Читать книгу El buen soldado Svejk antes de la guerra - Jaroslav Hašek, Jaroslav Hasek - Страница 6
Оглавление¡A sus órdenes!
de Albert Lladó
« Escribir es defender la soledad en que se está» afirma María Zambrano.
Quizá no podamos llegar ni a imaginar la íntima soledad en la que se encuentra Jaroslav Hašek cuando, mientras sirve al imperio austrohúngaro, decide dejarse capturar por los rusos y unirse, así, al Ejército Rojo (en ruso le llamarán Gashek). Quizá no podamos llegar ni a intuir la enorme soledad del autor de Las aventuras del buen soldado Švejk cuando, una vez terminada la guerra, vuelve a Praga y se abandona al alcohol e, igual que su padre, fallece a causa de los estragos de la bebida. Lo que sí podemos hacer es reírnos con los cuentos que nos ofrece este volumen y hacerlo, al mismo tiempo, con la sensación de que estamos entendiendo a la perfección la desolación que deja el campo de batalla. La crueldad no se suele fijar en el color del uniforme.
Hašek, como Kafka, morirá a los 40 años. En su primera etapa como escritor, en la Praga de la pre-guerra, ciudad tolerante y cruce de culturas, el autor puede desarrollar, en el cabaret o en las revistas, su inmenso talento para la parodia. ¿Cómo alguien insumiso e indomesticable acaba siendo uno de los mayores jefes militares bolcheviques? El absurdo que presenciamos en sus relatos tuvo que ver, seguro, con su vida en ambos ejércitos, con el sinsentido de una contienda que, digerida por la sátira, nos hace desternillarnos. La burocracia acumulada, la afirmación por mero hábito, nos desvela lo programables que somos. El espejo es demoledor.
La risa, si se escapa del simple gag, tiene siempre algo de transgresor y de cortocircuito. La máquina perfecta (el buen soldado o el disciplinado trabajador) deja, así, de funcionar como el sistema le exige. La risa, según el pensador Miguel Morey, es mucho más de lo lo que se dice y puede decirse.
«Es el punto de vértigo de la alegría, pero también lo es del dolor», argumenta el filósofo, acudiendo a Bataille.
El hombre es el único animal que ríe. Cuando la guerra le ha robado todo (incluso la voluntad) reír parece la única estrategia posible para conectarse con el mundo. Hoy sabemos que el irónico e intuitivo Hašek que se emborrachaba en ambientes bohemios en sus años de juventud (de esos años es la primera parte de este libro) llegó, no mucho después, a ordenar diversas ejecuciones. Es este volumen, pues, una suerte de altar al antibelicismo pero, a su vez, constituye la narración de la pérdida de la ingenuidad (veremos cómo el humor casi blanco se transforma en dagas llenas de inquina). El escritor checo es capaz de ir más allá de la caricatura, capa a capa, hasta construir un auténtico arquetipo. Lo hace a partir de técnicas narrativas y recursos dramatúrgicos que, consciente o inconscientemente, han utilizado después muchos de los mejores autores europeos. Traspasa, incluso, el portal de la literatura. Y lo más importante: nos permite estar un poco menos solos. O que lo parezca.
I
«Hašek es le mejor autor cómico universal» ha defendido en alguna ocasión Milan Kundera.
Kundera, a su vez, ha dicho del teatro de Arrabal que es «un mundo fantástico que no se parece a nada conocido o imaginado». Fernando Arrabal y Jaroslav Hašek. Después de leer los cuentos que este libro ofrece la conexión parece más fuerte que nunca. El dramaturgo español estrenó en 1952 (aunque la había escrito cinco años antes) Pic-Nic, una pieza que busca, en palabras del propio autor, «evidenciar lo absurdo de la guerra sorda». La propuesta nos presenta a Zapo, un soldado naíf y despistado, que es visitado por sus padres en el frente para disfrutar de un almuerzo al aire libre (pese que están bajo las bombas). Al grupo se le sumará Zepo, un soldado enemigo. Un surrealismo muy personal recorre todo el teatro de Arrabal, quien fundó en 1963, con Alejandro Jodorowsky y Roland Topor, el Grupo Pánico. Si Švejk se acerca a la pantomima por su continuada y compulsiva obediencia («a sus órdenes», repite una y otra vez), Zapo comienza la obra con un fragmento que podría firmar el mismo Hašek:
Diga... Diga... A sus órdenes mi capitán... En efecto, soy el centinela de la cota 47... Sin novedad, mi capitán... Perdone, mi capitán, ¿cuándo comienza otra vez la batalla?.. Y las bombas, ¿cuándo las tiro?.. ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante?.. No se ponga usted así conmigo. No lo digo para molestarle...
