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Capítulo 1
ОглавлениеEL SALÓN Augusta del Hotel Cristopher en Aspen, Colorado, propiedad del señor Steele, era el escenario perfecto para celebrar la boda de Thomas Steele y Cheyenne Lassiter. Aquella tarde de septiembre habían encendido las chimeneas que había a cada extremo del salón. Los invitados brindaban por la pareja feliz. Los huéspedes del hotel y algunos turistas observaban a las estrellas de cine, a los magnates de negocios y políticos que se encontraban entre la multitud.
Alberta Harmony Lassiter quería marcharse.
–Allie, ¿todavía no estás lista? –dijo el niño en tono desesperado–. Cheyenne, quiero decir, mamá, dijo que no teníamos que quedarnos todo el rato.
Allie sonrió a su nuevo sobrino. Davy Steele era un bebé cuando sus padres murieron. Cheyenne le dijo que aunque no era su madre, podía llamarla mamá.
–Tenemos que esperar a que corten la tarta –dijo Allie acariciando el cabello del niño.
–¿Tenemos que esperar?
–Sí. Como te vas a quedar en el rancho con la abuela, Worth y Greeley, mientras Cheyenne y Thomas estén de luna de miel, tendrás mucho tiempo para montar a caballo.
De luna de miel. Parecía imposible. Hacía sólo unas semanas que la hermana de Allie conoció a Davy y a su tío Thomas. Y de repente se había convertido en la esposa de Thomas Steele y en la madre de Davy. Sin duda, Davy comenzaría en seguida a llamar papá a Thomas.
A Allie se le humedecieron los ojos. Cheyenne estaba preciosa. La belleza de su hermana trascendía la apariencia física. Emanaba belleza desde el interior. La belleza que surgía de ser amada de verdad.
Allie creyó una vez que la amaban de esa manera. Pero se equivocó.
–Oh, no, ahí viene.
–¿Quién viene? –preguntó Allie.
–Ella –dijo el niño y señaló hacia una niña sonriente–. No me deja tranquilo.
Allie nunca había visto a esa niña antes. Tenía unos cuatro años y una cara angelical.
–No parece muy peligrosa.
–No me deja en paz –la niña lo agarró de la mano y él la retiró–. Vete, no me gustan las niñas.
La pequeña rompió a llorar.
–¿Lo ves? –Davy le dijo a Allie–, hace eso cada vez que le digo que me deje en paz. Deja de llorar –le dijo a la niña–, vamos a tomar tarta, ¿no te gusta la tarta?
La niña asintió y le tendió la mano de nuevo, Davy suspiró y la agarró.
Allie sonrió a Davy con una mezcla de lástima y aprobación. Después se agachó y dijo:
–Hola. Yo soy Allie y él es Davy. ¿Cómo te llamas?
–No dirá nada. Quizá no sepa hablar –dijo Davy.
La niña lo miró indignada.
–¿Te gustan las bodas?
La niña se encogió de hombros y tocó el vestido de Allie.
–Bonito.
–Gracias. El tuyo también es muy bonito –era horrible, rosa fosforito y con demasiados volantes.
–Me lo ha comprado mi papá –dijo la niña.
–¿Quién es tu papá? –preguntó Allie.
–Este es mi papá –dijo la niña con expresión alegre y señalando hacia arriba.
–Hola, Allie.
Allie sintió que se le paraba el corazón. ¿Qué hacía allí Zane Peters? Era imposible. En una boda. Y menos cuando una vez creyó que se iba a casar con él. ¿Cómo se atrevía a aparecer en la boda de Cheyenne sin que lo hubieran invitado? ¿Cómo se atrevía a hablar con ella? No pensaría que lo había perdonado.
Nunca lo perdonaría. La había herido más de lo que nadie tiene derecho a herir a otra persona. Ya no tenía capacidad para herirla.
–¿Allie? ¿Estás bien? Tienes un aspecto curioso. ¿No puedes ponerte de pie? ¿Quieres que vaya a buscar a la abuela Mary, o a Cheyenne, digo, a mamá?
