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Introducción:

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El regalo de Esperanza de Parte de Dios

“Que el Dios de esperanza los llene con todo gozo y paz mientras confían en él, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). Así escribió Pablo a los cristianos en Roma al completar la discusión de su carta más grandiosa. He sido un creyente por más de medio siglo, pero sólo recientemente es que he apreciado lo profundo que pastoralmente hablando fue y es la oración de Pablo.

Mientras escribo esto, las esperanzas de un año para el arreglo pacífico en Irlanda del Norte acaba de desplomarse, y una masacre revanchista de agricultores en Kosovo acaban de demostrar que las esperanzas de un pronto regreso a una paz ordenada en esa tierra de agonía deben, por el momento, ser puestas a un lado. Observadores en ambos países están viendo el sentido renovado de desdicha, entumecedor para algunos, y de pesadilla para otros, que estos giros de eventos han traído. No es de sorprenderse que tales sentimientos se levanten ya que la muerte de la esperanza tiene un efecto asesino en las mentes y los corazones humanos.

Decimos que mientras hay vida hay esperanza, pero la verdad más profunda es que sólo mientras hay esperanza hay vida. Quiten la esperanza, y la vida, con todas sus fascinantes variedades de oportunidades y experiencias se reduce a una mera existencia, se pierde el interés, no gratificante, desolada, opaca, y repelente, una carga y un dolor. La gente sin esperanza a menudo expresa su sentir de realidad y sentimientos acerca de ellos mismos diciendo que preferirían estar muertos, y algunas veces intentan quiterse la vida.

Hace años, la esposa de un hombre que había sido estudiante publicó un testimonio titulado “Hecho Redundante”. Comenzaba así: “Nunca olvidaré el rostro de Francis cuando caminaba a través de nuestra puerta del frente esa noche...Fue bastante gris y totalmente derrotado.” Despedido sin aviso, Francis (ella escribió) fue entonces rechazado por todos lados. “El estaba deseoso de hacer cualquier clase de trabajo...pero nadie lo quería. Me dolía ver a un hombre generalmente tan lleno de vigor y de ideas, silenciosamente ayudándome con los quehaceres del hogar o sentado mirando desorientadamente hacia el cielo.” ¡Cuántas parejas en el mundo occidental han conocido esa experiencia durante el pasado cuarto de siglo! Entonces, mientras que las necesidades de la familia estaban siendo cubiertas en la reunión de oración, a su mente le vino un plan para empezar un pequeño negocio. Cuando su esposa regresó, ella lo encontró sonriendo. “Mientras estuvimos orando él sintió un cambio que venía sobre él. La esperanza había brotado dentro de él y juntamente con ella, decisiones, ideas, acción.” ¡Exactamente! Eso es lo que la esperanza hace por usted. El plan demostró ser cabal, y la crisis fue sobrepasada. Su artículo terminó así:

No sé por qué Francis perdió su trabajo. No sé por qué le está yendo bien ahora. Pero sé que yo puedo confiar en Dios. Sé que él proveerá techo, calor, ropa y comida. Y él puede dar, hasta en los momentos más oscuros, esperanza; y después de la fe y el amor, la esperanza es uno de sus más preciosos regalos para la humanidad.

Nunca nadie habló una palabra tan verdadera.

El asunto es que nosotros los seres humanos estamos hechos de tal manera que vivimos en nuestro propio futuro imaginario. Esto no es una decisión de política sino simplemente la forma como somos. Para mirar hacia adelante, para soñar para que vengan cosas felices, para querer que continúe lo bueno y que termine lo malo, y para desear un futuro que sea mejor que el pasado, es tan natural como el respirar. Como dijo Alexander Pope en su estilo arrogante: “La esperanza brota lo eterno en el seno humano: / El hombre nunca es, sino para siempre ser bendecido.” De seguro, hay individuos, familias, grupos humanos y culturas enteras con mentalidades pesimistas, como si pensaran que sabiduría es no esperar nada bueno, pero tal actitud no es alegre, así que no es natural, no lo es más que el ateísmo. Ambos son el resultado de desilusión. Así como el ateísmo surje del estar decepcionado y lastimado en alguna forma por el teísmo de los teístas, o por sus expositores, así también el pesimismo fluye del quebrantamiento del optimismo natural. La esperanza genera energía, entusiasmo y emoción; la falta de esperanza engendra sólo apatía e inercia. Así que para que la humanidad esté completamente desarrollada, a diferencia de parcialmente disminuída, la esperanza necesita estar en nuestros corazones.

