Читать книгу Nueva pangea - Jesús M. Cervera - Страница 7

Оглавление

PRÓLOGO

Antiguamente, siempre se había contado la historia de que en el pasado de nuestro planeta tierra, mucho antes de la llegada de la humanidad e incluso de la vida misma, hubo una gran y espantosa guerra entre unos seres superiores que se hacían llamar ángeles contra otros ángeles —caídos u oscuros— a quienes se les acabaría conociendo como demonios y que lucharían por el absoluto control del planeta y de todo el poder. También se supo que un ser todopoderoso llamado Dios impuso la paz y el orden con su tremendo y portentoso poder, pero ahora, en el presente, todos esos pensamientos han sido revocados radicalmente de la historia, pues en el año 2050 después de Cristo, la tierra estaba al límite de su desaparición. El ser humano había destrozado y maltratado el planeta, con su egoísmo, avaricia e intolerancia. Y en ese momento, unos extraterrestres llegaron a nuestro planeta desde el espacio profundo y en son de paz, se hacían llamar Dhaibukys y eran increíblemente parecidos a nosotros los terrestres, con dos únicas diferencias: el ser humano solo usa el quince por ciento de su cerebro y los Dhaibukys, el noventa por ciento; además, ellos eran inmunes a nuestras enfermedades y dolencias, lo que les había permitido avanzar muchísimo tanto en medicina como cultura, tecnología, ciencia, ética, etc. Este hecho provocó que la humanidad abriera realmente sus ojos a las estrellas y entendiera que no estábamos solos e incluso comprobamos que éramos una raza terriblemente inferior, comparada con las que predominaban en las galaxias. Estos forasteros interestelares explicaron a los terrestres que venían a ayudar a la humanidad a progresar y nos enseñaron cómo salvar el planeta tierra pues nos entregaron importantes avances en la ciencia y medicina, y adiestraron a la humanidad para tener gobernantes y leyes más justas para todos. Ellos sabían quiénes habían sido los creadores de vida, aunque aún deberíamos esperar un poco más y evolucionar como pueblo si queríamos conocer toda la verdad que escondía el universo para nosotros. Después de cinco años preparando y enseñando a la humanidad, los Dhaibukys decidieron que era el momento de volver a marcharse, pero antes de ello, nos dejaron una pieza trasparente con forma de rombo en la que había una dentro una pequeña esfera de color azul oscuro, hecha de un material desconocido e indestructible muy parecido al cristal, a la cual los Dhaibukys llamaban el alma Primus, en cuyo interior estaba escrito un texto incomprensible para el humano. Los Dhaibukys dijeron a la humanidad que no desesperara pues tarde o temprano llegaría alguien capaz de abrirla y, más tarde, otra persona capaz de entender los misteriosos escritos, y este hecho indicaría que había llegado el momento en el que la humanidad debería decidir entre evolucionar o acabar desapareciendo por completo.

Nos ubicamos en el año 3520, en la majestuosa Vía Láctea, en un hermoso planeta antiguamente llamado Tierra, ahora Nueva Pangea. Con la tecnología que nos habían regalado los extraterrestres, todos los continentes estuvieron moviéndose despacio y evolucionando para adaptarse a lo que ha acabado siendo un planeta hermoso, lleno de vida, con una vegetación frondosa, un clima que se adapta a la necesidad de cada parte de su ecosistema y unas vistas capaces de cautivar a cualquier persona por muy exigente que fuera. En él, solo existe un único y extenso continente llamado Kenorland, distribuido en diez regiones:

UR: La región central del planeta —desde la que se puede ir a cualquier parte—, considerada la más importante por disponer de la ciudad de Sion.

Baltica: Pequeña región con un gran arraigo a la antigua cultura asiática.

Laurentia: Los habitantes de esta región son fervientes religiosos que viven en una de las zonas más frías del planeta.

Gondwana: Considerada el pulmón del planeta por cómo se ha mantenido su vegetación a pesar de las ciudades.

Laurasia: La otra región helada del planeta, para vivir en este lugar debes creer en la ciencia y amarla mucho.

Paratetis: A pesar de su clima desértico, las ciudades de esta región mantienen viva tanto la tecnología como la ludopatía.

Euramerica: El otro pulmón del planeta, aunque dispone de menos frondosidad que Gondwana, sigue siendo un lugar perfecto para descansar cuerpo y mente.

Vaalbara: La región montañosa que reúne a más luchadores y guerreros por metro cuadrado.

Rodinia: Los más ricos, poderosos e influyentes del planeta residen en esta región.

Avalonia: Región submarina con una sola ciudad.

Por supuesto, en todas ellas podemos encontrar sus respectivas ciudades, cada cual distinta, pintoresca y turística a su manera, pues en el planeta no existe una ciudad igual que otra. Además, existen muchas más novedades pues ahora mismo en Nueva Pangea viven todo tipo de especies animales, algunas que se habían extinguido por culpa del hombre vuelven a poblar el planeta libremente e incluso en algunas zonas existen dinosaurios ya extintos, y todo gracias a la nueva tecnología, la sabiduría y la industria de los Dhaibukys, que conocían perfectamente cómo funcionaba el planeta y la mejor forma de mejorarlo y avanzar hacia un futuro mejor, como si ellos mismo lo hubieran creado. Aunque la humanidad descartaba esta teoría debido a la caja Alma Primus, que, por supuesto los humanos intentaron abrir por todos los medios posibles sin éxito, pues —como ya habían anunciado los Dhaibukys— solo el elegido conseguiría abrirla.

En este momento, ya no hay guerras, ni contaminación y la pobreza ha descendido a mínimos históricos. El planeta está ahora gobernado por un misterioso poder político llamado La cúpula, formada por diez personas que —con mano dura para preservar nuestra historia, el pasado y garantizar la calidad de vida— velan por el cumplimientos de las leyes marcadas por los Dhaibukys. Aún quedan humanos rebeldes que desean destrozar el perfecto sistema de armonía que se ha creado con tanto esfuerzo, sudor y lágrimas. Por suerte, para supervisar todo en el centro exacto de Nueva Pangea se halla la gran y majestuosa ciudad de Sion desde la cual La cúpula controla lo que ocurre en Nueva Pangea, desde los nacimientos o las defunciones, hasta los sueldos de las personas e incluso las veces que uno de sus habitantes va al aseo en un día. Al igual que un cerebro rige el funcionamiento del cuerpo humano, Sion controla lo que ocurre en Nueva Pangea.

Pero ahora acompáñame y juntos nos adentraremos en unos nuevos acontecimientos que marcaran el destino de todo Nuevo Pangea, pero para ello debemos entrar en el extenso corazón del continente de Kenorland, en busca de Euramerica, situada al sur de Sion, una de las regiones más grandes del hermoso planeta, y una vez allí, hacia el sureste descubriremos la bella y antigua ciudad de Breinosh, una de las primeras de Nueva Pangea, rodeada de pequeñas casas habitadas por humildes trabajadores, labradores, leñadores, granjeros... En una de estas casas, de madera reciclada, ladrillos y piedras, vive con su querida abuela un adolescente llamado Alexander Evans, un joven de diecisiete años, alto, pelo castaño, ojos verdes como el bambú, una pequeña cicatriz en el lado derecho de su pecho, y un desarrollado sentido de la justicia, el amor por el prójimo, la naturaleza y la vida. En fin, Alexander es uno de esos chicos que todos desearíamos como amigo. Alexander, tenía una vida muy sencilla y tranquila, algo que le agradaba enormemente pues no conocía la avaricia. Su rutina diaria consistía en revisar si las gallinas ponían huevos, sacar el pequeño rebaño de cabras a pastar al monte, cortar un poco de leña para las noches, recoger agua del pozo y otras tantas labores que conlleva la serena, tranquila y dura vida del campo. Desde pequeño se ha sentido acompañado —incluso en ocasiones, paradójicamente, protegido— por su buena amiga Marian Casiah una chica de cabellos rubios, ojos azules, sonrisa permanente, y un carácter un tanto complicado… Disfrutaban de una vida tranquila, feliz y serena, pero cierto día, mientras Alexander estaba en lo alto de un cerro con el rebaño acompañado de Marian, llegó corriendo —medio ahogado por su mala forma física— uno de sus buenos vecinos, tremendamente nervioso y muy asustado. Alexander se levantó de la roca en la que estaba sentado, le ofreció asiento y le dio su cantimplora con agua.

—Joven Alexander, vuelva corriendo a la casa, su abuela está en grave peligro ahora mismo, corra.

Alexander dejó caer la vara vieja de madera con la que controlaba el rebaño y corrió colina abajo en busca de su casa. Notaba en su propio cuerpo pues sentía como si pudiera correr algo más rápido de lo normal en una persona, aunque no le dio importancia a este hecho en ese momento. Tan preocupado iba corriendo que no percibió que estaban saliendo diminutas chispas doradas de electricidad a través de sus piernas. Y justo al llegar frente de la casa, sus ojos vieron algo que cambiaría su vida y su futuro para siempre: un corpulento hombre de pelo largo y negro, parecido a un vikingo o algo así, de gran altura sostenía a su abuela sujeta por el cuello. Ella parecía medio moribunda, pues seguramente la habría golpeado. Mirando fijamente a la abuela de Alexander, dijo:

—Te saludo, alado, me llamo Ruminanto Rezep, soy el Niju heredero del minotauro y he venido por orden expresa a quitarte la vida.

Ruminanto hablaba y hablaba mientras miraba fijamente con cara de satisfacción a la abuela de Alexander, era un ser tan patético que golpear a una señora mayor le alegraba.

—¿Y si vienes a por mí, por qué atacas a una débil anciana? ¿Acaso eres un miserable cobarde?

—La mujer esta me da igual, solo quería llamar tu atención.

—Tienes toda mi atención, cobarde.