La voz de Davy hizo que Allie reaccionara.
–No –dijo sonriendo–. Estoy bien. Se me ha dormido el pie.
–Deja que te ayude –dijo Zane.
Ella lo ignoró y se puso en pie. Se dirigió hacia su hermana mayor que estaba al otro lado de la habitación con cara de preocupación. Y de culpabilidad.
«Maldita seas, Cheyenne». Allie había conseguido evitar a Zane Peters durate cinco años. Trabajaba como profesora en Denver, y cuando estaba en Aspen se le activaba una especie de radar que prevenía los encuentros fortuitos.
–Puedo explicártelo –dijo Cheyenne cuando llegó su hermana–. Zane era el mejor amigo de Worth.
–Y yo soy la hermana de Worth. Quieres decir que ¿Worth lo invitó?
Cheyenne se ruborizó.
–Ayer vi a Zane en el pueblo. Me saludó de manera tan tímida que me habría reído si la situación no hubiese sido tan triste. Me has dicho un millón de veces que ya no te importa. Que no significa nada para ti. Él era uno de nuestros amigos, y Worth lo echa de menos.
–Él nunca me lo ha dicho.
–Worth no lo haría. Está bien, tampoco me lo ha dicho a mí, pero era su mejor amigo.
–¿Y por eso lo has invitado? ¿Por Worth? –miró a su hermana. Cheyenne nunca había sido capaz de mentir.
–¿Por qué más lo iba a invitar? Sé que a ti ya no te importa.
Allie la habría estrangulado.
–Sabes que no me gusta que metas tu nariz respingona en mis asuntos.
–La tengo igual de respingona que tú. Además –dijo Cheyenne–, su mujer ha muerto. Zane y tú podríais…
–Nada. Escúchame, Cheyenne Lassiter, si quieres convertirte en el felpudo de un hombre, adelante. Yo no pienso hacerlo, así que métete en tus asuntos.
–Personalmente, no me imagino a mi mujer siendo el felpudo de nadie –alguien rodeó a Allie por la cintura.
–Si no te lo habían advertido, Thomas Steele, lo siento. Los demás tenemos que aguantarla, pero tú podías haberte librado.
–Puede que sea estúpido, pero creo que sé lo que pasa.
–Siento haberte llamado estúpido, pero es que a veces mi hermana…
–¿Qué ha hecho ahora la señora Metomentodo? –Thomas sonrió a su novia–. Te quiero, señora Steele, pero eso no significa que no me entere de que interfieres en muchas cosas.
Cheyenne parecía tan apenada, que Allie dijo:
–No importa. Estoy impresionada y he exagerado. Mi hermana no se casa todos los días. Creo que estoy un poco sensible.
Cheyenne le dio un fuerte abrazo.
–Mentirosa –le susurró a Allie al oído. Le agarró las manos y continuó en voz alta–. Prometo que no ocurrirá otra vez.
Allie resopló y ambas se rieron.
Thomas las miró.
–Nunca entenderé a las mujeres.
–Eso es lo divertido del matrimonio –bromeó la madre de Allie uniéndose al grupo–. Mi nuevo nieto se va a poner furioso si no cortáis la tarta. A Davy le gusta mucho más montar a caballo que ir a bodas –añadió Mary Lassiter entre risas.
El pelo corto le sentaba bien.
Allie le sonrió al novio. Hubo un día en que las sonrisas más cálidas eran para Zane. Hacía diez años se había enamorado de Allie Lassiter. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero eso no. Eso nunca cambiaría.
Él no tenía derecho a amarla, y menos después de lo que le había hecho. No pretendía que lo recibiera con los brazos abiertos otra vez. Pero eso no significaba que él no tuviera fantasías.
–Ni los perros hambrientos miran así a la comida.
Zane no necesitó darse la vuelta para reconocer la voz.
–Cuando ayer me encontré con Cheyenne y me invitó a la boda, pensé que quizá… –soltó una carcajada llena de amargura–. Allie no sabía que yo venía. Cheyenne no se lo dijo.
