Читать книгу ¿Qué Significa la Justificación por la Sola Fe? - J. V. Fesko - Страница 5
Introducción
ОглавлениеDesde que Martín Lutero, el famoso reformador del siglo XVI, clavara sus noventa y cinco tesis en la puerta del castillo de Wittenberg, la doctrina de la justificación por la sola fe ha sido una de las grandes verdades de la fe reformada. Durante el siglo XVI los reformadores protestantes tuvieron cinco puntos unificadores de la fe: sola Escritura (sola Scriptura), solo Cristo (solus Christus), sola gracia (sola gratia), sola fe (sola fide) y sólo a Dios la gloria (soli Deo gloria). En especial tres de estos eslóganes son de gran importancia para la doctrina de la justificación. Antes de avanzar, debemos definir primeramente lo que entendemos por la frase “la doctrina de la justificación por la sola fe.”
Todas las personas en algún momento de su existencia han de comparecer ante la presencia de Dios para ser juzgados. Hay dos posibles consecuencias, ya sea un veredicto culpable o inocente. En términos bíblicos, Dios o condenará o justificará a la persona que comparece ante él. Con vistas a que Dios justifique a una persona, Él requiere una justicia absoluta y perfecta, es decir, la obediencia a su ley. Sin embargo, el hombre es pecador y se encuentra bajo la maldición de Dios. ¿Cómo puede un hombre pecador marcharse del juicio de Dios sino que sea con el veredicto culpable? La respuesta viene por la doctrina de la justificación por la sola fe. El Catecismo Menor de Westminster, escrito originariamente en el siglo XVII, y ahora uno de los catecismos de las denominaciones presbiterianas conservadoras, define la justificación así: “La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual Él perdona todos nuestros pecados, y nos acepta como justos delante de Él, solamente en virtud de la justicia de Cristo imputada a nosotros, y recibida sólo por la fe.” (Pregunta 33) Aquí vemos los puntos básicos de la doctrina de la justificación por la sola fe.
¿Cómo puede ser justificado ante Dios un pecador? Sólo si otro hombre comparece en su lugar y ofrece la obediencia perfecta, o justicia, que Dios requiere. Esto es lo que Jesús hizo para aquellos que miran a Él por fe. Jesús se encarnó a favor de los pecadores. En otras palabras, a través de su vida Jesús fue perfecta y completamente obediente a la voluntad y la ley de su Padre celestial. Jesús también sufrió la pena del pecado a través de su vida terrenal, que culminó en su muerte en la cruz. Esto significa que Jesús sufrió la pena de la ley y ofrece una perfecta obediencia a aquellos que miran a Él por fe. Y Jesús se levantó de los muertos, lo cual señaló que su sacrificio perfecto fue aceptado por el Padre, asegurando la victoria sobre el pecado y la muerte. El pecador no contribuye en nada a su justificación, a este veredicto que da Dios. Es por estas razones que el teólogo y poeta escocés, Horatius Bonar, escribió una vez: “Tu obra sola, oh Cristo, al alma habla paz, Ya consumada es y no necesito más. Tal vez ahora las proclamas de la Reforma comienzan a tener más sentido.
Es sólo por la gracia de Dios (sola gratia) que Él justifica al pecador. Dios tiene todo el derecho a condenar al pecador, pero en vez de ello le muestra su misericordia y su gracia. La justificación es sólo a través de Cristo (solus Christus), puesto que es la obra de Cristo –su vida, muerte y resurrección– lo que sirve como base judicial para el veredicto de “justo” para el creyente. Y un pecador es justificado sólo por la fe (sola fide). Dicho de otra manera, no es por la obediencia o las buenas obras del pecador. Más bien, es que el pecador mire exclusivamente a la persona y obra de Cristo para recibir este veredicto de justicia en vez del veredicto de condenación que él merece. Estos son los tres puntos fundamentales que queremos examinar en las páginas siguientes para llegar a entender esta verdad esencial de la fe reformada.
Juan Calvino, el reformador de la segunda generación del siglo XVI, explicó que “si ante todas las cosas no comprende el hombre en qué estima le tiene Dios, no tiene fundamento alguno en qué apoyar su salvación, y carece igualmente de fundamento para edificar la piedad ante Dios”. Es por esta razón que Calvino creía que la justificación era “uno de los principales artículos de la religión cristiana”.1 No es sorprendente que el teólogo del siglo XVII, Johann Heinrich Alsted, uno de los delegados al Sínodo de Dort (1619), cuyas conclusiones están resumidas en los “Cinco Puntos del Calvinismo”, escribiera más tarde que la doctrina de la justificación es el articulus stantis et cadentis ecclesiae, “el artículo sobre el cual la iglesia permanece o cae”.
Para entender esta doctrina capital, primeramente consideraremos los primeros capítulos de la Biblia y la creación de Adán, para ver cómo Dios siempre quiso crear y juzgar su creación. En segundo lugar, veremos cómo en un mundo caído, Dios señalaba a la persona y obra de su Hijo a través del Antiguo Testamento, probando que una persona nunca puede ser justificada ante Dios por la obediencia, sino por la sola fe en la obra de Jesucristo. En tercer lugar, veremos cómo a través de la vida, muerte y resurrección de Cristo, encontramos las bases de la doctrina de la justificación por la sola fe. En cuarto lugar, resumiremos nuestros hallazgos y mostraremos cómo las iglesias reformadas han expresado históricamente esta doctrina. Y en quinto lugar, responderemos algunas preguntas que normalmente se hacen acerca de la doctrina.