Este último insulto acabó molestando a Ruminanto, giró la cabeza hacia la derecha para mirar fijamente a Alexander a los ojos, pero Alexander le propinó un puñetazo en la mejilla. La intensidad del golpe hizo que Ruminanto soltara a la señora mayor, mientras que Alexander la recogía al vuelo. El golpe fue tan fuerte que Ruminanto salió despedido atravesando la casa en la que vivía Alexander con su abuela. Y es que, para sorpresa de Alexandre, sus músculos aumentaron en tamaño y fuerza, sus sentidos se agudizaron y una extraña pero leve aura dorada emanó de él, no era, ni más ni menos, que la rabia que estaba invadiendo su cuerpo. Alexander llamó insistentemente a su abuelita, deseando en el fondo de su corazón que abriera los ojos, pero no había respuesta. Notó una fuerte presencia que venía de su lado izquierdo y reaccionando casi por instinto, salto hacia la derecha con su abuela en brazos, esquivando un tremendo puñetazo de Ruminanto que hizo un pequeño agujero en el suelo. Alexander dejó con suavidad a su abuelita apoyada en un gran árbol cercano, se puso en pie y una vez erguido, miró a su rival con odio y enfado, dispuesto a luchar. Era una sensación extraña para él, pues jamás había peleado pero su cuerpo vibraba con ansias de guerra. Sin mediar más palabras, Ruminanto empezó a correr en dirección a Alexander que esquivó sin problemas los tremendos puñetazos de su rival. Alexander lo golpeó nuevamente con fuerza en el pecho, y lo mandó a volar por segunda vez, lo que enfadó todavía más a Ruminanto que percibió que no podría cumplir su misión con tanta facilidad como había pensado. Este joven resultaba más duro de lo que le habían dicho, así que decidió que lo mejor sería optar por una estrategia más agresiva. Pegó un grito ensordecedor en un tono grave y muy feo que provocó el ladrido de los perros y asustó a todos los caballos y animales cercanos mientras su cuerpo empezaba a cambiar poco a poco, creció hasta unos dos metros y medio a la par que sus músculos se ensanchaban grandemente, y su piel se cubría de un espeso pelaje marrón como si se tratara de un animal. Unos cuernos dorados y puntiagudos sobresalían por encima de sus grandes orejas mientras sus ojos cambiaban de color, intercambiándose el color de su iris por el de su pupila. La tierra alrededor vibraba suavemente por culpa de la potencia que desprendía y miraba a Alexander con los ojos de un loco iracundo. Alexander se puso rápidamente en defensa por puro instinto pues ni el mismo comprendía las reacciones de su propio cuerpo. Ruminanto volvió a atacar de frente a Alexander que volvió a esquivarlo, como la vez anterior, pero esta vez su rival era mucho pero mucho más rápido que antes y no le dio tiempo a esquivarlo por lo que fue golpeado brutalmente haciéndole salir volando a gran velocidad y estampando su cuerpo contra una de las casas cercanas, con la suerte que estaba vacía en ese preciso momento, pero Ruminanto no había acabado todavía y se acercó velozmente a su rival, lo agarró del cuello con la mano derecha mientras con la mano izquierda le propinaba varias bofetadas con bastante fuerza, hasta el golpe que lo llevó al suelo, momento que Ruminanto aprovechó para colocar cada una de sus rodillas encima de los brazos de Alexander impidiendo a este moverse. Sin mediar palabra, propinó una feroz lluvia de golpes en el cuerpo y en el rostro de Alexander. Y es que Ruminanto ya se veía como el gran cazador que había conseguido dominar a su nueva presa, pero Alexander irguió las piernas en dirección al cielo y golpeó el suelo con tal fuerza que su abdomen se acabó levantando lo suficiente como para liberarse y liberarse de su rival. Acto seguido lo empujó y lo hizo retroceder violentamente. Ruminanto quedó asombrado de la resistencia de su presa, pero no tan alucinado como Alexander que miraba su cuerpo y se asombraba más cada vez, pues un par de rasguños y unos moratones era todo lo que había quedado después de tanto golpe. Esto provocó que la confianza de Alexander aumentara, y esa leve aura dorada que le cubría empezase poco a poco a brillar más y ser cada vez más visible e intensa por todo su cuerpo. Aunque, esta vez, Alexander no esperaría a volver a ser atacado y fue él quien inició el ataque a su enemigo, pensó en que debía alejar el combate de su madre y de las casas, y comenzó a golpear a Ruminanto seguidamente, primero en el estómago, seguido de un buen gancho a la barbilla que alzó varios palmos a su rival, para continuar con un golpe al hígado y otro golpe más en la cara que lo hizo caer de rodillas y allí le propinó una gran lluvia de puñetazos bastante rápidos, tanto que Ruminanto apenas podía moverse de su posición o defenderse bien. Y justo cuando más clara parecía la victoria de Alexander sobre su bestial enemigo, su majestuosa y portentosa aura dorada se desvaneció de golpe al tiempo que todos los músculos de su cuerpo volvieron al estado normal ipso facto. El cruel destino había girado las cartas y todo se ponía en su contra. Ruminanto se levantó esgrimiendo una cruel sonrisa de victoria. Y así fue, Ruminanto lo golpeó con el dorsal de la mano izquierda con tal fuerza que el bueno de Alexander fue a estrellarse contra un pozo cercano y allí quedó, inconsciente, con varias heridas y fracturas por todo el cuerpo, pues sin esa aura, los golpes de su rival le afectaban como a un humano normal y corriente. Ruminanto se acercó a Alexander con gran satisfacción, se puso detrás de él y cuando se disponía a golpear la espalda de Alexander, se quedó parado, pues una sensación le heló la sangre. La presencia más fuerte, persistente y arrolladora que jamás había notado. Giró la cara lentamente y cuán grande fue su sorpresa cuando lo único que vio fue una jovencita de cabellos dorados y una mirada que podría intimidar a la misma muerte. Era Marian, que había bajado siguiendo a Alexander, aunque llegó un poco más tarde debido a la gran velocidad de su amigo y además primero había revisado a la abuelita de Alexander que seguía apoyada en el árbol. Ruminanto, ni por un momento, pensó en atacarla y no porque fuera mujer, o no fuera lo suficientemente fuerte, sino porque sus músculos estaban totalmente paralizados y su espíritu de lucha se había desvanecido, pero ¿cómo era posible que una simple joven tuviera ese tremendísimo espíritu de lucha? ¿Acaso es que ella también era una Niju? Y de ser así, ¿cómo era posible que no la hubieran detectado antes teniendo un espíritu de lucha tan arrollador? Miles de dudas asaltaban la mente de Ruminanto.

—Lárgate o morirás —le dijo ella.

Ruminanto volvió inmediatamente a su forma humana y decidió que lo mejor era retirarse, no sin antes, dejar clara la amenaza que se cernía sobre Alexander y sobre todo el mundo:

—Ahora que por fin lo hemos encontrado, este joven vivirá un infierno pues es el Niju más peligroso que existe y su futuro estará plagado de luchas y guerras, y aunque ahora me voy, ten por seguro que volveremos a vernos tarde o temprano y te aseguro yo soy el menor de vuestros problemas.

—Pues en cada lucha que tenga mi amigo, yo estaré con él.

Tras esta breve e intenso intercambio de palabras Ruminanto se marchó a paso ligero hacia el norte, sin voltear nunca la vista para mirar a Marian, pero con su gran cuerpo magullado y su orgullo posiblemente aún más tocado que su físico.

Pasadas muchas horas, Alexander abrió los ojos mientras oía levemente cantos de pájaros y el burbujeo del gotero conectado a las venas de su mano derecha. Alexander esperó pacientemente y cuando se le aclaró la vista, pudo ver un techo de vigas de madera que le resultaba muy familiar. Un pequeño haz de sol entraba por la ventana, a la derecha de la cama. Debajo de la ventana, adornada con unas cortinas blancas lisas, había una mesa marrón con cajones a juego con el resto de muebles del cuarto: un armario, una mesita de noche y un perchero antiguo. Alexander intentó incorporarse y apoyar la espalda en la pared y notó que, extrañamente, se sentía bien, aunque algo desorientado pues no sabía cuánto tiempo había estado inconsciente ni cómo había acabado en ese cuarto ni por qué estaba lleno de vendajes con lo bien que se sentía.

Marian abrió la puerta despacio introduciendo la cabeza levemente para ver si su amigo se había despertado, al ver que estaba incorporándose, quiso ayudarlo, pero descubrió que, por suerte, su amigo no necesitaba ayuda alguna pues parecía estar en bastante buena forma.

—¿Dónde estoy?

—En mi casa, no reconoces este cuarto porque es el de mi mamá y creo que nunca habías entrado aquí, Alex.

—Marian, ¿dónde está mi abuelita?

—Tu abuela está bien y fuera de peligro, Alex, pero tendrá que pasar varios días en el hospital por su seguridad. Lo más increíble es que llevas dos días durmiendo del tirón, mi mamá y yo llamamos a un médico, pero nos dijo que no necesitabas ninguna cura, así que simplemente te puso un gotero para alimentarte.

Y es que el doctor que había llevado a la abuela de Marian, simplemente le había colocado unos vendajes en los cortes y un gotero con un compuesto de suero especial para alimentar su cuerpo mientras estuviera dormido. Marian se acercó con cuidado a Alexander dispuesta a cambiar los vendajes de su amigo, pero cuanto más lo veía, más se sorprendía pues retiraba las vendas y veía que no quedaba herida alguna en el cuerpo, ni tan siquiera pequeños cortes o arañazos tras la violenta pelea. Esta misteriosa salud alegró mucho a Marian que retiró todos los vendajes de su amigo y los depositó en una bolsa basura cercana, luego quitó con cuidado la vía de la mano de Alexander y le llevó ropa limpia y planchada para que se vistiera tranquilamente. Pero, obviamente, Alexander estaba muy inquieto y ansioso por ver a su madre al hospital, así que se levantó y empezó a vestirse ante la mirada atónita y avergonzada de Marian y, acto seguido, descendió al piso de abajo por unas escaleras de madera de abeto que daban a la cocina de la casa donde se encontraba la madre de Marian, Juana, que estaba haciendo café en un fuego.

—Buenos días, joven Alexander, ¿te apetecería una buena taza de café?

—No, doña Juana, muchas gracias, tengo prisa.

—Tú tómala y ya está, total será un momento de nada y te ayudará a reponerte y empezar el día con energía.

Alexander se quedó parado en los últimos peldaños de la escalera unos segundos.

—Está bien, doña Juana, gracias.

