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Introducción. Jacques Bidet, enmendar una ausencia

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Ricardo Bernal Lugo

El siguiente libro presenta cuatro textos de Jacques Bidet hasta ahora inéditos en español. Las líneas que componen estos trabajos dan testimonio de los aportes teóricos desarrollados por el pensador francés en las últimas tres décadas. Como director de la revista francesa Actuel Marx durante más de 20 años, Bidet entabló un diálogo permanente con los más diversos intérpretes de la obra del alemán, conformando así una propuesta teórica sólida y original. A pesar de que su obra principal, Refundación del marxismo. Explicación y reconstrucción de El Capital (2007), se encuentra traducida al español, al igual que el libro Altermarxismo (2007), escrito en colaboración con Gérard Duménil, buena parte de los trabajos de Bidet no son accesibles para el público hispanohablante; en particular, sus libros más recientes L´État-monde (2011), Foucault avec Marx (2014), Le néolibéralisme, une autre grande récit (2016), pero también Théorie générale (1999), una de sus obras más ambiciosas. Aunque de forma parcial, este libro intenta llenar el hueco que en nuestro panorama intelectual ha provocado la ausencia de una de las reflexiones más lúcidas sobre la actualidad de Marx. De esta manera, si se nos permite la expresión, este libro tiene el propósito de enmendar una ausencia.1

En esta introducción nos limitaremos a señalar algunas ideas claves desarrolladas por Bidet a lo largo de los textos aquí reunidos. No buscamos profundizar en los planteamientos del francés, sino facilitar la lectura de algunos pasajes que pueden resultar complicados para el lector menos familiarizado con su aparato conceptual. Quien tenga un contacto cercano con la obra de Marx, con su influencia en disciplinas como la sociología, la filosofía o la economía, puede prescindir de estas páginas e ir directo a los textos del autor. En todo caso, los siguientes párrafos pueden servir como hilo conductor de algunas de las reflexiones que, con matices distintos, reaparecen en los artículos de Bidet aquí reunidos. Veamos.

En línea de continuidad con el trabajo realizado por Althusser en la década de 1960, Bidet dirige su atención al Marx de El Capital, poniendo especial énfasis en la reescritura constante de cada una de las ediciones de esta obra. Como él mismo afirma en la introducción de su primer libro, Que faire du Capital? (1985), Marx no se limitó a perfeccionar una misma intuición durante toda su trayectoria intelectual, sino que procedió como normalmente lo hace el científico: corrigiéndose a sí mismo una y otra vez hasta definir mejor sus objetos y controlar plenamente sus conceptos. En ese sentido, el francés se opone a aquellas lecturas de corte filosófico que tratan de encontrar la esencia de El Capital en los Grundisse.

Ahora bien, Bidet se interesa particularmente en la Sección 1 del primer tomo de El Capital, motivo de infinitas discusiones en la historia del marxismo. Ciertamente, en las primeras ediciones de esta obra Marx le abre la puerta a un tipo de lectura que interpretaría la Sección 3 como el desarrollo dialéctico de los elementos presentados en la Sección 1; sin embargo, el análisis detallado de las últimas ediciones -sobre todo de la edición francesa, enteramente revisada por Marx- desautoriza esta lectura. El pasaje de la Sección 1 a la Sección 3 no puede ser comprendido en términos dialécticos, pero tampoco como si se tratara del paso de un momento “fenoménico” a uno “esencial”, tal como suelen interpretarlo algunos filósofos que ignoran las implicaciones jurídico-políticas de la primera Sección.

En efecto, según Bidet, la Sección 1 no tiene como objeto la circulación, entendida como la superficie del capitalismo, sino la lógica de la producción mercantil. Los conceptos que ahí se ponen en juego no describen una realidad fenoménica cuya esencia se expresaría en la producción, sino la racionalidad que subyace al intercambio de mercancías efectuado por productores independientes. Es verdad que Marx nunca termina de controlar los conceptos de esta parte de la exposición, sin embargo, una aproximación teórica no debe elevar las inconsistencias al rango de dogma, sino seguir el hilo de la exposición para mostrar las consecuencias lógicas de las categorías que ahí se ponen en juego.

