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II: Diosas y dioses

“¡Oh, gran cosmos!

¿Por qué tanto mito y misterio

cuando se puede explicar abiertamente todo?”

“Porque lo aprendido, descubierto y descifrado,

vale más que la creencia y lo regalado.”

Buena parte de lo que hoy en día sabemos sobre la mitología griega se lo debemos a un singular poeta, Hesíodo (autor de La Teogonía, un poema de noventa páginas que relata la formación del mundo y de sus dioses), del que se calcula que vivió alrededor del año 700 antes de nuestra era, aunque no se tiene la certeza exacta, y que es considerado por muchos estudiosos como el primer filósofo presocrático, porque en otros de sus escritos, Los trabajos y los días, observa el sentido de la vida humana a través del trabajo, el ser productivo más allá de los mitos y creencias primitivas, que Hesíodo intenta ordenar, sin demasiado éxito para algunos, de manera cronológica, entre otras cosas, porque la concepción de tiempo y espacio, calendario y ciclos de la naturaleza, no son los mismos para nosotros que para los antiguos habitantes de Anatolia o Grecia.

Homero, con más dudas sobre su existencia y datación de nacimiento, e incluso sobre su autoría particular, es anterior a Hesíodo, pues ya en el siglo VIII, anterior a nuestra era, aparecen los textos de la Ilíada y la Odisea, poemas sobre las aventuras de Odiseo (Ulises para los romanos) y la mítica toma de Troya, con referencias mitológicas al Averno, al Tártaro, a los cíclopes, a las sirenas y, sobre todo, a los dioses, dándolos por hecho, sin referencias históricas o mitológicas, como si siempre hubieran estado ahí y todo el mundo los reconociera.


Posible busto de Hesíodo

La tradición oral, y posiblemente otros escritos perdidos sobre mitos y leyendas micénicas, egeas o griegas, nutren a ambos poetas.


Posible busto de Homero

Los versos de Hesíodo y Homero han llegado hasta nuestros días sin perder su esencia, a pesar del tiempo, las diferentes concepciones culturales y las traducciones, ya que ambos fueron escritos en copto, o griego antiguo, para pasar a ser interpretados por todas las lenguas escritas del mundo antiguo y moderno.

La religión griega no cuenta con un texto sagrado como la Biblia o el Ramayana, ni con preceptos de premios y castigos como Los Vedanta, aunque sí con valores sobre la moral, la ética y la eterna lucha del bien contra el mal, más en lo divino que en lo humano, y si bien no promete una trascendencia para las almas mortales (su Averno es lúgubre y triste, y hay que pagar para llegar a él), en ciertos casos y para héroes, como Aquiles, Teseo y Perseo, y para semidioses como Heracles (Hércules para los romanos), sí reserva un lugar en el Olimpo.

La teogonía

En el principio solo existía el Caos. Antes del caos, la nada era el todo y el todo, lanada. Poco a poco, el caos fue cediendo ante el empuje del cosmos.

El cosmos no solo es el universo, sino la belleza, la ética, el equilibrio, la armonía, la felicidad, la seguridad, el orden, la unidad, y está más allá de todas las cosas y de toda comprensión humana, porque es en sí mismo lo creado y la creación, el poema de la poesía que da lugar y sentido a la existencia eterna y a la vida mortal, a los dioses y a todos y cada uno de los seres visibles e invisibles, de lo que es, ha sido, puede ser y será, el destino mismo que no interfiere en el destino de los demás.

El cosmos comprensible es el orden universal, que crea el tiempo, el espacio y el equilibrio entre los cuerpos celestes, mientras que el caos es la destrucción, el cambio y el renacimiento.

El cosmos escoge a Gea, la tierra, para el asiento de los dioses.

Del cosmos nace Eros, el amor divino que une a los astros, pero del caos nacen la oscuridad (Erebo) y la noche (Nix).

De la unión de Erebo y Nix nace el luminoso Éter y Hemera (el día), así como las Hespérides, guardianas de los secretos de la naturaleza.

Tras ellas vienen Némesis, la venganza, e Iris, la discordia.

Y, finalmente, el Hades infernal, para los seres menores, y el Tártaro, peor que el infierno, para los seres mayores que contravengan el orden.

Dentro del cosmos nace el primer Cronos, el tiempo, y se origina lo que conocemos como universo, e incluso como multiverso.

Primera dinastía, Uránidos

Gea crece, se asienta, tiene relaciones con Eros y empieza a dar a luz a diferentes seres como a Ponto, el mar, los bosques y las montañas, con el inaccesible Olimpo de fondo, y de entre todos ellos da a luz al segundo Cronos, o Urano, el cielo (no al planeta), del cual se enamora y se une a él en matrimonio.

Con Cronos hay cierta confusión, ya que en algunos textos Urano y Cronos son el mismo, incluyendo al Saturno romano, al que Goya pinta devorando a sus hijos, con lo que hay un Cronos abuelo que deviene del cosmos, un Cronos marido de Gea, y un Cronos hijo y nieto que castra a su padre, a su abuelo o a sí mismo, para ser engañado más tarde por Zeus y sufrir él mismo una castración, y de esta manera su hijo y bisnieto, Zeus, le arrebatará el Olimpo.

