Читать книгу De compañero a contrarrevolucionario - Joan del Alcàzar Garrido - Страница 5
ОглавлениеA MODO DE PRÓLOGO
A ese fenómeno histórico conocido como Revolución cubana hay que tutearlo. Mirarlo desde arriba, provoca mareo. Desde abajo, nos abruma. Sólo mirándolo de frente, podemos acercarnos a advertir su justa importancia. No deja de sorprendernos, en nuestra calidad de analistas, que a los cincuenta años de la entrada triunfal de aquellos hombres barbudos venidos de la Sierra Maestra en La Habana, muchos de quienes en Cuba, en América Latina y en el mundo entero simpatizaron con aquel resultado revolucionario sigan creyendo en su eficacia para la solución de los problemas de la pobreza, la ignorancia y la libertad en Cuba.
Lamentablemente no podemos compartir esta visión, a nuestro juicio tan ideologizada como inconsistente. De hecho, aquella empatía acerca del pasado heroico revolucionario que las agencias de socialización como las escuelas, los medios de comunicación, los partidos políticos y hasta las iglesias se encargaron de reproducir por todo el universo, hoy nos parece poco convincente. Medio siglo de poder totalitario construido sobre una doctrina de la frontera, hacen que para nosotros sus actitudes, sus pautas de comportamiento y sus valores ajenos a la circulación de las opiniones, no sean ni arquetípicos ni heredables para la convivencia democrática por las nuevas generaciones.
Aquel hecho histórico lleno de esperanza que se inauguró el primero de enero de 1959, que tanto alborozo, admiración y expectativas despertó, cuando menos se ha convertido en parte de una articulación mítica, dedicada a justificar las relaciones y las instituciones en el llamado mundo revolucionario. A liberarnos del mito revolucionario y de su función legitimadora, sacudiéndonos de un pasado a todas luces sobredimensionado, nos ha ayudado la obra cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea.
Resulta curioso cómo partiendo de un marxismo rudimentario, que apostaba por un modelo de desarrollo histórico que sustituía a una clase dominante (la burguesía) por otra (el proletariado) y la necesidad de los Estados Unidos de América como contrario para definir la identidad colectiva, el destacado cineasta cubano haya avanzado tanto en la libertad creativa. Probablemente, porque su viaje hacia el desencanto transcurrió desde la cultura hacia la política. Y porque a pesar de las múltiples hipotecas de los intelectuales cubanos con el poder revolucionario, en el ejercicio de negociación con la elite a propósito de su identidad personal, Tomás Gutiérrez Alea reservó siempre un espacio para la crítica, en medio de la sociabilidad cortesana del totalitarismo en la isla. De compañero a contrarrevolucionario, el título elegido para este libro, pretende caracterizar desde las convenciones y las reglas del poder, su particular distanciamiento con el mundo revolucionario.
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que desde Historias de la revolución (1960) hasta Guantanamera (1995), la obra cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea es una radiografía de la realidad cubana. De ahí que en la medida que la revolución se consolida en el poder, el cineasta cubano deje de hurgar en el quehacer de los personajes vencidos y se recree en los vencedores. La burguesía, la Iglesia católica y los Estados Unidos de América que planean sobre los personajes de Historias de la revolución (1960), Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata (1966), Memorias del subdesarrollo (1968) y Los sobrevivientes (1979), han desaparecido completamente en Hasta cierto punto (1984), Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995).
Del mismo modo, hechos paradigmáticos de la mitología revolucionaria como el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, la victoria de Bahía de Cochinos o la gestión de la llamada Crisis de los misiles, dejan paso en la pantalla a sucesos mundanos como los problemas de género, la ignorancia, la intolerancia, el deterioro material e ideológico, la desigualdad o la falta de libertad, no resueltos tras la conquista del poder el primero de enero de 1959.
El término «fortaleza sitiada» como concepto de límite, símbolo de una sociedad cerrada que supuestamente protege la pureza de la Revolución cubana, presente desde el año 1979 en su obra, quizás sea la clave de lo que para él significó el punto final de un proceso enderezado hacia el progreso. Como si a partir de entonces, Tomás Gutiérrez Alea llegara a la conclusión de que no existiera la objetividad del peligro independientemente de su percepción cultural. Y por lo tanto, que el trazado de los márgenes revolucionarios no debían ser fines en sí mismos, sino que requerían de la interpretación de los personajes reales de la vida diaria que suplantaban a las figuras fundadas en la leyenda revolucionaria.
