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Presentación

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Curioso. Algunos poetas habitan seres extraños, por lo general anodinos. Borges y Pessoa, por citar dos. Bibliotecario y empleado bancario. Anidan, se acomodan, se dejan vivir mientras el otro asume los riesgos de la vida.

Menos curioso: tienen una compañera que los ama: al empleado lo comprenden y lo apoyan; al poeta lo admiran y le exigen: María Kodama y Meiga dos Ventos.

Más curioso: Jaime Fernández, empleado de sí mismo. Siempre atareado, siempre de afán, con algún proyecto entre manos. Su compañera: Gogui, a secas. Lo acompaña, lo comprende, lo ve correr de un lado a otro, siempre al borde del colapso. De pronto le dice: ¿Qué ha pasado con la poesía? El jefe, o el empleado, o el poeta, la mira, deja asomar una sonrisa socarrona, pero calla. Al poco tiempo manda todo al carajo y se encierra, con el otro, (famosa la declaración del bibliotecario: «Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas»), a trabajar un poemario que ha venido fraguando, no se sabe a qué horas.

Entonces, son los amigos los que padecen al poeta, como escribe en uno de sus poemas de Edición secreta, el libro que nos ocupa:

«Cuando sonaba el teléfono en la madrugada

mis amigos sabían

que no estaba llamando la tragedia

que a nadie habían matado

que no iban a tener una mala noticia.

Era yo de madrugada

a las dos o a las tres de la mañana

que quería compartirles

uno de mis poemas».

Mientras asiste a su cotidianidad, observa, recoge, reflexiona, anota, va atesorando momentos de vida, recuerdos, vivencias, para que el poeta, parapetado detrás de alguno de los personajes que lo habita, los transforme, los instale en un tiempo de piedra. Es consciente de la multiplicidad de seres que lo asedian, pero no reniega de ellos: maníacos, diferentes, indiferentes algunos, pasan incontables por el alma del poeta, quien sabe que, como él, los otros también son múltiples:

«No eres una

Eres la suma de incontables mujeres

que llevas dentro

y se entregan

a todos los hombres

que soy yo».

En ese trasegar por un mundo inconocido, refleja sus angustias, sus temores. Va registrando, fotógrafo como es, los momentos, los seres y las vivencias que lo marcan, en instantáneas, fugaces pero luminosas:

«Los que bailan

patalean

como el ahorcado.

Y mueren

de la dicha».

***

«En secreto

el cuervo

abandona

sus crías.

Se diría que conoce mucho

de historia

y de leyendas».

Los amigos, seres que miran desde otra acera, o que cayeron, abatidos por la violencia, ocupan un lugar importante en su poesía, como en Juan Pablo Castel, Ante el cristal, Como una sombra, o este:

«*Julio Daniel, Melco, Francisco...

Que alguien me cuente de qué color fue el relámpago que les escupió el arma en sus rostros; si después pudieron ver sus propios cuerpos tirados sobre el piso.

Si alcanzaron a sentir esa espesa bruma y ese frío y ese dolor sembrados para siempre entre los suyos...»

*Creadores asesinados en Colombia

Sorprende la voz reposada de estos textos; no denuncian, no lamentan, no se quejan. Se asoman, con prudencia, casi con osada timidez, para recordarnos la injusticia, los atropellos que marcan los días de quienes detentan el poder. El poeta, sabio pendejo, presencia y padece, indefenso, los hechos, pero no se cura de la ironía para desenmascarar, casi con sarcasmo, la condición de los poderosos:

«Con la misma habilidad

con que manejan sus puñales

toman la pluma

y firman sus decretos».

Sería un olvido injusto, no decir que también se escucha la voz fraterna de quien sabe y siente que entre los suyos encuentra reposo, momentos de paz, algo parecido a la felicidad. Entonces el poeta, o alguno de los que suplanta, fluye, navega en ríos íntimos, familiares, se abandona a la corriente de la ternura y el amor para escribir textos como Abuelo Ernesto, Exposición, Esos días, Por la corona.

Las mujeres, sus mujeres, como gusta decir, habitan su poesía, porque si una no bastaba para mantenerlo vivo, la vida le regaló una legión: las de la dedicatoria, aparte de otras que no aparecen, pero asisten, con asombro, al festín, esta vez sí, del poeta.

Henry Benjumea Yepes

Edición secreta

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