Читать книгу Cómo conquistar el mundo - J.J Aguilar - Страница 2
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ISBN: 978-84-18344-76-3
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El peor enemigo descansa dentro de ti mismo,
se alimenta de tu sufrimiento, te dice que te detengas
y que no eres lo suficientemente bueno para continuar.
¿Quieres prestarle atención? ¿O nos vamos a conquistar el mundo?
-Johel Aguilar
PRÓLOGO
HACE 1 AÑO
No iba a ser una noche fácil para la familia Aguilera, y no iba a ser menos para Elliot Aguilera, quien se encontraba muy débil y pálido, con la boca abierta y pegada al suelo del baño. Finalmente despertó, le dio tanto asco su situación que alzó su cabeza con prisa; «¿De verdad me odio tanto a mí mismo para hacerme esto?», se preguntaba. No se podía levantar, sentía que sudaba frío. Estaba desnudo en el suelo cuando de repente «pum, pum», era su Hermana Cristale, tocando la puerta con mucha furia, como suelen tocarse la puerta entre ellos dos.
—¡Que me quiero bañar, Elliot! —Cruzo la puerta sin seguro y enseguida se calla con las cejas arqueadas hacia arriba de lo sorprendida, no sabe qué hacer y se pone a gritar llamando sus padres, que estaban calmados viendo una película. El padre de Elliot odiaba que le interrumpieran cualquier cosa que estuviese haciendo y seguro se viene un drama grandísimo después de esto.
Elliot está a punto de desmayarse, pero todavía puede escuchar a sus padres gritándole en el fondo y haciendo preguntas, pero no puede responder. Colocaron un montón de toallas en sus brazos para detener la hemorragia; al llegar al hospital, Elliot confiesa que se cortó el antebrazo varias veces, para saber lo que se sentía. Verán, Elliot se ha cortado antes, y tapaba sus marcas usando abrigos de manga larga, nadie entendería el porqué de las heridas ni la necesidad que tiene Elliot de provocárselas, siempre era mejor ocultarlo.
Su ansiedad ha ido empeorando con el tiempo, antes intentaba distraerse de cortarse usando una banda elástica alrededor de la muñeca y estirarla para que golpee contra su piel, hasta que tuvo varios días pasándose de la raya y estiraba con fuerza la banda elástica y terminaba lastimándose aún más. Es la oveja negra de la familia, el que siempre causa problemas y está con un drama ficticio en su día a día, no como su otra prima Samantha, que es solo anoréxica. Después de ella, no hay más nadie interesante.
La solución con la que dio el padre de Elliot fue mudarse de ciudad, cambiar el entorno y las personas que los rodeaban, decía que su antigua universidad me estaba haciendo mal. A pesar de que pasé mucho trabajo con la antigua universidad, mi ansiedad era por otra razón.
Elliot es como muchos de nosotros ante muchas personas; se puede sentir más incómodo con alguien amable que con alguien cruel. En una reunión de amigos también puede contarle cosas por iniciativa propia a un completo extraño, cosas que no les contaría a sus amigos del momento (si es que alguna vez tuvo uno). Él sabía que no volvería a verlo, era una oreja sin consecuencias. A pesar de que su familia lo ha intentado proteger de las cosas más crueles del mundo, él siempre ha desarrollado una personalidad tajante y cruda, él se veía en el espejo y nunca pudo ver en su reflejo algo que le gustara, no era guapo, tampoco feo. Desde algunos ángulos con camisa negra puede verse guapo. Es gordo, aunque haya rebajado, todavía tiene los músculos aguados. Siente confianza por sus pestañas largas, manos suaves, culo gordo, pero no le gustan sus orejas, ni la curvatura de la parte posterior de su cuello, los agujeros de su nariz vistos desde abajo, y sobre su sexo… Prefiere no dar opiniones.
Nunca pudo socializar con buenas personas en ningún lado de San Fernando; accedió a la idea de su padre al querer irse, aunque lo único que le sienta mal es ser la razón de la mudanza.
Se mudaron a Lindblum, un pueblo que tiraba aires de ciudad, poco más avanzada que San Fernando. En términos generales, la casa donde se mudaban parecía no tener muy buena apariencia, se encontraba bastante polvorienta cuando llegaron. Estaba amoblada y los muebles tenían una decoración lujosamente vieja, Elliot estaba más acostumbrado a los muebles chic que usaba su madre en la antigua casa, pero le gustaban los cambios. «Todo es cuestión de costumbre», dijo su mamá mientras sacudía las sábanas llenas de polvo con la cara arrugada, mostrando su positivismo. Cristale revisaba su teléfono y Elliot sostenía la caja donde llevaba gran parte de sus cosas pesadas, su padre toca su hombro.
—¿Qué tal? ¡Me quedó bella la casa! —dijo con cierta emoción. Elliot sonríe como respuesta, siempre hace eso cuando le habla su padre, ya que nunca sabe cómo seguir la conversación.
ELLIOT
Elliot tiene de 17 años, estudia en la Universidad St. Claire la carrera a la que todos acuden cuando no saben qué hacer con sus vidas o tienen un familiar que los ayude, o los que por alguna razón dicen que de verdad “les gusta”: Finanzas, ¿no se les eriza la piel? Esta universidad es conocida más que por su calidad de enseñanza, por las personas que estudian en ella, personas privilegiadas y adineradas, donde abunda un estereotipo específico al cual me gusta llamar «Perras básicas». Una perra básica es esa persona que solo piensa que la vida se basa en redes sociales, tienen en la mente la frase de «Si no lo publicaste, no lo hiciste», salir de fiesta desde el jueves hasta el domingo, los que piensan que el sexo a tus 15/16 años es importante, los que piensan que la marihuana es una droga parecida al crack, los que piensan que la carrera los define. Ingenuos, todavía no he conocido a una persona que le guste la personalidad de un estudiante de medicina, por ejemplo.
¿Cómo hacer para aguantarse esto todos los días? Busquen el amor no correspondido, como lo hace Elliot. Sus días son grises hasta que se encuentra con Benjamin, un compañero de la universidad de su misma edad, tez blanca, cabello corto castaño claro, bastante más alto que él, unos 1,80cm. Elliot no puede evitar imaginarse suciamente llegándole de frente, bajarle los pantalones y meterse su pene en la boca, pero eso nunca va a suceder, ¿saben por qué? Porque es un cobarde. De igual forma decidió que el amor estaba sobrevalorado, y después de tantos intentos, nunca se enamora del correcto. O eran heterosexuales o eran de esos gais que no estaban preparados para salir del closet y tenían actitudes machistas, pensando que, al ser pasivo, debías tomar el rol de la mujer en la relación, por supuesto eso siempre estuvo mal para Elliot.
En el primer día de clases, Elliot se encontraba nervioso, pero al mismo tiempo sentía que esta era una nueva etapa para él. Era emocionante, pero causaba grima. Él no quería sentir lo que las demás personas sentían, le parecía un sentimiento tonto estar emocionado por el primer día de clases, igual no lo podía evitar.