–Cheyenne no podía casarse sin que asistieran sus dos hermanas a la boda –dijo Worth Lassiter.
–Quieres decir que Allie habría dejado de asistir por no verme. ¿Y tú? Si hubieras sabido que venía, ¿habrías dejado que Cheyenne caminase sola hasta el altar?
–Yo lo sabía. Cheyenne se lo pensó dos veces y me preguntó si debía llamarte y decirte que no vinieras. Después pensó que no vendrías. Yo sabía que sí lo harías.
Zane no fue capaz de interpretar el tono de voz de Worth. Tampoco fue capaz de mirar al hombre que fue su mejor amigo.
–Pasamos muy buenos ratos juntos.
–Sí –dijo Worth–. Te he echado de menos, pero Allie es mi hermana. Lo que hiciste la destrozó.
–Haría lo que fuera, pagaría el precio que fuese necesario, para poder deshacer lo que hice.
–Lo sé.
Zane miró a Worth.
–¿Y ella lo sabe?
–No te ha mencionado desde la noche que entró en casa diciendo que te ibas a casar con otra.
–Pensaba que a estas alturas ya se habría casado.
–Algunos hombres se lo han propuesto, pero no aceptó. Entre Beau y tú, la opinión que se ha formado Allie de los hombres no es muy buena.
Zane apretó los puños dentro de los bolsillos. Pocos hombres eran peores que Beau Lasitter, el padre de Allie que falleció sin que ella lo lamentara. Zane no podía negar que lo que Worth dijo era verdad, aunque le doliera.
–Hannah está esperando la tarta, pero será mejor que nos vayamos.
–No sabía que fueras tan cobarde –dijo Worth y se alejó.
Worth lo había llamado cobarde, y no sabía por qué.
Se oyeron unas risas. Eran Allie y sus dos hermanas con el novio. Zane solía soñar que ella se reía con él en su cama.
Hannah se había alejado. Estaba cerca del grupo que rodeaba a la novia. Se fijaba en Allie. Se supone que a las niñas les encantan las bodas, y parecía que Hannah estaba más fascinada con la dama de honor que con la novia.
Mucha gente pensaba que las dos hermanas mayores se parecían. Se equivocaban. Cheyenne era como un libro abierto. Allie como libro cerrado, que sólo permitía que unos pocos lo abrieran. Zane tuvo el privilegio de compartir los pensamientos mas íntimos de Allie. Un privilegio que desperdició de manera estúpida. Desde el otro extremo del salón, notaba que ella escondía sus sentimientos. Si fuese un hombre llorón, habría llorado en ese momento. Habría llorado millones de veces en los últimos cinco años. Llorar no cambiaba las cosas.
Tampoco salir corriendo. Se quedaría hasta que Hannah se comiera la tarta. Después se irían de allí. Lejos de Allie Lassiter.
Jake Norton se unió al grupo y rodeó con el brazo a Allie y a su hermana Greeley. Zane había leído que Norton y su esposa se quedaron en el rancho de los Lassiter mientras la estrella actuaba en una película del Oeste que se rodaba por la zona. Sabía que habían llegado a ser buenos amigos de los Lassiter. Pero aún sabiéndolo sintió celos al ver que Allie se reía con Norton.
Era idiota por haber ido. Si la novia cortase el maldito pastel… Hannah se comería su porción y después se marcharían.
Allie estaba tan guapa. Mucho mas guapa que cinco años antes. Casi podía sentir su boca. «Corta el maldito pastel».
Allie quería gritar. Cortaron la tarta y todo el mundo brindó por los recién casados. Si Cheyenne lanzase el maldito ramo, Allie podría escapar. Tenía que salir de allí. Si él dejara de mirarla… No podía soportar estar más tiempo en la misma habitación que él.
–Supongo que sabes que Zane está aquí. Lo acabo de ver. ¿Estás bien? –preguntó Greeley.
–Claro que estoy bien –contestó Allie a su hermana pequeña–. ¿Por qué no iba a estarlo?
–¿Cómo voy a saberlo? Sólo soy medio hermana tuya.