Si llegamos a pensar o sentir (a menudo no somos muy razonables acerca de esto) que no tenemos nada que aguardar y que sólo podemos esperar que las cosas empeoren en el futuro, inevitablemente creceremos deprimidos y hasta cierto grado desesperados. Nosotros podremos esconder nuestra condición, pero la ira desenfocada, la furia, y el odio de la vida que sentimos funciona como ácido, disolviendo todos los otros sentimientos hasta convertirse en pura amargura. La desesperanza está en la raíz de muchos de los desórdenes psicológicos de hoy en día, como la creciente frecuencia de asesinatos al azar y suicidios existentes alrededor nuestro parece indicar. Incluso cuando la desesperanza es solamente irregular e intermitente, cuando es un estado de ánimo pasajero, aún así nos hace sentir solos, temerosos y paralizados de toda acción. Nos damos cuenta que no podemos tomar decisiones ni persuadirnos a hacer cosas. La desesperanza disuelve nuestro sentir de valor personal, y lo convierte en duda de uno mismo, en desconfianza y disgusto propio; la desesperación traga a la confianza. Nos damos cuenta que estamos en un túnel sin luz al otro lado, y que sólo hay oscuridad más profunda y finalmente una pared en blanco.

Cuando el filósofo Immanuel Kant dijo que una de las tres preguntas básicas de la vida es, ¿Qué es lo que podemos esperar? Él tenía la razón. ¿Dónde buscaremos una respuesta a esa pregunta? ¿A la política y la ingeniería socio-económica que van junto con ella? Dificilmente. Los políticos saben que todos necesitamos esperanza y ciertamente sufren por ello, así que su retórica es siempre positiva. Pero para nosotros del occidente antiguo (Quiero decir Europa, incluyendo Gran Bretaña; América del Norte, incluyendo Canadá; y Australasia, incluyendo Nueva Zelanda) las promesas y predicciones de los políticos suenan huecas, ya que podemos ver claramente que éstos nunca satisfacen las esperanzas depositadas en ellos, y estamos tristemente seguros que nunca lo harán. Las políticas nacionales e internacionales del siglo pasado, junto con el desarrollo económico global, avances educativos, la creación de riqueza, los triunfos tecnológicos, las maravillas médicas, la radio y la televisión en cada hogar, y la llegada de la computadora, han erosionado las esperanzas en lugar de haberlas gratificado, debido a las nuevas posibilidades de angustia y desastre que han traído estos cambios. Las actividades políticas, tecnológicas, y empresariales se han combinado para hacer que las perspectivas de nuestro planeta para el tercer milenio sean distintivamente ominosas.

El siglo veinte comenzó con optimismo. La suposición prevaleciente en el occidente antiguo era que nosotros somos básicamente buenos y sabios, y el avance de la civilización cristiana pronto haría que el reino de Dios, entiéndase como amor universal al prójimo, fuera una realidad global. Un periódico llamado The Christian Century (El Siglo Cristiano) se fundó para canalizar estas esperanzas y escribir una crónica de su cumplimiento; aún existe, pero su título ahora parece ser tristemente inadecuado. Hemos experimentado la renovación del barbarismo global en dos guerras mundiales y en las carreras de tribalistas maniáticos por poder, y locos por el dinero, y por las obras genocidas de dictadores. Nos inclinamos temerosamente a la explotación de los grandes negocios del mundo mientras que contaminan y ultrajan el medio ambiente, destruyen la capa de ozono y desestabilizan el clima. Lamentamos nuestro naufragio de ligaduras cristianas y morales al relativismo, pluralismo, secularismo y hedonismo. Existimos en medio del aumento del comercio de armas y de la habilidad de destruir el mundo con armas nucleares. Estos eventos y muchos otros nos dicen que el siglo veinte no fue un siglo particularmente cristiano. Además, estos desarrollos del siglo veinte aseguraron que mucha gente pensadora entrara al siglo veintiuno con miedo en lugar de esperanza, preguntándose hasta dónde llegará la decadencia educada, afluente y tecnológicamente equipada del occidente y qué clase de mundo le espera a nuestros nietos. Se puede decir con bastante precisión que el utopismo marxista, con su enmarque colectivista, ha fracasado y no es probable que sea intentado en ningún lugar otra vez. Mientras comienza el tercer milenio, cualquiera que espera que la participación de los políticos y generales en el juego del poder, y de los líderes de negocios en el juego de las ganancias vaya a producir paz mundial y prosperidad, han enterrado sus cabezas profundamente en la arena. No hay esperanza realista de un mejor porvenir que se pueda extraer de la forma de actuar del mundo moderno.

