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ОглавлениеII. LA FIGURA DEL HÉROE FUNDADOR: LA MITIFICACIÓN DE LOS ORÍGENES
Las historias épicas que acompañan a las genealogías, principalmente las que hacen referencia a la figura del héroe fundador –habitualmente situadas al inicio de la narración–, funcionan como garantes de continuidad dinástica, y proporcionan a los nuevos grupos de élite una valiosa legitimación religiosa y social.1 La reinvención de héroes ancestrales, basada parte en historia y parte en ficción, aumenta el prestigio del linaje y crea una nueva conciencia genealógica, que toma forma de raíz de árbol, materializada en su base en la figura del ancestro fundador.2 Las leyendas fundadoras, creadas en los monasterios medievales, muchas de ellas presentadas en forma genealógica, no solo funcionan como ficciones inertes, sino también como textos que iluminan las formas en las que esas comunidades construyen su identidad y las relaciones sociales y políticas que esta misma identidad implica.3
Los relatos fundacionales invocan los orígenes básicamente a través de tres diferentes modelos: el vínculo con la sangre carolingia, la conexión con los linajes francos y romanos y las historias de los héroes fundadores. Todas las narraciones genealógicas europeas de los siglos XI y XII corresponden, de uno u otro modo, a estos modelos. La narración de las aventuras del héroe fundador de la dinastía o del linaje tiene como objeto consolidar su función como fundador y su prestigio como propietario de un condado, asegurando así la continuidad dinástica. Existe un enorme paralelismo en las historias de las figuras originarias y fundantes de los principales linajes occidentales, forjados a través de su constante y heroica lucha frente a todo tipo de adversidades y peligros. Estos héroes emergen sobre todo de las narraciones contenidas en la literatura genealógica elaborada durante la segunda mitad del siglo XII. Muchos de ellos son de origen escandinavo, como el jefe normando Gero, abuelo de los Blois; Achard, el fundador de la dinastía de los condes de Bar-sur-Aube; Raúl Barbeta, creador de la linaje de los Roucy; Tertulle el Forastero, el modesto pero heroico fundador de los condes de Anjou; Archambaud y Gouffier, fundadores de los vizcondes de Comborn y Lastours; Witikindo, el rebelde sajón vengado por Carlomagno, ascendente de toda la cabeza del linaje de los Robertinos; don Pelayo, el rey originario de la futura cadena política de los reinados de Asturias, León, Castilla y España; Guifré el Pelós, héroe originario de los condes de Barcelona, que devienen posteriormente reyes de Aragón. 4
La condición del fundador de la dinastía es su talante caballeresco, más que su probada ascendencia principesca, una condición que adquiere a través de un matrimonio netamente exogámico.5 Los relatos del héroe-fundador demuestran, por tanto, que esas narraciones épicas son esencialmente una cristalización del ideal heroico, presente en todas las culturas.6 Estas historias no son tomadas de la evidencia factual sino de la representación de un ideal. Las sociedades europeas medievales estaban convencidas de que la duración era la prueba definitiva de la validez de una costumbre porque demostraban su poder de resistencia frente a los desafíos de la historia, posibilitando a la sociedad sobrevivir y prosperar. La duración tiene también un poder validativo y legitimador porque implica un aumento natural del número de personas convencidas de la simple noción de que «tanta gente no puede haber estado equivocada durante tanto tiempo».7 Muchos de los fundadores de las dinastías europeas –y tantos otros de tantas otras culturas lejanas– fueron héroes gloriosos, mostrando con su convicción y perseverancia, así como con su excepcional éxito, que el mantenimiento de la tradición merece superar todos los obstáculos. Este es, para mí, el sentido real de la enorme proyección y la llamativa duración y vigencia histórica de las historias de los héroes fundadores. Así es, al menos, como yo entendí las palabras de Lévy-Bruhl la primera vez que las leí, salvando las distancias entre lo que él llamaba «sociedades primitivas o inferiores» con las sociedades europeas medievales:
Cuando un mito refiere las aventuras, las hazañas, los hechos generosos, la muerte y la resurrección de un héroe civilizador, no es el hecho de haber dado a la tribu la idea de hacer fuego o de cultivar el maíz lo que, en realidad, interesa y conmueve a la audiencia. Se trata, como en la historia sagrada, de la participación del grupo social en su propio pasado, el grupo se siente revivir entonces en una especie de comunión mística con aquel que lo ha hecho tal como es. En síntesis, los mitos son a la vez, para la mentalidad primitiva, una expresión de la solidaridad del grupo social con él mismo en el tiempo y con otros seres de su medio ambiente, y un medio de mantener y reavivar el sentimiento de esa solidaridad.8
La preservación del poder mítico de los orígenes es uno de los objetivos de toda sociedad. Tal como lo ha argumentado convincentemente Mircea Eliade, los mitos y las leyendas reflejan una nostalgia por los orígenes de la sociedad que, automáticamente, remiten al eterno retorno de una era creativa.9 Por este motivo, la natural anacronía que se produce entre el evento descrito (las aventuras del héroe fundador de un pasado remoto) respecto a las circunstancias históricas que se le asignan (que suelen ser las del presente desde donde se narra) quedan camufladas gracias a la utilización de un lenguaje épico ahistórico, una estructura narrativa muy básica, un modo de tramar clásico (que remite a las categorías típicas de la tragedia épica) y un contenido literario de contenido legendario.