–Greeley Lassiter, eres tan hermana mía como Cheyenne. Me pones furiosa cuando dices esas cosas.
–Es mejor eso que verte ahí, como si fueras la única superviviente de una catástrofe.
–No tengo ese aspecto. Me ha sorprendido, eso es todo. No sabía que Cheyenne lo había invitado.
–¿Quieres que le diga que se vaya?
–Worth ha hablado con él.
–¿Y le ha dicho que se vaya?
–Evidentemente no. Sólo estaban hablando. No se han dado la mano, ni nada.
–Eso espero.
Allie abrazó a su hermana en reconocimiento a su fidelidad.
–No, Cheyenne tiene razón. Si a mí ya no me importa, Worth y él pueden recuperar su amistad. Si es que Worth quiere un amigo tan superficial.
–¿Si? –enfatizó Greeley– ¿ya no te importa?
–No me importa –dijo Allie. No podía importarle. El amor entre ellos había muerto. Muerto no, estaba enterrado en la basura. No quedaba nada. Forzó una sonrisa– Cheyenne va a lanzar el ramo. Sabes que lo tirará hacia aquí. Agárralo tú, porque yo no pienso hacerlo.
La novia lanzó el ramo. Directo hacia Allie y Greeley. Allie se echó hacia la derecha en el mismo instante en que Greeley se echó hacia la izquierda. El ramo cayó entre ambas.
–¡Mira papá! La mujer me ha lanzado las flores.
Allie vio la cara de consternación que tenía Cheyenne y confirmó las intenciones de su hermana mayor.
–Yo no me meto en esto –Greeley se marchó antes de que Allie pudiera preguntarle qué quería decir.
–Son mías –Allie escuchó una voz decidida detrás suyo.
Zane estaba agachado hablando con su hija. La pequeña tenía agarrado el ramo contra el pecho y decía:
–Mías.
–No, no son tuyas. Las flores son para una niña grande.
–Yo soy una niña grande.
–Son para una señorita. Devuélveselas a la novia, iremos a una floristería y te compraré unas flores.
–Yo las agarré.
–Se supone que no tenías que hacerlo.
–Yo las quiero.
Allie quería sonreír con indulgencia, como todos los que observaban la escena. La cara sonrojada de Zane demostraba que sabía que eran el centro de atención. Eso no significaba que él dejara de hacer lo que creía que estaba bien. Zane Peters estaba orgulloso de hacer lo que él creía correcto.
Le quitó las flores y le secó una lágrima de la mejilla.
–Podemos comprar flores amarillas. ¿Te gustan las flores amarillas?
–No quiero flores amarillas. Quiero éstas.
Sin pararse a pensar, Allie se agachó y le quitó el ramo a Zane. Se dio la vuelta y le ofreció las flores a la pequeña.
–Toma. Tú las agarraste.
La niña colocó las manos detrás de la espalda.
–Papá dice que no puedo quedármelas.
Allie no quería saber nada de la hija de Zane, pero la niña había agarrado el ramo y debía poder quedárselo. Se arrodilló y dijo:
–Tu padre es un hombre, y los hombres no saben nada sobre las bodas. Quien toma el ramo, se lo queda. Es una regla, y sé que a tu padre no le gusta desobedecerlas –dijo con mofa.
La pequeña miró al suelo. Seguía con las manos detrás de la espalda.
–Papá dice que las flores son para una señorita.
–Yo soy una señorita. ¿Puedo quedármelas?
La niña dudó y después asintió.
–Está bien. Si son mías, yo se las puedo dar a otra persona, y te las voy a dar a ti –Allie le tendió el ramo, demostrando que podía actuar con dignidad en cualquier circunstancia.
La pequeña miró a su padre. Sonrió y aceptó el ramo.
–Es bonito –dijo y le acercó el ramo a Allie–. Huele.
Allie esperaba que después de olerlo, la niña y su padre se marcharían.
–¿Qué se dice, Hannah? –dijo Zane.
–Gracias.