¿Qué es lo que sigue? ¿No hay nada bueno que esperar en lo absoluto? Sí lo hay, pero debemos buscar esta esperanza buena fuera del proceso socio-político-económico. Y esto, por la gracia de Dios, lo podemos hacer. Ya que Dios el Creador, el que nos diseñó, el que nos sostiene y conoce nuestros corazones, nunca tuvo la intención de que los humanos vivan sin esperanza. Al contrario, él se revela a sí mismo en el evangelio como “el Dios de esperanza” (frase de Pablo, como lo vimos). Allí él invita a todo el mundo a recibir a “Jesucristo nuestra esperanza” (1 Tim. 1:1) y aceptar renovación por “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1:27). Así como Dios el Padre es un Dios de esperanza, así también su Hijo encarnado, Jesús de Nazaret, crucificado, resucitado, reinante, y de regreso, es un mensajero, es un medio y mediador de esperanza; y la Biblia, “La Palabra de Dios escrita” como lo describe los Treinta y Nueve Artículos, la norma doctrinal anglicana, es un libro de esperanza desde Génesis hasta Apocalipsis. La primera promesa divina registrada, que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, fue una palabra de esperanza en el huerto del Edén (Gn. 3:15), y la última promesa registrada de Jesús, “Vengo pronto” (Ap. 22:20), fue una palabra de esperanza para las iglesias que enfrentaban persecución. Hebreos 11:1 define fe en términos de esperanza (“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera”). La esperanza, la expectación garantizada que capacita a los creyentes a mirar hacia adelante con gozo, es verdaderamente uno de los temas grandiosos del cristianismo y uno de los regalos supremos de Dios.

Lo que la Biblia nos dice acerca de la esperanza, en pocas palabras, es esto: Los seres humanos fueron creados originalmente en comunión con Dios para que lo exaltemos y disfrutemos de él para siempre, primero por un período probatorio en este mundo, y luego en un lugar de “delicias eternas” (Sal. 16:11) que está fuera del mapa del universo que está determinado por el espacio y el tiempo. Cuando el pecado infectó nuestra raza, rompiendo esta comunión, robándonos de toda la esperanza del cielo y poniéndonos a todos bajo la amenaza del infierno, nuestro Creador tomó acción para formar una raza humana perdonada, renacida e interracial, es decir, la iglesia, una comunidad que debiera gozar del destino original de la humanidad y aún más por la gracia divina soberana y la fe personal en nuestro Señor Jesucristo. Así que los creyentes de todas las épocas deberían vivir sabiendo que son los hijos adoptados de Dios y herederos de lo que se dice de su gloria, su ciudad y su reino. Ellos deberían saber que Jesucristo, quien por amor entregó su vida por la iglesia en forma inclusiva (Ef 5:25) y por cada futuro creyente en forma personal (Gal. 2:20), está ahora con ellos en forma individual por su Espíritu (Mt. 28:20), para cuidar de ellos diariamente como un pastor cuida sus ovejas (Jn. 10:2-4, 11-25) y para fortalecerlos constantemente de acuerdo a sus necesidades (Fil. 4:13; 2 Tim. 4:17), y que él finalmente se los llevará de este mundo para que vean y compartan la felicidad celestial que ya es de él (Jn. 14:1-3, 17:24; Rom. 8:17). Por lo tanto, juntamente con Pablo, deberían aguardar ansiosamente por el Espíritu la esperanza de la justicia” (Gal. 5:5) – esto es, el fruto completo de ser totalmente aceptado por Dios, o como la Nueva Traducción Viva lo dice, “ansiosamente esperar para recibir todo lo que se nos ha prometido a nosotros los que somos justos delante de Dios a través de la fe.” La identidad del cristiano no es sólo la de un creyente sino también la de un esperanzado.

