Читать книгу Obras menores. La república de los Atenienses. - Jenofonte - Страница 7

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F. GIUNTA, Xenophontis Opera Omnia, Florencia, 1516.

H. ESTIENNE, Xenophontis quae exstant opera, París, 15812.

G. PIERLEONI, Xenophontis opuscula, Roma, 1937.

E. C. MARCHANT, Xenophontis Opera Omnia, vol. V, Oxford, 1920.

M. FERNÁNDEZ-GALIANO, Jenofonte. Hierón, Madrid, 1971.

Para la comprensión del texto, nos ha sido muy útil la versión castellana y notas de M. FERNÁNDEZ-GALIANO, en su ya citado volumen de la Colección «Clásicos Políticos» (1971) del Instituto de Estudios Políticos. También hemos tenido en cuenta los estudios de J. K. ANDERSON, Xenophon, Londres, 1974, y de W. E. HIGGINS, Xenophon the Athenian. The Problem of the Individual and the Society of the Polis, Albany, 1977.


1 Cf. W. E. HIGGINS, Xenophon the Athenian. The problem of the Individual and the Society of the Polis, Albany, 1977, págs. 61 y 131.

2 Xenophon the Athenian…, pág. 60.

3 E. C. MARCHANT, G. W. BOWERSOCK, Xen. VII. Scripta minora (Loeb), Londres-Cambridge-Massachusetts, 1968, págs. XIV y XV.

4 Xenophon the Athenian…, págs. 64-65.

5 Ibid., pág. 63.

6 Ibidem.

7 Xen. Scripta minora, págs. XV y XVII.

8 A. LESKY, Geschichte der griechischen Literatur = Historia de la literatura griega [trad. J. M. DÍAZ REGAÑÓN y B. ROMERO], Madrid 1976, págs. 212 y 653.

9 Xen. Scripta minora, pág. XVI.

10 Ibid., págs. X y XII.


Un día el poeta Simónides visitó al tirano Hierón1. [1] En la conversación que mantuvieron ambos dijo Simónides:

—¿Querrías, oh Hierón, explicarme aquello que es natural que tú conozcas mejor que yo?

—Y ¿qué es eso, contestó Hierón, que realmente yo podría conocer mejor que tú, que eres tan sabio?

—Sé yo, replicó, que tú has sido un particular y que [2] ahora eres tirano; es, pues, natural que tú que has probado ambos estados conozcas mejor que yo en qué se distinguen la vida del tirano y la del particular, en lo que se refiere a alegrías y penas.

—Y ¿por qué, replicó Hierón, tú no me recuerdas, [3] asimismo, lo propio de la vida del particular, puesto que aún eres un particular? Pues creo que, en ese caso, yo te podría mostrar mucho mejor las diferencias que hay en una y en otra.

Entonces dijo Simónides: [4]

—Creo haber observado, oh Hierón, que los particulares disfrutan y se apenan con las imágenes por los ojos, con los sonidos por lo oídos, con los alimentos y bebidas por la boca, y en cuanto a los placeres amorosos, por los órganos que todos sabemos. Respecto a lo [5] frío y a lo cálido, a lo duro y a lo blando, a lo ligero y a lo pesado, a mi entender, también consideramos que disfrutamos y sufrimos por ellos con el cuerpo entero. De los bienes y males, unas veces creemos disfrutar por el alma sola, otras, al contrario, sufrir y otras, también, [6] por el alma y el cuerpo en común. Que disfrutamos del sueño pienso que nos damos cuenta, pero cómo, con qué y cuándo, eso creo que, más bien, lo ignoramos, dijo. Y quizás no tiene nada de extraño, ya que las sensaciones se nos presentan más nítidas cuando estamos despiertos que cuando estamos durmiendo.

[7] A esto respondió Hierón:

—Oh Simónides, efectivamente yo no podría afirmar que el tirano siente otra cosa fuera de lo que tú has dicho; de modo que hasta aquí no sé si se diferencia la vida del tirano de la vida del particular.

[8] —Mas se diferencia, dijo Simónides, en lo siguiente: disfruta, muchas veces, más por cada uno de esos sentidos y sufre mucho menos.

—Eso no es así, oh Simónides, replicó Hierón, sino que has de saber que los tiranos disfrutan mucho menos que los particulares que llevan una vida ordenada, y sufren mucho más y con más intensidad2.

[9] —Dices cosas increíbles, afirmó Simónides; pues si eso fuera así, ¿cómo iban a desear ser tiranos muchos que, precisamente, pasan por ser hombres muy capacitados? Y ¿cómo todos iban a evidiar a los tiranos?

[10] —Sí, ¡por Zeus!, dijo Hierón, porque, como son inexpertos en ambos asuntos, ponen sus ojos en ello. Por mi parte, intentaré mostrarte que es verdad lo que digo, empezando por la vista, pues creo recordar que tú [11] también empezaste hablando de ella. Efectivamente, si considero, en primer lugar, los espectáculos de la vista encuentro que los tiranos están en inferioridad, ya que cada país tiene cosas dignas de admiración, y los particulares acuden a verlas y a cualquier ciudad a causa de sus espectáculos y a las fiestas comunes3, donde se concentra lo que los hombres consideran más digno de admiración, mientras que los tiranos no pueden entretenerse mucho con los espectáculos, puesto que no les [12] resulta seguro4 ir a donde no son más fuertes que los asistentes, ni dominan los asuntos de su país con tanta seguridad como para ausentarse confiándolos a otro, temiendo ser privados del poder y, al mismo tiempo, ser incapaces de vengarse de quienes les han ofendido.

—Entonces, tal vez, tú dirías: «Pero es que tales espectáculos [13] se vienen a ellos incluso quedándose en su patria». Sí, por Zeus, ¡oh Simónides!, pero pocos entre muchos, y ésos que así son se venden tan caros a los tiranos, que los que exhiben cualquier cosa consideran justo despedirse del tirano recibiendo en poco tiempo mil veces más de lo que consiguen, en toda su vida, de todos los demás hombres.

