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PRÓLOGO

La omnipresencia de la crisis financiera en nuestras vidas tiene un inevitable reflejo en la extraordinaria proliferación de contenidos relacionados con ella en los medios de comunicación. Tertulias, titulares de prensa, artículos de investigación, reportajes... El término «crisis financiera» produce más de nueve millones de resultados en un típico buscador en la Web, el triple que «objetivos de desarrollo del milenio» y el doble que «violencia de género», por poner dos ejemplos de cuestiones que indiscutiblemente afectan a asuntos importantes para muchísimos habitantes de este planeta.

En estos tiempos de comunicación global, en los que cada vez es más cierto que la realidad que no nos es accesible por experiencia directa se nos vuelve cercana por lo que los medios nos cuentan de ella, es importante atender a los mensajes que recibimos y que, de forma muchas veces inadvertida, construyen nuestra percepción y configuran nuestro análisis. Percepción y análisis que, en último término, contribuyen poderosamente a conducir nuestras respuestas y comportamientos. Y cuando de esta crisis se trata, lo primero que podemos observar es que esta sobreabundancia de contenidos tiene un efecto saturador que hace que deje de ser «noticia» para convertirse en un elemento del panorama mediático. Esto es especialmente cierto cuando los contenidos, como ocurre con mucha frecuencia especialmente entre las publicaciones de distinto tipo, se orientan al análisis macroeconómico, que trata de explicar los sucesos que han ocurrido y, en los más audaces, proponer soluciones y anticipar posibles escenarios de futuro.

Este tipo de trabajos, al menos a quien escribe estas líneas, le generan inmediatamente una pregunta: ¿a quién van dirigidos?, ¿quién se supone que es lector al que pueda aportarle un nuevo saber –útil, aplicable- que ayude a mejorar nuestras sociedades? Si algo ha mostrado con suficiencia esta crisis es que las dinámicas de poder y, por lo tanto, los procesos de toma de decisión sobre las grandes cuestiones que ocurren en la escala macroeconómica, están muy alejados no solo de nuestro quehacer diario, sino incluso de las capacidades reales de las estructuras de gobierno en los diferentes niveles de la administración de las cuestiones públicas, esas que nos afectan en último término (y bien que nos afectan, como estamos experimentando cada día) a todas las personas. Sumergidos en indicadores macroeconómicos e instituciones globales, la primera sensación que produce en la gran mayoría de la ciudadanía esta línea de comunicación es de impotencia. Una aceptación de nuestra condición de sujetos pasivos que puede llevar, en aquellos que intentan rebelarse contra la deshumanización que implica este rol, a la respuesta indignada, como primera muestra de que no queremos aceptar este modelo de ciudadanía indefensa, abandonada por las instituciones creadas para velar por los bienes comunes.

Por todo esto, creo que la perspectiva utilizada en este trabajo es especialmente atinada, al alejarse claramente no solo de la estrechez que impone un análisis estrictamente macroeconómico que no solo mantiene una aspiración científica tozudamente contestada a lo largo de toda la historia del pensamiento económico, sino que ignora en muchos casos los evidentes intereses concretos que han venido condicionando y condicionan cada día su evolución. Al incorporar en ese análisis diferentes dinámicas, con agentes mucho más concretos, que se han venido produciendo en escalas mucho más cercanas a nuestra experiencia directa, el desarrollo de los contenidos nos enfrenta a cuestiones directamente relacionadas con nuestro quehacer diario. Partiendo de este análisis, creo que la principal virtud este trabajo es que su lectura sienta las bases para un rescate de la responsabilidad no solo retrospectiva (por aquello que ha venido ocurriendo), sino también prospectiva, esa responsabilidad que fertiliza el compromiso de aquellas personas y organizaciones que, indefensas e indignadas, se preguntan cada día por aquellos campos de actuación posibles para el ejercicio de una ciudadanía responsable ante el escenario social generado a raíz de esta crisis.

Creo que resulta especialmente interesante la opción por partir en el desarrollo de los contenidos del origen de la intermediación bancaria y recordar su orientación al bien social y su estrecha vinculación con el desarrollo comunitario y la cooperación entre personas y organizaciones. Reflexionar sobre estas cuestiones nos ofrece la primera pista para una posible regeneración del quehacer financiero y nos coloca, tras un necesario recorrido por los factores y agentes que han conducido a esta crisis y por sus consecuencias en nuestras vidas reales, ante un capítulo final que suele estar significativamente ausente en la mayor parte de los trabajos sobre la crisis: ¿existen alternativas promovidas por la ciudadanía organizada que puedan plantear gérmenes de transformación del lugar y valor de la intermediación financiera en nuestras sociedades?

Es importante resaltar que afrontar el problema de las alternativas requiere de un análisis de su naturaleza y posibilidades reales, y este trabajo creo que lo hace con acierto, asentando dicho análisis en el estudio del devenir histórico de las diferentes alternativas que se han ido generando. El mero hecho de poner de relieve que las alternativas existen y se llevan desarrollando desde hace muchos años en todo el mundo es ya extraordinariamente valioso y ofrece al lector inquieto la posibilidad de continuar un camino de acercamiento que puede conducir a su vez a que participe en reforzarlas y hacer crecer sus posibilidades como alternativa. El panorama ofrecido muestra un universo de gran valor simbólico, que ayuda a rechazar la sentencia sobre la inevitabilidad del actual estado de cosas. No olvidemos que el sistema financiero, y el conjunto del sistema económico, es también un nicho cultural que nos construye de una determinada manera y condiciona, como decíamos antes, nuestros análisis y respuestas. Saber que hay otras formas de hacer las cosas en la esfera financiera, y que es importante afrontar este reto colectivamente, es un valor indiscutible de este trabajo.

Un libro que, en definitiva, nos acompaña eficazmente en esa ardua tarea, hoy más urgente que nunca, de hacernos cargo de lo que está ocurriendo en la esfera económica, y nos recuerda que la acción colectiva orientada al bien común supone un reto que supera nuestra condición de meros consumidores para ofrecernos un camino de construcción activa de nuevas alternativas en las que, como se apunta ya desde las primeras líneas del contenido, la acción colectiva basada en la cooperación encierra una de las principales claves para su consolidación.

PERU SASIA

Presidente de FIARE-España

La banca que necesitamos

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