Ahora podemos ver claramente que la palabra esperanza significa dos realidades distintas pero relacionadas. En el sentido objetivo, significa perspectiva divinamente garantizado delante de nosotros; en el sentido subjetivo, significa actividad o hábito de mirar con expectativa al día cuando lo que se ha prometido se convertirá en nuestro en verdadero gozo. Así que es bastante distinto al optimismo. El optimismo espera lo mejor sin tener ninguna garantía de que va a llegar y es a menudo nada más que un silbido en la oscuridad. La esperanza cristiana, por contraste, es fe que mira hacia adelante al cumplimiento de las promesas de Dios, como cuando se entierra al cadáver en el servicio fúnebre anglicano “en una esperanza segura y cierta de resurrección para vida eterna, a través de nuestro Señor Jesucristo.” El optimismo es un deseo sin garantía; la esperanza cristiana es una certeza, garantizada por Dios mismo. El optimismo refleja ignorancia de si verdaderamente cosas buenas van a venir. La esperanza cristiana expresa conocimiento de que el creyente en verdad puede decir cada día de su vida, y cada momento que pase después, en base al compromiso del propio Dios, que lo mejor está aún por venir.

La mentalidad de los esperanzados cristianos está bastante atacada hoy en día. Choca con el orgulloso “este mundismo” de nuestra sofisticada cultura materialista, y eso mismo provoca resentimiento. Los marxistas se oponen a ella porque creen que la esperanza (ilusoria, en su opinión) de un “pastel en el cielo cuando te mueras” produce pasividad e impide que las masas tomen una acción revolucionaria hacia el cambio social. Algunos consejeros psicológicos se oponen porque lo ven como una forma de escapismo que evita que la gente encare las realidades de sus vidas. La verdad es, sin embargo, que el esperar cristiano, en virtud de su objeto (la garantizada, infinita generosidad de Dios), llama al amor, el gozo, el celo, la iniciativa y la acción devota, para que, como dice C.S. Lewis, aquellos que han hecho más por el mundo presente, han sido aquellos que pensaron más en el venidero.

Pablo mismo en el libro de Romanos muestra esta realidad. Él presenta a Abraham como un modelo de fe justificadora porque él creyó en una promesa de Dios que daba forma a su futuro, el cual en ese entonces parecía demasiado bueno para ser cierto. “Contra toda esperanza, Abraham creyó en esperanza...plenamente convencido de que Dios era poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Rom. 4:1-3, 16-22). Al describir la vida de aquellos que fueron justificados por fe, él escribe: “Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (5:2; ver también 12:12, “Gozosos en la esperanza”). Después de decir que nosotros anhelamos la redención prometida de nuestros cuerpos, él prosigue: “Porque en [o con, o para, o por] esta esperanza somos salvos. Pero la esperanza que se ve, no es esperanza. Porque lo que alguno ve, ¿A qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (8:24-25). Aquí él le dice a sus lectores que esperen pensativa, intencional, comprensiva, y tenazmente por la culminación transformadora de la salvación que, relacional y posicionalmente, ya la han recibido. Nosotros aprendemos de Pablo que así como hemos sido salvos en cierto sentido, así también lo seremos en otro. La salvación es ambas cosas, presente y futura. Debemos agradecer a Dios por ello en el primer sentido, en el cual llegó a ser nuestra en base a nuestro creer (1:16, 6:17-18, 22-23; 11:11, 14), mientras que aguardamos su llegada en el segundo sentido, confiados que cada día está más cerca (13:11). Luego en 15:4, Pablo nos dice impresionantemente que “las cosas que se escribieron antes” – esto es, todo lo que llamamos el Antiguo Testamento – “se escribieron para nuestra enseñanza” – él quiere decir, para nosotros los creyentes cristianos – “a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.” Y en 15:13, como vimos, él ora para que el “Dios de esperanza” capacite a sus lectores a “abundar en esperanza” a medida que ellos pongan estas cosas en sus corazones.