—Pero si ❬en❭ los espectáculos, dijo Simónides, estáis [14] en inferioridad, en lo que atañe al oído estáis en mejores condiciones, ya que nunca escatimáis nada de la audición más agradable, la alabanza, pues todos los que os acompañan alaban todo cuanto decís y cuanto hacéis. Y, al contrario, estáis libres de oír lo más molesto, el insulto, pues nadie está dispuesto a vituperar al tirano en su presencia.

[15] —Y ¿por qué crees, afirmó Hierón, que quienes no hablan mal agradan, cuando se sabe perfectamente que todos aquellos que están callados traman algo contra el tirano? O ¿por qué piensas que quienes alaban agradan, cuando hay sospechas de que las alabanzas que prodigan se deben a la adulación?

[16] —Por Zeus, Hierón, replicó Simónides, evidentemente yo coincido completamente contigo en que las alabanzas más agradables son las que proceden de las personas que tienen más libertad. Pero ¿ves?, no podrías convencer a nadie de lo siguiente, de que no disfrutáis vosotros mucho más de aquellas cosas con que nos alimentamos los hombres.

[17] —Por supuesto, oh Simónides, sé, afirmó, que la mayor parte estiman que nosotros comemos y bebemos mejor que los particulares, porque ellos consideran más agradable comer los manjares que nos sirven a nosotros que los suyos. Efectivamente, lo que se sale de lo [18] corriente agrada. De ahí que todos los hombres acepten con gusto las fiestas menos los tiranos, porque sus mesas, siempre repletas, no les ofrecen ninguna sorpresa en los banquetes. Así pues, en primer lugar, en ese placer de la esperanza consiguen menos que los particulares. [19] Además, afirmó, sé bien que también tú eres consciente de que cuantos más manjares superfluos se tengan delante tanto más rápidamente nos invade la falta de apetito; de modo que también disfruta menos tiempo del placer el que tiene delante muchos manjares, que los que llevan un régimen normal.

[20] —Pero, por Zeus, replicó Simónides, mientras su ánimo lo apetece, durante ese tiempo gozan mucho más los que se alimentan con platos muy costosos, que los que tienen delante los más módicos.

—¿No es verdad, añadió Hierón, que crees, oh Simónides, [21] que quien goza más de cada situación es el que está más deseoso de ella?

—Sin duda así es, respondió.

—Acaso, entonces, ves que los tiranos se lancen con más gusto sobre sus platos, que los particulares sobre los suyos?

—No, por Zeus, replicó, no es así, sino hasta con menos gana, como muchos pensarían.

—¿Y qué?, añadió Hierón. ¿te has fijado en esos variados [22] condimentos que se ofrecen a los tiranos, picantes, agrios, fuertes o parecidos a ellos?

—Desde luego, respondió Simónides, y me parece que son perjudiciales para la naturaleza del hombre.

—¿Crees, dijo Hierón, que esas comidas son otra cosa [23] que caprichos de un espíritu blando y débil? Yo, al menos, sé bien que quienes comen con gusto, en modo alguno necesitan esos refinamientos; y tú también los sabes.

—Sí, por cierto, dijo Simónides, creo que los que están [24] al lado disfrutan más que vosotros mismos de esos perfumes con que os ungís, igual que de los olores desagradables no se da cuenta la persona misma que está comiendo, sino, más bien, los que están al lado.

—Así es realmente, añadió Hierón, y el que siempre [25] tiene alimentos de toda clase no toma ninguno de ellos con apetito; pero quien carece de alguno, ése es el que se llena de alegría cuando lo ve delante.

—Es probable, dijo Simónides, que sólo los placeres [26] amorosos os produzcan las ansias de ser tiranos, pues en este asunto tenéis la posibilidad de acostaros con la persona más hermosa que veáis.

—Ahora precisamente, dijo Hierón, has mencionado [27] aquello, entiéndelo bien, de lo que disfrutamos menos que los particulares. En efecto, se considera sin duda muy hermoso, ante todo, el matrimonio con personas más importantes en riqueza y poder y que ofrece al contrayente cierto prestigio además de placer, y también, el que se realiza entre iguales; mas se considera muy honroso y perjudicial el que se realiza con personas de [28] baja condición. Ahora bien, el tirano ha de casarse con una persona inferior, a menos que se case con una extranjera, de modo que no le acarrea mucha satisfacción; y las atenciones de las esposas que tienen grandes ambiciones gustan muchísimo, pero las ofrecidas por esclavas no son nada gratas y, si cometen alguna falta, [29] causan terribles enojos y molestias. A su vez, en los amores con muchachos5, mucho más que en los relativos a la procreación, carece el tirano de placer. Efectivamente, todos sabemos, sin duda, que se goza de un modo muy distinto de los placeres carnales si van acompañados [30] del amor. Y al amor, a su vez, jamás le apetece cobijarse en el tirano, pues el amor no goza deseando lo que está a su alcance, sino lo que se espera; por tanto, igual que uno sin experimentar la sed no podría disfrutar de la bebida, así también el que no experimenta amor tampoco disfruta de los placeres del amor más agradables.

[31] Así habló Hierón. Y Simónides, sonriéndose, dijo:

—¿Cómo dices, Hierón? ¿Niegas que se produzcan en el tirano los amores por los jóvenes? Y cómo tú, añadió, amas a Daíloco, apodado el guapísimo?

[32] —¡Por Zeus!, replicó, jamás deseo, oh Simónides, conseguir lo que se ve que está a mi alcance, sino lograr [33] lo menos allegado al tirano. Pues realmente, yo deseo de Daíloco, quizás, lo que la naturaleza del hombre se ve obligada a pedir de las personas bellas; pero deseo mucho más conseguir aquello que amo con amistad y voluntariamente, y poseerlo a la fuerza creo que lo deseo [34] menos que causarme a mí mismo algún mal. En efecto, considero que lo más agradable de todo es apresar al enemigo contra su voluntad, pero creo que los favores voluntarios de los muchachos son los más gratos. Naturalmente agradables son las miradas recíprocas [35] de un amor correspondido, agradables sus preguntas, agradables sus respuestas, agradabilísimas y excitantes sus peleas y rencillas, pero gozar de muchachos [36] contra su voluntad, dijo, me parece que se asemeja más a un acto de piratería que a los placeres del amor, aunque las ganancias y las molestias al enemigo ofrecen al pirata algunos placeres; además, gozar con aquel a quien se ama, si está molesto y el amante es aborrecido, tener contacto con quien te aborrece, ¿cómo no va a resultar una sensación molesta y desagradable? Asimismo, [37] el particular tiene una prueba directa, cuando el amado le concede sus favores, de que le complace porque le ama: saber que le sirve sin que tenga ninguna obligación; pero el tirano nunca puede estar seguro de que es amado, pues sabemos que los que sirven por miedo [38] imitan, lo mejor posible a los amantes al conceder sus favores. Además, los tiranos sufren más conspiraciones de aquellos que fingen amarlos que de ningún otro.