Capitán, me encuentro muy solo. ¿No podría enviarme un compañero?.. Aunque sea la cabra... (El capitán le riñe.) A sus órdenes... A sus órdenes, mi capitán.
No es de extrañar que los relatos del checo hayan influenciado a un teatro que tenía como principal objetivo romper con el realismo imperante. La teatralidad recorre la mayoría de los cuentos, donde encontramos diálogos muy picados, rapidísimos, en los que el mecanismo de la sorpresa y el desconcierto son parte del engranaje textual. De hecho, en 1927, el alemán Erwin Piscator, junto a Felix Gasbarra y Leo Lanier, dirigió una versión teatral de Las aventuras del buen soldado Švejk. ¿Quién les ayudó a escribir la adaptación? Nada más y nada menos que Bertolt Brecht.
Pero Jaroslav Hašek no sólo lanza un anzuelo al teatro que vendrá después. Sus capítulos (los podríamos llamar escenas y no pasaría absolutamente nada) recuerdan, al mismo tiempo, al Grand Guignol, un género teatral de origen francés creado a finales del siglo XIX que, con montajes de corta duración, reflejaban la monstruosidad de su tiempo a través del horror y la farsa. Hoy, más de un siglo después, el dramaturgo catalán Esteve Soler ha rescatado el estilo (desarrollado en París en 1897 por el autor y director Oscar Métenier) para su obra Contra la democracia, traducida y representada en todo el mundo.
El escritor checo construye, sin embargo, un personaje que escapa de todos los tiempos. Es un soldado fiel (ridículamente fiel) al emperador austrohúngaro pero su figura, su fuerza alegórica, sortea los concretos (el vino de misa o el algodón pólvora) para erigirse como un auténtico símbolo contra cualquier tipo de conflicto armado. Hašek es capaz de cumplir los tres puntos cardinales de cualquier dramaturgia que quiera ser recordada: el misterio, la precisión y la consciencia. Hay misterio porque, aunque intuimos que Švejk acabará salvándose de todas, nunca sabemos por dónde evolucionará la historia. Hay precisión porque cada réplica nos descoloca y nos provoca la risa. Hay consciencia porque el autor no olvida cuál es el motor de su relato.
*
En su excelente libro La dramaturgia, Yves Lavandier disecciona seis aplicaciones de la comedia para que realmente funcione. En primer lugar, atenúa la identificación. La ironía dramática provoca un cierto distanciamiento. Nosotros no somos Švejk, no podemos serlo (ya nos gustaría, pero no somos capaces de comprender su lealtad casi burocrática). Y es por eso mismo que el humor nos llega con tanta fuerza. En segundo lugar, la comedia excluye el sufrimiento real (el dolor que nos transmite el personaje trasciende lo meramente físico). La comedia es, nos dice Lavandier, artificial. «La acumulación es un factor de exageración» que sirve para que entendamos no solo una torpeza individual y aislada, sino una nueva limitación humana. La comedia introduce un desfase. Entre la intención y el resultado siempre hay una suerte de escisión (el soldado quiere servir a su superior y siempre logra lo contrario). La quinta aplicación que señala el guionista y escenógrafo francés es la denuncia como elemento capital. No hace falta decir que, una vez más, Hašek nos está situando cara a cara junto a la barbarie. Y, por último, en la comedia el payaso es sincero. El personaje no se da cuenta de sus despropósitos. Se muestra consternado ante los hechos que podrían parecer predecibles y evidentes. No entiende los motivos de sus calamidades. Nosotros sí. Y por eso reímos.
