobiografía que narra la metamorfosis de una joven de la alta burguesía en una española de izquierdas, la obra no puede verse ya como un espejo acabado de lo que fue su vida. Ni siquiera como una obra enteramente propia.
Lo llamativo es que In Place of Splendor, publicado por primera vez en 1939 en Estados Unidos, no es exactamente el mismo libro que Doble esplendor, la primera edición en castellano publicada en México en 1944 (y en España en 1977). No sólo porque se aprecian cambios de voz, sino porque al traducirla al español, De la Mora introdujo variaciones, aunque el contenido esencial permaneciera.
Ambos libros, además, fueron escritos en circunstancias muy distintas. Aunque narran la misma historia, hay diferencias en la redacción y en la información. En la edición inglesa, además, contó con ayuda externa, aunque en su momento se obviara o minimizara esa colaboración. Al traducirse al español (su idioma materno,justamente en el que por fuerza pensó su historia mientras trataba de escribirla en inglés) tenía la posibilidad de pulir el texto inicial, apresurado y en cierto modo colectivo, aunque se identificara con él en líneas sustanciales. La edición española es si cabe en este sentido más suya. Con la limitación de que la historia ya estaba escrita y no podía desdecirse de lo contado, aunque sí narrarlo de otro modo.
Algunos de los cambios introducidos en la versión española no son ajenos al modo en que se gestó In Place of Splendor: the autobiography of a Spanish woman (Harcourt. Brace and Co, 1939).Sobre esta autobiografía circularon toda clase de especulaciones y leyendas. Cabe incluso preguntarse: ¿De dónde sacó el tiempo y la concentración suficientes Connie de la Mora para escribir en unos pocos meses estas memorias de su vida y de la España reciente? Sabemos que llegó a Nueva York a primeros de marzo de 1939 con el fin de pedir ayuda para la ya casi derrotada República. La neutralidad de las potencias occidentales (traicionada por Alemania e Italia) había posibilitado la victoria franquista, argumentaba. Con su viaje, pretendía conmover a la opinión norteamericana y forzarla a modificar su papel neutral en aras de la acción humanitaria. Mientras abordaba el libro, además, llegó la noticia inapelable: la capitulación del coronel Casado, con la entrada de Franco en Madrid. Desde ese momento, De la Mora se centró en denunciar el trato inhumano que infringía Francia a los refugiados y las represalias políticas que sufrían los vencidos que habían quedado en el interior.
Constancia de la Mora dedicó la primavera y parte del verano del 39 a escribir In Place of Splendor. Simultáneamente, desplegó cierta actividad social y diplomática, desde visitas a la primera dama, Eleonore Roosevelt (en una ocasión acompañando a Juan Negrín), a encuentros con los corresponsales que habían cubierto la contienda española y con los antiguos brigadistas. Podría pensarse que De la Mora llevaba escritas algunas ideas para su autobiografía, pero es una hipótesis improbable, ya que la idea de escribir su vida nació en suelo estadounidense.
En Nueva York estuvo arropada por Jay Allen, el primero en animarla a que escribiera sus memorias, y el círculo de Ernest Hemingway y Martha Gellhorn. Teniendo en cuenta la capacidad de Constancia de la Mora para aunar voluntades en torno a sus ideales o intereses, no hay duda de que recabó su consejo respecto al borrador que escribía. Entre los exiliados circuló la idea de que sus amigos periodistas habían intervenido en la redacción del libro. Es esclarecedora en ese sentido una carta del poeta Pedro Salinas a Katherine Whitmore, el 10 de diciembre de 1939, en la que ironiza sobre la autoría de In Place of Splendor: “¿Te gusta el libro de Coni de la Mora? Yo no lo he leído, pero lo he ojeado despacio. ¿Suyo? Se me figura que es un producto colectivo del grupo de Jay Allen, gran amigo de ella y su marido, y de los escritores afines” (O. Completas, III, Cátedra, Madrid, 2007, p. 800).
Aunque no lograra su objetivo político, In Place in Splendor alcanzaría en diciembre la segunda edición y un innegable éxito. De la Mora empezó a ser considerada una figura mediática entre los progresistas norteamericanos. Su personaje, el de la ficción y su espejo real, atrajo la atención de las feministas. Un protagonismo que en parte le abrumaba, teniendo en cuenta que era más una mujer de acción que una intelectual.