—Muchachos —habla la profesora de Cálculo—, tienen dos semanas para buscarse una pareja para la exposición del proyecto.
No pudo evitar ver a Benjamin, llevaba toda la clase detallando su forma de vestir, la forma en que prestaba atención a las clases, lo aplicado que le gustaba ser. De vez en cuando le gustaba participar en clases, pobrecito, no se da cuenta de que un psicópata se lo está comiendo con los pensamientos, era todo un ejercicio mental tratar de no voltear y ver qué hacía.
—Voy a ir pasando la lista, cuando los nombre, van saliendo del salón y hasta la próxima clase. —Elliot era el primero en las listas de su colegio y también en la universidad por ser un Aguilera. Eso le provocaba ansiedad desde pequeño, el apellido de Benjamin es Nellgui, tenía que esperar más o menos a que veinte personas salieran del salón para por fin encontrarse con él en los pasillos y preguntar disimuladamente.
—Oye, eh, ¿Qué tal? —tartamudeaba.
—¿Huh? —Benjamin no sabe qué quiere.
—Sabes, eh, que yo no conozco a nadie en la clase y te vi pasar y quería saber si ya tenías pareja para el proyecto… Porque… No conozco a nadie.
—Ehh. —Benjamin también se encontraba en una situación difícil, un desconocido que no sabía ni que estaba en clases con él, te pregunta si puedes ser su pareja—. Sí, claro— aceptó la propuesta de Elliot amablemente—. Si quieres, dame tu número y me envías un mensaje.
En el fuero interno de Elliot, se encontraban fuegos artificiales explotando de felicidad. Aunque no haya sido una conversación para ligar, era la experiencia más cercana a ligar que había tenido Elliot en mucho tiempo.
—Nos vemos. —Se fue con prisa y Elliot aguanta sus ganas de besar el suelo y agradecerle al hada de las relaciones homosexuales que se cumpla su deseo de estar con Benjamin.
Después de eso, Elliot ha estado confundido con respecto a Benjamin, no cede su confianza del todo, solo es su amigo en clases y por fuera parece no querer nada. Dentro de él tiene la esperanza de que Benjamin tiene sus sentimientos reprimidos y que algún día saldrán a la luz. Le duele tener tantas dudas, pero no lo puede negar. Le encanta cuando lo desprecia, lo odiaba, pero sus desprecios y su misterio hacían quererlo más al muy hijo de puta.
Elliot se obsesionó tanto con Benjamin que lo acosó por redes sociales, aunque por desgracia no había mucho que acosar, apenas encontró su Facebook. Benjamin Nellgui no era un chico que le gustara usar sus redes sociales, apenas publicaba fotos y las que tenía eran de antes de entrar a la universidad. Se llama Benjamin por su padre, que llevaba el mismo nombre, su hermanito menor también. Su hermana mayor era fea, nada comparado al niño o a Benjamin, solo hay fotos viejas de su padre, estará muerto o vivirá en algún otro país actualmente.
—Hey, bro, ¿qué fue? —Elliot, desconcertado por cómo lo saludó, retiene sus sentimientos. Le era imposible no sentirse mal porque su crush se refería a él como un hermano más. Pretender no estar interesado en una relación era exhaustivo, Elliot era Helga y Arnold era Benjamin.
—¿Qué más? —responde Elliot.
—¿Ya estudiaste para el examen de matemática?
—Sí.
—Yo no —dice Benjamin con despreocupación.
—¿Por qué siempre haces lo mismo?
—¿Qué? —su voz se agudiza.
—Decirme siempre que tenemos un examen al que no estudiaste, pero aun así, sacas mejores notas que yo, que siempre estudio más que tú.
Benjamin sacó a relucir su sonrisa, que no era fantástica, pero no era menos linda.
—No te soporto. —Elliot coloca sus ojos en blanco.
—Bueno ya me voy.
—¿A dónde te vas? —dijo extrañado.
—Mis amigos me llevarán a casa.
—¿Me das la cola hasta la mía? —pregunta Elliot con esperanza.
—No lo creo… Me tengo que ir y ya me están esperando.
—Gracias —responde Elliot sin expresiones, pero muriéndose por dentro.
Increíble cómo le tenemos simpatía a las personas más desgraciadas, que no nos toman en cuenta, pero todos sentimos debilidad por gente rara. Elliot solo pensaba en el día en que pueda forjar una mejor amistad con Benjamin, y Benjamin solo pensaba en sus otros amigos, quizás alguna que otra chica con la cual follar, hacer deportes y, a veces, la universidad. Elliot no se encontraba ni cerca de sus prioridades, era un extra que daba vueltas a su alrededor.
Era medio día y Elliot debe volver a su casa. Un grupo de personas están reunidas y contándose sus cosas mientras esperan que los vayan a buscar en el patio de la universidad. Elliot siente envidia en el corazón por el hecho de no tener un grupo de amigos como ellos, tercer trimestre y apenas tiene a Benjamin, que lo deja botado al final de las clases.
El bus que esperaba Elliot llegó tarde, estaba abarrotado de gente, sin tener otra opción se sube.
—Buenos días —saluda al chofer, este no recibe respuesta.
Busca el asiento que estuviese más próximo a él y el único disponible era uno de los prioritarios. Se sentía muy cansado como para cederle el asiento a alguien más y, sin ver si algún anciano lo necesitaba, se colocó sus audífonos y se quedó mirando hacia la ventana mientras escuchaba una playlist llamada “Sad, Sad” mientras escondía su teléfono dentro de su ropa interior. No quería ser víctima de ningún robo y había sido avisado de que Lindblum era la capital de los hampones, de igual forma ya estaba acostumbrado a ser así de precavido.
Después de un rato largo observando las calles con baches, calles sucias y el tráfico en hora punta, caminó a casa. Sale del bus y el asfalto está que arde por el sol picante, llega hasta la sombra del techo de su casa. Se quita sus zapatos de cuero, su franela de Led Zeppeling la deja tirada en el suelo. Después de eso, siente como el calor se disipa, se siente aliviado en sus adentros.
—Hola, mamá.
—Hola, hijo. —Siempre se siente bien escuchar la voz de su madre al llegar a casa, era lo que más adoraba.
—Nada nuevo, todo normal, voy a cambiarme y luego vengo.
—Todo siempre es normal, si te digo «Elliot, ¿te gusta la caca de perro?» y seguro me dirías «normal».
Elliot sonríe.
—¿Quién dice la palabra “caca” mamá? En serio, mamá, a veces hablas como un teletubbie.
—Tú lo que quieres es que te lance la cotiza —le advirtió como suele hacer cuando siente que cada vez la confianza entre hijo y madre crece y crece.
Al entrar a su habitación, los aromatizantes de vainilla su madre están latentes; termina de cambiarse el resto de la ropa y se pone su ropa de casa. Su sensación favorita de todos los días, la sensación de que ya acabó un día largo en la universidad.
