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I
SUCESOS EXTRAÑOS

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—“Perote, Veracruz. Pueblo situado a una altura de 2.400 metros sobre el nivel del mar, ubicado en las coordenadas 19° 34´´ latitud norte y 97° 15´´ longitud oeste. Su clima es frío-seco-regular, con temperatura media anual de 12 °C, con una precipitación anual de 493.6 mm.” Esta información está muy confusa. Latitud, longitud, grados, milímetros; no entiendo. No soy climatólogo.

—Deja de quejarte y continúa leyendo.

—“La vegetación predominante es de tipo aciculifolio y crasirosulifolio; compuesta por pinos, oyameles, encinos y sabinos. Hay exceso de tabaquillo. El llano está cubierto frecuentemente de pastos, magueyes, matorrales con izote, matorrales espinosos, etcétera. Su fauna…”

—¡Oh! Ahí viene lo interesante.

—“Su fauna, al igual que en todas las tierras frías y de elevadas alturas, aguarda a notables especies silvestres, como armadillos, ardillas, conejos, coyotes, gatos monteses y lobos.”

—¡Oh! Nada apetecible. Aquí moriré de sed.

—Creo que estaremos poco tiempo, después de todo.

—¡Oh, chicos! Conozcamos el lugar. Además por aquí cerca podremos encontrar algo más.

—Creo que hemos llegado, o al menos eso indica ese letrero: “Perote, Veracruz. Población: 61.272 habitantes”.

Estaba profundamente dormido, metido en el extraño sueño, cuando oí:

—Alexei, despierta. Ya es tarde.

Y el extraño sueño desapareció como nube de polvo cuando sopla el viento. Abrí los ojos y miré el reloj que estaba puesto sobre el buró, a un lado de la cama, nueve de la mañana.

—¡Rayos! Me quedé dormido —refunfuñé.

Es que el extraño sueño había ocupado gran parte de la mañana. Miré a través de la ventana los débiles rayos del sol que apenas se podían ver. El ambiente se sentía tenso y triste.

“Creo que regresan los días nublados”, pensé, y me dirigí al baño para lavarme la cara.

Mientras esperaba a que saliera el agua caliente, miré mi rostro en el espejo. De pronto, algo captó mi atención. El que se reflejaba en él no era yo, o al menos no al cien por ciento. Había algo diferente en mí. Mis ojos eran de otro color, la textura de mi piel se veía diferente; un ser atractivo y encantador. Digo, no soy un modelo de revista, pero tampoco estoy tan mal. De repente, vino a mi mente el extraño sueño que había tenido esa noche. Un sueño verdaderamente extraño. No soy supersticioso, pero mamá siempre hablaba del significado de los sueños. Nunca he creído en eso, simplemente pensé qué significaba todo esto, quiénes eran esas personas.

A pesar de que el sueño había sido largo, no había visto sus rostros. Estaba pensando cuando algo frío y húmedo me hizo volver a la realidad.

Me pregunto cuánto tiempo había estado en trance, que no me había dado cuenta de que el lavamanos se había llenado y el agua se estaba derramando.

—Maldita sea —dije enfadado—. Ahora tengo que limpiar todo este reguero de agua. Todo por pensar en tonterías. Con lo tarde que es. Además, ¿qué significado podrá tener ese tonto y absurdo sueño? ¿Cuántas veces había soñado con alguna tontería y nunca le había puesto atención? No tengo por qué hacerlo ahora.

Bajé al cuarto de limpieza por un trapeador. Venía de regreso a mi habitación, cuando me encontré con mi madre.

—¿Adónde vas con eso? —preguntó.

—¡Oh! Es que se botó el agua en el baño y voy a limpiar.

Me miró y se quedó pensando un rato, y luego preguntó:

— ¿Cómo es que se botó el agua?

Dudé un poco al contestar:

—Es que no cerré bien la llave del lavamanos y se derramó el agua.

¡Brillante respuesta! Simplemente no se me ocurrió algo mejor; como mentir, por ejemplo, y decir que iba a limpiar mi cuarto. Pero claro, eso iba a ser menos creíble, ya que nunca limpiaba mí cuarto y hoy mucho menos lo haría.

—¡Claro! Pues apúrate, porque tu padre te está esperando para ir a la ferretería.

¡Rayos! Se me había olvidado que iba a acompañar a papá a comprar material para reparar el agujero que había en el techo del garaje y reforzar las puertas y ventanas, ya que se aproximaban las fiestas del pueblo y no quería que alguien se metiera a la casa. Además, le habían dado vacaciones en su trabajo, así que en algo tenía que gastar el tiempo.