Hannah. Allie sintió una gran pena. La niña se llamaba como la abuela de Zane. Ellos habían planeado que su primera hija se llamaría así. La pequeña podría haber sido la hija de Allie. Hizo un esfuerzo para contener el llanto. Después se puso rabiosa. Le había puesto el nombre a la hija de otra mujer. No es que le importara. Él ya no le importaba.
–Allie, ¿no estás lista todavía?
La voz de Davy la salvó. Le sonrió agradecida.
–Estoy lista y deseando marcharme.
–¿Eres su mamá?
Allie negó con la cabeza. Davy señaló a Cheyenne y dijo:
–Ahora ella es mi madre, así que Allie es mi tía.
–¿Y quién es tu hijo? –preguntó Hannah.
–No tengo hijos –contestó Allie.
–¿Por qué?
–Vamos, Hannah –dijo Zane con voz seria.
–Pero papá, a lo mejor sus hijos conocen a mamá.
Zane agarró a su hija y se marchó.
–¿Estás bien? –preguntó Worth agarrando a Allie por el hombro.
–¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo?
–Davy dijo que estabas rara.
–Davy cree que estoy rara cada vez que me ve con un vestido. Dice que parezco una chica –imitó la voz de Davy–. Quiere que lleve vaqueros porque le prometí que después de la boda montaríamos a caballo. ¿Dónde ha ido?
–Se ha ido a despedir de los novios.
El barullo llamó la atención de Allie.
–Se marcharán los… –cuando vio la causa del alboroto se calló.
Hannah estaba en brazos de su padre con una gran rabieta. Con una mano sujetaba el ramo de flores, con la otra se agarraba a una de las columnas de metal. El resto de los invitados se reía y Zane se sonrojó. La cría pataleaba.
–Bájame –gritó.
Dejó a su hija en el suelo y ella salió corriendo hasta llegar frente a Allie. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio un fuerte beso en la mejilla.
–Adiós –la pequeña se dio la vuelta y regresó donde estaba su padre–. Tenía que decirle adiós a Allie.
El resto de su vida sin Allie. ¿Durante cuánto tiempo tendría que pagarlo? ¿Aún no lo había castigado lo suficiente? Zane había pensado en la respuesta a esas preguntas durante cinco años. Ningún castigo, por duro que fuera, borraría lo que había hecho. Siempre lo perseguiría la cara que puso Allie cuando se lo contó.
Pensó que lo superaría. Que llegaría a aceptar que Allie nunca formaría parte de su vida. Pero desde el momento en que la vio en la boda de Cheyenne, supo que se había estado engañando.
La idea le vino cuando volvía a casa. Quizá el pastel tenía demasiada azúcar. O el aroma de las flores le había afectado al cerebro.
Zane agarró el teléfono, pero lo volvió a colgar. Si bebiese se serviría una gran copa de coraje. Ya no bebía alcohol, y sabía que cuando lo hacía se convertía en un idiota y no en un valiente.
Allie evitó mirarlo durante el banquete. No es que fuera un hombre irresistible. Era un chico normal, moreno y con mandíbula prominente.
Con respecto a Zane, Allie se había comportado como una idiota. Lo suficiente como para enamorarse de él. No iba a dejarse atrapar por su actuación lastimera. No lo creería.
Zane miró el teléfono. Pensó en la potrilla. Maldita sea, aunque él hubiera arruinado su vida, la potra se merecía ayuda. Llamaría.
Allie le colgaría el teléfono.
Enfadado, dejó el aparato y se levantó. Allie reapareció en sus pensamientos. Lo peor eran las noches. Pensando en Allie. Recordando pequeños detalles, como por ejemplo, la forma en que ella sacaba la lengua hacia un lado cuando se concentraba. Zane solía bromear y le decía que un día estaría concentrada montando a caballo y que éste saltaría y ella se mordería la lengua.
El deseo se apoderó de Zane. Quería mordisquearle la lengua. Con cariño. Con amor.
Había desperdiciado ese privilegio, y ese amor.
Observó como pastaban los caballos. La potrilla estaba en el medio. Nunca se quedaría sola. Los otros caballos la protegerían. No se fiaba de las personas.
