Читать книгу Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley - Jaroslav Hašek, Jaroslav Hasek - Страница 6
Оглавлениеel rebelde con un libro en el bolsillo y una jarra de cerveza en la mano
de Monika Zgustova
Alemanes, checos, judíos, católicos, protestantes, anarquistas y republicanos, todos convivían entre los muros ennegrecidos de las callejuelas de la Praga gótica, dominada por las fantasmagóricas estatuas barrocas de los santos que se retuercen como un ejército de fanáticos de Savonarola. La convivencia de más de una cultura es siempre enriquecedora aunque nunca resulta fácil. ¿Cómo convivían los checos y los germanohablantes a nivel cultural?
Según el escritor y periodista pragués de expresión alemana Egon Erwin Kisch, amigo de Hašek, del mismo modo que a un checo nunca se le ocurriría entrar en un café alemán, un alemán jamás en la vida se tomaría una copa de coñac en un café checo. Cada cual tenía sus restaurantes, sus casinos, jardines públicos, hospitales y hasta depósitos de muertos. La Praga de la preguerra contaba con medio millón de habitantes de los que unos 415.000 eran checos (que representaban un 92% de la población total) y 34.000 germanohablantes (un 8%), de los cuales 25.000 eran judíos. Si bien poco numerosa, la minoría de habla alemana era cultural y económicamente muy poderosa.
Sin embargo el escritor Max Brod, amigo y biógrafo de Kafka, que también escribía en el alemán de Praga, matiza esta situación: «Los escritores en alemán manteníamos con los checos muy buenas relaciones de vecinos y adorábamos a los poetas checos; no hubo nada que nos separara de ellos, no se producía aislamiento alguno. Todos dominábamos perfectamente el checo que para nosotros era tan importante como el alemán.»
Brod llama a Praga «ciudad polémica». Con ese término se refiere a su unicidad de capital formada entre la convivencia y las desavenencias de distintos grupos étnicos, lingüísticos, religiosos y políticos. Mientras que muchos escritores anteriores a Brod y Kafka, tanto checos como alemanes, tomaban la posición de un nacionalismo exclusivo, la generación de Kafka y Hašek alcanzó una postura tolerante y de comprensión mutua entre los distintos grupos.
Franz Kafka y Jaroslav Hašek nacieron en el mismo año, 1883, en la misma ciudad, Praga, en la que pasaron la mayor parte de su vida; ambos murieron a los cuarenta años de edad. Para ambos, Praga no fue solo una gran fuente de inspiración sino el punto de referencia esencial de su obra.
Jaroslav Hašek nació en una familia de clase media, empobrecida tras la muerte a causa de una cirrosis hepática del padre, un alcohólico; la procedencia de Hašek alumbra muchas actitudes en la vida y la obra del autor de Las aventuras del buen soldado Švejk. A lo largo de la vida del escritor y sobre todo tras su muerte prematura, sus amigos contaron tantas anécdotas sobre sus aventuras, y el mismo Hašek dejó circular tantas mistificaciones sobre su vida que nunca ha resultado fácil distinguir la realidad de la ficción.
Tras varios empleos —ayudante en una droguería, empleado de una oficina de seguros— el jovencísimo Hašek decidió que quería ser escritor y empezó a publicar sus cuentos en las revistas más diversas. En esa época —nos referimos a los años entre 1906 y 1907—, frecuentó ambientes anarquistas, formó parte de la plantilla de la revista Mundo Animal —donde se inventaba animales inexistentes— y se casó con Jarmila Mayerová contra la voluntad de los padres de la novia. Más tarde, al comprobar que el esposo de su hija no era capaz de ganarse el pan, el suegro acabó trasladando a Jarmila, a su nieto Richard y los muebles a otro piso.