Gea también da a luz a seis titanes, Océano, Ceo, Crio, Hiperión, Janto y Cronos, que va a castrar a Urano, el cual no permite que el tiempo avance y devora a sus hijos para que no le quiten el reino de los cielos; y a seis titánidas, Tetis, Tea, Temis, Mnemosina, Febe y Rea, con la cual se casará su hermano Cronos.

La maternidad de Gea es extensa, pues también es madre de los tres cíclopes, Brontes, Astérapes y Argos; de los tres hecatónquiros (los de las cincuenta cabezas y los cien brazos), Briareo, Coto y Giasa; y de muchos otros seres más o menos espectaculares, como los gigantes inmortales, o las tres Parcas, pero no aún de los humanos.

Segunda dinastía, Crónidos

Los titanes Cronos y Rea se divinizan en su unión y tienen numerosa descendencia: Hestia, Deméter y Hero, las hijas; Hades, Poseidón y Zeus, los hijos.

Todo es armonía en el cosmos durante milenios, pero Cronos padece los mismos miedos de sus ancestros e intenta mantener el poder divino a toda costa, y para ello planea deshacerse de sus descendientes, pero Zeus, el menor de todos, lo engaña, lo manda directamente a las estrellas, o lo mata castrándolo, y usurpa el trono del Olimpo, mientras Gea tiene sus últimos partos: Atenea, Hera, Apolo, Hefaistos (o Hefestos),Artemisa y Afrodita, que nace del amargo semen marino que Cronos deja en el Ponto.

Hesíodo hace todos los esfuerzos posibles para establecer la genealogía y la cronología de los hechos divinos, pero no siempre lo logra, y tanto sus traductores, otros autores, y las leyendas populares al respecto, no ayudan demasiado a dilucidarlas, todo ello sin tomar en cuenta que por la época en que nacen dichas leyendas, la promiscuidad y el incesto, la homosexualidad y la zoofilia, y otras cosas que hoy escandalizan y ofenden a la moral, carecían de marcador social negativo, con lo que una nieta podía ser madre de sus propios bisnietos, hermana de su esposo, o hija de su amante, así como casarse con un río, una emoción, un titán o un monstruo, lo que dificulta un poco más nuestro sentido del espacio y de las relaciones familiares.

Tercera dinastía, Olímpicos

Tras usurpar el trono de su padre, Zeus tiene que luchar contra titanes, gigantes, cíclopes y similares, e incluso contra sus propios hermanos, Hades y Poseidón. Con Poseidón llega a un acuerdo tras delegarle los mares, pero con Hades, no, al que manda al Averno por no poder encerrarlo en el Tártaro, y con quien seguirá teniendo problemas y diferencias a lo largo del tiempo.

Los olímpicos, Atenea, Hera, Apolo, Hefestos, Artemisa y Afrodita, encabezados por Zeus fijan su hogar en el Olimpo para reinar sobre Gea, madre y Tierra a la vez.

Zeus toma como esposa a Hera, pero tiene relaciones y descendencia con todas las diosas y titánidas que puede.

Y así pasan milenios en franca armonía.

Zeus, Dios de dioses

¿Quién es Zeus?

Los mitos y leyendas sobre Zeus que han ganado popularidad a lo largo de los siglos, son aquellas que nos lo presentan mujeriego, promiscuo, bisexual, zoofílico, incestuoso, cruel, iracundo, necio, poderoso, indiferente muchas veces a las necesidades humanas, dueño y amo de vidas y haciendas, impune, rijoso, violento y una serie lindezas como las anteriores, con las que algunos han justificado, asimilado o emparentado a la figura de Zeus con lo peor del patriarcado y de las jerarquías humanas o formas de gobierno en general, es decir, han visto en Zeus al poder ciego masculino que ha dominado al mundo por miles de años.

La figura de Zeus va más allá de las leyendas populares, entre otras cosas porque la misma palabra “Zeus”, Dios, es la que se utiliza en medio mundo para significar lo sagrado y la divinidad, incluso entre los vedas con gran influencia en el mundo indoeuropeo gracias a las aportaciones del reino micénico a la escritura copta (siglo XVII antes de nuestra era), por lo que el origen de la palabra es muy antiguo y posiblemente anterior a su forma escrita, que se puede leer como “buena luz”, “apartador o recolector de nubes”, o simplemente Dios.

Sus atributos simbólicos y esotéricos son el Rayo (Fuego), el Toro (Tierra), el Águila (Viento) y el Roble (Madera, que contiene al agua y a la naturaleza entera), siendo él mismo la quintaesencia, donde nada de lo humano ni de lo divino le es ajeno.

La humanización de Zeus, por tanto, esconde los secretos velados del Universo, lo que no se entrega a los hombres como don o como regalo, sino por la vía del estudio y el descubrimiento, aunque sí se les dota con la inspiración y la intuición, el alma y el espíritu, y el afán de saber y conocer, la filosofía misma como fuente de aprendizaje y discernimiento.