A esa objeción replicó Simónides: [2]

—Lo que tú dices me parece que es muy poco significativo, afirmó, pues veo que muchos de los que se tienen por hombres se privan voluntariamente de ciertas comidas y bebidas o de espectáculos6 y se abstienen de los placeres del amor. Mas aventajáis mucho a los [2] particulares en que tenéis grandes ambiciones y rápidamente las realizáis, poseéis muchísimas cosas superfluas, adquirís caballos que sobresalen por sus cualidades; armas que se distinguen por su belleza, mujeres que descuellan por sus atavíos, casas muy suntuosas y amuebladas con objetos muy valiosos, disponéis de los mejores criados en número y preparación, y sois los más capaces de dañar a los enemigos y favorecer a los amigos.

[3] —Realmente, contestó Hierón, no me extraña nada, oh Simónides, que infinidad de personas estén equivocadas sobre lo que es la tiranía, pues me parece que el vulgo juzga, por las apariencias, felices a unos y a [4] otros desgraciados. La tiranía permite a todos contemplar, bien visibles y desplegados, los bienes que se tienen por muy valiosos, pero guarda los penosos ocultos en las almas de los tiranos, donde reside la felicidad [5] o desgracia de los hombres. No me extraña, como dije, que eso pase inadvertido a la multitud, pero que vosotros que parecéis contemplar la mayoría de los asuntos más con la mente que con los ojos, lo ignoréis, eso me [6] parece extraño. Yo sé bien por experiencia y te lo afirmo, oh Simónides, que los tiranos disfrutan muy poco de los bienes más importantes, en cambio, poseen en gran cantidad los males mayores.

[7] En primer lugar, por ejemplo, si los hombres consideran la paz un gran bien, los tiranos tienen muy poco de ella, y si consideran la guerra un gran mal, los tiranos [8] tienen la mayor parte de ella. En segundo lugar, los particulares, cuando su ciudad no está en guerra total, pueden ir a donde quieran sin temer jamás que alguien los asesine; pero todos los tiranos van por todas partes como por ciudades enemigas. Al menos, precisamente ellos piensan que deben ir armados y que otros [9] con armas los escolten siempre. Además, los particulares, aunque hacen expediciones militares contra territorios enemigos, piensan, sin embargo, que están seguros cuando vuelven a su patria; pero los tiranos cuando llegan a su propia ciudad, saben que entonces están entre [10] enemigos más numerosos. Evidentemente, si algunos enemigos más poderosos atacan su ciudad, los que son inferiores también creen que están en peligro, si se encuentran fuera de las murallas, pero todos se consideran a salvo cuando vuelven al interior de la fortificación; mientras que el tirano ni siquiera está libre de peligro cuando se encuentra dentro de su casa, antes bien piensa que entonces hay que tener más cuidado.

Por otra parte, los particulares logran el fin de las [11] guerras mediante treguas y tratados de paz, pero los tiranos nunca consiguen la paz frente a los tiranizados, ni puede animarse jamás el tirano confiando en treguas. Hay también guerras que emprenden las ciudades y los [12] tiranos contra otros que han sido forzados por ellos, pero todas las dificultades que tiene una ciudad por esas guerras las tiene también el tirano. Efectivamente, ambos [13] deben estar en armas, vigilar y correr peligro, y si son derrotados y sufren algún daño, los dos lo padecen. Hasta ahí son iguales las guerras, mas lo que hay [14] de agradable para los que defienden7 unas ciudades contra otras, eso ya no lo tienen los tiranos. Pues cuando [15] las ciudades vencen en la lucha a los contrarios, no es fácil describir cuánto placer experimentan con la huida de los enemigos, cuánto con su persecución y cuánto con su muerte, y cómo se enorgullecen con la hazaña, cómo se ganan espléndida fama, cómo se ufanan creyendo que han engrandecido la ciudad. Cada uno presume [16] de su participación en el encuentro8 y de la muerte de un gran número, y es difícil encontrar un lugar donde no se exagere cuando se afirma haber matado a muchos más de los que realmente han muerto.

¡Tan hermosa consideran una victoria completa! Pero [17] cuando, por sospechas o por hechos comprobados, el tirano condena a muerte a algunos que conspiran contra él, sabe que no engrandece a la ciudad entera sabe que va a mandar a muchos menos, y no puede estar alegre ni jactarse de la hazaña, sino que quita la importancia que puede al hecho y, a la vez que actúa, se defiende alegando que no obra injustamente, aunque de [18] ninguna manera le parece hermosa la acción. Incluso cuando han muerto aquellas personas que le infundían temor, esta situación no le da ánimos en absoluto, sino que se mantiene aún más vigilante que antes. En resumen, el tirano pasa la vida soportando una guerra semejante a la que yo acabo de exponer.

[3] Por otra parte, observa cómo los tiranos gozan de la amistad. Pero examinemos, antes, si la amistad es [2] un gran bien para los hombres. Efectivamente, a quien es amado por alguien, los amantes lo ven con gusto a su lado, con gusto lo tratan bien, lo añoran si se ausenta alguna vez, lo reciben con muchísimo cariño cuando vuelve, disfrutan con él de sus bienes y le socorren si [3] lo ven en alguna desgracia. Incluso no ha pasado inadvertido a las ciudades que la amistad es bien muy grande y grato para los hombres, ya que muchas admiten que sólo a los adúlteros se les puede matar impunemente; sin duda, porque los consideran destructores del amor [4] de las esposas para con sus maridos9. Pues, aun cuando una esposa se haya entregado por alguna circunstancia, no por ello los maridos las estiman menos, si [5] creen que su amor continúa incólume. Yo juzgo que el amor y la amistad son un bien tan grande, que a mi juicio, los bienes de los dioses y de los hombres se producen, en realidad, espontáneamente para el amado. [6] Y de esta posesión que es de tal naturaleza, los tiranos tienen menos que cualquiera.