Así, a pesar de su título, la Sección 1 no tendría por objeto la “mercancía” sino la racionalidad interna a la dinámica de concurrencia entre productores independientes, quienes son incitados a producir las mercancías demandadas en el mercado en el menor tiempo posible. La teoría del valor, por tanto, nos permite dar cuenta de las exigencias que la concurrencia mercantil le impone al proceso productivo, a saber: los productores se ven obligados a elevar la productividad hasta igualar el tiempo de trabajo socialmente necesario para la realización de una misma mercancía. Como se puede observar, los conceptos implicados en esta Sección no sólo hacen referencia a la circulación, sino que aluden a la relación entre el mercado y el proceso productivo.

Pero eso no es todo, la explicación de la lógica de producción mercantil también implica una serie de conceptos de carácter jurídico-político. En efecto, el intercambio de mercancías descrito en la Sección 1 presupone condiciones de igualdad jurídica y libertad de compra-venta, las cuales son correlativas a la consolidación de una instancia organizativa de carácter más o menos centralizado. Así, si atendemos las exigencias conceptuales de la Sección 1, la “infraestructura” económica y la “superestructura” jurídico-política se encuentran indisociablemente ligadas desde el comienzo. De esta forma, el inicio de El Capital tendría como objeto este entramado económico, jurídico y político, en el que supuestamente la libertad y la igualdad se encuentran ligadas a la racionalidad de la lógica mercantil. Sin embargo, aún queda por aclarar cuál es el estatuto de aquello que se describe en este momento de la exposición.

A partir de la Sección 3 Marx pasa de la descripción de la lógica de producción mercantil al análisis de la estructura del modo de producción capitalista, un objeto de estudio que sólo puede ser clarificado si se toma en cuenta la mercantilización de la fuerza de trabajo. Solamente cuando llegamos a esta parte de la exposición descubrimos que el “plusvalor” es el resultado de un excedente producido por los trabajadores, del cual, sin embargo, se apropian los dueños de los medios de producción. Así, lo que hasta entonces había sido considerado en términos de relaciones entre individuos deberá ser considerado en función de las relaciones entre clases. Pero una vez que pasamos al análisis teórico de la estructura de clase capitalista y, por ende, del “plusvalor”, la libertad, la igualdad y la racionalidad implicadas en la lógica de producción mercantil se invierten: la explotación de la fuerza de trabajo pone de manifiesto que las sociedades capitalistas se sostienen en una división de clases que hace prevalecer condiciones de desigualdad, sujeción e irracionalidad.

En términos teóricos, el tránsito que nos lleva del valor al plusvalor no debe pasar desapercibido. Mientras que en el primer caso estamos ante el análisis de la racionalidad subyacente a la lógica de producción e intercambio mercantil entre productores independientes; en el segundo nos encontramos ante la explicación de la acumulación capitalista como resultado de la apropiación del trabajo ajeno. Por lo mismo, Bidet insiste en el error de aquellos análisis que buscan hacer de la teoría del valor un instrumento cuantitativo para explicar los precios en el mercado capitalista. Después de constatar que el capitalismo depende de la mercantilización de la fuerza de trabajo resulta imposible seguir afirmando que los productos se intercambian “a su valor”. En realidad, como afirma el propio Marx en el Libro 3, éstos se intercambian en virtud del costo de producción (en el que va incluido el costo del salario) más el beneficio medio, atendiendo a las fluctuaciones del mercado. Así, contrario a lo que afirman algunos de sus críticos, el análisis de Marx no nos obliga a realizar “imposibles cálculos del valor”.

En cualquier caso, la explicación de la estructura capitalista no se produce cuando salimos del dominio “aparente” de la circulación y entramos en el dominio “esencial” de la producción, sino cuando logramos conceptualizar la instrumentalización que la mercantilización de la fuerza de trabajo produce sobre la lógica de producción mercantil. O, en otras palabras, cuando constatamos que en las sociedades capitalistas la lógica de producción mercantil no busca realizar valores de uso, sino que ha sido convertida en un “instrumento” para obtener plusvalor.