En efecto, con la perspectiva del tiempo, nos parece inverosímil que a los contemporáneos del siglo XII se les pasara por alto que los héroes fundadores de los siglos anteriores poseyeran, en mayor o menor medida, los valores feudales, cuando todavía no habían sido creados en aquellos tiempos. Los atributos requeridos por el fundador de una dinastía se evalúan a través de su naturaleza caballeresca, un atributo desde luego mucho más contemporáneo al tiempo en el que estas narraciones son articuladas (el siglo XII) que al tiempo al que se refieren (desde los tiempos antiguos al siglo IX).10 En esa distorsionada percepción influyó con toda seguridad el hecho del escaso interés por la precisión cronológica de los lectores de esas obras históricas (e incluso de muchos de sus compiladores), pero me parece que simplemente pesó más el eficaz poder mítico y legendario de esas narraciones que el grado de su historicidad. Por consiguiente, la relación entre el hecho propiamente histórico y su narración épica fue asumido «acríticamente» por la sociedad de aquel tiempo como una tradición oral y poética ininterrumpida, que los textos genealógicos con sus narraciones de los héroes fundadores se encargaron de fijar, más que como un relato preciso de unos determinados eventos históricos. Como consecuencia, el mito del héroe fundador se vio reforzado por la cronológica distancia respecto a los hechos que se narraban, situados en el pasado remoto: es bien sabido que cuanto más lejanos en el tiempo son los eventos que se narran, son más susceptibles de manipulación y tipificación en la memoria colectiva. La naturaleza selectiva de la memoria permite al pasado remoto conllevar un mayor peso ideológico que el pasado reciente. Tal como lo ha expresado la literatura con mayor belleza y expresividad: «hurgar en el pasado remoto puede ser un lenitivo; el reciente hace más daño».11
Es más sencillo comprender así que la eficacia de la historiografía medieval reside en el poder mítico de la leyenda, más que en la menor o mayor distancia entre el pasado y el presente.12 Por esta razón, algunos antropólogos han postulado que la distinción entre los modos de operación mítica y los modos de operación histórica radica en la capacidad del presente para homogeneizarse con el pasado, más que en el grado de «realismo» de las historias. Cuanto más ejemplarizante y mimético sea el pasado para el presente (homogeneidad), más histórico deviene, independientemente del grado de leyenda que contenga; por el contrario, cuanto más imposible de replicar sea el pasado en el presente (heterogeneidad), más «irreal» aparece.13 En consecuencia, más allá de su dimensión legendaria, el Guifré de las genealogías catalanas, el Pelayo de las narraciones astur-leonesas o el Liderico de las genealogías flamencas, han sido considerados figuras propiamente históricas para los españoles, los flamencos y los catalanes de todos los tiempos, independientemente del grado de historicidad que sus narraciones originarias contienen.14 Cuando los mitos son transformados en representaciones intermediarias, que pueden tomar o no forma de narrativa histórica, funcionan siempre como modelos para la sociedad. Es precisamente en este contexto epistemológico en el que las genealogías transforman los mitos en historia.
El caso de las genealogías de los condes de Barcelona es muy significativo en este sentido, y me gustaría detener ahora mi narración para centrarme en este relato, con objeto de presentarlo como un buen modelo ejemplificador, en la práctica, de las ideas teóricas que acabo de exponer. Cuando los monjes de Ripoll se disponen a establecer, de un modo más o menos oficioso,15 los orígenes de la dinastía de los condes de Barcelona, el método genealógico se impone como el más eficaz para conseguir ese empeño.16 Para acceder a los orígenes, el compilador busca conectar la dinastía de los condes de Barcelona, hasta donde se conoce históricamente, con la dinastía carolingia, utilizando a los condes de Flandes como intermediarios. Para ello decide re-crear la figura del fundador de la dinastía, Guifré el Pelós, cuya historia se cuenta en los dos primeros capítulos del texto. Esta historia me parece modélica respecto al funcionamiento de los relatos del héroe fundador, y es desde luego extensible a otras narraciones análogas, surgidas en la Europa de los siglos XI y XII.
El padre de Guifré el Pelós, Guifré de Barcelona, había recibido el condado de Barcelona del rey franco. Poco después, en un viaje a Narbona, un caballero franco le tira de la barba. El conde, airado por la afrenta recibida, pasa por la espada al caballero franco. El conde de Barcelona y su hijo Guifré el Pelós son apresados y, posteriormente, Guifré padre es asesinado. Cuando el rey franco conoce la noticia, se encoleriza por la afrenta que ha recibido uno de sus condes y salva al hijo del conde, Guifré el Pelós, a quien envía al conde de Flandes para que lo eduque. Ya en la corte flamenca, Guifré se une a escondidas con la hija de los condes de Flandes. La condesa de Flandes, dándose cuenta de la situación e intentando evitar los efectos perversos de una unión fuera del matrimonio, hace jurar a Guifré sobre los cuatro evangelios que, en caso de heredar el condado de Barcelona, tomará a la hija de los condes de Flandes por mujer.