Si quieres, oh Simónides, ver que digo la verdad, observa [7] lo siguiente: sin duda, parece que son muy sólidos los amores de los padres para con los hijos, de los hijos para con los padres, de los hermanos para con los hermanos, de las esposas para con los maridos y de los camaradas para con los camaradas. Pues bien, [8] si quieres fijarte, encontrarás que los particulares son amados por esas personas generalmente, mientras que, entre los tiranos, muchos han asesinado a sus propios hijos, muchos han sido muertos ellos mismos por sus hijos, muchos hermanos se han dado muerte mutuamente en las tiranías y muchos han sido víctimas de sus propias esposas y de compañeros que parecían ser sus mejores amigos. Ahora bien, quienes así son odiados por [9] quienes generalmente están dispuestos por naturaleza y obligados por ley a amar, ¿cómo van a creer que sean amados por otra persona?

Por otro lado, quien tiene la mínima parte de esa [4] confianza, ¿cómo no va a disfrutar menos de tan importante bien? Pues ¿qué sociedad es agradable sin confianza mutua?, ¿qué trato entre marido y mujer es afable sin confianza?, ¿qué criado es agradable si es desconfiado?

Y, realmente, el tirano participa muy poco de esta [2] confianza en los demás, pues ni siquiera confía, mientras vive, en las comidas y bebidas, ni aun a pesar de que, por desconfianza, para no comer entre ellas algo nocivo, ordene a los servidores probarlas primero, antes de ofrecer las primicias a los dioses.

Ciertamente, también la patria significa mucho para [3] los demás hombres, pues los ciudadnos se defienden mutuamente con sus lanzas de los esclavos10, sin cobrar nada, y se defienden mutamente con sus lanzas de los malhechores, para que ninguno muera de muerte violenta. [4] Tan lejos han llevado la vigilancia, que incluso muchos han convertido en ley el que quien esté relacionado con el manchado de homicidio no pueda purificarse, de modo que cada ciudadano viva seguro gracias a [5] su patria. También esto se ha vuelto al revés para los tiranos, puesto que, en lugar de vengarlos, las ciudades honran en gran manera al tiranicida y, en lugar de expulsarlos de los santuarios como a los asesinos de los ciudadanos particulares, en lugar de ello las ciudades levantan, incluso en los santuarios, estatuas a sus autores11.

[6] Y si tú crees que, porque tiene más bienes que los particulares, disfruta mucho más que ellos por eso, tampoco es así, oh Simónides, sino que, como los atletas que no se alegran cuando son mejores que los particulares, sino que se apenan cuando son peores que sus rivales, así también el tirano no se alegra, precisamente, cuando ve que tiene más que los particulares, sino que se duele cuando tiene menos que otros tiranos, ya que los considera rivales de su propia riqueza.

[7] Tampoco el tirano logra satisfacer ninguno de sus deseos antes que el particular, pues el particular desea casas, tierras o criados, pero el tirano, ciudades o territorios extensos o puertos o ciudades fortificadas que son mucho más peligrosos y difíciles de conseguir que [8] los deseos particulares. Realmente verás muy pocos pobres entre los particulares y muchos entre los tiranos, porque no se mide lo mucho ni lo poco por el número, sino por las necesidades, y es mucho lo que sobrepasa [9] lo suficiente, y poco lo que le falta. En verdad, muchísimas veces el tirano tiene menos que el particular de aquello que necesita para sus gastos imprescindibles, pues los particulares pueden reducir los gastos diarios a su gusto, pero los tiranos no pueden, debido a que los gastos más imprescindibles son los del velar por su vida, y cortar alguno de éstos, les parece su ruina. Además, a cuantos pueden conseguir por medios justos [10] todo lo que necesitan, ¿acaso se les puede compadecer como que son pobres?, y, en cambio, a quienes por necesidad se ven obligados a vivir tramando siempre algo malo y vergonzoso, ¿cómo no se les consideraría justamente desgraciados y pobres? Pues bien, los tiranos se [11] ven forzados muchísimas veces a saquear santuarios y a personas contra toda justicia, porque necesitan constantemente dinero para sus gastos imprescindibles, ya que, como si estuvieran en guerra, se ven siempre en la disyuntiva de mantener un ejército o ser destruidos.

Te contaré también otra penosa experiencia de los [5] tiranos. Efectivamente, no reconocen menos que los particulares a los hombres valerosos, sabios y justos; pero, en lugar de admirarlos, recelan de que los valientes se atrevan a emprender alguna acción por amor de la libertad, de que los sabios tramen alguna conjura y, en cuanto a los justos, de que el pueblo decida alinearse con ellos. Y cuando por recelo quitan de en medio a [2] tales personas, ¿quiénes quedan a su servicio, sino los injustos, viciosos o serviles? Los injustos son de fiar, porque temen, exactamente igual que los tiranos, que, si las ciudades consiguen la libertad, se hagan también dueñas de ellos; los viciosos, gracias a las facilidades presentes, y los serviles, porque ni ellos mismos aprecian la libertad. Realmente, considero desagradable reconocer la bondad de unas personas, pero verse obligados a servirse de otras.

Además, el tirano es, necesariamente, amante de la [3] ciudad, pues sin la ciudad no podría salvarse, ni ser feliz; pero la tiranía obliga a molestar, incluso, a la propia patria, dado que los tiranos no están contentos cuando disponen de ciudadanos valerosos y bien armados, sino que gozan, más bien, volviendo a los extranjeros más temibles que sus ciudadanos y los utiliza como sus [4] lanceros. Incluso cuando hay abundancia de bienes por venir años buenos, tampoco comparte entonces la alegría el tirano, pues creen que, cuanto más necesitados estén sus súbditos, más sumisos le serán.

