Читать книгу Gustos atrevidos - Janelle Denison - Страница 5

Prólogo

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Con una ligera sonrisa de satisfacción, Ellie Fairbanks le dio la vuelta al cartel del impoluto escaparate para que los residentes de Austell supieran que la última tienda de la ciudad, Dulce Pecado, estaba abierta.

Experimentó una mezcla de nervios y expectación ante la perspectiva de que entrara el primer cliente. Se preguntó si esa tienda terminaría teniendo el mismo éxito que la última que Marcus y ella habían abierto.

Como si pensar en el nombre de Marcus invocara a su marido desde hacía veintisiete años, los brazos fuertes la rodearon por la cintura desde atrás.

–Mmm –murmuró él, besándole esa parte sensible detrás de la oreja. Después de tantos años… bueno, no había nada científico en la reacción que se producían el uno al otro–. Hueles… délicieux.

–El chocolate huele delicioso, tonto –dijo, sonriendo ante el atroz acento francés, inclinando el cuello para ofrecerle un mejor acceso. Respiró hondo y el exuberante olor a chocolate llenó su cabeza. La científica lógica que llevaba dentro sabía que hacía falta más investigación para determinar los efectos amorosos exactos que tenía el chocolate sobre el cuerpo humano, pero la mujer intuitiva sabía que bastaba ese olor maravilloso para hacer que se sintiera bien.

–Cierto –convino él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja–. Pero hueles aun mejor. Como Ellie Bañada en Chocolate, mi favorito.

Irguiéndose, apoyó la sien contra su sien y Ellie supo que observaba la tienda. Como científico, Marcus era brillante, pero como decorador era decididamente… prefirió no catalogarlo. En los últimos tres años, desde que habían aceptado los planes de jubilación anticipada de Winthrop Laboratories y se habían embarcado en un experimento propio de investigación, había estado contento con dejarle la tarea de la decoración a ella. Hasta el momento, había aplaudido sus elecciones. Cruzando los brazos, Ellie se apoyó en él y absorbió la serena fortaleza y la masculina calidez que irradiaba.

El centro de la decoración era el enorme cuenco de cristal lleno de corazones de chocolate envueltos en celofán de color rojo, dorado y plata, una decoración perfecta para San Valentín, y las peculiares mitades de corazones de color rosa y azul que formaban parte del premio especial que tenía la tienda para el día de San Valentín.

Luego proyectó su mirada clínica sobre el lustroso suelo de madera, los relucientes candelabros de pared de latón que adornaban los frisos, los sencillos pero elegantes jarrones de plata para una sola flor con rosas rojas de tallo largo. Todo era perfecto.

Sintió que Marcus asentía.

–El lugar se ve hermoso, Ellie. Incluso mejor que la última tienda en la última ciudad. Es una pena que sólo estemos aquí tan poco tiempo. Te has superado.

–Nos hemos superado –corrigió–. Sin embargo, estoy preocupada. Este local… no estamos en una calle principal, como siempre. Sé que nuestro estudio de mercado mostró que Austell encaja perfectamente en nuestro perfil de ciudad… a dos horas de coche de una ciudad importante, con una población creciente y bajas ventas de chocolate, pero ¿y si los clientes potenciales no nos encuentran? ¿Y si…?

–Ellie –cortó, dándole la vuelta hasta que se miraron–. Nos encontrarán –afirmó con suavidad–. ¿Quién podría resistirse a una tienda que se llama Dulce Pecado? Y el ingenioso certamen que has ideado para San Valentín sin duda tentará e intrigará a los residentes de Austell.

–Eso espero.

Él frunció el ceño.

–Lo que yo espero es que no termine costándonos un ojo de la cara, lo que podría suceder si tenemos múltiples ganadores.

Desterró sus temores con un movimiento de la mano.

–Es un gasto del negocio. Además, aunque el certamen no termine ayudando a nuestra investigación, promete aportar resultados muy divertidos e interesantes –sonrió.

Marcus apoyó la yema de un dedo sobre su labio inferior.

–Esa sonrisa no augura nada bueno.

Ella le mordisqueó el dedo y luego le rodeó el cuello con los brazos.

–Sólo pienso en la parte del premio de cien corazones de chocolate. Como bien sé, gracias tanto a la experiencia personal como a la investigación, una velada que tenga chocolate es mucho más excitante.

–No podría estar más de acuerdo. Lo que necesitamos ahora son más pruebas para la comunidad científica. Y si todo sale según lo previsto en la tienda y en la competición, habremos dado otro paso en esa dirección –miró su boca–. Hablando de chocolate, estar rodeado de estas delicias comienza a liberar un torrente de endorfinas…

–Que tendrás que guardar para después –contuvo una carcajada–. Además, primero debes comerte el chocolate para que las endorfinas se liberen.

–No necesariamente, y espero demostrarlo con mi nueva hipótesis… ¿puede el simple olor del chocolate activar la liberación de endorfinas? Nuestra investigación hasta ahora indica que la ingestión de chocolate conduce al comportamiento amoroso en una mayoría de sujetos. Añadir el olor a la mezcla no es tan descabellado.

–No puedo negar que cada vez que huelo chocolate, pienso en ti.

–Es porque fue lo que nos unió.

–Exacto. Probablemente no me habría fijado en ti de no ser por la bolsa de besos de chocolate que siempre tenías en tu escritorio en el laboratorio –bromeó.

–Lo más inteligente que he hecho jamás. Conseguí un buen trofeo con esos chocolates. Encontrar datos que sustenten una correlación científica entre el consumo de chocolate y la conducta amorosa es lo menos que puedo hacer para pagarle a la comunidad científica que te trajera a mi vida.

–Lo mismo digo. Además, el aspecto de la investigación es…

–Delicioso –bajó la cabeza y la dio un beso leve en los labios.

–Mmm. En más de un sentido. ¿Sabes?, eres bastante romántico para ser científico.

–Y tú, cariño.

–Deberías verme cuando no llevo este mandil.

–Vivo para el momento.

Riendo, Ellie escapó de su abrazo. Miró hacia la puerta y su corazón se alegró al ver que un coche aparcaba delante de la tienda.

–Parece que vamos a tener a nuestro primer cliente –comentó.

Marcus le apretó el hombro.

–Excelente. Que empiecen los juegos.

Gustos atrevidos

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