De igual forma Bidet subraya que el paso de la forma valor M-D-M a la forma capital D-M-D´, expuesto en la Sección 3, no se puede explicar en términos dialécticos, es decir, como si la primera forma sólo pudiera ser comprendida plenamente a partir de su desarrollo en la segunda. Ciertamente, la secuencia D-M-D´ implica una “transformación” respecto a M-D-M, pero no se trata de un desarrollo dialéctico que terminaría por colocarnos frente a la “forma” (social) del capitalismo. Lo que se juega en la figura D-M-D´ es, más precisamente, una “formula” (ideológica) de la consciencia ordinaria. En efecto, el incremento (“´”) de valor en D-M-D´ se le presenta al capitalista como el resultado del adelanto de dinero; sin embargo, Marx muestra que el excedente de valor sólo puede ser resultado de la explotación de la fuerza de trabajo. De esta forma, más que una “contradicción real”, la “formula” D-M-D´ es una “contradicción en los términos” (de la relación entre equivalentes no puede surgir un incremento) cuya resolución sólo es posible si se toma en cuenta un elemento nuevo: la mercantilización de la fuerza de trabajo.

Así, para Bidet, entre la Sección 1 y la Sección 3 no habría ni un pasaje que nos llevaría de la “superficie” a la “esencia”, ni una “superación dialéctica”. En todo caso, nos encontraríamos con una elaboración teórico-conceptual que comienza por lo “más abstracto” o lo “más general” y nos conduce a lo “más particular”, a su “determinación concreta”. Del análisis “más general” de la lógica de producción mercantil, pasamos al estudio del capitalismo como su “determinación concreta”, resultado de la instrumentalización de la lógica mercantil a través de la mercantilización de la fuerza de trabajo.

Ahora bien, Bidet señala que El Capital no sólo nos ofrece un análisis del modo de producción capitalista, sino el esbozo de una teoría de la modernidad que es preciso complementar. En ese sentido, el francés señala que en la medida en que los procesos sociales se vuelven más complejos, las relaciones más inmediatas, establecidas a través del discurso comunicativo, tienden a ser relevadas por dos relaciones de mediación que fungen como instancias de coordinación social: el mercado y la organización. En palabras del francés, la modernidad puede caracterizarse como “el periodo abierto cuando emerge un Estado cuya tarea es hacer colaborar las fuerzas y los procesos de mercado y organización sobre su territorio”.

De esta forma, aunque el inicio de El Capital nos coloca de lleno en el análisis de la modernidad, para Bidet, Marx explica de manera deficiente la relación existente entre estas dos mediaciones. En efecto, el §4 del capítulo 1 del libro 1 de El Capital nos ofrece un “relato” cuya narrativa nos lleva de la abolición del mercado a la consolidación de un orden social libre fundado en la organización. Así, Marx plantea una secuencia lineal donde la emancipación podría materializarse al sustituir el mercado por la organización, o, en otros términos, al reemplazar las relaciones mercantiles por la planificación concertada entre todos.

Bidet no deja de insistir en que el socialismo real ha terminado por evidenciar los problemas de esta narrativa. Si el siglo XX nos ha enseñado algo es que los procesos que tienen lugar en la organización también son susceptibles de reproducir privilegios. En efecto, si la instrumentalización del mercado a través de la mercantilización de la fuerza de trabajo produce una forma de poder basada en la propiedad del capital, la instrumentalización de la organización puede dar lugar a “otro poder” igualmente pernicioso. Ya no el poder de los capitalistas sobre el mercado, sino el poder de definir las normas, trazar el espacio y el tiempo, dirigir los cuerpos y las almas, decidir los ritmos de la producción, dibujar las casillas de lo permitido y lo prohibido, etc. Bidet lo define como un poder de “competencia-y-dirigencia”, no tanto en el sentido de que sus detentores sean más hábiles, más sabios o más capaces que los demás, sino en el sentido de que han recibido la facultad de dirigir tal o cual aspecto en el ámbito de la organización social.