Alexander le caía muy bien a doña Juana pues lo conocía desde bien pequeño y siempre le había parecido un muchacho noble y sincero. Alexander cogió una silla de madera y se sentó delante de la mesa. Acto seguido, sujetó con las dos manos una taza amarilla vacía con la cara de un animal de dibujos animados, y mientras Alexander la sostenía, doña Juana la iba llenando hasta más de la mitad. Al dejar la cafetera de nuevo sobre el fuego de luz solar, ya apagado, se giró y encontró a Alexander absorto.

—Alexander, tenemos que hablar.

—Sí, doña Juana.

Alexander no se negó, primero porque siempre había sido una buena persona y mejor vecina y segundo porque algo dentro de él le hacía pensar que sabía más de todo ese asunto que él mismo.

—Acompáñame.

Alexander y Juana se levantaron, cogieron sus tazas de café caliente y pasaron al comedor de la casa donde Marian les estaba esperando sentada, con una taza y con azúcar.

—Tengo que contarte algo que te sorprenderá, pero por favor ten paciencia y espera hasta que te cuente toda la historia y ten claro que te cuente lo que te cuente, es solo lo que yo sé.

—De acuerdo, doña Juana.

—Tus abuelos vivían en esta zona con su hija. Antes de que nacieras, esa hija se fue muy joven a vivir a la ciudad de Cervera y jamás volvió. Pero cierto día, tu abuelo apareció en la casa contigo en brazos cuando no eras más que un tierno bebe, tus abuelos estaban radiantes, felices y encantados. Aunque nunca supimos más acerca de su hija.

—Entonces…, ¿sabes dónde están mis padres?

—No, pero cariño, tal vez a llegado el momento de hablar con tu abuela seriamente, aunque recuerda que ella no está del todo bien, no todo el mundo se puede curar a tu velocidad; por cierto, está ingresada en el hospital de Breinosh, piso 7, habitación 713.

Alexander asintió con la cabeza, muchas dudas y preguntas le rondaban y el hecho de que un tío raro y gigante que podía cambiar de forma viniera a matarle sin más, solo hizo que su curiosidad aumentara, así que dio las gracias de corazón a doña Juana y a Marian por todos los cuidados y las molestias y se puso en marcha hacia el hospital.

El hospital de Breinosh estaba casi en la entrada de la ciudad. Para facilitar su acceso, Alexander entró por recepción y buscó la habitación donde estaba su abuela, pero al entrar le impresiono mucho la escena que se encontró. Su abuela, que estaba siendo asistida por máquinas para ayudarla a respirar, aún tenía las marcas de los dedos de Ruminanto en el cuello, la cara demacrada. Era una mujer muy fuerte, criada en el campo y Alexander pensó que sobreviviría.

—Abuelita, estoy aquí contigo.

Ella abrió despacio los ojos y movió la mano con dificultad para coger la de su nieto con las pocas fuerzas de las que disponía.

—Cariño, busca a tu mamá en Cervera.

—Para mí tú siempre has sido como mi madre, abuelita.

—Lo se cariño, pero yo solo soy tu abuela, has de encontrar a tu madre.

—¿Por qué debería buscarla ahora abuela?

—Solo ella puede ayudarte a entender el misterio que te rodea o seguirán apareciendo tipos feos y malos como el del otro día.

—Pero entonces, ¿mi madre me abandonó?

—No, por Dios, no digas eso cariño, ella te ama con locura, al igual que yo. No imaginas lo duro que fue para tu mama entregarte a tu abuelo para que te trajera aquí, pero tuvo que hacerlo para protegerte de todo. Pero ahora que ya te han encontrado, debes moverte y buscarla, tu mamá se llama Claire Evans, encuéntrala cariño. Yo siempre estaré aquí para ti mi vida, ahora ve sin dudar, yo estaré bien. Mientras reconstruyen la casa viviré con nuestra vecina, la señora Juana.

—Iré, pero te juro que volveré pronto…, te quiero.

—Y yo, tesoro mío, y yo.

Y después de esta interesante y reveladora conversación, Megan volvió a cerrar los ojos lentamente para dormirse otra vez mientras soltaba la mano de su nieto. Alexander metió el brazo de su abuelita en la cama debajo de la sabana, la arropó y le dio un beso en la frente. Si quería saber lo que estaba pasando, tendría que salir del pueblo y empezar una aventura que ni él sabía a dónde acabaría. Así que volvió a su casa, que había quedado bastante destrozada después de la intensa pelea, y entre los enseres desordenados buscó su mochila favorita y metió lo necesario para el viaje. Se sentía muy extraño. No le hacía ninguna gracia dejar sola a su abuela en el hospital, pero algo dentro de él le decía que debía partir, así que salió de la casa y comenzó a andar. Le sorprendió gratamente que casi todos sus vecinos habían salido a despedirlo, aunque no sabía cómo se habían enterado de que se marchaba, le dio la impresión de que todo el mundo sabía su verdadera historia. Antes de partir escuchó una voz…

—Espera, Alex, yo iré contigo. Dijo Marian.

La verdad es que no le extrañaba nada la decisión de su buena amiga, pues algo dentro de él le decía que su amiga se uniría a su aventura tarde o temprano, a fin de cuentas, era su mejor amiga y nunca le había dejado solo ante nada. Alexander buscó a la madre de Marian entre el gentío y, mirándola a los ojos, creyó descubrir que estaba de acuerdo en que su unigénita le acompañara.

Se marcharon tras despedirse. Frente a ellos se abría el horizonte, desconocido y peligroso. Con paso firme comenzaron una aventura que cambiaría sus vidas, la de sus conocidos y la historia del mundo entero para siempre. Al principio estuvieron caminando los cada uno en sus propios pensamientos. Hasta que Alexander se paró en seco, miró a los ojos de Marian para decirle:

—Dime algo, Marian, ¿por qué has decidido acompañarme? ¿Acaso te lo pidió mi abuela o tal vez tu madre?

—Nadie me ha pedido nada de nada, ni me han obligado, ni nada parecido Alexander… Tú eres mi mejor amigo y si tienes un problema, yo tengo un problema.

—Gracias, Marian.

Alexander se quedó mirando a Marian y le regaló una sonrisa. Acto seguido ambos continuaron caminando, y puede que fuese solo una pregunta lo que Alexander le preguntó, pero ese sencillo acto relajó mucho el ambiente entre los dos amigos, era como si Alexander estuviese mucho más cómodo al lado de Marian al saber que había sido ella misma la que había decidido por su propia voluntad acompañarlo en aquel complicado y largo viaje. Así que los dos amigos estuvieron varios días andando y durmiendo por la montaña y el bosque, y todo apuntaba a que iba a ser un viaje muy tranquilo, pero justo cuando más cómodos y tranquilos estaban, una veloz flecha negra surgió entre medio de los árboles del bosque a una gran velocidad, pasando tan cerca del brazo derecho de Marian que llegó a hacerle un corte, aunque algo superficial. Los dos amigos dejaron caer rápidamente sus mochilas y se pusieron en guardia mientras buscaban alrededor al misterioso atacante. No lo podían localizar. Los árboles eran grandes, frondosos y con mucha maleza y justo en ese momento, apareció una segunda flecha, pero esta vez del lado contrario, directa a la espalda de Alexander. Marian le empujó y, como consecuencia, la flecha le rozó la pierna izquierda, y ella trastabilló hasta el suelo. Alexander se acercó para cubrirla. Una aguda y perversa risa nació de los árboles. De allí surgió un tipo flaco, de piel oscura, como pintada, con el cabello largo y negro, también vestido de negro con botas con oscuras de hebillas doradas y un arco alrededor del cuerpo, un carcaj negro a la espalda.

—Te saludo, alado, me llamo Frank Golegas, soy el Niju del elfo oscuro y he venido por orden expresa a matarte. —Dos veces en una semana, dos tipos super distintos y con la misma frase. No podía ser una simple coincidencia—. Por cierto, debo felicitar a tu damita, no solo vio mis flechas, sino que además fue capaz de esquivarlas dos veces, bueno… casi esquivarlas.

Mientras Frank hablaba, Alexander notaba que esa extraña sensación de hace días volvía a brotar dentro de él, como si el ansia de luchar o el amor por la guerra despertaran con los problemas. Aunque lo único claro, era que cuando esa sensación lo envolvía se sentía de maravilla

Con un ágil movimiento, Frank consiguió situarse encima de Marian, la agarró del cuello con la mano derecha mientras que con la izquierda sacó otra flecha envenenada de su carcaj y amenazó con clavársela a Marian en la cara.

—Ahora observaré gustoso la cara de desesperación de tu amiguito al ver lo cerca que estás de tu muerte.

Aunque justamente al girarse para buscar a Alexander, fue grande su sorpresa al ver que su rival ya no estaba allí, y en ese preciso momento notó cómo una patada impactaba de lleno en su cara haciendo que se estampara de espaldas contra uno de los árboles para que, acto seguido, Alexander repitiera el mismo golpe que le había dado a Ruminanto en el pecho para mandar a Frank lejos con un par de costillas fisuradas. Frank no podía creer lo que acaba de pasar, en tan solo dos segundos había recibido la paliza de su vida por parte de un muchacho, así que decidió pasar a la acción con su arma favorita, el arco. Cogió una flecha negra de su carcaj y apuntó justo al corazón de Alexander, pero al apuntar miró de reojo hacia la izquierda y se percató que esta vez era Marian la que no estaba en el suelo y, por inercia, pensó que seguro que vendría por abajo. Escuchó un grito que llegaba desde el cielo y al levantar la cabeza, el pie de Marian chocó brutalmente contra su cara para, acto seguido, meterle un tremendo golpe que lo mandó en dirección a Alexander quien no dudó un solo segundo y le propinó otro puñetazo en la cara que lo dejó tumbado en el suelo, inconsciente y ensangrentado. Fue en ese preciso instante cuando Alexander pensó que todo había pasado, pero cuando se giró para dar las gracias a Marian, la encontró en el suelo desmayada. Iba a correr hacia ella cuando la mano de Frank le sujetó del tobillo.

—Puede que me hayáis ganado esta batalla, pero habéis perdido la guerra, pues nunca sabrás cómo sacar ese veneno del cuerpo de tu amiga jajaja.

Frank estaba contento de pensar que había acabado con la compañera de Alexander, pero en ese instante la cólera invadió de nuevo el cuerpo de Alexander y sus ojos se llenaron de blanco al tiempo que una lágrima de sangre salía de su lagrimal. Levantó la pierna derecha y golpeó la cabeza de Frank que cayó en el acto.