Corría por las escaleras rápidamente, cuando mi madre gritó:

—Tu padre te está esperando, vístete y baja a desayunar. Yo limpio.

Mi madre era la mejor del mundo. Sin dudar, busqué rápidamente algo que ponerme. Unos jeans y mi playera favorita, que había sacado de la basura más de una vez, ya que mi madre se quería deshacer de ella. Me puse mis tenis sin calcetas y tomé la gorra para esconder mi alborotada cabellera. Ya no tenía tiempo de peinarme. Luego bajé a gran velocidad.

Mi padre ya me esperaba en el auto frente a la casa. Me miró con ojos de desesperación. Yo le sonreí y me dirigí a la cocina. Tomé un poco de leche directamente de la caja, tomé un sándwich de los que había preparado mi madre y caminé hacia afuera.

—En un momento regresamos —le grité a mamá, quien no respondió.

Ella debía de estar en mi habitación, limpiando mi desastre en el baño y acomodando mi cuarto.

Me subí al auto, que ya mi padre había encendido, y nos dirigimos a la ferretería.

—Otra vez te acostaste tarde viendo tus películas triple equis.

Lo miré desconcertado.

—Papá, claro que no.

Él se empezó a reír y yo me sonrojé un poco.

—¡Oh, tranquilo, hijo! Y dime, ¿cómo vas con Nathaly? —preguntó.

Nathaly era mi novia. Una niña realmente encantadora, la más linda de toda la escuela. Ella estudiaba en el salón de enfrente, en la especialidad de Humanidades. Además, era la capitana del grupo de porristas. Más de una vez yo me había preguntado cómo es que se fijó en mí. Y pronto tendría la respuesta a esa pregunta.

—¡Muy bien, papá —respondí.

—Me da gusto, hijo —añadió.

—Por cierto, hoy en la noche iremos al cine. Hay una nueva película en cartelera, muy buena. Espero que terminemos temprano de reparar el garaje.

—No te preocupes. Si no terminamos hoy, continuamos mañana —me dijo mientras me guiñaba un ojo.

—O-key —dije sonriendo.

Mi padre era además un gran amigo, mi cómplice y mi confidente. Siempre tenía un consejo, una respuesta a mis dudas. También era muy divertido, me la pasaba súper bien con él. Aunque se la pasaba muy ocupado por su trabajo, siempre dejaba tiempo para mi mamá y para mí.

El camino se me hizo bastante corto platicando con papá. Estaba a punto de contarle sobre mi loco sueño, cuando alguien más intervino en nuestra conversación.

—Tomás Diaz mi viejo amigo. Ese milagro, que te dejas ver.

Era el señor de la Torre, un gran amigo de papá.

—Carlos de la Torre, ¡cuánto tiempo sin verte, amigo! Estás más viejo — bromeó papá.

—No todos llevamos la misma vida que tú, viejo. ¿Qué te trae por acá?

—¡Oh! Vine a comprar unas cosas para reparar el techo del garaje.

—¡Ah! Y vienes con el cachorro —dijo De la Torre dirigiéndose a mí.

Me enfurecía que me llamara así. No soy un perro.

—Hola, Alex.

Fingí una sonrisa y saludé con la mano. Volví la mirada hacia el otro lado. Sabía que esa conversación iba para largo; tenía que pensar en qué distraerme. Tenía cerca la sala de videojuegos, el restaurant, el puesto de revistas. Comprar el periódico o una revista no me agradaba mucho, así que descarte esa posibilidad.

—¡Oh, por Dios! —murmuré—. El nuevo disco de Green Day.

La tienda de discos ya estaba abierta. Era algo extraño, pues siempre abrían por las tardes. Abrí la puerta del coche y me dirigí a la tienda.

Papá estaba tan distraído con la conversación que no se dio cuenta cuando salí. Ese disco lo había estado esperando por semanas y, sin duda, iba a ser mío.

Entré a la tienda y saludé. Empecé a buscar entre la amplia colección de discos que había, de todos los géneros y para todos los gustos. La última vez había estado aquí no había tantos.

—¿Buscas algún disco en especial? —preguntó el vendedor.

—¡Ah sí! El nuevo álbum de Green Day.

—Excelente banda —dijo.

