Читать книгу Dolores y gozos de San José - Jesús Martínez García - Страница 5
ОглавлениеTorreciudad es un lugar de la provincia de Huesca donde se venera desde antiguo a la Madre de Dios. En 1975 se construyó allí un Santuario Mariano, demostración de la fe y del amor que san Josemaría Escrivá de Balaguer tenía a la Virgen, y de la fe de sus hijos del Opus Dei que secundaron su deseo. Por un costado de la explanada que recibe a los peregrinos desciende un camino empedrado que baja a la Ermita . Y en ese camino se encuentran —guarecidas del viento por una hilera de pinos y litaneros— las representaciones de los Dolores y Gozos de San José que en este librito se ofrecen para medicación.
Necesitamos silencio interior y exterior que nos permitan el diálogo con Dios y con los santos, y a eso tiende esca popular devoción. Los Dolores y Gozos se pueden meditar, uno a uno, durante los siete domingos que preceden al 19 de marzo, o bien se puede hacer el ejercicio completo recorriendo las catorce escenas.
Lo que importa es que contemplemos a aquél que, después de María —y junto a Ella—, ha sido quien ha estado más unido a Jesús en esta tierra; de él aprenderemos muchas cosas para nuestra propia vida, y en especial la disponibilidad para dedicarnos a las cosas que se refieren al servicio de Dios.
El Papa Juan Pablo II ha afirmado que «las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior»[1] No es de extrañar que el Fundador del Opus Dei tuviera gran devoción al esposo de María y deseara no separar la devoción a la Virgen de la de San José —pues Dios les unió en esta tierra—. Por eso quiso que en Torreciudad los peregrinos pudieran realizar el ejercicio de los Gozos y Dolores de San José.
A él le gustaba invocarle con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor. «San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con El, a sabernos parce de la familia de Dios»[2].
Y hablaba de San José como de una persona muy cercana, de alguien a quien se trata: «Yo me lo imagino —decía— joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana», y añadía que «de las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado anee la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las rareas que se le encomiendan»[3].
Dios cuenca con los hombres y las mujeres para realizar la redención en la historia, pero necesita que ellos se confíen plenamente en Él y pongan a su servicio rodo lo suyo: su libertad, su iniciativa, codas sus capacidades. San Josemaría —que tenía esa experiencia— impulsó a muchas personas a dedicar sus más nobles energías —roda su vida— a esta tarea de la santidad y el apostolado. Porque a cada uno le llama Dios en las circunstancias normales de su existencia.
Y ponía como ejemplo al santo patriarca: «José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo»[4].
Cada uno tenemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras amistades; Dios nos ha puesto ahí, con nuestras circunstancias, para hacernos santos y llevar todo hacia Él. «Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible: San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas»[5].
Estas virtudes las aprenderemos considerando sus Dolores y Gozos. Lo podemos hacer cada uno por nuestra cuenta en cualquier lugar; pero también podemos acercarnos a Torreciudad. A veces es necesario dejar por un momento el ritmo diario y ver desde lejos —en un clima de silencio y oración— nuestra propia vida para aprender a darle el sentido que Dios quiere; porque también a nosotros Dios quiere confiarnos cosas grandes.
El sol se refleja en el agua del lago que rodea la Ermita. La brisa que sube acaricia carrascas y mueve hojas de árboles. Y en el viento ascienden vencejos hacia los recios perfiles del Santuario, observando, en una y mil vueltas, ese trabajo compuesto de ladrillos y de amor para Dios y para su Madre.
A mitad de ladera —como contrafuertes-— se encuentran estas escenas ingenuas de quien nos puede enseñar tantas cosas. Quizá, amigo lector, quieras hacer algún día el ejercicio de los Dolores y Gozos de San José en el camino de la Ermita de Torreciudad.
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Al comienzo de cada uno de los siete Dolores y Gozos ponemos el ejercicio tradicional del venerable P. Jenaro Sarnelli (+1744), discípulo de san Alfonso María, quien inició esta piadosa devoción a san José, a la que los Papas Gregario XVI y Pío IX enriquecieron con diversas indulgencias. Para lucrar la Indulgencia plenaria basta rezar esas oraciones con un Padrenuestro, Avemaría y Gloria al final de cada una de ellas, los siete domingos anteriores a la fiesta de san José —o en cualquier otro tiempo—, cumpliendo las demás condiciones acostumbradas. Ofrecemos también otras consideraciones que pueden ayudar en la contemplación de estas escenas.
[1] Juan Pablo II, Exhort. Apost. Redemptoris Custos, n. 27.
[2] San Josemaría Escrivá de Balagucr, Es Cristo que pasa, n. 39.
[3] Ibídem, n. 40.
[4] Ibídem.
[5] Juan Pablo 11, Exhort. Apost. Redemptoris Custos, n. 24.