Zeus Tronante, Dios de dioses

Desde el punto de vista romano, Zeus Padre es Ius Peter, es decir Júpiter, y no cualquier otro Zeus de los que en el mundo antiguo han sido, ya que, dependiendo de la época y del ámbito geográfico, Zeus tiene características diferentes, potencias propias de la situación y de la cultura de cada uno de los pueblos.

Así, como las vírgenes católicas, Zeus tiene un sinfín de advocaciones, templos donde se le rendía culto, y representaciones propias de sus dones, y es Dios, de una u otra cosa, dependiendo del pueblo donde se le adoraba, por ejemplo:

-Zeus Tinia, entre los etruscos, señor del poder y el conocimiento.

-Zeus Baal, entre los cananeos, protector contra las plagas y los infortunios.

-Zeus Panhelénico, dios de dioses y de todos los helenos.

-Zeus Tronante, dueño de las tormentas y los vientos.

-Zeus Taleo, señor del sol y de los cielos.

-Zeus Xenio, dios de la hospitalidad, protector de los peregrinos y los extranjeros.

-Zeus Padre, creador de los humanos y señor de los dioses, las nubes y los cielos.

-Zeus Justo, Juez u Horquio, dios de las leyes y los juramentos.

-Zeus Amante, dios del amor trascendental, protector de sus hijos y de sus obras,

-Zeus del Ágora y del Comercio, protector del intercambio justo.

-Zeus Terrible o Egioco, que infundía el terror en los enemigos de los egeos.

-Zeus Labrador, protector de los campos, las siembras y las cosechas.

-Zeus Eleuterio, el que libera y salva a los pueblos oprimidos.

-Zeus Impetuoso, o Memactes, inspirador de la rabia, el valor y la violencia despiadada en los ejércitos.

-Zeus Pan, dios de dioses, señor de los Cielos y la Tierra, todopoderoso, omnipresente y omnipotente, con don de lenguas y ubicuidad, capaz de transformarse en todos los seres y todas las cosas, señor de los ejércitos, padre celestial de la humanidad, destructor y restaurador del mundo, el que todo lo sabe, el que todo lo tiene, el que todo lo da, el que todo lo entiende, el que perdona y redime, señor de las nubes y los relámpagos, padre de las cosechas y de los pingües ganados, hermoso, poderoso, bondadoso, semejante al hombre, justo, recto, firme, virtuoso, misericordioso, Señor Dios en una sola palabra.

Muchas de estas condiciones o advocaciones de Zeus aparecen en la Ilíada y la Odisea, pero tanto por la falta de explicaciones como por las múltiples traducciones y adaptaciones que han sufrido las obras homéricas, el concepto de la amplitud divina queda opacado, oculto o diluido, dejándonos un simple Zeus caprichoso y superficial, personaje atractivo, pero sin fondo, de los mitos y leyendas de Grecia.

Zeus, por tanto, parece ser más antiguo que la propia mitología que lo arropa situando su nacimiento en Creta, como tercer hijo de Urano y Rea.

Su padre, Urano (el Saturno romano y también el propio Cronos griego que se genera a sí mismo), tras los primeros y horribles partos de Rea, acostumbra a matar a sus vástagos, y cuando Rea le da los primeros hijos aceptables, decide devorarlos por temor a ser derrocado por ellos.

Rea, al ver cómo devora a Hades y a Poseidón (Plutón y Neptuno en Roma), esconde a Zeus para salvarle la vida.

Zeus, auxiliado por las tres Moiras (una hila, otra mide y otra corta la vida), logra engañar a Urano y le da a beber un vomitivo para que expulse a sus hermanos. Urano los vomita, y cuando se sienta a descansar el esfuerzo, Zeus toma una hoz y lo castra, acabando así con su reinado, simbolizando con ello que todo lo que empieza, acaba, incluso para los dioses.

Zeus vivió una existencia de lujos y placeres, burló toda vigilancia y toda limitación para lograr sus objetivos. A la luz de nuestra moral, su vida sexual fue más que licenciosa, lujuriosa y promiscua; se convirtió en ave para seducir a su hermana Hera, en ganso para poseer a Leda, en toro para raptar a las Europas, en hormiga para medrar en Egina; tuvo amantes de todos los sexos entre dioses, titanes y humanos, regando su simiente divina por todos lados. Al mismo tiempo, impuso leyes para que los humanos no hicieran lo mismo que él, argumentando que él, como dios que era, podía asumir las consecuencias de sus actos, así como responsabilizarse de sus hijos y de sus obras, algo que no podían hacer los humanos por sus imperfecciones y defectos, su falta de honor, su ausencia de poder y su corta vida.


Las tres Moiras o Parcas

Hera, o las esposas y descendientes de Zeus

Cuando Zeus desposa a Hera (la Juno romana), última representante del matriarcado, simboliza la llegada del patriarcado al mundo, un patriarcado que se va a ver minimizado en muchas ocasiones por el matriarcado que queda dentro del hogar y del matrimonio.

Hera es hija de Rea y Urano, por tanto hermana de Zeus, y aunque no es la primera mujer en la vida del dios, sí se convierte en su pareja de vida y esposa oficial, denotando el eterno femenino que hace contrapeso a los atropellos de la masculinidad, con las armas y los dones que tiene a mano.