Jaroslav Hašek cumple, así, con todas las técnicas que luego los grandes cómicos aplicarán en el cine, desde Chaplin a los Hermanos Marx (luego entraremos en detalle en cómo Švejk es y pude ser modelo para algunas de las mejores series televisivas). Somos testigos de cómo se burla de un personaje (confunde un zurrón con un máuser) que tiene obsesiones vanas, escenifica el fracaso, trabaja la exageración y la distancia, y se concentra tanto en el carácter cómo en la situación desde donde crear humor y sátira.
«Serviré al emperador hasta el último aliento» o «A sus órdenes, no me lo creo» son algunas de las frases que, mediante la reiteración, nos presentan, sin necesidad de una descripción detallada, al protagonista. Es de este modo alguien identificable, vivo, de carne y hueso, porque tiene un lenguaje propio, una forma inconfundible de expresarse. Es lo que en teatro y narratología llamamos estilemas. Pero hay otros elementos de escritura dramática que, más allá de las estrategias cómicas que ya hemos comentado, aparecen en los cuentos que aquí podemos leer. La didascalia, por ejemplo, es la acotación que el dramaturgo suele apuntar en medio (o al margen) de la escena para dar alguna instrucción al director o los actores que representarán la obra. Pero, como estamos ante cuentos breves, los directores y los actores somos nosotros mismos, los lectores, los únicos que podremos interpretar la partitura.
En la segunda parte del libro, cuando el soldado está en cautiverio, si nos fijamos un poco, comprobaremos cómo el autor aparece para intervenir en el texto y hacernos salir, por momentos, de la simple acción. Es como si hubiese un letrero luminoso con un apunte histórico, un dato periodístico («las 20.000 víctimas checas que desde el comienzo de la guerra tuvo este tribunal») o, incluso, una reflexión política. No lo dice el personaje, lo dice el escritor herido: «Tras trescientos años de inculcar desde Viena la nación entera con ese lema (¡Cállese!), todavía fuera necesario insistir una vez más de manera individual». Añade: «Talergof-Zelling pasará a la historia de la antigua Austria como un triste legado igual que las mazmorras Pozzi en la historia de Venecia». Es, sin lugar a dudas, el propio Jaroslav Hašek quien se lamenta: «Su nacionalidad suponía de entrada cierta culpa… Fue lo que les pasó a muchas madres cuyos hijos Austria molía a palos».
El escritor checo llegará a romper la cuarta pared. Es extraordinario comprobar el uso del paréntesis para frenar en seco la acción y dirigirse al público, al lector: «Si alguien cree que exagero, que lea en el almanaque médico de Múnich el capítulo La guerra y la psicosis de masas». O simula confesarnos: «El propio Švejk nos aseguró después que era verdad que al amigo loco lo llamaban Excelencia y que, hacía unos años, había visto su cara en una revista ilustrada». La relación entre álter ego y ego, entre la voz ficcional y la voz testimonial, se confunde en un juego de matrioskas.
Estamos defendiendo, pues, la enorme teatralidad que desprenden estos relatos del escritor checo. Y no hay nada más teatral que la anagnórisis, un recurso narrativo con el que el héroe (aquí hablaríamos de anti-héroe, no hay que olvidar que la guerra le pilla con dolores de reuma) descubre su propia naturaleza. Parece que sólo nosotros, al otro lado de la página, nos damos cuenta de cómo Švejk es humillado por sus superiores. Hasta que el soldado, ahora encerrado, llora:
Yo que iba de buena fe, y va ellos y me zurran, me ofenden y sospechan de mis más puras intenciones. No os imagináis lo que duele…
Es a partir de ese preciso momento cuando el humor, y el ritmo de los relatos, se transforman. El giro es clarísimo. Los primeros cuentos datan de 1912, y aparecen junto a las ilustraciones de Stroff. La segunda parte de este libro se publica originariamente en 1920, cuando Hašek ya ha vuelto de la guerra. El vértigo de la alegría, así, se convierte en vértigo del dolor. Y la teatralidad vuelve a enseñarnos todos sus vértices.
