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Introducción: la ciudad como metáfora de la complejidad

He intentado mostrar cómo aquellos que han sido expulsados del jardín del Edén podrían encontrar un hogar en la ciudad.

Richard Sennett

La ciudad es una metáfora de la complejidad: es lugar de encuentros y desencuentros, es construcción simbólica, es una fábrica de bases representacionales de la realidad, es comercio de identidades y etiquetas, es alteridad como reconocimiento de lo diferente, es pluralismo como aceptación y valoración de lo diverso, pero también es espacio para dinámicas de discriminación, exclusión, reclusión y anulación. La ciudad es lugar que se desborda a sí mismo como mero referente físico, por tanto, puede ser a la vez simple suma de individualidades y koinon1 (eso que aparece en el-entre-nosotros); es terreno y catalizador de igualdad y desigualdad, de libertad y represión. La civitas, aunque aún nos recuerde el loable llamado a la civilización, es territorio donde el orden y el caos comulgan, donde la banalidad y la majestuosidad se posibilitan, y donde la crueldad y la compasión se solapan.

Pensar la ciudad como complejidad es entenderla como una urdimbre de variables que han de ser consideradas a la hora de ofrecer una clave de lectura sobre ella. Hacer un intento por entender las múltiples realidades que configuran el fenómeno ciudad es asomarse a un horizonte de problemas, posibilidades y utopías, en muchos ámbitos; el sentido que habrá de dársele a dicha complejidad, sin embargo, no debería ser el de inconmensurabilidad, de suerte que se reduzca la ciudad a un “algo” incomprensible o inaccesible; la referencia a lo complexus ha de llevar a una toma de conciencia sobre lo apremiante e importante que resulta el constante preguntarse por el territorio, sus habitantes y visitantes, por las narrativas y el contenido simbólico que está en constante construcción y mutación y que, sin duda, conforman el fenómeno “ciudad”.

De esto se sigue que “ciudad” no es más que un concepto-metáfora con el que se trata de condensar realidades o encapsular descripciones. La ciudad es una metáfora de la complejidad, porque, precisamente, es por antonomasia el receptáculo de diversas dinámicas globales, de índole económica, política y social, y, por tanto, lugar por excelencia de la glocalización (que pone en evidencia cómo lo global se hace local, al tiempo que lo global solo es transformado desde lo local). La ciudad es convergencia de un sinfín de problemas, como el desempleo, la inmigración, los trastornos psicológicos y psiquiátricos, la segregación social y demás; pero también es, en general, la cuna de grandes crisis e ideas transformadoras. Podría, incluso, ser definida apelando a la clave de lectura del materialismo cultural (Harris, 1987), como ese lugar donde acontecen de forma asombrosa la infraestructura o los mecanismos y las relaciones de producción (y de explotación), la estructura o la operatividad de las instituciones que intentan poseer control sobre las múltiples dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales, y la supraestructura en tanto constructo ideológico-jurídico, estético y simbólico-religioso. La ciudad como metáfora de la complejidad habla de ese inquietante lugar donde, entre lo público y lo privado, se vive el drama y la comedia de la vida humana, en universos simbólicos que, en muchos casos, se convierten en codificaciones cerradas o en medios de reconocimiento más que de conocimiento (Augé, 2000, p. 39).

Ahora bien, detenerse a analizar la ciudad y no solo el campo se justifica una vez se piensa cómo desde esta se controla el destino de lo rural; por eso, no es extraño ver campesinos que protestan en las ciudades, porque en ellas se administran, incluso, esos lugares-proveedores, frente a los cuales hay una absoluta indiferencia por parte de los urbanitas, quienes, con desvergonzada ingenuidad, creen que la ciudad es un territorio completamente autosostenible y que, por ende, no se requiere ninguna dependencia de las zonas rurales, a las que se les ve como una oferta de descanso o meros salvavidas territoriales frente al desproporcionado crecimiento demográfico y arquitectónico de la ciudad. Acertaba Lefebvre (1976) al analizar la relación de la ciudad con el campo:

Lo cierto es que la producción agrícola se transforma en un sector de la producción industrial, subordinada a sus imperativos y sometida a sus exigencias. El crecimiento económico, la industrialización, al mismo tiempo causas y razones últimas, extienden su influencia sobre el conjunto de territorios, regiones, naciones y continentes. Resultado: la aglomeración tradicional propia de la vida campesina, es decir, la aldea, se transforma; se produce su integración a la industria y en el consumo de los productos de dicha industria. La concentración de la población se realiza al mismo tiempo que la de los medios de producción. El tejido urbano no se entiende, de manera estrecha, como la parte construida de las ciudades, sino el conjunto de manifestaciones del predominio de la ciudad sobre el campo. Desde esta perspectiva, una residencia secundaria, una autopista, un supermercado en pleno campo forman parte del tejido urbano. (pp. 9-10)