En su juventud y antes de casarse, Hera fue la diosa de las vírgenes en varias regiones cretenses, como en Argos, donde las doncellas casaderas renovaban la certificación de su virginidad anualmente, hasta que se convertían en esposas.

Una vez casada, fue la diosa del hogar, la maternidad y el matrimonio, esposa casta y fiel, amante de su esposo, y obediente en muchos casos, pero nunca sumisa y siempre con criterio y peculio propio, perfectamente capaz de salir adelante a pesar del abandono o la viudez, y perfectamente capaz de sobreponerse a un abandono, con lo que también era la diosa matrona de la viudez y la separación.

Zeus podía hacer lo que quisiera, pero si Hera no estaba de acuerdo no lo secundaba en absoluto, e incluso hacía todo lo posible por sabotear los mandatos de su marido. Por supuesto, si los actos de Zeus le complacían, no tenía reparo en apoyarlos. Desde entonces y hasta este momento, los dioses pueden mandar en el mundo y en el universo, pero mandan en su propia casa.

Hera no fue siempre fiel, y si Zeus tuvo descendencia sin contar con ella, ella tuvo a Hefesto y a Tifón sin contar con él.


Busto de Hera

Hades, señor del inframundo

Hades es el señor del Hades, porque tanto el dios invisible del infierno griego como el Averno llevan el mismo nombre. Hades está en el Hades, según algunas fuentes, por una estratagema de Zeus, al que no perdonará nunca su condición e intentará arrebatarle el trono del Olimpo.

El Averno, o inframundo griego, es un lugar gris y triste según el héroe de Homero, Odiseo, que al igual que Orfeo, Teseo, Piritoo y Heracles, es uno de los pocos seres que bajan hasta ahí sin estar muerto, y logra huir y burlar la vigilancia de Cerbero.

Tras la muerte, la mayoría de los seres humanos iban a parar al Averno, pero no como un castigo por sus pecados, sino como un paso natural después de haber vivido, y acudían ritualmente a esta cita, si no contentos, sí con tres monedas para pagarle al barquero Caronte el transporte entre tierra firme y el Averno, a través del lago Estigia. No se especifica qué pasaba con los muertos más pobres que carecían de las tres monedas, que en todo entierro griego colocaban sobre los ojos y la boca, o dentro de la boca del fallecido.

Tras cruzar el lago, del otro lado los esperaba el terrible can de tres cabezas, Cerbero, que dejaba que entraran, pero que no permitía que salieran.

Odiseo hace el viaje y encuentra en el Averno a su padre, quien le confiesa que la existencia en ese lugar es gris, triste y aburrida, nada más, un lugar más parecido al limbo o al purgatorio semítico, que a un verdadero infierno. Odiseo escapa y sigue su búsqueda de Ítaca, la isla que es su hogar, perseguido por las maldiciones de Hades que complicarán un poco más su regreso.

Hades, hermano de Zeus, es el hijo mayor de Cronos y Rea, el primero con buena forma que nace de dicha unión, por tanto, digno descendiente de sus padres, y quien por ley natural estaba destinado al trono.

En su juventud, y junto con Hera y Poseidón es devorado por su padre, para ser salvado más adelante por el joven Zeus.


Hades, Dios del Inframundo

Como dios tiene muchos dones y poderes, es rico y héroe de mil batallas contra los titanes, querido y respetado por los habitantes del Olimpo y los habitantes de Gea, su aspecto es bello y grandioso, pero no puede abandonar, al menos no del todo, su residencia.

Cuando lo hace rapta a Perséfone en lo que hoy es Sicilia, hija de Zeus y de la diosa Deméter, y tras raptarla la hace su esposa y cohabita con ella solo un tercio del año, el que corresponde al invierno, para dejarla en libertad de volver a la Tierra y convivir con los suyos durante la primavera, el verano y el otoño.

Aunque Deméter no estuvo contenta al principio y arrasó Sicilia en venganza por el rapto de su hija, al final aceptó el pacto.

En algunas versiones, Perséfone vuelve siempre al Averno para comer el fruto de la dulce granada, y en otras lo hace simplemente porque es la orgullosa esposa de uno de los más poderosos de los dioses, y lo hace en invierno, para recordarle a la humanidad cuál es su verdadero destino.

Hades, en sus excursiones por la Tierra y en ausencia de su celosa esposa, Perséfone, perseguía ninfas y mujeres, como cuenta el poeta Ovidio, que relata que Hades tuvo relaciones con las ninfas Mente y Leuce, más tarde la planta menta y el árbol álamo respectivamente, por hechizo y venganza de Perséfone.

Para algunos Hades era estéril y no tuvo nunca descendencia a pesar de sus aventuras amorosas, pero para otros es padre de Macaria, la que apagaba las velas de la vida, y de Melione, la diosa de los fantasmas.

Poseidón, señor de todas las aguas

También señor de los terremotos, “el que mueve la tierra”, es hermano de Zeus e hijo de Cronos y Rea en la mitología griega, pero es un dios más antiguo en la cuenca egea, cuyo culto se extiende del reino micénico a prácticamente todo el mediterráneo, donde el comercio marítimo, milenario en la zona, requería de un ser divino de sus características que protegiera las naves.