Poco después, Guifré es enviado por la condesa de Flandes a Barcelona, vestido pobremente para que nadie le reconozca a primera vista. Su madre le identifica por tener abundante bello, de donde recibe su sobrenombre. Lo presenta entonces a los barones barceloneses, quienes ven en él al padre supuestamente fallecido. Llaman entonces a Salomón, quien había tomado el condado de Barcelona tras el fallecimiento de su primer titular, y Guifré lo mata con la espada. Guifré toma así los condados de Barcelona y de Narbona. Tal como habían acordado, Guifré se casa con la hija de los condes de Flandes, en una solemne ceremonia. Ante las noticias que le llegan del propio conde de Flandes, el rey franco confirma en el condado de Barcelona a Guifré el Pelós.
Poco más tarde, el conde de Barcelona tiene que hacer frente a los sarracenos. Pide entonces ayuda militar al rey franco, que no puede concedérsela porque está ocupado en otros asuntos. El rey franco promete entonces a Guifré que sus sucesores podrán acceder perpetuamente al derecho de herencia si vence a los sarracenos sin su ayuda. Después de una heroica campaña, Guifré derrota a los sarracenos y, según lo acordado con el rey franco, hereda perpetuamente el condado de Barcelona. De este modo, concluye el cronista, «el condado de Barcelona pasó del poder real a manos de nuestros condes». La última frase del bello relato está dedicada, muy significativamente, a la fundación por el conde de Barcelona, Guifré el Pelós, del monasterio de Ripoll, desde donde se redacta la crónica.17
Ciertamente, la narración de los hechos de las Gesta tiene algunos visos de historicidad: el padre de Guifré el Pelós, llamado erróneamente Guifré por las Gesta, es Sunifred I, que había recibido Prada, en Conflent, por una donación de Carlos el Calvo. Sunifred había tenido relaciones con Salomón, un franco que le sucedió como conde de Urgell y Cerdanya hacia el 848. Finalmente, en el 870, Guifré el Pelós le sucedía como conde de Cerdanya y expulsaba a los musulmanes del condado de Vic.18 Pero el autor del texto se muestra mucho más condicionado por un presente que vive intensamente, el de la segunda mitad del siglo XII, que por un pasado remoto, el del siglo IX, que solo conoce vagamente a través de una borrosa memoria colectiva, más que por los documentos conservados. El antifranquismo que respira el texto responde al contexto de un Alfonso el Casto (el rey que manda compilar el texto), obsesionado por la independencia respecto a los Capetos y la familia condal de Toulouse. Por este motivo, los asesinos de Guifré son legados francos, el intruso Salomón es de nación gala y el rey de Francia es incapaz de luchar contra los musulmanes. Este detalle parece trascendental, en un momento en que las victorias frente a los sarracenos legitimaban la anexión de sus territorios. Al mismo tiempo, todo el texto parece condicionado por el deseo de legitimar la independencia de los condes barceloneses respecto a la Corona francesa, tal como lo demuestra la moraleja final de la historia: «Así fue como el condado de Barcelona pasó del poder real a manos de nuestros condes». La conciencia nacional se afirma en torno a la dinastía barcelonesa, a través de la repulsa de la alteridad capeta.
Los detalles de la narración hablan mucho de la intencionalidad con que están escritas las Gesta y dicen más del tiempo desde el que están escritas que del tiempo sobre el que escriben. Como primer texto destinado a exaltar la dinastía barcelonesa, las Gesta se preocupan por asegurar la legitimidad del fundador del linaje. El texto está basado en la repetición de ciertos verbos como genuit y successit, pero no duda en intercalar alusiones a los hechos de armas (concisamente consignados) cuando estos se avienen a la intencionalidad política buscada.19 Las Gesta son elaboradas entre 1162 y 1184, cuando Alfonso el Casto acaba de acceder a la realeza y unir en su persona Cataluña y Aragón, recuperar Provenza, anexionar Rosellón y reorganizar la reconquista frente a los sarracenos. Conviene celebrar todo este poder soberano y asegurar su continuidad.20
El monarca se dirige a los monjes del monasterio de Ripoll para conseguir toda la fuerza que surge de la unión entre la memoria arqueológica y la memoria literaria. Ripoll es la necrópolis condal, donde se ha enterrado secularmente a los condes de Barcelona fallecidos. Los epitafios en honor de los ancestros de los condes han sido escritos, desde tiempo inmemorial, por los monjes de Ripoll: ellos son los mejor preparados para escribir su genealogía. Es bien conocida la relación entre epitafios y genealogías.21 Al mismo tiempo, la propia autoridad de la Iglesia se pone en juego. Había sido en el monasterio de Ripoll donde se había empezado a escribir la historia de los condes de Barcelona.22 La toma de Barcelona por Al-Mansûr en el 985, con la pérdida de buena parte de sus documentos históricos, había hecho preciso un nuevo esfuerzo en la reescritura de la historia.23