¿El énfasis que pone Pablo en la esperanza, lo cual expresa evidentemente el sentir de su propio corazón (el “nosotros” y el “nos” citados en los pasajes entre comillas lo demuestran), reduce en algo la energía y la intensidad de sus labores apostólicas? No, de ninguna manera, sino lo opuesto. El escribe a los Romanos como una persona que, después de haber evangelizado el mundo mediterráneo desde Jerusalén hasta la costa Adriática, ahora planea visitar Roma camino hacia una misión en España (vea Rom 15:15-28). Quizás él fue el misionero más empresarial que el mundo haya visto y verdaderamente tenía derecho a decir como un simple hecho, “He trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1a Cor 15:10). Su esperanza no solamente incluía su resurrección personal y una eternidad gozosa con Cristo (Fil 1:2023; 3:8-14) sino también el levantar una comunidad creyente entre los que no eran judíos, de todas partes bajo su ministerio.

Pablo fue un pionero incansable que viajaba y predicaba para hacer que esto ocurra. La esperanza de ver el cumplimiento del plan de Dios no lo condujo a relajarse en la obra, sino que le dio fuerzas para proseguir, así como el plan de Dios para traerlo corporalmente a la esfera de la resurrección lo incitó a “asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús...una cosa hago; olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14). La esperanza hizo en la vida espiritual y el ministerio de Pablo lo que los atletas esperan que el entrenamiento y el levantar pesas haga en ellos físicamente: proveyó fortaleza y mejoró el rendimiento. Así debería de ser con todos nosotros. Eso nos lleva al siguiente punto, el cual tiene que ver con nuestro propio rendimiento.

Los cristianos que están creciendo saludablemente se están dando cuenta más y más de una verdad, que Dios es trascendentalmente grande y el ser humano en comparación es infinitamente insignificante. Dios, nos damos cuenta, puede proseguir muy bien sin necesidad de ninguno de nosotros. Así que esto nos debe dar un sentido abrumador de privilegio de que no sólo él nos ha hecho, amado y salvado sino que nos toma como compañeros de trabajo para el avance de sus planes. Así pues Pablo puede llamar a sus colegas y a sí mismo “Embajadores de Cristo” y “Compañeros de trabajo de Dios” (2 Cor. 3:20; 6:1), y decirnos a todos que nos veamos en nuestra propia esfera como sirvientes, ministros y trabajadores de Dios. Así como hace cincuenta años la gente sentía obtener gran dignidad al trabajar para Winston Churchill debido a lo que él era, así también nosotros debemos de obtener un gran sentido de dignidad al saber que hemos sido llamados a trabajar para Dios. Y ninguno de nosotros está excluído, ya que las Escrituras muestran a Dios usando a sus hijos más extraños, más novatos, más desequilibrados, y defectuosos para avanzar su obra, mientras que al mismo tiempo continúa con su estrategia santificadora de ponerlos en mejor forma moral y espiritual. Esto es un hecho que ofrece enorme aliento a las almas sensibles que sienten que no están calificados para servirle. En este libro vamos a ver a Dios tratar con Sansón el mujeriego, Jacob el engañador, Nehemías el temperamental, la esposa de Manoa, la tímida, Marta la mandona bullera y María la callada pasiva, Jonás el patriota terco, Tomás el tonto-listo pesimista profesional, y Simón Pedro el impulsivo, cariñoso, e inestable. Notaremos cómo Dios bendijo y usó esta gente mientras que los sacaba de la esclavitud de sus propios defectos hacia una piedad más verdadera que la que ellos antes conocían. El saber que ésta es la manera que Dios trata con sus amigos defectuosos es ofrecido aquí en la esperanza humana que despertará a la esperanza divina de ser útiles a Dios en los corazones de algunos que hasta ahora han creído ser demasiado defectuosos para tener esta dignidad.