—Así es. La mejor —respondí—. ¿Por qué abrieron tan temprano? Siempre lo hacen en las tardes —pregunté.

—Ah, es que hoy es fin de semana —respondió—. Además, como ya vienen las fiestas del pueblo, la próxima semana, ya están llegando los turistas.

—¡Ah, sí! —respondí confundido.

—Así es amigo. No me sé el chisme completo, pero dicen que anoche llegaron unos extranjeros al pueblo.

—¿Anoche? —pregunté aturdido.

—Así es. ¿Sabes de la cabaña que está abandonada a la salida del pueblo, en el bosque cerca de la montaña?

—Sí, he escuchado hablar de ella —respondí.

—Ah, pues ahí se están quedando.

—¿Qué? —respondí asombrado.

Miles de historias de terror giraban alrededor de esa cabaña; secuestros, asesinatos, homicidios, leyendas sobre brujas, etcétera. ¿Qué persona, en pleno uso de sus facultades mentales, se hospedaría ahí? Algún aventurero o un loco psicópata; este último era más razonable. En el pueblo no había muchos hoteles, pero los tres o cuatro existentes eran bastante buenos y cómodos; al menos mucho mejores y mucho más cómodos que una cabaña abandonada, llena de ratas.

—¡Exacto! —continuó el vendedor—. Dicen que llegaron como a las cuatro de la mañana.

—¿Y cuántos son? —pregunté.

—Son cinco —respondió él—. Son algo extraños. Eso me dijo mi primo, que los acompaño hasta la cabaña. Tienen un aspecto fantasmal.

De pronto el sueño que había tenido esa noche vino a mi mente de nuevo. Pero esta vez sus voces eran más pronunciadas, como campanadas dentro de una dulce melodía. Las imágenes eran más coloridas, pero aún no veía sus rostros. Sus ropas cubrían todo el cuerpo, como si se cubrieran del sol. Vi la mano de uno de ellos; su piel era pálida, como muerta. Entonces vino a mi mente la imagen mía que había visto en el espejo esa mañana. Era del mismo color, como un muñeco de cera. Ese recuerdo me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, además de un gran vacío. Fue una sensación bastante extraña.

—¿Estás bien? —repitió varias veces el vendedor.

—Sí, no pasa nada —respondí algo aturdido —. Tengo que irme.

Salí de la tienda. Cuando iba caminando hacia donde estaba estacionado el coche, sonó mi celular. Era Nathaly.

—¡Hola, amor! ¿Cómo estás? —pregunté.

—Muy bien —respondió—. Solo te llamo para decirte que no voy a poder ir al cine como quedamos. Mi mamá se ha sentido un poco mal y no quiero dejarla sola.

—¿Todo bien? —pregunté.

—Sí, no te preocupes —respondió—. Te veo mañana, ¿vale? Yo te hablo para ponernos de acuerdo.

Y colgó antes de que yo pudiera decir algo.

La noté algo extraña, como si algo anduviese mal.

“Creo que el que anda mal soy yo”, pensé y seguí caminando.

Cuando llegué al auto, mi padre ya me estaba esperando. El señor de la Torre le había ayudado a comprar el material que necesitaba.

Durante el camino, no dije nada; ni mi padre preguntó algo. Todo fue silencioso. Mi mente estaba ocupada en la pesadilla que había tenido esa noche, y trataba de buscar alguna relación con los recién llegados al pueblo, esos extraños que se habían hospedado en la cabaña abandonada a kilómetros del pueblo. Quiénes eran, de dónde venían, qué querían y por qué querrían estar en ese lugar abandonado. Cientos de preguntas comenzaron a invadir mi mente, y a ninguna de ellas le encontré respuestas.

Llegamos a casa. Me bajé del auto y me dirigí hacia dentro, mientras mi padre recibía el material y checaba que no faltara nada.

Mi madre ya había preparado la comida, pero yo no tenía hambre. No tenía ánimos de nada. Crucé la sala y me proponía subir las escaleras para ir a mi cuarto, cuando mi madre me llamó:

—¿No vas a comer?

—En un momento bajo —respondí.

Llegué a mi habitación y puse el disco de Green Day que había comprado en la mañana. Subí el volumen no muy alto y me acosté en la cama. Abracé la almohada y cerré los ojos con la intención de poder dormir un poco. A lo mejor eso era lo que me hacía falta. Me dejé arrullar por la música y puse mi mente en blanco, tratando de relajarme y concentrarme en un profundo sueño. Después de algunos minutos, lo logré. Me sumergí en la inconsciencia para caer otra vez en el mismo sueño, como si alguien se encargara de repetirlo una y otra vez; como si alguien, a kilómetros de aquí, supiera que yo lo estoy sintiendo. ¿Acaso quería decirme algo? Pero ¿qué? ¿Qué significaba todo esto? De pronto, todo se volvió oscuro y no supe más.