Al mismo tiempo, el rol ejercido por los condes de Flandes no parece un detalle elegido al azar por el compilador. El matrimonio fundador de la dinastía se establece entre Guifré el Pelós de Barcelona y la hija del conde de Flandes. Protegido por el conde de Flandes y ligado para siempre a su familia, el conde de Barcelona asegura su independencia respecto a los francos, al tiempo que conserva una prestigiosa ligazón con la monarquía carolingia, de quien los flamencos habían recibido el condado. La conexión con las genealogías flamencas de la segunda mitad del siglo XII vuelve a aparecer. En 1194, Lamberto de Ardrés completa su genealogía de los condes de Guines, de los que era capellán. El fundador de la dinastía de los Guines era Sigfrido, un aventurero escandinavo que sedujo a la hija del conde de Flandes. Con ella había tenido un hijo ilegítimo, adoptado por su cuñado, el tío materno del niño.24 En una canción de gesta en lengua de oíl, Otger de Dinamarca, prisionero del castellano de Saint-Omer, engendra a Baudoin de la hija del carcelero. Carlot, hijo de Carlomagno, mata al niño, que Otger venga en una sangrienta lucha con los francos.25
El tema de los guerreros escandinavos, seductores de la hija del conde de Flandes y enemigos del rey de Francia, se difunde oralmente por toda Europa.26 Pero lo relevante de estas historias, cara a su recepción en Cataluña, es el papel ejercido por las mujeres flamencas. De nuevo es preciso volver a lo orígenes. Los Annales de Saint-Bertin, cuyas copias quizás llegaron a los monasterios pirenaicos, relatan la historia del fundador del linaje de los condes de Flandes, Balduino I, Brazo de Hierro, que había esposado a Judit, la hija de Carlos el Calvo. La unión se había hecho sin el consentimiento del rey, pero había asegurado la descendencia carolingia de la casa de Flandes, a través de las mujeres.27 La sangre del linaje imperial corre por las venas de los condes de Barcelona, porque también ellos habían seducido a la hija del conde de Flandes. Tanto los condes de Guines como los condes de Barcelona siguieron el ejemplo de Baduino I, quien había raptado a la hija de Carlos el Calvo para conseguir a través de ella la prestigiosa sangre de los carolingios.28 Los especialistas en linajes hablan de la prevalencia del matrimonio hipergámico, puesto claramente de manifiesto el papel activo de las mujeres en las genealogías del siglo XII, donde las consortes de los condes desarrollan una función primordial.29 En la leyenda de las Gesta la mujer no cumple un papel pasivo. No solo transmite la posteridad de la sangre real sino que, con su avispada y audaz actuación, marca con su poderosa impronta el curso de los acontecimientos. Después de ocultar el embarazo de su hija, la esposa del conde de Flandes organiza el viaje a Barcelona de Guifré el Pelós, que otorga finalmente el condado a su futuro yerno. El recuerdo remoto de las escrituras vuelve a estar presente, recordando la cuidada estrategia de la madre de Jacob, Rebeca, para que el moribundo Isaac confirme a su segundo hijo la primogenitura, en detrimento de los derechos teóricos de Esaú. Pero puede más la tradición reciente de las genealogías de la época, donde las mujeres tienen asignadas unas funciones que no se limitan simplemente a la transmisión hereditaria, sino que son empujadas a obrar audazmente para que se cumpla la historia prevista.
Cuando la acción se traslada a Cataluña, la madre de Guifré es quien toma el protagonismo de la narración, al reconocerle por el hecho distintivo del bello en un lugar poco común, lo que asegura un sobrenombre al fundador del linaje. Los reyes bárbaros eran conocidos por el pelo que les surgía en la espina dorsal, lo que contribuía a aumentar su prestigio. Al mismo tiempo, esta abundancia de bello contrastaba con la calvicie de Carlos el Calvo, una prueba más del antagonismo que el cronista intentaba remarcar entre el fundador de la casa de Barcelona y el amo de la dominación que rechazaba. Esta mujer, una vez ha reconocido a su hijo, empieza a utilizar su influencia para que Guifré pueda recuperar la titularidad del condado que le pertenecía a su padre, pasando por encima que aún no ha conseguido los derechos de transmisión hereditaria del condado.
