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Los hombres, esos fantasmas

Del viejo debate «por qué los grupos feministas son clubs exclusivos para señoritas» siempre me ha molestado el tono de cuestionamiento. Las feministas nos organizamos y nos segregamos como nos sale del coño, faltaría más. Pero también recelé desde el principio de la típica respuesta «podremos trabajar en grupos mixtos cuando los hombres estén preparados». Me sonaba a la Quinta fase del Comunismo cuando el Partido soltará el poder dentro de cinco mil años. Y mis ojos nunca lo verán.

Lo cierto es que el asamblearismo de gallinero o, lo que es lo mismo, llegar al consenso de puro aburrimiento, me cansó hace mucho tanto en grupos mixtos como en grupos only for women. Y además, para mi sorpresa, la supuesta ausencia de jerarquías entre dones era una falacia difícil de desmontar por invisibilizada. El hecho de que no hubiera ningún macho cabrío en el corro no significaba que todas lográramos participar con la misma tranquilidad ni que se nos hiciera parecido caso. Una de las trampas más peligrosas de separarnos de los hombres y demonizarlos es presuponer que entre mujeres todo es fantástico.

El feminismo tiende a replegarse sobre sí mismo con demasiada facilidad y la ausencia de hombres, motivada en parte por el desinterés de ellos y por la cerrazón de nosotras, termina situando a la mitad de la población en nuestro discurso y en nuestro activismo en el plano de los fantasmas.

Ellos, los eternos desconocidos, los irresponsables cómplices o ejecutores del mal. Y nosotras, las únicas que estamos haciendo algo por salvar el planeta. Y cuando alguna mujer, quizás también negra y lesbiana como nuestra evocada Condolezza Rice, parece no hacer demasiado bueno por sus semejantas, entonces resulta que se ha pasado al bando de «los otros». Y con esta dicotómica explicación nos quedamos tan anchas, tan autocomplacidas.

El nombrecito ex_dones se nos ocurrió a varias amigas en una noche de fiesta interminable. Queríamos regresar al activismo feminista pero desde un discurso cuestionador del género y no atrincherado en él. Y, sobre todo, deseábamos no volver a embarcarnos en una dinámica de reuniones y deberes que complicara más aún nuestras azarosas vidas de precarias en eterna búsqueda de trabajo, piso, estabilidad emocional, sexo y drogas. Es decir: no comprometernos a casi nada. Esto lo hemos logrado.

Ex_dones es una autoprovocación, un simulacro, un despropósito. No somos tan chulas como para anunciar a los cuatro vientos que nos hemos librado de ser mujeres, con una pócima mágica des-generadora que podréis comprar a un módico precio al final del debate. Tampoco es que ansiemos dejar de serlo.

Pero nos apetece renunciar simbólicamente a esa categoría con la que el patriarcado quiso recluirnos y minimizarnos. Y jugar al despiste con el enemigo.

Ahora que lo de ser mujer es como el líquido azul de los anuncios de compresas y te regalan la esencia de la feminidad con el Cosmopolitan, igual nos sale del coño ser otra cosa.

Si el feminismo trata continuamente de escapar de la reducción «mujer» para hablar de «las mujeres», sujeto que recoge nuestra diversidad y debería no asimilarnos a todas como blancas, con carrera, dinero, vacaciones, casa, churumbeles o no, marida o esposo pero estable, asistenta en casa, etc., ahora nos toca actualizar a ese fantasma de «el macho» para empezar a pensar y a convivir con «los hombres». Despojarnos de esa seguridad sorda de la que tanto nos costó dotarnos y que a menudo se acerca demasiado a la prepotencia, descargarnos de razón y de cierto victimismo. Sacar a los hombres de esa sábana fantasmagórica en la que nosotras hemos terminado proyectando tantas cosas nuestras incómodas. Y mirar qué hay debajo.

Desde luego, en nuestras luchas y deseos estamos más cerca de muchos hombres que conocemos, pobres, precarios, maricas transexuales o heteros, libertinos... que de muchas mujeres. Incluso de muchas feministas. O quizás el compromiso político no es un contrato de exclusividad con un bando y las alianzas son diversas y cambiantes. El género no es un corte limpio que divide el mundo en dos, ni es el único corte.

De paso, también va siendo hora de no sentirnos tanto vanguardia de las mujeres, esas ingratas a las que defendemos y que, al final, se enchufan al programa de la Campos y se acuestan con el enemigo. Chicas, por favor: ¡matemos a la santa feminista que llevamos dentro!

Lo de ex_dones también nos sonaba un poco a separadas; refleja esa precariedad amorosa y esas noches de despecho y tequila que vuelven y vuelven. Nos calzamos la peineta para reírnos de nuestro patetismo amoroso de copla y en este corro nos encontramos con nuestros amigos, maricas o no, chicos que ya no son fantasmas sino pantojas desesperadas como nosotras muchas veces. O trabajamos nuestra capacidad de defendernos también con ellos, y no sólo de ellos. Esas alianzas multiformes y promiscuas están en nuestras vidas antes que en nuestro discurso.

Por ejemplo, respecto a la violencia machista, desintegrar y desmitificar ese fantasma hombre es también un primer paso para sentirnos más fuertes. Distinguir a un capullo de un sicópata de un buen tipo. Hacernos fuertes, aprender a sacar la lanza cuando la necesitamos y a clavarla cuando no queda otra. Esta mierda de mundo cada día más violento es más habitable también si dejas de desconfiar de cada tipo con el que te cruzas y le miras a los ojos para conocer sus intenciones. Fiarte de un pálpito interior que te dice «sal corriendo» y saberte menos indefensa.

Y dejar de creer que los palos pueden venirte sólo de un ser con rabo. Reconocer que entre nosotras también hay violencia, que una mujer puede ser una exquisita maltratadora o una chantajista profesional o una persona indeseable. Aunque sea feminista, o lesbiana, o tu mejor amiga.

De los hombres envidio muchas cosas, y no precisamente el pene. Yo puedo elegir el color, material, diseño, tamaño y velocidades del mío, tener varios, me lo quito y me lo pongo... Hay que ver que escaso de recursos era el pobre Freud, y luego iba de perverso. Deseo contagiarme de la calma emocional de muchos hombres, que cuando saco las uñas la llamo inactividad o sequía. De su seguridad o ausencia de autocrítica. De su estilo directo o la sinceridad a toda costa. De su iniciativa o arrogancia.

Claro que también conozco mujeres seguras, francas y con la autoestima a prueba de bombas y a hombres tímidos, diplomáticos y neuróticos. De todas formas, el feminismo me ha abierto puertas para conocerme más y juzgarme menos, para aliarme con otras mujeres y no competir con ellas. Pero también me ha ayudado a entenderme mejor con los hombres, porque cuando tú sabes quién eres y dónde estás, pierdes el miedo al otro.

Un zulo propio

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