La esperanza es una planta delicada que puede ser fácilmente aplastada y extinguida, y cada creyente tiene que prepararse para luchar por ella. Muchos son los momentos de desilusión y frustración, cuando decimos y sentimos que las cosas no tienen esperanza, y toda la esperanza se ha ido. La desilusión nos lleva, si lo permitimos, hacia una pendiente resbaladiza que va desde la desolación y la angustia hasta la depresión y la desesperación. Los discursos dados por el traumatizado Job cuando estaba sentado en medio de las cenizas, enfermo, aturdido y lastimado en su mente y en su cuerpo, expresa la muerte de la esperanza en términos clásicos. “Mis días...terminaron sin esperanza” (Job 7:6). “Las piedras se desgastan con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la tierra; de igual manera haces tú (¡Dios!) perecer la esperanza del hombre” (14:1819). “Si yo espero, el Seol es mi casa...¿Dónde, pues, estará ahora mi esperanza? Y mi esperanza, ¿quién la verá?” (17:13-15). “(¡Dios!) ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado” (19:10). Después de haber vivido con la suposición de que la gente devota sería materialmente enriquecida en todo momento, y antes de la revelación de la esperanza de la gloria con Cristo más allá de este mundo, Job – aunque finalmente restaurado en términos materiales (42:10) – no pudo obtener una base firme para tener esperanza de Dios aparte de: Confía en que yo sé lo que estoy haciendo; el cual es el mensaje transmitido a él a través del repaso que hace Dios referente a algunas de las glorias cósmicas y las maravillosas criaturas vivientes que él ha hecho (ver caps. 38-41). Pero los cristianos saben más que lo que Job sabía, y Pedro pone delante de nosotros los recursos para avivar la esperanza en nuestros corazones cuando quiera que se encuentre amenazada. Este es el pasaje: Vale su peso en oro.

Bendito el Dios y Padre de nuestro SeñorJesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas. (1 Ped. 1:3-9)

¿Necesitamos la esperanza? Sí. ¿Pueden esperar los cristianos? Sí. ¿Estamos alguna vez sin esperanza? No. ¿Es la grandeza de nuestra esperanza un indicador de la gracia de Dios? Sí. ¿Trae nuestra esperanza de salvación un gozo, energía, fidelidad y un deseo de ser usado por Dios? Sí, sí, sí, sí. ¿Podemos esperar que Dios nos use cada día para su gloria, aún cuando todavía no estamos perfectamente santificados? Sí. ¿Es esto buenas nuevas? Sí.

¡Que tengas una buena esperanza! – o como algunos dicen, ¡He aquí, a la esperanza! – el esperar como una manera de vivir, el esperar como una fuente de fortaleza y el esperar como una fuente de gozo de corazón del cual fluyen contínuamente la alabanza y la oración.

¿Es eso lo último que tengo que decir?

No precisamente.

Yo creo que usted sabe que el mal es algo que está lejos del mundo de Dios: astuto, malicioso, destructivo, hábil e implacable, dirigido por un ángel corrupto al que las Escrituras llama Satanás (una palabra hebrea que significa “el adversario” o también “oponente hostil”). Creo que usted sabe que Satanás está aquí y que ahora lo está persiguiendo personalmente, ya que al comprometerse usted con Jesucristo, usted se ha alineado en contra de él. Al entrar en el conflicto continuo entre el Creador y el corruptor, lo cual usted hizo cuando se enlistó del lado del Señor, usted ha asegurado, quiéralo o no, el vivir el resto de su vida en un estado de guerra espiritual. Creo que usted sabe que Satanás al no haber podido mantenerlo apartado de la fe, hará lo más condenado posible (Uso esa palabra con precisión para indicar aquello que expresa e induce la condenación de Dios) para evitar que usted tenga un crecimiento saludable en Cristo y que le sea útil en obra y testimonio. Esto quiere decir que Satanás trabajará para desviarlo del camino de santidad y esperanza. Y creo que sé que algunos de ustedes que leyeron estas palabras, muy al fondo, ya se han rendido a Satanás en lo que a esperanza se refiere, para que el poder de la esperanza que da gozo, mejora la vida, y genera energía, acerca de lo cual hablan Pablo y Pedro, sea algo que usted sepa muy poco. Por favor piense conmigo por un momento en cómo puede ser cambiado esto.