En la cocina, está su madre sirviendo el almuerzo. Su padre recién llegando junto con su hermana Cristale.
—¡Hola, familia!. —Este era su padre saludando todos los días al llegar a casa. Desde que pasó lo que pasó con Elliot, todos han decidido tomar una actitud más positiva alrededor de él, pero para él era un sufrimiento ver tantas caras felices y sentir que nada es real.
—Bendición —saluda Elliot de forma neutral.
—Dios te bendiga. —Elliot ya le cansaba saludar a su familia de esta forma.
—¿Llegaste temprano hoy? —pregunta Cristale.
—No, la verdad es que llegué más tarde de lo normal.
Después de unas cuantas preguntas triviales y sin sentido sobre cómo me fue, cómo está la universidad y las novias, los amigos, etc., preguntas introductorias a las de verdad: las clases, cómo le ha ido en matemática y qué tal cálculo. Era todo lo que su padre necesitaba saber y que convertían los almuerzos de todos los días en un sufrimiento.
—Bien —responde Elliot entre dientes y casi balbuceando y metiéndose cada vez más comida en la boca para tardarse al responder y pensar mejor lo que va a decir.
—¿Qué te enseñaron hoy?
Pensó unos segundos.
—No lo recuerdo.
—¡Pero si lo viste hoy!, ¡¿cómo no te acuerdas?! —Se le marcaba la sien y su mirada, esa mirada de decepción de tener un hijo tan despistado, tan desganado por sus estudios, tan flojo para las tareas y casi suicida, lo decía todo con una sola mirada. Con la poca paciencia que le tenía Elliot a su padre, su deseo más grande inundaba su imaginación, dejar a su familia sin pensarlo tanto, soñaba con el día en que dejaría de darle explicaciones a su familia, de lo que hace y lo que no, hacer su vida y que todo le valga mierda, independencia en pocas palabras.
Después de que el Sr. Aguilera levantara la voz de esa manera, todos callaban, entendiendo su rabia, pero no justificándola. Elliot mira su plato de comida, odiaba lo cobarde que era su madre, porque no metía las manos en el fuego cuando su padre reaccionaba de esa forma. Ella prefería dejar todo pasar, pero lo cierto era que ella no sabía qué hacer, no podía con él, era incapaz de hacerle frente. Cada vez eran más largos los intervalos desde que el Sr. Aguilera salía de la oficina hasta que llegaba a casa. La Sra. Aguilera sufría imaginándole atropellado y sangrando, muerto y cubierto con una sábana. Luego perdía los temores por su seguridad, se volvía adusta y se sentía herida. La Sra. Aguilera vivía y dependía de estar con su esposo; sus propias horas solo marcaban el tiempo hasta que él llegara a casa. A menudo él se presentaba a cenar casi a las nueve de la noche, siempre había bebido de más y en casa le cesaban los efectos, dejándole apestoso, irritado y con tendencia a proferir insultos.
La Sra. Aguilera una vez dijo algo que marcó a Elliot, ella estaba totalmente perpleja por lo que le sucedía en su matrimonio. Primero fueron amantes y entonces — como si no hubiera transición— eran enemigos. Ella no podía comprenderlo. Los sueños más grandes de su madre eran tener un lindo hogar, quería un marido sobrio, tierno, que estuviera en casa a la hora de la cena y llegara puntual al trabajo, quería veladas dulces y reconfortantes. La Sra. Aguilera es amable, simplemente buena persona y la idea de intimar con otro hombre le parecía horrible, y pensar que el Sr. Aguilera pudiera solazarse con otras mujeres la ponía frenética.
Todos terminan de comer, el Sr. Aguilera se va a su trabajo finalmente.
Elliot sube a su habitación y escoge una playlist de música electrónica. Agarra un cigarro barato que consigue en licorerías donde le conocen la cara y se los venden por debajo de la cuerda. Los abre y les quita el tabaco para llenarlos de marihuana, le pone llave a la puerta de su habitación y empieza a fumar.
A partir de este punto Lana del Rey se cuela en la lista para sacar a florecer su personalidad sadomasoquista, el mundo se vuelve poesía; el porro esta por la mitad, no puede evitar pensar cada vez que empieza a fumar «¿Estoy fumando mucho ya?». La respuesta a eso es siempre sí, pero ya no importa, no es un vicio, lo podría dejar cuando quiera, pero no quiere, su conciencia queda limpia otra vez; unos cuantos jalones más y sus ojos se tornan de rojo, observa su reflejo en el espejo un buen rato. La playlist cambia de Lana del Rey a una canción electro/beat/trance que no había escuchado nunca pero que lo animó a bailarse a él mismo frente al espejo. Le encantaba esta sensación en la que todo desaparece y se imagina bailando con Benjamin, se subió a la cama mientras Benjamin lo veía desde un rincón de la habitación. Estaba en su trance, donde finalmente Elliot era feliz, en su habitación, con la música ruidosamente envolvente y él bailando. Se imaginaba una multitud de gente alrededor de él, gente igual a él, sin prejuicios y sin juzgar a nadie, siendo libres.
—¡Elliot! —Golpean la puerta tres veces, es la Sra. Aguilera interrumpiendo el ritual de Elliot.
—¡¿Qué?! —El paraíso de personas desaparece.
—¡Bájale, que estoy viendo la novela! —gritó y se fue.
«Por lo menos no fue por la marihuana», pensó Elliot.
Elliot baja el volumen y desanimado revisa sus interacciones en redes sociales, sin notificaciones, solo su tía tuvo la amabilidad de decir que estaba lindo, no hubo más interacciones en el post de su selfie que hizo esta mañana. De repente sale en pantalla el post de un hombre desnudo, revisa su perfil y se encontró con una cadena de perfiles gay vistiendo varios atuendos eróticos de látex que publicaba vídeos porno. No pudo evitar verlos casi todos, no es adicto al sexo o al porno, de hecho el sexo está sobrevalorado para él, pero le encanta ver hombres desnudos. Sus videos favoritos son los tríos, aunque nunca haya pensado tener uno, le transmitían cierto morbo.
Sus zonas erógenas hablaban por sí solas, no pudo evitar masturbarse, aunque recuerde que ya lo había hecho apenas se despertó. Se aseguró de que la puerta estaba cerrada con llave nuevamente, se acostó en la cama, escupió saliva en su pene para tener lubricante y empezó a imaginarse a Benjamin besándolo, acariciaba su pecho y su cuello, creando su fantasía sexual. Imaginaba que los gemidos del vídeo porno eran provenientes de Benjamin. Elliot no sabía cómo imaginarse exactamente a Benjamin, pero las imágenes llegaban solas a su cabeza, lo que más importaba era que estaba con él. Luego de acabar, no puede evitar sentir rechazo hacia Benjamin al acordarse de que lo saludó como bro.
BENJAMIN
Era tarde para Benjamin, quien estaba tomando su siesta feliz de todas las tardes, pero esta tarde tenía algo aún más destacable: su madre no se encontraba en casa, anoche salió y, como de costumbre, no llega temprano.
