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Dialéctica del mercado mundial capitalista, el imperialismo y la dependencia

Néstor Kohan

Todo el proyecto de Marx apunta a demostrar la historicidad del modo de producción capitalista y la caducidad de las relaciones sociales que le son propias.

Ese proyecto permite enfrentar al sistema capitalista concibiéndolo como un tipo específico de organización social superable en la historia humana. Con ese fin Marx somete a discusión y crítica los saberes (científicos o vulgares) que lo asumen como una sociabilidad eterna, inexpugnable y absoluta.

Su objetivo metodológico y político considera al sistema capitalista y su mercado mundial como formas históricamente determinadas de sociabilidad cuya persistencia no anida en algún presunto “ADN de la especie humana” —por lo tanto nos acompañaría desde los inicios más remotos hasta la eternidad— sino que corresponde tan sólo a un período de tiempo acotado y delimitado.

Para alcanzar dicho objetivo, la investigación de los materiales empíricos y la exposición teórica de sus resultados se estructuran a partir de un método que, en la obra de Marx, combina dos niveles principales de abordaje (Zeleny [1968] 1984: 73, 103 y del mismo autor [1974] 1982: 53-54). Estos son: (a) aquel horizonte que navega y se sumerge prioritariamente en las aguas contradictorias y multilineales del terreno histórico y (b) aquella otra perspectiva que se conforma articulando una secuencia lógica de categorías. Ninguna de estas últimas constituye un molde apriorístico. Su derivación y ordenamiento no responde a un esquema evolutivo (falsamente “universal”, extraído en realidad del acontecer específico e irrepetible de Europa occidental) que las estructuraría unilinealmente dirigiéndolas hacia un final preanunciado de antemano, como si giraran al interior de una autonomía absoluta de los lenguajes científicos, sin referencia alguna al ámbito extra discursivo. Por el contrario, cada categoría lógica empleada por Marx expresa en el plano conceptual y teórico relaciones sociales históricas.

De estos dos niveles de análisis complementarios, (a) el histórico y (b) el de la síntesis lógica, ambos presentes y combinados en toda su obra y sus investigaciones: ¿cuál es el distintivo y definitorio? Sospechamos que el primero.

En Marx, el desarrollo lógico se deriva de la historia (nunca linealmente ni tampoco a partir de un reflejo especular mecánico o “fotográfico”, pues en varias ocasiones la exposición lógico-dialéctica de los resultados de la investigación invierte el orden cronológico de la historia empírica para volver observables sus articulaciones fundamentales). La historia humana es concebida por Marx no como el devenir teleológico y universal de una “esencia” primigenia ni tampoco como resultado predeterminado de leyes de hierro, dos impugnaciones habitualmente lanzadas contra el autor de El Capital por quienes creen que la historia no es nada más que un mero suceder azaroso y caprichoso de “capas geológicas”, absolutamente imposible de comprender o al menos de intentar teorizar sobre ella. Lejos de esas falsas atribuciones, Marx se aproxima a la historia social concibiéndola más bien como la resultante contingente y multilineal de la lucha de clases (cuyo final siempre está abierto), atravesada por regularidades y leyes de tendencia que con distintos grados de probabilidad condicionan las relaciones sociales y las contradicciones entre las clases, pero que no existen al margen de dichas relaciones y sus contradicciones (Melotti [1972] 1974: 8-16; Fetcher 1974; Kohan 1998: 240-242; Kohan 2018: 56-64; Kohan 2022: 34).

Si aceptamos esta perspectiva, entonces se vuelven comprensibles las razones por las cuales el pasaje fundacional de Hegel a Marx, crucial en el momento del nacimiento de la teoría social crítica (Marcuse [1940] 1994: 284-285, 253-254) no se condensa en la ritualmente mentada transmutación invertida de “La Idea” (en general) a “La Materia” (también en general), sino más bien en la transformación de un discurso filosófico centrado en una lógica absolutamente autónoma y puramente conceptual (Hegel) a una concepción materialista y multilineal de la historia, plataforma común, base de todas las ciencias sociales (Marx y Engels [1846] 1985: 676 y [1846] 2014: 22; Gramsci [1932-1933] 1999-2000, Tomo 4: 272, 280, 285, 289-290, 293).

Si este reconocimiento resulta imprescindible —más allá de modas efímeras— para comprender el carácter centralmente historicista y dialéctico de la metodología de Marx, también es cierto que, al redactar El Capital, Marx emplea y se desplaza cómodamente por ambos niveles, según lo requieran la especificidad explicativa de cada capítulo y la trama argumentativa de cada sección. En su discurso crítico de la economía política (y del conjunto de las ciencias sociales convencionales), la lógica dialéctica se convierte en el resultado de la práctica humana (Lenin [1914] 1960, T. 38: 90, 95, 174, 184, 204, 206; Zeleny [1968] 1984: 100), es decir, en el “resumen apretado” de la historia, o, en otras palabras, en su “extracto” (Lefebvre [1946-1947] 1984: 215).

De allí que en El Capital encontremos un hilo conductor prioritariamente lógico (Marini 1979a). Su obra comienza con un alto nivel de abstracción, concentrándose en la teoría del valor (y su principal presupuesto: el trabajo abstracto, derivado de una sociabilidad indirecta, post festum, propia de una ontología social determinada por la inversión fetichista que, en condiciones mercantiles capitalistas, otorga carácter de valor cosificado [trabajo muerto] a los productos del trabajo social global [trabajo vivo] (Lukács [1923] 1982: 94; Rubin [¿1924?] 1987: 185-212; Rosdolsky [1968] 1989: 107).

De la teoría del valor (y del fetichismo) con que se abre El Capital, Marx pasa a la teoría de la explotación, en sus variadas modalidades, concibiendo al capital como “sustancia en proceso” (Marx [1872-1873] 1988, T. I, Vol. 1: 189 [las fechas 1872-1873 de todas las citas y fragmentos de El Capital consultados en este trabajo corresponden a la segunda edición alemana de la obra, revisada, aumentada y corregida por el propio Marx, aunque su libro se publicó por primera vez en 1867. Nota de N. K.]), exactamente la misma expresión categorial utilizada por Hegel para definir al sujeto (Hegel [1807] 1991: 76 y [1812-1816] 1993, Tomo II: 485). Es decir, el capital entendido como sustancia en proceso; sujeto (colectivo) que subsume, oprime y explota el trabajo vivo de la fuerza de trabajo (igualmente colectiva). A partir de allí, su discurso crítico se desplaza hacia la explicación de las leyes de tendencia de la acumulación capitalista. Su gran presupuesto histórico: el ejercicio de la fuerza material y la conversión de la violencia sistemática y estructural convertida, ella misma, en una fuerza y una “potencia económica” (Marx [1872-1873] 1988, T. I, Vol. 3: 940). Sin violencia, sin relaciones de poder y de fuerza entre las clases sociales; sin sometimiento de pueblos y naciones periféricas; sin separación violenta de las condiciones objetivas de vida, por un lado, y las clases explotadas, por el otro; sin destrucción sistemática de la naturaleza, no existiría el mercado mundial capitalista. La feroz conquista y colonización de América, la esclavización (y comercio) de los pueblos sometidos de África y la cruel colonización de las sociedades y comunidades de Asia, constituyen condiciones imprescindibles para la conformación del sistema mundial capitalista (Marx [1872-1873] 1988, T. I, Vol. 3: 939).

Pero todas estas categorías, hipótesis y teorías se presentan en el primer libro de El Capital, a partir de determinados supuestos metodológicos y enmarcadas dentro de una formulación expositiva que privilegia la argumentación lógico-dialéctica. Es decir, apuntando a sintetizar la teoría del modo de producción capitalista “en su concepto”, o sea, “en su máxima pureza” (ambas expresiones corresponden a la Ciencia de la Lógica de Hegel, pero Marx las hace metodológicamente suyas, reconocimiento que se vuelve explícito en la segunda edición alemana de la obra [1873]), sin entrar en los detalles polifacéticos y múltiples variedades específicas de cada formación económico social, cada cultura y cada civilización de toda la historia humana que Marx analiza exhaustiva y obsesivamente en gran parte de sus investigaciones empíricas. Incluyendo dentro de estas últimas el Cuaderno XIV [1851], donde reúne sus extractos de lectura del Museo Británico sobre el colonialismo europeo occidental (Marx [1851] 2019); sus investigaciones sobre las comunidades incas, mayas y aztecas, tal como son analizadas en los Grundrisse, primera versión manuscrita de El Capital (Marx [1857-1858] 1987a); sus escritos sobre la fusión de la dominación racial y clasista en el naciente imperio estadounidense y su inserción en la división internacional del trabajo y las materias primas dentro de la economía mundial capitalista, a partir de la guerra civil norteamericana de la década de 1860 (Marx y Engels 1973b); sus estudios sobre las comunidades rurales de la India, Argelia y diversas civilizaciones indo-americanas, preexistentes y sobrevivientes a la sangrienta conquista europea, estudiadas en el Cuaderno Kovalevsky [1879] (Marx [1879] 2018); sus indagaciones sobre el desarrollo capitalista en Rusia y su vínculo con el mercado mundial capitalista presentes en los intercambios epistolares con Nikolai F. Danielson [1868-1883] (Marx, Danielson, Engels [1868-1895] 1981) y en su comunicación con Vera Zasulich [1881] (Marx y Engels [1881] 1980); sus reflexiones sobre el colonialismo europeo en África presente en su correspondencia desde Argelia [1882] (Marx [1882] 1997); sus artículos periodísticos y cartas sobre el imperio británico reunidos en Escritos sobre Irlanda (Marx y Engels 1979a), así como también sus múltiples artículos y ensayos sobre las guerras comerciales y militares del colonialismo europeo occidental reunidos en el volumen Sobre el colonialismo (Marx y Engels 1979b), etc.

De las categorías, hipótesis y teorías desarrolladas en este primer libro de El Capital, Marx pasa en el segundo libro a exponer sus teorías sobre la reproducción simple y ampliada del capital social global, los ciclos y rotaciones del capital y sus respectivas mutaciones, metamorfosis y cambios de formas. Para ello emplea los esquemas de reproducción del capital, uniendo en el plano lógico lo que en la historia ha estado presente desde la conformación del sistema mundial capitalista: la unidad de la producción y la circulación del capital, no individual sino en tanto capital social global. Los esquemas de reproducción abordan el proceso de producción y reproducción del capital, abarcando tanto el proceso de producción como las distintas fases del proceso de circulación, es decir, el ciclo global del capital que como proceso periódico constituye la rotación del capital (Marx [1885] 1988, T. II, Vol. 4: 429), distinguiendo el conjunto de la producción social en dos grandes sectores: el que produce medios de producción (sector I) y el que produce medios de consumo (sector II), subdividido a su vez, este último, en medios de consumo obreros y populares (IIa) y el que produce medios de consumo suntuario y de lujo (IIb), propios de la clase capitalista (Marx [1885] 1988, T. II, Vol. 5: 483-503).

Recordemos que en el libro primero de El Capital Marx había expuesto su gran descubrimiento científico: el doble carácter del trabajo en la sociedad mercantil capitalista, esto es, trabajo útil y abstracto, de donde derivan el valor de uso y el valor (Marx [1872-1873] 1988, T. I. Vol. 1: 51 y cartas de Marx a Engels del 24/8/1867 y 8/1/1868, en Marx y Engels 1968: 137 y 153). En el libro segundo, Marx prolonga este análisis del doble carácter del trabajo al producto social global, tanto en su dimensión de valor (conformado por el capital constante, el capital variable y el plusvalor) como en términos del producto material. Y analiza también las diversas formas en que en cada ciclo se transfiere al producto resultante el valor de los diversos componentes (donde a las categorías de capital constante y variable les agrega las de capital fijo y circulante).

Siguiendo la exposición lógico dialéctica de Marx, en el libro tercero el valor se transforma en precio de producción, el plusvalor en ganancia y la tasa de plusvalor en tasa de ganancia. Como nunca se trata de un capitalista individual (y “sus” obreros y obreras), sino del capitalismo como sistema mundial, las tasas de ganancia de cada rubro y rama, de cada sector y cada formación social, se transforman en tasas de ganancia media, en cuya gestación los valores particulares y el plusvalor son apropiados y fluyen entre distintas ramas, diversos sectores y también entre distintas formaciones económico sociales. Apropiación, rapiña y captura que no se explican exclusivamente por las diferentes productividades físicas y materiales pues, insistimos, si el trabajo posee un doble carácter, lo mismo sucede con la productividad. Diferenciación que curiosamente “olvidan” y soslayan numerosos exégetas y marxólogos, por lo general, impregnados de un eurocentrismo apologético que termina legitimando... ¡en nombre de Marx!... las relaciones de dependencia y la dominación a escala mundial.

A partir de entonces, en dicho libro tercero, Marx expone una de las conclusiones teóricas y políticas más radicales de su obra: la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia y, a continuación, un capítulo “olvidado” o mejor dicho, subestimado por las lecturas lineales de esta obra: el capítulo XIV, titulado “Causas contrarrestantes” (Marx [1894] 1988, T. III, Vol. 6: 269-295 y 297-308). El libro tercero no termina allí, pues a continuación, Marx distingue dentro de lo que en el libro primero denominaba a secas “el capital”, diversas subdivisiones internas a la clase capitalista, analizando específicamente al capital industrial, al comercial, al bancario y al terrateniente. El “vampiro” capitalista del libro primero que, como trabajo muerto y pretérito vive de la sangre y el trabajo vivo de la fuerza de trabajo, en realidad constituye una comunidad de “vampiros”. Aunque por cuestiones literarias Marx nos daba la impresión en el libro primero de estar hablando de personajes individuales como Drácula y Frankenstein, en realidad los monstruos y vampiros capitalistas son colectivos y abarcan el planeta en su conjunto.

Pero lo que aquí nos interesa es que cada una de esas secciones y libros de El Capital, con sus respectivas categorías, esquemas, hipótesis, leyes (de tendencia) y teorías, no pueden ser desglosados, desmembrados y desarticulados en forma inconexa —violentando la lógica dialéctica a través de la cual Marx los fue metódicamente exponiendo— para reutilizarlos de forma deshilachada según las conveniencias u oportunidades del momento. Como bien advierte Ruy Mauro Marini: “el hilo lógico de la construcción teórica de Marx no puede ser roto, so riesgo de incurrir en un eclecticismo que invalida la capacidad explicativa” [de toda la obra] (Marini 1979a). Aunque en esta advertencia metodológica Marini hace particular énfasis en el riesgo de aislar y tomar por separado los esquemas marxianos de reproducción del capital en sectores (tal como aparecen en el libro segundo) para volverlos compatibles con diversos esquemas tradicionales de la CEPAL; desde el más primitivo, que divide la economía de un país (exclusivamente en escala nacional) entre un sector “primario” (dedicado a la extracción de materias primas) y uno “secundario” (volcado a la producción industrial) hasta otros más refinados, diferenciados y que cuentan con mayor cantidad de “sectores” y “departamentos”; su sugerencia vale para el conjunto de los diversos libros de El Capital.

En definitiva, la lógica dialéctica empleada en la exposición de Marx va enhebrando diversas categorías (relaciones sociales históricamente determinadas, expresadas a nivel conceptual), hipótesis y leyes de tendencia, descubiertas luego de arduas, extensas y casi incontables investigaciones empíricas, hasta derivar en la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia (y sus “causas contrarrestantes”). Aunque es inocultable que la principal obra de Marx quedó inacabada por la muerte de su autor (de allí que fuera su compañero Engels quien publicara los libros segundo y tercero, tomando como base los manuscritos marxianos), no se puede mutilar, descuartizar y desmembrar El Capital, intentando apoyarse exclusivamente en la teoría del valor, dejando a un lado los esquemas de reproducción, a la hora de intentar explicar el sistema capitalista. De igual modo, resulta completamente inválido extraer de todo el discurso crítico de Marx aquellos esquemas de reproducción que, en tanto abstracción lógico-metodológica, intentan captar la lógica de reproducción del sistema, para extrapolar dichos esquemas hacia otros paradigmas provenientes de la economía burguesa convencional, desligándolos de su concepción de la crisis.

Tampoco resulta científicamente plausible pretender “refutar” la teoría del valor por las oscilaciones de los precios de mercado (supuesta “inconsistencia lógica” que ya intentó infructuosamente argumentar Eugen von Böhm-Bawerk, cuando sostuvo que el libro primero de El Capital giraba en torno a la teoría del valor, mientras el libro tercero habría desobedecido esa teoría al explicar la superficie apariencial del mercado capitalista recurriendo a las hipótesis de la tasa de ganancia media y los precios de producción (Böhm-Bawerk [1896] 1974: 49). La lógica dialéctica que todos estos críticos de Marx desconocen no es un “adorno” decorativo, sino el corazón del proyecto crítico de Marx. Sólo al precio de violentarla, se puede “estirar” o “achicar” El Capital para volverlo digerible y compatible con los discursos convencionales de la ciencia social.

¿Cuál es el método que articula entonces estas diversas teorías expuestas a lo largo de los diferentes libros de El Capital? El método en cuestión —incomprendido, soslayado o incluso despreciado por gran parte de sus impugnadores— es el método dialéctico (Marx [1873] 1988, T. I, Vol. 1: 20), que permite articular lo lógico y lo histórico, lo genérico y común a todas las sociedades que conforman el sistema mundial capitalista y lo específico a cada una de sus formaciones económico sociales (Lenin [1894] 1960, T. 1: 149-150, 154-155, 157-158, 170, 190, 194, 201, 205, 232).

Ese método dialéctico, de carácter procesual-estructural (Lenin [1914] 1960, T. 38: 92; Lukács [1923] 1982: 5, 11; Kosik [1963] 1989: 203; Zeleny [1968] 1984: 24, 77, 173-178; Rosdolsky [1968] 1989: 620; Kohan, 2016: 101-119) comienza por abstracciones (generalizadas históricamente en el capitalismo desde inicios de la modernidad eurocéntrica hasta nuestros días) y va concretizándose cada vez más, en dirección hacia la explicación del sistema capitalista mundial entendido como la mayor totalidad concreta (Osorio 2004: 14-15); punto de llegada de sus diversos planes de investigación.

La consistencia y coherencia metodológica de Marx en esta perspectiva dialéctica que se enfoca hacia el mercado mundial puede corroborarse si focalizamos nuestra atención en los planes de redacción de El Capital. Es sabido que a la hora de organizar la redacción de su principal obra, Marx no elaboró un plan único sino varios planes, dentro de un mismo proyecto de investigación de crítica de la economía política.

La enumeración y el ordenamiento de todos estos planes que se encuentran dispersos en los numerosísimos escritos de Marx —editados e inéditos, incluyendo la correspondencia— fue pergeñada por Roman Rosdolsky. Enrique Dussel va todavía más lejos, pues sostiene que: “Al menos existen unos 19 planes hasta el 30 de abril de 1868” (Dussel 1988: 17). A partir de estos planes —sean 14, en la opinión de Rosdolsky o 19 en la versión de Dussel— se ha suscitado toda una polémica sobre si Marx abandonó el plan de investigación y exposición inicial de 1857 o lo prosiguió. Uno de los primeros que llamó la atención al respecto es Henryk Grossmann en 1929. Para este integrante marxista de la Escuela de Francfort sí hay un cambio de planes que se debe principalmente a consideraciones metodológicas, explicadas por él luego de ajustar cuentas con las defecciones teóricas de Karl Kautsky y toda la Segunda Internacional (Grossmann [1929] 1984: 55 y ss.). La contestación a Grossmann vino mucho más tarde, en 1951 como ensayo y en 1970 como libro, por parte de Otto Morf. La investigación (y periodización) de Rosdolsky se sitúa en el contexto de ese debate. Para Maximilien Rubel, editor de una versión de El Capital en francés que no respeta el ordenamiento seguido por Engels, Marx no cambió el plan original. Rubel acusa a los que sostienen esa tesis de que, en el fondo, quieren dar a entender que El Capital está concluido, lo cual califica de “indecente, por no decir más”. Los editores alemanes y soviéticos del IMEL (Instituto Marx Engels Lenin) afirman que “ese plan [el de 1857. N. K.] se alteró repetidamente”. Puede seguirse todo este debate, en forma resumida y comentada por Manuel Sacristán, en la introducción del traductor, especialista y editor catalán de la edición de El Capital que en Barcelona publica Obras de Marx y Engels [OME, Grijalbo], quien traduce de la cuarta edición alemana corregida por Engels, en lugar de la segunda edición alemana [1872-1873] corregida por Marx, como hace Pedro Scaron en la versión de editorial Siglo XXI que nosotros utilizamos en este trabajo (Sacristán 2004: 158-162).