Para apagar la esperanza como hábito de la mente y del corazón, Satanás explota tanto nuestras debilidades innatas de carácter como nuestros defectos de actitud y comportamiento adquiridos los cuales testifican de las relaciones malas y fracasadas de nuestro pasado. Así algunos de nosotros tenemos un temperamento que es naturalmente sombrío y melancólico (la palabra antigua que significaba depresivo), de tal modo que el absorberse en sí mismo y compadecerse de sí mismo, el sentirse varado y abandonado, y el esperar lo peor se nos hace natural a nosotros, como lo fue con Eeyore en la saga de Winniethe-Pooh. Algunos de nosotros estamos cargados de un sentimiento aplastante de timidez e incompetencia (torpeza, lentitud, falta de belleza, de cerebro, vigor y viveza) así que nos sentimos avergonzados e inferiores y nos corremos asustados, con miedo de caer atrapados en alguna tontería que no notamos. Algunos de nosotros llevamos las cicatrices del dolor que no podemos olvidar y el daño que no podemos reparar (de la mala crianza, el intimidamiento, el rompimiento de relaciones, el abuso sexual y de sustancias, etc.). Los recuerdos de culpabilidad mantienen vivas la vergüenza y el desprecio de uno mismo en el corazón de algunos de nosotros. El sentirse encarcelado en un cuerpo enfermo y desgastado, o en un hogar sin amor, o en una rutina que destruye el alma, nos anima a resentir de nuestra propia existencia y darla como una miseria total.

El agotamiento emocional a lo largo de cualquier período de tiempo nos deja sintiendo, como un hombre me dijo una vez, como que nuestra fe es tan frágil como papel facial, y que el esperar positivamente por cualquier cosa está simplemente más allá de nosotros. Satanás es un maestro usando estas condiciones y otras similares para apartarnos de practicar la esperanza.

Nosotros no siempre estamos en contacto tan cercano con nosotros mismos – esto es, con nuestros sentimientos, impulsos y actitudes – como lo creemos o necesitamos estar. Quizás se encuentre usted queriendo descartar lo que he estado diciendo acerca de la esperanza cristiana en Dios tomándolo como palabrería fácil. Esto puede ser porque me referí a debilidades y vulnerabilidades que usted tiene interés en negar que sean ciertas en usted. Si eso es así, le garantizo que usted conoce mucho menos del gozo de la esperanza de lo que usted cree y de lo que, francamente, quiero que usted conozca. Le ruego que en este momento se examine. ¿Cómo? Bueno, muy por encima de una reflexión honesta, le urjo a que oiga una voz del pasado. Obtenga el libro de John Bunyan, El Progreso del Peregrino (texto completo); es una alegoría pastoral clásica que ha estado contínuamente en impresión durante más de tres siglos. Cumple con el papel de guía de sabiduría puritana acerca de la vida espiritual, y en la segunda mitad de su segunda parte tiene mucho que decir acerca del Señor Desánimo y su hija Mucho Susto, que fueron rescatados de las garras de Desesperación Gigante; acerca del Señor Mente Débil y su tío el Señor Temeroso, quien hizo su peregrinaje más pesado que los demás, y acerca del Señor Listo para Parar, quien no podía avanzar sin muletas. Lea el libro entero, ambas partes, luego enfóquese en lo que se dice de estos personajes y cómo ellos fueron ministrados, y pienso que encontrará ayuda para esperar. Mientras tanto, permítame decirle algunas cosas que tuve que aprender a decirme a mí mismo en los tiempos en que me estaba convirtiendo en un cínico, sin dudar la fe bíblica pero sin gustarme mucho los himnos acerca del cielo y la manera entusiasta en que la gente los cantaba.

Primero, el corazón de la esperanza cristiana, tanto aquí como en el más allá, es la comunión amorosa del pecador salvo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, al adorar, obedecer y usar actividades para agradar a la divina trilogía a través de su servicio. Esa es la realidad esencial y eterna de la vida espiritual; de esto es lo que fundamentalmente consiste el cielo; y si soy un cristiano de verdad, mi vida actual ya comienza a consistir en esto. Aquí en el presente, la vida espiritual produce gozo, además de un sentido de paz y cumplimiento que no viene de ninguna otra fuente, y la perspectiva es que continuará así para siempre. Esto quiere decir que cada momento en el cielo será verdad el decir, junto con Robert Browning, “lo mejor está por venir,” así como cada creyente puede decir lo mismo cada momento aquí en la tierra. Sería pecadoramente tonto ser despectivo o estar ofendido por una perspectiva tan maravillosa.