Allie podría enseñarle a confiar.
Si él no la llamaba, Allie no podría ayudar a la potra. Se dirigió hacia el teléfono, después se detuvo.
Si no la llamaba, Allie no podría decir que no. No había ninguna razón por la que pudiera aceptar, y demasiadas para que dijera que no. Si decía que no…
Zane no recordaba cuándo había conocido a Allie. Al principio sólo era una de las hermanas de Worth. Después, cuando ella tenía dieciséis años, él se enamoró. Cuando Allie cumplió dieciocho, Zane le pidió que se casara con él.
La madre de Allie les pidió que esperaran. Mary Lassiter se casó muy joven. Beau Lassiter era un vaquero de rodeo, encantador, pero de débil personalidad. Cuando Mary se quedó embarazada de Worth, Beau la llevó otra vez al rancho de sus padres. La dejó allí mientras él participaba en el circuito de rodeo. Él volvía al rancho para que Mary lo curara cuando un toro lo tiraba al suelo. Después se volvía a marchar solo, y casi siempre dejaba a Mary embarazada.
Con la ayuda de Yancy Nichols, el padre viudo de Mary, crió a los cuatro niños. Greeley ni siquiera era suya. Mary nunca se quejó. Cuando les pidió que esperaran, Zane supuso que ella quería que Allie estuviese segura. Después se preguntaba si es que él le recordaba a Beau.
No se parecía en nada a Beau Lasitter.
Quería culpabilizar a Beau de lo que había sucedido, por comportarse de forma irresponsable había conseguido que sus hijos se hicieran adultos antes de tiempo. Zane era seis años mayor que Allie. A menudo le decía que tenía que relajarse y vivir un poco, pero ella era inflexible y no toleraba que otros tuvieran un espíritu juvenil. Como él.
No. No tenía excusa. La culpa de lo que había sucedido sólo era suya, de Zane Peters.
No debía de haber ido a la boda de Cheyenne, pero la tentación de ver a Allie, de hablar con ella era superior a sus fuerzas. Cuando la vio junto a su hermana Cheyenne, durante la ceremonia, deseó tocarla. Al ver que sonreía a Hannah, deseó que le sonriera a él.
Con sólo mirarla, supo que no lo había perdonado. Si no hubiese sido por Hannah, él se habría marchado.
Ella había sido muy amable con Hannah.
Su hija había estado hablando de Allie todo el camino de vuelta a casa. Zane se arrepentía de muchas cosas, pero nunca se arrepintió de Hannah. No era culpa de la niña que Allie lo odiara. Él sabía quién tenía la culpa.
Y Allie también. Allie nunca culparía a Hannah, porque amaba a los niños y a los animales.
Ayudaría a la potra. Allie lo odiaba, pero ella ayudaría a la potra. Y entonces, quizá… Zane respiró hondo y marcó el número.
Al escuchar la voz de ella, se puso nostálgico. No pudo hablar.
Allie limpió la cocina, la caja del gato y sacó a Moonie a dar un paseo. Después continuó con el archivo de C & A Enterprises, la pequeña agencia de viajes que poseía junto con Cheyenne.
Debía de haberse quedado en el Double Nickel, el rancho familiar que estaba en Hope Valley. O haber convencido a Davy de que se quedara en Aspen con ella en lugar de en el rancho. Con Cheyenne fuera, el apartamento parecía vacío. Demasiado silencio. El silencio le hacía pensar. Y recordar. Allie no quería recordar.
Como si alguna vez lo hubiera olvidado.
Cuando tenía diez años, Allie conocía todos los movimientos que hacía Zane Peters al andar. Conocía su manera de reír y su forma de hablar tranquila. Le entraban escalofríos cada vez que él pronunciaba su nombre o la llamaba cariño. Su madre, Dolly, era de Tejas. Conoció a Mary Lassiter en una carrera de barriles y allí se hicieron amigas. Dolly también se había casado con un vaquero de rodeo. La diferencia era que Buck Peters dejó el rodeo y regresó con su familia a un rancho cercano a Aspen. Después se marcharon a Tejas y Zane se quedó en el rancho de Colorado para criar caballos.