En la Odisea de Homero, Poseidón pone toda clase de trampas a Odiseo (Ulises) para impedir que llegue a Ítaca, desde sirenas y tormentas, hasta islas trampa donde el héroe tendrá que vérselas con todo tipo de problemas, debido a que Odiseo dejó ciego a Polifemo el cíclope, hijo de Poseidón, pero finalmente deja en paz al héroe y no acaba con él, tanto por la intercesión de Atenea, como por el carácter cambiante del dios, que es el mismo carácter de los mares.

En la tradición oral, Poseidón (el Neptuno romano) recorre los mares a bordo de una cuadriga tirada por gigantescos hipocampos, o caballos terrestres, y con su famoso tridente provoca y calma tormentas, eleva las olas o tranquiliza el mar, ayudado por los Cuatro Vientos. Rescata o hunde dependiendo del humor que esté, y si un día apoya a los griegos, al otro día perdona y protege a los troyanos.

Junto a otros dioses y diosas, Poseidón se confabulaba para ayudar o martirizar a héroes, dioses, semidioses, titanes, seres míticos y humanos. A menudo era cambiante y pasaba de un bando a otro, o simplemente se olvidaba del asunto y se iba a sus dominios a disfrutar de la existencia. No ambicionaba el Olimpo, pero a veces se aliaba con Hades en contra de Zeus, o con Zeus en contra de Hades, para finalmente retirarse a sus mares donde todo lo dominaba sin oposición alguna desde su suntuoso palacio submarino.

Como sus hermanos, Zeus y Hades, es hermoso y poderoso y lleva una vida sexual apasionada, activa y demasiado libre, pues toma a la diosa, titánide o mujer que se le antoja, como a la gorgona Medusa, de quien nace Pegaso, o a Etra, la esposa de Egeo, con la que tiene como descendiente al héroe Teseo.

Una de las leyendas más curiosas sobre este dios cuenta que Poseidón persiguió y violó a la mortal Céneo, la cual no quería ser esposa de nadie ni tener hijos, por lo que después de tener relaciones con el dios, le pide a este que la convierta en hombre, a lo que Poseidón accede encantado.

Los dioses olímpicos tenían el poder de transformar la realidad, de convertir a las cosas en personas y a las personas en cosas, pero la transexualidad, el cambio de género, es original de Poseidón.


Poseidón, señor de todos los mares

La descendencia de Poseidón es larga, cerca de sesenta hijos reconocidos con más de veinte hembras de todo tipo y ascendencia; sus hijos también son de todo tipo, algunos humanos, otros semidioses, sin faltar los monstruos ni los seres míticos. Cuentan las leyendas populares que en realidad tuvo tantos hijos que pobló buena parte del Egeo, y en algunos templos se le veneraba como tal, como padre del Egeo, quien, además de ser un mar, fue su rival en amores.

Poseidón, además de los mares, rige sobre el monte Helicón y es el patrón de los caballeros y señor de los caballos, que obedecen todos sus mandatos.

Atenea, la diosa sabia

Atenea (Minerva en Roma), es hija exclusivamente de Zeus, nace de su cabeza simbolizando tanto la generación patriarcal como la sabiduría y la inteligencia. Es una guerrera, pero a la vez es diosa de la paz y la civilización. También es señora de la estrategia, militar o civil, de la ciencia, de la justicia y de la técnica y la tecnología, es decir, de la habilidad para encontrar soluciones a los problemas y construir toda clase de ingenios y herramientas. Es Atenea la que le enseña a Heracles el arte de la taxidermia, con la que el semidiós desuella al león de Nemea y curte su piel para llevarla como capa o abrigo sobre su espalda.

Junto con la musa Urania, es la responsable de las grandes obras, de los números y de la observación astrológica y astronómica del cielo, por lo que no falta quien la señala como madre de la filosofía.

Atenea nace ya armada de la frente de Zeus después que este hubiera devorado a Mnemosine, la que iba a ser su madre, y se mantiene siempre igual, inmutable, casta, pura y virgen por toda la eternidad. Atenea nunca tuvo relaciones amorosas o sexuales, sus amores y sus pasiones se refirieron siempre a mejorar el mundo de una forma correcta, justa y racional.

Defensora acérrima de la paz, era invencible en la guerra, con lo que ni su padre, Zeus, ni sus tíos, Hades y Poseidón, ni sus hermanos, sobre todo Ares, pudieron derrotarla nunca.


Palas Atenea, diosa de la sabiduría

Atenea es la figura divina de la mitología griega que tuvo más templos a lo largo y ancho de la cuenca mediterránea, y es patrona de la ciudad estado más importante e influyente del mundo antiguo y moderno, Atenas, un reconocimiento que ganó después de vencer a Poseidón, quien también pretendía ser el patrón de la urbe.

En Atenas nace el pensamiento occidental que ha dominado al mundo en los últimos dos mil quinientos años, cultural, social, económica y políticamente.

Por tanto, no es que los grandes autores de la antigüedad trasciendan y sean igualmente vigentes hoy en día que en aquel entonces, sino que es el sistema ateniense el que no ha cambiado nada en casi tres mil años de existencia, el mismo que Solón hace eficiente y Platón retrata en su República.