—Bee-eee-eeeenjamin. —Era la voz de Aubrey despertando a Benjamin.
—¡¡¡Ya te escuché!!! —responde Benjamin gritando, que siempre se despertaba con el cable cruzado y bastante sensible.
Se quitó toda la ropa que cargaba desde la mañana, toda su ropa estaba limpia y sin doblar en una bolsa, muy arrugadas. Escogió la más decente. Su madre no hace mucho por ellos, se las tenían que arreglar con la ropa, con los pasajes de transporte público y a veces hasta con la comida. Benjamin se arrepiente de no haber acomodado todo antes, pero es tan flojo que prefiere dejar la ropa arrugada y hacer el trabajo completo para la próxima lavada. En la cocina el ambiente se siente tan bien sin su madre presente, usualmente la cocina huele a cigarrillos, el ambiente es más tenso y Benjamin odiaba que tanto él como su hermanito vieran a su madre pelear y formar escándalos por cosas sin importancia.
—Benjamin, te quiero pedir un favor —le dice Aubrey en voz suave, cada vez que Aubrey pide un favor. Usualmente no acepta un no por respuesta, así que nunca es un favor, es casi una tarea.
—¿Qué quieres ahora, niña? —pregunta Benjamin resoplando ante su hermana mayor y coloca sus ojos en blanco.
—Necesito que te lleves a Diego al colegio. —«Que pereza», pensó Benjamin. Había acostumbrado a su mente a pensar de esa forma cada vez que alguien le pedía un favor que involucraba moverse.
—¿Por qué? ¿Qué harás tú?
—Necesito ir a hacerme unos exámenes de sangre. —No estaba interesado en saber por qué necesitaba hacerse exámenes de sangre, no quería llevar a Diego al colegio.
—Bueno, está bien, pero me vas a prestar al herbie para el fin de semana, sin excusas y sin preguntar qué voy a hacer. —El herbie era el pequeño auto de la hermana, un cacharro (y no precisamente un Volkswagen) que llevaba con ella desde que tenía dieciséis años.
—Benjamin, es tu hermanito, ¿cómo puedes ser así? —se quejó.
—Y ese es tu auto y yo lo necesito para el fin de semana… —Lanzó una mirada juzgante.
—No puedo creerlo, ¡está bien! Eres un necio, ¿lo sabías?
—¡Nos vamos pues, Diego! —Diego se asustó, terminó de atragantarse lo que quedaba en su plato de comida y se bebió la malteada que Aubrey le preparó, como todos los días, la hermana mayor haciendo la tarea de madre. De todas maneras, su madre nativa no es precisamente la mejor figura materna para ninguno.
Caminaron hasta la carretera dejando atrás el camino de tierra que desliga su casa de la ciudad. Eran unos veinte minutos a pie para llegar al colegio y unos cuarenta para llegar a la universidad. Desde que su madre no vela por ellos y todo lo de ella se ha convertido en gastarse el dinero en cigarrillos y quién sabe en qué otras cosas más, vive diciendo que limpia cien habitaciones de hotel y no es posible que no pueda darse sus gustos, así que calma su ansiedad a punta de veinticinco cigarrillos al día. Pueden llegar a ser incluso treinta, pero los cigarrillos no es en lo único que gasta. Con esa excusa les ha limitado muchas cosas a Benjamin y sus hermanos, como por ejemplo el dinero para el transporte público, pero caminar cuarenta minutos todos los días es un hábito sano, piensa.
—Benjamin —lo llama Diego.
—Dime —responde Benjamin sin preguntarse qué pasa realmente. Diego agarró un palo de madera del suelo y empezó a arrastrarlo en la pared mientras caminaban.
—¿Por qué siempre estás peleando con mami? —pregunta Diego preocupado. Era evidente, Benjamin se siente mal por la pregunta, y se fastidia rápido.
—¿Para qué quieres saber? No preguntes y cállate…
—Pero si siempre… —Benjamin reacciona de una manera poco común, se vuelve hacia Diego, agarra sus hombros y lo mira fijamente.
—Diego, no quiero que me vuelvas a preguntar sobre mamá, ella y yo tenemos problemas, eso es todo. No vas a entender na…
—¿Tú eres gay? —lo interrumpe y al mismo tiempo le tiemblan las piernas y quiere llorar.
—¿Por qué me lo preguntas? ¿Y por qué estás a punto de llorar? —El corazón de Benjamín agitó. «¿Por qué tiene estas dudas sobre mí?».
—¡No me vayas a golpear! —Diego responde asustado.
—No te voy a hacer nada. —Lo sostuvo por el brazo y lo arrastró consigo a una esquina de la calle para hablarle directamente.
—Mira, no te voy a hacer nada, pero me tienes que decir por qué esa pregunta.
—Mamá me lo dijo.
—¿Qué te dijo esa mal…
—Un día, ella estaba hablando conmigo sobre cosas y me dijo que ella siempre supo que eras maric…
—Ok, basta, vamos a seguir caminando, esta conversación no tiene sentido…
—Pero Benj…
—¡Ya! Te voy a aconsejar algo. Si tú quieres surgir en la vida, Diego, tienes que desligarte de mamá, tiene problemas, tú lo has visto y ya tú estás creciendo. A todo lo que te diga mamá, créele un cincuenta por ciento, si no es menos.
—Benjamin, pero yo no quería…
—Sh —lo dejó con la duda, pero hasta Benjamin se fue con la duda. Nunca había dudado seriamente sobre su sexualidad. «¿La gente piensa eso de mí? ¿Piensan que soy gay? ¿Por qué?», y así la cabeza de Benjamin se llena de preguntas.
Ya pasaron veinte minutos y llegan justo a tiempo al colegio de Diego. No hablaron más en todo el camino gracias a los autos que iban y venían en la carretera, no se podría tener una conversación amena a menos que de verdad la quisieran, pero Benjamin no quería. Se despiden y Diego se va a encontrarse con sus amigos.
Benjamin sigue caminando con sus audífonos sin colocar música, solo quería escucharse a sí mismo en sus pensamientos. Impotencia era lo que sentía Benjamin, hay personas hablando más de la cuenta sobre cosas que no saben y las preguntas seguían en su cabeza. «¿Por qué la gente pensaría ese tipo de cosas sobre mí? ¿Soy afeminado? No, no creo, cuido mucho mi forma de hablar y caminar, ¿pero por qué digo que cuido? ¿Soy de otra manera? ¿Debería intentar hablar de esto con alguien? ¿Con quién podría hablar esto?».
ELLIOT
Cinco de la tarde. Elliot se quedó dormido después de fumar tanta hierba, sale de su habitación y Cristale y la Sra. Aguilera se vestían juntas en la habitación de sus padres.
—¿Qué hacen? —pregunta Elliot.
—Tu padre traerá unas personas con él para cenar con sus amigos del trabajo.