En efecto, acudiendo a un asombroso recuento que hace el mismo Lefebvre (1976, pp. 13-17) por la historia2 de la ciudad, es menester mencionar que esta nace, frente a la vida aldeana, como un propósito político, como una forma de organización avanzada que intenta diferenciarse de la organización campesina conformada, en general, por lazos de consanguinidad; esta ciudad política era habitada por los monarcas, nobles, líderes espirituales y militares, de lo que se infiere que este tipo de ciudad supone dinámicas basadas en el poder, el texto y los ideales de orden, y así se diferencia de la vida en el campo, anclada en la labor y la supervivencia. Ahora bien, a pesar de la resistencia3 de la ciudad política ante el comercio, termina cediendo terreno ante el surgimiento paulatino de la ciudad mercantil, la cual no solo trae consigo una reestructuración de las formas arquitectónicas, sino también de la función, los habitantes y la vida misma de la ciudad; de hecho, “la ciudad ya no se considera a sí misma, ni tampoco por los demás, como una isla urbana en el océano rural; ya no se considera como una paradoja, monstruo, infierno o paraíso, enfrentada a la naturaleza aldeana o campesina” (Lefebvre, 1976, p. 18), ahora el habitante de la zona rural produce para esta ciudad mercantil, que lo seduce con la ilusión de la riqueza o de la libertad económica. Eventualmente surgiría la ciudad industrial, debido a que la industria ve en las ciudades no solo un mercado, sino también a los inversionistas y, por su puesto, a la mano de obra barata.

Este sucinto recorrido histórico de la ciudad confirma cómo es que esta se ha venido complejificando, no solo cuando se da el paso de lo rural a lo mercantil, sino también cuando se constata un deslizamiento de la dinámica social, de lo industrial a la sociedad del conocimiento y el hiperconsumo.

Ahora bien, tomarse el tiempo para pensar este epicentro de relaciones, luchas, problemas y esperanzas es darse la oportunidad de adentrarse en una fascinante maraña de realidades y narrativas que obligan a considerar que la ciudad es el resultado de la aventura humana, es una conquista, un mito o el símbolo del atrevimiento, tal como sostiene Borja (2003):

Una aventura y una conquista de la humanidad, nunca plena del todo, nunca definitiva. El mito de la ciudad es prometeico, la conquista del fuego, de la independencia respecto a la naturaleza. La ciudad es el desafío a los dioses, la torre de Babel, la mezcla de lenguas y culturas, de oficios y de ideas. La “Babilonia”, la “gran prostituta” de las Escrituras, la ira de los dioses, de los poderosos y de sus servidores, frente al escándalo de los que pretenden construir un espacio de libertad y de igualdad. La ciudad es el nacimiento de la historia, el olvido del olvido, el espacio que contiene el tiempo, la espera con esperanza. Con la ciudad nace la historia, la historia como hazaña de la libertad. Una libertad que hay que conquistar frente a unos dioses y una naturaleza que no se resignan, que acechan siempre con fundamentalismos excluyentes y con cataclismos destructores. Una ciudad que se conquista colectiva e individualmente frente a los que se apropian privadamente de la ciudad o de sus zonas principales. (pp. 25-26)

En este sentido, considerar la ciudad como metáfora de la complejidad es negarse a reducirla a simple figura político-administrativa o entidad jurídica, dado que el pólemos parece ser, si no el corazón, una característica evidente de la ciudad; de ahí que en ella converjan desde conductas legales e ilegales hasta contradicciones no solo emocionales sino también ideológicas entre individuos, entre colectivos y entre sujetos e instituciones. La ciudad es tan compleja que, a pesar de ser una realidad histórico-geográfica, sociocultural y sociopolítica, desborda estas categorías y reclama cada vez mejores claves de lectura para comprender sus dinámicas. Ya lo decía Borja (2003): “La ciudad es —y es un tópico pero no por ello banal o falso—, la realización humana más compleja, la producción cultural más significante que hemos recibido de la historia” (p. 26). Incluso si se hiciera una alusión al humanismo renacentista, habría que pensar la ciudad como la máxima expresión de la libertad humana, como el símbolo del poder creador-ordenador de los hombres y como lugar del pólemos, la fricción, el conflicto y la violencia. La ciudad es compleja porque es heterogénea; muy a pesar de los intentos de homogeneizarla o de convertirla en objeto de lo que Sassen (2004) llama “fascismo urbano” o formas de expulsar, reprimir y anular violentamente a quienes intentan manifestar su inconformismo o reclamar un cambio social.