Por supuesto y desde el punto de vista mítico, la ciudad es la diosa y la diosa es la ciudad, y si Roma es la ciudad eterna, Atenas es su progenitora.

La mitología romana, a pesar de sus características propias sobre su fundación y la herencia etrusca, es fiel copia de la mitología griega, tanto, que algunos autores, como Wright, señalan que debería llamársele mitología grecorromana, ya que la misma diosa, racional y sabia, aceptaría esta denominación el mismo día que los romanos vencieron y conquistaron a los atenienses en las postrimerías del siglo II antes de la era común.

En el extinto reino de Micenas, Atenea era llamada Micena y en Tebas, Teba, indicando que en esas regiones, a pesar de su virginidad, era considerada Diosa Madre. Este fenómeno virginal no era exclusivo de Micenas y de Tebas, sino que se extendía por todo lo ancho y largo del Mediterráneo (en Egipto, según Heródoto, la llamaban Neit), de forma tan permanente y potente, que el catolicismo no tardó en adoptarla y sincretizarla con la madre virgen del Nuevo Testamento.

Platón, que en un principio y como todo filósofo joven, dudaba de la existencia de los dioses y propuso su desaparición, pero con el tiempo y la madurez entendió la importancia y función social de las creencias, el poder coaligado de los dioses, de las creencias míticas y de la religión, como lo hace en el diálogo Crátilo, donde analiza el nombre de la diosa y lo asimila tanto a la divinidad como al conocimiento.

Atenea, por tanto, se convierte en la diosa más importante del panteón Olímpico, tanto en la vía mística como en la vía intelectual, y es considerada una potencia divina femenina en todos los ámbitos y en todos los sentidos, desde la agricultura y la ganadería, hasta las más elevadas producciones de la humanidad.

No hay actividad humana que no se relacione con Atenea, y si bien está ausente de pasiones y de amores mundanos que practican el resto de los dioses, sí preconiza el amor universal a través de la paz, el equilibrio, la armonía, las artes, las ciencias, la justicia y las leyes.

Madre intelectual de la humanidad, inspira los pensamientos modernos tanto como ha inspirado a humanos, héroes y semidioses en el pasado, dando ejemplo, enseñando, aplicando la lógica, la reflexión y la meditación, actuando de manera práctica y directa, dando soluciones reales a los problemas y consejos sabios ante las dudas; en suma, una diosa impagable, la potencia femenina de la inteligencia pura que redime y refina a la humanidad entera.

Con Atenea la mitología griega alcanza un estado formal que no tardará en convertirse en religión propiamente dicha, con los riesgos políticos, económicos y sociales que ello conlleva, como la manipulación y el fraude, que apartan a la población en general del conocimiento, y la sumergen en la ignorancia y en la pobreza a través de la creencia ciega, algo completamente contrario a los valores de Atenea, que en algunos aspectos parece no habernos abandonado del todo y que subyacen en los símbolos que la acompañan: el búho, el yelmo y la serpiente, que denotan la sabiduría, la inteligencia y la capacidad de transformación, respectivamente. Por tanto, si bien se ha vulgarizado y sincretizado su figura, su esencia esotérica, como su virginidad, sigue viva eternamente.

Apolo, el dios del movimiento solar

y la belleza viril

Llama la atención que dentro de la mitología griega el astro rey no haya tenido una importancia fundamental ni en su cosmovisión de la creación del mundo, ni en la vida cotidiana de los antiguos griegos y su zona de influencia, donde hay otros dioses dedicados al sol, como Ra en Egipto e Ío en las culturas mediterráneas del Egeo, como garantes de la continuidad de la vida sobre la Tierra. Apolo arrastra a Helios, el sol, con su carruaje, pero no lo ensalza ni lo representa directamente.

Apolo es hermano gemelo de Artemisa, la cazadora, e hijo de Zeus y la titánide Leto, y era tal su radiante belleza, que tanto atraía como causaba espanto y rechazo, por lo que era ampliamente adorado y venerado, como temido. En el fondo todos le temen, pues nadie puede contenerlo en su ira, ni siquiera su padre ni su madre, y mucho menos el resto de los dioses, que intentaban siempre tenerlo a distancia y contento en lo más alto de los cielos, recorriendo con su carro el firmamento.


Apolo, el dios de la belleza masculina

Siempre joven y siempre bello, podía curar toda clase de males, pestes y enfermedades, pero también podía causarlas.

Siempre activo y potente, protegía a marinos, campesinos, pastores y arqueros, pero también podía matarlos y destruirlos en cualquier momento.

Señor de la salvación y de los accidentes mortales, del paso de la juventud a la vida adulta, y de la muerte inesperada, bondadoso y generoso como ninguno, pero también cruel y destructivo como nadie.

Patrón de los arqueros y protector de cazadores y guerreros, Apolo es un dios naturalista que adora la desnudez y reniega de lo suntuario, sobre todo de la desnudez masculina viril y bella, como la suya propia.