«Ahora tendré que vestirme bonito para cuadrar socialmente con los amigos de mi papá», piensa Elliot.
—¿Tengo que estar aquí? —pregunta Elliot resoplando.
—Por supuesto que estarás aquí —Le impuso su madre.
—Pero vamos a comer sabroso y si te vas, te lo vas a perder —añade Cristale.
Era comida gratis versus literalmente no tener ningún plan que hacer y comer pan con jamón y queso, no parecía un mal intercambio, así que lo próximo que hizo Elliot fue ducharse, vestirse con su chaleco o, como a él le parecía más apropiado llamarlo, “traje de hipócrita”.
El Sr. Aguilera había llegado con todos sus invitados a casa, una pareja de amigos asiáticos con su hijo adoptivo. A los padres de Elliot les encantaba poder hacer reuniones en casa, pero no simples reuniones, les gustaba atender a los demás con comida y bebida, les daba placer ser buenos anfitriones, aunque nadie nunca los invite a reuniones como las de ellos. Son capaces de morir de hambre por sus invitados. Elliot, como de costumbre, debe ayudar a buscar, traer, acomodar, limpiar y recoger, pero esta vez la Sra. Aguilera se había encargado de toda la decoración, se había encargado de montar una mesa con manteles y aperitivos exquisitos.
—¡Dios mío, pero si tú eres Elliot! —La voz de la mujer casi dejaba sordo a todos, Elliot se queda callado por el tormento.
—¡Hijo, mira! ¡Esta es la Sra. Fitzgerald, la mamá de Fernando —explicó su madre, dirigiéndose solo a Elliot en medio de todos, pero Elliot solo se preguntaba sobre Fernando, el hijo de Sra. FitzGerald. Parece ser de su misma edad. Cruzaban varias miradas tan imprudentemente que era extraño.
—¡Hola! —saludó a todos con una sonrisa incómoda que se le hace cuando se encuentra en un momento incómodamente social.
—¡Pero qué lindo estás, no lo puedo creer! ¡La última vez que te vi estabas muy chiquito y corriendo de aquí para allá! ¡Todo un juguetón! —La señora Sra. FitzGerald tenía una voz chillona, era extrovertida y amigable, solo que Elliot se sentía abrumado ante tanta chispa. Apretujaba sus mejillas con mucho cariño y al abrazarlo, colocaba su cara en sus pechos, haciendo sentir a Elliot aún más incómodo que cuando veía la cara de su esposo. Él se sonrojaba, pero no parecía molesto.
Luego todos se sentaron en el comedor de la sala, que se agrandaba para alrededor de diez personas, la Sra. FitzGerald y su esposo por un lado y luego Fernando. Elliot se acercó hasta Fernando hasta quedar al lado de él, se sentía atraído por Fernando y le gustaba pensar que tenía en frente alguien con quien hablar de cosas distintas. Cristale se sentó al lado de Elliot y sus padres al lado de ella, bien lejos de Elliot y Fernando, en caso de si hablan.
La luz de la sala era tenue y calma. De reojo, Fernando no le presta atención a Elliot. El mesero que el Sr. Aguilera contrató les lleva la carta de los licores junto con la comida.
—Hijo, pasa esa carta de licores para acá, tú no vas a hacer nada con eso a tu edad. —Si tan solo supiera el Sr. Aguilera todo lo que se ha metido Elliot a su edad.
—A mí también me dieron una carta de licores, si quieres dásela a tu mamá —dice Fernando, cruzando sus ojos color miel con la mirada de Elliot, confuso. Elliot no sabe qué trama este Fernando. «¿Por qué siempre me pasa lo mismo?», Elliot se derrite por dentro, aceptando que le gusta el chico.
—Bueno —responde Elliot lo más neutral que pudo. Agarra la carta de licores de su mano y se la pasa a su madre.
—¿Qué es esto? —pregunta la Sra. Aguilera.
Elliot no responde porque Fernando le sigue sacando conversación.
Todos hablaban fuerte, contando historias, la Sra. Aguilera y la Sra. Sra. FitzGerald cotilleando por un lado y el Sr. Aguilera y el padre de Fernando hablando de la colección de botellas de Whiskey que tienen en común.
—Elliot, ¿por qué no vas a ayudar a James a traer los tragos? —Elliot hace caso sin protestar, Fernando se levantó de su silla y lo siguió hasta la cocina.
—¿Quieres algo? —le pregunta Elliot sorprendido al voltearse.
—No, solo que me pareces conocido de algún lado —alega Fernando.
—Estudio en St. Claire… —responde Elliot sin indagar.
—Ya.
—¿Y tú? —pregunta Elliot por cortesía.
—No pude entrar en la universidad este año, estaré trabajando con mi padre en algún taller mecánico.
—Oh… —Elliot se sirve un vaso de whiskey a escondidas, toma un sorbo y James se llevó los demás a la mesa.
—¿Cómo sabe eso? —pregunta Fernando.
—¿Quieres probar?
—No creo que…
—Anda, pruébalo. —Elliot coloca el vaso en sus manos rozándose.
Toma un sorbo copiosamente.
—Encantador —dijo con voz ronca y tosiendo.
Un minuto incomodo de silencio inunda la cocina.
—Las reuniones son raras, ¿verdad? —Elliot trata de romper el hielo.
—¿A qué te refieres?
—Sí, mis padres se encargan de hacer estas reuniones para demostrarle a sus amigos que somos pudientes, aunque no es lo que dicen, es lo que yo pienso.
—Salud por eso, Elliot —pronuncia su nombre. Le cayó bien que recordaran su nombre, no todos lo hacen, muchos menos Elliot que se olvida del nombre de todos menos de los que se enamora.
Le cuesta creer que una persona como Fernando quiera entablar una conversación con alguien como él, de otra manera. ¿Por qué le estaría hablando solo a él y no a Cristale? Por ejemplo, ella era guapa y todos los hombres buscaban hablar con ella. Tomaron varios sorbos rápidos al whiskey, Elliot comienza a sentir cosquillas en su cara, ya estaba ebrio, estaba sonriendo más de lo normal y se reía de todo lo que Fernando le contaba.
Fernando sacó dos cigarrillos de su bolsillo, Elliot lo aceptó. Se sentaron en el patio a fumar. Elliot quería mostrarse confiado y decidido, pero no dejaba de pestañear de los nervios, aunque se sentía capaz de hacer lo que normalmente no haría estando sobrio.
Fernando seguía hablando con mucho entusiasmo y Elliot asentía como si le entendiera y estuviese interesado.
Él tomaba sorbos grandes de whiskey, Elliot le copiaba. Sigue sin prestarle atención por estar pendiente de su físico, sus ojos y sus labios, de vez en cuando le hacía preguntas, para que no pensara que no lo escuchaba. Era fácil para Elliot hacer innumerables preguntas a las personas que no conocía, solo tenía que estar pendientes de los últimos detalles que hablaban. Elliot quiere besarlo, pero si lo hace, ¿qué viene después?, ¿y si lo rechaza?, ¿lo contará a sus padres?