Nadie escribió entonces, fuera de ciertos comentarios privados, que la autobiografía no fuera su vida o que alguien se la hubiera fabricado. Se sospechaba que no la había escrito sola, no ya por la dificultad que representaba para una española elaborar la primera versión en inglés, aunque hablara y tradujera con fluidez esta lengua, sino por el tono elegido para acercarse al público norteamericano, más propio de una cronista. Un tono, al mismo tiempo, no exento de encanto e ironía al abordar su infancia y su privilegiada vida familiar en la España de principios del siglo XX. Sin duda, su testimonio era lo bastante auténtico como para que nadie pudiera ponerlo en entredicho. Y después de todo, resultaba más bello alimentar la leyenda que desmontar el mito. Como consecuencia, In Place of Splendor fue publicado también en Londres al año siguiente, y luego sucesivamente traducido al español, al francés, al italiano y al alemán…
Sin embargo, en 1993, la biógrafa de Tina Modotti, Margaret Hooks, reveló que la autora material del manuscrito de Constancia de la Mora fue Ruth McKenney (en Tina Modotti. Photographer and Revolutionary (Londres, Pandora / Harper Collins, 1993, p. 239). Hooks había pasado una temporada en México buscando testimonios para escribir la biografía de Modotti y aunque su interés se centraba en la fotógrafa, obtuvo abundante información sobre De la Mora. Supo así que en su autobiografía intervinieron varias manos. Pero la que probablemente unificó el texto, fue Ruth McKenney, una guionista de moda de ideas filocomunistas. Hooks alude así a esta colaboración: “Her life story and version of events in Spain, In Place of Splendor, apparently ghost-written by the popular american writer Ruth McKenney [sic], was destined to become a best-seller”
El hecho de que McKenney fuera autora de la editorial en la que De la Mora iba a publicar su manuscrito facilitó la colaboración de ambas mujeres en las semanas previas a la edición del libro. Por su parte, Jay Allen revisó todo lo concerniente al papel de los corresponsales, la fauna periodística y literaria a la que pertenecía él mismo. De cualquier modo Constancia debía confiar mucho en Ruth McKenney para aceptar que interviniera en su historia. Aunque no sólo recurrió a ella: hizo circular el manuscrito entre sus amigos, y algunos, como Tina Modotti y el cubano Manuel Fernández Colino, le ayudaron a corregir pruebas. Fernández Colino era bilingüe y tanto él como Modotti habían estado en España durante la Guerra Civil. Era lógico que De la Mora se apoyara en ellos para que corrigieran su inglés o para captar las expresiones locales de McKenney. En consecuencia, cuesta pensar que De la Mora, acostumbrada a repartir y encargar tareas que finalmente supervisaba, atribuyera a McKenney o al resto de sus colaboradores el éxito de su propia autobiografía, aunque valorase su ayuda.
Cuando abordó la versión en castellano, De la Mora, afincada ya en México, eliminó anécdotas y explicaciones coyunturales y añadió alguna que otra idea que ayudaran a contextualizar lo narrado. Así sucede cuando relata el impacto que produjo su metamorfosis republicana entre sus amistades, y en concreto el desencuentro vivido con una amiga aristócrata a la que visitó en su domicilio.
“La marquesa debió de entretenerse en contar la escena que se había desarrollado en su casa, porque bien pronto corrió la voz por el Madrid que me conocía, de que yo “estaba hecha una terrible republicana”. Claro que causó menos sorpresa de la que era de esperar, porque ¿no había trabajado en una tienda?, y ¿no me había separado de mi marido?, y ¿no decía que quería seguir trabajando para poder vivir independientemente con mi hija? Una cosa lleva a la otra y lo natural, al fin y al cabo, era que una mujer con “esas ideas” acabase por hacerse republicana y traidora al rey a quien su abuelo sirvió durante tantos años. A los quince días no me quedaba un solo amigo de mi infancia y juventud. Pero había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces: aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de “tener ideas” y discurriese era precisamente lo que tanto preocupaba a aquellos entre quienes yo había vivido toda la vida!”(Doble esplendor, edición de 1977.Crítica. Barcelona. pág.138).
En la versión inglesa, no aparecía la reflexión anterior señalada en negrita. El texto quedaba así:
“The marchioness lost no time spreading the great scandal that Constancia de la Mora –Madame Bolin- was a Republican. All of aristocratic Madrid shuddered to hear the tale, although of course everyone could say. “I told you so”. For had I not actually held a job in shop? Had I not left my husband? One thing leads to another. A woman who wants to be “independent” will sooner or later end up as that lowest of all things , a Republican, a traitor to the Monarchy. An in a fortnight I had lost all the friends I had known since my childhood” (In Place of Splendor. HarcourtPress. NY. 1939, pag 134).
Unas páginas más delante, De la Mora elimina de la versión en español el modo en que conoció en Madrid a Jay Allen y el origen de su amistad. En la versión inglesa explica que, después de vivir en Madrid, volvió a marcharse a Málaga a instancias de la familia de su primer marido, y durante su ausencia, su amiga Zenobia Camprubí alquiló su apartamento al corresponsal y a su familia. No obstante, al separarse definitivamente y regresar a Madrid, ella misma necesitaba para sí el apartamento, por lo que tuvo que ir a solicitarlo a los Allen, según cuenta en In Place of Splendor.
“While I was still in Malaga, I had rented the apartament through Zenobia to an American newspaperman, Jay Allen, and his wife and small son. Now when I returned to Madrid I found the paper hangers and painters busily making the apartment ready for the Americans. The Allens were impatiently waiting for the paint to dry while they stayed at a hotel. With my heart in my mouth I went to call on them to beg them to let me have the apartment back for myself.
Jay Allen was in bed when I arrived-sick, he explained cheerfully. (…) “I hope you will forgive me,” I stammered.