Sin duda, Marx nos dio la clave para entender el poder del capital sobre el mercado, pero nos dice muy poco sobre el funcionamiento de ese “otro poder”, el poder de “competencia-y-dirigencia” en la organización. Para Bidet, es precisamente sobre este punto donde gente como Foucault y Bourdieu pueden ayudarnos a complementar la teoría crítica de la modernidad abierta por Marx. En efecto, Bourdieu nos ha explicado cómo es que el poder jerárquico de la organización es reproducido socialmente, mientras que Foucault ha analizado cómo es que el poder para gobernar las conductas de otros se ejerce coherentemente en el marco de dispositivos de saber-poder. De esta forma, una teoría crítica de la modernidad puede ser pensada ahí donde se entrecruzan Marx y Foucault.

Pero regresemos un instante a la Sección 1 del primer tomo de El Capital. Como se recordará, el estatuto del objeto analizado en ese momento de la exposición no resultaba del todo claro. Aunque Marx analiza la lógica de producción mercantil como un entramado económico, jurídico y político donde la racionalidad del mercado nos coloca ante unos sujetos supuestamente libres e iguales, esta realidad no parece corresponder ni a la superficie del capitalismo, ni, propiamente hablando, a su estructura. Cabe preguntarse, entonces, ¿a qué hace referencia esta parte de la exposición? Bidet afirma que la Sección 1 nos coloca ante la “metaestructura” del modo de producción capitalista, ante su “presupuesto” “puesto”. En efecto, sin la lógica de producción mercantil, la estructura capitalista no podría existir (en ese sentido la presupone), pero, al mismo tiempo, es sólo en el capitalismo donde esta lógica se generaliza (en ese sentido la pone, la produce). De ahí que, en sentido estricto, la Sección 1 no haga referencia ni a la infraestructura, ni a la superestructura del modo de producción capitalista, sino a su “metaestructura”, a aquello que estando “más allá” de la estructura capitalista, sin embargo le resulta indispensable.

No obstante, Bidet cree que es necesario ampliar y corregir este planteamiento tomando en cuenta el papel de la organización en la configuración de las sociedades modernas. De entrada, la teoría de la modernidad abierta por Marx se amplía al mostrar que el mercado y la organización forman parte de la “metaestructura”, no sólo del modo de producción capitalista, sino de las sociedades modernas como tales. En efecto, en la medida en que los procesos sociales se vuelven más complejos, el mercado y la organización se presentan como las dos únicas formas de coordinación social capaces de relevar los acuerdos discursivos inmediatos. Ciertamente, en El Capital Marx acertó al describir la modernidad como el lugar en el que ambas mediaciones entran en contacto, sin embargo, como vimos, lo hizo apelando a una secuencia que nos llevaría de la sujeción mercantil a la emancipación en la organización planificada. En realidad, la modernidad sólo puede ser pensada en términos teóricos como la co-imbricación, en el dominio económico, y la co-implicación, en la esfera política, del mercado y la organización. Aunque de formas distintas, el mercado siempre está imbricado en procesos de organización jurídico-políticos y la organización política siempre está implicada en procesos mercantiles donde se distribuyen los recursos económicos. De manera que el “presupuesto” “puesto” de la estructura social moderna no se agota en la lógica de producción mercantil, sino en la articulación del mercado y la organización como las dos formas de coordinación social que supuestamente prolongan los acuerdos discursivos inmediatos entre personas libres e iguales.