Las únicas que no le temen, que son sus amantes y a las que defiende a capa y espada, son las nueve musas, por lo que también se le relaciona con las artes y las ciencias, con la música y con la razón, y no menos con las artes proféticas, como los oráculos, el de Delfos especialmente, la astrología, la numerología, la quiromancia, las premoniciones, los sueños lúcidos vaticinadores, las entrañas de aves reveladoras, y la magia y la brujería premonitorias.

Apolo tuvo una infancia dura, de ahí su carácter extraño y difícil, ya que su nacimiento no fue bien visto por Hera, que lo condenó a no nacer en tierra firme, por lo que nació en una isla flotante llena de cisnes; a no ser el primogénito, dándole una hermana gemela que nació primero; y a defender constantemente a su madre de los monstruos y males que le enviaba continuamente por ser amante de Zeus, como Pitón, hijo monstruoso de Gea, al que Apolo mata con las flechas de Hefesto y es castigado por ello; o como el gigante Ticio, también divino, que fracasó en su empresa gracias a la ayuda de Artemisa y a la intervención de Zeus que manda al gigante al Tártaro.

Con Zeus también tuvo problemas el joven Apolo, ya que por accidente Zeus mata con un rayo a Asclepio, hijo de Apolo, al intentar resucitar a Hipólito. Apolo entiende que fue un accidente, pero mata a los cíclopes que habían creado el rayo de la resurrección, por lo que Zeus pretende enviar a Apolo al Tártaro, junto con titanes rebeldes, monstruos y gigantes, pero no lo hace por petición de Leto, y porque ve en Apolo un peligro potencial capaz de destruirlos a todos, así que en lugar de castigarlo prácticamente lo premia.

El conflicto con Niobe, reina de Tebas, fue la vergüenza de los dioses durante mucho tiempo, pero sirvió para la segunda fundación de Tebas en la región pedregosa (durante el conflicto, Zeus convirtió a los tebanos en piedras) que algún día fue la tierra de los nióbidas. Resulta que la reina Niobe hizo alarde de su fertilidad, siete hijas y siete hijos, ante Leto, que a pesar de dormir con Zeus solo había tenido dos, Apolo y Artemisa. Leto se sintió herida y ofendida con la comparación, y sus hijos divinos decidieron vengar la afrenta matando a los hijos mortales de Niobe; Apolo mató a los varones y Artemisa a las hembras. Algunas versiones cuentan que Artemisa perdonó a una hija de Niobe, y que Apolo hizo lo propio con uno de aquellos vástagos, salvando la continuidad genética de los nióbidas. Anfión, rey consorte de Niobe, se suicidó al ver a sus hijos muertos, mientras que Niobe huía hacia las montañas, donde sus lágrimas se convirtieron en el río Aqueloo y su cuerpo, seco de tanto llorar, en piedras y arena.

Cuentan las leyendas que los dioses, avergonzados de su abuso y crueldad ejercidos sobre simples seres humanos, empezaron a pensar en su alejamiento del mundo y a vigilar a la humanidad única y exclusivamente desde el cielo.

Las guerras entre dioses no eran trágicas del todo, porque al final había triunfadores y perdedores, pero no verdaderas víctimas porque en realidad nadie moría, pero hacer la guerra a los humanos siempre traía resultados funestos, y eran completamente desiguales, sin posibilidad de triunfo para los hombres.

Apolo fue el primero en alejarse de los hombres, de la Tierra y del Olimpo, ya no ayudaría a hombres indignos como Paris a raptar a Helena y a matar al mirmidón Aquiles por una simple afrenta a su culto, ni tiraría las flechas de la peste sobre los griegos para defender a Troya, simplemente observaría desde la lejanía el progreso de la humanidad, mientras sus tres musas amantes, Calíope, Terpsícore y Urania los inspiraban en la música, la danza y las ciencias.

Apolo dejó en la Tierra a varios hijos y a no pocos amantes hombres y mujeres, aunque sus dos grandes amores fueron Jacinto y Calíope, con la que tuvo al magnífico Orfeo.

Muchas de las leyendas populares de la mitología griega sobre dramas, melodramas, tragedias y comedias de amores y desamores son protagonizadas por Apolo, como veremos más adelante, y que hacen de él uno de los dioses más populares, más allá de los cultos serios de la formal religión griega de su tiempo.

Hefesto, el hijo del pecado de Hera

Dios del fuego y la fragua, Hefesto (Vulcano para los romanos) es el herrero del Olimpo, creador de armas y herramientas, así como de Pandora y de las flechas de Apolo y de Artemisa, la diosa cazadora, es hijo de Hera y de padre desconocido, un deshonor entre sus pares, pues además de ser fruto del adulterio de la diosa, nació poco agraciado y destacaba por su fealdad entre tanta belleza del Olimpo. Nunca perdonó a su madre por haberlo parido.


Hefesto, dios del fuego y de la fragua

Su fealdad se incrementó al quedar cojo por un accidente que tiene diversas versiones: en una se cuenta que nació tan feo y desagradable, que su propia madre, Hera, lo repudió y lo lanzó al vacío; Hefesto no murió por ser dios y eterno, pero sí quedó tullido de la pierna izquierda. La otra nos cuenta que en una pelea con Ares por los amores de Afrodita, Hefesto tropieza y rueda abajo por las escaleras del Olimpo rompiéndose una pierna.