—Tenía cinco años, no conseguía ponerme un jersey y… —Elliot le da un beso en la mejilla.
Se quedan paralizados, todo fue incómodo, intenta besarlo otra vez y Fernando aparta a Elliot con la mano cerrada.
—¡¿Qué haces?! —Fernando se asusta y retrocede.
—Lo siento… Lo siento, no sé por qué lo hice, discúlpame.
—¡No soy marica! —Elliot se asombra y se siente insultado, pero lo deja pasar.
—Sí, ya, te entiendo.
—¿Está todo bien? —Suena la puerta corrediza abriéndose, Elliot se aparta de Fernando. Salieron todos, vaya momento.
—Sí, mamá, todo bien.
—Vinimos a agarrar un poco de aire. —Era la traducción para «Vamos a fumar unos cigarrillos».
—Elliot, tú estás estudiando, ¿verdad? —pregunta el padre de Fernando mientras prendía un cigarrillo.
—Sí, yo… —El Sr. Aguilera le interrumpe.
—Le está yendo muy bien en la universidad, estamos muy orgullosos de nuestro Elliot, de hecho ahora se está esforzando para una beca universitaria, es el segundo mejor en su clase.
Aquí vamos otra vez, el Sr. Aguilera siempre quería dejar a sus hijos como los hijos más ejemplares, pero lo desagradable es que todo sea mentira solo por el qué dirán; imagínense cómo se pondrá el Sr. Aguilera cuando se entere de que su hijo es gay. ¿Qué pasará con sus principios sociales y machistas?
—¿Ah, sí? Fernando va a optar pronto por una beca deportiva por sus logros y competencias en natación.
Padres, la vida es dura y llena de expectativas, no sean uno de ellos. Los hijos no son perfectos y a todos nos encantan nuestras imperfecciones.
Elliot mintió diciendo que tenía que ir al baño y se fue sin verle la cara a nadie más. Solo en su habitación se pone a pensar en Fernando, un nudo en la garganta se asoma y rompe a llorar. Corta un poco de hierba para fumar, el primer jalón no sintió nada, se acabó la pipa y no se sentía drogado hasta quince minutos después de estar mirando por la ventana, ahora se tiene que devolver a la reunión y todo le daba vueltas.
—¡Hola! —Era la Sra. Aguilera. «Maldición, el olor», piensa Elliot.
La saluda torpemente alzando la mano.
—¿Qué haces aquí? —pregunta la Sra. Aguilera, pero ella sabe muy bien todo lo que le incomoda a su hijo.
—No lo sé, fui al baño y quise a acostarme, ¿y tú? —miente.
—Ya quiero que se vayan, me duelen los pies y tu papá está necio y borracho otra vez.
—¿Qué hizo?
—No importa…. —responde con desgano.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Estarás con cara de culo hasta que se vayan?
—Eso es lo que voy a hacer. —Su madre sonríe.
—Si quieres, te acompaño a tener caras de culo toda la noche.
—Mira, espera, quería que tomaras este regalo adelantado de cumpleaños, sé que tu cumpleaños es el 26 de diciembre, pero no me aguantaba. —Agarra su mano y le coloca un collar con una piedra verde.
—¿Y esto? Pensé que no te gustaban los collares en hombres.
—Este es especial, era de tu abuelo. Hijo, he notado que últimamente estás lento, con ojos rojos, quería alegrarte un poco…
—Mamá, pero es que…
—No, no, shh shh. —Coloca un dedo en sus labios—. No sé por lo que estás pasando, pero, hijo, estoy aquí para ti cuando quieras contarme algo, esto te va a proteger de cualquier cosa.
—Ok, gracias.
—Huele raro tu habitación. —Arrugó la cara.
—Es que abrí la ventana, creo que estaban quemando basura cerca.
Bajaron a la sala. La fiesta ya se termina. «Gracias al cielo», pensaba la Sra. Aguilera, todos quieren dormir. Cuando los invitados llegaban a casa de los Aguilera, todos eran alegres, pero cuando se iban, les sentaba mejor, aunque Elliot no se molestaría si Benjamin lo visitara todos los días, no lo dejaría irse nunca. Elliot los veía irse desde su ventana en el segundo piso. Fernando lo observó una vez más desde abajo hasta su ventana, y se fue sin más.
BENJAMIN
Llega a la universidad y Alba lo esperaba en la cafetería antes de entrar a clases, como costumbre. Ahí estaba ella, tez blanca, flacamente deliciosa y sus cabellos pelirrojos y rizados, en una mesa alta, Benjamin por lo general las odiaba.
—Hola, mi amor —saluda Alba cariñosamente—. Hueles riquísimo con ese perfume. —También era observadora con respecto a los olores en hombres, puedes casi pensar que está coqueteando contigo todo el tiempo. Benjamin no se lo admite a él mismo, pero lucha mucho consigo para no sentirse bajo presión en presencia de Alba.
—¿Qué tal estás? —pregunta Benjamin.
—Revisando mis apuntes, la perra de Bárbara no ha llegado. —Siempre se expresaba de la misma forma hacia Bárbara.
—¿Para qué quieres que llegue? —Benjamin deslizaba su dedo índice en el dorso de la mano de Alba, ella hacia caso omiso a este detalle.
—Hola, mis amores —saluda Bárbara y viene con Elliot.
—Hasta que te dignas a llegar, perra. —Alba arquea su ceja derecha hacia arriba.
—Mi amor, no molestes. —Bárbara hacía una ele con su mano en el aire y movía su cabeza de izquierda a derecha cuando le tocaba defenderse—. Yo sí que estoy ocupada, no como tú, perra. Llegas dos minutos antes de que empiece la clase por dormida. —Las personas volteaban a verlos cuando Bárbara hablaba, la conocen por no tener pelos en la lengua.
—Para tu información, solo me quedaba dormida en el primer trimestre. —A pesar de las peleas, Elliot y Benjamin se reían por cómo se trataban. «Estas son las amistades de verdad», pensaba Benjamin, las que te dicen todo en la cara.
—No sabía que ustedes se conocían —se dirige Benjamin a Elliot y Bárbara. Se miraron a los ojos y voltearon hacia él mientras se rascaba la cabeza.
—Ehm, sí, o sea, estudiamos juntos —responde Elliot.
—O sea… Ajá, exacto —responde Bárbara al mismo tiempo que Elliot.
—Se hace tarde. —Alba mira su reloj y abre sus ojos desorbitantemente—. Pero antes, quería comentarles que mi padre se fue con su esposa de viaje esta mañana, deberían ir hoy a mi casa.
Benjamin estaba interesado en conocer muchos aspectos de la vida de Alba, su amistad se basaba en coqueteos en la universidad, pero finalmente todo podía cambiar con una noche en su casa.
—¿A tu casa? ¿El hotel? —pregunta Bárbara.
—¿Vives en un hotel? —pregunta Elliot.