Tras la separación de Jarmila, en 1911, Hašek y algunos de sus compañeros fundaron el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, una invención política, una caricatura que se burlaba de las absurdidades de la política y de las autoridades de aquel entonces. Hašek, el gran mistificador, se presentó como su candidato. (Los discursos reales del candidato-mistificador Hašek no se han conservado, pero no debían ser muy distintos de los que el autor inscribió en la presente colección.) Sin embargo, tanto para el movimiento anarquista como para el Partido del Progreso Moderado, Hašek era un hombre demasiado radical, excesivamente intuitivo y poco disciplinado para que su mutua colaboración resultara duradera. El escritor entonces orientó su indignación contra las autoridades de cualquier orden, ridiculizándolas en sus artículos y sus cuentos (para más tarde mofarse de ellas en Las aventuras del buen soldado Švejk), y también en sus actuaciones cabaretísticas en las que salía al escenario junto al antes citado humorista y escritor E. E. Kisch.
El hecho de haber participado en un movimiento político le sirvió para escribir sobre su experiencia. En su colección de cuentos Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, una selección de los cuales constituye el presente volumen —la selección se ha hecho siguiendo el criterio de buscar los temas más diversos y descartando los que podrían resultar reiterativos—, dibujó una parodia de la atmósfera política y social del momento, y salvo algunos detalles podría referirse a cualquier época, incluso a la actual. Bajo el humor y la ironía de esas narraciones no se halla una risa ligera ni las bromas de un borracho desenfadado sino el profundo descontento de alguien que ha perdido las ilusiones, una revuelta contra el orden establecido y contra el mundo con el que el autor está en desacuerdo.
Hašek se ganó la fama de oponerse a todo lo que sucedía, y esa reputación tenía mucho de cierto. Aunque el escritor escribió estas narraciones en los años 1911-1912, es significativo saber que no se publicaron hasta cincuenta y cinco años más tarde, es decir, hasta el comienzo del movimiento político liberador de la Primavera de Praga.
El escritor carecía de trabajo fijo y de domicilio —pernoctaba en casa de sus amigos y a menudo vagabundeaba por el mundo— y tenía fama de beber compulsivamente, aunque esta podía ser otra de sus muchas mistificaciones porque, asimismo, no dejaba de redactar artículos y cuentos (en su corta vida escribió más de dos mil), además de leer profusamente los clásicos de la literatura de todos los tiempos: la obra de Hašek testimonia una extensa y elevada cultura.
En una época en la que los escritores, bajo la influencia del romanticismo decimonónico, hablaban de talento divino, inspiración y musas, Hašek, un rebelde tanto en la vida como en la literatura, se burlaba de muchos novelistas y poetas de su tiempo cuyo estilo consideraba grandilocuente y artificial, y se lanzó a redactar sus propias narraciones y artículos en un estilo directo y un lenguaje que surgía del habla popular. Desde sus primeros cuentos, el método de Hašek fue una especie de collage literario avant la lettre.
Hašek rechazaba la imagen del escritor y del artista como un milagroso ser excepcional dotado de una no menos milagrosa inspiración, un ser alado que se mueve fuera de las leyes de lo humano y de la normalidad cotidiana. Para él, la literatura era un oficio que un escritor debía dominar y desempeñar responsablemente como cualquier otro. En una época en la que el alemán era, en Praga, el idioma de la burocracia y de la pomposidad de la corte vienesa, él fue uno de los primerísimos escritores praguenses en adoptar el lenguaje de las tabernas y las cervecerías.
En 1915, es decir, un año después de haber estallado la Primera Guerra Mundial, Hašek era perfectamente consciente de que tarde o temprano las autoridades militares le obligarían a participar en la guerra, y por eso se adelantó a los acontecimientos y se convirtió en voluntario por un año. Desde la ciudad de České Budějovice, en el sur de Bohemia, las autoridades militares le mandaron al frente de Galitzia (más tarde, Hašek describiría todo este periplo en su única novela Las aventuras del buen soldado Švejk).