La estructura global de su obra fue repensada y rediseñada varias veces por Marx. Sintéticamente, pueden recorrerse esos diversos planes en la siguiente secuencia (Rosdolsky [1968] 1989: 85):

Septiembre 1857: Grundrisse: 28-29

Octubre 1857: Grundrisse: 138-139

Noviembre 1857: Grundrisse: 175

Noviembre 1857: Grundrisse: 186

Febrero 1858: Carta de Marx a Lasalle, 22/2/1858

Abril 1858: Carta de Marx a Engels, 2/4/1858

Junio 1858: Grundrisse: 855-859

Enero 1859: Contribución a la crítica de la economía política, prefacio. p. II.

Febrero-marzo 1859: Grundrisse: 969-978

Diciembre 1862: Carta de Marx a Kugelman, 22/12/1962

Enero 1863: Historia crítica de las teorías de la plusvalía, Tomo I: 377-378

Julio 1865: Carta de Marx a Engels, 31/7/1865

Octubre de 1866: Carta de Marx a Kugelman, 13/10/1866

Abril de 1868: Carta de Marx a Engels, 30/4/1868

A lo largo de sus múltiples variaciones, el plan de investigación empírica- redacción- exposición lógico dialéctica más ambicioso que Marx tenía en mente apuntaba a escribir originariamente seis libros, según la carta enviada a Lasalle el 22/2/1858 (Marx y Engels 1968: 69-70). Un año antes, en la “Introducción” de los Grundrisse [1857], el plan original se detallaba aún más, aunque por entonces constaba de cinco libros: “Efectuar claramente la división [de nuestros estudios] de manera tal que [se traten]: 1) Las determinaciones abstractas generales que corresponden en mayor o menor medida a todas las formas de sociedad, pero en el sentido antes expuesto. 2) Las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad territorial. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. Cambio entre ellas. Circulación. Crédito (privado). 3) Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma del Estado. Considerado en relación consigo mismo. Las clases «improductivas». Impuestos. Deuda nacional. Crédito público. La población. Las colonias. Emigración. 4) Relaciones internacionales de la producción. División internacional del trabajo. Cambio internacional. Exportación e importación. Curso del cambio. 5) El mercado mundial y las crisis” (Marx [1857-1858] 1987a, T. I: 29-30).

Recorriendo cada una de las estaciones de esta abigarrada acumulación y variación de planes, resulta diáfano que todo el proyecto de Marx siempre tuvo el mismo objeto de estudio y apuntó inequívocamente en la misma dirección: hacia el mercado mundial capitalista. Comprendiendo este último como un sistema mundial (es decir, una instancia superior y más abarcadora que el mero intercambio comercial entre diversos Estados-naciones, presuntamente autónomos y recíprocamente autosuficientes). Estudio del mercado mundial que invariablemente iba acompañado, en cada uno de sus planes, de la investigación sobre su crisis.

El recorrido por toda esa gama de planes de investigación debería ser suficiente para despejar varias incógnitas y desenredar no pocos equívocos. El principal de todos, en lo que aquí nos atañe: ese inmenso edificio lógico dialéctico sintetizado en las miles de páginas que estructuran El Capital jamás presupuso como objeto de estudio una escala nacional del capitalismo, como suele repetirse mecánicamente en la vulgata convencional académica (incluyendo dentro de ella no sólo las diatribas e impugnaciones habituales contra Marx, sino también las versiones más cristalizadas del “marxismo” eurocéntrico, apologista encubierto del occidentalismo y la modernidad etnocéntrica).

El orden de investigación empírico y teórico y las primeras formas de redacción de los resultados no siempre coincidieron con el orden final de exposición lógico-dialéctica que adopta la versión que sale de imprenta, primero en 1867 y, luego, entre 1872 y 1873 (segunda edición alemana, corregida en vida de Marx). Tal es así que, en 1877, habiendo publicado ya dos ediciones alemanas y una francesa del libro primero, Marx escribe en su correspondencia: “En realidad, comencé a escribir El Capital, reservadamente, siguiendo el orden inverso en que la obra se presentará al público (comenzando por la tercera parte, la parte histórica), pero con la particularidad de que el tomo I, el último que abordé, fue el primero que quedó listo para la impresión, mientras que los otros dos permanecieron bajo la forma inacabada que originalmente presenta toda investigación” (Carta de Marx a Siegmund Schott, 3/11/1877, en Marx [1862-1863] 1987b, T. I: 7 y Marx y Engels 1968: 219). Es decir que Marx, según su propio testimonio epistolar, redactó El Capital primero en un orden histórico, en segundo lugar de un modo lógico dialéctico. Este último es el que irá a la imprenta, tanto en la primera versión de 1867 como en la edición corregida de 1872-1873.

Por la forma y el estilo de escritura y por el método lógico-expositivo elegido por su autor, la lectura lineal de El Capital (principalmente si se adopta en forma aislada y descontextualizada el libro primero) puede generar el gravísimo equívoco teórico que presupone que Marx nos está hablando allí de “un empresario” individual o, a lo sumo, de un pequeño segmento de “su” clase obrera que trabaja en una sola empresa.

Marx comienza los primeros capítulos del primer libro detallándonos el comportamiento aparentemente “individual” de un empresario, poseedor de dinero, prácticamente como si estuviera retratando al personaje de una obra de teatro. Es más, el traductor del inglés al castellano de la obra de Francis Wheen que explora la historia de la redacción de El Capital, mantiene el nombre de un supuesto “señor Caudales” para la expresión Moneybags de la edición en inglés. Marx se refiere a él con lujo de detalles, sólo le faltó detallarnos su nariz, el color de sus ojos, su vestimenta y el tamaño de su barriga. Un recurso literario que condujo al biógrafo Wheen a comparar el libro primero de El Capital con (a) una novela gótica; (b) un melodrama victoriano; (c) una comedia negra y (d) una tragedia griega (Wheen [2006] 2007: 62-67 y 95). Su inigualable estilo literario y la proliferación de expresiones metafóricas en una obra que pretende cuestionar desde sus raíces al capitalismo como sistema mundial y a toda la economía política que intenta legitimarlo, son desplegadas por Marx en función de su crítica científica. Pero no se puede responsabilizar al autor de El Capital de las desorientaciones que derivan de confundir recursos literarios y expresiones metafóricas con categorías científicas y nuevos conceptos teóricos (Gramsci [1932-1933] 1999-2000, Tomo 4: 322; Silva [1971] 1980: 53, 63, 66); así como tampoco podemos atribuirle los enormes dislates y malos entendidos originados en la confusión de su escala de análisis, propias de lecturas simplistas que congelan aquellos recursos estilísticos creyendo, infructuosamente, que Marx está atacando a un capitalista individual por supuestas “maldades” y “falta de ética” cometidas contra “su” obrero particular o, en el mejor de los casos, a los capitalistas de Inglaterra por la explotación de “su” propia clase obrera inglesa y la de su colonia más cercana, Irlanda.

En este sentido, puede tomarse como ejemplo arquetípico y sintomático de toda la obra, la última página del capítulo cuarto del libro primero, donde Marx nos describe a dos personajes dramáticos, aparentemente singulares (que pasan juntos desde la esfera visible y superficial del mercado y la circulación al ámbito oculto y profundo de la producción y la explotación), tan bien retratados que parecen extraídos de una obra de teatro. Uno es un capitalista hipócrita, codicioso, egoísta y malvado, que cree en la ficción jurídica de un supuesto “Edén de los derechos humanos innatos”. El otro es un obrero humillado, derrotado, resignado y aislado, a quien van a exprimir y, en palabras de Marx, a “curtir el cuero” (Marx [1872-1873] 1988, T. 1, Vol. 1: 214). Pero ese estilo de escritura, que tanto le debe a sus admirados William Shakespeare y Johann W. Goethe, dos de sus dramaturgos más amados, no debe confundirnos. La enorme calidad literaria de la pluma de Marx no puede, bajo ningún pretexto, ocultar, desdibujar o soslayar que nos está hablando de algo bien distinto a la trama y las escenas de la célebre novela de Daniel Defoe, protagonizada por el náufrago burgués inglés Robinson Crusoe, de York, y el indígena “Viernes” del río Orinoco, dos individuos aislados (Marx [1857-1858] 1987a, T. I: 3).

Aunque allí su pluma nos pinte el retrato de personajes cuasi teatrales, presuntamente individuales (¡para otorgarle a su crítica del régimen capitalista una tensión dramática y una carga de impugnación incomparable con cualquier otro científico social de su época o la nuestra!), en El Capital Marx está tratando de construir una teoría crítica del sistema mundial capitalista, su crisis y sus relaciones sociales fundamentales, jamás reductibles ni al duelo entre un par de individuos enemistados entre sí, ni a los conflictos sociales reducidos a una sola empresa ni tampoco a las relaciones internas dentro de un estado-nación aislado, por más poderoso que este sea (para el caso, Inglaterra).

No comprender algo tan básico en el fondo presupone no entender las sutilezas de su manejo y empleo magistral de la lógica dialéctica, la articulación de lo lógico y lo histórico, su descripción de la “ruidosa esfera de la apariencia superficial” y su explicación de las profundidades esenciales que condicionan y determinan las leyes tendenciales del movimiento y el proceso de desarrollo del conjunto de la economía mundial capitalista. Lo cual deriva, no en una mala hermenéutica de una página puntual, sino en algo muchísimo más grave: en una incomprensión teórica y política de toda su obra (Lenin [1914b] 1960, T. 38: 174).

Lenin, la gestación de la teoría del imperialismo y la dependencia

Guiándose por las huellas y pistas metodológicas de su maestro, Lenin se esfuerza desde muy joven en tratar de continuar la obra inacabada de Marx. Su punto de vista no solo se ubica en “el ala más radical del marxismo” (Rosdolsky [1968] 1989: 528), sino que, además, sienta las bases epistemológicas para una crítica profunda y sin concesiones de todas las derivas occidentalistas, colonialistas y eurocéntricas que se han pretendido construir, erróneamente, bajo la sombra del prestigio, prestado y ajeno, de Marx.

El joven Lenin comienza a leer y estudiar El Capital (los dos primeros libros, hasta ese momento publicados) a los 18 años de edad y ya a los 23 años interviene en polémicas de envergadura con repercusiones a escala internacional. A medida que se van publicando otros textos inéditos del maestro, los va devorando uno a uno (desde el tercer libro de El Capital, recién publicado por Engels en 1894, hasta la Historia crítica de las teorías de la plusvalía, considerado el cuarto tomo de El Capital y publicado —con ciertos cortes y censuras realizados por K. Kautsky— entre 1905 y 1910).

Así como Marx estructura sus diversos planes de estudio e investigación siguiendo siempre el hilo rojo del método dialéctico, Lenin no quiere equivocar el camino. Por eso programa su brújula teórica con el mismo método de su guía inspirador. No es casual que, en 1914, al iniciarse la primera guerra mundial, en plena crisis capitalista y desbarajuste completo de la Internacional Socialista, prolongue esas lecturas detalladas de la obra de Marx abordando en forma completa la Ciencia de la Lógica [1812], de Hegel (haciendo extractos de la misma, agregando anotaciones y numerosas reflexiones propias). Ya no a través del tamiz unilateral de Plejanov o Kautsky (las viejas “autoridades” de la II Internacional), sino enfrentándose directamente con Hegel, de quien Marx se había declarado “discípulo de aquel gran pensador” en el epílogo a la segunda edición alemana de El Capital (Marx [1873] 1988, T. I, Vol. 1: 20).

Sus numerosos estudios realizados a lo largo de más de dos décadas, que lo conducirán en 1916 a publicar el resultado de sus investigaciones sobre el imperialismo, entendiéndolo como una nueva fase mundial del sistema capitalista, se encaminan desde lo abstracto hacia lo concreto. La misma dirección metodológica elegida por Marx para desplegar la exposición lógico dialéctica de El Capital.

Ya desde sus primeros textos, Lenin interviene en los debates formulándose interrogantes generales como las siguientes: ¿qué es el mercado? y ¿qué es el capitalismo? (Lenin [1893] 1958, T. 1: 105, 112, 120); preguntas a las que luego agrega: ¿en qué consiste el concepto de “formación económico-social”? y ¿de qué nos habla y cuál es el objeto de estudio de El Capital? (Lenin [1894] 1958, T. 1: 145-150, 152-163, 170, 174, 180, 185, 191). Partiendo de esas indagaciones todavía abstractas y genéricas se dirige, a lo largo de más de veinte años, entablando incontables polémicas económicas, políticas y filosóficas, hacia una comprensión concreta del sistema mundial capitalista, el colonialismo, el problema nacional y el imperialismo, su desarrollo desigual que divide al conjunto de las formaciones económico sociales que constituyen la totalidad de la economía mundial en centros imperialistas y países coloniales, semicoloniales y dependientes [el término específico sobre la “dependencia”, que hemos subrayado, corresponde a Lenin. N. K.] (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 277 y Lenin [1916b] 2009: 483), sus contradicciones antagónicas e irreconciliables, las raíces más profundas de su crisis, las guerras (tanto las imperialistas de reparto del mundo, como las de liberación nacional y las guerras civiles) hasta llegar, por fin, a su principal objetivo: identificar las condiciones de posibilidad para iniciar un proceso revolucionario de aspiraciones internacionales y mundiales.

Como su voluminosa obra está plagada de infinitas discusiones y polémicas e interlocuciones tan variadas y diversas, resulta bastante fácil perderse en ese laberinto interminable sin encontrar la lógica subyacente de sus estudios, las directrices principales que va persiguiendo a lo largo de cada paso pequeño que da y las perspectivas generales de su programa de investigación que se despliega, siguiendo las enseñanzas de su maestro, desde lo abstracto hacia lo concreto.

Si tuviéramos que trazar una cartografía mínima y esquemática de todas las fases que Lenin va recorriendo hasta llegar a sistematizar su teoría madura del imperialismo, tendríamos que señalar, como mínimo, alrededor de una decena de obras suyas, que confluyen posteriormente en su libro célebre El imperialismo, fase superior del capitalismo [1916].

Esta obra constituye el sustento teórico inicial y la plataforma epistemológica a partir de la cual se despliega posteriormente la teoría marxista de la dependencia e incluso la teoría de la acumulación a escala mundial (Caputo y Pizarro [1970] 1975: 172-173; Amin [1971] 1975: 32-33; Dos Santos [1978] 2011: 357; Osorio [1994], en Marini y Millán 1994b, T. 2: 166; Ouriques [1994], en Marini y Millán 1994b, T. 2: 187; Kohan 2015a y 2015b; Osorio 2016: 52; Smith 2016: 95, 107, 188, 202, 219-220, 225-226).

Dentro de ese universo complejo y abigarrado, por momentos inabarcable, repleto de discusiones y controversias con las más diferentes tendencias e incontables interlocuciones (algunas hoy célebres, otras absolutamente desconocidas para el público del siglo XXI), no existe un consenso unívoco que delimite cuáles son las obras que confluirán en su teoría madura del imperialismo y qué período preciso abarcan dentro de su biografía político-intelectual. Dejando a un lado las impugnaciones banales y superficiales de la obra de Lenin (que casi en su totalidad ni siquiera se toman el trabajo de leer al menos los títulos y el índice, ya no el contenido, de sus libros, reduciendo grosera y artificialmente su obra a apenas dos o tres textos “clásicos”), los especialistas más eruditos tampoco se ponen de acuerdo al respecto.

Por ejemplo, Luciano Gruppi, en su aguda y riquísima investigación El pensamiento de Lenin, limita los afluentes e insumos previos de esta teoría a sus estudios económicos, políticos y filosóficos del período inmediatamente anterior, correspondientes a los años 1912-1916 (Gruppi 1981: 152). Aunque no lo explicita, este especialista italiano seguramente acota el período de gestación a esos años, tomando como fecha de inicio los debates económicos de Lenin con Rosa Luxemburg. En cambio, nos parece mucho más realista y exhaustiva la reconstrucción que realiza Alonso Aguilar Monteverde, quien en su libro Teoría leninista del imperialismo extiende los antecedentes, insumos y bases fundamentales de la teoría a las obras y polémicas del período 1896-1913 (Aguilar Monteverde 1983: 38-56). En el mismo sentido, Jacques Valier llega aún más lejos e incluye las polémicas de la década 1890-1900, en adelante, hasta 1916, como elementos claves para comprender la conformación madura de la teoría del imperialismo (Valier [1971] 1975: 65, 133).

Aunque rebasa el objetivo específico del presente estudio, no debemos olvidar que, entre los trabajos y libros de discusión económica de mediados de la década de 1890 y la obra ya sistematizada que corona la teoría madura en 1916, median tres grandes problemáticas, insoslayables y definitorias: (a) su teoría de la organización revolucionaria, (b) su teoría de la hegemonía y (c) su teoría de la situación revolucionaria. Estas tres problemáticas, aunque giren en torno a la política y no se circunscriban a la discusión estrictamente económica sobre el carácter, la crisis y las tendencias del sistema mundial capitalista, de ningún modo resultan ajenas al núcleo central del pensamiento leninista.

En 1893, apenas seis años después de que el zarismo ahorcara a su hermano Alexander y cinco años más tarde de haber comenzado a estudiar sistemáticamente El Capital, Lenin publica su primer ensayo. Tenía 23 años de edad. Durante toda esa década adopta por objeto prioritario de polémica a dos corrientes estrictamente rusas: el populismo y el denominado marxismo legal. La primera de mucha mayor penetración en las clases populares, principalmente en el mundo campesino y de más extensa supervivencia política. La segunda, más acotada en el tiempo, se inscribía en algunos segmentos de la intelectualidad liberal desde cuyas coordenadas sus representantes se acercaban a una lectura armonicista del marxismo, próxima a lo que en la Segunda Internacional se conoció posteriormente como revisionismo. Los populistas provenían en gran medida de una antigua tradición de eslavofilia; los marxistas legales, en cambio, propendían al occidentalismo eurocéntrico.

La primera corriente, populista, nunca fue homogénea. Su desarrollo tuvo varias fases y etapas, notablemente diferenciadas entre sí. Lenin distingue el primer populismo, revolucionario, del último populismo, liberal, al que cuestiona sin piedad. Al antiguo populismo revolucionario hace referencia, reconociendo “las mejores tradiciones del viejo populismo ruso”, por oposición al populismo liberal de la década de 1890 en adelante que él impugna (Lenin [1894-1895] 1958, T. 1: 382; Alavi 1983: 594).

El primer populismo era heredero de los fundadores Aleksandr Herzen y Nikolái Gavrilovich Chernishevski. Este último había publicado en 1863 la novela ¿Qué hacer?, escrita en las prisiones del zarismo. Libro de cabecera de Alexander Ulianov, el hermano mayor de Lenin, ejecutado por la autocracia rusa. No resulta descabellado suponer que cuando Lenin elige ese mismo título para su famoso libro ¿Qué hacer? (Problemas candentes de nuestro movimiento), publicado en 1902, haya rendido un silencioso homenaje a su hermano, gran admirador de Chernishevski.