Sea como sea, Hera no quiere ni verlo y hace lo posible para que todo el mundo en el Olimpo lo desprecie. Hefesto lucha contra los rencores de su madre siendo solícito, detallista y trabajador. Aceptan sus regalos, pero lo siguen despreciando, solo Dionisio parece comprenderlo.

Hefesto no cede en su empeño, y viendo cómo se dan las cosas, hace un trono precioso y especial: quien se sienta en él no puede levantarse nunca más. Hera queda prendada del trono y Hefesto se lo regala. Ella lo acepta con displicencia y se sienta en él. Hefesto se retira contento por haber logrado su venganza.

Hera queda atrapada en el trono y no puede abandonarlo de ninguna manera. Pide ayuda a otros dioses, pero ni los rayos de Zeus ni el tridente de Poseidón logran liberarla. Abatida, pide ayuda al mismo Hefesto, quien se burla de ella y jura que jamás la sacará del trance, que es su condena por mala madre.

Los otros dioses ya no le hacen encargos a Hefesto ni aceptan sus regalos a menos que lo vean contento.

Pasa el tiempo y Hera sufre por su propia soberbia, hasta que un día y tras una fuerte borrachera, acompañado de Dionisio, Hefesto sube al Olimpo alegremente y accede a liberar a Hera, eso sí, a cambio de muchos favores y de la mano de la bella Afrodita, su tía abuela, pero eternamente hermosa y joven.

Ya casados descubre que no la puede poseer por más que lo intenta, y a cambio de ello la llena de regalos, incluso de un cinturón que la hace aún más deseada y atractiva, y mientras Hefesto le dedica su esfuerzo y su vida, Afrodita se divierte con sus amantes, sobre todo con Ares. Hefesto, loco de celos, les prepara una trampa en el lecho: una red metálica que los atrapará justo en el acto, y así sucede. Hefesto se burla de ellos y los muestra a los demás dioses para que hagan escarnio de la escena, pero en lugar de ello logra que Hermes comente “no me importarían las burlas si me encontrara en la misma situación”.

Hefesto los mantiene cautivos en la red hasta que le prometen que ya no van a engañarlo, pero una vez liberados escapan y siguen con sus juegos eróticos sin importarles lo prometido ni el sufrimiento de Hefesto, que se consolaba con Caris, una de las tres Gracias, y con otras diosas y mortales con las que tuvo varios hijos, de los que destaca Caco, el gigante al que mata Heracles en uno de sus trabajos.

Con la Gracia Caris tiene a Eukleia, diosa de la buena reputación y la gloria; a Eupheme, diosa del correcto discurso; a Euthenia, diosa de la prosperidad y la plenitud; y a Philophrosyne, diosa de la amabilidad y la bienvenida, es decir, de la hospitalidad.

Se cuenta que una vez intentó violar a Atenea, su media hermana, consiguiendo simplemente derramar su semen, del cual sale Erictonio. Atenea rechaza y repudia a Hefesto, pero adopta al recién nacido, lo cría y lo hace rey de Atenas.

Hefesto vive resentido en el Olimpo, apartado en su fragua donde crea todo tipo de maravillas para los dioses, tanto armaduras y armas, como las más hermosas y mágicas joyas, por eso se le considera patrón de herreros, artesanos, mineros, ingenieros y similares; y como lo indica su paternidad en relación con Caris, Hefesto representa tanto la sumisión a pesar de las desgracias, el servicio a los demás a pesar de las ofensas, la riqueza a través del trabajo y el esfuerzo, y la hospitalidad.

También representa la llegada de la Edad de Bronce a la humanidad, y más tarde y ya en ausencia, la Edad del Hierro, el conocimiento y el dominio sobre los metales.

Artemisa, la diosa cazadora

Artemisa es la Diana Cazadora de los romanos, pero más naturalista, hermana gemela de Apolo, es señora de los animales y de la naturaleza, su caza por tanto es amable y justa, no cruel y sanguinaria. También es la patrona de la naturaleza femenina, donde se incluyen la virginidad, la menstruación, el embarazo, el parto y la lactancia, así como todos los males y enfermedades propios de la condición femenina.

Como muchos otros dioses de la mitología griega, es muy anterior a que Homero y Hesíodo la reclutaran dentro de los mitos egeos.

Artemisa, como diosa de lo natural, habla de tiempos más arcaicos y cercanos al animismo, a los lares o dioses cercanos y hogareños, y en los mitos y leyendas de la cuenca mediterránea tarda en adquirir el aspecto y las virtudes y los defectos humanos. Antes de los mitos y las leyendas, e incluso después de estas, Artemisa fue Selene, la Luna; Artume, la etrusca; y la terrible Hécate, diosa hechicera y reina de los fantasmas, capaz de destruir a los hombres y a los recién nacidos, si no se le veneraba, o de aniquilar a sus amantes o escogidos a través de interminables y agotadores actos sexuales, simbolizando con ello la superioridad de la mujer con respecto al hombre en estos menesteres.

Mitología griega

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