Читать книгу Madre de la Palabra de Dios y Guardiana de nuestra fe - Irene Laura di Palma - Страница 6
ОглавлениеModos de invocar
a la Virgen
Con el “sí” de María, el Padre nos abrió la puerta a una nueva dimensión de su paternidad sobre los hombres: darnos una Madre.
Desde el “sí” que expresó el día de la Anunciación, ella no ha dejado de manifestarse: estuvo a los pies de la cruz, acompañó amorosamente a los apóstoles luego de la partida del Maestro y, ya asunta a los cielos, se hizo presente en numerosas apariciones ocurridas en todo el mundo a través de los siglos. Lo confirman los padres conciliares: “Con su múltiple intercesión [la Virgen María] continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (Lumen Gentium, 62).
Dice la Palabra de Dios: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,24-27). Fue el Hijo quien nos dio el regalo de su Madre. Jesús, que ya lo había ofrecido todo, en los últimos minutos de su vida quiso darnos también el tesoro más preciado para un hijo: su madre. De esta manera el Señor declaraba la maternidad universal de María sobre el Pueblo de la Nueva Alianza.
Esta gracia recibida por la Iglesia desde su fundación en Pentecostés hace que cada uno de nosotros nos apropiemos de la Madre y podamos llamarla con distintos nombres para invocar su protección y cuidado.
Al abrazar este regalo de la maternidad de María, la Iglesia comienza a reconocer en la Santísima Virgen hermosos y muy variados modos de invocarla: Abogada junto al Padre, Auxiliadora de los Cristianos, Socorro en nuestras necesidades, Mediadora de todas las gracias, etc. (Cf. LG 62).
Estos, como tantos otros nombres, son lo que reconocemos como advocaciones marianas.