[6] También, oh Simónides, quiero mostrarte, dijo, todos aquellos placeres de los que yo disfrutaba cuando era un simple particular y de los que ahora, desde que [2] me hice tirano, me veo privado. En efecto, yo me divertía cuando estaba con mis compañeros que, a su vez, se divertían conmigo, y me quedaba a solas cuando deseaba tranquilidad; muchas veces pasaba el tiempo en banquetes hasta olvidarme de todo si alguna dificultad había en mi vida de hombre, a veces, incluso, hasta zambullir mi alma en cantos, fiestas y coros, y otras veces, hasta satisfacer mi deseo de cama y el de los presentes. [3] Ahora, en cambio, estoy privado de los que se divertían conmigo, por tener a los camaradas como esclavos, en lugar de como amigos; estoy privado también de su agradable trato, por no ver de su parte buena voluntad para conmigo, y me guardo de la embriaguez y del sueño como [4] de una emboscada. Temer a la multitud, temer la soledad, temer la falta de vigilancia, temer a los mismos guardianes y no querer tenerlos desarmados a mi alrededor ni verlos con gusto armados, ¿cómo no va a [5] ser un asunto molesto12? Además, la confianza más en extranjeros que en ciudadanos, más en bárbaros que en griegos, el ansia de tener a los libres como esclavos y la obligación de hacer a los esclavos libres, ¿no crees que todo ello es prueba de un alma aterrorizada? Ciertamente, [6] el terror no sólo es penoso si se asienta en las almas, sino que, además, se convierte en destructor de todo lo agradable a lo que vaya unido. Si eres experto [7] en guerras, oh Simónides, y te alineaste ya alguna vez frente a una formación enemiga, recuerda qué alimento tomabas en aquel momento, qué sueño cogías. Realmente, semejante a como entonces eran para ti penosas [8] las cosas, son las de los tiranos y más terribles aún, por cuanto los tiranos creen ver enemigos en todas partes y no sólo en el frente.

Después de oír esto, Simónides respondió y dijo: [9]

—Me parece que exageras algo cuando hablas13, pues la guerra es terrible, pero, sin embargo, oh Hierón, cuando nosotros estamos en campaña ponemos al frente vigilancia y con decisión conseguimos comer y dormir.

—Sí, por Zeus, dijo Hierón, las leyes, oh Simónides, [10] velan efectivamente por ellos, puesto que temen por sí mismos y por vosotros, pero los tiranos tienen guardias a sueldo como tienen segadores. Sin duda es preciso, [11] antes que nada, conseguir guardias fieles, pero es mucho más difícil encontrar a un guardia fiel que a muchísimos obreros para cualquier obra, sobre todo cuando hacen guardia por dinero, pues es posible conseguir mucho más dinero en poco tiempo, matando al tirano, de cuanto reciben del tirano en mucho tiempo por hacer guardia.

Lo que, sobre todo, nos envidiabas, que podemos [12] hacer bien a los amigos y someter a los enemigos mejor que nadie, ni siquiera eso es así. Pues ¿cómo podrías [13] nunca considerar que haces bien a los amigos, cuando sabes bien que quien recibe muchísimo de ti estaría muy contento, si pudiera apartarse inmediatamente de tu vista? Naturalmente, lo que se recibe del tirano nadie lo considera como suyo hasta que esté fuera de su dominación. [14] A su vez, ¿cómo puedes afirmar que los tiranos pueden someter generalmente a los enemigos, cuando sabes bien que sus enemigos son todos los tiranizados, y que no puede matarlos ni encarcelarlos a todos? (¿a [15] quiénes mandaría luego?); mas, aun a sabiendas de que son enemigos, debe guardarse de ellos y, al mismo tiempo, se ve obligado a utilizarlos.

Asimismo, no olvides esto, oh Simónides: que a los ciudadanos a los que temen los ven a su pesar vivos y, a su pesar, los matan. Lo mismo que el caballo, si es de buena raza, por miedo a que cometa algo irreparable, difícilmente lo mataría uno por sus cualidades [16] y difícilmente se serviría de él, vivo, por prevención a que, en situaciones peligrosas, hiciera algo irreparable, de igual forma, en cuanto a los demás bienes que son de difícil utilización, es molesto poseerlos y es molesto también carecer de ellos.

[7] Después de oír eso, Simónides dijo:

—Oh Hierón, parece que el honor es una gran cosa, ya que por alcanzarlo los hombres se someten a cualquier [2] trabajo y soportan cualquier peligro. Y vosotros, como se ve, aun teniendo la tiranía tantas dificultades como dices, vais, sin embargo, hacia ella con decisión, por tener honores, para que todos os ayuden en todo lo ordenado sin replicar, para que todos os miren en derredor, y todos los presentes se levanten de sus asientos y os cedan el paso y os veneren siempre con palabras y obras; pues, evidentemente, tales cosas hacen los súbditos a los tiranos y a otro cualquiera a quien le [3] toque recibir honores. Efectivamente, oh Hierón, me parece que en eso se distingue el varón de los demás seres vivos, en la ambición de honores. Por supuesto que es evidente que todos los seres vivos gozan por igual de comidas, bebidas, sueño y placeres sexuales, pero el deseo de honores no es innato ni en los animales irracionales ni en todos los hombres. Mas en los que es innato el amor por los honores y alabanza, ésos son los que se distinguen, sobre todo, de las bestias, y son considerados varones y no sólo hombres14. Así pues, me [4] parece natural que soportéis todo eso que os acarrea la tiranía, ya que precisamente sois honrados con preferencia a los demás hombres, y realmente, ningún placer humano parece estar más cerca de lo divino que el de gozar de honores.