Sin embargo, la “metaestructura” no expresa la constitución real de las sociedades modernas, sino su referencia, la declaración de aquello que pretenden ser, su ficción de Razón. El acierto de Marx consistió en mostrarnos que en las sociedades capitalistas esta Razón se encuentra instrumentalizada por la lógica del capital. No obstante, habría que mostrar que no sólo es el mercado el que se vuelve un instrumento para la obtención del plusvalor, sino también la organización. De ahí que en el capitalismo ambas mediaciones se vean transformadas en “factores de clase”. En ese sentido, la representación de la sociedad moderna como una sociedad dividida en clases sigue siendo esencial para el análisis de la modernidad. Sin embargo, la constatación del poder de “competencia-y-dirigencia” en la organización nos lleva a concluir que la clase dominante o, en otras palabras, la clase de los que “están arriba” en la jerarquía social, se compone de dos polos definidos por el tipo de privilegio al que tienen acceso sus representantes: el polo del poder del capital y el polo del poder de “competencia-y-dirigencia”.

Del otro lado, la clase fundamental o la clase de los “sin privilegio”, tampoco es homogénea, se divide en distintos grupos y en estratos que se definen según la posición ocupada en las adquisiciones sociales, los derechos obtenidos, etc., o de acuerdo a factores como el género o la raza, los cuales no dejan de establecer diferencias significativas. Sin embargo, si se puede hablar de una clase fundamental es porque, a pesar de sus enormes diferencias, sus miembros carecen de los privilegios que provienen del control del poder del capital o el poder de dirigencia.

Todavía más, por paradójico que pueda parecer, las clases no participan en la lucha de clase, quienes lo hacen son grupos que se desarrollan en su interior (la patronal del sector minero, los obreros de la gran industria, etc.). En realidad, las clases no son identidades políticas en sí mismas, sino escisiones definidas por la capacidad o incapacidad de acceder a los privilegios del capital y la “competencia”. De tal forma que la clase fundamental no es un sujeto político, la constitución de grupos con mayor o menor fuerza para intervenir en la lucha de clase depende de la elaboración de estrategias, de la consolidación de formas de organización más o menos efectivas, de la construcción de hegemonía, etc.

Con todo, la ficción de Razón moderna opera como el plano de fondo de las luchas sociales modernas. De un lado, la clase dominante afirma que, tal como se estructuran actualmente, el mercado y la organización materializan las aspiraciones de libertad e igualdad. Del otro lado, la clase fundamental o, mejor dicho, los grupos que se organizan en su interior, suelen compartir esta referencia a la igualdad y la libertad, pero como aquello que “debería ser” y “no es”, aquello por lo que hay que luchar. Bidet denomina a esto la “anfibología de las sociedades modernas”, pues la “metaestructura” opera como una referencia compartida por ambas clases, aunque su significado se encuentra en una disputa permanente.

De esta forma, el proyecto de la clase dominante consiste en mostrar que la instrumentalización del mercado y la organización expresa los ideales de libertad, igualdad y racionalidad, propios de la modernidad. En cambio, el proyecto de la clase fundamental no sólo consiste en evidenciar la falsedad de esta posición, sino en proponer un régimen social distinto. Este régimen ya no puede imaginarse como el resultado de la sustitución del mercado por la organización, sino como el gobierno del mercado por la organización y de la organización por la palabra democrática compartida entre todos, con la finalidad de establecer condiciones de libertad e igualdad reales.

Ahora bien, Bidet señala que la aproximación “metaestructural” debe ser complementada con una aproximación sistémica. Esto es así porque la estructura de las sociedades modernas no puede dejar de entrelazarse con la dimensión del Sistema-Mundo. Analíticamente, la estructura y el sistema hacen referencia a realidades distintas: el análisis de la estructura moderna de clase nos remite a un tipo de apropiación privada de los medios de producción, mientras que el análisis sistémico nos dirige a una forma de apropiación privativa del territorio por comunidades nacionales o de otro tipo. De hecho, en el plano del sistema no existe ninguna referencia “metaestructural” a los supuestos de libertad e igualdad, sino una lógica de guerra permanente; tampoco hay lugar para un relato que nos plantee la abolición de las relaciones de clase, sino la búsqueda simple y llana de un optimum, de un equilibrio más o menos racional entre las distintas fuerzas.