El tiempo pasó bastante rápido. La tarde pronto se volvió noche. Cuando desperté, todo estaba oscuro. Las luces de la ciudad ya se habían encendido. El aire frío entraba por la ventana abierta. Miré el reloj: Ocho de la noche. ¿Qué estaba pasando? Otra vez me había dormido. El tiempo pasaba demasiado rápido. En realidad, ¿qué me estaba pasando? ¿Acaso me estaba volviendo loco? ¿Qué rayos estaba sucediendo?

Traté de quitarme esas ideas absurdas de la cabeza y me dirigí a la regadera. El agua fría me despertó de golpe y un alivio recorrió mi cuerpo. Salí del baño con la mente mucho más despejada. Más tranquilo, me vestí, arregle mi cabello, me puse loción y baje a la cocina en busca de algo para comer. Me moría de hambre; prácticamente no había comido en todo el día, así que en mi estómago había una gran batalla.

Mis padres estaban en la sala viendo la televisión. Fui a la cocina directo al refrigerador, saqué unas milanesas de pollo y un poco de arroz, y los metí al microondas. Tomé el vaso más grande que encontré y lo llené de jugo. De pronto, me pareció ver una pequeña niña frente al jardín, detrás de los rosales que mamá tenía tan bien cuidados. Me proponía averiguar, cuando el timbre del microondas comenzó a sonar indicando que la comida ya estaba lista. Saqué el plato y lo puse sobre la mesa, y me dirigí a la ventana para averiguar mi extraña visión; pero no había nada detrás de los rosales, solo el viento soplando delicadamente las rosas. Regresé a la mesa, tomé el plato y el vaso de jugo, y continúe hacia la sala donde mis padres veían la televisión. Me senté a un lado de mamá, coloqué el vaso en el piso y el plato sobre mis piernas.

—¡Vaya! Hasta que despertó el pequeño durmiente —dijo mi madre.

Sonreí incrédulamente.

—¿Estás bien? —continuó mamá.

—Sí, no te preocupes —respondí.

Papá seguía concentrado viendo su programa favorito, una serie estadounidense sobre asesinatos. Cuando veía ese programa no había poder humano que le hiciera despegar los ojos del televisor ni que pudiera calmar sus emociones.

—¿Planes para esta noche? —preguntó mamá.

—Los tenía. Iba al cine con Nathaly, pero su mamá enfermó y ella los canceló.

—¿Su mamá, enferma? —preguntó sorprendida.

—Así es, ¿por qué? ¿Alguna noticia al respecto?

—No —respondió.

—Entonces, ¿qué pasa? —pregunté.

—Es que hace un momento la vi en el súper, y no parecía enferma… Quizá ya está mejor. Eso ha de ser —dijo mamá.

—Bueno, voy a lavarme los dientes. Le hablaré a Nathaly para saber cómo están las cosas, y luego le marco a Fabián para ver si salimos un rato.

Coloqué los platos en el fregadero y subí a mi cuarto. Traté de llamar a Nathaly, pero al parecer tenía su celular apagado; en su casa nadie respondía, como si no estuvieran ahí. Después de insistir un buen rato, decidí marcarle a Fabián.

Fabián era mi mejor amigo desde la primaria. Habíamos estudiado juntos la secundaria y decidimos estudiar la misma área en la prepa. Por suerte nos tocó el mismo salón, ya que había dos grupos por cada una de las cinco áreas existentes en la escuela. Juntos habíamos vivido las mejores aventuras. Era un gran amigo, sabía escuchar y dar muy buenos consejos. Era muy comelón, comía a más no poder. Tanto que invitarlo a dar una vuelta requería pasar por un restaurant de comida rápida. Pero necesitaba hablar con él, necesitaba contarle sobre mi extraño sueño que ya se había convertido en una pesadilla. Tal vez él tendría alguna explicación al respecto, o al menos me distraería un rato, y dejaría de pensar en tonterías.

Le marqué a su celular y me contestó rápidamente. Parecía que estaba esperando mi llamada o no tenía otra cosa mejor que hacer. Sabía que no se iba a negar y así fue. Nos veríamos en veinte minutos en la sala de juegos frente al parque.

