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Tirado encima de un plato de pizza recalentada, Slim reflexionaba sobre lo que tenía de contar a Emma.

—Creo que mi marido tiene una aventura —había empezado la primera llamada telefónica grabada de Emma al móvil de Slim—. Señor Hardy, ¿puede devolverme la llamada?

Las aventuras eran fáciles de demostrar o negar con un poco de seguimiento y unas pocas fotografías. Eran pan comido para los investigadores privados, el tipo de ganancia fácil que pagaba las hipotecas. Ya había hecho esos trabajos. Ted estaba limpio, salvo que tuviera una aventura con el fantasma de una chica ahogada.

Emma había ofrecido pagar cuando tuviera información y la cuenta de Slim se estaba agotando. ¿Pero cómo podría explicar el ritual de Ted cada viernes por la tarde?

Acordó una cita con Kay en un café local.

—Es un ritual antiguo —le contó Kay—. Apela a un espíritu errante para que vuelva al lugar al que llama hogar. He comparado parte del texto con el manuscrito que he encontrado en un archivo en línea, pero ha cambiado otra parte. Es difícil, la gramática es un poco incierta. Creo que la escribió tu mismo objetivo.

—¿Y qué dice?

—Pide que le dé una segunda oportunidad.

—¿Estás seguro?

—Bastante seguro. Pero el tono… el tono es bajo. Podría ser un error de traducción, pero… de la manera en que lo dice, es como si fuera a ocurrir algo malo si ella no vuelve.

Kay aceptó traducir también el ritual de la siguiente semana, para ver si había alguna variación, lamentándolo, dijo que tendría que recibir algo por su tiempo.

Slim tenía que decir algo a Emma. Los gastos, tanto reales como potenciales, se estaban acumulando. Pero antes trataría de tirar de otro de sus hilos de viejos compañeros de armas para ver si podía profundizar un poco más en el trasfondo.

Ben Orland había trabajado en la policía militar antes de asumir un puesto de superintendente en Londres. Aunque su tono era lo suficientemente frío como para recordar a Slim la desgracia que había traído a su división, Ben sí se ofreció a llamar en nombre de Slim a un viejo amigo, el jefe de la policía local de Carnwell.

Sin embargo, el jefe de policía no devolvía llamadas a investigadores privados basados en Internet.

Slim decidió reunir toda la información que tenía hasta entonces para pasársela a Emma y dejarlo así. Después de todo, había cumplido con su encargo original y, si se permitía profundizar mucho más, sería usando su propio tiempo y a su propia costa.

Antes pasó por Cramer Cove para darse un paseo, preguntándose si los salvajes promontorios podían inspirarle.

Era viernes y la playa estaba desierta. Con la ventosa carretera de aproximación, llena de baches y en algunas partes tan estropeada que no era más que un camino de tierra sobre piedras, no era sorprendente que Cramer Cove fuera impopular. Pero en lo alto de la playa encontró unos cimientos que sugerían que había disfrutado de mucha mayor popularidad en tiempos pasados.

En la planicie sobre la playa, Slim encontró piezas de madera tiradas sobre la maleza, con restos de pinturas de llamativos colores todavía visibles. Cerró los ojos y se dio la vuelta, respirando el aroma del mar e imaginando una playa llena de turistas, sentados sobre toallas, comiendo helados, jugando con pelotas sobre la arena.

Cuando abrió los ojos, había algo de pie cerca del distante borde del agua.

Slim entornó los ojos, pero sus ojos ya no eran los mismos que antes. Palmeó el bolsillo de su chaqueta, pero se había dejado los binoculares en el coche.

Aquello seguía allí, un revoltijo de grises y negros con forma humana. El agua relucía sobre su ropa y en las largas tiras de cabello enredado.

Mientras Slim miraba, se fundió hacia atrás en el mar y desapareció.

Se quedó mirando fijamente durante mucho tiempo y, a medida que pasaban los minutos, empezó a dudar si había visto realmente algo. Tal vez solo una sombra de una nube que pasaba sobre la playa. O incluso algo no humano en absoluto, una de las focas grises que vivían en esta parte de la costa.

Trató de recordar cuánto había bebido ese día. Habían sido el trago habitual de su café matinal, un vaso (¿o dos?) en la comida y ¿tal vez uno antes de salir?

Podría ser el momento de contenerse. Estaba jugando a la ruleta rusa cada vez que se subía al automóvil, pero llevaba tanto tiempo reprimiendo la culpabilidad y vergüenza de su propia existencia que apenas lo advertía ya.

Estaba contando los posibles tragos con los dedos cuando se dio cuenta de que no había todavía bajamar. Si algo hubiera estado ahí, habría rastros visibles en la arena mojada.

Slim saltó una oxidada barrera de metal y se apresuró a llegar a la parte pedregosa y pasar a la llanura arenosa. Mucho antes de llegar al borde del agua supo que su búsqueda era inútil. La arena estaba plana, mostrando solo las ligeras ondulaciones que dejaba el agua que retrocedía.

Para cuando volvió a su coche, se había convencido de que la figura que había visto desde el promontorio era el producto de su imaginación

Después de todo, ¿qué otra cosa podía ser?

El Hombre A La Orilla Del Mar

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