—Pero considero, oh Simónides, respondió Hierón, [5] que los honores de los tiranos son exactamente iguales que los placeres, que te mostré, del amor. En efecto, [6] ni los servicios de los que no comparten el amor los considerábamos favores ni, naturalmente, los placeres forzados del amor eran agradables. En la misma medida, tampoco los servicios de las personas que nos tienen miedo constituyen honores. Pues ¿cómo vamos a [7] decir que los que se levantan a la fuerza de sus asientos se levantan por honrar a quienes los ofenden, o que los que ceden el paso a los más poderosos lo ceden por honrar a quienes los agravian? También dan regalos a los [8] que odian, y ello, cuanto más temor tienen de que les suceda algo por su causa, pero, naturalmente, esas obras las puedo considerar, creo, propias de la esclavitud. Me parece, sin embargo, que los honores proceden de acciones opuestas a ésas; porque, cuando los hombres piensan [9] que un varón es capaz de hacer bien, y aprecian poder disfrutar de sus bienes, y en consecuencia, lo tienen de boca en boca con sus elogios, y cada uno lo mira como a un bien familiar, le ceden el paso voluntariamente, se levantan de sus asientos por amor y no por temor, lo coronan por sus virtudes públicas y por el título de bienhechor, y quieren concederle distinciones, me parece que esos mismos que le sirven en tales cosas le honran de verdad y que es honrado, realmente, quien [10] es digno de ellas. Yo felicito al que es honrado de esta manera, pues me doy cuenta de que no es blanco de conspiraciones, sino que es atendido para que no sufra nada, y pasa feliz su vida sin temor, sin envidia y sin peligros. Mas el tirano, entérate bien, oh Simónides, pasa las noches y los días como un condenado a muerte por injusticia por todos los hombres.

[11] Después de oír todo esto, Simónides respondió:

—Oh Hierón, ¿cómo, si tan triste es ser tirano y tú lo sabes, no te apartaste de mal tan grande, y por el contrario, ni tú ni ningún otro se apartó jamás de la tiranía voluntariamente una vez conseguida?

[12] —Porque, oh Simónides, también la tiranía es muy desgraciada en eso, respondió, ya que no es posible apartarse de ella; pues ¿cómo un tirano podría ser capaz jamás de devolver cuantos bienes confiscó o de sufrir, a su vez, cuantos encarcelamientos realizó, o cómo podría ofrecer a cambio tantas vidas como muertes causó? [13] Y si cualquier otro, oh Simónides, halla ventaja precisamente en ahorcarse, has de saber que yo encuentro esa única ventaja para el tirano, pues solamente a él no le es ventajoso ni soportar los males ni dejarlos.

[8] Y Simónides dijo como respuesta:

—Oh Hierón, no me extraña ahora que estés desanimado con respecto a la tiranía, puesto que, deseando ser amado por los hombres, la consideras un impedimento para ello; sin embargo, creo poder enseñarte que el mandar no impide en absoluto el ser amado, sino que ofrece más posibilidades que la condición de particular. [2] Al examinar si ello es así, no examinemos sólo si el que manda puede complacer más por tener mayor poder, sino, en el supuesto de que hagan cosas parecidas el particular y el tirano, cuál de los dos consigue mayor agradecimiento de hechos iguales. Empezaré por los ejemplos de menos importancia.

En primer lugar, supongamos que el gobernante y [3] el particular al ver a uno lo saludan amistosamente; en esa situación, ¿de cuál de los dos crees que alegra más el saludo a quien lo escucha? ¡Ea!, supongamos ahora que ambos elogian a la misma persona, ¿de cuál de los dos crees que producirá su alabanza más alegría? Supongamos que uno y otro tienen una atención después de un sacrificio15, ¿de cuál de los dos crees que alcanzará su honor mayor agradecimiento? Supongamos que [4] cuidan de la misma manera a un enfermo, ¿verdad que esto es claro, que los cuidados recibidos de los más poderosos producen mayor alegría? Y supongamos, en fin, que hacen regalos iguales, ¿no es claro también que en ese caso, la mitad del regalo recibido de los más poderosos vale más que el regalo entero de un particular? Yo, al menos, creo que cierto honor y favor de los dioses [5] acompañan al gobernante. No es que, realmente hagan a la persona más bella, sino que vemos con más gusto a ese mismo cuando manda, que cuando es un simple particular, y nos gloriamos más de conversar con las personas que nos aventajan en honores, que con nuestros iguales.

Y en cuanto a los jovencitos, causa principal de tu [6] desprecio de la tiranía16, les desagrada muchísimo menos la vejez del gobernante y tienen menos en cuenta su fealdad cuando mantienen relaciones con él. Pues el hecho mismo de recibir honores le rodea de hermosura de tal modo que borra los rasgos más desagradables [7] y hace aparecer con más brillo los bellos. Y ya que vosotros conseguís mayor agradecimiento por servicios iguales, ¿cómo no va a ser lógico que vosotros seáis amados mucho más que los simples particulares, cuando podéis ser infinitamente más útiles con vuestra actuación y podéis hacer infinitamente más regalos?

[8] Hierón respondió inmediatamente:

—¡Por Zeus! También es necesario, oh Simónides, que nosotros nos ocupemos mucho más que los particulares de aquellas cosas por las que son aborrecidos los hombres; [9] pues se ha de recabar dinero, si pensamos gastarlo en lo que se necesita; se ha de obligar a vigilar lo que necesita vigilancia; se ha de castigar a los injustos; se ha de impedir a cualquier persona cometer excesos, y, cuando de pronto se presenta una ocasión por tierra [10] o por mar, no se ha de confiar en los indecisos. Además, el tirano necesita mercenarios. No hay carga más pesada que esa para los ciudadanos. Pues creen que se los mantiene no para una igualdad de derechos con los otros tiranos, sino para ventaja suya.