Aquel antiguo populismo, aunque en algunos de sus principales exponentes estaba impregnado de paneslavismo y concentrado en el socialismo campesino, era profundamente anticapitalista e incluso en varias de sus organizaciones empleaba métodos clandestinos y revolucionarios de lucha armada. No es casual que Dimitri Karakosov haya atentado en 1866 contra la vida del zar (Venturi [1952] 1981, Tomo II: 554), mientras que el 24 de enero de 1878 Vera Zasulich dispara contra el general Trépov, gobernador de San Petersburgo (Venturi [1952] 1981, Tomo II: 893); hasta que finalmente el 1 de marzo de 1881 estos revolucionarios ajustician al zar Alejandro II mediante dos explosiones (Venturi [1952] 1981, Tomo II: 1043-1047).

El hermano mayor de Lenin, Alexander Ulianov (familiarmente conocido como “Sasha”), pertenecía a estos grupos, particularmente a Narodnaia Volia [“La voluntad del pueblo”]. Cuando tenía 21 años, el 8 de mayo de 1887, fue ejecutado (mediante la horca) por su participación en la conspiración de 15 jóvenes revolucionarios que planificaron, sin éxito, el ajusticiamiento del zar Alejandro III, sucesor de Alejandro II, quien seis años antes había sido ejecutado por los populistas radicales. Como militante populista, Alexander Ulianov se sintió profundamente conmovido por las tesis de El Capital de Marx (traducido al ruso por los militantes populistas Germán Lopatin y Nikolái Frántsevich Danielsón), obra que leyó y estudió con pasión en el verano de 1886 en el mismo cuarto que compartía con su hermano menor, el joven Lenin (familiarmente conocido como “Volodia”), quien en esa época adolescente todavía estaba alejado de la política y se sentía más atraído por las novelas del escritor ruso Turguéniev. Uno de los biógrafos más informados acerca de Lenin anota sobre su hermano Alexander: “No cabe duda de que El Capital tuvo un impacto abrumador en él” (Deutscher [1970] 1975: 82, 86-90).

El más activo —y último— de los numerosos grupos populistas revolucionarios fue la ya mencionada organización Narodnaia Volia. Karl Marx había leído sus programas políticos (Marx y Engels 1980: 14; Wada [1975], en Shanin 1990: 85-86); se carteaba con ellos e incluso sintió gran simpatía por ciertos planteos que destacaban la posibilidad de un camino no capitalista para la revolución rusa. Su carta a la redacción del periódico ruso Otiéchestviennie Zapiski [“Anales de la patria”] de fines de 1877 y su correspondencia del 8 de marzo de 1881 con Vera Zasulich —incluyendo sus varios borradores manuscritos de la misma— constituyen una contundente evidencia al respecto (Marx y Engels 1980: 31-65). Marx incluso vio con buenos ojos el atentado que estos populistas revolucionarios realizaron el 1 de marzo de 1881 contra el zar Alejandro II, según le confiesa a su hija mayor Jenny Marx Longuet, a quien le escribe el 11 de abril de 1881: “¿Has seguido el juicio de San Petersburgo contra los autores del atentado? Son gente que vale mucho, sin actitudes melodramáticas, sencillas, serias y heroicas [subrayado N. K.]. Gritar y hacer son contrarios inconciliables. El Comité Ejecutivo de San Petersburgo, que actúa tan enérgicamente, lanza manifiestos de «moderación» refinada. Esto está muy lejos de la forma pueril en que Most y otros llorones infantiles predican el tiranicidio como «teoría» y como «panacea»” (Carta de Karl Marx a Jenny Marx Longuet, 11/4/1881, Marx y Engels 1980: 14; Marx y Engels 1973a: 316-319).

Pero aquel antiguo populismo más tarde se cristalizó, entró en crisis (tras la represión que siguió al ajusticiamiento en 1881 del zar Alejandro II) y se empecinó, contra toda evidencia empírica, en negar: (a) que el “empobrecimiento del pueblo” (en especial del campesinado) no invalidaba la transformación de la economía natural en economía mercantil y esta en economía capitalista, que necesita, precisamente, dicho empobrecimiento para transformar a los productores directos —empobrecidos y expropiados— en fuerza de trabajo, es decir, en mercancía disponible en el mercado; y (b) que la formación social rusa, a pesar de su evidente desarrollo desigual interno, había comenzado a ser incorporada al sistema capitalista mundial en plena expansión. Por eso el populismo de la década de 1890 en adelante adopta un carácter notoriamente diferente al populismo revolucionario de décadas anteriores (Tvardovskaia [1969] 1978: 82-87). Contra este otro populismo, en el cual se van diluyendo los círculos vinculados a la lucha armada y adquieren mayor peso los escritores “legales” ya desvinculados de las organizaciones clandestinas de antaño, discute y polemiza el joven Lenin en sus escritos, desde 1893 en adelante. Recordemos que Lenin, después de leer con pasión a Chernishevski (muy admirado, reiteramos, por Alexander Ulianov), comienza a estudiar seriamente El Capital en 1888, al año siguiente de la ejecución de su hermano. Un lustro después, en 1893, ya maneja con fluidez incluso el libro segundo de El Capital, publicado por Engels en 1884.

La tesis teórica de los populistas legales, que a partir de la década de 1890 publicaban en periódicos y también en libros (dejando atrás la etapa de clandestinidad y confrontación armada), insistía con que era lógicamente “imposible” que el capitalismo mundial avanzara sobre Rusia debido a que, en una interpretación forzada de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, la burguesía rusa, supuestamente, “no podía realizar el plusvalor”, por la debilidad de su mercado interno (y la pobreza campesina), en ausencia de un sólido mercado externo.

Dos de los principales exponentes de esta unilateral interpretación fueron Vasili Pavlovich Vorontsov (su seudónimo era V. V.) y Nikolái Frántsevich Danielsón (sus seudónimos eran varios: N.-on; Nikolái-on y On). Este último no solo se había carteado con Marx desde 1868 hasta la muerte del maestro (Marx, Danielsón y Engels 1981), sino que había traducido El Capital al ruso, completando la traducción de Germán Lopatin, otro populista de la primera época revolucionaria.

El joven Lenin, sumergido hasta el cuello en estas primeras polémicas, aunque a lo largo de toda su vida y su obra nunca abandona el antietapismo de los populistas radicales (Díez del Corral 1999: 68-69) —como quedará en claro los meses clave, desde abril a octubre, de 1917—, comienza a reflexionar sobre la subordinación que el sistema mundial capitalista en expansión ejercía sobre la formación social rusa, cuya burguesía dejaba caer lágrimas de cocodrilos por “la pobreza del pueblo” pero al mismo tiempo desarrollaba el capitalismo cada vez más en distintas ramas de la industria.

Más allá de los deseos y el imaginario “anti-occidentalista” de la cultura populista de antaño, empíricamente se podía demostrar que las relaciones sociales capitalistas estaban desarrollándose en extensión y en profundidad en distintas ramas y sectores fundamentales de la economía de la vieja Rusia de los zares, transformando “la economía natural” en economía mercantil y esta en economía capitalista (Lenin [1893] 1958, T. 1: 104-105). Desde esos materiales encontramos las primeras búsquedas, bases y reflexiones de su teoría madura sobre la economía mundial y el imperialismo, con su ya inocultable influencia en las sociedades coloniales, semicoloniales, periféricas y dependientes y su predominio sobre las formaciones sociales hasta poco tiempo atrás con débiles vínculos hacia el mercado mundial.

El análisis de esta problemática y las polémicas que la acompañaron, recorrerá varias obras del joven Lenin, por lo menos hasta 1899, cuando tras pasar años recluido en Siberia, publica El desarrollo del capitalismo en Rusia. En la mayor parte de esos textos, Lenin cuestiona a los populistas de la década del 90 del siglo XIX, principalmente a Vorontsov y Danielsón, aunque en ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdémocratas [1894] también somete a crítica la obra del sociólogo populista N. K. Mijailovsky, quien defendía una perspectiva subjetivista en el campo sociológico.

El núcleo de la argumentación de Lenin frente a la supuesta “imposibilidad lógica” del capitalismo para Rusia, sostiene que el problema de la realización del plusvalor (y la reposición ampliada de todas las partes del producto social, sea en su forma valor —subdividido en capital constante, capital variable y plusvalor—, sea en su forma material —sector dedicado a la producción de medios de producción y sector dedicado a la producción de medios de consumo—), no depende del comercio exterior (Lenin [1897] 1958, T. 2: 152-154 y [1899b] 1957, T. 3: 36-37, 42-43). Además, agrega, que “la desproporcionalidad de sectores de la producción capitalista no deja fuera de su accionar al subconsumo” (Lenin [1897] 1958, T. 2: 158; Lenin [1898] 1958, T. 4: 56; Sweezy [1942] 1973: 206; Marini 1979a).

En síntesis, casi pedagógica, Lenin remata sus polémicas juveniles desarrolladas durante seis años, concluyendo que el desarrollo del capitalismo en una sociedad periférica (como la rusa de aquellos tiempos; y dejamos expresamente de lado cualquier previsible analogía con las formaciones sociales latinoamericanas para no forzar los textos originales) resulta irremediablemente contradictorio, desigual y polarizante, acorde a las enseñanzas de Marx sobre la acumulación capitalista y las crisis expuestas en los diversos libros de El Capital, pero de ningún modo... “imposible” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 48).

En paralelo a sus prolongadas polémicas con los populistas liberales de la década de 1890, Lenin también cuestiona a los denominados marxistas legales, entre los que sobresalían Pyotr B. Struve, Nikolái A. Berdiáev, Sergei N. Bulgákov, Mijaíl Ivanovich Tugán-Baranovsky y Semyon L. Frank, quienes por oposición a la supuesta “imposibilidad” lógico-histórica del capitalismo en Rusia, terminaban de manera apologética atenuando los “desequilibrios” endógenos hasta volver eterno el régimen capitalista.

De todos ellos, probablemente los dos más serios hayan sido Bulgákov y Tugán-Baranovski. Este último, a partir de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital pretendía defender, desde 1894 en adelante, una visión neoarmonicista de la sociedad regida por el capital, intentando reducir el problema de la realización en la obra de Marx a una mera “teoría de la proporcionalidad”, esforzándose por legitimar el presunto carácter “ilimitado” de la acumulación capitalista (Rosdolsky [1968] 1989: 525; Valier [1971] 1975: 76; Harding 1984: 505; Colletti 1985: 238).

Esta perspectiva neoarmonicista de los marxistas legales rusos (cuya influencia fue muchísimo más corta y acotada que la de los populistas, ya que en escasos años pasaron a integrar orgánicamente los partidos burgueses liberales — “Demócratas Constitucionales”— de Rusia), coincidía a nivel internacional con el revisionismo encabezado por Eduard Bernstein.

Si los populistas rusos de la década de 1890 en adelante pretendían negar la expansión del sistema capitalista mundial refugiándose culturalmente en una “eslavofilia” y una presunta “excepcionalidad rusa” que protegería por arte de magia al campesinado explotado de la nefasta influencia de las relaciones sociales capitalistas (de ahí que fueran paulatinamente abandonando sus métodos clandestinos y de confrontación armada práctica, reemplazándolos por argumentaciones puramente especulativas y “lógicas”); los marxistas legales, en coincidencia con el revisionismo bernsteniano, confiaban ciegamente en el carácter “armónico y pacífico” del régimen capitalista, caracterizándolo como un sistema prácticamente absoluto, estable y eterno, sin limitación alguna en su dinámica de expansión y acumulación. No comprendían que el desarrollo del capitalismo, lejos del equilibrio y la estabilidad, implicaba la reproducción ampliada de sus contradicciones. Por ello Tugán-Baranovski se esforzaba por reducir los desequilibrios estructurales del capitalismo a una simple fluctuación (y reacomodo) de carácter periódico, propia de sus “desproporciones”, sin consecuencia alguna sobre la posibilidad de apertura de una crisis orgánica, sustento de lo que Lenin denominará más tarde “situación revolucionaria”. En última instancia, el gran presupuesto de la obra teórica de Tugán-Baranovski consistía en un “equilibrio metafísico” (Rosdolsky [1968] 1989: 545, 551; Colletti 1985: 239).

En aquella polémica contra el armonicismo de los marxistas legales, Lenin insistía en que el desarrollo capitalista socializaba cada vez más sus formas y relaciones de producción, abarcando y expandiéndose sobre nuevas ramas, sin modificar en lo más mínimo la apropiación y el consumo en forma privada (dimensión que explicaba por qué se mantenía en la miseria a los campesinos y su consumo paupérrimo), de donde se derivaban contradicciones antagónicas que derivarían en una crisis del sistema capitalista. Tesis defendida contra viento y marea por el futuro líder bolchevique, inspirada en el estudio de los diversos libros de El Capital de Marx, que recién se corroboraría varios años después, a partir del estallido de la primera guerra mundial (lo cual le permitiría ganar claramente la hegemonía sobre diversas tendencias —y ensayistas de fama y prestigio— del movimiento socialista y comunista no solo de origen ruso sino también internacional).

La principal crítica metodológica de Lenin a los marxistas legales, principalmente a Tugán-Baranovski, sostiene que: “Los esquemas [se trata de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital de Marx. N. K.] de por sí no pueden probar nada; solo pueden ilustrar un proceso, siempre y cuando los distintos elementos que los forman hayan sido previamente esclarecidos [subrayados de Lenin. N. K.]” (Lenin [1898] 1958, T. 4: 60; Sweezy [1942] 1973: 233).

Tomando en cuenta esta crítica leninista a los principales teóricos del marxismo legal, resulta erróneo y sobre todo injustificado el intento de Roman Rosdolsky (a pesar de su enorme y apabullante erudición enciclopédica) por asimilar la reflexión de Lenin sobre la teoría marxista de la crisis capitalista al armonicismo de Tugán-Baranovski (Rosdolsky [1968] 1989: 528). Hipótesis equivocada que repite, sin modificar un solo renglón y sin animarse a problematizarla, Lucio Colletti, aunque este último lo haga, a diferencia de Rosdolsky, con una intención clara y sesgadamente impugnadora de Lenin, ya que la expone en una época en que este pensador italiano había abandonado definitivamente su antigua adscripción al marxismo (Colletti 1985: 282, 334).

Lenin se opuso, entonces, a todas estas corrientes, entablando encendidas polémicas en varias direcciones. Aun simpatizando con los métodos clandestinos, la organización de cuadros compartimentada y la confrontación revolucionaria práctica de los primeros populistas, rechazaba a los populistas liberales de la década de 1890 por su negación especulativa (puramente “lógica”) a reconocer que el sistema capitalista estaba adquiriendo una dimensión realmente mundial, subordinando a la vieja Rusia bajo las fauces del naciente imperialismo dominante en la economía mundial. Y frente al armonicismo de los marxistas legales, impugnaba su teorización sobre los esquemas de reproducción por su carácter “apologético” del capitalismo, según sus propios términos, ya que la misma no permitía profundizar en las tendencias que conducirían a la inminente crisis capitalista internacional.

En esas dos polémicas, diferentes pero complementarias, encontramos las primeras semillas de su inicial reflexión sobre el surgimiento del imperialismo contemporáneo, entendido como sistema mundial. Ese antecedente, en gran medida inexplorado por parte de las historias económicas académicas y por no pocos biógrafos y exégetas, resulta fundamental a la hora de reconstruir la formación de la teoría del imperialismo que su autor expondrá, ya en forma sintética y con un alto grado de sistematicidad dialéctica, en su obra famosa de 1916, en la cual aborda el problema desde una perspectiva epistemológica totalizante y holista, conjugando diversos ángulos. Es decir, negándose a escindir “la economía” (donde se ubica su análisis del capital financiero, la emergencia y predominio de monopolios, trusts y cárteles, así como también la fusión de bancos e industrias a escala multinacional, bajo el presupuesto de la reproducción ampliada del desarrollo desigual de las formaciones sociales); “la política” (atacando el oportunismo reformista de la denominada “aristocracia obrera” de los países centrales que confiaba ciegamente en el carácter “civilizador” de las potencias capitalistas occidentales); la dimensión “militar” (oponiéndose a las guerras imperialistas, defendiendo la legitimidad de las guerras de liberación nacional y la guerra civil revolucionaria) y la “ideología” (criticando los relatos legitimadores de los distintos chovinismos europeos occidentales que se repartían el mundo colonial, prolongando la política mediante otros medios, es decir, a través de la violencia y la guerra).

Casi dos décadas antes de su obra célebre sobre la teoría marxista del imperialismo, en numerosos pasajes de El desarrollo del capitalismo en Rusia que quedaron “en la sombra” o pasaron desapercibidos, Lenin enfatiza el vínculo de la vieja Rusia (aún periférica si se la compara con la Europa capitalista occidental), en sus nexos con... el mercado mundial. Por ejemplo, abordando el problema que quitaba el sueño a populistas liberales y marxistas legales de la década de 1890, Lenin sostiene que las “«dificultades» de la realización, de las crisis [subrayado N. K.] que con este motivo surgen [...] Las dificultades de ese género, dependientes de la falta de proporcionalidad en la distribución de las distintas ramas de la producción, brotan constantemente, no solo al realizar la plusvalía, sino también al realizar el capital variable y el constante; no solo en la realización del producto en artículos de consumo, sino también en medios de producción. Sin «dificultades» de este género y sin crisis en general no puede existir la producción capitalista, producción de productores aislados para el mercado mundial [subrayado N. K.] desconocido por ellos” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 37). Las contradicciones del mercado interior de la vieja Rusia (de las cuales los populistas liberales pretendían extraer como conclusión lógica la supuesta “imposibilidad” del capitalismo, mientras los marxistas legales se esforzaban por morigerar y reducir a una simple fluctuación fácilmente corregible), se profundizaban y reproducían de modo ampliado por el vínculo y los nexos de la periferia con... el mercado mundial. Unidad y escala de análisis ya abierta por Marx, que en la obra de Lenin —incluso desde su producción juvenil— permite contextualizar y comprender las especificidades de cada formación social.

Varios años antes de que, en diciembre de 1915, prologara la obra de Bujarin La economía mundial y el imperialismo (Lenin [1915], en Bujarin [1915] 1973: 23-29) y de que saliera de imprenta su propio libro sobre la teoría del imperialismo —terminado de redactar en junio de 1916 (Carta de Lenin a M. N. Pokrovski, [2/7/1916], en Lenin [1912-1922] 1960, T. 35: 227-228)—, Lenin tenía ya la mirada puesta en el mercado mundial y en la comprensión estratégica del capitalismo como sistema mundial (del cual la vieja Rusia, aún periférica y con todas sus especificidades sociales y culturales, no podía permanecer al margen).

Ya desde esa época (1899), todavía anterior al inminente cambio de siglo, las investigaciones de Lenin no se detenían en las dicotomías y antinomias de populistas liberales y marxistas legales. Al demostrar empíricamente y con numerosas estadísticas que las relaciones sociales de la Rusia tradicional estaban siendo subsumidas por el capitalismo mundial en su fase imperialista, Lenin concluye su grueso y documentado libro de 1899 reflexionando sobre... ¡la conquista de las periferias y las zonas coloniales!

Sobre esa temática fundamental para la futura teoría marxista de la dependencia, el joven Lenin escribe: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir y desarrollarse sin una ampliación constante de la esfera de su dominio, sin colonizar nuevos países [subrayado N. K.] y arrastrar a los países viejos no capitalistas al torbellino de la economía mundial [subrayado N. K.]” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 587-588).