Con todo, Bidet señala que en las últimas décadas hemos asistido a una transformación de época donde la estructura y el sistema se nos presentan como las dos dimensiones de un mismo proceso. Se trata de la tesis del Estado-mundo, una tesis que no alude a ninguna utopía (o, más bien, a ninguna distopía), sino a una realidad que actualmente se encuentra en curso. El Estado-mundo se constata en la emergencia de una institucionalidad supranacional entrelazada con un mercado global en un proceso que tiende a extenderse a todo el planeta. Como ocurre con los Estados-nación capitalistas, este Estado-mundo también se encuentra dividido en una clase dominante y una clase fundamental de carácter mundial. De esta forma, las mediaciones del mercado y la organización, instrumentalizadas como factores de clase, se hallan implicadas en la última escala territorial posible: el planeta entero. Nos encontramos, por tanto, en la era de la Ultimodernidad.

Ahora bien, este Estado-mundo también debe ser pensado como una condición de posibilidad para la emergencia del régimen neoliberal. De hecho, lo que distingue al neoliberalismo del liberalismo tiene menos que ver con una diferencia de postulados teóricos que con su carácter mundial. En efecto, a partir de las décadas de 1970 y 1980, la crisis del keynesianismo, el ascenso de figuras como Reagan y Thatcher, la debacle de la clase obrera, y, sobre todo, la revolución informática, apuntalaron las condiciones para el cumplimiento del sueño liberal: la dictadura del capital como principio del orden mundial. De ahí que, para Bidet, la constitución del nuevo Estado-mundo sea una constitución neoliberal que se impone de a poco en los Estados-nación, los cuales se ven obligados a someterse a las normas de las instituciones supranacionales y a las exigencias del mercado global.

Pero, al pasar del dominio nacional al mundial, tanto la capacidad organizativa de los grupos que constituyen la clase fundamental, como su fuerza para influir en la toma de decisiones se ven seriamente debilitadas. Lo mismo ocurre con el polo de los “dirigentes-y-competentes”, quienes, en el régimen del Estado social, habían logrado ejercer su poder de organización en una alianza siempre frágil y contradictoria con la clase fundamental (establecimiento de derechos sociales, regulación de los mercados financieros, limitación de los grandes capitales); sin embargo, ahora se encuentran supeditados casi absolutamente a las directrices del capital global.

Con todo, en el Estado-mundo también se vislumbra la posibilidad de construir procesos locales que tengan resonancias globales. Las protestas contra la clase dominante de una nación repercuten al otro lado del mundo en una vinculación de clase que aún hace falta construir. En cualquier caso, la clase fundamental no sólo habrá de enfrentar a una clase dominante mundial, sino a un hecho nunca antes imaginado: el ecocidio planetario. La idea de la Ultimodernidad no sólo hace referencia al hecho de que más allá del planeta no hay más territorio que conquistar, sino a la terrible constatación de que el planeta mismo se encuentra en riesgo de muerte. De esta forma, la lucha por la emancipación de la clase fundamental es también la lucha por la conservación de nuestro mundo.

Estas son sólo algunas de las ideas que Bidet desarrolla en los siguientes textos. En ellos, como hemos señalado, el lector encontrará el resultado de más de tres décadas de un riguroso trabajo intelectual. Un trabajo que intenta actualizar la teoría de Marx para hacer frente a los retos de nuestro tiempo. No queremos terminar estas líneas sin agradecer el apoyo del propio Jacques Bidet para la realización de este libro, las conversaciones que sostuvimos con él durante nuestra estancia en París y los textos de su autoría que nos facilitó fueron de gran ayuda para llevar a buen término este proyecto.

Ciudad de México, junio 2016

1 La investigación de Jacques Bidet debe entenderse como una refundación del marxismo, si entendemos este último en su triple vertiente de teoría de la sociedad moderna, teoría de la historia moderna y política de emancipación. Su obra más reciente, aún por aparecer, titulada Le Peuple comme classe, et le question du Tiers-parti, da testimonio de ello.

Para una refundación del Marxismo

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