Por otro lado, es posible ver la complejidad en el habitar la ciudad cuando se descubre que en esta se vive inexorablemente entre lugares, dominios, espacios4 o no lugares. Augé (2000) ayuda a comprender esto cuando aclara que, “si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar” (p. 83). Así, cuando se habla de la ciudad se habla de lugares (la clínica donde se nace y el hospital donde se muere, los edificios, las calles o los parques); pero también se habla de no lugares y de espacios como referentes de prácticas discursivas que no son “lugares antropológicos” o dominios; por ejemplo, cuando se habla de espacio público en alusión a algo que va más allá del dominio territorial:

Negamos la consideración de espacio público como un suelo con un uso especializado, no se sabe si verde o gris, si es para circular o para estar, para vender o para comprar, cualificado únicamente por ser de “dominio público” aunque sea a la vez un espacio residual o vacío. Es la ciudad en su conjunto la que merece la consideración de espacio público […] espacio funcional polivalente que relacione todo con todo, que ordene las relaciones entre los elementos construidos y las múltiples formas de movilidad y de permanencia de las personas. (p. 29)

En este sentido, el no lugar o espacio habría que considerarlo como aquel que determina precisamente el sentido de los lugares. En otras palabras, el espacio, construido por vía de la práctica discursiva, funda el significado de los lugares (privados, públicos, de exclusión o de integración). En definitiva, eso que no posee un correlato con la realidad física tiene una fuerza simbólica tal que asigna a cada lugar la forma como ha de ser dominado, usado, ignorado o transformado. El espacio como referente de prácticas discursivas, entonces, condiciona los lugares, les otorga una calificación, un estatus y propósito. La forma como se perciba o no un lugar dependerá de cómo sea concebido en el espacio discursivo que van hilvanando las dinámicas sociales, políticas, culturales o económicas de la ciudad.

Así entonces vivir la ciudad consiste en habitar los lugares, pero también en proyectar y reclamar espacios. Ahora bien, la ciudad es compleja porque en sí misma no es única, es el resultado de las múltiples versiones resultantes de ese vivir entre lugares y no lugares. Así, para el mendigo, la ciudad es sinónimo de frialdad, hambre, exclusión, vigilancia, oscuridad, abandono y desprecio; para el visitante o turista, es aroma, historia, juego de luces, sabores únicos, maraña de vías y caras desconocidas; para quien la ocupa desprevenida e indiferentemente, es selva gris, esfuerzo, incertidumbre, explotación, intercambio, masificación y apilamiento de refugios, mientras que, para quien se atreve a habitarla, di-morare (demorarse) en ella, la ciudad es una constante fundación de mundos, es pólemos, es utopía, es misterio y fascinación, es todo un texto repleto de dinámicas ávidas de ser interpretadas.

Ahora bien, ese habitar la ciudad ha de ser poético, tal como lo describe Lefebvre (1976):

Heidegger ha señalado el camino de esta recuperación del sentido del habitar al comentar la frase olvidada o mal comprendida de Hölderlin: “el hombre vive en poeta”. Esto quiere decir que la relación del “ser humano” con la naturaleza y su propia naturaleza, con el “ser” y su propio ser, se sitúa en el habitar, en él se realiza y en él se entiende […] El ser humano tiene que construir y vivir, es decir, tener una vivienda en la que viva, pero con algo más (o algo menos): su relación con lo posible y con lo imaginario. (p. 89)

En este horizonte, es menester aclarar que, cuando se ha hablado de la ciudad como metáfora de la complejidad, no se ha querido decir que esta es sinónimo de des-orden, es decir, una aglomeración accidental de sin-sentidos. Por el contrario, la ciudad es compleja, precisamente, porque es encuentro y desencuentro de múltiples sentidos que se derivan de ese habitarla y construir versiones de ella. Al considerar, por ejemplo, la carga semántica que tiene el adentro y el afuera para quienes habitan la ciudad, refleja de inmediato cómo las fronteras —que son espacios construidos/designados en la práctica discursiva— de forma invisible dividen los lugares y fragmentan el mundo de la vida. En todo caso, se separan los espacios y clasifican los lugares donde se habita, en obediencia a unas lógicas o sentidos que revelan una alevosa resistencia a la homogeneidad y que, por ende, van trazando márgenes y abriendo abismos entre los espacios percibidos, concebidos y vividos (Lefebvre, 2013, p. 352). La complejidad de la ciudad se evidencia en la pugna cotidiana entre el habitar —su fuerza poética y su riqueza semántica e imaginativa— y el hábitat planificado para imponer un orden social.