Esta última afirmación va acompañada, en su obra de 1899, por otra hipótesis todavía más radical. En su óptica, las contradicciones propias de las colonias y zonas periféricas retrasan y postergan el estallido de las contradicciones en las metrópolis capitalistas centrales (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 587). Hipótesis que reaparece, mucho más pulida, ampliada y profundizada, en su reflexión de 1916 (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 268-279; [1916b] 2009: 473-485), núcleo teórico de la estrategia antiimperialista y anticapitalista desarrollada pocos años después por la Internacional Comunista que se organiza, precisamente, cortando amarras con el “socialismo” etnocéntrico, colonialista y brutalmente euro-occidentalista de la Segunda Internacional. No cuesta demasiado trabajo encontrar el empleo y desarrollo de esta misma hipótesis en la mayoría de las obras latinoamericanas hoy ya clásicas, propias de la teoría marxista de la dependencia (como por ejemplo, las de Ruy Mauro Marini) y en la producción teórica de los partidarios de la teoría marxista de la acumulación en escala mundial (como por ejemplo, Samir Amin).

Después de Lenin, la reflexión sobre la conquista de las colonias y el mundo periférico, convertidos en “nuevos mercados” para la exportación de capitales también se hará presente en la obra El capital financiero que publicara en 1910 el marxista austríaco —reformista pero de enorme erudición— Rudolf Hilferding (Hilferding [1910] 1973: 358-359). Obra que Lenin estudió al detalle y utilizó como insumo de su propia indagación madura de 1915-1916.

Precisamente sobre esa conquista de las periferias (que, en tanto acumulación originaria renovada, reproduce periódicamente el capitalismo imperialista), es decir, sobre “el afuera” del sistema capitalista central y metropolitano, girará el principal libro teórico de Rosa Luxemburg contra el imperialismo, quien ampliará y convertirá dicha problemática, todavía colateral en Hilferding, en el nervio central de su obra La acumulación del capital (Luxemburg [1912] 1967: 266-324, particularmente 278-281).

Como el máximo pensador y dirigente bolchevique cuestionó la confusión de niveles lógico e histórico en los argumentos de Rosa en torno a los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, la literatura académica convencional pasó por alto que Lenin, varios años antes que se produjeran los debates del período 1910-1916 (donde intervienen Hilferding, Rosa Luxemburg, Otto Bauer y Bujarin, entre varios más), ya había escrito sobre la subordinación de las periferias y la conquista de colonias por parte del sistema capitalista y su mercado mundial. Esa reflexión específica sobre el desarrollo capitalista dependiente y la subordinación de las periferias será otro de los elementos fundamentales de su posterior teoría del imperialismo, particularmente en lo que atañe al “reparto del mundo” (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 268-279; [1916b] 2009: 473-485), fuente nutricia y esencial en la que se apoyará la futura teoría marxista de la dependencia.

Siguiendo el hilo rojo de los descubrimientos y tendencias expuestas por Marx en El Capital, Lenin pudo actualizar la teoría marxista, articulando una reflexión coherente y profunda sobre el desarrollo desigual de las formaciones económico-sociales dentro de un sistema mundial capitalista ya dominado por el imperialismo y los grandes monopolios, trusts y cárteles que, motorizados por el capital financiero (fusión del capital bancario con el industrial) operan a escala global, a través de..., según sus propias palabras, una “red internacional de dependencias” [subrayado N. K.] (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 252 y [1916b] 2009: 458).

Su papel central, hoy ya inocultable, en tanto fuente de inspiración de la teoría marxista de la dependencia, no se reduce exclusivamente a sus investigaciones sobre: (a) la comprensión del capitalismo imperialista como sistema mundial, radicalmente diferenciado de los estudios económicos convencionales sobre “el comercio internacional” entre Estados-naciones, concebidos como entidades recíprocamente autónomas; (b) la tesis del carácter asimétrico y el desarrollo desigual de las distintas formaciones económico sociales, operante a escala internacional (y dentro de cada una de las formaciones sociales); (c) la corroboración del reparto del mundo colonial, semicolonial y dependiente entre países, sociedades y empresas oligopólicas multinacionales y (d) la diferenciación topológica de países, sociedades y naciones imperialistas, coloniales, semicoloniales y dependientes.

Además de estas tendencias propias del capitalismo imperialista entendido como sistema mundial, comunes a la teoría del imperialismo de Lenin y a las obras clásicas de la teoría marxista de la dependencia, en sus múltiples textos encontramos también otra reflexión fundamental del principal pensador bolchevique, mayormente “descuidada” o inobservada, por parte de sus críticos, sus partidarios e incluso hasta en sus exégetas.

Se trata de (e) la hipótesis leninista que describe y denuncia la “superexplotación” o “explotación redoblada” [Lenin no utiliza explícitamente ninguna de estas dos palabras, aunque sí hace referencia al concepto teórico que aquellas designan. N. K.] de los pueblos coloniales, periféricos y dependientes, en particular, los pueblos indígenas.

Reseñando los debates del Congreso Internacional de Stuttgart [1907] sobre el capitalismo mundial y el papel fundamental de la lucha contra la política de conquista de las grandes potencias imperialistas (escandalosamente justificado por los “socialistas” colonialistas Eduard Bernstein de Alemania y Hendrick Van Kohl de Holanda, por entonces dos de los principales líderes del revisionismo a escala internacional), Lenin escribe: “La burguesía establece en las colonias un régimen de auténtica esclavitud, somete a los indígenas a escarnios y violencias sin precedentes y los «civiliza» difundiendo el alcohol y la sífilis. ¡Y se propone que, en tales condiciones, los socialistas se dediquen a pronunciar frases evasivas sobre la posibilidad de reconocer en principio la política colonial! [Lenin se refiere a las tesis de

E. Bernstein y H. Van Kohl. N. K.]. Ello equivaldría a adoptar abiertamente el punto de vista burgués. Ello significaría dar un paso decisivo hacia la supeditación del proletariado a la ideología burguesa, al imperialismo burgués, que ahora levanta la cabeza con particular altivez” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 70). Más adelante agrega: “Tales condiciones crean en ciertos países una base material, una base económica para contaminar el chovinismo colonial al proletariado de esos países” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 71). Y finalmente, polemizando contra la arrogancia del “socialismo” colonialista difundido en la Segunda Internacional, Lenin aporta una teorización de una importancia incalculable a los fines de este estudio. Entonces escribe: “Pues bien, la vasta política colonial ha llevado en parte [subrayado de Lenin. N. K.] al proletariado europeo a una situación por la que no [subrayado de Lenin. N. K.] es su trabajo el que mantiene a toda la sociedad, sino el trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de las colonias [subrayado de N. K.]” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 71).

Si observamos detenidamente su razonamiento, resulta que, en el capitalismo imperialista comprendido como sistema mundial, no sería el trabajo de las clases obreras europeas y occidentales —aquellas que operarían con mayor nivel de “productividad” y tecnología— el que mantendría a toda la sociedad, permitiendo su reproducción social, sino... “el trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de las colonias” (sic).

Esta reflexión de Lenin, quien jamás escribe “a vuelapluma” ni formula juicios de manera puramente retórica, sino precisando y puliendo de manera obsesiva cada uno de sus conceptos, hipótesis y categorías, plantea la tesis según la cual la explotación de “los indígenas” (es altamente probable que mediante este término el líder bolchevique no se esté refiriendo exclusivamente a los pueblos originarios, tal como los entendemos hoy en día [2022], sino a todos los pueblos explotados de las sociedades coloniales y dependientes) permite reproducir no solo el capitalismo colonial, semicolonial y dependiente, sino también... a las sociedades metropolitanas, occidentales y “civilizadas” del capitalismo imperialista.

En el conjunto de su obra, Lenin no profundiza ni desarrolla con lujo de detalle esta hipótesis suya, de altísimo valor teórico y político para los estudios contemporáneos, formulados desde el Sur Global. Se concentra prioritariamente en el análisis, la crítica y la denuncia de las empresas, sociedades y naciones imperialistas. Pero evidentemente tenía muy en claro el papel fundamental de esta explotación de “los pueblos indígenas” por parte de sus burguesías nativas y del régimen imperialista, en tanto sistema mundial, al punto que llega a afirmar que ese trabajo indígena... brutalmente sojuzgado... es el que “mantiene a toda la sociedad” (¡sic!).

Semejante hipótesis de 1907, aún sin desarrollar al detalle, está presente en sus planteos sobre el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación (de 1914) y, sobre todo, en la política radicalmente antiimperialista y anticolonialista que adoptará la Internacional Comunista bajo su liderazgo, en sus primeros congresos (Schlesinger [1967] 1977: 46-48).

Aun sin haber empleado la palabra textual “superexplotación” ni haber recurrido a la expresión “explotación redoblada”, resulta innegable que dicho concepto teórico explicativo se encuentra en su teoría crítica y en la denuncia económica y política que Lenin hace del imperialismo. Aproximadamente seis décadas antes de que lo empleara y desarrollara Ruy Mauro Marini como una de sus categorías centrales en la teoría marxista de la dependencia.

Habiendo entonces superado y dejado atrás aquellos antiguos debates y polémicas contra populistas liberales y marxistas legales de la última década del siglo XIX, a inicios del siglo XX, Lenin se introduce de lleno en nuevas controversias de largo aliento y alto nivel teórico. Ahora centradas en la presunta teoría del “derrumbe” automático del capitalismo, que algunos quisieron encontrar en El Capital para cuestionar a Marx y su proyecto revolucionario, tratando de derivar el socialismo, no de la teoría de la crisis capitalista y la organización revolucionaria imprescindible para intervenir políticamente en el campo de probabilidades que abren sus contradicciones antagónicas sino a partir del... ¡iluminismo de la ética kantiana!

A varios kilómetros de distancia de ese reformismo revisionista, Lenin nunca se desbarrancó por la pendiente de las unilateralidades de quienes creyeron toparse en los estudios de Marx con una consoladora teoría del “derrumbe”, ineluctable y automático, del sistema capitalista (sea por sus desproporcionalidades endógenas, propias de la acumulación capitalista; sea por el subconsumo, correspondiente a las dificultades de la circulación y la realización del plusvalor); así como tampoco cayó seducido ante los cantos de sirena de un supuesto mandato ético y su correspondiente “imperativo categórico” absoluto, acrítico y falsamente universal.

Derrumbe ineluctable y depresión crónica, por un lado, mandato ético e imperativo categórico, por el otro. Una típica “antinomia del pensamiento burgués”, según explicó Lukács (Lukács [1923] 1982: 120). Antinomia que Lenin impugnó al mismo tiempo por constituir dos caras de la misma moneda reformista, manteniendo la brújula del marxismo revolucionario en medio de “revisionistas” y “ortodoxos”, ambos bandos enfrentados dentro de un mismo paradigma hegemónico en tiempos de la Segunda Internacional, que Lenin enfrentó con su teoría del imperialismo y su reflexión sobre la crisis capitalista y la emergencia de las “situaciones revolucionarias”.

La aguda y encendida polémica del pensador bolchevique contra el reformismo en sus diferentes vertientes y matices resulta difícil de diluir o desdibujar, a pesar de los eruditos y denodados esfuerzos llevados a cabo por Giacomo Marramao (Marramao 1978: 7-49), ensayista italiano cuyos infructuosos intentos por borrar las fronteras entre la Segunda Internacional y la Internacional Comunista, así como los límites entre reformismo y leninismo, fueron seguidos al pie de la letra, y de modo completamente acrítico, durante la segunda mitad de los años 1970 y toda la década de 1980, por el argentino José Aricó, una vez que este último girara definitivamente hacia la socialdemocracia (Aricó [1976-1977] 2012: 211-244). Quién sabe qué malabarismos teóricos y políticos ensayarían Marramao y Aricó para resignificar la siguiente proposición de Lenin, presente en el prólogo a las ediciones francesa y alemana de El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito el 6 de julio de 1920: “La escisión internacional de todo el movimiento obrero se muestra ahora con toda nitidez (II y III Internacional). La lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias [subrayado N. K.] es también un hecho evidente [...]”, y a continuación Lenin enumera, una por una, las confrontaciones entre ambas internacionales en diversos países, incluyendo el asesinato de Rosa Luxemburg y los espartaquistas en Alemania a manos de la socialdemocracia reformista (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 203; Lenin [1916b] 2009: 405).

En ese nutrido y variopinto conglomerado del cual se fue desmarcando Lenin cada vez con mayor énfasis y contundencia, cabe incluir a una buena parte de quienes se empantanaron, confundiendo la lógica con la historia, girando en falso en torno a los esquemas marxistas de reproducción del libro segundo, descontextualizados del resto de hipótesis y teorías de El Capital.

El principal pensador bolchevique logró desmarcarse y diferenciarse tanto de los “catastrofistas” como de los “revisionistas” por no haber confundido jamás los presupuestos lógico-dialécticos y metodológicos de El Capital con las realidades empíricas de cada una de las formaciones económico sociales integradas en el sistema mundial imperialista.

Un segmento importante de esos nuevos debates comenzaron principalmente, a partir de las intervenciones del ya mencionado Mijaíl Ivanovich Tugán-Baranovski, primero con su obra Estudios sobre la teoría e historia de las crisis comerciales en Inglaterra [1894] y luego con su Fundamentos teóricos del marxismo [1905]. Tugán-Baranovski, marxista legal, neoarmonicista y revisionista, creyó identificar en Marx dos teorías distintas del “derrumbe”, una basada en la caída tendencial de la tasa de ganancia, la otra en el subconsumo. Primero le respondió, desde la supuesta “ortodoxia”, Heinrich Cunow, defendiendo la pretendida teoría del “derrumbe”. A su turno Karl Kautsky, por entonces también “ortodoxo”, le contestó a Tugán-Baranovski intentando reemplazar la teoría del “derrumbe” por la teoría de la crisis entendida como “depresión crónica continua”, pero sin salirse a fondo del planteo de origen. También participaron del debate Conrad Schmidt, homologando aquella supuesta teoría del “derrumbe” con el subconsumismo, posición que incluso profundizó Louis B. Boudin (Sweezy [1942] 1973: 211-236).

El bando revisionista, aspiró a escapar de la presunta teoría determinista y objetivista del “derrumbe”, cayendo en los brazos de Kant, condimentado con el cooperativismo y el gradualismo, pero impregnando por sobre todas las cosas a la teoría socialista de una mirada marcadamente eurocéntrica, colonialista y occidentalista (Bernstein, [1899] 1982: 57-58), diametralmente opuesta a la perspectiva anticolonialista de Karl Marx.

Junto a Bernstein, el otro gran exponente del revisionismo, con no menor erudición que su homólogo alemán, es sin duda el austro-marxista Otto Bauer, quien, polemizando con Rosa Luxemburg, en 1913 planteó esquemas de reproducción pensados para cuatro ciclos de acumulación capitalista; mientras Henryk Grossman, aún intentando polemizar con el armonicismo de Tugán-Baranovski, adoptó los mismos esquemas de Bauer extendiéndolos a un cálculo de treinta y un años (Sweezy [1942] 1973: 231-236; Grossmann [1929] 1984: 67 y ss.; Colletti 1985: 432).

De todas las intervenciones que participaron de aquella nueva polémica la más radical fue, sin duda alguna, Rosa Luxemburg. Analizando el proceso global de la producción capitalista y teniendo en mente la lucha política contra el imperialismo (y su indisoluble militarismo), Luxemburg intentó subrayar los límites objetivos de la acumulación capitalista, tratando de demostrar, a partir del cuestionamiento de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, que la acumulación o reproducción ampliada se vuelve imposible en un sistema capitalista “cerrado” (en el cual, según los supuestos metodológicos de Marx, solo habría dos clases: capitalistas y clase obrera). En su óptica, la realización del plusvalor necesita siempre “un afuera” (Luxemburg [1912] 1967: 269), pues dentro del sistema “cerrado” llegaría un momento en que la demanda con capacidad solvente de pago se volvería imposible, excepto que... esa demanda provenga de “afuera”, es decir, de relaciones sociales precapitalistas (sea en relaciones sociales agrarias en las metrópolis, sea en colonias aún no completamente sometidas y subsumidas por las relaciones sociales capitalistas del sistema mundial).

Al escribir este libro, el objetivo político de Rosa era sumamente radical: cuestionar el colonialismo capitalista, pero también someter a discusión las complicidades del colonialismo “socialista” de la Segunda Internacional (representado, en el Congreso Internacional de 1907, como ya señalamos, principalmente por Eduard Bernstein y Hendrick Van Kohl), poniendo en el primer plano de la discusión teórica los procesos de conquista y sometimiento de diversos pueblos, sociedades y naciones de la periferia del sistema capitalista, sin los cuales el capitalismo no podría sobrevivir de ninguna manera como sistema mundial. (La afamada “acumulación por desposesión” de David Harvey (Harvey 2003: 111-140) resulta netamente deudora de los análisis que un siglo antes desarrollara Rosa Luxemburg). En ese plano Rosa fue una crítica demoledora del eurocentrismo que lamentablemente impregnó a las principales autoridades de la teoría socialista en tiempos de la Segunda Internacional.

No obstante, como ha sido advertido en demasiadas ocasiones, las limitaciones de este loable intento, motivado por un objetivo claramente revolucionario y radical, se centran en la incomprensión metodológica del nivel de abstracción lógica de los esquemas de reproducción de El Capital (Rosdolsky [1968] 1989: 92-100; Valier [1971] 1975: 100-101; Guillén Romo 1978: 74). En ese mismo sentido agrega Marini: “Además de manifestar la tendencia que caracteriza de reducir lo lógico a lo histórico, fuente de todos los errores de su obra de innegable valor, Rosa Luxemburg se equivoca en la apreciación del concepto de reproducción simple, puesto que no es lo mismo una abstracción que una ficción” (Marini, 1979a).

No era un despropósito focalizar la mirada —como bien lo hizo Rosa Luxemburg— en ese “afuera” de la acumulación capitalista en Europa occidental, es decir, en la periferia del sistema capitalista mundial, donde se encuentran precisamente los pueblos colonizados, las formaciones sociales periféricas y dependientes y la fuerza de trabajo “indígena” (como la denominó Lenin), todas ellas temáticas que la posterior teoría marxista de la dependencia adoptará como objeto prioritario de estudio y análisis.

Sin embargo, haciendo un balance desde nuestros días, es innegable que Marx estaba más que “informado” de los procesos colonialistas propios del sistema mundial capitalista (Kohan 1998 y 2022). Si los esquemas de reproducción ampliada del libro segundo de El Capital no se centraban en el comercio exterior de Inglaterra ni teorizaban prioritariamente sobre el colonialismo, no era por falta de “información” o de “interés” de Marx. Las razones eran de orden lógico-dialéctico y metodológico. Si se reflexiona sobre El Capital en su conjunto, sin aislar los esquemas de reproducción del resto de la obra, no puede obviarse que Marx, ya en el libro primero había formulado la hipótesis de que la conquista y colonización de América, África y Asia constituían una precondición imprescindible e indispensable para que se conformara el sistema capitalista a escala mundial (Marx, [1872-1873] 1988, T. I, Vol. 3: 939).

Aun destacando el innegable brillo teórico y la valentía política de Rosa Luxemburg (esa águila que siempre voló más alto que todas las gallinas reformistas que la insultaron y despreciaron, como bien advirtió Lenin ante su asesinato), gran parte de esos debates iniciados por Tugán-Baranovski, propios de la Segunda Internacional, se perdían en los laberintos de los diversos niveles lógicos de la escritura de El Capital, por ejemplo, confundiendo las abstracciones lógicas de los esquemas de reproducción con esquemas formales de la sociedad capitalista (Sweezy [1942] 1973: 211-236; Mandel [1962] 1983, T. 2: 97-98; Rosdolsky [1968] 1989: 510-519; Caputo y Pizarro [1970] 1975: 210-211 y 1971: 76-77; Colletti [1978] 1985: 237-279; Marini 1979a; Osorio 2004: 38-40).