Segundo, nuestro mundo ignorante, materialista, post-cristiano en realidad está haciendo desfilar su necedad pecaminosa al burlarse de la esperanza del cielo, y sería pecaminosamente tonto para un cristiano estar de acuerdo con el mundo en estos momentos. Vale la pena mencionar algunas de las declaraciones que escribió C.S. Lewis, y que yo leí, hace más de medio siglo:

La esperanza es una de las virtudes teológicas. Esto quiere decir que la continua anticipación anhelante del mundo eterno no es (como alguna gente moderna piensa) una forma de escapismo o de pensamiento deseoso, sino una de las cosas a que el cristiano ha sido llamado a hacer.

No hay necesidad de preocuparse de gente chistosa que trata de ridiculizar la esperanza cristiana del “cielo” al decir que ellos no quieren “pasar la eternidad tocando el arpa. ” La respuesta para esta clase de gente es que si no pueden entender los libros escritos para adultos, entonces que no hablen de ellos. Todas las representaciones que usan las Escrituras (arpas, coronas, oro, etc.) son, por supuesto, un mero intento simbólico de expresar lo inexpresable. Los instrumentos musicales son mencionados debido a que para mucha gente (no toda), la música es lo que más se aproxima a la idea de éxtasis e infinito en esta vida. Las coronas son mencionadas para sugerir el hecho de que aquellos que están unidos a Dios en la eternidad comparten su esplendor, su poder y su gozo. El oro es mencionado para sugerir la eternidad del cielo (el oro no se oxida) y lo precioso que es. La gente que toma estos símbolos literalmente quizás creen que cuando Cristo dijo que debemos ser como palomas, él quiso decir que tenemos que poner huevos. (Mere Christianity [Londres: Fontana, 1955], pags. 116,119)

Tercero, nuestro Dios gentil ha puesto su reputación en lo que él nos ha dicho acerca de la vida futura, a través de Cristo, de los apóstoles y de la Biblia entera, y en las promesas acerca del futuro que él ha dado a todos los creyentes (las muletas en la alegoría de Bunyan sin las cuales el Señor Listo para Parar no podía caminar). Aquellas promesas tienen al cielo constantemente a la vista. Sería pecaminosamente tonto y ofensivo a Dios el rehusar creer en esta enseñanza y en estas promesas cuando aceptamos otras cosas que Cristo, los apóstoles y la Biblia nos enseñan como verdades divinas. ¿Podemos justificar alguna vez el no apropiarse de lo que dice la Palabra de Dios acerca de todo? ¿Podemos justificar en este mismo momento el no creer en las propias promesas de Dios acerca del futuro? No, por supuesto que no. La arrogancia de no creer lo que Dios había declarado claramente fue el pecado del huerto del Edén; tal incredulidad fue injustificable en ese entonces, y sería igualmente injustificable ahora.

Un efecto notorio de la depresión es la pérdida del poder para creer que cualquier cosa buena le espera a uno, y una de las causas de la depresión es el sentir que usted es un inadaptado o un extraño o un fracasado. La depresión espiritual ocurre cuando dichos sentimientos devoran su confianza en el vasto, incalculable, ilimitado, y libre amor de su Dios. Yo sospecho que usted sabe algo acerca de estos sentimientos; muchos cristianos del occidente, quizás incluso la mayoría, pasa la vida en un estado de depresión espiritual no diagnosticada porque estos sentimientos los dominan regularmente. Pero la respuesta final a todos los sentimientos de inferioridad es recordarse a sí mismo que su Dios ama, redime, perdona, restaura, protege, sostiene y usa a los inadaptados, extraños, y fracasados no menos que a la gente bella de la clase que cruza su camino y que usted ha deseado ser. Usted verá esto en los estudios bíblicos que siguen, los cuales Carolyn y yo le ofrecimos a Dios y a usted, orando para que Dios los use para convertir a muchos en los esperanzados felices a que todos los cristianos hemos sido llamados a ser.

Esperanza sin límites

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