[9] A eso respondió de nuevo Simónides:

—Oh Hierón, si no digo que no tenga que ocuparse de todas esas cosas; lo que digo es que me parece que de sus ocupaciones, unas acarrean enemistad, pero que [2] hay otras que traen reconocimiento. El hecho de enseñar lo que es mejor y alabar y honrar a quien mejor lo realiza, esa ocupación viene acompañada de reconocimiento; si bien censurar, coaccionar, multar y castigar a quien actúa con negligencia, eso es necesario que [3] venga generalmente acompañado de aborrecimiento. Por tanto, yo afirmo que el gobernante debe ordenar a otros castigar al que lo precisa por exigencia legal y, en cambio, entregar por sí mismo los premios. Que esto ha de [4] ser así lo prueban los hechos; pues cuando decidimos que compitan coros, el arconte propone premios, pero manda a los coregos17 que los formen y a otras personas que los instruyan y les apliquen el rigor de la ley a los que obran con negligencia. Así en esos hechos lo atractivo procede del gobernante, y lo contrario de otros. Realmente, ¿qué impide gestionar también así los demás [5] asuntos políticos, si todas las ciudades están divididas en tribus, o en secciones18 o en compañías, y hay gobernantes al frente de cada una de ellas? Así pues, [6] si también para ellos, como para los coros, se fijan premios por el buen estado de las armas, por la disciplina, por la hípica, por el valor en el combate y la honradez en las relaciones comerciales, es lógico que por emulación se ejerciten intensamente en todo ello. Y, por Zeus, [7] se lanzarían más rápido donde fuera preciso, por aspirar a honores, y aportarían dinero con más prontitud cada vez que fuera el momento oportuno para ello y, lo que es más útil de todo, aunque es lo que menos suele hacerse por emulación, la misma agricultura producirá más, si se propusieran premios por fincas o aldeas para los que trabajen mejor la tierra19 y obtendrían muchos bienes los ciudadanos que se entreguen a ello con decisión. También los ingresos aumentarían [8] y la moderación vendría mucho mejor acompañando a la actividad, puesto que, sin duda, las malas acciones nacen menos en los ocupados. Y si el comercio beneficia [9] a la ciudad, cuanto más se honre a quien a él se dedica más comerciantes reunirá. Si se hiciera público que quien encuentre alguna fuente de ingresos que no perjudique a la ciudad será condecorado, no se descuidaría esa investigación.

[10] Resumiendo, si estuviera claro, en todo, que no quedará sin premio quien aporte algún beneficio, eso impulsaría a muchos a proponer como actividad la búsqueda de bienes y, cuando muchos se preocupan de las cosas útiles, necesariamente se encuentran y se realizan [11] más. Pero si temes, oh Hierón, que se originen muchos gastos proponiendo premios para muchas actividades, observa que no hay mercancías más baratas que las que compran los hombres por premios. En los concursos hípicos, gimnásticos y corales, ¿no ves cómo pequeños premios acarrean grandes gastos, muchos esfuerzos y muchas preocupaciones a las personas?

[10] —Creo, respondió Hierón, que has hablado bien en esa cuestión, pero sobre los mercenarios, ¿puedes hablar de que no soy odiado por su causa?, o ¿eres de la opinión de que si el gobernante se granjea amistades, ya no necesitará escolta?

[2] —Sí, por Zeus, dijo Simónides, la necesitará efectivamente, pues sé que a algunos hombres les ocurre también lo que a algunos caballos: que son tanto más desenfrenados cuanto con más abundancia tienen cubiertas [3] sus necesidades; generalmente el miedo a la escolta, vuelve prudentes a tales personas; y, al contrario, me parece que ninguna otra cosa puede ofrecer beneficios tan grandes a las personas que son como es debido como [4] les ofrecen los mercenarios. Efectivamente, tú los mantienes como guardianes de tu persona, mas muchos dueños murieron antes violentamente a manos de sus esclavos20. Por consiguiente, los mercenarios tendrán como primera y única esta orden: ayudar a todos los ciudadanos pensando que son guardianes de todos, siempre que vean algún hecho que los reclame. Y como todos sabemos, existen delincuentes en las ciudades. Por tanto, si recibieran órdenes de vigilarlos, también en esto se sentirían ayudados por ellos. Además de eso, [5] inspirarían confianza y seguridad principalmente a todos los trabajadores del campo y a sus rebaños, igual a los tuyos propios que a los que andan por el campo. También podrías dejar tiempo libre a los ciudadanos para que cuiden de sus asuntos particulares si vigilan convenientemente. Además, ¿quiénes están, asimismo, [6] más dispuestos que ellos ya a prevenir ya a impedir las incursiones secretas e imprevistas de los enemigos, puesto que están siempre armados y preparados? E incluso en el ejército, ¿quién es más útil a los ciudadanos que los mercenarios?, pues es natural que sean los más dispuestos a esforzarse, correr riesgos y velar por ellos. Y las ciudades vecinas, ¿no se ven obligadas a desear [7] la paz principalmente por causa de los que están siempre en armas, pues los preparados pueden generalmente salvar y proteger los bienes de los amigos y hacer fracasar a los enemigos? Y cuando se den cuenta los [8] ciudadanos de que ellos no causan ningún mal a quien no comete ningún agravio, de que impiden a cualquier persona obrar mal, de que socorren a los agraviados y de que se preocupan y corren riesgos por los ciudadanos, ¿cómo no va a ser muy grato necesariamente incluso pagarles, cuando también privadamente mantienen guardianes por cosas de menos importancia que esas?

Es preciso, oh Hierón, no dudar en hacer gastos por [11] el bien público, incluso con los bienes privados, pues me parece que lo que se gasta en la ciudad por el tirano se invierte más en lo que debe que lo que gasta en sus propios bienes. Examinemos cada cosa en detalle: primero, [2] ¿crees que una casa amueblada con suntuosidad te ofrecería mayor ostentación que la ciudad entera con sus murallas, sus templos, sus pórticos, sus plazas y sus puertos? ¿Acaso tú mismo parecerías más terrible [3] a los enemigos equipado con las armas más formidables [4] que si tienes una ciudad entera bien armada? ¿Crees que las rentas serían mayores si sólo mantienes productivos tus bienes privados, o si te las ingenias para [5] que sean productivos los de todos los ciudadanos? Y, en cuanto a mantener cuadrigas, ocupación que es considerada la más hermosa y lujosa de todas, ¿crees que harás más ostentación si tú mismo mantienes el mayor número de cuadrigas de los griegos y las envías a las fiestas comunes21, o si hay muchísimos más preparadores de caballos de tu ciudad y compiten muchísimos más? ¿Crees que es más hermoso vencer con el vigor de un tronco que con la felicidad y prosperidad de la [6] ciudad que presides? Al menos yo afirmo que a un tirano jamás le conviene competir con particulares, ya que si vences, no serás admirado sino envidiado, porque piensan que has gastado lo que muchas haciendas, y, si eres vencido, serás despreciado por todos más que nadie. [7] Pero yo te digo, oh Hierón, que la competición ha de ser con otras ciudades, y si tú ofreces la ciudad que presides con más prosperidad que la de aquéllos, serás proclamado vencedor del certamen más hermoso y más espléndido para los hombres.