Miré por la ventana y, al parecer, estaba comenzando a bajar la temperatura, así que tomé mi chamarra de piel. Era mejor ir preparado. Bajé las escaleras y me despedí de mamá, ya que papá seguía concentrado en la televisión.

—Regreso en un rato, voy con Fabián a dar una vuelta. No me tardo.

—O-key —accedió mamá—. No llegues muy tarde.

—No te preocupes. No tardo.

Al salir, el aire frío me congeló hasta el alma. En verdad había bajado la temperatura como a unos cinco grados. Crucé la calle y comencé a correr, así llegaría más rápido y me serviría para entrar en calor; no quería congelarme.

Al parecer, el cambio de clima había obligado a todos a quedarse en sus casas porque las calles estaban desiertas, como un pueblo fantasma. Mirar el ambiente tan solitario me dio escalofríos. Así que apresuré mi paso. Al llegar a la calle principal, al ambiente cambió. Había más gente, aunque parecían zombis. El frío que comenzaba a descender esa noche era bastante fuerte. Las personas caminaban como tiesas, con los brazos enredados frente a su pecho. La neblina era bastante densa. Iba caminando con la mirada clavada en el piso para evitar que el aire diera directamente a mi rostro, cuando alguien haló mi chamarra por la espalda.

—¿Qué onda, brother? ¿Adónde vas?

Pero mi reacción fue algo brusca, a la defensiva, o más bien de miedo.

—¡Tranquilo! ¿Qué pasa? Soy yo, Fabián.

—Me asustaste, imbécil —respondí algo enojado.

Algunas personas que estaban en el lugar comenzaron a reírse por mi reacción.

—¡Órale! Bájale a tu humor, andas bastante irritable —me dijo con un tono burlón.

—¡Oh! Discúlpame, lo siento. Es que…

—No te preocupes —me dijo antes de que terminara lo que iba a decir—. Vamos a sentarnos y me cuentas lo que te pasa. Además, no quiero congelarme con este frío de los mil demonios que está haciendo.

Nos sentamos hasta el fondo, en una de las últimas mesas, para evitar que el frío llegara a nosotros. Fabián pidió una hamburguesa con papas y un refresco grande.

—¿Un refresco? —pregunté sorprendido—. Con el frío que está haciendo.

—¿Qué? No me voy a comer una hamburguesa con café, ¿verdad? ¿O sí? —preguntó.

—Supongo que no, o eso creo —accedí.

—Bueno, ¿me vas a contar qué te pasa o seguirás opinando sobre mi menú?

—Tienes razón.

—Sí que la tengo —respondió.

—Verás, anoche tuve un sueño bastante extraño.

—¿No vas a pedir nada? —me interrumpió.

— Un café americano, solo eso.

—Bien, ¿qué pasa con ese sueño? —dijo continuando con la conversación.

—Anoche, ya casi en la madrugada, tuve un sueño bastante extraño; cinco personas llegaban al pueblo. Eran bastante extrañas. Sus voces eran como una dulce canción y su piel como muñecos de cera. No vi sus rostros, pero eran diferentes, había algo diferente en ellos, no sé qué, pero…

—¿Algo más, chicos? —interrumpió el mesero con la orden que se había hecho.

—No, solo eso —dijo Fabián—. Continúa —dijo refiriéndose a mí.

—Estaba profundamente concentrado en eso cuando mi madre me despertó. Ya eran las nueve de la mañana.

Fabián escuchaba sin interrumpir mientras devoraba su gran hamburguesa. Eso me gustaba de él, escuchaba sin interrumpir, pero luego sería su turno de hablar.

—Me levanté y fui al baño a lavarme la cara. Entonces vi mi rostro en el espejo; mis ojos eran diferentes, mi piel era pálida, casi transparente. Después acompañé a papá a comprar unas cosas y, mientras él compraba, yo fui a ver unos discos. El chavo que atiende comenzó a contarme sobre los turistas que llegaron durante la noche. El sueño volvió a mi mente. Hoy me dormí toda la tarde y el mismo sueño. Como si alguien me estuviera informando algo, o me quisiera decir algo. Luego Nathaly está muy extraña, como si me estuviera ocultando algo, no sé. Estoy confundido. Ya sé lo que estás pensando que estoy loco, pero…

—No, no, claro que no, amigo. Lo de tu sueño sí que es extraño, pero no creo que tenga relación con los turistas que llegaron al pueblo. Ellos solo vienen de paso. Cuando las fiestas del pueblo terminen, ellos se irán; y como ellos, llegarán muchos al pueblo durante los próximos días. Así que tranquilo.