***

Este libro ofrecerá una comprensión filosófica de la ciudad que en tanto metáfora de la complejidad no ha de ser descartada de los intereses filosóficos contemporáneos, sino que, por el contrario, merece ser abordada desde diversas claves de lectura; para tal fin, no solo se revisarán las distintas reflexiones y proyecciones que de la ciudad fueron apareciendo en la historia, sino que también se problematizarán los enfoques teóricos más importantes para lograr una descripción esclarecedora de esta, sobre todo, en su versión contemporánea; en tal sentido, se explorarán tesis en las que se habla de un hábitat humano donde reinan la desatención cortés, el cooperativismo competitivo y las relaciones instrumentales (G. Simmel, R. Park, E. Goffman, U. Beck y Z. Bauman); asimismo, aquella que entiende la ciudad como un gran “zoológico humano”, donde conviven no solo el individualismo sino también la nostalgia tribal (D. Morris y M. Maffesoli). En un segundo momento, se propondrá como clave de lectura el concepto de estetópolis, a partir del cual se tratarán de entender las sociodinámicas de estigmatización y exclusión como resultado de una fantasía de pureza (M. Nussbaum), la cual genera emociones como el miedo y la repugnancia hacia quienes son vistos como anormales, sobrantes o extraños, en tanto no entran en el ideal de orden de los urbanitas privilegiados y, por tanto, deben cargar con el estigma y la humillación. Así entonces, el análisis de tales variables emocionales que caracterizan la ciudad contemporánea se abordará también desde una perspectiva biopolítica (R. Esposito) que permita reconocer cómo la promoción de la inmunidad ha hecho mella en el fortalecimiento de la comunidad. En coherencia con lo anterior, se terminará haciendo una exhortación a volver a pensar, hablar y vivir la amistad, la caridad y, en última instancia, la solidaridad (R. Rorty) en tanto dimensión operativa de la compasión.

En las reflexiones de gran parte de los filósofos, siempre ha estado la ciudad. Sin embargo, fue sobre todo a partir del siglo XX que se creó toda una línea de pensamiento en la que la preocupación central ha sido el análisis de las dinámicas ético-sociales que tienen lugar en las grandes urbes; en tal sentido, se han desarrollado interesantes enfoques, entre ellos, los de G. Simmel, la Escuela de Chicago y, de forma más contemporánea, los de autores como L. Strauss, P. Bourdieu, Z. Bauman, R. Sennett y P. Sloterdijk. En tales enfoques, en este libro se propone el concepto de estetópolis como clave de lectura para comprender las sociodinámicas de la estigmatización y la exclusión en las ciudades contemporáneas; para esto, se apelará a una resignificación del concepto de estética, el cual será visto desde su extensión social, como apertura emocional detonada por una fantasía de pureza, la cual propicia que algunas personas sean percibidas y etiquetadas como suciedad. Asimismo, a partir de autoras como M. Nussbaum y T. Caldeira, se ofrece una novedosa lectura de la ciudad contemporánea desde emociones como el miedo, la repugnancia, la humillación y el orgullo, tras lo cual se ofrece como propuesta ético-social una respuesta desde el pragmatismo rortiano al fenómeno de la exclusión. De tal suerte, al realizar una lectura biopolítica de la ciudad contemporánea, desde tesis como las de Esposito (2009a, 2009b), se abordarán los argumentos más actuales de la discusión en torno a la inmunidad, la comunidad y la solidaridad en tanto ampliación de la lealtad o práctica resultante de promover en la ciudad emociones como la compasión, en vez del miedo y la repugnancia hacia los otros.