Después de calmarse, Alexander se acercó a Marian la cogió en brazos y se dispuso a llevarla a un médico y, aunque su primer pensamiento era volver a Breinosh, enseguida pensó que estaban bastante lejos de casa y que posiblemente sería mejor llegar al siguiente centro médico, así que corrió con Marian en brazos sin detenerse. Le extrañó que no se cansaba, esto le ánimo y aceleró más aún para llegar antes a su destino.

No muy lejos de allí, Frank Golegas se empieza a despertar, muy magullado, con la cara ya totalmente vendada. Gira despacio la cabeza y descubre junto a él a Ruminanto Rezep, también con varias heridas por el cuerpo.

—¿Has visto ya cómo pelean esos dos críos, cabeza de flecha? Ya te lo advertí que no les ganarías, así como así, parecen dos jóvenes normales y corrientes, incluso algo tontos o lentos, pero todo es un puto espejismo pues cuando su poder se activa, se vuelven auténticas bestias salvajes. Sabemos de sobra por qué el alado es así de fuerte, pero aún desconocemos qué oculta esa joven que va con él; de todas formas, el jefe Vroken nos ha mandado llamar ahora mismo, así que lo mejor será que volvamos. Nos aguarda un largo viaje por delante.

Alexander llegó con Marian en brazos ante un gran cartel con fondo blanco y letras rojo intenso: «CARPENTARIA, la gran ciudad del oficio y ocio». Firmaba parte de la región de Paratetis, pegada a Euramerica, pero muy distinta a la vez. Era increíblemente moderna con todo tipo de lujos, vicios y privilegios. La gente de esta ciudad la llamaba Las Vegas 2.0. Los edificios disponían de potentes aires acondicionados y de doble pared para evitar el calor y el bochorno, pero a pesar de tanto calor jamás se producía efecto invernadero en esta región, muy posiblemente debido a la increíble tecnología de los Dhaibukys. Mirara donde mirara, todo estaba hecho para atraer la atención y motivar el consumismo compulsivo, sobre todo para una persona que había vivido toda su vida en una calmada montaña. Poco a poco, Alexander empezó a perder la noción del tiempo debido a todos los estímulos externos que estaba viviendo en ese momento, a tal punto llegó a sobre estimularse que casi olvida que su buena amiga Marian estaba enferma, pero volvió en sí y preguntó a una persona por el hospital más próximo. Hacia allí corrió, y una vez llegó, los enfermeros salieron a la puerta de urgencias con una silla de ruedas y se llevaron a Marian hacía el interior, mientras pedían a Alexander que aguardara en la sala de espera.

Mientras tanto, en el punto más alejado de la ciudad, un extraño hombre va andando con paso tranquilo, mirada perdida, sin llegar a pestañear, realmente es un tipo extraño, muy delgado, el pelo negro y corto, patillas largas, nariz puntiaguda y, lo más importante: lengua estrecha, más estrecha de lo normal. A un agente de policía que se encuentra de servicio, le parece sospechoso, le pregunta y como no contesta, cuando se dispone a arrestarlo, se da cuenta de que no puede, le duele el pecho, está sangrando y unos segundos después se desploma. El hombre pasa por encima de su cadáver.

Para entonces ya habían asignado una habitación a Marian, que yacía en la cama, con varios goteros puestos.

El doctor César Robinson estaba hablando con Alexander.

—No se preocupe —le decía—, gracias a los avances médicos de hoy en día, un envenenamiento no es un problema para preocuparse. Por suerte y con la medicina actual que nos ha proporcionado La cúpula, tu amiga solo necesitaría descansar un par de días, unos cuantos goteros y pronto estaría bien otra vez.

Esta noticia relajó mucho a Alexander, pero pasadas unas dos horas, volvió el doctor a la habitación de Marian con la cara descompuesta y le comentó que necesitaba hablar con él, así que le acompañó fuera de la habitación, al pasillo del hospital.

—No entendemos lo que pasa, no conocemos este tipo de veneno que corre por la sangre de Marian, así que, sintiéndolo de todo el corazón, no podemos hacer nada por su amiga de momento. Esperar solo eso. Y como mucho puedo dejarla sedada para evitarle el dolor con un gotero para alimentarla.

Alexander agachó la cabeza y se quedó callado Entró en la habitación de Marian, se sentó al lado de la cama, agarró la mano de su amiga y se quedó al lado de ella hasta que se quedó dormido. Pasado un buen rato la puerta se abrió muy despacio y un hombre grandísimo y corpulento con barba entró y se acercó hasta la cama de Marian sin hacer el menor ruido. Introdujo un líquido blanco en el gotero de Marian y se fue como había entrado. A la mañana siguiente, Marian se despertó y se sentía en perfecto estado, se vistió y, con calma, se acercó a Alexander para despertarlo. Este, al abrir los ojos no pudo articular palabra por la sorpresa y cuando unos minutos después entró el doctor, también se quedó sin palabras, lo único que se le ocurrió decir fue:

—Por favor, señorita, no se ponga en pie, su estado de salud muy débil.

—Doctor, me encuentro perfectamente, así que deme el alta. Tenemos bastante prisa.

—No puedo darle el alta, así como así, aún tengo que realizarle algunas pruebas. Ayer estaba a punto de morir y hoy me dice que está genial. Como comprenderá, eso no es normal así que si no se vuelve a tumbar tendré que llamar a las enfermeras para que la seden.

Y el doctor cumplió su amenaza pues salió al pasillo y pidió ayuda a varias enfermeras para sedar a Marian, pero Marian cogió su mochila, le lanzó a Alexander la suya, se acercó y abrió la ventana de la habitación de par en par.

—¡Saltemos!

—Marian, estamos a cuatro pisos de altura.

—Vamos, Alexander, ¿cuántas cosas increíbles hemos visto en estos días? Pongámonos a prueba una vez más. —Puso el pie en el alfeizar y estiró su mano derecha en la dirección que estaba Alexander—. ¿Confiaras en mí?

Alexander la miró a los ojos y notó una descomunal confianza. Ambos saltaron sin miedo ni dudas por la ventana hasta el patio interior del hospital, aunque cuán grande fue su sorpresa cuando al levantarse del suelo, el doctor César ya estaba allí abajo esperándolos.

—Te saludo, alado, me llamo César Robinson Niju del unicornio y he venido por orden expresa a matarte, aunque primero intenté matar a tu amiguita, no sé cómo se ha salvado. De todas maneras, ahora moriréis los dos.

A pesar de haber sido amenazados, los dos amigos estaban bastante tranquilos. El doctor no impresionaba demasiado. Un hombre flaco y pequeño. Pero se lanzó sobre ellos y dio un puñetazo tan rápido que Alexander salió despedido golpeándose contra una de las paredes del hospital mientras, al mismo tiempo, daba una patada en el estómago a Marian, que salía despedida golpeándose con un banco de madera. Los dos amigos se levantaron rápidos y sus miradas se cruzaron un solo segundo, en ese miraba estaba escrita la palabra «aprender». No volverían a subestimar a nadie y menos por su físico, así que ambos se pusieron en guardia para frenar los ataques de un doctor demente, que, sin mediar palabra volvió a arremeter contra Alexander golpeándolo duramente en el pecho, confiando en que lo estamparía e nuevo contra la pared; pero, para sorpresa del doctor Alexander, soportó el golpe y lo sujetó por su bata mientras Marian aparecía por detrás y abrazaba con fuerza al doctor por la espalda y le aplicaba un suplex alemán. El doctor se levantó magullado, sangrando y con algún diente menos pero sobre todo, furioso, y comprendió lo mismo que los antiguos rivales de Marian y Alexander, que no debía tratar a los dos jóvenes como simples novatos o críos pues eran más peligrosos de lo que parecían, así que flexionó un poco las rodillas, puso los brazos pegados a su cuerpo, dio un extraño y corto alarido, y sus ojos comenzaron a cambiar de color, una especie de aura blanca empezaba a cubrir su cuerpo y un pequeño cuerno le aparecía en el centro de la frente. Este acto recordó a Alexander cuando Ruminanto hizo lo mismo y aumentó su fuerza.

—Ve con cuidado, Marian, a partir de ahora golpeara con más fuerza.

Y así fue, una vez transformado, el doctor corrió a gran velocidad delante de Marian y le clavó su recién adquirido cuerno en el hombro, y la empujó con las dos manos a la vez, para hacerla volar hasta una ventana del segundo piso del hospital. Acto seguido, se giró en busca de Alexander al cual también empujó, arrinconándolo contra la esquina y una vez allí comenzó a darle una serie de puñetazos, pero algo estaba pasando en contra de la voluntad del doctor, pues cuanto más golpeaba a Alexander, más duro se ponía el cuerpo de este y esa leve aura dorada volvía a brillar cada vez más de su cuerpo, hasta que Alexander lo agarró de la muñeca derecha con tanta fuerza que le partió la muñeca. No terminó ahí, mientras el doctor se quejaba, Alexander le propinó un tremendo puñetazo y le partió el esternón. Lo hizo volar hasta el centro del patio y antes de que se levantará, apareció Marian que cayó sobre él y le partió la rodilla derecha. Entre gritos de dolor, el doctor sacó su móvil y le dio a rellanada, Marian lo vio y de un pisotón le destrozó el teléfono. Las ventanas estaban llenas de personas mirando y grabando con el móvil, así que decidieron salir rápidamente y corrieron por calles desconocidas. Se perdieron enseguida y acabaron en un callejón en el que aguardaban cinco tipos con malas pintas. Todos con gafas de sol, vaqueros negros, botas de punta de acero, chalecos negros y pañuelos negros en la cabeza. Estaba claro que la cosa no se iba a poner bien.

—Somos los skull die y vosotros, pringaos, es mejor que nos deis todo lo que lleváis encima de valor y no os haremos daño.

Dicho esto, Alexander y Marian se miraron a los ojos nuevamente pues los dos sabían que con sus nuevas descubiertas habilidades podían destrozar a esos cinco pardillos en segundos, así que fue pensado y hecho. Alexander se lanzó sobre el que acababa de hablar que parecía el líder, pero este replicó con un puñetazo que impactó de lleno en el rostro de Alexander mientras otros dos se abalanzaban contra Marian y la sujetaban. El resto se acercaron a Alexander y le robaron el poco dinero que tenía. Lo golpearon, y acto seguido tiraron a Marian encima de él. Se fueron los cinco corriendo a través de las calles. Marian ayudó a Alexander a incorporarse y ambos se sentaron apoyados sobre la pared.