—Tienes razón —respondí mucho más tranquilo.

Sabía que hablar con mi amigo me tranquilizaría.

—Tu imagen en el espejo solo fue un espejismo —dijo muy serio, y luego soltó la carcajada—. Un espejismo. A lo que me refiero es que solo fue tu imaginación, producto del sueño que habías tenido. Además, ya vas a cumplir dieciocho, es normal que comiences a verte diferente. Pronto seremos mayores de edad —dijo con gran alegría.

Era verdad, dentro de dos meses más iba a ser mayor de edad.

—Pero con respecto a Nathaly… —dijo y me miró algo serio.

Conocía esa mirada, su comentario iba a ser fuerte.

—Siempre he dicho que oculta algo —prosiguió—. Lo sabes, no me inspira confianza.

A mi amigo nunca le ha hecho gracia que yo anduviera con Nathaly. Pensaba que solo me iba a lastimar, y que el único perjudicado iba a ser yo. Estábamos en la discusión, cuando la cara de Fabián cambio de disgusto a repulsión.

—¿Qué pasa? —pregunté confundido

—Ahí viene tu gran amigo Daniel —dijo.

Daniel era el capitán del equipo de futbol de la escuela. Se creía la gran cosa. Era el típico galán por el que todas mueren; ojos verdes, buen cuerpo y un auto de lujo. Era hijo del señor Riquelme, uno de los ganaderos más importantes del estado, y su rancho estaba ubicado, precisamente, a unos dos kilómetros del pueblo.

Jamás le había dirigido la palabra, hasta que comencé a salir con Nathaly dos meses atrás. Eran muy buenos amigos, ambos capitanes. Nathaly del equipo de porristas, y Daniel del equipo de futbol. Los más populares de toda la escuela, por eso a todo mundo le sorprendió cuando yo comencé a salir con Nathaly. A mí mismo me sorprendió. Pero él no era mi amigo, apenas y habíamos cruzado algunas palabras.

—Me pregunto qué querrá.

—Molestar, como siempre —dijo Fabián contestando a mi pregunta.

—¡Hola, chicos! ¿Cómo están? —preguntó Daniel.

Iba acompañado de sus inseparables amigos: Carlos y Luis.

—Bien —respondí, algo incrédulo.

—¿Por qué esa cara de tristeza? ¡No me digas que Nathaly ya te lo dijo!

—¿Decirme que? —pregunté algo irritado.

—No, no, no puede ser. Porque si lo hizo, ella pierde —dijo como si pensara en voz alta.

—¿Decirme qué? —insistí.

Pero Luis intervino, como intentando corregir algo:

—No, hoy se cumplen los dos meses. Exactamente hoy.

—Es verdad —dijo Daniel—. Hoy se cumplen. ¡Vamos! Tenemos que hablar con ella. Adiós, chicos —y salieron rápidamente.

Yo me quedé inmóvil, sin decir nada, ni contestar su saludo de despedida.

—¿De qué hablaban estos locos? —preguntó Fabián.

—No tengo ni idea, pero algo se traen —respondí.

—Eso está claro —concordó Fabián.

—Es mejor que nos vallamos, ya es algo tarde. Te llevo —dijo Fabián—. Papá me prestó el auto.

—Me parece bien —accedí—. No tengo ganas de caminar.

Íbamos rumbo a mi casa cuando recordé algo.

—¡Hoy cumplimos dos meses! —grité tan fuerte que Fabián detuvo el auto.

—¿Dos meses de qué? ¿Con quién o qué? —preguntó aturdido.

—Con Nathaly. Hoy cumplimos dos meses. Esa era la razón por la que íbamos a salir esta noche, celebrar nuestros dos meses de novios. Pero su mama enfermó y se canceló. Tengo que llamarle.

Continuamos el camino. Fabián no dijo ni una solo palabra, como si no quisiera decir algo que fuera a herirme. Sabía que yo era muy sensible y él, muy cobarde cuando de lastimar a alguien se trataba. No pregunté qué le pasaba, no quise presionar; sabía que tarde o temprano terminaría por decírmelo. Llegamos a casa y se estacionó enfrente.

—Nos vemos mañana, y gracias por escucharme.