[8] En primer lugar, lograrás al punto ese amor de tus súbditos que tú estás deseando, y en segundo, no será uno sólo quien proclame tu victoria, sino que todos los [9] hombres celebrarán con himnos tu valor. No sólo serás contemplado por particulares, sino amado también por muchas ciudades y admirado por todos, tanto en privado [10] como en público. Y podrás marchar a donde quieras con total seguridad para asistir a un espectáculo, y también podrás hacerlo permaneciendo aquí mismo; pues siempre habrá a tu lado grupos de personas que deseen mostrarte la sabiduría o bondad que cada uno posee y que quieran ayudarte. Cualquier persona presente será [11] tu aliada y la ausente ansiará verte, de modo que no sólo serás querido, sino también amado por los hombres, y no será preciso seducir a los bellos mancebos, sino más bien soportar sus seducciones. No serás presa del miedo; antes bien, inspirarás en los demás temor a que te ocurra algo, y tendrás a los súbditos contentos [12] y los verás velando por ti voluntariamente. Y si hubiera algún peligro, los verás a tu lado y, a la vez, combativos y animosos. Serás considerado digno de muchas recompensas, y no te faltará con quién compartirlas, congratulándose todos de tus bienes y luchando todos por los tuyos como si fueran de ellos. Y tendrás como tesoros [13] todas las riquezas de tus amigos.

En fin, oh Hierón, enriquece a tus amigos decididamente, pues te enriquecerás tú mismo. Engrandece la ciudad, pues te rodearás tú mismo de poder. Gana aliados para ella ***22. Considera tu patria como tu casa, [14] a los ciudadanos como camaradas, a los amigos como tus propios hijos y a los hijos como tu propia alma, e intenta ganarlos a todos ellos con un trato correcto. Efectivamente, si rindes a los amigos tratándolos bien, [15] no te podrán resistir tus enemigos. Y si haces todo eso, entiéndelo bien, habrás conseguido la adquisición más hermosa y preciada de cuantas poseen los hombres, pues siendo dichoso no serás objeto de envidias.


1 Hierón fue tirano de Siracusa en los años 478-467 a. C. Desde el 485, lo era de Gela, cuando pasó a Siracusa su hermano Gelón.

2 W. E. HIGGINS (Xenophon the Athenian. The Problem of the Individual and the Society of the Polis, Albany, 1977) nota lo retórico de este párrafo (1, 8) con el repetido «mucho menos, mucho más» (polý meíō, polý pleíō). Hay también un eco en la respuesta de Hierón de la afirmación de Simónides.

3 El término griego es hai koinaì panēgýreis o fiestas públicas para todos los griegos, como las que se celebraban en Olimpia, en Delfos, en Nemea y en el Istmo de Corinto, que comprendían varios espectáculos y concursos literarios, además de los juegos propiamente dichos o competiciones deportivas.

4 En la olimpíada del año 388 ó 385 a. C., el Discurso olímpico de Lisias atacó duramente a Dionisio I de Siracusa y, como consecuencia de ello, fue saqueada la tienda de su embajada. Cf. E. C. MARCHANT-BOWERSOCK, Xen. VII. Scripta minora (Loeb), Londres-Cambridge-Massachusetts, 1968, pág. XIV, y A. LESKY, Geschichte der griechischen Literatur = Historia de la literatura griega [trad. J. M. DÍAZ REGAÑÓN y B. ROMERO], Madrid, 1976, pág. 167.

5 Recuérdese que este amor era bien visto en la Grecia antigua.

6 Seguimos el texto de M. Fernández-Galiano, ópseōn, y no el ópsōn de Oxford.

7 Adoptamos la variante de M. Fernández-Galiano, amýnontes, y no el synóntes de Marchant.

8 Encuentro, symbolḗ, es la lectura de M. Fernández-Galiano; Boulé «decisión», la de Marchant.

9 Nótese que el término philía «amistad» lo aplica también al amor conyugal y familiar de padres e hijos, etc.

10 Se ve que la guerra civil latente, como dice M. Fernández-Galiano, entre dueños y esclavos no era exclusiva de Lacedemonia. Recuérdese el enfrentamiento casi constante de los hilotas contra los espartiatas. Cf., asimismo, el párrafo 10, 4.

11 Eran famosas, en Atenas, las de los tiranicidas Harmodio y Aristogitón. Véase, también, Helénicas VI 4, 32, en el caso de los siete jóvenes asesinos de Jasón.

12 Higgins señala que el miedo de Hierón es fingido, pues su afirmación está llena de artificios retóricos: equilibrio de opuestos, anáfora constante, ingeniosa variatio en el último miembro.

13 Debe verse, quizás, una gota de ironía en esta frase.

14 Sobre esta aseveración, que choca en una primera lectura, M. Fernández-Galiano, dice que «el honor, para un griego, es algo típico y exclusivo de la virilidad». Cf., también, Ciropedia I 6, 25.

15 Sin duda, se refiere a atenciones especiales en el momento de proceder al reparto de la víctima entre los participantes, despues del sacrificio propiamente dicho.

16 Cf. 1, 29 y ss.

17 Corego es el que corre con los gastos de las representaciones escénicas y el que, lógicamente, recibe los premios que pueda ganar el grupo que prepara. La coregía es una de las leitourgíai o prestaciones públicas.

18 El término usado es un laconismo, mórai.

19 Recogemos la nota de M. Fernández-Galiano sobre esta frase, que convierte a Jenofonte en un precursor de los concursos agrícolas que se organizan en nuestros días.

20 Cf. n. 10.

21 Píndaro y Baquílides, sobrino de Simónides, cantaron los triunfos de Hierón en los Juegos Olímpicos y Píticos.

22 Hay una laguna en los mss.

Obras menores. La república de los Atenienses.

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