Aquellas viejas antinomias entre el objetivismo catastrofista del presunto “derrumbe” y la moralina revisionista, hoy insostenibles y tan solo interesantes para quien pretenda conocer la historia de la teoría social crítica, se reprodujeron en tiempos más recientes con otros ropajes, nuevos formatos y jerga apenas modificada, pero repitiendo palmo a palmo los mismos errores de antaño (que, de tan repetidos, dejan de ser errores para transformarse en obstáculos epistemológicos y políticos). En las formulaciones más cercanas a nuestra época —claramente deudoras y herederas de la Segunda Internacional, que oponía mecánicamente el objetivismo y el voluntarismo; “la economía” y “la política”—, aquellas descoloridas e inoperantes dicotomías vuelven a presentarse invitándonos a optar entre:

(a) La teoría del valor de El Capital de Marx, interpretada de modo arbitrario como si aquella consistiera en una explicación genérica, simple y objetivista del metabolismo del “capital en general”, que nos describiría, supuestamente, cómo funciona el capitalismo en cualquier lugar del planeta (prescindiendo de todo tipo de mediaciones, desarrollo desigual entre formaciones económico-sociales, asimetrías nacionales ni superexplotación de la fuerza de trabajo) y

(b) La teoría leninista del imperialismo, asociada a una concepción “voluntarista” de la organización revolucionaria, y a un análisis del capitalismo centrado exclusivamente en los monopolios y las rivalidades entre potencias, pero no sustentado en las formas y modos de producción y reproducción de la vida social.

Es decir, una falsa y forzada disyunción exclusiva que pretende introducir al interior del paradigma marxista las antinomias propias y típicas del pensamiento burgués.

¡Como si la teoría del valor de Marx y la teoría del imperialismo de Lenin fueran antagónicas y excluyentes!

Lo cierto es que, más allá de hermenéuticas malintencionadas y macartistas, Lenin supera el objetivismo pasivo de la Segunda Internacional que a partir de una lectura en clave fatalista de la concepción materialista de la historia y el callejón sin salida de una presunta teoría del “derrumbe” (extraída con fórceps de El Capital) pretendía condenar al movimiento revolucionario a “esperar” el despliegue hasta el infinito del capitalismo hasta que este se choque, casi mecánicamente, con sus limitaciones endógenas. Pero Lenin tampoco cae en la apología ingenua y en el fondo predeterminista, desde la cual, se cantan loas de alabanza ciega al espontaneísmo de las masas que se levantarían por arte de magia cuando “exploten”, frente a sus límites ineludibles, las contradicciones internas del sistema capitalista.

Aunque en sus investigaciones y estudios económicos (desde 1893 a 1916) encontramos varias pistas de su resolución, las claves principales mediante las cuales Lenin resuelve el dilema entre objetivismo y subjetivismo se encuentran principalmente en sus teorías de la crisis y las situaciones revolucionarias junto con su teoría de la hegemonía (núcleo epistemológico de su filosofía marxista de la praxis). En dichas teorías se articulan dialécticamente las dimensiones “objetivas” y “subjetivas” del marxismo; separadas, desconectadas y enfrentadas tanto en las obras de los “ortodoxos” como en las intervenciones de los “revisionistas”. Frente a ambos, Lenin apostó dialécticamente por una perspectiva radical, anticapitalista y antiimperialista, que ponía en el centro de la discusión la antinomia sujeto-objeto. La base epistemológica del planteo leninista sobre la hegemonía gira en torno al concepto de “crisis revolucionaria”, condición de posibilidad objetiva para la intervención política subjetiva y organizada del campo revolucionario. Ni derrumbe catastrófico y automático ni simple imperativo categórico: la originalidad del planteo estratégico de Lenin residía en su defensa de la legitimidad de la organización revolucionaria (y sus múltiples formas de lucha), imprescindible para intervenir en las situaciones revolucionarias abiertas por la crisis estructural y sistémica del capitalismo, entendido como sistema imperialista mundial.

En su obra se conjugan entonces sus teorías sobre: (a) la crisis; (b) la situación revolucionaria; y (c) la hegemonía. Estas tres dimensiones, articuladas desde una estrategia política, le permitieron eludir la antinomia sin salida del catastrofismo economicista que esperaba, infructuosamente, el “derrumbe”, así como también la impotente y reformista moralina neokantiana.

Por ejemplo, refiriéndose al primero de mayo de 1913, en su texto “La celebración del 1 de mayo por el proletariado revolucionario”, Lenin intentó definir conceptos claves como los de “situación revolucionaria” y “crisis revolucionaria”. Por entonces escribió: “La sola opresión, por grande que sea, no siempre origina una situación revolucionaria [subrayado N. K.] en un país. Para que estalle la revolución no basta con que los de abajo no quieran [subrayado de Lenin N. K.] seguir viviendo como antes. Hace falta, además, que los de arriba no puedan [subrayado de Lenin N. K.] seguir administrando y gobernando como hasta entonces” (Lenin [1913] 1960, T. 19: 218-219). Estaba claro que su planteo se negaba a apoyarse exclusivamente en crisis económicas para esperar sentados el supuesto “derrumbe” y la emergencia de un cambio de régimen.

Dos años más tarde, Lenin volvía a insistir con la dialéctica de objetividad-subjetividad y la pertinencia de las categorías de “situación revolucionaria” y “crisis revolucionaria”. Escribía entonces: “Porque la revolución no surge de toda situación revolucionaria, sino solo de una situación en la que a los cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un cambio subjetivo” (Lenin [1915] 1960, T. 21: 212).

No es casual que, por esta resolución dialéctica del enigma mediante el cual el pensador bolchevique dejaba varios kilómetros atrás, al mismo tiempo, a “catastrofistas” y “revisionistas”, Antonio Gramsci haya caracterizado a Lenin, en sus Cuadernos de la cárcel, como “el más grande teórico moderno de la filosofía de la praxis” (Gramsci [1932-1933] 1999-2000, Cuaderno 11, Tomo 4: 135).

Ese planteo estratégico y dialéctico de Lenin es el que explica la superioridad que sus posiciones ganaron durante la primera guerra mundial frente a “revisionistas” y “ortodoxos”, ambos pertenecientes a la socialdemocracia reformista, occidentalista y eurocéntrica.

El capitalismo, ya convertido en sistema mundial imperialista, nunca se “derrumbaría” automáticamente sin la intervención subjetiva y organizada del movimiento revolucionario (no solo el de la Europa occidental, étnicamente blanca, moderna y con pretensiones “ilustradas”, sino también el movimiento revolucionario de las colonias, semicolonias, países periféricos, naciones oprimidas, pueblos indígenas y sociedades dependientes). ¿Intervención que aparecería en qué momento? Pues cuando se presente “la ocasión” sobre la que escribiera el viejo pensador florentino Nicolás Maquiavelo; traducida por Lenin mediante la categoría de “situación revolucionaria” en medio de la crisis del sistema capitalista. Por eso la teoría leninista del imperialismo no solo constituye un aporte teórico y científico de largo aliento (imprescindible para comprender la génesis y desarrollo de la posterior teoría marxista de la dependencia), sino también y principalmente, la base epistemológica subyacente en la fundación de la futura Internacional Comunista.

Aunque la vulgata convencional pretendió reducir la teoría del imperialismo a una receta y un esquema economicista, su gestación y conformación en realidad se nutre de múltiples dimensiones de análisis; aun cuando Lenin, consciente de la estricta censura zarista, no siempre puede volcar en sus textos destinados específicamente a Rusia el abanico multicolor de sus infinitos estudios y lecturas. Por ejemplo, en su Carta del 2/7/1916 dirigida a M. N. Pokrovski, emitida desde Zürich (Suiza), a través de la cual le avisa que le envía por correo certificado el manuscrito del libro que se conocerá finalmente como El imperialismo, fase superior del capitalismo, le dice a su interlocutor: “[...] ¡Sería muy decepcionante que no lo editaran! [...] En cuanto al nombre del autor, yo preferiría, por supuesto, mi seudónimo habitual. Si esto no fuera conveniente, sugiero otro: N. Lenivtsin. O si quiere, elija usted cualquier otro. [...] En cuanto al título, si no es oportuno el que lleva, si conviene evitar la palabra «imperialismo», pongan entonces: Las peculiaridades fundamentales del capitalismo moderno [...] Le envío la primera hoja, con el índice de los capítulos, algunos de los cuales tienen un título que tal vez no resulte del todo conveniente desde el punto de vista de las medidas de rigurosidad. Si usted lo cree más conveniente y seguro, reténgala y no la pase [...] P. S.: He hecho todo lo posible por adaptarme a las «medidas de rigurosidad». Me resulta tremendamente difícil y me doy cuenta de que, por esta causa, hay muchas asperezas. Pero ¡qué le vamos a hacer!” (Lenin [2/7/1916] 1986, T. 49: 295-296).

Toda la carta de Lenin (recién publicada en forma íntegra en 1932) expresa, en reiteradas ocasiones, las particulares condiciones de censura por las cuales debía pasar su libro sobre el imperialismo, comprometiendo desde el título mismo de la obra, el nombre de su autor, las notas y bibliografía empleadas, los términos utilizados, etc. Acusar entonces a Lenin de “economicista” por no incluir las consecuencias políticas y los procesos político-militares como parte del imperialismo (que él tenía estudiados en detalle a fines de junio de 1916, cuando concluye su obra), haciendo de este modo deliberada abstracción de las complejísimas condiciones en las cuales se elaboró, se escribió y se publicó su libro, presupone —¡en el mejor de los casos!— una ignorancia supina. Por no decir más.

Habiendo entonces acumulado una perspectiva propia y distinta, a lo largo de esas incontables polémicas con populistas liberales, marxistas legales, economicistas, catastrofistas pretendidamente “ortodoxos” y revisionistas gradualistas, Lenin amalgama y articula diversas problemáticas en una concepción holista y totalizante que conducirá a su teoría madura del imperialismo.

Entre esas problemáticas diversas pero complementarias que conforman los principales insumos de su teoría madura del imperialismo deberían incluirse:

— Su obra Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, escrita en febrero-marzo de 1914 y publicada en abril-junio del mismo año. En ella, Lenin, apoyándose en un criterio estrictamente histórico, social y económico ajeno a todo “esencialismo”, prolonga e incluso profundiza sus polémicas de 1907 contra el “socialismo” colonialista y euro-occidentalista de la Segunda Internacional, defendiendo la legitimidad de los pueblos coloniales e indígenas, así como de las naciones periféricas y oprimidas a enfrentar y separarse de las potencias coloniales y formar su propio Estado; defender su lengua materna; constituir una administración autónoma y un Parlamento igualmente independiente. Pero lo más importante de esta obra, para el presente estudio, es el rescate riguroso, delicado y sutil que Lenin hace de la correspondencia y escritos de Karx Marx sobre el problema colonial. Rescatando del interesado “olvido” en el que E. Bernstein, H. Van Kohl, F. Ebert, E. Vandervelde y tantos otros “socialistas” colonialistas —disfrazados de “internacionalistas”— sepultaron los escritos de Marx, Lenin reproduce la carta del 10 de diciembre de 1869 del autor de El Capital donde este deja en claro el apoyo abierto de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) a la independencia de la colonia inglesa de Irlanda. Lo mismo hace con otras cartas de Marx sobre la independencia nacional de Polonia. En esas posiciones de Marx, formuladas no solo a nombre suyo y de Engels, sino en representación de la AIT (Primera Internacional), se invierte la ecuación metrópoli-colonias. Marx explica de modo detallado la conclusión a la que llegó luego de estudiar durante años el problema: no es el proletariado “civilizado” de la nación opresora el que liberará a los pueblos coloniales e indígenas, sino justamente al revés. Es la lucha y la victoria de los pueblos coloniales e indígenas, es decir, las periferias coloniales, semicoloniales y dependientes, la que hará posible que finalmente se emancipe el proletariado metropolitano de la gran nación imperialista (Marx y Engels 1979a: 140-141, 182-184, 187-189, 190-191, 193-194, 208, particularmente 188; Lenin [1914a] 1960, T. 20: 430-437, especialmente 434). Allí, cuando Lenin se pregunta: “¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos?” (Lenin [1914a] 1960, T. 20: 408), el dirigente bolchevique se hace eco de las lecturas de Marx, quien incorpora a sus estudios sobre el colonialismo y el sistema mundial una frase programática que lo deslumbra, pronunciada el 16 de diciembre de 1810 por el indio americano Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz: “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre” (Yupanqui [1810]).

— Su lectura y cuadernos de notas donde comenta en detalle la Ciencia de la lógica de Hegel, entre septiembre y diciembre de 1914. En ese manuscrito fundamental, donde sistematiza todo el abanico de contradicciones antagónicas que estallaron durante la crisis de la primera guerra mundial, Lenin se replantea en el terreno epistemológico sus enormes diferencias con el marxismo de la Segunda Internacional, tanto en sus versiones presuntamente “ortodoxas”, como las de Plejanov, así como en sus vertientes neokantianas y revisionistas, como las de Bernstein. Polemizando con ambas tendencias, sostiene: “Es completamente imposible entender El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda [subrayado de Lenin N. K.] la Lógica de Hegel. ¡¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!!” (Lenin [1914b] 1960, T. 38: 174).

— Su lectura y síntesis de la Metafísica de Aristóteles, redactada por Lenin en la Biblioteca de Berna (Suiza), durante 1915. En ella Lenin, habiendo estudiado previamente y a fondo las críticas de Hegel, profundiza en las búsquedas e investigaciones de Aristóteles sobre la lógica, desmarcando la obra del pensador griego —presente en las diversas redacciones de El Capital de Marx, desde los Grundrisse de 1857-1858 hasta las redacciones posteriores que van a la imprenta en 1867 y 1872-1873— de toda la escolástica posterior que “congeló” sus exploraciones para convertirlas en un sistema cerrado (Lenin [1914b] 1960, T. 38: 357-366; Kohan 2018b: 288).

— Su lectura y comentarios sobre la obra De la guerra de Karl von Clausewitz, redactados no más tarde de mayo de 1915, poco después de haber estudiado la Ciencia de la Lógica de Hegel. Investigación que le sirve, en primer instancia, para sus artículos “La bancarrota de la II Internacional” y “El socialismo y la guerra”, pero sobre todo para repensar el papel central de las guerras (las de conquista, las de liberación nacional y las guerras civiles revolucionarias) en la fase imperialista del capitalismo a escala mundial (Lenin [1915a] 1979). La edición original consultada por Lenin del libro de Clausewitz De la Guerra llevaba por título Obras póstumas del general Karl von Clausewitz. Acerca de la guerra y la conducción de la guerra. Contenía en total 10 tomos y fue editada por su hermana María (aunque otras ediciones del libro De la Guerra atribuyen la edición póstuma a su viuda). Las anotaciones de puño y letra extractadas, anotadas y redactadas por Lenin fueron publicadas como folleto separado bajo el título en idioma ruso Leninskaia Tretadka (archivo Nº 18674, Instituto Lenin, Moscú. Las notas corresponden al Archivo Lenin y son del año 1930, seis años después de su fallecimiento).

— Su prólogo a la obra de Nikolái Ivánovich Bujarin La economía mundial y el imperialismo, redactado en diciembre de 1915, donde el principal pensador y dirigente bolchevique ajusta cuentas principalmente con la visión kautskiana de un imperialismo presuntamente “pacífico”, absolutamente integrado en una especie de “ultraimperialismo” en los términos de Kautsky (Lenin, en Bujarin [1915] 1973).

— Sus Cuadernos sobre el imperialismo, donde figuran varios planes para un futuro libro sobre El imperialismo; materiales que reúnen lecturas, extractos, trabajos, apuntes, notas e investigaciones desarrollados entre 1912 y primera mitad de 1916. En esos trabajos preparatorios, Lenin elabora 15 cuadernos sucesivos (foliados y ordenados con letras del alfabeto griego) donde extracta 148 libros, (106 en alemán, 23 en francés, 17 en inglés y 2 traducidos al ruso); 232 artículos (206 en alemán, 3 en francés, y 13 en inglés) de 49 publicaciones periódicas. A ellos se agregan otros 5 cuadernos “extra”, redactados previamente, al margen de los cuadernos foliados en griego (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 7-8; Lenin [1912-1916] 1986, T. 28: VIII; Aguilar Monteverde 1983: 86).

A lo largo de esas infinitas lecturas e indagaciones, prácticamente inabarcables, se destacan, entre muchos otros textos, cuatro obras, tres libros y un artículo: John A. Hobson: Estudio del imperialismo de 1902; Rudolf Hilferding: El capital financiero de 1910 [traducido al ruso en Moscú en 1912]; Rosa Luxemburg: La acumulación del capital de 1912 y el libro, prologado por Lenin como ya mencionamos, de Nikolái I. Bujarin La economía mundial y el imperialismo de diciembre de 1915. A esos cuatro trabajos principales, en su obra finalmente terminada al culminar junio de 1916, Lenin le agrega la utilización de muchos otros, como los escritos y análisis de Heymann, Herman Levy, Vogelstein, Riesser, Kestner, Liefmann, Tafel, Lansburght, Kaufmann, Schulze-Gaevernitz, Lysis (de quien adopta la expresión, tan importante en su obra, de “oligarquía financiera”), Stillich y Sombart entre muchísimos otros.

En los Cuadernos de lectura, Lenin va bosquejando distintos planes de redacción de su futuro libro sobre el imperialismo. En uno de los primeros planes de escritura va enumerando sucintamente posibles temas a abordar (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 189-191) pero más adelante avanza, detalla y desglosa con lujo de detalles el plan definitivo de la obra a lo largo de 15 páginas (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 220-235). Como también está presente en su ya mencionada correspondencia, en dicho plan manuscrito podemos advertir que Lenin tenía en mente, a la hora de escribir su futuro El imperialismo, fase superior del capitalismo, que dicho libro iba a pasar por la censura, por lo tanto tenía que “disimular” los aspectos más políticos, incluso político-militares, que figuraban como consecuencias ineludibles de sus análisis. El propio Lenin hace explícita mención de la censura por cuyo filtro deberá atravesar el libro en cuestión, lo cual explica que ensaye alternativas posibles para cada uno de los títulos, subtítulos y capítulos, ingeniándoselas para poder “eludir” las tijeras y prohibiciones del zarismo (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 220).

En esos mismos Cuadernos, Lenin señala críticas detalladas o diferentes falencias en las obras de Hobson, Kautsky y Hilferding (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 189-191; 254-261; 324-329; T. 2: 221-224; 227-228).

El nombre de Rosa Luxemburg (su seudónimo político “Junius”) aparece en varios pasajes, pero tan solo mencionado (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 278, 300, 373; T. 2: 113, 169, 184, 189-190, 194, 348 y 353). En estos Cuadernos, Lenin no critica en detalle La acumulación del capital de Rosa, pero sí extracta y critica el folleto “La crisis de la socialdemocracia” (redactado en abril de 1915) y, en particular, su apéndice “Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional” (fechado en Zürich, 2 de enero de 1916), principalmente por su incomprensión del derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, en la época del imperialismo. Cabe recordar que en ese texto Rosa cita como fuente creíble y confiable a Karl Kautsky y esgrime una posición “internacionalista” abstracta, contraria a las guerras de liberación nacional antiimperialista de los pueblos coloniales y periféricos, muy diferente a la posición política sostenida por Lenin en su ya mencionada obra Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación de 1914. Lenin extracta algunos fragmentos y se hace preguntas al margen del texto de “Junius” (Rosa) (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 300-306).