—¿Por qué…? ¿Por qué no nos ha pasado como las otras veces?

—Creo que aún no comprendemos bien lo que nos pasa.

Se quedaron en silencio un buen rato. Pasado un tiempo, Alexander se puso en pie de golpe y tendió la mano a Marian para que ayudarla a levantarse.

—Por mucho que pensemos, ahora mismo no resolveremos nada, lo mejor será buscar algún sitio para refugiarse de la noche.

Poco tiempo después, encontraron una casa albergue que acogía gratis a gente de cualquier tipo y, sin mediar pregunta alguna, entraron. Una señora mayor gordita con el pelo recogido, un vestido rosa de flores les ofreció una habitación gratis así que pasaron allí la noche a las mil maravillas y gracias a la gran amistad y respeto entre ambos pudieron dormir en la misma cama sin miedos ni prejuicios.

Bastante lejos de ellos de allí, en una mansión situada en otra ciudad, un hombre de aspecto imponente espera sentado en su trono de huesos y hormigón a que Ruminanto y Frank le reporten la gran noticia de que han matado a Alexander Evans, obviamente estos se ven obligados a contarle la verdad, aunque se nota en sus cuerpos que mientras cuentan lo sucedido están muertos de miedo, lo cual no hace sino encolerizar al misterioso sujeto. Sus ojos cambian a un color rojo fuego y el cielo cercano se nubla, mientras a lo lejos se oyen con fuerza los gritos de dolor y las súplicas de Ruminanto Rezep y de Frank Golegas.

Amaneció. Los dos amigos habían recibido un generoso desayuno en el albergue. Dieron varias veces las gracias a la dueña del albergue que decidió regalar a cada uno de ellos una bolsa con comida y agua para el viaje pues se había dado cuenta de que no llevaban pertenencias y le habían inspirado compasión.

—¿Podría decirnos qué dirección tomar para ir a la ciudad de Cervera?

—Claro, jovencita, lo mejor es salir de la ciudad y coger el camino del bosque hacia el norte durante varios días de viaje, pero os aviso que estáis muy lejos, tal vez sería mejor ir en avión o en autobús.

Como estaban sin blanca, se pusieron a andar por las calles de la ciudad preguntando a la gente hasta que consiguieron salir de la ciudad y anduvieron en la dirección que les había explicado la señora del albergue.

Conforme salían de la ciudad, de nuevo el misterioso hombre del día anterior de mirada perdida y lengua estrecha entraba en el albergue donde habían dormido los dos amigos.

—Disculpe, amable señora, ¿han dormido aquí un joven de cabello castaño acompañado de una jovencita rubia muy guapa?

—No, la verdad que aquí no he visto a jóvenes como los que usted describe, caballero —mintió porque el hombre no le inspiraba confianza.

—Gracias, señora —dijo antes de acribillarla.

Lejos de allí y pasadas unas horas, Marian y Alexander llegaban a una estación de servicio eléctrico. Los coches flotaban sobre un asfalto de caucho, fabricado con los antiguos neumáticos de los coches de gasolina, y muchos imanes de antiguos aparatos electrónicos reciclados. Los vehículos se recargaban en menos de media hora y otros directamente se cargaban con placas solares unidas a su propio techo o en las llantas del neumático. Descansaron un rato en un banco y tomaron algo de la comida que les quedaba de la bolsa del albergue. Una vez se hubieron alimentado y descansado Alexander le comentó a Marian que necesitaba ir al aseo que había en la estación de servicio antes de continuar el viaje. Marian asintió con una sonrisa pues le hizo gracia que Alexander le diera tal información en vez de ir directamente. Y mientras Alexander caminaba en dirección hacia el aseo, Marian decidió acostarse sobre el banco para que le diera un poco el sol y ya de paso relajarse un poco, pero en ese momento escuchó una voz.

—No deberíais de ir por ahí tan relajados.

Marian se incorporó rápidamente. Vio a un hombre musculoso con gafas oscuras.

—No temas, no vengo a haceros daño, pero llevo un tiempo observándoos y veo que no comprendéis vuestro poder y mucho menos lo domináis, pronto tendréis problemas serios, si no espabiláis.

El tipo señaló hacia los aseos a los que había ido Alexander y cuando Marian se giró a mirar hacia donde señalaba vio que Alexander aún no salía, así que decidió decirle dos cosas bien claras a el tipo de las gafas, pero al girarse otra vez, ya no estaba allí. Alexander salió del aseo y de lejos vio la cara de su amiga, blanca y descompuesta. Aceleró el paso y al acercarse a Marian, ella se puso en pie, pero el tipo de las gafas saltó desde el techo de la estación de servicio y lo lanzó al asfalto. Marian corrió para ayudar a su amigo. El tipo la agarró del brazo derecho lanzándola con fuerza y estampándola contra uno de los vehículos aparcados. El cuerpo de Alexander brilló con esa aura dorada fomentado por la ira, el hombre de gafas puso su mano izquierda en la nuca de Alexander y lo volvió a estampar contra el suelo. El aura dorada desapareció de golpe. Marian saltó sobre él, pero el tipo de las gafas la había visto llegar y la agarró del cuello. No era un tipo normal y corriente.

—No vengo a mataros, pero solo sois dos niñatos jugando con algo que no entendéis. En una semana volveré a por vosotros, si no sois capaces de usar mejor vuestra fuerza, moriréis como basura.

Volvió a lanzar a Marian contra el mismo coche y acto seguido a Alexander. Los dos sabían que tenían que salir rápido de allí pues, si no, tendrían problemas con el dueño del coche y con el del área de servicio y por tanto con la policía. Lo bueno fue que sus cuerpos habían respondido rápido a ese ataque y no estaban realmente heridos o tal vez ese tipo no quiso hacerles tanto daño como parecía pues si hubiera querido, los habría matado allí mismo sin problemas. Los dos amigos se incorporaron y se limpiaron un poco la ropa, aunque la de Alexander había quedado en un mal estado. Salieron de la zona, pero al dar unos pocos pasos, varios autos negros con las lunas tintadas y una pequeña antena negra rodearon la estación de servicio en un momento. De todos los coches salían hombres y mujeres con el pelo muy corto vestidos de traje negro con gafas de sol oscuras y un pinganillo negro en la oreja izquierda, pero de uno de los automóviles salieron dos personas distintas a las demás: una mujer alta con grandes senos y tacones de leopardo, el otro tenía todavía más pinta de creerse superior. Era un hombre alto, corpulento, calvo, cara de malas pulgas y zapatos de leopardo. Ambos tenían un gran parecido entre ellos. Todos los hombres de negro apuntaban con unas pistolas extrañas a Marian y Alexander, amenazándolos. Uno de los hombres les puso unas esposas electrónicas de acero. El hombre y la mujer eran los famosos hermanos Lukhas, inspectores de alto rango de la policía mundial secreta, que debían su fama a los casos supercomplicados que solo ellos habían conseguido resolver. Hammer Lukhas se acercó a uno de los grupos de policías.

—Recoged todas las pruebas que haya en la zona, también quiero las cintas de grabación del área y borrar los recuerdos de todos los que hayan visto lo que ha pasado aquí, rápido.

Su hermana, Geno, se acercó, olió a Alexander y puso cara de asco, después a Marian, esta vez su cara fue de satisfacción.

—Cuantísimo tiempo hacía que no veía a una de las tuyas, tú y yo nos vamos a divertir mucho, protectora.

Al momento de decirlo, lamió la cara de Marian y acto seguido metieron a los dos amigos en los asientos traseros de dos coches distintos, y se pusieron en marcha en dirección a la ciudad de Reicon, a unas horas de camino en coche a buena velocidad. Al rato de ir por carretera, Alexander vio cómo volvían a pasar por al lado de la ciudad de Carpentaria lo que significaba que estaban retrocediendo. A lo lejos contempló un gigantesco tubo cilíndrico de acero y plata de color rojo oscuro. La famosa ciudad de Reicon, tan conocida por ser la más moderna de todo Nueva Pangea. Los coches negros no redujeron su velocidad por mucho que se acercaban contra la pared metálica de la ciudad y justo cuando parecía que se iban a estrellar, los conductores pulsaron un botón rojo en el techo y atravesaron la pared como por arte de magia, pero no, no era magia, era una de las nuevas tecnologías descubierta gracias a los Dhaibukys. Al entrar a la ciudad, Alexander y Marian alucinaron más que en la misma Carpentaria pues era como si hubieran ido al futuro de golpe, todo era tremendamente moderno y tecnológico: las farolas, los bancos, aceras que se movían solas, escaleras automáticas, ascensores que subían y bajaban sin suelo, cabinas de teléfono con 8G táctiles y pantallas de súper definición y lo más curioso es que a pesar de estar dentro literalmente de un tubo gigante por dentro se podía ver todo el exterior sin problemas, como si la pared solo estuviera por fuera. En el centro de esta ciudad, había un gran edificio negro, estrecho y muy alto con ventanas tintadas de negro y muchas antenas receptoras en lo más alto. Continuaron su camino hasta el parking de ese gran edificio negro central. El coche se detuvo y se abrieron las puertas, sacaron a Alexander del coche. Lo llevaron entre dos policías a un ascensor también negro al fondo del parking, entraron. Los botones no tenían números, solo puntitos y antes de que se cerrara la puerta, Alexander echó un vistazo rápido al parking para ver si podía encontrar a Marian, pero estaba claro que no la habían sacado del coche aún. Una vez se detuvo el ascensor, anduvieron un par de pasillos grises con tubos de luz a los laterales y entraron en una habitación totalmente negra con una cámara en la esquina y un gran espejo, sentaron a Alexander sobre una silla de metal sin quitarle las esposas. Cerraron la puerta y allí estuvo por lo menos quince minutos. Cuando se abrió la puerta, entró Hammer con cara seria y sin perder a Alexander de vista, se sentó delante de él y tiró sobre la mesa fotos de su pelea con el individuo del parking del área de servicio.