The Allens listened to my story and then all three, including the grave child, assured me that it was no trouble at all, of course I should have my own apartment, they would start immediately to look for another, I shoulden´t waste a moment of worry for disturbing their plans-it was nothing.
I backed out of the door with the Allens waving cheerfully” (In Place of Splendor (pág. 135-136).
Luego añade que a pesar de haber aprendido inglés en un internado de Oxford, el acento americano de Allen y otros estadounidenses resultaba tan pegadizo que pocos días de después de visitar al periodista y a su familia alguien le hizo notar que hablaba como si hubiera vivido en Kansas… Unas observaciones que la autora ahorra al lector español. Si en la versión inglesa tenía sentido aludir a su fluido inglés para congraciarse con el lector estadounidense, en la edición castellana esta cuestión resultaba irrelevante. No obstante, al borrar el origen de su amistad con Allen, el lector en español puede experimentar cierta perplejidad cuando se refiere al corresponsal americano como un viejo amigo, sin dar más detalles. Un desconcierto, por otra parte, menor.
La desaparición del primer encuentro con Allen en la versión castellana le obliga a eliminar los detalles de su vuelta al apartamento madrileño y se limita a decir: “Luli y yo nos habíamos instalado apenas, en nuestro pisito de Madrid, cuando estalló una nueva crisis política. El general Berenguer…”.El equivalente en inglés decía: “Luli and I had hardly settled down in our redecorated apartment when a new political crisis hit Madrid. General Berenguer…”
Había además un trasfondo de tipo personal al hacer desaparecer de Doble esplendor su inicial amistad con Jay Allen. Este corresponsal que había sintonizado bien con la España republicana, no compartía al cien por cien el punto de vista de su amiga española. A pesar de avalarla ante la opinión pública estadounidense, nunca compartió sus afinidades comunistas. Si en los primeros tiempos denunciaron y combatieron juntos los abusos del franquismo victorioso, poco a poco se abrió una brecha entre ellos. La marcha de De la Mora a México a finales de 1939, en pleno reconocimiento literario de su obra, y su posterior ruptura con algunos de sus colaboradores norteamericanos en la causa de los refugiados, acentuó este distanciamiento.
Uno de los misterios que envuelven el exilio de Constancia de la Mora y su a veces errática trayectoria gira en torno a esa decisión de afincarse en México justamente cuando la crítica norteamericana alababa su autobiografía. Quizás influyera el hecho de que su marido, Hidalgo de Cisneros, tuviera dificultades con el inglés o que la estrecha relación de éste con la Unión Soviética durante la Guerra Civil imposibilitara su estancia en Estados Unidos. Aunque ambos eran comunistas, en los primeros meses de la derrota se les identificaba fundamentalmente con el gobierno republicano, y Constancia, en un principio, eludió definirse ante la prensa neoyorkina. Por poco tiempo. Un año después, ella misma pasó de heroína a villana, al serle denegado el visado para volver a Estados Unidos desde México: el fantasma de su militancia comunista y el escenario de caza de brujas que se dibujaba le cerraron las puertas del país que inicialmente se le había rendido.
Todas estas circunstancias hacen pensar que De la Mora aprovechó la versión castellana (Doble esplendor) para ajustar cuentas con la inglesa (In Place of Splendor): ¿su propia versión o la de otros? Al enfrentarse a la traducción al castellano debió conjurar el verano de 1939 y el fantasma de Ruth McKenney. Todo quedaba atrás.
Algunas de las modificaciones introducidas en la versión castellana parecen tener una función didáctica. En la página 278 de Doble esplendor, equivalente a la 254 de la edición neoyorquina, intercala un nuevo párrafo sobre Mussolini en el contexto de la intervención italiana y alemana en el conflicto español. En ambas versiones, De la Mora relata las primeras semanas de la Guerra Civil y apunta que ya en los primeros días de agosto el gobierno republicano denunció la invasión de aviadores italianos. Tras señalar que las democracias occidentales hicieron oídos sordos (“Democracies turned a deaf ear to our pleas while the fascist strangled democracy in Spain” en la versión original), incluye en la edición castellana un nuevo párrafo: “Mussolini, naturalmente, se apresuró a negar la veracidad de las palabras de sus aviadores lo mismo que Hitler negó desde el principio (…)”.
Tras este párrafo inédito vuelve al texto inicial: “Cuando A. Malraux llegó a España… (“When André Malraux arrived...”). No hay duda de que cotejar ambos textos es un ejercicio instructivo. De la Mora reconoció que su borrador inicial (donado a una institución de amigos americanos) era más largo que el manuscrito publicado. La edición española rescató quizás algunos de estos folios que habían quedado en el tintero. Lo que no podemos saber es qué nueva versión habría ofrecido Constancia de la Mora de haber reescrito estas memorias en 1950, poco antes de morir en aquel extraño accidente de tráfico, a los 44 años, cuando vivía en el hastío de un exilio cuyo sentido se le escapaba, alejada de los dirigentes del PCE en México y del que había sido su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros.