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II:

Breve biografía de H. P. Lovecraft

Si los dioses que conoces

no te gustan,

siempre puedes descubrir

o fabricar nuevos dioses.

Proverbio Lacandón

Howard Phillips Lovecraft nació un 20 de agosto de 1890 en la ciudad de Providence, estado de Rhode Island; y murió un 15 de marzo de 1937 en la misma ciudad de Providence. Con lo que en solo 46 años de vida escribió muchos relatos, cuentos y novelas de terror y ciencia ficción, y publicó unos cuantos, 71, no todos:

La botellita de cristal, 1898-1899

La cueva secreta, 1898-1899

El misterio del cementerio, 1898-1899

El buque misterioso, 1902

La bestia de la cueva, 1905

El alquimista, 1908

La tumba, 1917

Dagón, 1917

Una semblanza del Doctor Samuel Johnson, 1917

La dulce Ermengarde, impreciso, quizás, 1919-1921

Polaris, 1918

Más allá del muro del sueño, 1919

Memoria, 1919

El viejo Bugs, 1919

La transición de Juan Romero, 1919

La nave blanca, 1919

La maldición que cayó sobre Sarnath, 1919

La declaración de Randolph Carter, 1919

El terrible anciano, 1920

El árbol, 1920

Los gatos de Ulthar, 1920

El templo, 1920

Arthur Jermyn y su familia, 1920

La calle, 1919

Celefaïs, 1920

Desde el más allá, 1920

Nyarlathotep, 1920

El grabado en la casa, 1920

Ex Oblivione, 1920-1921

La ciudad sin nombre, 1921

La búsqueda de Iranon, 1921

El pantano de la Luna, 1921

El extraño, 1921

Los otros dioses, 1921

La música de Erich Zann, 1921

Herbert West, reanimador, 1921-1922

Hipnos, 1922

Lo que trae la luna, 1922

Azathoth, 1922

El sabueso, 1922

El horror oculto, 1922

Las ratas de las paredes, 1923

Lo innombrable, 1923

El ceremonial, 1923

La casa maldita, 1924

El horror de Red Hook, 1925

Él, 1925

En la cripta, 1925

El descendiente, 1925

Aire frío, 1926

La llamada de Cthulhu, 1926

El modelo de Pickman, 1926

La extraña casa en la niebla, 1926

La búsqueda onírica de la desconocida Kadath, 1926-1927

La llave de plata, 1926

El caso de Charles Dexter Ward, 1927

El color que cayó del cielo, 1927

La antigua raza, 1927

Historia del Necronomicón, 1927

El horror de Dunwich, 1928

Ibid, 1929

El susurrador en la oscuridad, 1930

En las montañas de la locura, 1931

La sombra sobre Innsmouth, 1931

Los sueños en la casa de la bruja, 1932

A través de las puertas de la llave de plata, 1932-1933

El ser en el umbral, 1933

El clérigo malvado, 1933

El libro, 1933

La sombra fuera del tiempo, 1935-1936

El morador de las tinieblas, 1935-1936

Aunque los títulos a menudo son diferentes en orden y texto dependiendo de cada editorial, Lovecraft crea y recrea en ellos, seres y mundos paralelos dimensionalmente a este, con lo que da lugar a una nueva mitología propia y original, diferente a todas las anteriores y base de un indecible número de producciones fílmicas y literarias, e incluso paracientíficas, del siglo XX y centurias venideras, por lo que usted ha visto y leído a Lovecraft más de lo que se imagina.

Los astros en Lovecraft

Un autor prolífico, cuya carta astral nos diría: Leo del Tercer Decanato, casi Virgo, con ascendente en Piscis (para la astrología esotérica por la fecha de su muerte), y ascendente solar en Libra por la hora de su nacimiento, delata un carácter brillante y obsesivo, así como una personalidad sensible y retraída que puede parecer fría o apática.

Un alma joven que evoluciona a través de la Cruz Fija, por lo que añora lo primigenio, lo más antiguo, lo insondable, lo inexplicable, como todos los niños prodigio que se adelantan a su tiempo, para continuar en la Cruz Cardinal en su próxima vida, lo que le hace un ser amable e ingenuo, incluso cómico, que nunca dejó de ser un niño en su avance evolutivo.

Puntilloso, solitario, poco creyente, analista, racional, muy creativo, y a pesar de ello con una gran imaginación, relativamente afortunado o privilegiado, con el don de la escritura y la visión, adicto al trabajo y con aires de grandeza.

Celoso, inseguro, detallista, frío en el sexo y apasionado en el amor, con un gran corazón que ayuda a los demás aunque desprecie a la humanidad.

Complejo, soñador, ambicioso de fama o reconocimiento.

Astuto, pero no violento o valiente. Huye del conflicto y busca resolver sus problemas con la inteligencia y no con los puños y menos con las armas.

Contradictorio en busca de la congruencia, con lucidez desde muy temprana edad, que choca contra el ambiente en el que se desarrolla. Muy crítico, pero cauto y educado. Solitario, pero sin temor a la soledad. Soñador y a menudo ausente de lo que le rodea. Orgulloso, diferente, original.


Howard Phillips Lovecraft en 1934

Su aspecto físico debería ser atractivo y luminoso por Leo, fuego del corazón, pero su ascendente en Piscis, agua de redención, apagaría ese fuego y ese atractivo, trocándolo por ternura y emotividad, pero no belleza clásica.

Con padecimientos físicos de corazón y columna vertebral, en primer lugar, y de hígado y de pies en segundo lugar. Con ciertas debilidades en los signos opuestos: Acuario, que desvela su mente infiriendo en el cerebro, y Virgo, que hace mella en sus intestinos y que será la causa final de su muerte a los 46 años de edad.

El resto dependería de su contexto temporal y social.


Carta natal de Lovecraft

La astrología, y sobre todo la astrología esotérica teosófica, estaban muy de moda a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, y Lovecraft, de pocas creencias, no escapa al análisis esotérico de su tiempo aunque no fue famoso en vida, pero sí se relacionó personal y epistolarmente con importantes autores de su época, y tuvo un grupo de seguidores y fieles fanáticos; y a Lovecraft, con un universo mágico y oculto en sus textos, no le era ajena personalmente, ya que su divinidad, Cthulhu, “se hará presente en el mundo entero cuando los astros se alineen debidamente”.

Si leemos su biografía, incluso la que aparece en la Wikipedia, podemos encontrar rasgos astrológicos de su personalidad como los relatados anteriormente; y si atendemos a su aspecto físico, veremos una gran diferencia en la robustez infantil y la languidez madura del autor.

La infancia de Lovecraft

Howard Phillips fue un niño robusto y prodigio, y un adulto lánguido y sensible, siempre creativo.

Cuentan que a los dos o tres años ya recitaba sendos poemas, que a los cuatro ya sabía leer y que a los seis años ya escribía sus propios textos, aunque, a decir verdad, eso no lo diferenciaba de muchos otros niños de la alta y media burguesía de su tiempo, donde los niños de las familias acomodadas no iban a la escuela y recibían la educación en casa para no mezclarse con niños de menor escala social que, como Tom Sawyer, sí iban a la escuela.


Lovecraft en su infancia

Como Howard, muchos niños de su época y de su condición social eran niños prodigio que antes de los seis años leían, jugaban al ajedrez, tocaban el piano y componían odas. Eran niños solitarios que vivían apartados del mundo real y que se rodeaban de adultos y de criados.

Las casas solariegas de entonces, en un lugar como Providencia, tenían una heredad que explotar (que a menudo no explotaban), campo abierto y naturaleza a descubrir, con cuevas, fauna, flora e insectos interesantes, donde los niños como Howard podían dar rienda suelta a su energía infantil y a su imaginación.

Lo urbano burgués y lo campirano se mezclaban en la formación de Lovecraft, pero nunca durante su infancia tuvo que enfrentarse al páramo yermo, estéril o muerto y rodeado de podredumbre, monstruos o extraños alienígenas, que sin embargo lo acompañaron durante toda su vida.

Su madre, Sarah Susan Phillips, venía de una familia poderosa y rica, y transmitió al joven Howard todas las veleidades de la alta burguesía de Rhode Island y de Nueva Inglaterra, dándole muy poco espacio para las relaciones sociales y llenándolo de prejuicios raciales y de clase. El apellido Phillips pesaba en la región y Howard debía corresponder a la fama de su apellido. Trabajar, como sí lo hacía su padre, Winfield Scott Lovecraft, era cosa de las clases bajas, los negocios de nuevos ricos y la venta cosa de judíos, a las que Howard no debía aspirar jamás. Vivir de rentas o de la explotación de sus heredades era lo propio para un niño de su clase, que no debía pensar en el sucio dinero más que para administrarlo.

Su padre, representante de plata para una gran compañía, era un burgués de cuello blanco, pero no pertenecía a la aristocracia de la zona y se la pasaba de pueblo en ciudad ofertando su producto, sin mucha relación con la formación de Howard, de hotel en hotel y sin llenar las aspiraciones de su santa mujer. Cuando Howard tenía solo tres años, su padre enfermó de una rara crisis nerviosa y fue recluido en un hospital para morir cinco años después, dejándolo huérfano a los ocho sin prácticamente haberlo conocido, con lo que la influencia materna fue tan absorbente como definitiva para la formación de Lovecraft, que pasó de ser un niño robusto, creativo y enérgico a ser un adolescente sensible, enfermizo y clasista.

También tuvo la influencia de sus tías y de su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips, quien lo guio y animó por el mundo de la literatura, pero que contribuyó a su soledad y a su educación clasista y con aires de grandeza.

Adolescencia perdida

Poco se sabe de la adolescencia, en cuanto a vida personal, de Howard Phillips Lovecraft, porque desde la muerte de su padre pasó a ser un recluso de su propio hogar sin apenas relación con el mundo exterior, las pasiones, el amor, los excesos y demás asuntos propios de la juventud. Solo se sabe que escribía poesía y más poesía, algún cuento y algunos artículos científicos para revistas locales sin mayor difusión.

Fue un año a la escuela tras la muerte de su padre, pero su madre lo retiró aduciendo que estaba enfermo; luego asistió dos años y medio a la escuela preparatoria, y hasta ahí llegó su formación académica oficial, ya que sin título de bachiller le fue imposible presentarse a los exámenes de la Universidad de Brown, en Providence, donde soñaba con hacerse astrónomo profesional.

En casa, y al amparo del abuelo, aprendió algo de química y astronomía y se aficionó a la ciencia por un tiempo.

En 1904 murió su estimado abuelo, Lovecraft contempló el suicidio y pasó largas temporadas entre crisis nerviosas y apatía por un mundo real que parecía ser incapaz de ofrecerle algo, hasta que en 1913 leyó a Edgar Allan Poe y empezó a salir del ámbito familiar compuesto por su madre y sus tías.

Joven adulto

Con 23 años de edad decide que quiere ser escritor de algo diferente y original, alejado de lo cursi y romántico, como escribe en una carta a la revista Argosy criticando al popular autor Fred Jackson, señalando que este escribía para la masa historietas de amor, con lo que traicionaba a la literatura y a la verdadera creación artística. La carta, por la polémica que suscita, se hace famosa y lo lleva a ser reconocido por el ambiente periodístico de 1914, y hasta a ser presidente de la Asociación de Nacional de Periodistas Amateurs entre 1922 y 1923.

Un año antes, en 1921, muere su madre, a la que estaba muy apegado y adoraba, lo que, sin embargo, lo libera del dulce yugo materno y le permite crecer por su cuenta.

Ya en 1917 funda su propia revista, El conservador, donde publica sus propios textos, como Tumba y Dagón, y otros que le parecen convenientes, originales y diferentes, lo que le hace ganar adeptos y seguidores, con los que se cartea fervientemente (Lovecraft llegó a escribir unas cien mil cartas a lo largo de su vida), destacando al autor de Conan el Bárbaro, Robert E. Howard, también creador de una mitología y un universo originales y diferentes.

El solitario Howard Phillips Lovecraft ya tiene amigos, por carta la mayoría, pero amigos al fin y al cabo. En nuestros tiempos los tendría a través de las redes sociales. También tiene un grupo de seguidores que van siguiendo su obra, y en 1923 logra publicar profesionalmente Dagón, en Weird Tales, especializada en el terror y en la ciencia ficción, aunque con muy poco prestigio literario.

El horror del matrimonio

Muertos su abuelo y su madre, Howard queda en el desamparo afectivo y económico, pero aún le queda algo de herencia y libertad creativa. Ya es un autor reconocido, aunque mal pagado, y parece un caballero bien estante de Providence de 34 años de edad, es decir, en apariencia un buen partido, quien además no fuma, no bebe y no va con mujeres de dudosa reputación.


Sonia Green, la esposa de Lovecraft

Es entonces cuando su complejo de Edipo lo lleva a conocer en una convención para escritores noveles a una escritora emigrante ucraniana, siete años mayor que él, fuerte, independiente y alegre que regentaba una tienda de sombreros: Sonia H. Greene. Se casó con ella en 1924 y se divorciaron amigablemente dos años después, sin más descendencia que una novela escrita a cuatro manos, El horror en la playa Martin.

Tras casarse se mudaron a New York, en el Brooklyn, donde se agotó la herencia y las tías dejaron de pasarle su renta. Lovecraft tuvo que rebajarse a trabajar como escritor fantasma y como corrector de estilo, algo que hacía divinamente y con un inglés muy depurado.

El amor y la alegría se fueron con la ausencia de dinero, ya que lo que él ganaba no era suficiente para llevar una vida decente al estilo que Howard estaba acostumbrado, y ella, quizá ilusionada de que se casaba con un buen partido, había dejado su tienda de sombreros. Ella tenía el vicio de comer, pero a Howard le parecía una vulgaridad, y en cuanto al sexo, aunque ella lo defendía, los vecinos y amigos nunca oyeron chirriar la cama matrimonial.

Howard era afable y educado, y hasta detallista mientras tuvo dinero, pero no fue suficiente para Sonia, así que, sin tener nada qué reclamarle específicamente, le pidió el divorcio para poder seguir con su camino en América, y Howard se lo concedió sin problemas.

Ella se fue a Cleveland y él volvió a quedarse solo, en una ciudad y un barrio que detestaba, muy lejos de su vida apacible y sin recursos económicos, así que en 1927 volvió a Providence a la nueva casa familiar y al amparo de sus tías, donde logrará su mayor y mejor producción literaria sin tener que pensar en el amor, el sexo, la comida o el pago por la habitación y los servicios.

Sin Dios

En 1933 Lovecraft vuelve a independizarse. Es un hombre grande de tamaño, extremadamente delgado (apenas come, y lo que come le sienta mal), enfermizo, depresivo, nervioso y lleno de manías y fobias, con una gran sensación de fracaso pese a que ya es un autor de culto para sus seguidores en Weird Tales, pues no le encuentra sentido a la vida y la normalidad lo abruma con su estulticia y vulgaridad.

Para algunos autores y seguidores de su obra, esa sensación de vacío se debía a que Lovecraft era un ateo recalcitrante, al menos con lo que a las religiones oficiales y judeocristianas se refiere, explicando con ello que un hombre sin Dios carece de la fe reconfortante en la redención, la salvación o el acogimiento en la otra vida.

Cuentan que desde los cinco u ocho años el joven Howard Phillips se declaró ateo y se negó rotundamente a asistir a los centros religiosos de las múltiples iglesias y templos de Providence, ya fueran católicos o protestantes, y así siguió el resto de su vida.

Su boda fue por lo civil, y nunca se acercó a recibir ningún tipo de sacramento, tan socialmente aceptados en su época.

Se sintió atraído temporalmente por el socialismo y quizá por el humanismo, pero pronto desechó todo tipo de ideologías, que le parecían tan insustanciales como los dogmas religiosos.

“Si la religión fuera cierta, sus seguidores no intentarían golpear a sus crías con una conformidad artificial; simplemente insistirían en su búsqueda inflexible de la verdad, independientemente de los antecedentes artificiales o las consecuencias prácticas”.

H.P. Lovecraft

Lovecraft no cree en un Dios único.

Lovecraft no cree en un Dios omnipotente.

Lovecraft no cree en un Dios omnipresente.

Lovecraft no cree en un Dios celoso y absorbente.

Lovecraft no cree en un Dios vengativo.

Lovecraft no cree en un Dios que premie el asesinato, la vejación, la violación y la muerte de los contrarios o de los no creyentes.

Lovecraft no cree en un Dios dogmático que exige sumisión, adoración y obediencia.

La salvación cristina le parece una grosería, entre otras cosas, porque deja fuera, en el infierno o en el limbo, a los grandes pensadores de la antigüedad.

Para Lovecraft la más recóndita antigüedad, lo primigenio, es sagrado.

Sus convicciones son firmes, tanto, que incluso se permite ser del todo indiferente a las creencias y a las instituciones religiosas de su entorno y de su época; no las necesita, no le interesan y ni siquiera son dignas de discusión o de crítica.

Sin embargo, es creyente de su propia experiencia onírica, metafísica y esotérica, donde hay todo tipo de dioses, pero ninguno como Jehová, Shiva, Horus, Mazda o Mitra, y ni siquiera Zeus.

Sin darse cuenta, Lovecraft crea a sus propios dioses, su propia mitología, y le da la espalda a las trilladas y fraudulentas expresiones religiosas de su contexto.

El famoso Círculo Lovecraft se forma poco después de su muerte, así que no se le puede achacar, como pretenden algunos, la regencia o gobernanza de una secta oculta de adoradores de un pulpo primigenio que los llama desde las profundidades de los mares, Cthulhu.

No, Lovecraft no es consciente de haber formado un culto, como el del árabe enloquecido que supuestamente escribe el Necronomicón, Abdul Alhazred, tampoco aparece en la lista de fraters masones, rosacruces, teósofos, iluminados o similares tan populares en su época. Lovecraft es siempre independiente, un caballero de Rhode Island, original y diferente, ateo y tremendamente creativo, sin Dios pero con muchos demonios y divinidades, que sin embargo vive abatido, pero no por falta de Dios sino por falta de inteligencia en los seres humanos.

No podía entender cómo era posible que la mayoría de los seres humanos, entre ellos gente que él quería y respetaba, fueran capaces de creer en algo tan necio e infantil como lo eran las religiones: mala literatura llena de cuentos sin pies ni cabeza.

La Biblia le parecía uno de los peores libros jamás escrito, y si ese texto, como el Corán, era la palabra de Dios a través del Arcángel Gabriel dictada a profetas y escribas como Mahoma, necesitaba volver a la enseñanza elemental y visitar a un psiquiatra frecuentemente hasta que superara sus traumas.

¿Cómo es que nadie se daba cuenta de tal atrocidad?

¿Cómo era posible que gente intelectual que conocía y sabía, que entendía y era racional, creyera en tal estulticia?

La respuesta podía ser el miedo, y quizá por ello, más que criticar abiertamente a creyentes y sacerdotes, sus escritos estaban llenos de incertidumbre y terror.

La mejor época creativa, entre los 37 y 43 años de edad, es también la más depresiva y dolorosa, y no tanto por carecer de una figura paterna y divina fuerte al estilo occidental y anglosajón, sino por carecer de fe en una humanidad que encuentra torpe, vulgar, zafia y, sobre todo, estúpida.

Hay quien señala que sus crisis nerviosas y depresiones se debían, además, a que a pesar de contar con un sinnúmero de lectores y seguidores, su obra no era apreciada como verdadera literatura, sino como un pasquín de terror como la editorial que lo publicaba, y que encima le escatimaba el pago de derechos de autor y solo le daba una miseria por sus escritos.

Lovecraft era muy claro al respecto: “un caballero no debe cobrar por lo que escribe”, porque un caballero como él no debía rebajarse a trabajar ni a venderse como un cualquiera, sino esperar que su obra llegara al lector, una obra que debía ser pura y sincera, sin falsos amores o tópicos de moda; una obra que el autor siente y experimenta, que habla de lo que el autor entiende, y no una forma de engaño funcional que adocena a la gente.

Lovecraft pensaba que quien se vende, se pervierte, porque la fama y la gloria son un producto de los que gobiernan el mundo y detentan el poder. No hay obra famosa y laureada que sea pura y sincera cuando el autor está vivo y cobra por ello, e incluso a menudo, cuando el autor ya está muerto, es rescatado y malversado porque el poder y el gobierno así lo deciden, y no por la verdadera calidad de su obra. Así que a él no le importaba entrar en el círculo de los grandes autores ni obtener la fama de la academia literaria, sino simplemente escribir y que alguien lo leyera, como cuando escribía cartas a amigos, seguidores y detractores; nada más, el resto era una vulgaridad repugnante movida por las más innoble vanidad.

¿Asexual?

Mientras Edgar Allan Poe era un alcohólico con una vida amorosa atormentada y una sexualidad descontrolada, Howard Phillips Lovecraft no tenía vicios conocidos ni pasiones exageradas, pues veía al sexo como una función fisiológica más sin la mayor relevancia.

Esto le ganó fama de homosexual o de asexual entre amigos, familiares y conocidos, ya que si bien era alegre en las fiestas y reuniones, con un aguzado sentido del humor, nunca pareció interesado particularmente en el sexo.

El sexo, como la religión, le parecía una niñería que se había exagerado y moralizado innecesariamente, entre muchas otras cosas, porque el sexo es la única función fisiológica que no mata si no es practicada. Todos nacemos sexuados y con hormonas, y morimos sexuados, incluso gozando de un orgasmo o eyaculación, así que el sexo es parte esencial del ser humano, sin importar con quién o con qué se practique, y sin importar si se practica o no, porque lo llevamos con nosotros toda la vida, y en Dreamland se puede practicar eternamente con las más bellas hadas y ninfas sin que a nadie le llame la atención.

Sonia, la que fue su esposa durante dos años, defendió siempre su hombría, una hombría que a Lovecraft no le importaba para nada, y para ser un caballero de alcurnia, que era lo que él deseaba, la sexualidad como amor o acto reproductivo no le interesaba en absoluto.


Escribir, escribir y escribir, y también leer,

único leitmotiv de Lovecraft

Nunca se le vio en una casa de citas, propasándose con una sirvienta, solicitando los servicios de una prostituta ni nada por el estilo, pero todos sabemos que para tener una sexualidad intensa nada de lo anterior hace falta, incluso si hay castración maternal o complejo de Edipo, y a Lovecraft la sexualidad como hecho social no le interesó nunca. Su intimidad, su verdadera intimidad, solo la conoció él, nadie más, y fue un asunto que jamás externó ni dio motivos para que alguien pensara que le preocupaba lo más mínimo.

Leer, sobre todo libros viejos y olvidados donde buscaba y rebuscaba los arcanos que le dieran una clave a la existencia, desde su más tierna infancia hasta sus últimos años fue lo que realmente le importaba, y no las relaciones físicas reproductivas o lúdicas que podía ejercitar cualquier animal sexuado.

La búsqueda final

En los últimos seis años de su vida, tres en casa de sus tías y tres prácticamente en la consulta del médico o en el hospital, Lovecraft se dedicó a viajar por los estados y las ciudades vecinas a Rhode Island y Providence, en busca de libros imposibles y objetos curiosos, como quien busca una llave para abrir la puerta de lo insondable, para desvelar el misterio de la existencia.

La ciencia normal y académica deja de interesarle pues descubre que, como la literatura, el amor y la religión, está algo o muy amañada y es incapaz de dar respuesta a sus inquietudes tanto como a sus padecimientos físicos, que cada vez son mayores.

El mundo onírico es cada vez más intenso, tanto en pesadillas como en sueños lúcidos que algunos califican como viajes astrales, y la figura de su alter ego, Randolph Carter, el viajero de los sueños, se hace cada vez más presente.

Su cuerpo físico, casi anoréxico por la desnutrición crónica, lo mantiene atado a un mundo real que le molesta, y no porque no lo comprenda, sino porque lo comprende demasiado.

En 1932 muere una de sus tías, la señora Clark, y se queda a vivir con su otra tía, la señora Gamwell, hasta 1933. Ahí se pierde de vista su residencia, pero aún no su presencia en este mundo, que le da un golpe más en 1936 con el suicidio de su estimado Robert E. Howard, con el que compartía un gran amor por lo arcaico más allá del personaje Conan y sus aventuras, como el Mundo Medio o las civilizaciones anteriores a lo que conocemos como civilización, donde Lamelia, Cimeria y Acadia están naciendo y hay dioses vivientes, seres de otras razas y una conexión con culturas aún más viejas, más arcaicas, más primigenias.

En sus últimas cartas a sus amigos y seguidores, Lovecraft lamenta no haber escrito nunca una obra extensa y contundente que le cerrara la boca a todos sus críticos, a pesar de que Las sombras sobre Innsmouth, de 1936, casi lo consiguió; pero se lamenta más de los padecimientos físicos y de sus crisis nerviosas, como si hubiera heredado la sífilis de su casi desconocido padre, a pesar de haber llevado una vida sana y solitaria.

Asiduo a las tinieblas es quizá su última obra, y también una forma de acercarse a la muerte o a la tierra de los sueños una vez abandonado el cuerpo en esta dimensión, donde sería Randolph Carter de nuevo y se olvidaría para siempre del presuntuoso, puntilloso, orgulloso, debilucho y engreído Howard Phillips Lovecraft, que finalmente moriría de cáncer intestinal y deficiencia renal en el Jane Brown Memorial Hospital de Providence, donde fue internado el 10 de marzo de 1937, para morir cinco días después, el 15 de marzo de 1937. Fue sepultado el 18 de marzo en el mausoleo familiar de los elevados Phillips, en el cementerio de Swan Point, como todo buen caballero de clase alta.

August Derleth y Donald Wandrei, amigos personales y seguidores de la obra de H. P. Lovecraft, fundaron Arkham Editorial para publicar la obra del fallecido con la dignidad que siempre había merecido y que ningún editor le dio.

En La llave de plata (1936), que puede abrir las puertas de otras dimensiones, realidades y mundos, Lovecraft antecede lo que será su desaparición de este mundo de una forma literaria, dejando atrás tanto su propio cuerpo como al mundo extraño que le tocó vivir, escarbando en lo antiguo para encontrar algo mejor que lo moderno o que el terrible futuro que siempre se avecina sobre una especie mediocre, vulgar y caótica como lo es la humana, despreciable en muchos sentidos y salvada solo por unos cuantos seres de verdad sensibles, creativos y geniales, quienes, como él, sufrían la estulticia del resto y a menudo se veían opacados por la religión, la ciencia académica, el Estado opresor y, lo que es peor, por sus propios congéneres, esos seres abyectos e ignorantes que conforman en masa a la sociedad humana.

Religiones Lovecraftianas

Como veremos más adelante, todos los hombres del rey, o Círculo Lovecraft, nunca fue una secta y mucho menos una religión, sino una broma epistolar donde el propio Lovecraft era el Sacerdote Mayor, y el resto de los participantes escritores, lectores y amigos que jugaban con supuestas claves mágicas y extraños descubrimientos arqueológicos, burlándose unos de otros y haciendo mofa, sobre todo, precisamente de las creencias absurdas de las religiones que en el mundo han existido, con lo que los verdaderos cultos a Cthulhu y al propio Lovecraft se dan después de su muerte, algunos centrados en lo arcano y lo arcaico, con sus primordiales y dioses cósmicos; y otros decantados hacia el ateísmo acérrimo o al satanismo, las drogas, el movimiento punk, el rock metálico en honor a Azathoth, con el hilo conductor de los textos del venerado Lovecraft, atendiendo a la llamada de Cthulhu.

Las hay con un marcado sentido del humor tanto negro como mítico, que se burlan, sobre todo, de las religiones y de las absurdas creencias en que estas se fundamentan, donde Cthulhu es siempre un pulpo capaz de comerles el cerebro a los humanos, pero que en realidad solo come espagueti.

Existen, también, seguidores de Cthulhu en el mundo del cómic y de los tatuajes desde hace muchos años, aunque jamás hayan leído directamente la obra de Lovecraft, porque lo que importa es el espíritu libre y contestatario de Lovecraft.

La mitología de Lovecraft está presente en casi toda la producción de DC Comics y del Universo Marvel, con la diferencia que en sus cómics y películas existen héroes esperpénticos que salvan al mundo de las huestes de Cthulhu, en lugar de permitir que estas huestes acaben con la humanidad.

Matar a los Dioses Cósmicos para preservar a una raza mediocre, estulta y débil sería para Lovecraft toda una grosería, pero ningún profeta o mesías, una vez muerto o desaparecido, ha sido capaz de controlar las locuras de sus seguidores.

Según Lovecraft, el culto a Cthulhu debería tener unos tres mil millones de años de existencia, porque nació sin duda con la aparición de la vida en el planeta.

Cthulhu ha sido adorado por las proteínas mismas, los seres unicelulares, las plantas, las algas, los peces, los dinosaurios, los primeros mamíferos y por todas las versiones de la raza humana que han existido hasta ahora, y seguirá siendo adorado por lo menos hasta que el planeta desaparezca, ya sea dentro de un instante o dentro de cinco mil millones de años, o quizá más.

Mitología H.P. Lovecraft

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