El cuaderno especial titulado “Imperialismo” (que figura aparte de la secuencia de los primeros 15 cuadernos y no aparece foliado, como el resto, con letras griegas), de corta extensión, fue redactado en sus segmentos principales por la compañera de Lenin, Nadezhda Krupskaya. Lenin sí subrayó algunos pasajes de este pequeño cuaderno, hizo la paginación y agregó una inscripción en la portada (Lenin [1912-1916] 1984, T. 2: 278-289).

Si El imperialismo, fase superior del capitalismo incursiona explícitamente en la problemática de la dependencia (¡sic!), donde Lenin ubica precisamente como ejemplo arquetípico a la Argentina (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 277; Lenin [1916b] 2009: 483), en sus Cuadernos sobre el imperialismo, había previamente analizado y reseñado el libro del Dr. Robert Redslob Países dependientes (Un análisis del concepto de poder gobernante originario) [Leipzig, 1914, 352 páginas] (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 237-238). De este autor, Redslob, adopta la expresión “países dependientes”, empleada en la fuente original para hacer referencia a países y sociedades bajo dominación colonial principalmente inglesa que logran su posición de supuestos “países libres”, pero en realidad “son países dependientes” [subrayado de Lenin N. K.]. Lenin anota y subraya: “Utilizar para comparar el imperialismo (económico) y la independencia política” (Lenin [1912-1916] 1984, T. 1: 237-238).

Precisamente desde esa perspectiva, en su libro célebre de 1916 empleará el concepto de “dependencia” intentando subrayar el carácter de un tipo de países diferentes a las viejas colonias y semicolonias, con institucionalidad formal propia pero sustancialmente dependientes. Si en la reseña del libro de Robert Redslob que figura en sus Cuadernos, Lenin anotaba principalmente los nombres de Australia, Sudáfrica y Canadá como ejemplos empíricos de este carácter, en El imperialismo, fase superior del capitalismo la categoría teórica de “dependencia” será trasladada y aplicada, en cambio, a... la Argentina (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 277; Lenin [1916b] 2009: 483).

Habiendo entonces pasado revista a esa inmensa y abigarrada acumulación de trabajos de investigación encarada por Lenin desde 1893 hasta la primera mitad de 1916, incluyendo sus incontables polémicas con populistas liberales, marxistas legales, catastrofistas y derrumbistas “ortodoxos”, revisionistas neokantianos, partidarios del “ultraimperialismo” pacífico, etc.; además de sus hipótesis sobre la superexplotación (sin utilizar la palabra, pero sí el concepto) del trabajo de los pueblos indígenas por parte de las burguesías nativas de países periféricos en alianza con las potencias imperialistas centrales, sus estudios sobre los derechos a la autodeterminación de las naciones oprimidas y pueblos coloniales, sus lecturas sobre la lógica dialéctica en El Capital (siguiendo el hilo en Marx desde la Ciencia de la Lógica de Hegel hasta la Metafísica de Aristóteles), sus cuadernos de notas sobre Clausewitz y la guerra como continuación de las contradicciones económicas y políticas por medios violentos, sus apuntes y síntesis críticas sobre Hobson, Hilferding, Luxemburg y Bujarin, su reflexión sobre la dependencia como un fenómeno consustancial a la época del imperialismo, llegamos, por fin, a la obra madura El imperialismo, fase superior del capitalismo.

En ella, Lenin, atento a la lectura de la juventud y la militancia revolucionaria (como reconoce en la mencionada carta a M. N. Pokrovsky), termina sintetizando en forma pedagógica lo que considera los cinco rasgos fundamentales del imperialismo:

(1) La concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica;

(2) La fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este «capital financiero», de la oligarquía financiera;

(3) La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande;

(4) La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y

(5) La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 280-281 y Lenin [1916b] 2009: 487).

Esta enumeración, aparentemente simple, “escolar” y “popular”, en realidad sigue un hilo completamente metódico, como ha destacado Rodolfo Banfi en A propósito de «El imperialismo» de Lenin (Banfi, en Santi et al [1969] 1971: 94). Nótese que la primera característica remite a la tendencia ya sugerida en el libro primero de El Capital, cuando Marx explica la ley general de la acumulación del capital. Lenin parte de dicha tendencia, que en tiempos de Marx operaba precisamente como tendencia, pero medio siglo después, durante la primera guerra mundial, ya se encontraba plenamente desarrollada en el sistema mundial capitalista.

El segundo rasgo remite a una fusión extensamente explorada por Hilferding, aun cuando Lenin le reprochara su tratamiento de los fenómenos monetarios y crediticios. A pesar de dicha crítica, Lenin incorpora varias teorizaciones de Hilferding, también atinentes a la tercera característica apuntada (Santi [1969] 1971: 14-15).

En el cuarto rasgo, Lenin pasa por encima de las limitaciones reformistas de Hilferding (quien ubicaba el reparto del mundo, producto de la exportación de capitales, como algo secundario y colateral), retomando de algún modo el énfasis de Rosa Luxemburg en dicho reparto; fenómeno imperialista que Lenin analizó previamente gracias a la ayuda de Clausewitz y su reflexión sobre los conflictos políticos y político-militares (aunque por razones de censura no aparezcan destacados en la obra destinada a la imprenta, pero sí aparecen en sus cuadernos de notas previos de aquel período).

Entre el cuarto y el quinto rasgo, se ubica la problemática específica de la dependencia, donde Lenin ensaya una topología general de las diversas formaciones económico sociales sometidas al desarrollo desigual y a la opresión social y nacional en la economía mundial. Allí se ubica también la problemática de la superexplotación del trabajo indígena que, según sus propias palabras, “mantiene a toda la sociedad” (entendiendo por “toda la sociedad” tanto a la del mundo dependiente como al mundo capitalista de las potencias centrales, según los términos empleados por Lenin en sus críticas de 1907 contra el social-imperialismo y el chovinismo “socialista” de la Segunda Internacional).

El quinto rasgo apunta precisamente a describir, comprender y explicar el estallido de contradicciones antagónicas —negadas por “ortodoxos” y revisionistas— a escala mundial y la posibilidad de transformar las guerras imperialistas en guerras de liberación nacional y en guerras civiles revolucionarias, base de la estrategia de los bolcheviques en 1917 y de la conformación del proyecto original de los primeros congresos de la Internacional Comunista.

Recordemos, por último, que la teorización de Lenin no se detuvo en su obra de 1916. Pocos años más tarde, habiendo ya triunfado la revolución bolchevique y habiéndose fundado la Internacional Comunista, Lenin vuelve una vez más sobre estos problemas. Si en las críticas de 1907 a la Segunda Internacional priorizaba un enfoque “económico” al destacar la superexplotación del trabajo indígena en los países coloniales, periféricos y dependientes, en el informe de la Comisión sobre el problema colonial y nacional del segundo congreso de la Internacional Comunista Lenin retoma aquellas hipótesis —habitualmente “olvidadas”— de 1907, pero enfatizando ahora el componente prioritariamente político. Complementando sus hipótesis de 1907, en 1920 escribe: “El rasgo característico del imperialismo consiste en que, como vemos, todo el mundo se divide actualmente [1920 N. K.] en un gran número de pueblos oprimidos y en un número insignificante de pueblos opresores, que disponen de colosales riquezas y de gran fuerza militar [...] Entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias se ha producido cierto acercamiento, de modo que muy a menudo —tal vez en la mayoría de los casos— la burguesía de los países oprimidos, aunque apoye los movimientos nacionales, al mismo tiempo lucha de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, juntamente con ella, contra todos los movimientos revolucionarios y contra todas las clases revolucionarias” (Lenin [1920] 1960, T. 31: 229, 231).

Abordar la teoría marxista de la dependencia desconociendo toda esta plataforma epistemológica y política puede llegar a resultar un entretenido juego académico, pero convengamos que semejante intento, no por repetido deja de alejarse de la verdad histórica y de la conformación misma de la teoría social crítica.

Teoría marxista de la dependencia y las revoluciones del Sur Global

En las reconstrucciones académicas de la teoría marxista de la dependencia (TMD) habitualmente suelen mencionarse como antecedentes suyos referencias genéricas a obras previas, publicadas en Nuestra América. No es incorrecto, aunque lamentablemente dicho enfoque suele resultar incompleto. Hoy en día debería enriquecerse, para poder estudiar y evaluar la conformación de esta escuela marxista desde una aproximación más rigurosa.

Entre los principales antecedentes de esta escuela de pensamiento, más allá de los diversos planes de investigación de Karl Marx y su prolongación en la gestación de la teoría leninista del imperialismo, no pueden dejar de mencionarse los célebres Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana [1928] del marxista peruano José Carlos Mariátegui. Esta obra pionera y precursora de una perspectiva propia en la utilización del método de Marx empleado para indagar sobre la especificidad de la realidad de Nuestra América en sus múltiples dimensiones (desde la dominación burguesa y la explotación del trabajo indígena; su raíz en el problema de la (no) propiedad de la tierra de las comunidades originarias, brutalmente expropiadas; la coexistencia y combinación de distintas relaciones sociales, desiguales pero invariablemente subordinadas al mercado mundial; el irresuelto problema educativo; la persistencia del racismo neocolonial en tiempos de las repúblicas y su modernidad periférica y dependiente, el complejo vínculo de vanguardia, tradición e indianismo en la cultura peruana, etc.). A la hora de reflexionar sobre cada uno de los principales debates que aborda su libro, Mariátegui pone en primer plano la problemática del imperialismo y la inserción dependiente de las formaciones sociales nuestro americanas en dicho sistema.

Las originales hipótesis, formuladas en esa obra precursora, fueron discutidas y duramente combatidas durante la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, reunida en Buenos Aires en 1929, apenas un año después de su aparición. En las exposiciones y polémicas de aquella Conferencia, aunque aparece una clara y recurrente referencia a la dependencia [sic] del continente frente al imperialismo y su mercado mundial capitalista, las posiciones oficiales y predominantes terminaron cuestionando las tesis mariateguianas defendiendo como tesis alternativa “las condiciones de explotación semifeudales” y “el estado de servidumbre” de las principales formaciones económico sociales del continente (AA.VV. 1929: 334 [subrayados de N. K.]).

Sin embargo, la obra de algunos historiadores marxistas, tanto brasileros como argentinos, vendrá a poner en discusión la hipótesis del supuesto “feudalismo latinoamericano” que había sancionado como incuestionable la Conferencia de 1929. Esta otra perspectiva, alternativa, identificaba y destacaba el predominio del “capitalismo colonial” en los diversos países. Por ejemplo, en la Historia económica del Brasil de Caio Prado Junior [1945] o también en las investigaciones del argentino Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina [1949] y en Estructura social de la colonia. Ensayo de historia comparada de América Latina [1952], encontramos un punto de vista diferente, que constituirá un claro antecedente de las reflexiones posteriores de la TMD. Lo mismo cabe afirmar de los ensayos del sociólogo marxista argentino Silvio Frondizi sobre “la integración mundial del capitalismo” [1947].

Desde Mariátegui a Silvio Frondizi, pasando por Caio Prado Junior y Sergio Bagú, se venían poniendo en discusión los esquemas mecánicamente etapistas sancionados como “oficiales” en 1929.

Esas obras latinoamericanas enriquecían y desarrollaban aún más el programa de investigación de Marx y la teorización sobre el imperialismo, las periferias y la dependencia explorada durante más de dos décadas por Lenin.

Pero los antecedentes “locales” de esta escuela de pensamiento marxista (la TMD) no quedaban reducidos a cuatro o cinco profesores e intelectuales, como habitualmente se cree.

El gran “escándalo” teórico y el terremoto político que abrió el horizonte de interrogaciones e hizo posible una relectura antidogmática de los clásicos marxistas europeos —ninguneados por diversos macartismos, conscientes o inconscientes, abiertos o solapados— junto con la recuperación de la obra “olvidada” de estos militantes precursores de Nuestra América fue, sin lugar a dudas, el triunfo de la revolución cubana.

Aun destacando la presencia ineludible de aquellas obras teóricas precursoras, la clave de bóveda que permitirá comprender las razones de fondo que permitieron a la teoría marxista de la dependencia (TMD) poner en discusión la mirada apologética de la CEPAL, la teoría rígidamente etapista de la modernización y la industrialización pergeñada por economistas macartistas como el funcionario estadounidense W. W. Rostow (Rostow [1960] 1965: 6-9) y la sociología académica convencional que lo acompañó en su sesgada lectura sobre el continente latinoamericano, está principalmente vinculada al triunfo y consolidación de la revolución cubana iniciada en 1959.

Dicha revolución, mucho más radical y profunda que la revolución mexicana de principios de siglo y que la frustrada revolución boliviana de 1952, situará en el eje de la agenda teórica y política la discusión sobre el papel del imperialismo, la dependencia y las relaciones sociales predominantes en el continente.

¿Solamente como hecho político? No, también como gestación de una reflexión propia del pensamiento revolucionario nuestro-americano.

No olvidemos que en la Primera Declaración de la Habana [2/9/1960], el comandante Fidel Castro señalaba: “Nuestro país, en comercio desigual con los Estados Unidos, había pagado, en diez años, mil millones de dólares más de lo que ellos nos habían pagado a nosotros por nuestros artículos [...] Eso fue lo que encontró la revolución al llegar al poder: un país económicamente subdesarrollado, un pueblo que era víctima de todo género de explotación [...] La asamblea general nacional del pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista [subrayados de N. K.]” (Castro [1960] 1988: 220-221, 243).

Menos de un año después, en esa misma constelación se inscribían las intervenciones que, en agosto de 1961, Ernesto Che Guevara formulaba en nombre de la revolución cubana en la Conferencia uruguaya de Punta del Este (donde se discutía en términos estrictamente “económicos” pero también políticos), cuando afirmaba: “Además, calculando —naturalmente, un cálculo que no tiene una base científica y solo sirve como medio de expresión de ideas— que el proceso de desarrollo de los países actualmente subdesarrollados y el de los países industriales se mantuviera en la misma proporción, los subdesarrollados tardarían 500 años en alcanzar el mismo ingreso por habitante de los países desarrollados [subrayados de N. K.]” (Guevara [1961] 2003: 41).

Medio año más tarde, en la Segunda Declaración de La Habana [4/2/1962], volvemos a encontrar la persistencia de una conocida tesis marxista, pulida con la paciencia de un artesano por Lenin a lo largo de innumerables polémicas durante dos décadas. En aquella oportunidad, Fidel Castro sostuvo que: “¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de dólares? Sencillamente de la explotación del trabajo humano [...] Así se produjo la fusión de los bancos con la gran industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los grandes excedentes de capital que en cantidades mayores se iba acumulando? Invadir con ellos el mundo. Siempre en pos de la ganancia, comenzaron a apoderarse de las riquezas naturales de todos los países económicamente débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los obreros de la propia metrópoli [...] El movimiento de los pueblos dependientes y colonizados es un fenómeno de carácter universal que agita al mundo y marca la crisis final del imperialismo [subrayados de N. K.]” (Castro [1962] 1988: 466-467).

No cuesta demasiado advertir que en estas intervenciones célebres de Fidel Castro y el Che Guevara (quienes habían compartido, juntos, habiendo triunfado ya la revolución cubana, un seminario de estudio de El Capital coordinado por el profesor Anastasio Mansilla) se reiteran, de manera recurrente e inocultable, las tesis sobre: (a) la explotación redoblada del trabajo de los pueblos oprimidos, colonizados y dependientes (en comparación con la explotación convencional de los proletariados metropolitanos de los países capitalistas imperialistas); (b) “el desarrollo del subdesarrollo” en el capitalismo latinoamericano sometido al sistema imperialista; y (c) el comercio y el intercambio desiguales entre los países capitalistas subdesarrollados y los países imperialistas; entre varias otras tesis que más tarde se incorporarían al corpus central y al núcleo duro de la TMD, siempre a partir del paradigma abierto por la teoría leninista del imperialismo.

El desafío que la teoría marxista de la dependencia (TMD) lanzó a partir de la segunda mitad de la década de 1960 principalmente sobre las teorías económicas de la CEPAL y contra la sociología estadounidense de la modernización, pero también sobre algunas antiguas teorizaciones, unilaterales y ya perimidas, de las izquierdas eurocéntricas, se nutría no solo de un atento y riguroso estudio de El Capital de Karl Marx y de la teoría leninista del imperialismo sino también de esa aparente “herejía” política producida en el Caribe que sacudió a todo el pensamiento revolucionario latinoamericano y mundial. La TMD sistematizaba, en el terreno de la crítica de la economía política, las tesis políticas impulsadas por la revolución cubana para todo el continente americano y el Sur Global, que en aquel tiempo era conocido como el Tercer Mundo. El singular relieve de la revolución encabezada por Fidel y el Che Guevara se sobreimprime sobre un amplio y profundo horizonte de luchas revolucionarias por la descolonización de todo el Sur Global, incluyendo dentro suyo desde la proclamación de la independencia y la revolución vietnamita, el triunfo de la revolución china, el proceso de la revolución argelina, las rebeliones de numerosos pueblos africanos y todas las insurgencias tercermundistas.

La revolución cubana, más que mil documentos, puso en crisis al mismo tiempo los presupuestos hasta ese momento “autoevidentes” de la izquierda eurocéntrica y las presuntas “verdades” consagradas de las disciplinas académicas convencionales, abriendo las puertas para una nueva reflexión sobre la realidad latinoamericana a partir del marxismo revolucionario (Osorio 2004: 130). No casualmente, dos de los principales exponentes de la TMD debatieron y polemizaron en torno a la revolución cubana desde las páginas de un mismo libro, elaborado y publicado inicialmente por su autora, Vania Bambirra, el 26 de julio de 1973 por parte del Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de la Universidad de Chile, prologado al año siguiente por Ruy Mauro Marini, ya ocurrido el golpe de Estado del general Pinochet (Bambirra [1973] 1974). Ambos, Bambirra y Marini, compartían al unísono la crítica política del denominado “foquismo”, bosquejado en un comienzo por un ensayo periodístico-literario de Jean-Paul Sartre en su temprana visita a Cuba y luego transformado en esquema metafísico, dogmático y generalizador por un extenso libro de Regis Debray [Revolución en la revolución, 1967], el verdadero inventor de dicha “teoría”, erróneamente atribuida al Che Guevara. Este último —según el testimonio que hemos recogido en entrevistas a sobrevivientes que compartieron la lucha junto al Che— la había criticado en su campamento insurgente de Bolivia (Kohan 2013: 419-424). Pero al mismo tiempo, Bambirra y Marini aportaban, tanto en el cuerpo del libro como en el prólogo, matices diferentes en torno a las fases y etapas sociales, económicas y políticas de la revolución cubana.

En su gestación, las primeras teorizaciones de la TMD fueron elaboradas principalmente por una serie de militantes e intelectuales de origen brasilero, entre quienes se destacan Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra (todos ellos y ellas militantes de la organización de izquierda revolucionaria denominada Política Operaria – POLOP). Exiliados de Brasil tras el golpe de Estado de 1964, la adopción de la TMD fue compartida más tarde también por discípulos chilenos suyos como Orlando Caputo Leiva y Roberto Pizarro. Junto a ellos y ellas incursionaban en dicha constelación los intelectuales alemanes André Gunder Frank (quien había sido alumno herético de Milton Friedman en la Universidad de Chicago) y Franz Hinkelammert (economista marxista y al mismo tiempo teólogo de la liberación).