La función de las dos madres es, pues, determinante y lúcida, en contraposición a la figura algo apocada de la hija del conde de Flandes, cuya función es meramente pasiva. De este modo, se reproduce en el texto catalán de las Gesta una realidad que refleja exactamente las prácticas sociales del tiempo: la pasividad de la jovencita núbil (la hija del conde de Flandes, que se deja seducir por el foráneo); el poder doméstico, escondido y eficaz de la mujer casada, que se mueve a sus expensas instigando en el ámbito de la corte (la mujer del conde de Flandes, que urde toda la estrategia una vez conoce que su hija ha quedado embarazada), y la pujanza pública de la viuda (la madre del conde de Barcelona, quien conserva el poder de convocar la asamblea de los nobles de sus tierras e imponer a su hijo como conde, incluso estando presente su propio opositor).30
Después de narrar la odisea del fundador de la dinastía, el texto continúa con una somera descripción de los hechos más notables de los condes de Barcelona y del resto de los condados de Cataluña, desde la época de Guifré a finales del siglo IX al enlace entre el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y la hija del rey Ramiro de Aragón en 1136, a través del cual el conde de Barcelona devendrá también rey de Aragón. Una vez narrada la fundación del condado, las Gesta enfatizan la vertiente patrimonial y hereditaria de la dinastía de los condes de Barcelona, remarcando las progresivas reuniones de los condados en un solo príncipe y mencionando a las mujeres solo con relación a los hombres que tuvieron por padres o maridos.31
La leyenda de Guifré el Pelós, con todos los sugestivos detalles y símbolos descritos en los párrafos anteriores, vincula a este personaje con los orígenes míticos de la dinastía catalano-aragonesa, aun contando con la debilidad de la historicidad del relato.32 Las crónicas francesas y las genealogías flamencas, que habrían llegado a las bibliotecas de los monasterios catalanes, constituirían un valioso material utilizado por los monjes para elaborar los textos históricos patrocinados por los monarcas. Estas historias tendrían una recepción especialmente entusiasta en los territorios que surgieron en los márgenes del imperio carolingio, en este caso en el extremo suroccidental del imperio.33 Sin embargo, los compiladores se apresuran a asegurar que el relato del ascenso de Guifré al condado de Barcelona está basado en narración de los antiguos, lo que le hace ganarse desde el principio el prestigio de la tradición. El arranque de la redacción más primitiva de las Gesta no puede ser más significativo: Antiquorum nobis relatione compertum est quod miles quidam fuerit nomine Guifredus.34 El redactor del texto afirma basarse en la tradición oral «de los antiguos» y en escritos conservados probablemente en el monasterio de Ripoll, que contaba con una larga tradición en la elaboración de textos históricos, legendarios e incluso poéticos.35
Probablemente, el autor de las Gesta recibió la leyenda del conde Guifré por vía escrita o por vía oral, incorporando al texto definitivo algunos detalles que le permitieron afianzar la fuerza presentista del relato, y basándose en otros relatos similares contemporáneos. La aventura del viaje del fundador de la dinastía ha consolidado su función de fundador del linaje y su prestigio como detentador de un condado histórico. El paralelismo con otros tantos héroes míticos fundadores de los grandes linajes de Occidente a través de un viaje lleno de peligros es evidente. Es difícil precisar el proceso de manipulación histórica que culminó con la fijación escrita de la leyenda de Guifré el Pelós. Sin embargo, de lo que no hay ninguna duda es de su enorme eficacia como consolidador de la memoria histórica de una nación.
En efecto, aunque hay abundantes errores históricos y pasajes mitológicos en el texto, que la crítica posterior se ha encargado de localizar, es muy significativo que ese texto ha funcionado como modelo y plantilla para la elaboración de las sucesiones de los condes catalanes y los reyes de Aragón hasta bien entrado el siglo XX. En este sentido, el texto de las Gesta funciona perfectamente como un canon historiográfico-nacional, tal como lo definió en su día Pierre Nora para la historiografía francesa.36 Uno de los mejores conocedores de la historiografía catalana medieval, el erudito Miquel Coll i Alentorn, empezaba uno de sus documentados artículos sobre la leyenda de Guifré con estas palabras: «El fundador de nuestra dinastía nacional gozó ya en vida de prestigio y de fama».37 El artículo fue publicado en 1990, lo que muestra la llamativa persistencia del mito del «héroe fundador», en este caso en Cataluña. La explicación de este enorme influjo es quizás que las Gesta condensan la memoria dinástica y genealógica de Cataluña en una estructura extraordinariamente simple. El texto funciona con eficacia, inaugurando un nuevo modo de reconocer la continuidad histórica de esa naciente nación y aglutinando toda su herencia en la figura del conde de Barcelona y rey de Aragón. El pasado remoto de los orígenes carolingios del condado de Barcelona es re-presentado, se vuelve a hacer presente al servicio de las necesidades de una dinastía con audaces aspiraciones expansivas.38
La enorme complejidad de significados de las narraciones del héroe fundador confirma las profundas conexiones y el intercambio de modelos que se establecen en este periodo entre la literatura histórico-genealógica y la literatura de ficción.39 Las genealogías se van distanciando cada vez más de sus orígenes escripturísticos, litúrgicos y monásticos, para entrar en el campo de la literatura de talante caballeresco, basada en la tradición de las leyendas épicas y en el dominio del contexto cortesano. De este modo, los héroes legendarios ocupan un lugar de privilegio en un género supuestamente histórico. La historia se abre a lo legendario y a lo imaginario. Si algo caracteriza a la literatura genealógica del siglo XII es la invención de los antecedentes míticos del pasado remoto de las dinastías nacionales, en orden a consolidar un presente que debe revitalizarse. Las genealogías remiten a la época carolingia porque es el momento privilegiado descrito por los cantares de gesta.40 La dificultad del acceso documental a ese periodo no es un obstáculo para los cronistas del siglo XII, sino que, paradójicamente, los legitima para organizar a su manera los escasos materiales de que disponen.