En septiembre de 1915 se dejó apresar voluntariamente por el enemigo, los rusos; a continuación pasó más de un año escribiendo y publicando en la capital de Ucrania, Kiev. En 1916 ingresó en las Legiones Checoslovacas. Bajo la influencia de la Revolución Rusa, en 1918 abandonó las Legiones para entrar en el Ejército Rojo. Una de las condiciones que le pusieron los militares fue la de abandonar la bebida; el escritor siguió la orden al pie de la letra. Ese mismo año, en la defensa de la ciudad rusa de Samara, se dio a conocer como un valiente adalid militar y un serio funcionario bolchevique.
Con el Ejército Rojo luchó en Siberia, desde la ciudad de Bugulmá hasta la de Irkutsk, contra el Ejército Blanco liderado por Aleksandr Kolchak. Hašek escribe en clave de humor sobre algunos episodios de la guerra en sus cuentos Comandante de la ciudad de Bugulmá, colección que forma la segunda parte de este libro. En esas narraciones, consideradas unas joyas literarias, habla en primera persona de un jefe militar —él mismo o su alter ego— que defiende a la población local, sobre todo a los más desvalidos, de los rigores revolucionarios. Hašek llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones. Esta última faceta del escritor no queda reflejada en esas narraciones, aunque sí se intuyen en ellas actos de crueldad, siempre llevados a cabo por alguien que no ha entendido la revolución como una nueva justicia. Hašek, sin embargo, era demasiado buen escritor como para etiquetar a sus personajes como buenos o malos o para idealizar la revolución. Más bien retrató en clave humorística las absurdidades que conlleva un cataclismo de estas dimensiones. Si bien el humor aparentemente ligero que emplea antes de la guerra ya daba señales de salir de un escritor desengañado, su humor tras haber experimentado en propia piel más de un conflicto bélico se vuelve implacable, acusador y virulento; no es hasta su única novela que el humor de Hašek recupera su irreverencia inicial.
Aunque su primer matrimonio se mantenía legalmente vigente, Hašek se volvió a casar en Rusia, esta vez con una empleada de una imprenta, Aleksandra Lvova llamada Shura. En diciembre de 1920 regresó a Praga con su segunda esposa: puesto que se habían comprobado sus dotes de buen organizador político, desde Rusia le enviaron allí para organizar el movimiento comunista. No obstante, por motivos de política internacional, no pudo llevar a término su misión.
En Rusia, Hašek —en ruso Gashek— es recordado más como un serio e instruido intelectual y un funcionario militar responsable y disciplinado que como escritor, aunque la mayoría de los rusos cultos han leído su novela. En varias capitales rusas, entre ellas Moscú y San Petersburgo, hay calles que llevan su nombre y se le han erigido monumentos en distintas ciudades a lo largo y ancho de Rusia. En Bugulmá le honraron con todo un museo dedicado a Gashek. Praga no quedó atrás: en 2005 erigió su estatua ecuestre, aunque a su manera: el lomo del caballo resulta ser el mostrador de una taberna con jarras de cerveza; al bromista Hašek su irreverente pueblo le dedicó una estatua grotesca.
Efectivamente, al volver a Praga y no estar sometido a las condiciones militares, Hašek volvió a la cerveza en grandes cantidades y enfermó. Se retiró de la capital al campo checo donde en parte escribió, y cuando su salud ya no se lo permitía, dictó a su secretario su novela, concebida como una crónica de la Primera Guerra Mundial. Al igual que su padre, el escritor murió a consecuencia de la bebida.
Hašek, heredero de Cervantes, llegó a ejercer toda una corriente de influencia en la literatura europea. «Si me pidieran que eligiera tres obras literarias de este siglo que formaran parte de la literatura universal, diría que una de ellas es, sin duda, Las aventuras del buen soldado Švejk de Hašek», afirmó Bertold Brecht. Para Milan Kundera, Hašek es el mejor autor cómico universal, y no solo del siglo XX. A Bohumil Hrabal, Hašek le enseñó a mirarlo todo desde la perspectiva de los marginados, aquellos que habitan los bajos fondos de la sociedad.