El objetivo central será, entonces, analizar las dinámicas sociales de exclusión en las ciudades contemporáneas a partir de diversos planteamientos teóricos y subrayar el desafío que representa la solidaridad en tanto forma de enfrentar la compasión al miedo y la repugnancia hacia quienes son segregados. De este primer objetivo se desprenden otros más operativos: el primero, ofrecer una comprensión de los principales problemas ético-sociales de la ciudad contemporánea desde la perspectiva filosófica y, en general, de las ciencias humanas. Segundo, proponer el concepto de estetópolis como clave de lectura de las ciudades contemporáneas en tanto escenarios de exclusión e inmunización, donde imperan el miedo, la repugnancia, el estigma y la humillación. Tercero, argumentar en torno a la importancia que tiene reavivar las conversaciones alrededor de la caridad, la amistad y la solidaridad como formas de hacer frente a las dinámicas de exclusión en las actuales ciudades.

Las reflexiones filosóficas que se presentan se vieron nutridas de análisis descriptivos realizados desde la ética social, reconociendo que, a la hora de ofrecer una clave de lectura de las dinámicas de exclusión en las ciudades contemporáneas, se hace necesario profundizar, desde esta disciplina ética, sin perder de vista el diálogo interdisciplinar, releyendo las consideraciones contemporáneas que ofrezcan claridades para comprender cómo se ha venido fraguando entre los urbanitas un desgaste de la solidaridad y, por tanto, una sustitución de la empatía y la compasión, por emociones como el miedo y la repugnancia hacia personas víctimas de estigma y segregación.

En este horizonte, este libro se halla enmarcado en reflexiones, interpretaciones y análisis ofrecidos por filósofos contemporáneos, sin perder de vista el necesario componente interdisciplinar; por tal motivo, se ha acudido a descripciones y conceptos de la antropología, la sociología, la psicología y la historia, entre otras disciplinas, con el objeto de que los autores consultados ofrecieran el mayor y mejor panorama posible para abordar el tema en cuestión, y contribuir a la estructuración de novedosas claves de lectura o comprensiones que permitan esbozar propuestas para afrontar los desafíos que supone la realidad social contemporánea. Así, aunque a simple vista la exclusión social en las actuales ciudades haya sido abordada comúnmente desde la sociología, con esta investigación se pretende ofrecer una lectura filosófica, desde la ética social, la antropología filosófica y la filosofía política.

En coherencia con lo anterior, en primera instancia, se abordará la ciudad en tanto fenómeno humano desde una óptica filosófica y se analizará la importancia de la polis griega en la estructuración de nociones ético-políticas de gran peso en el desarrollo del pensamiento occidental, tales como justicia, bien, vida contemplativa y práctica, felicidad, belleza, ley, libertad, virtud, entre otras. El análisis filosófico de estos conceptos irá trazando una ruta de comprensión que, pasando por la idea medieval de la ciudad como Jerusalén celestial, terminará con una descripción crítica de las dinámicas sociales de la modernidad y la posmodernidad. Para ofrecer una lectura de la historia de la ciudad en la filosofía, se acudirá a reflexiones como las de Platón en su República, Aristóteles en la Política, San Agustín en su Ciudad de Dios, W. Jaeger en su Paideia, L. Strauss en El hombre y la ciudad, y H. Lefebvre en La revolución urbana, entre otras.

Luego, el libro se centrará en generar un diálogo entre las descripciones sociológicas contemporáneas que se han hecho de la ciudad y las reflexiones filosóficas que pueden surgir al tratar de comprender las dinámicas sociales actuales. En este sentido, se traerán al análisis conceptos y discursos acontecidos, tales como el individualismo, el habitus, la ecología humana, el cooperativismo competitivo, las relaciones instrumentales, la desatención cortés, el arte del desencuentro, el neotribalismo, la posmodernidad, el analfabetismo moral, la vida nerviosa, los urbanitas, los metarrelatos y los microrrelatos, la sociabilidad y la socialidad, entre otros. Para lograr el tratamiento filosófico de dichos conceptos, será necesario profundizar en el planteamiento de pensadores como Hayek (1949), Anderson (1965), Wilson (1958), Delgado (1999), Morris (1970), Simmel (1986), Gofmann (1963), Bourdieu (2002), Maffesoli (2004), Bauman (2001, 2005a, 2005b, 2005c, 2006, 2013, 2015a, 2015b), entre otros.