En este capítulo he analizado más detalladamente las genealogías de los condes de Barcelona, y más específicamente la historia del «héroe fundador» Guifré el Pelós. Pero algo análogo sucede en la vecina Castilla, con la preponderante atención que le prestan a Don Pelayo las crónicas del ciclo de Alfonso III de Castilla, en su intención deliberada de enlazar el reino de Asturias con el reino visigótico de Toledo.41 Tampoco serían ajenas a esta tendencia la enorme proliferación de historias de reinados de reyes visigodos, particularmente llamativa en el caso de Wamba, como recientemente se ha puesto de manifiesto.42 Las detalladas narraciones que surgen del taller alfonsí, mucho más centradas en el devenir de la historia universal, y el papel de Castilla en esta «gran historia», buscan una mayor abstracción de la sucesión histórica, lo cual no reduce su eficacia historiográfica.43 Eficaz es también el recurso de las Grandes Chroniques de Francia de encontrar las raíces merovingias, carolingias y capetas de su monarquía. Este proyecto genealógico es encargado por el rey francés a uno de los centros culturales y religiosos más importantes de Francia, la abadía de Saint-Denis.44
1 Parte del contenido de este artículo apareció en Jaume Aurell: «Memoria dinástica y mitos fundadores: la construcción social del pasado en la edad media», en Arsenio Dacosta, José Ramón Prieto Lasa y José Ramón Díaz de Durana (eds.), La conciencia de los antepasados. La construcción de la memoria de la nobleza en la Baja Edad Media, Madrid, Marcial Pons, 2014, pp. 303-334.
2 La imagen de la raíz arbórea de las genealogías fue convincentemente defendida por Christiane KIapisch-Zuber: «La Genèse de l’arbre généalogique», en Michel Pastoreau (ed.), L’Arbre: Histoire naturelle et symbolique de l’arbre, du bois et du fruit au Moyen Age, París, Le’opard d’or, 1993, pp. 41-81. Otros aspectos relacionados con la amplitud simbólica de las genealogías en R. Howard Bloch: Etymologies and Genealogies. A Literary Anthropology of the French Middle Ages, Chicago, The University of Chicago Press, 1983; Zrinka Stahuljak: Bloodless Genealogies of the French Middle Ages. Translatio, Kinship, and Metaphor, Gainesville, University Press of Florida, 2005 y R. Radulescu y E. D. Kennedy (eds.), Broken Lines. Genealogical Literature in Medieval Britain and France, Turnhout, Brepols, 2010.
3 Amy G. Remensyder: Remembering Kings Past. Monastic Foundation Legends in Medieval Southern France, Ithaca, Cornell University Press, 1995, p. 4.
4 Eric Bournazel: «Mémoire et parenté», en Robert Delort y Dominique Iogna-Prat (eds.), La France de l’an mil, París, Seuil, 1990, pp. 114-124.
5 Martin Aurell: Les noces du compte, pp. 509-510.
6 Para la figura del héroe-fundador en la Península Ibérica medieval, ver Gerges Martin: «Le récit héroïque castillan (formes, enjeux sémantiques et fonctions socio-culturelles)», en Histoires de l’Espagne médiévale. Historiographie, geste, romancero, París, Klincksieck, 1997, pp. 139-152; Arsenio Dacosta: «E por otra manera dise la Historia: relatos legendarios sobre los orígenes políticos de Asturias y Vizcaya en la Edad Media», BITARTE, 1999, pp. 33-50; Sophie Hirel: «Le roi, le moine et la cloche. Genèse d’un modèle et tentative de mythification du roi Ramire II d’Aragon (1135-1137)», en Jean-Christophe Cassard, Elisabeth Gaucher y Jean Kerhervé (eds.), Verité poétique, vérité politique. Mythes, modèles et idéologies politiques au Moyen Âge, Brest, Centre de recherche bretonne et celtique, 2007, pp. 241-260; e Isabel de Barros Días: «Heróis fundadores portugueses em alguns textos da historiografia medieval ibérica», Dietrich Briesemeister y Axel Schönberger (eds.), Imperium Minervae: Studien zur Brasilianischen, Iberischen und Mosambikanischen Literatur, Frankurt am Main, Domus Editoria, 2003, pp. 89-109; ver también Jean-Marie Moeglin: «La mémoire d’un herós fondateur: Lidéric forestier et comte de Flandre», en Agostino Paravicini Bagliani (ed.), La mémoire du temps au Moyen Age, Florencia, Sismel, 2005, pp. 87-116.
7 Valerio Valeri: «Constitutive History: Genealogy and Narrative in the Legitimation of Hawaiian Kingship», en Emiko Ohnuki-Tierney (ed.), Culture Through Time. Anthropological Approaches, Stanford, Stanford University Press, 1990, p. 162.
8 Lucien Lévy-Bruhl: Les fonctions mentales dans les sociétés inférieures, París, Alcan, 1910, p. 437. Traducción al español en Lévy-Bruhl: Las funciones mentales de las sociedades inferiores, Buenos Aires, Lautario, 1947, p. 335.