—¿Quién es ese tipo y por qué os atacó?

Pero Alexander solo guardaba silencio. Sabía que, dijera lo que dijera, nadie le creería. Después de veinte minutos de preguntas de Hammer y de incómodos silencios de Alexander, Hammer se dio cuenta que no sacaría nada en claro y decidió cambiar su estrategia, se puso en pie y fue hasta la cámara de la esquina para desconectarla y luego hizo una señal con la mano derecha al espejo para decir a toda la gente que estaba detrás que se largaran de allí inmediatamente, y acto seguido se giró a Alexander y le dijo:

—No te equivoques, sabemos de sobra quiénes sois y esta vez sí os hemos cogido con las manos en la masa, nos aseguraremos de que esta vez no vayáis por ahí haciendo lo que os dé la gana.

Las dudas de Alexander aumentaron. No comprendía qué pasaba, pero después de esto, Hammer volvió a conectar la cámara, cogió las fotos de la mesa y se fue de la habitación dando un portazo. Estuvo Alexander otros quince minutos esperando en esa habitación hasta que entraron varios policías y lo llevaron de nuevo al ascensor, entraron, se cerraron las puertas y, al volver a abrirse, Alexander contempló que era un piso lleno de celdas individuales con los barrotes electrificados, lo metieron en una y, al cerrarse la puerta, se abrieron las esposas, cayeron al suelo y fueron aspiradas por debajo de la puerta.

Y allí estuvo intentando calmarse y comprender qué narices pasaba, pues en unos días había pasado de pastar ovejas a estar detenido sin motivo en una de las grandes ciudades del mundo. De pronto, escuchó un sonido electrónico y las esposas volvieron a pasar por debajo de la puerta a dentro de la celda hasta volver a sellarse en las muñecas de Alexander y en ese momento se volvió a abrir la puerta de la celda. Dos policías, con el habitual uniforme azul, le dijeron que se lo llevaban al juzgado para un juicio rápido, una modalidad que se había puesto de moda y que consistía en juzgar al supuesto culpable solo con algunas pruebas y el juramento de los policías que lo habían detenido, así que volvieron al ascensor negro y a bajar al parking, pero esta vez no subieron a un coche si no que se fueron a uno de los furgones negros a la izquierda, abrieron la puerta, sentaron a Alexander en uno de los lados y sus esposas se unieron como si fueran atraídas por un gran imán al banco de hierro en el que estaba sentado, se cerraron las puertas y el interior se quedó casi a oscuras. A los diez minutos más o menos se volvieron a abrir las puertas y, esta vez, entró Marian con varias heridas y muy mala cara, la sentaron delante de Alexander y las esposas de Marian se unieron al banco de metal donde ella estaba sentada como había pasado con las esposas que llevaba Alexander. El furgón arrancó.

—Marian, ¿estás bien?

Ella asintió con la cabeza y media sonrisa forzada. Al poco rato de viaje se escuchó una fuerte explosión en la calle y, acto seguido, una segunda explosión casi al lado de ellos mismos lo que hizo que volcara, se arrancaron las puertas del furgón de golpe y se encontraron ni más ni menos que con el tipo de gafas del área de servicio que sacó de su bolsillo un pequeño mando gris y, al pulsarlo, las esposas se separaron del asiento y se abrieron para dejarlos libres.

—Venid conmigo si queréis sobrevivir, vosotros decidís.

Los dos amigos salieron del furgón y siguieron al hombre de gafas hasta un callejón cercano.

—Tenemos que escapar por las alcantarillas, las calles ya no serán seguras para nosotros. Tú, cachas, abre la tapa de la alcantarilla.

Alexander lo intentó varias veces, con toda su fuerza, pero la tapa no se movió del sitio, incluso pidió ayuda a Marian, pero seguía sin moverse ni un milímetro.

—Sois peores de lo que pensaba, joder, no tenéis ningún control de vuestro poder.

Acto seguido la mano derecha de del hombre se transformó en una garra, la clavó en la tapa y la arrancó del sitio sin problemas. Marian, Alexander y el hombre de gafas saltaron por el agujero mientras este último volvía a poner la maltrecha tapa en su sitio. Anduvieron unas horas por las laberínticas alcantarillas hasta una zona sin salida. El tipo de las gafas les dijo que tenían que subir, pero que visto lo visto seguro que no tendrían la fuerza suficiente para saltar tan alto, así que primero cogió Marian por la cintura y la lanzó por un pequeño túnel del techo para acto seguido coger de la cintura a Alexander y lanzarlo en la misma dirección. Alexander notó cómo subía a una gran velocidad y aunque parecía que iba a estrellarse contra la pared, lo que realmente estaba delante de él era una pequeña trampilla de madera forrada de hierba que solo se abría desde abajo. Salió a un bosque y cayó de culo. Allí estaba el hombre.

—Acompañadme y no hagáis preguntas por ahora.

Se dirigieron hacia un vehículo azul que tenía aparcado cerca, los tres subieron al coche y se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, a las montañas, pero a los minutos de dejar la ciudad atrás giraron por un camino en medio de un bosque, hasta una pequeña casa, aparcaron justo enfrente y bajaron del coche. Entraron y cerraron la puerta.

—Antes de nada, me presentaré, me llamo Likaon Maulh soy un Niju como vosotros y creo que tenemos mucho de lo que hablar amigos míos.

Alexander y Marian tomaron asiento en unas sillas viejas de madera mientras Likaon encendía el fuego de la chimenea. Likaon les dio un vaso con té verde y les comentó que podían beber tranquilos porque no tenía ni veneno ni nada raro. Él mismo fue el primero en beber, después se sentó sobre un viejo sillón anaranjado.

—Primero, decidme cuál es vuestro poder por favor.

—Yo soy Alexander Evans y ella es mi mejor amiga Marian Casiah, pero no entendemos bien qué quieres decirnos con eso de los poderes.

Likaon suspiró.

—Antes de nada, quiero pediros perdón por lo que pasó en la área de servicio, solo quería que entendierais que esto no es un juego, pues tenéis que aceptar que no sois humanos normales y corrientes, aunque seguro que ya os habéis dado cuenta de sobra, vosotros sois lo que los humanos han denominado como Nijus, nacidos por la unión de un humano con un Dhaibuky y, además, nuestra existencia no es invisible para la humanidad, muchos saben que existimos y la cúpula central del gobierno hace lo imposible para tenernos bajo control y dominados, están tan dispuestos a someternos que han contratado a cazadores profesionales para matar a los que no estemos de acuerdo en pasar por sus normas; es decir, quieren que inyectarnos un chip con veneno en el corazón, y si se nos ocurre desobedecer ese mismo chip nos mataría, y lo peor… Es que esos cazadores también son Nijus, pero de alto rango, aunque es utópico que, para cazarnos, los humanos estén usando a otros como nosotros. Les han prometido la libertad a cambio de perseguirnos. Hace tiempo que a mí se me asigno seguir los movimientos de Ruminanto Rezep ya que se rumoreaba que él tenía la ubicación de un Niju, aunque en principio solo teníamos la certeza de tu existencia, lo que no esperaba es que justamente cerca de ti hubiera otra Niju más. Debéis entender que los Nijus nos dividimos en tres grandes facciones: los místicos, los oscuros y los dragones, y ya de paso os debo avisar: jamás, pero jamás, se os debe ocurrir pelear contra un Niju dragón, ellos están a un nivel al que ninguno podemos llegar.

—¿Y qué hacemos si vemos un Niju dragón?

—Cegadlo y corred como locos. —Alexander y Marian escuchaban atónitos las explicaciones de Likaon—. Todos los Nijus debemos nuestro poder a la energía oscura del universo, la cual está impregnada en los cuerpos de los Dhaibuky ya que ellos han estado millones y millones de años navegando por el espacio, y esa energía afecta directamente al cuerpo de un ser humano, por eso la unión de un Dhaibuky y un humano es algo tan poderoso como un Niju, además debéis saber que existen muchos Nijus muy distintos, hombres lobo, vampiros, dragones, dioses… Cualquier cosa que los humanos pudieran creer o soñar durante el embarazo se impregna en un Niju cuando es un embrión y le da un tipo de poder concreto. Además, no olvidéis que es fácil reconocernos, porque cuando peleamos en serio solemos brillar con un tipo de luz especial.

Esto hizo recordar a Marian la pelea de Alexander contra Ruminanto cuando los dos cuerpos brillaban con un aura de color. Al ver Likaon la cara de Marian, entendió que ya había visto esa aura alguna vez.

—Veo, chica, que tú ya has visto esa luz alguna vez.

—En la primera pelea de Alexander, él brillaba de dorado.

—Entended esto: usar los poderes a la ligera es peligroso, primero porque el gobierno dio a la policía unos aparatos especiales que detectan la energía nega que desprendemos, y así es como los cazadores del gobierno pueden encontrarnos, y segundo porque si usáis más energía de la que sois capaces de controlar o dominar, perderéis el control y entraréis en lo que llamamos fase pesadilla, lo que os dará un gran poder, pero perderéis la conciencia y destruiréis lo cercano, incluido amigos o seres queridos.

—No entiendo. ¿Qué es la energía nega? ¿No habías dicho que usamos energía oscura?

—Sí, claro, nuestro poder proviene de la energía oscura, pero cuando llegamos a los dieciséis años, desarrollamos nuestro propio poder, llamado poder nega, que por cierto sirve para medir el nivel en el que estamos cada uno. Para que os hagáis una idea, un humano sano y fuerte tiene unos siete u ochos negas de potencia, tal vez con suerte llegue a nueve, mientras que un Niju desarrollado suele tener unos cinco mil. Eso me recuerda algo, acompañadme chicos.

Likaon se puso en pie, introdujo la mano dentro de la chimenea y pulsó una piedra que resultaba ser un botón lo que hizo que la chimenea retrocediera lo justo para dar paso a una escalera de caracol por la que descendieron hasta una sala redonda y grande, muy bien iluminada por unos focos. En el centro había como un tatami de lucha, pero de piedra.

—Quiero que veáis algo por vosotros mismos.