—¡No te preocupes! —dijo un poco triste—. Para eso estamos los amigos.

Sabía que algo quería decirme y no se atrevía, pero no pregunté.

—¿Vas a ir mañana a practicar rapel? —preguntó.

Todos los fines de semana solíamos escalar la montaña en el Parque Nacional Cofre de Perote.

—Tal vez, en la tarde —respondí—. Por la mañana ayudaré a papá a reparar el techo del garaje. Si gustas, vamos en la tarde.

—¡Perfecto! ¿Te parece a las cuatro en el parque?

—Me parece bien —accedí—. Pero mejor yo te hablo para confirmar.

Nos despedimos. Yo entré a casa y me dirigí a la cocina por un poco de agua. El intenso frío me había resecado un poco la garganta. Abrí la llave y llené un vaso. Me estaba tomando el agua cuando algo me exaltó, por lo cual dejé caer el vaso al piso.

Una persona estaba frente a la ventana, una persona con las mismas características de las que había visto en mi sueño. Estaba frente a mí, a unos cuantos pasos. Me froté los ojos con las manos, y cuando volví la mirada ya no estaba, se había ido. Abrí la ventana y no había ni rastro de que alguien hubiese estado ahí. No se escuchó ni un solo ruido. Entonces volví a cerrar la ventana.

Me dirigí a mi cuarto, subí despacio para no hacer ningún ruido que despertara a mis padres. Entré a mi cuarto y encendí la luz. Miré a través de la ventana la silenciosa noche, se veía bastante apacible. Las luces se veían opacas bajo la neblina que cubría la ciudad con su blanco manto. Miré sus calles desiertas. Verdaderamente terrorífico. Bajé las cortinas y procedí a acostarme. A pesar de que había dormido toda la tarde, aún tenía sueño. Ya eran cerca de las doce de la noche.

Apagué la luz y cerré los ojos, concentrándome en dormir, pero no fue así. Mi mente se cubrió de dudas e incertidumbre. Esta vez no era sobre el extraño sueño de la noche anterior, sino sobre Nathaly. ¿Por qué estaba comportándose de esa manera? ¿Qué ocultaba? ¿Acaso me había mentido con lo de su mamá para no verme? ¿Por qué no contestaba el teléfono? ¿A qué se refería Daniel con lo de los dos meses? ¿Acaso algún tipo de apuesta? Pero ¿sobre qué?

Mil interrogantes aparecieron, desgarrando el alma; como filosas garras de un tigre sobre la sensible piel de su presa. Tenía que hablar con ella, tenía que darme muchas explicaciones. Solo ella tenía las respuestas a todas las interrogantes que había. No podía conciliar el sueño. Solo daba vueltas en la cama, de un lado a otro. Todo indicaba que iba a ser una larga noche, pero una dulce voz en mi inconsciencia me arrullaba, relajando cada pequeño musculo de mi cuerpo. No me pregunté qué pasaba o qué era esa voz; solo me dejé llevar por la dulce melodía de cuna en mi inconsciencia. Mañana tendré mucho tiempo para pensar, así que accedí y me quedé profundamente dormido.

Durante el resto de la noche no desperté, sino hasta el amanecer. A diferencia del día anterior, desperté temprano, a las siete de la mañana, y bastante relajado. No hubo pesadilla alguna o rastro del sueño de la otra noche. Me levanté de la cama y fui a encender el calentador del baño. Un regaderazo me caería muy bien. Mientras se calentaba el agua, me puse a hacer un poco de ejercicio. Había descuidado la rutina ya varias semanas y me hacía falta ejercitar los músculos. No quería perder lo ganado, ya que me había costado muchísimo.

Terminé de realizar las cinco rutinas de quince repeticiones cada una, busqué mi ropa y me dirigí a la regadera. Solo por curiosidad, me detuve frente al espejo para ver si mi piel o mis ojos estaban como la imagen que se había reflejado la mañana anterior. Pero no, mi piel seguía como siempre. Tal vez Fabián tenía razón, ya pronto cumpliría los dieciocho años; algunos cambios tendrían que ocurrir. Así que ya no le di mucha importancia a lo ocurrido y entré a la regadera.

Sentir el agua sobre mi piel me provocó una extraña sensación. Acaricié mi pecho con la yema de mis dedos y sentí como si una descarga de corriente eléctrica recorriera todo mi cuerpo. Un extraño deseo invadió mi ser, como si todo estuviese conectado en una misma sintonía, despertando algo más que mi curiosidad. Una sonrisa de oreja a oreja cubrió mi rostro. Sabía que todo esto era normal, pero creo que a los dieciocho iba a ser peor. Ese cambio llegó bastante inesperado. Solté una carcajada.