II
Jaroslav Hašek no es simplemente un escritor magistral en el uso de la comedia. Su corta biografía (alimentada por él mismo con múltiples mitos) es tan intensa como ambiciosa. No estamos ante un autor aislado que compone su obra al margen de la comunidad. El checo quiere influir en la sociedad de su tiempo desde muy joven. Con un carácter irreverente, y hastiado de la oficialidad de la época, en 1911 funda el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, cuya historia recogió él mismo, y que esta editorial recuperó en forma de libro en 2015. En una época convulsa, donde la lucha por el sufragio universal llena las calles de Praga, Hašek dirige su movimiento desde una taberna (explica que instala el comité ejecutivo en el mesón Kravín de Královské Vinohrady). Muy crítico con la cultura conformista de los socialdemócratas, y con las ambiciones nacionalsocialistas, decide presentar una candidatura independiente «al bullicio electoral». En su primer manifiesto se presenta ante el pueblo checo como un Colón que sin saber muy bien lo que busca encuentra la tierra prometida. «Tampoco nosotros podemos tener la menor idea de qué cosas buenas va a realizar el partido para la humanidad», escribe. El resultado, se burla, es un fracaso absoluto: «Solo treinta y ocho valientes perseveraron en nuestro distrito electoral», combatientes insobornables, fieles a una organización que se presentó a los ciudadanos con el siguiente cartel: «Se requiere muchacho moral para denigrar a los candidatos de la oposición».
La broma iba muy en serio. Hašek parece anticiparse a muchos de los movimientos sociales y políticos que hemos visto en los últimos años, desde auténticos freaks con ganas de ridiculizar a unos partidos encorsetados, que son incapaces de dar soluciones simples a un mundo demasiado complejo, hasta organizaciones con voluntad de dar un giro radical al sistema y que han cuajado de verdad. Pensamos, claro, en casos como el Movimiento 5 Estrellas, fundado en 2009 por el cómico italiano Beppe Grillo, que se presenta como una «libre asociación de ciudadanos» y que, abogando por la democracia directa, triunfa en las elecciones generales de febrero de 2013, convirtiéndose en el primer partido del Congreso con 108 diputados, y un 25,5% de los votos. Otro caso paradigmático es el Partido Pirata, que ya tiene representación, entre otros países, en Alemania, Suecia, Islandia, Ucrania y adivinen… República Checa.
El cómico y el hacker poniendo en evidencia la necrosis del statu quo. Otro caso menos elaborado, pero que de igual manera evidencia un agotamiento de la democracia representativa tal y como la entendíamos hasta ahora, es el CORI, un partido que nace en Reus y que en 2010 se presenta a las elecciones catalanas con su líder, Ariel Santamaria, vestido de Elvis (ya había sido concejal en su ciudad durante cuatro años), y su número dos, la coplista y travesti Carmen de Mairena. ¿Se trata únicamente de una boutade? Puede ser. Pero lo cierto es que pone sobre la mesa un problema nada menor. En España, otro cómico, Leo Bassi, creó en 2011 PPLeaks, una web al estilo de Wikileaks que invitaba a los usuarios a denunciar públicamente los casos de corrupción del Partido Popular. Volviendo a Hašek, el escritor explica cómo, cien años antes de todo esto, su partido repartió entre sus electores trescientos números para el sorteo nacional serbio, además de prometer a todos los votantes un acuario de bolsillo.
Jaroslav Hašek se sirve del humor para crear situaciones. Su partido moderado es, de alguna manera, un happening avant la lettre. Parece adelantarse a los situacionistas de finales de los años cincuenta. En su manifiesto, aclaran: «Se trata de la realización de un juego superior, más exactamente la provocación a ese juego que constituye la presencia humana.» ¿No es eso lo que hace Hašek con su partido político? Guy Debord, en La sociedad del espectáculo, en 1967, va en la misma línea: «En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso». El mismo año, Raoul Vaneigem publica el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones. Algunos de sus fragmentos podrían rebatir justamente lo que el soldado Švejk representa: «Sólo es espontáneo lo que no emana de una obligación interiorizada hasta en el subconsciente, y que, además, escapa al dominio de la abstracción alienante, a la recuperación espectacular. Se entiende que la espontaneidad es una conquista más que algo dado».