Junto a todo este elenco deben destacarse otros dos teóricos muy conocidos, al comienzo muy cercanos, pero que rápidamente entraron en ácidas contradicciones con el resto de esta tradición. Nos referimos a Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, quienes escribieron a cuatro manos Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica en Santiago de Chile, entre 1966 y 1967, publicado en 1969. Ambos se distanciaron rápidamente de las vertientes marxistas, entablando con ellas agudas discusiones, controversias y polémicas a lo largo de décadas. (No resulta casual que muchos, por no decir la mayoría, de quienes impugnan en el mundo académico a la TMD ubican, de modo sesgado, unilateral e interesadamente, a Cardoso y Faletto como “paradigmas” centrales para referirse a toda la escuela, obviando, en primer lugar, que ambos fueron claramente minoritarios dentro de toda esta constelación intelectual y, en segundo lugar, que los dos rechazaron el marxismo radical, principalmente de Ruy Mauro Marini, aunque también del resto de integrantes de esta corriente marxista. Quizás por esta misma razón se los adopta, con no poca mala fe, como referentes exclusivos de la teoría de la dependencia, intentando borrar el abismo que separa, distancia y enfrenta, de manera antagónica, a las vertientes burguesas de las corrientes marxistas, sin duda predominantes, dentro de dicha escuela de pensamiento).

De la prolífica, diversificada y muy nutrida producción de esta corriente de teoría social crítica, para finalizar este trabajo elegiremos como objeto de análisis a una de las sistematizaciones más pulidas y articuladas con mayor rigor y consistencia lógica, ya en su fase de madurez, condensada en el libro Dialéctica de la dependencia de Ruy Mauro Marini. Marco obligado de referencia en investigaciones y polémicas actuales, desarrolladas en el siglo XXI.

Exiliado en Chile, Marini redacta en 1972 el borrador original de Dialéctica de la dependencia, teniendo en mente la organización de un futuro seminario sobre El Capital de Marx, destinado a abordar el debate sobre la especificidad del capitalismo latinoamericano dentro del sistema mundial imperialista. Marini, como el resto de integrantes de esta escuela de pensamiento marxista con todos sus matices, en ese momento era militante orgánico —miembro de su comité central— de una de las principales insurgencias latinoamericanas. Ese borrador es publicado en forma parcial por la revista Desarrollo y sociedad, del Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Universidad de Chile y luego en forma completa, de modo mimeografiado, por el mismo CESO (dirigido por Theotonio Dos Santos y donde investigaban también Vania Bambirra, Orlando Caputo, Roberto Pizarro, entre varios más). El texto escapa al control del autor, pues es reproducido en forma “pirata” por varias organizaciones políticas y grupos de estudios, dentro y fuera de Chile. Hecho que convence a Marini para publicarlo en formato de libro, agregándole como apéndice dos cortas respuestas a las primeras críticas recibidas por parte de Fernando Henrique Cardoso. El libro como tal sale de imprenta, por primera vez, en México en 1973 por la editorial ERA (Barreda Marín [1994], en Marini y Millán 1994b, T. 2: 199-200).

Esta obra, de apretada extensión, constituye una especie de síntesis lógico-dialéctica de todas las investigaciones empíricas y teóricas hasta ese momento producidas por dicha escuela. El libro se estructura de manera rigurosamente metódica, a partir de una introducción y seis apartados, a los que siguen las dos respuestas polémicas. Todas ellas planteadas a modo de hipótesis de trabajo, formuladas como matriz de un proyecto colectivo de investigación destinado a develar las regularidades propias de la especificidad del capitalismo dependiente, el otro polo de la misma ecuación analizada por Lenin en la teoría del imperialismo.

Nacida entonces en el horno de la descolonización del Tercer Mundo y todas las extremidades del sistema mundial capitalista, cocinada al calor del fuego de la revolución cubana, pero también de las revoluciones vietnamita, china, coreana y argelina, sin olvidarnos de las diversas insurgencias latinoamericanas (de las cuales, insistimos, los principales exponentes de la TMD fueron militantes políticos orgánicos), la formulación de Marini tomó aquella posta de Lenin, sin abandonar a Marx. Es decir, esquivando la falsa disyuntiva —tan difundida en las academias occidentales— que pretende e invita tramposamente a optar entre ambos.

Dialéctica de la dependencia, una de sus formulaciones más maduras y rigurosas de toda la corriente, se asienta en una detalla hermenéutica de los diversos libros de El Capital (Marini 1979b), articulando esas investigaciones con estudios detallados de los clásicos marxistas posteriores: Lenin, Rosa Luxemburg, Bujarin, etc.

En cuanto al método, Marini retoma las indicaciones del Marx de los Grundrisse y El Capital. El punto de vista para analizar las contradicciones del capitalismo dependiente no debería sustentarse en estudios segmentados de país por país, como solía hacerlo la economía convencional y la sociología académica, sino a partir del mercado mundial, es decir, contemplando las particularidades en las periferias y semiperiferias del capitalismo mundial “en la perspectiva del sistema en su conjunto” (Marini [1973] 1987: 14).

En esta obra, una de las principales conclusiones, no sólo económicas sino también teóricas y con innegables consecuencias políticas, consiste en sostener que “el fundamento de la dependencia es la superexplotación del trabajo” (Marini [1973] 1987: 49, 101 [subrayado N. K.]). Una tesis que, sin aclararlo en nota al pie, retomaba y reactualizaba puntualmente las ya analizadas impugnaciones de Lenin contra el colonialismo y neocolonialismo imperialista (Lenin [1907] 1960, T. 13: 71).

¿Cómo define Marini a la superexplotación?

En una intervención elaborada en 1972, publicada poco después, el mismo año en que aparece Dialéctica de la dependencia, Marini aborda la categoría del siguiente modo: “La posibilidad de rebajar el salario del obrero no encuentra limitación en la necesidad de realizar el producto, una vez que este se destina al exterior; el consumo del obrero es irrelevante para la realización del producto. En consecuencia, el carácter que asume el ciclo del capital en una economía de este tipo [dependiente. N. K.] no pone ninguna traba a la explotación del trabajador y, al contrario, la lleva a configurarse como una superexplotación [...] La tercera forma [de plusvalor. N. K.], la menos ortodoxa, pero seguramente la más importante en un país dependiente, consiste simplemente en dar al obrero una remuneración inferior al valor real de su fuerza de trabajo, [...] rebajar la paga del obrero más allá de lo que permitiría su tiempo de trabajo necesario, y convertir el fondo de consumo del obrero en una parte del fondo de la acumulación del capital” (Marini [1972] 1973 [subrayados de N. K.]).

Para una lectura lineal, simplista y mecánica, este tipo de aproximaciones teóricas brindadas por Marini pueden, quizás, ser (erróneamente) homologadas con las definiciones tradicionales que brinda Karl Marx en El Capital sobre las modalidades del plusvalor absoluto, característico de las fases iniciales del sistema mundial capitalista, que, según El Capital, nunca desaparecen del todo pero dejan su lugar predominante a la extracción de plusvalor relativo una vez que el régimen capitalista se para sobre sus propios pies y, aunque las subordina y subsume, ya no depende de formas de explotación históricamente previas. Pero en Dialéctica de la dependencia Marini se encarga, por anticipado, de aclarar ese posible equívoco: “Lo que importa señalar aquí, en primer lugar, es que la superexplotación no corresponde a una supervivencia de modos primitivos de acumulación del capital, sino que es inherente a esta y crece correlativamente al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo” (Marini [1973] 1987: 98 [subrayados de R. M. Marini]).

Por lo tanto, la superexplotación no irá progresivamente disminuyendo a medida que aumente la productividad del trabajo y se vaya generalizando en extensión y en profundidad el dominio del capital sobre el planeta en su conjunto a través de las diferentes formaciones económico sociales (profundizando la subsunción formal y real del mundo del trabajo vivo bajo las fauces devoradoras del trabajo muerto, devenido capital). ¡Al contrario! A medida que avance el imperio del capital sobre el conjunto de la vida humana, la superexplotación irá en aumento (con el único límite que pueda imponerle la resistencia organizada de las clases sojuzgadas y su lucha de clases). Esa generalización y profundización de la superexplotación se ejercerá, sin ninguna duda, sobre el conjunto de las economías y sociedades dependientes, periféricas y neocoloniales.

Que la misma también pueda abarcar en forma creciente a las sociedades capitalistas desarrolladas e imperialistas es materia de debate y de polémica abierta hasta nuestros días [2022]. Esta noción central en la sistematización lógico-dialéctica ensayada por Marini en 1973 para dar cuenta de las investigaciones colectivas de toda esta escuela reaparecerá —como fuente nutricia y al mismo tiempo marco de debate— en las discusiones, polémicas y controversias actuales sobre el imperialismo, la dependencia y la superexplotación en el siglo XXI (Sotelo Valencia 2012: 129-203; Smith 2016: 187-223; Katz 2018: 263-287; Osorio y Reyes 2020: 171-265; etc.).

Aunque la categoría ya había sido adelantada y bosquejada por Karl Marx, principalmente en los capítulos décimo (X), décimo tercero (XIII) y décimo quinto (XV) del primer libro de El Capital (Marx [1872-1873] 1988, T. 1, V. 2: 381, 525, 637), y también la habían empleado con una enorme fuerza político-argumentativa impugnadora pensadores comunistas negros afrodescendientes, militantes de la Internacional Comunista en tiempos de Lenin, es Marini quien le otorga un estatuto metodológico central en la teoría crítica marxista contemporánea.

¿Cuándo fue la primera vez que la empleó y formuló Marini?

Muy probablemente haya sido en el artículo “Subdesarrollo y revolución en América Latina”, escrito, según él mismo recuerda en su propia Memoria (redactada en 1990 a pedido de la Universidad de Brasilia), en respuesta a una solicitud de la revista cubana Tricontinental.

Esa publicación emblemática se había fundado en La Habana el 16 de abril de 1967, cuando la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina [OSPAAAL] editó en un suplemento especial el texto íntegro del histórico “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental” del Che Guevara, en un folleto cuya página introductoria anunciaba la cercana salida de la revista. En ese texto con que se funda la revista Tricontinental, Ernesto Guevara afirmaba: “En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales —instrumentos de dominación—, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta”. La misma tesis se reitera varias veces en el texto del Che, ubicando en la explotación de los “territorios dependientes” la base de sustentación del imperialismo como sistema mundial (Guevara [1967] 1970, T. 2: 588, 594, 597).

Recordemos que la OSPAAAL, de donde surge dicha publicación que sigue existiendo hasta hoy en día, se gestó en enero de 1966 en la Conferencia Tricontinental de La Habana, donde acudieron todas las corrientes revolucionarias y organizaciones marxistas del mundo, incluyendo las agrupadas en torno a la Unión Soviética, las que se sentían afines y simpatizantes de la República Popular China, las que promovían la solidaridad con Vietnam (por entonces dividido, invadido y en guerra con tropas norteamericanas) y Corea (del Norte, dividida luego de una guerra sangrienta ante la invasión del imperialismo estadounidense), la inmensa mayoría de quienes luchaban contra el neocolonialismo y el apartheid en África y las insurgencias latinoamericanas en sus diferentes tendencias, variantes y colores. Dato histórico más que relevante para tomar en cuenta la inscripción política en el seno de la cual nace la versión marxista más radical de la teoría marxista de la dependencia (TMD) y sus principales categorías analíticas. Hecho histórico habitualmente “olvidado” o ninguneado en las historiografías académicas de la teoría de la dependencia que, en primer lugar, despolitizan interesadamente su objeto de estudio suprimiendo esa gestación histórica y en segundo lugar, desplazan el supuesto origen de dicha teoría exclusivamente a la producción de Cardoso y Faletto, infinitamente más moderada, alejada del marxismo teórico, ajena a los movimientos políticos revolucionarios del Sur Global y en gran medida apologética de las burguesías.

La revista Tricontinental publica el trabajo original de Ruy Mauro Marini en su número séptimo, en julio-agosto de 1968. Menos de medio año más tarde, en abril de 1969, lo reproduce la célebre revista marxista y antiimperialista de Estados Unidos Monthly Review n.º 61, en su edición en castellano (por entonces desplazada en su impresión a Chile, debido al golpe de Estado de 1966 en Argentina).

En dicho artículo, en gran medida fundacional, Marini define el concepto teórico de superexplotación superando la estrechez del economismo, extendiéndolo y ampliándolo hacia otros ámbitos de la vida social: “La superexplotación del trabajo constituye así el principio fundamental de la economía subdesarrollada, con todo lo que implica en materia de bajos salarios, falta de oportunidades de empleo, analfabetismo, desnutrición y represión policíaca” (Marini [1968] 1969: 38, 47). En dicho trabajo pionero, coincidiendo con el análisis del Che Guevara, Marini llega a sostener incluso que el imperialismo se funda en la superexplotación del trabajo de las sociedades subdesarrolladas y dependientes (Marini [1968] 1969: 51), tesis radical que reactualiza la “olvidada” y herética formulación de Lenin sobre la superexplotación de los pueblos indígenas y coloniales, escándalo de presuntos “marxistas ortodoxos” y horror para todo el revisionismo eurocéntrico y occidentalista de ayer y de hoy (Lenin [1907] 1960,

T. 13: 71), ya que tanto para “ortodoxos” como para “revisionistas” eurocéntricos, la superexplotación sería un derivado necesario e inevitable producto de “la falta de capitalismo” y de la debilidad en el desarrollo de las fuerzas productivas que generaría como lógica consecuencia sistémica una productividad menor que en los capitalismos centrales e imperialistas.

En su libro Subdesarrollo y revolución de 1969, Marini vuelve sobre la categoría, enriqueciéndola y complejizándola, señalando que en las economías capitalistas periféricas se produce “la ruptura de la relación entre la remuneración del trabajo y su valor real, o sea, entre lo que se considera como tiempo de trabajo necesario y las necesidades de subsistencia planteadas efectivamente por el obrero [...] En este último caso, la fuerza de trabajo se estará remunerando a un precio inferior a su valor real, y el obrero no estará sometido tan solo a un mayor grado de explotación, sino más bien es objeto de una superexplotación” (Marini [1969] 1977: 115-116). De todos esos antecedentes, volcados posteriormente en Dialéctica de la dependencia, se nutre su reflexión sobre la superexplotación como categoría central de la actual crítica de la economía política.

En Dialéctica de la dependencia, Marini trata de identificar dos determinaciones centrales de la superexplotación: (a) “el aumento de la intensidad del trabajo” (lo cual no puede identificarse con el plusvalor absoluto) y (b) “que la fuerza de trabajo se remunere por debajo de su valor real” (Marini [1973] 1987: 42, 92-93).

Bolívar Echeverría, un pensador que no pertenece a la escuela de la TMD, pero con una abrumadora erudición en torno a Marx y El Capital, coincidió sobre la importancia central de dicha categoría para la crítica contemporánea de la economía política, volviendo sobre esas dos determinaciones centrales de la misma: “el desgaste cotidiano excesivo de la fuerza de trabajo” y “la insuficiencia del salario respecto de las necesidades del trabajador” (Echeverría [1978] 1986: 126-127).

Dentro de la TMD infinidad de autores y autoras han coincidido en que esa categoría es la principal de todas las formuladas por Marini (Traspadini y Stedile, en Marini 2005: 34; Osorio 2009: 27-28, 109; Sotelo Valencia 2012: 115).

Lo cierto es que en Dialéctica de la dependencia esa categoría no está “suelta” ni formulada en abstracto, al margen de todo el resto de hipótesis que propone Marini.

Por momentos, Marini la formula como parte del núcleo esencial y determinante del imperialismo y la dependencia. Tal es así que afirma: “Es en este sentido que la economía dependiente —y por ende la superexplotación del trabajo— aparece como una condición necesaria del capitalismo mundial [...] (Marini [1973] 1987: 91). Mientras que en otros pasajes de su obra, la ubica como una derivación lógica del flujo de capital y plusvalor propio del intercambio desigual, caracterizándola como “un mecanismo de compensación” para las burguesías de las formaciones económico sociales dependientes, periféricas y subdesarrolladas (Marini [1973] 1987: 38). Esta doble caracterización de Marini sobre la categoría es lo que probablemente ha abierto mayores debates en las y los continuadores de esta escuela de pensamiento e investigación marxista.

¿Cuáles son las consecuencias que se derivan de dicha categoría, en el plano de la teoría crítica de la economía política?

La misma le permite a Marini y a toda la escuela de la TMD despejar los equívocos derivados de las impugnaciones que le atribuyen a esta teoría un presunto “circulacionismo” (es decir, analizar el capitalismo mundial prioritariamente a partir del mercado y la circulación, dejando en un segundo lugar a la producción).

Retomando una hipótesis precursora de Silvio Frondizi (antecedente obligado de la TMD, como lo reconocen algunos de sus integrantes, entre los que se encuentra el mismo Marini) sobre “la integración de los sistemas productivos” a escala mundial, Marini vuelve observable una tendencia que, medio siglo más tarde de su obra Dialéctica de la dependencia, se ha transformado ya en una realidad palpable: la integración mundial de los sistemas productivos, la existencia de cadenas globales de producción de valor y el predominio de “mercancías globales” (Smith 2016: 9-38). En dicho contexto, queda claro que el proceso de la dependencia y la dominación del imperialismo a escala mundial no operan única ni exclusivamente en el comercio internacional ni en las finanzas, sino principalmente en la producción social global de la era imperialista. Ni el imperialismo ni la dependencia renovada son productos exclusivos de la circulación.

Por si este contundente dato empírico no alcanzara para despejar dudas, vacilaciones y acusaciones superficiales, cabe agregar otro argumento, de tipo teórico. Si la superexplotación del trabajo, núcleo central del imperialismo y la dependencia, se ejerce y tiene lugar en el seno de las relaciones sociales de producción, propias de los capitalismos dependientes, carece de sentido el reproche contra Marini y su escuela de la TMD atribuyéndole ese supuesto “circulacionismo”, que, en todo caso, se encontraría más cerca de las reflexiones de André Gunder Frank (Frank [1966] 1987: 16-17; Frank 1972: 13); criticado, dicho sea de paso, en Dialéctica de la dependencia (Marini [1973] 1987: 19).

Marini aclara que el movimiento dialéctico de la teoría marxista de la dependencia sigue el camino circulación-producción-circulación, tal como Marx lo expone en El Capital (que no comienza en su primer capítulo con la producción misma sino con el mundo fetichista de las mercancías en el mercado, intercambiadas a través de cuatro formas de valor, para pasar de la superficie apariencial y el supuesto “Edén de los derechos humanos innatos” al mundo oculto de la producción capitalista, donde se produce la explotación y se genera el plusvalor que va a ser acumulado, fuente de toda ganancia, renta e interés, volviendo más tarde a la realización del plusvalor encerrado en dichas mercancías; la circulación y reproducción del capital social en su conjunto, para proseguir con el mundo de los precios de producción, la tasa de ganancia media, el interés bancario, la renta, etc., en el ámbito de un fetichismo profundizado y multiplicado hasta el infinito.

Pero la hipótesis de la superexplotación, siendo la más productiva y radical, no es la única que proporciona y sistematiza Dialéctica de la dependencia. Algunas lecturas de esta obra, ubican en la ruptura del ciclo de la reproducción del capital en la economía dependiente, la segunda hipótesis central, complementaria a la de superexplotación; mientras que otros, en cambio, apuntan más hacia la hipótesis del intercambio desigual, como complemento (y fundamento) principal de la superexplotación. De todas formas, más allá de cual sea el énfasis particular que cada hermenéutica privilegia, existe un amplio consenso en esta tradición que identifica en la hipótesis de la superexplotación a la categoría central de todo este proyecto marxista de investigación.

Lo cierto es que, junto a la categoría de superexplotación, esta obra articula de modo sintético y apretado, siguiendo el método de la lógica dialéctica, otras categorías e hipótesis.