—Sí y sí, el Hotel Muchach. —responde con superioridad.
—¿Por qué tiene que ser hoy? —pregunta Bárbara quejándose.
—¿Cuál es el problema? —pregunta Elliot.
—Yo tengo que ir a trabajar al McRabbits.
—Ya te dije que dejaras de trabajar ahí, te están explotando —replica Alba.
—¿Tú me vas a pagar la universidad, pendeja? —respondió Bárbara abiertamente, Elliot y Benjamin contemplan a las dos lobas insultándose.
—¿De qué me sirve tener padres que se van de viaje y me dejan la casa sola si no tengo amigos con quien disfrutarla? —Alba alzaba sus manos de lado a lado.
—Hagámosle la caridad a Alba —sugirió Elliot sin ser invitado—. Yo puedo comprar cerveza —añadió.
—No puedo ir —se excusó Bárbara y cruzó sus manos.
—Reunámonos en la noche entonces… —Alba volteó los ojos.
—En la noche podría ser, mañana tengo el día libre.
Todos fueron a clases antes de que el profesor de Ciencias Naturales se diera cuenta de que llegaban tarde. Para su suerte, el profesor aún no había llegado, pero todos los demás sí, así que buscaron los asientos que estaban desocupados esparcidamente en el salón. Elliot se sentó diagonal a Benjamin, Bárbara a un lado derecho y Alba buscó un asiento y se colocó imprudentemente en la primera fila.
El profesor llegó y la clase estaba aburrida, no estaba permitido sacar los teléfonos en clase. Entonces, distraído, Benjamin se dedicó a detallar un poco más a Alba, no se cansaba de observarla, y que una chica como Alba parecía gustar de Benjamin subía su ego. Luego por acto inconsciente, observa a todos los hombres en el salón de clases, hay un chico con tatuajes y con brazos marcados, estaba fit y era usualmente el tipo de hombres que llamaban su atención. Alba era dulce y estaba como Dios quería, pero ¿se debería dejar llevar por ella? ¿Por su dinero? «Y si ella quiere, ¿por qué no voy a querer yo?» pensaba Benjamin.
—Y eso, muchachos, es lo que pasaría si la tierra dejara de moverse —explicó la profesora.
Una hora después, Benjamin se percata de que no escuchó nada en la clase. No le importa y sigue pensando. «Ahí, ese chico es lindo, no lo reconozco, es la primera vez que lo veo en esta clase. Sus labios son gruesos, podría preguntarle a él si quiere estar conmigo, tiene un arete en su oreja derecha, va al gimnasio por lo menos cinco veces al día. ¿Y este otro? Me parece que su nombre es Daniel, no he escuchado nada sobre él, pero parece un nerd, no habla con nadie».
En ese momento, Elliot lo observaba, los dos voltearon sus miradas a la pizarra muy rápido, pestañeando. Hicieron el mismo movimiento tres veces, hasta que ya una cuarta vez iba a ser muy incómoda y se dejaron de ver. Benjamin despierta un deseo que no había sentido antes, querer que Elliot lo vuelva a ver. Elliot es gordo, aunque su madre le diga que él está relleno y ya, su piel era rara, brazos aguados, no hace ejercicio, no tiene muchos amigos, pero era un oído sin consecuencias.
Hoy importa una mierda la universidad, ya era hora de irse y todos se levantan apurados, era mitad de mañana al salir de clases. Elliot se devolvió hacia Benjamin.
—Benj, ¿sabes que mi casa queda cerca de casa de Alba?
—No lo sabía —Benjamin cree que Elliot le insinúa algo.
—Si quieres, puedes pedir que te dejen en mi casa y de mi casa nos podemos ir en taxi juntos, saldrá más barato.
Lo dudó por unos segundos, mira su reloj y dice que sí. Había una clase más, pero Benjamin simplemente no quería estudiar. Como pudo, se fue sin que sus amigos lo vieran.
En casa de Benjamin el olor a cigarrillos se esfumó, su madre no ha llegado a casa. La casa está sola, no hay nadie, cerró las puertas y las ventanas. Entró a su cuarto a pasos rápidos. Con el calor que tenía de tanto caminar, encendió el aire acondicionado, colocó su laptop en sus piernas y al abrirla se distrae con una página porno que tenía abierta. Era una pestaña que dejó abierta hace unos días, se animó al ver la página nuevamente y le tomó quince minutos decidirse por un vídeo, pero nada le emocionaba, ningún video era interesante. Su pene ya no estaba erecto, pero él era persistente, buscó videos en otras categorías.
—Fisting, hardcore, amateur, lesbians, GAY. —Hablaba en voz alta, seleccionó la categoría gay. Era incómodo para él, no estaba seguro si quería verlo. El vídeo era de superhéroes, Superman se folla a Spiderman. Era un culo y un pene, dos hombres teniendo relaciones sexuales. El activo lame las bolas al pasivo, el pasivo suspiraba fuertemente mientras gemía. El activo mete poco a poco su pene al pasivo y empieza a follárselo rápida y fuertemente, el pasivo sigue gimiendo. Se imaginaba un posible escenario entre Elliot y él teniendo relaciones, bajó sus bóxers, subió a su cama con la laptop y colocó la pantalla en frente de él, mientras se masturbaba. Su pene se sentía aún más grande, creer que tenía el pene grande le excitaba más, alimentaba su ego, se tocaba los pezones varias veces, abría la boca y respiraba profundamente como el chico del vídeo, pero sin soltar gemidos. Se empezó a masturbar rápido y Elliot estaba ahí, en su cabeza, pero estaba ahí, le lamía el cuello, le escupió dentro de su boca y lo tiene encima de sus piernas pidiendo más.
—Aaag. —Acabó y el semen se derramó en sus manos y en sus pelos púbicos. De repente la idea de estar con Elliot se convirtió en un asco, como si Benjamin tratara de convencerse de que Elliot es el chico que lo ayudará a salir del closet, si es que estuvo alguna vez en uno.
Escuchó la puerta principal abriéndose y, por como suenan sus pasos arrastrándose, era su madre. Mierda, no quería verla aún. Como pudo, se limpió sus manos, subió sus bóxers y se metió a la cama, se hizo el dormido; abrió la puerta y cerró sus ojos. Su madre se va balbuceando, él se queda dormido.
Cuando abrió sus ojos y observa el reloj que marcaba las 6:30 pm.
—Mierda, la reunión en casa de Alba. Elliot me dijo que tenía que ir a su casa.
Revisó su teléfono y había cinco mensajes de Elliot. «¿Vas a cenar en mi casa? Mis padres quieren hacer un asado». Le respondió «Sí a todo» y se alistó.
En la sala, estaba su madre sentada en un sillón viejo cerca del teléfono fijo, todo estaba a oscuras y estaba fumándose un Marlboro rojo.
—¿Y a dónde es que te vas? —dijo mientras daba otra fumada.
—Voy a casa de Alba, mamá —responde Benjamin, su cara era seria.