9 Mircea Eliade: The Myth of the Eternal Return: Myth and Reality, Nueva York, Pantheon Books, 1963.
10 Una excelente síntesis de los valores asignados a los héroes-fundadores por los compiladores de sus historias, en Christine Marchello-Nizia: «De l’Eneida à l’Eneas: Les Attributs du fondateur», en Lectures médiévales de Virgile. Actes du colloque organisé par l’École française de Rome (Rome, 25-28 octobre 1982), Roma, École française de Rome, 1985, pp. 251-266.
11 Para las ideas consignadas en este párrafo me he basado en William W. Ryding: Structure in Medieval Narrative, París, Mouton, 1971, pp. 20-21; Marcel Granet: Danses et légendes de la chine ancienne, París, Alcan, 1926, I, pp. 171-225; John A. Barnes: «Genealogies», en Arnold L. Epstein (ed.), The Craft of Social Anthropology, Londres, Tavistock, 1967, p. 120. La cita del final de párrafo es de Carmen Martín-Gaite: Lo raro es vivir, Barcelona, Anagrama, 1989, p. 75.
12 Esta es precisamente la razón por la que las narrativas de orígenes tienen tanta carga política e ideológica, como se pone de manifiesto en los artículos de Arsenio Dacosta: «E por otra manera dise la Historia», pp. 33-50, y Gerges Martin: «Un récit: la chute du royaume wisigothique d’Espagne dans l’historiographie chrétienne des VIIIè et IXè siècles», Histoires de l’Espagne médiévale, pp. 11-42.
13 Valeri: «Constitutive History», p. 164.
14 Arsenio Dacosta: «¡Pelayo vive! Un arquetipo político en el horizonte ideológico del Reino Asturleonés», Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval 10, 1997, pp. 89-135; Madeleine Pardo: L’historien et ses personnages. Étudies sur l’historiographie espagnole médiévale, Lyon, ENS, 2006, pp. 61-115; Jean-Marie Moeglin: «La mémoire d’un héros fondateur», pp. 87-116; Jaume Aurell: Authoring the Past, pp. 117-126.
15 Remito aquí a la distinción entre una «historia oficial» y una «historia oficiosa» según el grado de espontaneidad de la motivación original de los textos históricos medievales, tal como defendió en su día Bernanrd Guenée: Histoire et culture historique dans l’Occident medieval, París, Aubier, 1980, pp. 337-346.
16 Ver la interesante distinción entre «cronología» y «genealogía» que desarrolla Thomas N. Bisson: «Unheroed Pasts», pp. 293-301.
17 Gesta Comitum Barchinonensium, cap. I-II, pp. 3-6.
18 Paul Ponsich: «Le rôle de Saint-Michel de Cuxa dans la formation de l’historiographie catalane et l’historicité de la légende de Wifred le Velu», Etudes Roussillonnaises, 1954-1955, pp. 156-159; Ramon d’Abadal: Els temps i el regiment del comte Guifré el Pilós, Sabadell, Ausa, 1989 y Martin Aurell: Les noces du comte, p. 507.
19 Joan-Pau Rubiés y Josep Maria Salrach: «Entorn de la mentalitat i la ideologia del bloc de poder feudal a través de la historiografia medieval fins a les quatre gran cròniques», en Jaume Portella (ed.), La formació i l’expansió del feudalisme català, Girona, Ajuntament de Girona, 1985, p. 479.
20 Martin Aurell: Les noces du comte, pp. 504-513.
21 Duby: «Remarques sur la litterature généalogique», p. 294.
22 Michel Zimmermann: «La prise de Barcelona par al-Mansûr et la naissance de l’historiographie catalane», Annales de Bretagne et des pays de l’Ouest, 1980, pp. 191-218.
23 De hecho, esta fecha es considerada como un punto de arranque en la Barcelona medieval: José Enrique Ruiz Domènec: «Iluminaciones sobre el pasado de Barcelona», en David Abulafia y Blanca Garí (eds.), En las costas del Mediterráneo Occidental, Barcelona, Omega, 1997, pp. 63-93 (aquí, p. 63).
24 Duby: Hommes et Structures, p. 280.
25 Miquel Coll i Alentorn: «Guifré el Pelós en la historiografia i la llegenda», Memòries de la Secció Històrico-Arqueològica de l’Institut d’Estudis Catalans, 1990, p. 39. Reeditado en el volumen recopilatorio Llegendari, Barcelona, Curial, 1993, pp. 51-135 (la cita es de la p. 60).
26 Martin Aurell: Les noces du comte, p. 510.
27 Thomas N. Bisson: Medieval France and her Pyrinean Neighbours, Londres, Hambledon Press, 1989, p. 138.
28 Sobre el influjo del «recuerdo» y la «leyenda» del rey carolingio y su difusión por toda Europa, ver el pionero trabajo de Robert Folz: Le souvenir et la légende de Charlemagne dans l’Empire germanique médiéval, París, Les Belles Lettres, 1950.
29 Gergoes Duby: Medieval Marriage, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1978; José Enrique Ruiz Domènec: «Système de parenté et théorie de l’alliance dans la société catalane (env. 1000-1240)», Revue Historique, 1979, pp. 305-326; Georges Duby y Jacques Le Goff (eds.), Famille et parenté dans l’Occident Médiéval, Roma, École Française de Roma, 1977. Sobre el deterioro del estatuto social de la mujer ante la decadencia del mundo feudal y caballeresco y la llegada de los nuevos tiempos, Martin Aurell: «La détérioration du statut de la femme aristocratique en Provence (Xe-XIIIe siècles)», Le Moyen Age, 1985, pp. 5-32.
