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Prefacio

La multiplicación de las iglesias y la diversificación de las ofertas religiosas son señales claras de la existencia de un creciente pluralismo en este campo. A diferencia de las décadas pasadas, en las cuales hubo predominio absoluto de una sola confesión religiosa en el escenario nacional, en estos últimos años, iglesias como las evangélicas —de diverso trasfondo histórico y herencia teológica— se han expandido de manera acelerada. Esta nueva realidad explica por qué actualmente se habla del avance incontenible de las iglesias evangélicas o de su crecimiento aluvional y por qué las comunidades evangélicas constituyen la segunda fuerza religiosa del país. ¿Ha contribuido este crecimiento de las iglesias evangélicas a un cambio significativo en las relaciones sociales, políticas y económicas? ¿Ha coadyuvado la presencia de ciudadanos de confesión evangélica en varios campos de la vida nacional, incluyendo la gestión pública, a la construcción de una moral pública distinta?

La experiencia de los últimos años, particularmente durante la década en la cual el régimen de Fujimori fue destruyendo paso a paso la institucionalidad democrática en el Perú, indica que no siempre los evangélicos tuvieron una conducta social distinta a la de las personas no evangélicas, especialmente cuando ingresaron al campo de la política. ¿Qué pasó con su comprensión del señorío de Cristo en todas las áreas de la vida humana? Parte del problema se explica cuando se tiene en cuenta que para ciertos sectores de las iglesias evangélicas, la confesión Jesús es Señor, se restringe casi exclusivamente —según su particular punto de vista— a la vida privada o a los asuntos religiosos. Para ellos, todavía funciona la dicotomía iglesia-mundo, es decir, no existe relación o conexión alguna entre la vida privada y la vida pública.

El presente trabajo del reverendo doctor John Stott, el pensador evangélico europeo que más ha influido para que las nuevas generaciones evangélicas latinoamericanas articulen una perspectiva integral de la misión cristiana en el mundo, viene a ser un aporte necesario para superar este problema que tanto daño ha hecho al testimonio cristiano. John Stott nos recuerda que, según el Nuevo Testamento, el señorío de Cristo afecta a todos los campos de la vida. Jesús es Señor de todo el universo y no únicamente de la dimensión religiosa. Jesús es Señor de toda la persona humana y no solamente del aspecto “espiritual” o del ámbito privado.

La reflexión bíblica y teológica del doctor Stott, breve pero profunda en sus alcances pastorales y desafíos éticos, constituye un llamado de atención a los líderes y pastores de las iglesias evangélicas para que recuerden en todo momento que Jesús es el único Señor tanto de la iglesia como del mundo. Esa fue precisamente la afirmación clave de la primera generación cristiana que, de ser un pequeño núcleo de judíos convertidos a la fe cristiana concentrados en Jerusalén, pasó a convertirse en una poderosa fuerza misionera que sacudió los cimientos del Imperio romano generando cambios culturales, sociales y políticos que transformaron el mundo de ese tiempo. Ya desde el sermón de Pedro, luego de la experiencia de Pentecostés, esta fue una firme convicción de la comunidad de discípulos:

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

—Hechos 2.36; rv60—

La historia de la expansión misionera de la iglesia cristiana de Jerusalén hasta lo último de la tierra, relatada por Lucas en Hechos de los Apóstoles, da testimonio de que en los distintos contextos culturales y sociales en los que el evangelio del reino de Dios fue proclamado —y vivido—, la afirmación Jesús es Señor fue un punto central del kerygma de la iglesia. ¿No debería ser también ésta nuestra experiencia cotidiana en el mundo complejo y cambiante de estos días?

Rvdo. Dr. Darío López

Lima, enero de 2002

Jesús es el Señor

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