—No te he visto en todo el día. —Se levantó de la silla y se movió frente a Benjamin con todo el humo persiguiéndola—. Yo no sé si nosotros en la casa para ti somos una especie de gente con la que alquilas la habitación y que vas a dejar cuando seas grande.
Sí, exactamente eso era lo que Benjamin pensaba.
—No, mamá, yo solo…
—¿¡Tú solo qué!? Benjamin, ¿tú crees que esta casa es un motel? Que yo me mato todos los días en el puto trabajo para que mis hijos no me valoren. —En su cara sucia se marcaban las sienes en su rostro, le quedaban pocos dientes, era cada vez más desagradable esta mujer a medida que envejecía, y vaya que envejecía rápido. Estaba alterada y seguía fumando mientas se movía con su espalda jorobada a buscar una cerveza, un minuto de silencio entre los dos.
—Muy bella tu historia, ¿verdad? Victimizándote cuando la del problema eres tú, no yo, drogadicta de mierda.
—¿Hay un maldito problema con el que me pueda relajar y beber una cerveza todos los días? —respondió con una muy repetitiva excusa barata para lograr meterse sus quince cervezas y “relajarse”.
—Mamá, que eres alcohólica, necesitas ayuda, te estás matando. ¿Crees que es muy cómodo hablarte mientras tienes esa cara de borracha todos los días y el aliento te huele a mierda? Das asco. —A medida que hablaban, aumentaban el grado de insultos. Los ojos de la pobre mujer querían llorar, pero no lo hacía, ella solo quería hacerle sentir mal y no le importaba nada de lo que Benjamin le decía.
—¡Cállate! —Con el revés de la mano, le dio una cachetada tan fuerte que quedó la silueta en su rostro seguido de dos puñetazos en el pecho. Benjamin había sido maltratado a golpes por su madre, pero nunca había sido tan fuerte como este. Sus ojos lloran instantáneamente, impotencia era el sentimiento, el enrojecimiento de su cara se hacía sentir como si le hirviera la sangre.
—Anda a joder, maldita mujer. —Benjamin no creía lo que le decía a su propia madre, pero él ya no la aguantaba más.
—¡No te vas! —Lo arrastró hacia la casa por un brazo, la fuerza de Benjamin era notablemente mayor que la de ella, a pesar de que la de ella si era bastante fuerte—. ¡Benjamin, ¿qué haces?!
—¡Suelta ya! —La empujó con todas sus fuerzas dentro de la casa, cerró la puerta rápidamente para que no pudiera salir, su cabeza golpeó el piso.
Benjamin se asustó, quedó paralítico.
—Benjamin… —Su madre toca su cabeza y la sangre de su cabeza toca sus dedos, extendió su mano hacia él. No podía quedarse más tiempo, se largó de la casa lo más rápido que pudo, su madre gritaba histéricamente y se escuchaban en toda la calle. Algunos vecinos volteaban a ver, Benjamin se tapó el rostro con la capucha de su chaqueta.
ELLIOT
Benjamin le avisó a Elliot que estaba por llegar y este lo esperó por unos minutos fuera de su casa.
—¡Elliot! —saluda Benjamin, se le mojan las bragas cada vez que escucha a Benjamin llamarlo por su nombre.
—Es la primera vez que vienes, ¿verdad? —Como si Elliot no pudiese recordar que Benjamin lo ha visitado antes—. Pasa, pasa.
Elliot se acostumbró a ver a Benjamin solo en la universidad y nunca imaginó que esto fuese posible, aunque esté pasando por razones equivocadas a las que Elliot deseara. Subieron hasta su habitación, la cual ordenó y aromatizó como nunca.
—¡Puedes sentarte! —le ofrece Elliot sin disimular su emoción. Benjamin ni siquiera pensaba que tenía una actitud extraña, estaba atormentado por su madre.
—¿Qué escuchas? —pregunta Benjamin.
—Estaba escuchando el álbum de la película Spacial, la que se ganó cinco Oscars. Escucha. —Elliot sube el volumen y Benjamin trata de entender cómo es que alguien prefiere escuchar música melódica en vez de una más rítmica y fiestera, así eran los gustos de Elliot. Benjamin no quería ser grosero, pero la música que escuchaba Elliot no generaba emoción, metió sus manos en el laptop y colocó una canción de JBalvin. Benjamin cargaba un aspecto poco serio que no podía ocultar.
—¿Oye que es esa marca en tu cachete? —pregunta Elliot.
—¿Cuál marca…? —fingió no saber de qué hablaba—. Elliot, por cierto, ¿tienes novia? —cambió la conversación.
—¿Novia? No. —Elliot se confunde con esa pregunta.
—¡Chicos! Ya estamos sirviendo —la Sra. Aguilera los invitó a comer.
—Mira que llegaste a buena hora, apenas llegaste y ya todo está listo —dice Sra. Aguilera a Benjamin.
—Man. —Este es Elliot intentando escucharse masculino frente a Benjamin—. ¡Yo estoy esperando este asado desde las tres de la tarde!
En la mesa, la luz iluminaba perfectamente los ojos color miel de Benjamin. Elliot se inundaba en sus ojos brillantes, no por mucho tiempo o su padre se daría cuenta, y no queremos eso. Desde mi silla podía sentir su rodilla chocar contra la de Elliot, pero Benjamin pensaba que estaba tocando la pata de la mesa. A Cristale le palpitaban las ganas de conocer más a Benjamin. Como de costumbre con cualquier hombre nuevo que llegaba a casa, había que colocarle una correa y amarrarla para que deje de quitarle los novios a sus amigas, bien puta, pero eso sí, Cristale era de buen corazón.
—¿Quieres más ensalada Benjamin? —ofrece Cristale sonriéndole tontamente.
—Sí, por favor. —Elliot piensa que Cristale es ridícula porque cambia su forma de ser dependiendo con quien se encuentren, cuando conoce hombres lindos su personalidad cambia totalmente a señorita/princesa/reina/risitas estúpidas y actitudes raras.
Elliot aparta la ensalada de las manos de Benjamin.
—Ya viene el taxi, deberíamos irnos. —Benjamin todavía masticaba la carne y Elliot se lo lleva por los brazos fuera de la mesa.
—Pero… Yo… —hablaba con la boca llena.
—¿Qué pasa? —pregunta Elliot.
—Necesito ir al baño.
Elliot agarra su brazo, lo cual le da mucha ilusión hacerlo, hasta el baño. Benjamin entra, Elliot se asoma debajo de la puerta descuadrada de su marco y si lo hacía bien, podía verle el pene a Benjamin, pero vio apenas un pedazo, que se quedará en su memoria por siempre.
—¿Qué haces? —Cristale toca su espalda.
—Ah, eh…
—¿I O U? —vacilaba.
Benjamin sale del baño, todos se miraron las caras, Elliot esperando que Cristale no dijera nada de lo que presenció.
Se despidieron rápidamente de Cristale y de todos los demás, hasta llegar al taxi.