Siempre acababa pensando en Zane. Si Allie no hubiera seguido el consejo de su madre, ya llevaría ocho años casada con Zane.
O divorciada.
Querer a Zane no le impidió ver sus defectos. Había sido muy imprudente. Mientras Allie estudiaba fuera, le llegaban comentarios acerca de lo que hacía Zane. Iba a fiestas, y a ella le preocupaba que bebiera demasiado y luego condujera muy rápido por las carreteras de montaña. Durante unas vacaciones, discutieron. Él la acusó de que era una desconfiada. La cosa fue a más y ella decidió quitarse el anillo de compromiso y metérselo a Zane en el bolsillo de la camisa. Le dijo que se marchara y que nunca se casaría con él.
Si él se hubiese disculpado, si le hubiera suplicado que tomara el anillo otra vez… No lo hizo. Sin decir ni una palabra, la dejó allí de pie frente a la casa. Allie lo vio marcharse, conducía tan rápido que el coche derrapaba al tomar las curvas.
No quería pensar en Zane. La había traicionado. Estaba dolida. Tenía que admitir que su vida había cambiado drásticamente.
No parecía un hombre que hubiera sufrido. Parecía que estaba bien.
Sonó el teléfono y Allie se sobresaltó. Interrumpió así sus amargos recuerdos. Cuando contestó, sólo hubo silencio.
–¿Diga? ¿Diga? Voy a colgar.
–No cuelgues, Allie. Te llamo por un caballo.
Allie fue incapaz de pronunciar palabra.
–Tengo una potra que necesita ayuda. Tiene dos años y la han maltratado. Es ágil e inteligente. Dentro de unos años será un buen pony para Hannah, pero las personas le dan pavor. Me gustaría que trabajases con ella. Estoy dispuesto a pagarte lo que sea.
Por lo rápido que hablaba Zane, Allie sabía lo nervioso que estaba. Ella iba a colgar.
–Te necesita –dijo Zane–, cuando se le acerca alguien se pone a temblar. No puedo utilizarla, y aunque Hannah me dejara, no podría venderla. La potra no tiene la culpa. ¿La ayudarás?
–No.
–Antes no soportabas que trataran mal a un animal –Allie quiso decirle que él había destrozado su forma de ser. No le dijo nada y cada vez agarraba más fuerte el cable del teléfono–. ¿Y qué hay de tu campaña de protección a los animales? No te preocupes, tus amigos no se enterarán de que te negaste a ayudar a un animal necesitado.
Su chantaje no funcionaría. Zane podía llamar a otra persona para que lo ayudara con el caballo. Ella tenía que encargarse de su agencia de viajes.
Amber entró en el salón y saltó al regazo de Allie. Lo había encontrado abandonado y medio muerto en la cuneta de la autopista.
–Siento haberte molestado –exclamó Zane.
Allie sabía que no podría ignorar la situación de la potra.
–Mañana tengo que acompañar a la familia de un niño ciego al curso de Braille en Independence Pass. No podré llegar a Double Nickel hasta las cuatro. Así tendrás tiempo suficiente para dejar a la potra en Hope Valley y marcharte.
–No voy a llevarla a ningún sitio. Casi se vuelve loca cuando la traje aquí. Tuve suerte de que no se lastimara, así que no voy a hacerla pasar por eso otra vez. La dejaré en el picadero que hay al lado del granero.
Allie no quería ir cerca del rancho de Zane. No quería volver a verlo. Amber se retorció para que Allie le acariciase la barriga. Ya no se parecía en nada al gato esquelético que Allie sacó del veterinario.
–Mañana iré a verla, pero no prometo nada. Tú no tienes por qué estar allí. Ya te llamaré para contarte mi decisión.
Allie colgó. Le dejaría un mensaje en el contestador una vez que hubiese encontrado a alguien para que se encargara de la potra.
Pasaron treinta minutos antes de que Allie dejara de temblar.