Desde el punto de vista de la antropología filosófica y la filosofía moral y política, también se ofrecerán análisis sobre cómo algunas emociones generan cambios en las actuales dinámicas sociales y, por tanto, en la administración misma de la vida. En tal sentido, en la investigación desempeñará un papel preponderante el tratamiento reflexivo que se le dará al miedo, la repugnancia, la humillación y el orgullo, con lo cual se construirá desde esta perspectiva una interpretación biopolítica de las ciudades contemporáneas, con el fin de detectar cómo la extensión social de la estética en tanto búsqueda de orden y pureza convierte a las ciudades en verdaderas estetópolis en las que priman “factores ideacionales” desde los cuales algunas personas pueden resultar objetos del fastidium para otras, y así despertar una genuina repugnancia, toda vez que algunos individuos consideran como extraños e intolerablemente contaminantes a aquellos que, aun después de no considerárseles como peligrosos, siguen siendo valorados como asquerosos, eméticos o nauseabundos. En otras palabras, desde la mirada biopolítica, la investigación deberá dar cuenta de cómo la ciudad deviene inmunitaria y no comunitaria. Algunas de las nociones que serán tratadas desde una óptica filosófica serán extensión social de la estética, topofilias, conciencia de inadecuación, fantasía de pureza, fastidium, mixofobia, inmunitas, communitas, exclusión, entre otros. Para tener una aproximación filosófica de estas nociones, se profundizará en el pensamiento de Foucault (1996), Nussbaum (2006, 2008, 2012, 2014), Miller (1997), Tuan (2007), Esposito (2009a, 2009b), entre otros.

El concepto estetópolis es en sí mismo una síntesis de tres elementos a partir de los cuales se puede comprender mejor lo que sucede en la ciudad: primero, la aisthesis o disposición estética con la que se habita los espacios, se los percibe, se los siente y se los construye a partir de ideales de pureza, belleza y orden, lo cual lleva muchas veces a excluir a quienes consideramos sucios y peligrosos. Segundo, la manera en que se le otorga un significado al topos (lugar), en tal sentido, los espacios poseen una enorme carga afectiva (topofilia); por esta razón, se ve cómo en las ciudades hay territorios asépticos o seguros para el disfrute, y otros que parecen auténticos vertederos humanos. Tercero, el concepto de polis, referido a la ciudad como forma de organización social, estructura de administración de la vida y lugar de la existencia común. En definitiva, el neologismo “estetópolis” es una clave para leer los fenómenos de estigmatización, exclusión y expulsión que se experimentan cotidianamente o que son vistos cómodamente a través de la telepantalla.

Notas

1 La alusión a este concepto se puede ampliar acudiendo al análisis que realiza Arendt (1997): “El espacio político-público es lo común (koinon) en que todos se reúnen, solo él es el territorio en que todas las cosas, en su completud, adquieren validez” (p. 111).

2 Hay que hacer dos advertencias sobre la historia de la ciudad que expone Lefebvre: primero, que se trata de una lectura marxista y, por tanto, dialéctica de la historia de la sociedad, pero, en este caso, visto desde el paso del campo a la ciudad para llegar a lo que él llama “sociedad urbana”; segundo, como se puede inferir de lo anterior, Lefebvre (1976), siendo coherente con la tesis defendida en La revolución urbana, preferirá darle más relevancia a la “sociedad urbana” y a la apropiación y producción del espacio (sobre todo en La producción del espacio; Lefebvre, 2013), criticando el término ciudad, dado que considera que es un seudoconcepto que no puede ser objeto de estudio de las ciencias sociales; sin embargo, en muchas ocasiones, no tiene más remedio que acudir a dicho término. Aunque otra fascinante interpretación de la historia de la ciudad la ofrece Mumford (2012).

3 Lefebvre (1976) señala casos concretos de esta resistencia: “Innumerables hechos testimonian tanto la existencia, junto a la Atenas política, de la ciudad comercial —el Pireo—, como las prohibiciones, vanamente repetidas, de instalar las mercancías en el ágora, considerado espacio libre, destinado a encuentros políticos. Cuando Cristo expulsa a los mercaderes del templo, se trata de la misma prohibición y adquiere el mismo sentido” (p. 15).

4 Lefebvre (2013), desde una posición distinta de la de Augé (2000), introdujo una clave de lectura tríadica del espacio, sobre todo en lo que él llama el contexto del neocapitalismo, con la intención de mostrar cómo existe una práctica espacial, una representación del espacio y un espacio de representación. En otras palabras, en la relación hombre-espacio, aparecen tres momentos o experiencias interconectadas: lo percibido, lo concebido y lo vivido (pp. 97-104). Ofrece también un interesante análisis sobre lo que él denomina “espacio social”, concepto a partir del cual aborda el espacio como una no cosa o como conjunto de relaciones entre los objetos, la producción y los individuos, como fuerza de producción (pp. 125-216).

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