Tomás Gutiérrez Alea nos lleva con sus películas de la alegre confianza revolucionaria a la triste desesperanza. Quizá la mutación en su pensamiento, podemos simplificarlo atendiendo a dos películas emblemáticas que se asemejan en sus búsquedas: La muerte de un burócrata (1966) y Guantanamera (1995). Entre 1966, cuando dirige La muerte de un burócrata, y 1995 cuando firma Guantanamera han pasado treinta años y como espectadores de su cine habremos culminado ese periplo. En 1966 la revolución está bien orientada, pero hay que depurar errores y superar obstáculos (la burocracia y los burócratas, singularmente). Tres décadas después, los burócratas mandan con poder absoluto y no llegamos a saber si son estúpidos o sencillamente creen que los demás lo son. Juanchín, el personaje central del film de 1966, un buen hombre, un buen compañero, enloquece en su descenso a los infiernos burocráticos; pero como espectadores quedamos persuadidos de que se trata de un accidente que la Revolución, con mayúscula, sabrá corregir. Ahora bien, si Juanchín parece víctima de un vicio heredado del antiguo régimen, el personaje de Adolfo en Guantanamera representa la degeneración de la nueva autoridad. En los noventa los burócratas son, lisa y llanamente, funcionarios de pocas luces o pícaros injertados con habilidad en la nueva realidad revolucionaria. A diferencia de los percances a los que se enfrenta Juanchín en los años sesenta, el hombre de partido que significa Adolfo, es un canalla. Es una mala persona, que no vacila ante nada en su deseo de volver a medrar en el organigrama burocrático del régimen. Podemos preguntarnos si, casi cuatro décadas después de 1959, el personaje de Adolfo encarna alguno de los valores de aquel hombre nuevo que debía venir de la mano de la Revolución. Ahora el espectador ya no puede creer que Adolfo con sus alucinaciones de administrador ejemplar sea un mero accidente dentro de la Revolución.
Ya lo hemos dicho más arriba: no es fácil acercarse a la comprensión de un fenómeno complejo de medio siglo de duración, y hay que mirarlo de frente. Cuba y su revolución sigue despertando pasiones. No es lo mismo acercarse al análisis de la historia reciente de Cuba desde realidades sociales propias del primer mundo, que hacerlo desde las que son propias del tercero o del cuarto. A Cuba hay que verla en su contexto, que es el Caribe primero y América Latina después. Esa realidad social, en la que no podemos encontrar meninos da rua, niños mal nutridos vagando por las calles, esa socialización de la pobreza, sigue contando con adeptos en todas partes. En el Primer mundo por razones que emparentan la ética con la hipocresía; en el Tercero porque desde las favelas, las villas miseria, los ranchitos, los tugurios o los poblados jóvenes, el igualitarismo cubano resulta atractivo. Desde Haití, Honduras o Nicaragua, por ejemplo, millones de personas quisieran tener las cartillas de racionamiento, la escuela y la atención sanitaria cubana.
Pero los revolucionarios de 1959 y quienes los apoyaron y vitorearon no se esforzaron para ser la envidia de los vecinos más pobres del Caribe o de Centroamérica. Independientemente del contexto que utilicemos como referencia, ya sea el Caribe, América Latina o el mundo, Cuba y los cubanos, en su conjunto, viven peor que hace cincuenta años. No es sencillo obtener estadísticas económicas sobre Cuba. Ni en la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, ni en el Banco Mundial, ni en el Fondo Monetario Internacional, ni en el Banco Interamericano de Desarrollo es fácil obtener datos sobre Cuba; y, más todavía, cuando existen, estos no resultan homologables ni comparables excepto para los muy expertos. No obstante, más adelante ofreceremos datos absolutos y relativos en sustento de esta idea del empeoramiento de las condiciones de vida material de los cubanos. La idea central, en síntesis, la que resulta difícilmente discutible, es que, cincuenta años después, el sistema económico cubano, tal y como lo conocemos, es inviable.
Pero siendo indiscutiblemente esenciales, las condiciones de vida no se limitan sólo a las condiciones materiales. Los motivos de preocupación de Amnistía Internacional son los nuestros, y quedan definidos en su último informe[1] en relación con los presos y presas de conciencia; la limitación del derecho a la libertad de expresión, asociación y circulación; las detenciones arbitrarias; las detenciones sin cargos ni juicio; los juicios sin las debidas garantías; el hostigamiento y la intimidación a disidentes y críticos; la pena de muerte; las trabas a las tareas de observación de la situación de los derechos humanos; y las consecuencias del embargo impuesto por Estados Unidos que, según UNICEF, ha reducido la disponibilidad de medicamentos y material médico básico. En cualquier caso, un ideal social donde debe primar la convivencia democrática. Bien se sabe, el Estado de derecho, la separación de poderes, las elecciones por un período de tiempo limitado y la independencia de los medios de comunicación, por encima de cualquier sobredosis de ideología o retórica populista.
El cine de Tomás Gutiérrez Alea nos permite acercarnos a la comprensión de esta realidad tan poliédrica. Con un buen análisis de las películas realizadas durante las cuatro décadas de revolución que vivió el director, podemos entender mejor lo que ha pasado después de su muerte; podemos entender mejor el presente, la coyuntura actual del régimen cubano. Gracias a la enorme agudeza analítica y discursiva de sus películas hemos podido mirar de frente, tutear, a ese fenómeno histórico apasionante que es la Revolución cubana.
[1] Cuarto periodo de sesiones del Grupo de Trabajo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre el Mecanismo de Examen Periódico Universal, febrero de 2009.