30 Esta tesis está magníficamente documentada y desarrollada a lo largo de la monografía de Martin Aurell: Les noces du compte.
31 Thomas N. Bisson: «Unheroed Pasts», p. 299.
32 Para la historia de Guifré y la cuestión de su historicidad, ver Miquel Coll i Alentorn: «La historiografia de Catalunya», pp. 139-196; Josep Maria Salrach: El procés de formació nacional de Catalunya (segles VIII-IX), Barcelona, Edicions 62, 1978, pp. 87-107; Paul Freedman: «Cowardice, Heroism, and the Legendary Origins of Catalonia», Past and Present 121, 1988, pp. 3-28; Armand de Fluvià: «La qüestió de l’ascendència del comte Guifré I el Pelós», Revista de Catalunya 28, 1989, pp. 83-87; Martin Aurell: «La réminiscence du mariage fondateur», en Les noces du compte, pp. 504-513; Paul Ponsich: «El problema de l’ascendència de Guifré el Pelós», Revista de Catalunya 23, 1988, pp. 35-44.
33 También han sido analizadas las que surgieron en el extremo noroccidental: Georges Duby: «Structures de parenté et noblesse dans la France du Nord aux XIe et XIIe siècles», en Hommes et structures.
34 Gesta Comitum Barchinonensium, 3.
35 Lluís Nicolau d’Olwer: «L’escola poètica de Ripoll en els segles X-XIII», Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans, 1915-1920, pp. 3-84.
36 Pierre Nora: «Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire», Representations 26, 1989, p. 21.
37 Miquel Coll i Alentorn: «Guifré el Pelós», p. 51.
38 El concepto re-presentación aplicado a la historiografía medieval está ampliamente comentado en José Enrique Ruiz Domènec: «Reminiscencia y conmemoración», pp. 219-239.
39 Algunas visiones generales sobre las conexiones entre la historia y la leyenda en la historiografía medieval, en David G. Pattison: From Legend to Chronicle. The Treatment of Epic Material in Alphonsine Historiography, Oxford, Society for the Study of Mediaeval Languages and Literature, 1983; Suzanne Fleischman: «On the Representations of History and Fiction in the Middle Ages», History and Theory 22, 1983, pp. 278-310 y William W. Ryding: Structure in Medieval Narrative, París, Mouton, 1971. Para la historiografía francesa medieval, Robert Guiette: «Chanson de geste, chronique et mise en prose», Cahiers de Civilisation Médiévale 6, 1963, pp. 423-440; Amy G. Remensnyder: Remembering Kings Past. Monastic Foundation Legens in Medieval Southern France, Ithaca, Cornell University Press, 1995; Renate Blumenfeld-Kosinski: Reading Myth. Classical Mythology and Its Interpretations in Medieval French Literature, Stanford, Stanford University Press, 1997.
40 Sobre el contexto de la pujanza y decadencia de las estructuras sociopolíticas del mundo carolingio, Karl F. Wener: Structures politiques du monde franc (VIe-XIIe siècles). Études sur les origines de la France et de l’Allemagne, Londres, Variorum, 1979.
41 Abilio Barbero y Marcelo Vigil: La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Barcelona, Crítica, 1978, p. 232 y ss.; Peter Linehan: History and the Historians of Medieval Spain, Oxford, Clarendon, 1993. Para la función de las genealogías en la Castilla medieval, Georges Martin: Les juges de Castille. Mentalités et discours historique dans l’Espagne médiévale, París, Klincksieck, 1992; Robert Folger: Generaciones y Semblanzas. Memory and Genealogy in Medieval Iberian Historiography, Tübingen, Narr, 2003 y Arsenio Dacosta: «Relato y discurso en los orígenes del reino asturleonés», Studia Historica 22, 2004, pp. 153-168.
42 Aengus Ward: History and Chronicles in Late medieval Iberia: Representations of Wamba in Late Medieval Narrative Histories, Leiden, Brill, 2011.
43 Un buen estado de la cuestión sobre el taller alfonsí, en Georges Martin (ed.), La historia alfonsí: el modelo y sus destinos (siglos XIII-XV), Madrid, Casa de Velázquez, 2000.
44 Gabrielle M. Spiegel: «Medieval Canon Formation and the Rise of Royal Historiography in Old French Prose», The Past as Text, pp. 195-196; Bernd Schneidmüller: «Constructing the Past by Means of the Present. Historiographical Foundation of Medieval Institutions, Dynasties, Peoples, and Communities», en Gerd Althoff, Johannes Fried y Patrick J. Geary (eds.), Medieval Concepts of the Past. Ritual, Memory, Historiography, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp. 170-171. Para la producción historiográfica de la abadía de Saint-Denis, ver Gabrielle M. Spiegel: The Chronicle Tradition of Saint-Denis: A Survey, Brookline, Classical Folia Editions, 1978.