Likaon le dio sus gafas a Marian para que se las guardase y se situó en el centro del tatami de piedra, inmóvil unos segundos. Un aura gris empezó a cubrirlo entero mientras su cuerpo iba transformándose, aumentando sus músculos, cambiando de color sus ojos, llenándose de pelaje azul oscuro, creciendo sus uñas hasta convertirse en garras y estirándose su cara hasta convertirse en un hocico. Toda la cueva parecía reverberar a causa del poder que desprendía el cuerpo de Likaon. Incluso Marian y Alexander se asustaron, pero con voz grave y profunda Likaon dijo.

—Tranquilos, no tengo intención de atacaros, solo he cogido mi forma de pelea para que la veáis. Soy capaz de controlarme perfectamente, en este estado tendré unos tres mil ochocientos negas de potencia más o menos. Y esa sensación de pelea que sentís es mi espíritu de lucha que nota vuestro cuerpo por la energía de otro Niju tan cerca.

Acto seguido, esa aura gris que envolvía a Likaon desapareció y este volvió a su estado original con forma de humano. Se acercó a Marian y recuperó sus gafas para colocárselas de nuevo.

—El poder de los Niju es distinto según cada cual, y se nos cataloga de una forma muy concreta, están los de nivel atarashi, los principiantes. Tienen problemas para dominar sus poderes, como vosotros… Luego está el nivel kai, ya controlan perfectamente los poderes, pero no han llegado al máximo de capacidad; y, por último, el nivel saiko o supremo, no solo controlan su poder a voluntad, sino que han llegado al máximo de su energía y capacidad, los Niju de este nivel pueden incluso destruir una ciudad entera ellos solos sin problemas. Pero lo primero que he de hacer ahora es enseñaros a activar vuestros poderes cuando queráis, además nos vendría muy bien poder saber qué clase de poder tenéis cada uno. Marian, ¿te parece bien subir sola al tatami, por favor?, yo te guiaré…

—De acuerdo.

Marian subió al tatami y se puso en el centro ella sola.

—La fórmula es bien sencilla: solo tienes que ponerte en la posición de MA PU, una posición usada habitualmente en el kung fu tradicional, también denominada posición de jinete, una vez en ella, debes cerrar los ojos. Aguarda a que una corriente de agua fuerte salga de tu corazón. No debes abrirlos hasta que no notes esa sensación con claridad por todo tu cuerpo, aunque esto puede llevarte un tiempo.

Marian cerró los ojos y se puso en posición de jinete. Pasado un tiempo y muchos intentos, un aura amarilla intensa empezaba a recubrir su cuerpo.

—Impresionante, Marian, solo has tardado seis minutos, ahora abre los ojos poco a poco, pero no dejes de concentrar la energía.

Y así lo hizo. Continuó acumulando energía nega que sus ojos cambiaron de color y su cuerpo se transformó muy poco a poco en una mujer un poco más alta con una armadura de oro y un escudo, pero cuando estaba a punto de terminar la transformación, Marian se desconcentró y volvió a su estado normal, sin aura amarilla. Likaon aplaudió un poco pues estaba gratamente sorprendido de que a la primera hubiera podido conseguir tanto. De normal los iniciados apenas llegaban a sacar algo de energía.

—Enhorabuena, Marian, tienes un gran poder, ahora relájate. —La ayudó a sentarse en el suelo fuera del tatami para que se recuperara. Se giró hacia Alexander—. Es tu turno, sube si estás preparado.

Alexander accedió sin problemas. Estaba ansioso por descubrir su poder.

—Ahora ya has visto cómo se hace, solo tienes que intentar repetirlo.

Sin pensarlo, Alexander se puso en jinete, cerró los ojos y enseguida notó cómo una gran masa de energía salía de su corazón recubriendo su cuerpo de un aura dorada y cegadora. Se transformó en un hombre fornido con armadura y alas, pero al igual que había sucedido con Marian, tanto poder lo desbordó y perdió la concentración. Retornó su estado natural, y cayó de rodillas un poco exhausto. Al instante, levantó la cabeza esperando la sabia opinión de Likaon.

—Alexander, seas lo que seas, eres un Niju de los más poderosos que he conocido. Amigo mío, vas a tener muchos problemas pues tu poder es muy codiciado, algunos para usarte, otros para hacerte gladiador y otros, incluso, para extraerte ese poder que llevas dentro, pero tenéis que saber que, si el poder se separaba de vuestro cuerpo, moriréis.

—¿Morir?

—Sí, pero ahora volvamos a subir, y quedaros a cenar conmigo y a dormir esta noche por favor, debéis de descansar.

Los dos amigos aceptaron sin preguntar más. Likaon colocó un mantel marrón sobre la mesa y una ensalada en el centro, llevó un plato de carne para cada uno y, una vez hubieron cenado, les sirvió unos tés que tomaron tranquilamente a la agradable luz de la chimenea.

—Decidme algo, ¿por qué estáis corriendo por el mundo?

—Estamos buscando a mi madre y nos han dicho que está en la ciudad de Cervera.

La cara de Likaon cambió totalmente.

—Quiero haceros una propuesta, amigos míos.

Durante unos minutos solo se oyó el chisporroteo de las llamas, el silencio de la noche y algunos grillos en el exterior de la casa, hasta que Likaon rompió el silencio.

—Si os quedáis aquí durante un mes, prometo entrenaros a conciencia para que uséis vuestros poderes sin problemas y, a cambio, os acompañaré en vuestro viaje.

Alexander y Marian se quedaron callados y muy sorprendidos pues no esperaban esta propuesta, pero Alexander se puso en pie y extendió su brazo hacia Likaon para ofrecer su mano derecha en señal de amistad, Likaon aceptó y, a partir de ese instante, se unió a esta desconocida aventura de dos amigos.

Tal y como habían quedado, durante varias semanas los dos amigos fueron entrenados severamente por Likaon con distintas técnicas. Tenían que limpiar la cabaña, cortar leña de los árboles, cazar para comer y cenar donde él les decía, conseguir agua de un río y todo esto con sus propias manos y astucia. No podían ayudarse. Por las tardes entrenaban la lucha unas horas junto a Likaon, que se sorprendía gratamente de lo rápido que aprendían los dos amigos, pero lo que más le llamaba la atención era el poder latente de Alexander. Llegado cierto día, Marian salió a por agua al río, mientras Alexander decidió conseguir leña de un árbol cercano a la casa, así que se concentró y su impresionante aura dorada comenzó a brillar, y arremetió contra el árbol con varios puñetazos y una brutal patada que lo destrozó. Lo sujetó mientras caía y lo dejó en el suelo suavemente sin dañar la cabaña.

Likaon apareció rápidamente, gritándole desde lejos.

—¡No hagas eso, apágate rápido! ¡APÁGATE!

Alexander hizo caso a Likaon y rápidamente volvió a su estado normal.

—Recuerda lo que os expliqué hace días, cuanta más energía uséis, más fácil será que los cazadores nos encuentren con sus máquinas.

Y sin más, Likaon empujó a Alexander detrás de unos arbustos pues sabía que los policías de negro del gobierno no tardarían en invadir la casa. Así fue. A los pocos segundos, aparecieron coches negros de todos los lados con sus respectivos agentes, Likaon comenzó a transformarse y a luchar como una bestia, tumbando coches, golpeando agentes y destrozando pistolas, pues las balas no le afectaban, ni siquiera se le clavaban en la piel, pero cuando la victoria de Likaon estaba casi asegurada, apareció Hammer Lukhas y nada más verlo, Likaon se tiró contra él, enfurecido, pero Hammer empezó a llenarse de un aura gris y levantó solo su brazo derecho transformándolo en un brazo bastante grande, muy forzudo, lleno de pelo gris y su mano se transformó en una garra gigante con la que cogió a Likaon en el aire y lo golpeó violentamente contra el suelo repetidas veces. Uno de los policías disparó a Likaon con un arma especial de jeringas que, al clavarse en la piel, desprendieron un suero morado y Likaon se transformó de golpe, volvió a su estado natural, desaparecieron su aura y su fuerza y fue esposado sin problemas. Lo subieron a uno de los coches.

—¡Peinad y rastread bien la zona, quiero encontrar a los otros dos vivos! Si alguien los mata, responderá personalmente ante mí.

Casi todos los coches arrancaron y se marcharon. También el que llevaba a Likaon, mientras el resto de agentes se quedaban recogiendo muestras y pruebas en la casa de Likaon. Marian, que venía del río con dos cubos de agua, vio a Alexander tumbado tras unos arbustos observando a los policías que escudriñaban la casa de Likaon, así que se acercó despacio y con cuidado y le hizo señas para que retrocedieran sin llamar la atención de los guardias, pero justo cuando empezaban a moverse, uno de los policías les vio y avisó a todos sus compañeros para apresarlos, pero los dos amigos no estaban precisamente de buen humor, así que Alexander dejó brotar su aura y golpeó rápidamente al policía que los había visto y lo estampó contra uno de los árboles cercanos. En ese momento, notó un leve pinchazo en la pierna derecha, era la misma jeringa que le habían disparado a Likaon así que, conforme tocó la piel de Alexander, su fuerza y su aura desaparecieron y cuando el policía del arma extraña se preparaba para disparar otra jeringa contra Marian, descubrió que ya no estaba ahí, sino a su lado, y con su mano derecha, Marian sujetó el arma para golpear al policía con el reverso de la izquierda y mandarlo a volar contra unas rocas cercanas. Cuatro agentes de policía se acercaron a ellos. El aura de color brillaba en ella. A uno de los agentes lo mandó de un buen golpe al río cercano, a otros dos les estampó sus cabezas la una contra la otra y al que quedaba, le dio un fuerte puñetazo en el estómago que le hizo caer dolorido. Después se acercó a Alexander, y aunque este se encontraba bien, no podía hacer emerger su poder, debido a la jeringa que le habían inyectado en la pierna. Los dos amigos vieron el destrozo que habían causado los policías en la casa y la pérdida de su amigo, y se quedaron con el ánimo algo chafado, sobre todo Alexander pues él sabía que todo era culpa suya, por despistado. Marian intentó consolarlo y, sin perder tiempo, decidieron que irían a rescatar a Likaon, aunque no estuvieran del todo preparados y presumían que rescatar a su amigo supondría un suicidio. Partieron hacia la ciudad, con cuidado pues podrían quedar más policías por el camino o no tardarían mucho en mandar refuerzos para peinar la zona.