Salí del baño, me vestí con la ropa que había sacado del closet —un pants y una playera sport— y mis tenis viejos. Me habían gustado tanto que, a pesar de que ya estaban agujerados, había decidido no tirarlos aún. Salí de mi cuarto, bajé las escaleras y me dirigí a la cocina donde mi madre preparaba el desayuno.

—Buenos días. ¿Qué desayunaremos hoy? —pregunté.

—Huevos revueltos —dijo mamá.

Puse cara de desaprobación, ya que no se me apetecían los huevos; pero no dije nada.

Tomé la caja de cereal y serví un poco. Luego vacié un poco de leche, corté un poco de fruta y me dirigí a la sala para ver la televisión. Estaba por terminar el noticiero y se escuchó la última noticia:

—Asesinan a tigres en el African Safari de Tecamalucan, Puebla. Esta mañana los cuidadores encontraron tres tigres muertos en sus jaulas. El reportaje con nuestro corresponsal Juan Carlos. Adelante, Juan.

―Así es, amigos del auditorio. Esta mañana fueron encontrados tres tigres blancos muertos dentro de sus jaulas. Los cuidadores no se explican tal suceso. Y es que, quienes cometieron semejante atrocidad deben estar completamente locos, ya que los animales presentan dos pequeños orificios en el cuello y prácticamente ni una sola gota de sangre. Las autoridades sospechan que esta atrocidad fue cometida por algún tipo de secta con motivo de algún ritual. Pero lo más sospechoso es que ninguno de los cuidadores se dio cuenta y no se encontró ninguna huella del culpable. Reportando desde Tecamalucan, Puebla, para FC Noticias.

—¡Vaya que el mundo está cada vez más loco! ¿Quién podría ser capaz de cometer semejante atrocidad? —pensé en voz alta, lo suficiente como para que mamá me escuchara.

—Alguien sin oficio y sin nada mejor qué hacer —dijo mamá—. Hay mucha gente así, hijo. Hoy en día hay que tener cuidado hasta de la gente con la que convives.

—¿Y papá no piensa bajar?

—Tu padre fue al pueblo por unas cosas que le faltan para la protección de las ventanas.

—¿Tan temprano que no me pudo esperar? Yo le hubiese acompañado —dije algo indignado.

Cuando él estaba aquí, trataba de pasar el mayor tiempo posible con él. Además, ya pronto regresaría a trabajar y lo vería solo cada quince días.

—Ya lo conoces. Además, en la tarde saldrá de caza con su amigo Carlos así que debe apurarse si quiere terminar hoy.

—¡Oye, mamá! Cambiando de tema, ¿qué sabes de los extranjeros que llegaron ayer al pueblo?

— ¿Cuáles? No me he enterado, hijo. ¿Quién te dijo eso?

—El chavo de los discos. Ayer cuando acompañé a papá por el material para la reparación del garaje, pasé por la tienda y me dijo habían llegado cinco personas al pueblo. Dice que llegaron en la madrugada. Pero lo que me sorprendió fue que se están quedando en la cabaña abandonada cerca del bosque. ¡Qué extraño! ¿No crees?

—Pues sí, pero son turistas. A lo mejor de esos aventureros a los que les gustan las aventuras extremas o algo así.

—Tienes razón. Para qué preocuparse. Mejor desayunemos; ya tengo hambre.

La mañana transcurrió rápidamente. Papá regresó, y después de desayunar, le ayudé a colocar las protecciones en las ventanas. Yo había hecho planes para esta tarde, así que me quedaría en casa con mamá, mientras papá iba de cacería con su amigo.

Durante toda la tarde me la pasé acostado en el sofá, frente al televisor, viendo películas. Bueno, a medias, porque me quedé profundamente dormido. Cuando desperté, mamá preparaba la cena y papá ya se había ido de cacería. Fabián no había llamado, seguro había salido con su familia a algún lado.

Subí a mi cuarto y, sobre la cama estaba mi uniforme ya planchado, listo para ir al colegio la mañana siguiente. Aunque no podía decir los mismo de mi mochila; todos los libros, cuadernos y lapiceros estaban regados sobre el sofá, y la mochila debía estar tirada por algún rincón de la habitación.

Eterno amanecer

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