La única sumisión posible es la que responde a uno mismo. El a sus órdenes en política deberá transformarse, inevitablemente, en a nuestras órdenes. O no será realmente política. Hašek nos habla, también, de la libertad.
III
Decimos que Švejk se ha convertido en un arquetipo porque el personaje ha sido capaz de trasmitir al inconsciente colectivo unos rasgos fundamentales de carácter que luego veremos reproducidos en épocas y contextos muy distintos al original. Si antes hemos abordado su capacidad dramatúrgica, y hemos apuntado su comicidad cercana al cine, ahora podemos apuntar cómo algunas de las mejores series británicas de los setenta y ochenta son, en cierta medida, actualizaciones de ese hombre torpe, ofuscado, incompetente e ingenuo que, aún así, siempre encuentra una salida exitosa al caos que, sin saberlo, ha creado.
Uno no podrá leer estos cuentos sin pensar, por ejemplo, en Fawlty Towers, la magistral serie de televisión escrita por John Cleese y Connie Booth en la que encontramos al entrañable Manuel, un personaje que interpreta a un camarero de Barcelona (en Cataluña se solía doblar como si fuera mexicano) al que su jefe, Basil, no deja de abroncarle porque todo lo hace mal. Sería capaz, no lo duden, de confundir un máuser con un zurrón. Pero es esa inocencia natural la que nos conmueve y nos interpela. Y la que hace que el caos, por razones que escapan a la razón, no acabe en una absoluta catástrofe. Algo parecido pasa con Allo, Allo, una serie, también de la BBC, que narra la vida en un café francés durante la ocupación alemana. El dueño del establecimiento, René, tendrá que lidiar con los miembros de la Resistencia y los aviadores británicos de la RAF, no siempre tan competentes como sería necesario, para que los nazis no los descubran.
El ejemplo más conocido, y algo más reciente (se estrena en 1990), es el de Mr. Bean, el personaje creado e interpretado por Rowan Atkinson. Cada episodio se articula, en realidad, como un cuento de Hašek. El protagonista se enfrenta a una situación aparentemente sencilla pero que, debido a su incapacidad, se convierte en todo un problema. Como con Švejk, el resto de personajes que coinciden con él acaban desesperados por su forma incomprensible de actuar. Sin embargo, la serie en la que vemos el arquetipo más definido es Some Mothers Do ‘Ave ‘Em, una producción donde Frank Spencer, con una capacidad insólita para crear accidentes de la nada, representa a la perfección lo que se conoce por humor slapstick, una especie de subgénero en el que la violencia (una bofetada o una colleja) desemboca en la carcajada y la catarsis del espectador. ¿No nos pasa algo así cuando los superiores del buen soldado le golpean porque ya no saben qué hacer con él? En esa serie de los setenta, que TV3 tradujo como N’hi ha que neixen estrellats, hallamos frases gancho como recurso cómico. No era algo nuevo. Cuando lean los cuentos del escritor checo escucharán, siempre, un hop, hop, hop de fondo.
De todas formas, si consiguiéramos hacer viajar en el tiempo a nuestro querido soldado Švejk, seguramente tendría el rostro de Jacques Clouseau, el detective al que dio vida Peter Sellers en la mayoría de películas de La Pantera Rosa. El surrealismo de las conclusiones a las que llega tras un razonamiento sin pies ni cabeza, los efectos de su absoluta impericia, y cómo sobrevive tras el embrollo que únicamente él ha generado, acabarán por trastornar psicológicamente al inspector jefe Dreyfus. El detective, sin pretenderlo, arruina la carrera a su superior como el soldado lo hará en estas páginas (prepárense para reír sin parar) con el alférez Dauerling, quien, desde su estúpido autoritarismo, solo podrá reconocer la derrota:
—Švejk, animal, ya la has vuelto a liar.