Las mismas son: (a) la conexión indisoluble de la historia específica de Nuestra América integrada a las necesidades de la acumulación y el mercado capitalista a escala mundial; (b) el intercambio desigual, los flujos y transferencias de valor (y plusvalor), tal como se dan específicamente en el vínculo de las formaciones económico sociales dependientes con las economías capitalistas metropolitanas en la periodización de sus diferentes fases históricas; (c) la ya mencionada hipótesis de la superexplotación del trabajo; (d) la ruptura del ciclo de reproducción del capital —a través de la escisión de la producción y el consumo— en las sociedades dependientes; (e) las contradicciones que marcan a fuego el carácter de la industrialización de un tipo de producción capitalista dependiente destinada en lo interno a la producción de objetos de lujo (sector II b [producción de medios de consumo suntuario], según los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital) y, en lo externo, a satisfacer las demandas de las economías imperialistas; (f) la investigación sobre el desarrollo tecnológico, deformado y desigual, producto de las estructuras mismas de la dependencia, que permiten distinguir y tipificar distintos estadios en las formaciones sociales dependientes, identificando periferias “clásicas” y semiperiferias y entre estas últimas, delimitando los países que pasan a la fase del subimperialismo, tanto en la esfera propiamente económica como en el ámbito geopolítico y político-militar y (g) los nuevos “anillos de la espiral”, es decir, la reproducción ampliada de la dependencia.

Estas diferentes determinaciones específicas del proceso dinámico de la dependencia y la subordinación al imperialismo (ninguno de los dos constituyen vínculos estáticos sino procesos contradictorios de desarrollo) no están yuxtapuestas ni se desarrollan de manera inconexa, separadas e indiferentes unas de otras (por eso la exposición de Marini en su libro Dialéctica de la dependencia asume un carácter sintético, lógico-dialéctico, trazando las líneas centrales que caracterizan al conjunto del sistema de dominación sin entrar en los detalles empíricos propios de cada formación social analizada en otros trabajos previos, como por ejemplo, Subdesarrollo y revolución; ni tampoco profundizando en los problemas específicamente políticos y político-militares de la lucha de clases y la estrategia revolucionaria, que Marini trata en varios de sus otros libros, centrados en las limitaciones del reformismo y los dilemas de los procesos revolucionarios de Brasil, Chile y América Latina). Las determinaciones específicas analizadas en Dialéctica de la dependencia forman totalidades parciales, dentro de cada formación económico social, integradas a su vez en la gran e inclusiva totalidad concreta del mercado mundial capitalista en su fase imperialista que las abarca y les otorga sentido a todas ellas.

La centralidad de la hipótesis sobre la superexplotación del trabajo en las sociedades periféricas, coloniales, semicoloniales y dependientes (bosquejada por Karl Marx en varios pasajes de El Capital, como ya apuntamos; formulada por Lenin en sus debates sobre el imperialismo; retomada más tarde por la revolución cubana en consonancia con el despertar de las insurgencias del Sur Global y teorizada en las últimas décadas por infinidad de investigaciones marxistas) despeja, a nuestro entender, la acusación superficial de “circulacionismo”, lanzada contra la TMD.

Por su parte, la polémica cristalizada en los polos “exógeno” / “endógeno”, como claves explicativas dicotómicas de las razones del subdesarrollo y la dependencia latinoamericana, presente por ejemplo en el debate entre el historiador marxista argentino Rodolfo Puiggrós y el profesor alemán André Gunder Frank, publicada originariamente en 1965 en la revista mexicana El Gallo Ilustrado (Puiggrós 1969: 309-349) queda desdibujada a partir de Dialéctica de la dependencia. Aunque la posición de Puiggrós, centrada en los modos de producción internos a la sociedad colonial latinoamericana, fue retomada con mayor sofisticación por Agustín Cueva, Octavio Rodríguez y Enrique Semo, la exposición de Marini supera la forzada dicotomía endogenismo / exogenismo. La posición endogenista, por focalizar su mirada en las relaciones sociales internas, termina relegando a un segundo plano nada menos que la inserción de las formaciones económico sociales en el sistema mundial del capitalismo. La postura exogenista (primero formulada por algunos teóricos de la CEPAL, preocupados por lo que ellos denominaban “el deterioro de los términos del intercambio”, y luego radicalizada hasta sus últimas consecuencias por Gunder Frank desde un ángulo radicalmente polémico con la CEPAL), al enfatizar el predominio de la inserción en el mercado mundial, desdibuja y no permite delimitar la periodización histórica interna de las sociedades latinoamericanas, sin poder distinguir claramente América latina en el siglo XVI —recién conquistada— del mismo continente a fines del siglo XIX —habiendo alcanzado ya su independencia formal—, subestimando al mismo tiempo los procesos de guerra popular y rebeliones sociales que estuvieron en la base del proyecto bolivariano, por no mencionar la precursora revolución social y nacional triunfante en Haití.

Por otro lado, la impugnación contra Marini, a quien se ha acusado de “estancacionista”, desconoce olímpicamente que, en Dialéctica de la dependencia, su autor no solo otorga un lugar destacado al desarrollo tecnológico y de fuerzas productivas en las sociedades dependientes, sino que incluso evalúa la posibilidad de que alguna de ellas, producto de ese mismo desarrollo, se transformen en semiperiferias subimperialistas (lo cual no implica de ningún modo presuponer que sus clases dominantes dejen de ejercer la superexplotación sobre “su” fuerza de trabajo y “su” clase obrera ni tampoco invisibilizar la ruptura del ciclo de reproducción del capital dependiente, por la ya mencionada escisión entre producción y consumo).

Por último, cabe mencionar una de las acusaciones más cristalizadas y recurrentes en las vertientes eurocéntricas que, contra toda evidencia empírica, se empecinan terca y dogmáticamente en diluir, desdibujar y relativizar el proceso de superexplotación, tratando de reducirlo a un supuesto “producto natural” de la falta de productividad del trabajo en las sociedades dependientes del Sur Global. Apoyándose en lecturas superficiales, lineales y escandalosamente simplistas de El Capital, las posiciones más eurocéntricas directamente niegan la superexplotación, enfatizando que la notable diferencia salarial de la remuneración de la fuerza de trabajo que ejerce su actividad laboral en una unidad productiva ubicada en una sociedad capitalista desarrollada y la remuneración de la fuerza de trabajo contratada por la misma empresa, ejercida en una unidad productiva situada en una sociedad dependiente se explica exclusivamente por supuestas “diferencias de productividad” entre ambas. ¡Aunque las dos unidades productivas posean la misma tecnología, idéntica composición orgánica (relación entre capital constante y variable) y la misma destreza, formación y entrenamiento entre sus respectivas clases obreras! Según este exótico y extravagante “marxismo” (dudamos en clasificarlo como social-liberalismo o simplemente como apologistas vulgares del imperialismo; nos inclinamos preferentemente por esta segunda opción), en el capitalismo mundial no existirían asimetrías, jerarquías ni dominaciones de unas formaciones económico sociales sobre otras (Warren 1980; AA.VV. 1981, n.° 3-4, V. 8; Weeks 1984; Dore 1984; Harris 1987; Harris 2003). ¿El desarrollo desigual será, acaso, un truco de ilusionistas o el producto imaginario de mentes afiebradas que padecen el daltonismo del color rojo?

Este tipo de reflexiones claramente apologéticas, aun recubiertas bajo el manto de presuntas “ortodoxias” débilmente apoyadas en citas deshilachadas y descontextualizadas de Marx, muy probablemente sean el resultado de lo que Agustín Cueva denominó alguna vez “la furia anti-tercermundista” (Cueva [1987] 2007: 151).

Sin caer en semejantes despropósitos y disparates (que evidencian un desconocimiento preocupante y una notable falta de familiaridad con la obra completa de Karl Marx), también Alex Callinicos —un marxista refinado y erudito en otras materias, como la crítica de posmodernismo— niega de plano la noción de dependencia y en consecuencia la de superexplotación (Mercatante 2021: 13). Entre las varias razones por las cuales las niega se destaca, como no podía ser de otro modo, el remanido argumento de la supuesta “mayor productividad” (absolutamente fetichizada) de las firmas y empresas multinacionales de los capitalismos centrales (Callinicos 2011: 129).

En cambio, Ernest Mandel asumió una posición bastante más matizada y menos indulgente que todas estas precedentes. Sin renunciar a la lectura “ortodoxa” y convencional de El Capital, admitió en varias obras la hipótesis del intercambio desigual para explicar “la explotación del Tercer Mundo” (sic), según sus propios términos (una forma de expresarse que generaría urticaria generalizada en Callinicos, por no mencionar los relatos apologéticos de Warren, Weeks, Dore y Harris [no incluímos en esta lista de vehementes y entusiastas anti-tercermundistas a Negri & Hardt, simplemente por vergüenza ajena]).

En su Tratado de economía marxista, intentó incluso calcular empíricamente las transferencias de valores y capital, en gran medida expropiados y robados, por los capitalismos metropolitanos a las sociedades coloniales del Tercer Mundo (Mandel [1962] 1983, T. 2: 252-254), cálculo que hace suyo André Gunder Frank en una de sus obras más conocidas (Frank [1966] 1987: 273). Más tarde, en sus Ensayos sobre el neocapitalismo, Mandel vuelve sobre este problema y lo desarrolla aún más (Mandel [1968] 1976: 157-158). Finalmente, en su obra magna, El capitalismo tardío, señala que en la época del capitalismo tardío, “El intercambio desigual se convirtió en lo sucesivo en la forma principal de la explotación colonial” (Mandel [1972] 1980: 338-340). Aun así, nunca llegó a incorporar completa y explícitamente la noción de “superexplotación” como parte de su análisis sistemático del capitalismo mundial.

De todas formas, esa actitud “dialoguista” expresada por Ernest Mandel hacia la teoría marxista de la dependencia (idéntica actitud había mostrado años atrás hacia las reflexiones teóricas del Che Guevara), le valió el ácido reproche de otros integrantes de su misma corriente. Por ejemplo, Héctor Guillén Romo escribió: “En este punto vemos como Mandel está aceptando implícitamente la teoría de la sobreexplotación del trabajo de Marini, la cual señala que en los países subdesarrollados el precio de la fuerza de trabajo se sitúa por debajo del valor. Pero surge la siguiente interrogante ¿no será más bien que el valor es otro? En efecto, creemos que el concepto de sobreexplotación se puede usar para períodos muy cortos, y que definitivamente es un error considerarlo una constante del sistema, ya que en este caso se corre el riesgo de caer en criterios morales para determinar el justo precio de la fuerza de trabajo” (Guillén Romo 1978: 86-87 [subrayado N. K.]).

Apropiación y prolongación de Lenin en la obra de Ruy Mauro Marini y la teoría marxista de la dependencia

Un antiguo y añejo debate medieval entre realistas y nominalistas dejó como una de sus principales conclusiones que suprimir una palabra del lenguaje no elimina la realidad a la que este término hace referencia. Por lo tanto, tachar y borrar el término “dependencia” o proscribir la palabra “imperialismo” en el ámbito de las ciencias sociales y los programas de investigación de ningún modo anula los procesos que dichas expresiones —centrales en las ciencias sociales y en particular en la teoría leninista del sistema mundial— pretenden explicar y comprender. La cruel realidad capitalista de nuestros días, atravesada por una crisis multidimensional sin antecedentes en la historia, sumada a una pandemia distópica de pesadilla mundial y diversas estrategias de dominación cultural, se resiste a ser deglutida, livianamente, por el “giro lingüístico” y la pretendida “deconstrucción” de las ciencias sociales en inofensivas e inocuas “narrativas”.

Habiendo pasado ya casi medio siglo desde que la socialdemocracia europea, noratlántica y occidentalista, junto con el eurocomunismo y sus diversas capitulaciones ideológicas, principalmente asociadas a las metafísicas “post” 1968, fueron presentando distintos señuelos para domesticar, dulcificar y volver más light a la teoría social crítica, quizás haya llegado la hora de recuperar las corrientes más radicales de la teoría social que intentaron apropiarse de Marx y Lenin para estudiar y discutir críticamente el carácter y los conflictos del sistema mundial imperialista y de las formaciones sociales del capitalismo latinoamericano. Entre ellas sobresale la obra y el pensamiento del militante revolucionario e intelectual de origen brasilero Ruy Mauro Marini, al que ya nos hemos referido.

Tirando de la punta de la madeja que Lenin dejó a propósito desatada, invitando a las nuevas generaciones rebeldes a continuar con el proyecto revolucionario mundial, en su Dialéctica de la dependencia, Marini volvió a recuperar la perspectiva internacionalista propiciada por el dirigente bolchevique para las ciencias sociales. Lo hizo mucho antes de que se pusiera de moda el término “globalización” y que incluso alcanzara el cenit de su fama y prestigio la teoría del “moderno sistema mundial” de Wallerstein. Por no mencionar el cosmopolitismo posmoderno de Negri & Hardt y otros anti-dependentistas a la carta.

Si tanto Lenin como Marini incursionan, privilegian y muestran en sus análisis del régimen capitalista el carácter asimétrico y desigual que rigen los vínculos entre las formaciones sociales, los niveles de dominaciones, conflictos, guerras y explotaciones, siempre ubican, ambos, su eje metodológico en un registro ubicado en el sistema mundial capitalista, el mismo objetivo que Karl Marx se había propuesto al redactar los diversos libros y planes de El Capital.

Coincidiendo en esa perspectiva metodológica general inspirada por el empleo de la lógica dialéctica en Marx, Lenin y Marini abordan el sistema mundial por diversas vías, destacando en cada caso ángulos diferentes y complementarios de dicho régimen capitalista global. Si Lenin fue el gran teórico del imperialismo en sus principales centros imperiales, Marini incursionó, dentro del mismo proceso, por el extremo opuesto de dicha relación, es decir, abordó el mismo problema y las mismas interrogaciones desde la perspectiva de la dependencia (también presente en los escritos de Lenin, donde, como ya hemos señalado, proporciona como ejemplo empírico a la Argentina y se explaya, además, sobre el papel central de la superexplotación del trabajo indígena “que mantiene a toda la sociedad”, según sus propias palabras). Desde ambos escorzos, complementarios y mutuamente interdependientes, exploran las diversas mediaciones que el régimen de producción capitalista recorre, de manera directa, en algunas ocasiones, de modo indirecto, en otras, en su implementación de la ley del valor y en su caída de la tasa de ganancia. Ambos autores coinciden en que dicha ley de tendencia constituye el corazón de El Capital.

Sin embargo, ambos afirman que su radio y forma de aplicación se ejerce no de modo directo, mecánico y lineal (como podría suponer una lectura superficial, despolitizada e ingenua de El Capital, muy probablemente impregnada de eurocentrismo y liberalismo disfrazado), sino a través de varias vueltas de tuerca. Por ejemplo, Lenin considera que la concentración y centralización de capitales, bajo la hegemonía de la oligarquía financiera, otorga un rol central en la economía contemporánea a los monopolios capitalistas y que estos, a su vez, compitiendo entre sí por los mercados a escala internacional a través de la ley del valor, sin embargo aplican la planificación al interior de la rama de producción y el sector respectivo de la economía mundial, cuya cadena de valor controlan.

Por su parte, Marini sostiene, con leve matiz, que la ley del valor rige en cada sector y rama de producción de las cadenas internacionales y monopólicas de valor, pero “se transgrede” al intercambiar entre diversas esferas, lo cual permite transferir valor de un capital a otro, de una rama a otra, de la formación económico social de un país a otro (léase ceder gratis una parte del valor y el plusvalor extraído de la clase obrera con asiento en una formación económico social nacional a través de la superexplotación de su fuerza de trabajo). Dichas transferencias de valor y los flujos de plusvalor no se deben únicamente al “deterioro de los términos del intercambio” (como afirmaba, de modo “exogenista”, mucho tiempo atrás la CEPAL e intelectuales desarrollistas como Raúl Prebisch). Tampoco se produce exclusivamente por una mayor productividad presente en las economías capitalistas metropolitanas, como hasta el día de hoy insiste el marxismo más eurocéntrico y dogmático, pues este último jamás puede aportar una explicación certera y rigurosa de cómo dos fábricas análogas y clones, pertenecientes a la misma firma y al mismo monopolio capitalista, manejando igual tecnología e idéntico capital constante, pagan salarios notablemente diferenciables en formaciones sociales nacionales y territoriales distintas... (¡empleando la misma tecnología, idéntica composición orgánica y produciendo exactamente con la misma productividad técnica!).

La transferencia de valor, entonces, se debería a una combinación, ya que la recolonización y la rapiña feroz de los recursos naturales del Sur Global —que no ha desaparecido hasta el día de hoy, como puede corroborarse guerra imperialista tras guerra, golpe de Estado tras golpe de Estado— posibilitan la reducción de precios de mercancías globales producidas por los monopolios (o sus empresas tercerizadas y subcontratadas), la reducción en inversión en capital constante, la reducción en inversión en capital variable y, por lo tanto, de este modo se contrarresta (momentáneamente) la caída de la tasa de ganancia, cáncer que corroe desde adentro de sus mismas entrañas al sistema capitalista mundial.

El empleo de fuerza de trabajo remunerada por debajo de su mínimo valor, superexplotada, sigue siendo y lo es cada día más, la principal motivación para desterritorializar y desplazar geográficamente (del Norte al Sur) las unidades productivas de las firmas transnacionales y sus empresas subcontratadas, trasladándolas de las sociedades capitalistas metropolitanas a los países con una clase obrera “más barata”, subordinados en su gran mayoría (y con mayor dependencia) frente al sistema capitalista mundial.

Si Lenin enfatizó el análisis de un polo del sistema capitalista mundial en su fase imperialista, justamente aquel que estaba encabezando la primera guerra mundial cuando él estudiaba y analizaba el fenómeno, Marini pondrá en primer plano y explorará con mayor detenimiento el otro polo de la misma ecuación. El punto fuerte de su teoría marxista de la dependencia (TMD) está situado, precisamente, en el estudio de las especificidades del capitalismo dependiente, las contradicciones irresueltas de sus ciclos de reproducción y acumulación, los desfases entre producción y consumo y principalmente los mecanismos que las burguesías lúmpenes y dependientes ejercen, a través de la superexplotación de la fuerza de trabajo de “sus proletariados” y otras clases subalternas, para atemperar cada nuevo ciclo ampliado de dependencia capitalista, bajo el horizonte de la crisis general del capitalismo en su fase imperialista. Por lo tanto, dependencia y subordinación al imperialismo, superexplotación de la fuerza de trabajo, ruptura del ciclo dependiente e intercambio desigual (incluso bajo el desarrollo de nuevas fuerzas productivas y aplicación de nuevas tecnologías que permiten superar el estancamiento y generar semiperiferias subimperialistas), constituyen hipótesis mutuamente interconectadas en la investigación marxista de Ruy Mauro Marini. Solo al riesgo de la caricatura pueden deshilvanarse como si fueran yuxtapuestas. Y todas ellas, además, sustentadas en la exposición y despliegue de la teoría del valor a lo largo de los diversos libros de El Capital, ni anulan ni degradan sino que principalmente complementan, potencian y enriquecen, el análisis macro que Lenin hiciera del imperialismo como sistema mundial en expansión.

No es casual que la conclusión política de Lenin y Marini —derivadas en ambos casos de sus investigaciones empíricas y teóricas, pero también de su identidad político-ideológica militante de la misma causa del marxismo revolucionario internacional— apunten a promover revoluciones socialistas, antiimperialistas y anticapitalistas, de alcance mundial, sin jamás conformarse con reformas y retoques parciales a escala regional o nacional. Una tarea todavía pendiente.

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Teorías del Imperialismo y la Dependencia desde el Sur Global

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