—Tal vez será mejor que volvamos a la ciudad por la montaña paralela a la carretera, eso hará que sea más difícil vernos, no estamos muy lejos de la ciudad, a buen paso enseguida llegaremos.

Mientras tanto, Likaon se encontraba en el gran edificio negro de la comisaría, esposado en la habitación en la que había estado Alexander. Se abrió la puerta y entraron los hermanos Lukhas y se le quedaron mirando. Likaon parecía muy tranquilo.

—Tal vez cuando sepas lo que hemos pensado, empezarás a ponerte más nervioso.

Mientras lo decía, esgrimía una sonrisa malvada, al tiempo que su hermano Hammer Lukhas ponía sobre la mesa una carpeta con fotos y documentos.

—Sabemos de sobra quién eres y qué intentas, pero créeme no lo conseguirás pues no te mandaremos a una cárcel normal y corriente, tu plan no saldrá como esperas.

Acto seguido los hermanos recogieron los papeles, salieron del cuarto y cerraron la puerta. Hammer se detuvo en medio del pasillo.

—Preparadlo para el traslado, lo llevaremos al Keimusho.

El policía abrió de nuevo la puerta de la habitación donde estaba Likaon, apagó la cámara, se arremangó el camal del pantalón y sacó un arma pequeña que tenía escondida, pero en vez de llevar balas con jeringuillas de líquido morado. Sin dudar, disparó varias jeringas a Likaon en el pecho, y este perdió el conocimiento. El policía le quitó las jeringas, las guardó en el bolsillo y volvió a conectar la cámara antes de salir de la habitación. A los pocos minutos entraron otros policías distintos, vestidos de azul, cogieron a Likaon y se lo llevaron al sótano, lo esposaron en la parte trasera de uno de los furgones, cerraron las puertas y dieron tres golpes para que el conductor arrancara el furgón en dirección a Keimusho.

Pasadas unas horas, Marian y Alexander aparecieron por un camino entre montañas. Habían conseguido volver a Reicon. Se preguntaban cómo entrar en la comisaría y sacar a Likaon sin armar mucho alboroto. Parecía imposible. Un extraño ruido llamó mucho la atención de Alexander. Golpes. Empezó a seguir el sonido hasta que llegó a un pequeño callejón cercano en el que había varias chicos y chicas. Alexander no pudo contener su curiosidad y se acercó para ver qué ocurría y vio que estaban golpeando una pared de hormigón al final del callejón.

—¿Qué estáis haciendo?

—¿Eres nuevo? Están apostando quién deja una marca de su puño en esa pared.

A Alexander le pareció la tontería más grande del mundo, una moda.

—Tú estás fuerte. ¿Por qué no lo intentas?

—No tengo interés.

Se giró para marcharse, pero el chico insistió.

—Si lo consigues, ganarás el bote de hoy.

Alexander se asomó al interior del bote y vio que estaba lleno de reales.

—Está bien… Lo haré.

Así que se puso frente a la pared, cerró los ojos, cargó su puño hacia atrás y se centró en generar suficiente fuerza en su mano derecha como para hacer un agujero, pero sin destrozar la pared. Mientras tanto, Marian miraba apoyada en la esquina de callejón. Alexander lanzó un puñetazo contra la pared sin dudarlo e hizo una muesca diminuta, al ver esto, Marian decidido intervenir, pasó por medio de los chicos, se acercó a Alexander con la mirada seria y le dio una sonora bofetada, que enmudeció el callejón.

—¿Para eso has estado entrenando? ¿Para no romper ni una estúpida pared?

Alexander se volvió a poner en posición, cerró los ojos, echó el brazo hacia atrás, concentró su energía, y la tierra tembló levemente cerca de él cuando golpeó la pared. Generó una gran grieta ante los estupefactos muchachos.

—Esto es otra cosa.

Y dio la enhorabuena a Alexander con un leve beso en la mejilla. recogieron el dinero y Marian se acercó a una tienda. Uno de los chicos del callejón se plantó delante de ella.

—Si necesitáis más dinero, podéis bajar a las alcantarillas. Allí se organizan peleas ilegales muy bien pagadas y con la fuerza de tu amigo seguro que más de una pelea ganaría.

—No, ya tenemos lo que necesitamos, piérdete enano.

El chico se quedó callado observando con cara de frustración cómo Marian volvía al lado de Alexander, y cuando iba a darle la bolsa de comida, el chico del callejón de una gran carrera cogió la bolsa y salió corriendo. Los dos amigos salieron tras él. Recorrieron varias calles, esquivando a la gente y saltando por encima del mobiliario urbano, parecía una carrera de parkour, pero el chico era bastante rápido, giró por un callejón y saltó por un agujero redondo. Marian quiso parar a Alexander porque se imaginó que estaban siendo forzado a ir a las alcantarillas, pero Alexander saltó sin dudarlo al agujero llevándose a Marian con él. Descendieron por un túnel y acabaron cayeron en medio de una especie de ring de piedra con algunos desperfectos y pequeños charcos de agua, iluminados por unos débiles focos. Los dos amigos se pusieron en pie rápidamente. Para estar en un agujero de las alcantarillas había bastantes personas y mucho más sitio de lo que se podía imaginar, aunque la mayoría eran críos y jóvenes, gritando con odio. Un chico flaco, con varios tatuajes, pelo mohicano salió del grupo y se dirigió a ellos.

—Bienvenidos a mi budokan ring, me llamo Jack Allen y estos son mis dominios, así que ahora lucharéis si queréis salir de aquí sanos y salvos.

Marian empezaba a estar de mal humor. Un joven fornido de diecisiete años bajó al ring con ganas de pelea. Quería quedar bien delante de sus coleguitas, pero sin mediar palabra, Marian le metió un golpe en el pecho que lo mandó volando a lo alto de las gradas nuevamente.

—Devolvednos nuestra comida o esto va a acabar muy mal, para vosotros.

Entonces Jack hizo una seña y otros dos chicos acompañados de una chica bajaron al ring en busca de pelea, pero ni Alexander ni Marian estaban para bromas y tanto los chicos como la chica acabaron subiendo a las gradas más rápido de lo que habían bajado y con alguna fractura de más. Así que fue Jack Allen en persona el que bajó al ring.

—Puedo ser un pandillero, pero me considero un caballero, así que no peleare contigo, monada, pero le desafío a él, y como ya habéis visto, nos gusta apostar, así que la cosa es sencilla: ganadme en un combate y os iréis de aquí con vuestra comida, y sin más problemas, pero si perdéis, os quedaréis aquí y me perteneceréis como todos los demás.

—Hecho —dijo Alexander.

Marian se retiró del ring con cara de pocos amigos. Las gradas estaban llenas de gente joven. Un hombre bastante grande y corpulento al fondo miraba los combates. En el ring, Alexander se puso en guardia, pero Jack levantó la mano pidiéndole calma.

—El reto de las alcantarillas de Reicon consiste en pasar una serie continuada de combates en aumento, primero contra dos, luego tres, cuatro y hasta cinco rivales. Una vez superados, el reto termina. Así que comencemos con la sangre.

Mientras Jack desaparecía riéndose entre la gente, dos jóvenes, uno rubio y el otro con el pelo morado, bajaron al ring a pelear contra Alexander.

—Si os vais ahora, os iréis ilesos.

Esta frase, más que miedo en los jóvenes, suscitó risas. El chico rubio lanzó un puñetazo contra Alexander, que este esquivó al tiempo que su aura dorada empezaba a cubrirlo, golpeó al chico rubio y lo envió contra la pared. Fue a por el chico del pelo morado, que se había quedado quieto de miedo, y cuando iba a golpearlo, un tercer chico cogió a Alexander por detrás, pero se revolvió para golpearlo y el chico salió volando. Su espalda impactó contra el techo. Las gradas quedaron en silencio con Alexander brillando en el centro del ring mientras sus rivales estaban en el suelo malheridos. Jack dijo que no saliera nadie más al ring. Estaba claro que ese forastero no era un rival cualquiera, y decidió que sería el mismo el que se encargaría de Alexander, lo cual animo bastante a la gente de las gradas. Así que se quitó el chaleco y lo tiró a las gradas. Un aura verde cubrió su cuerpo al igual que pasaba con el aura dorada de Alexander. Los dos rivales se pusieron en guardia a la vez y Jack lanzó el primer puñetazo directo a la cara de Alexander, pero este lo esquivó apartando el puño de Jack con su mano izquierda sin problemas. Acto seguido Alexander lanzó un puñetazo a Jack, pero Jack esquivó el golpe. Después se cogieron de las manos por encima de la cabeza intentando hacer fuerza el uno contra el otro. El aura de Jack empezó a incrementarse y este, sin soltar a Alexander, se tumbó en el suelo boca arriba y usó sus dos piernas para golpearlo en el estómago y lanzarlo contra el techo. Alexander utilizó la inercia para apoyar las piernas contra el techo e impulsarse hacia abajo contra Jack, aunque este tuvo el tiempo justo de apartarse de la trayectoria de Alexander, que agrietó el suelo para perplejidad de los presentes que empezaban a comprender que no se trataba de alguien muy normal. Pero Jack volvió a ponerse en guardia mientras Alexander se levantaba. Esta vez fue Alexander el primero a lanzarse a la pelea, Jack no hizo nada por esquivarlo, solo lo esperó en posición de ataque y los dos comenzaron a intercambiar brutales puñetazos ante la mirada del misterioso espectador del fondo. Tras un par de minutos de intensos golpes, se podía percibir claramente cómo los huesos de los dos contrincantes empezaban a dañarse. Más que aflojar el ritmo de golpes iban en aumento y era difícil seguir bien la mano de los dos luchadores por su velocidad de movimientos. La pierna derecha de Alexander cedió un poco lo que permitió a su rival asestarle un golpe directo a la mejilla y todos creyeron que Jack ya había ganado, pero nada más lejos de la verdad, porque el golpe, aunque doloroso, también sirvió para motivarlo más y un brillo dorado brotó aún más intenso de su cuerpo. Se irguió rápidamente y propinó un tremendo puñetazo a Jack que voló un par de metros contra la pared, pero pesar de tan tremendo golpe, se mantuvo en pie, como si no sintiera dolor, aunque las piernas comenzaban a flojearle. Jack miró a ambos lados. Gritó:

Nueva pangea

Подняться наверх